27/06/2020, 21:09
Sonriente, así estaba Hana al ver a Ren vivita y coleando. La creía suficientemente estúpida para no rendirse hasta caer inconsciente o muerta esta vez con tal de demostrar algo. Sin embargo, algo iba mal, había mucho barullo. Pero claro, con Datsue en el ring, cualquier cantidad de ruido era poco.
Hasta que las puertas que daban al ring se abrieron de par en par y no salió Datsue, ni ningún participante. Apareció un hombre grande, muy grande. El samurai guardian parecía incluso más impactado que Hana de ver a ese extraño se levantó directo a atacarle. En ese punto, Hana ya estaba en tensión.
¿Qué estaba pasando? Ren la miraba con desconcierto, pues ella estaba de espaldas. Los dos enfermeros que antes llevaban la camilla de Ren estaban agazapados, aterrorizados mientras observaban la misma escena que Hana. La rubia había apoyado las manos en la camilla, incapaz de apartar la mirada.
La espada del samurai dio de lleno. Y nada. Nada de nada. El intruso agarró la cabeza del samurai con una mano, sin esfuerzo alguno, y lo estampó contra la pared.
Se le escapó todo el aire de los pulmones al ver como lo estampaba una, y otra, y otra vez para finalmente tirarlo fuera y cerrar las puertas. Hana apartó la mirada de inmediato, dirigiendola a Ren. Estaba herida, tenía la pierna vendada y los enfermeros. Debía, tenía, moverse.
¡Necesitaba reaccionar! Las piernas le temblaban, los brazos le temblaban, tenía miedo. ¿Quien era ese hombre? ¿Qué estaba pasando? ¿Era un sirviente de Kurama? ¿Habían llegado a entrar en el Valle? El hueco que había dejado aquel mastodonte estaba manchado de carmesí, de sangre, muchisima sangre.
Esa bestia acababa de reventarle el craneo a un samurai con sus propias manos, parandose una katana sin pararla siquiera. ¿Y si iba a por ellas? No tendría ni media oportunidad. Era suficientemente inteligente para saber que no sería capaz ni de retrasar a aquel hombre. La aplastaría.
— R-R-R-R-R-R-Ren... Hay-hay-hay que-que huir. — miró a Ren directamente a los ojos, completamente aterrorizada.
Entonces recordó que su hermana estaba en una camilla y sin esperar a su respuesta, empezó a llevarsela en dirección contraria a donde estaba el intruso. Miró a los enfermeros y les señaló que las siguiesen, lejos del peligro.
—¿Ha… Hana-san? . S-soy Sagisō Ranko, ¿Recuerdas? ¿Q-qué fue eso?
Cuando se giró para empujar la camilla se encontró de frente con Ranko.
— Ranko-san, vu-vuelve adentro. Rápido. — intentó no levantar demasiado la voz pero sonar tan urgente como fuese posible.
Maniobraría la camilla para meterla por la puerta abierta en cuanto Ranko se apartase.
Hasta que las puertas que daban al ring se abrieron de par en par y no salió Datsue, ni ningún participante. Apareció un hombre grande, muy grande. El samurai guardian parecía incluso más impactado que Hana de ver a ese extraño se levantó directo a atacarle. En ese punto, Hana ya estaba en tensión.
¿Qué estaba pasando? Ren la miraba con desconcierto, pues ella estaba de espaldas. Los dos enfermeros que antes llevaban la camilla de Ren estaban agazapados, aterrorizados mientras observaban la misma escena que Hana. La rubia había apoyado las manos en la camilla, incapaz de apartar la mirada.
La espada del samurai dio de lleno. Y nada. Nada de nada. El intruso agarró la cabeza del samurai con una mano, sin esfuerzo alguno, y lo estampó contra la pared.
Se le escapó todo el aire de los pulmones al ver como lo estampaba una, y otra, y otra vez para finalmente tirarlo fuera y cerrar las puertas. Hana apartó la mirada de inmediato, dirigiendola a Ren. Estaba herida, tenía la pierna vendada y los enfermeros. Debía, tenía, moverse.
¡Necesitaba reaccionar! Las piernas le temblaban, los brazos le temblaban, tenía miedo. ¿Quien era ese hombre? ¿Qué estaba pasando? ¿Era un sirviente de Kurama? ¿Habían llegado a entrar en el Valle? El hueco que había dejado aquel mastodonte estaba manchado de carmesí, de sangre, muchisima sangre.
Esa bestia acababa de reventarle el craneo a un samurai con sus propias manos, parandose una katana sin pararla siquiera. ¿Y si iba a por ellas? No tendría ni media oportunidad. Era suficientemente inteligente para saber que no sería capaz ni de retrasar a aquel hombre. La aplastaría.
— R-R-R-R-R-R-Ren... Hay-hay-hay que-que huir. — miró a Ren directamente a los ojos, completamente aterrorizada.
Entonces recordó que su hermana estaba en una camilla y sin esperar a su respuesta, empezó a llevarsela en dirección contraria a donde estaba el intruso. Miró a los enfermeros y les señaló que las siguiesen, lejos del peligro.
—¿Ha… Hana-san? . S-soy Sagisō Ranko, ¿Recuerdas? ¿Q-qué fue eso?
Cuando se giró para empujar la camilla se encontró de frente con Ranko.
— Ranko-san, vu-vuelve adentro. Rápido. — intentó no levantar demasiado la voz pero sonar tan urgente como fuese posible.
Maniobraría la camilla para meterla por la puerta abierta en cuanto Ranko se apartase.