9/07/2020, 16:59
Y ahí estaba, el rastas contra el destino. Frente a frente. No había más que pura y descomunal realidad contra un genin casi al borde del colapso. Pero era obvio que había de aguantar...
¿Qué importaba más que salvar a su hermano y a su compañera?
Era evidente que no había mayor honor que morir por la sangre y la villa.
Kenzou lo había hecho así. Su antecesor lo había hecho así. Y seguramente muchos más de los cuales no conocía ni los nombres. Sin duda alguna, habría de hacerle frente a todo lo que le viniese, por duro que fuese. No había otra manera.
«Con mi sacrificio, sirvo a mi familia... con mi sacrificio, sirvo a Kusagakure...»
Pero no terminó tal y como esperaba. El Inuzuka prestaba atención a su frente, donde la nube de polvo lo recubría todo, pero ni la nube desapareció ni nadie atravesó el umbral. De buenas a primeras, un estruendo dantesco anunció una hecatombe anunciada. Gritos de dolor y que suplicaban clemencia se entrelazaron en armonía con el derrumbe parcial del estadio, y con ello todo quebró en una angustiante onda expansiva que arrasó hasta con los que estaban a varios metros del epicentro.
Etsu cayó y se vio arrastrado varios metros, dejando por algún lado las muletas y su propia voluntad. Todo parecía perdido...
Hasta que la chica conejo hizo aparición presta como ella misma. Se acercó al Inuzuka, y trató de llevárselo con ella, en lo que inquiría que debían irse. El rastas quiso protestarle, o al menos poner de su parte... Pero todo se estaba desmoronando por segundos. No le quedaban anas ni de rechistar, ni de tratar de intentar salir por sus propios medios. Miró hacia el otro extