9/07/2020, 13:10
Menuda estupidez, levantar aquella cortina de humo no sirvió para nada; pues aquellos genin no eran los objetivos. Todo un buen espectáculo de luces, sonidos y algo de pirotecnia en el circulo central, para desviar la atención del autentico objetivo; como un mago que mueve las manos para captar tu atención, mientras el truco se desarrolla en un segundo plano.
En el exterior, la gente huía despavorida, y algunos shinobi junto al apoyo de los samurais, colaboraban para asistir de urgencia a los necesitados, así como desalojar de la forma más ordenada posible en aquel gran caos.
La joven kunoichi alcanzó la salida de forma apresurada y torpe; cayó de rodillas, y ante ella vió la desesperación. Los pequeños nucleos de orden que intentaban generar los ninjas y guardias, eran disueltos en segundos ante la avalancha de gente. Solo se escuchaba el ruido de miles de gritos, llantos y llamadas de auxilio, que hacían un hueco de silencio durante excasos segundos, para dar paso al sonido de la estampida que producía tanta gente aterrada. Más atrás, algunas nubes de humo se levantaban en el cielo; disturbios, gente aprovechando el caos o tal vez más de la misma gente que estaba atacando el estadio.
Con las rodillas clavadas, sus brazos perdieron la fuerza y de sus ojos comenzaron a brotar lentamente lagrimas. ¿Quién era ella? ¿Quién era ella en comparación con lo que estaba sucediendo? ¿Quién era ella en comparación con aquel hombre que avanzó tras aquel muro, como si nunca se hubiera levantado?
Nada; una pequeña hormiga, tal vez un grano de arena; en balance, no podría enfrentarse a nadie.
Era débil, tuvo grandes dificultades para enfrentarse a sus rivales en el torneo; el único combate ganado, fue por descalificación.
Era frágil, aquel hombre avanzó sin ningún miramiento y ella ni si quiera le hizo frente.
Era una cobarde, abandonó a Hana y la otra chica a su suerte en el interior del edificio.
Era ...
No era nada, y lo corroboró cuando giró la cabeza lentamente al escuchar aquel atronador ruido. Por donde ella misma había entrado, una gran nube de polvo y algunas pequeñas rocas junto a la tierra, escaparon del edificio; y poco después, algunas grietas comenzaron a ser visibles desde fuera. Quien sabe lo que estaría sucediendo en el interior.
Pero no podía quedarse allí, había abandonado a Hana a su suerte. No. No podía permitírselo. Intentó incorporarse arrodillada. ¿Quién era? ¿Iba a seguir jugando a las espadas, o pensaba intentar rescatar a su hermana? Sabía la respuesta, la sabía perfectamente. Era...
Nada. Solo una gota más en un inmenso y extenso mar.
Aquel destello la devolvió de rodillas al suelo. Por un instante, pareció haber cobrado alguna forma. Alguien había ejecutado aquel trueno, aquella técnica. Y sabía que jamas podría llegar a enfrentar a alguien así.
Se sentía tan débil, tan pequeña. Tan abrumada por todo lo que estaba sucediendo a su alrededor. Y ella seguía allí, sin ser nada ni nadie. Solo podía quedarse allí, de rodillas, frente a aquel estadio que comenzaba a colapsar sobre el mismo.
Entre la densa nube de polvo y escombros, una sombra comenzaba a ser distinguible poco a poco. Seguramente se trataba de aquel dragón. El mismo que con un rugido había comenzaba a derruir el estadio. Y ella siguió allí, paralizada por el miedo, por aquel poder tan abrumador. Pero no era ese hombre; si no una joven rubia a la que conocía muy bien.
Hasta que no estuvo a excasos metros de ella, no pudo levantarse. No podía creerlo; seguía viva. Le había pedido que buscara ayuda y Ren no fue capaz ni de hacer eso.
— H-Ha... Hana... Hana... — temblorosa, se abalanzó sobre ella; para romper a llorar. — ¡Hana! ¡Hana! ¡Hana! ¡Hana! ¡Hana! — la apretó con fuerzas, tanto como sus ojos cerrados; mientras su cuerpo convulsionaba por la desesperación y la impotencia.
En el exterior, la gente huía despavorida, y algunos shinobi junto al apoyo de los samurais, colaboraban para asistir de urgencia a los necesitados, así como desalojar de la forma más ordenada posible en aquel gran caos.
La joven kunoichi alcanzó la salida de forma apresurada y torpe; cayó de rodillas, y ante ella vió la desesperación. Los pequeños nucleos de orden que intentaban generar los ninjas y guardias, eran disueltos en segundos ante la avalancha de gente. Solo se escuchaba el ruido de miles de gritos, llantos y llamadas de auxilio, que hacían un hueco de silencio durante excasos segundos, para dar paso al sonido de la estampida que producía tanta gente aterrada. Más atrás, algunas nubes de humo se levantaban en el cielo; disturbios, gente aprovechando el caos o tal vez más de la misma gente que estaba atacando el estadio.
Con las rodillas clavadas, sus brazos perdieron la fuerza y de sus ojos comenzaron a brotar lentamente lagrimas. ¿Quién era ella? ¿Quién era ella en comparación con lo que estaba sucediendo? ¿Quién era ella en comparación con aquel hombre que avanzó tras aquel muro, como si nunca se hubiera levantado?
Nada; una pequeña hormiga, tal vez un grano de arena; en balance, no podría enfrentarse a nadie.
Era débil, tuvo grandes dificultades para enfrentarse a sus rivales en el torneo; el único combate ganado, fue por descalificación.
Era frágil, aquel hombre avanzó sin ningún miramiento y ella ni si quiera le hizo frente.
Era una cobarde, abandonó a Hana y la otra chica a su suerte en el interior del edificio.
Era ...
¡¡¡BOOOOOOOOAAAAAAAMMMM!!!
No era nada, y lo corroboró cuando giró la cabeza lentamente al escuchar aquel atronador ruido. Por donde ella misma había entrado, una gran nube de polvo y algunas pequeñas rocas junto a la tierra, escaparon del edificio; y poco después, algunas grietas comenzaron a ser visibles desde fuera. Quien sabe lo que estaría sucediendo en el interior.
Pero no podía quedarse allí, había abandonado a Hana a su suerte. No. No podía permitírselo. Intentó incorporarse arrodillada. ¿Quién era? ¿Iba a seguir jugando a las espadas, o pensaba intentar rescatar a su hermana? Sabía la respuesta, la sabía perfectamente. Era...
¡¡¡Zzzzzzssssssssssssssssssttttt!!!
Nada. Solo una gota más en un inmenso y extenso mar.
Aquel destello la devolvió de rodillas al suelo. Por un instante, pareció haber cobrado alguna forma. Alguien había ejecutado aquel trueno, aquella técnica. Y sabía que jamas podría llegar a enfrentar a alguien así.
Se sentía tan débil, tan pequeña. Tan abrumada por todo lo que estaba sucediendo a su alrededor. Y ella seguía allí, sin ser nada ni nadie. Solo podía quedarse allí, de rodillas, frente a aquel estadio que comenzaba a colapsar sobre el mismo.
Entre la densa nube de polvo y escombros, una sombra comenzaba a ser distinguible poco a poco. Seguramente se trataba de aquel dragón. El mismo que con un rugido había comenzaba a derruir el estadio. Y ella siguió allí, paralizada por el miedo, por aquel poder tan abrumador. Pero no era ese hombre; si no una joven rubia a la que conocía muy bien.
Hasta que no estuvo a excasos metros de ella, no pudo levantarse. No podía creerlo; seguía viva. Le había pedido que buscara ayuda y Ren no fue capaz ni de hacer eso.
— H-Ha... Hana... Hana... — temblorosa, se abalanzó sobre ella; para romper a llorar. — ¡Hana! ¡Hana! ¡Hana! ¡Hana! ¡Hana! — la apretó con fuerzas, tanto como sus ojos cerrados; mientras su cuerpo convulsionaba por la desesperación y la impotencia.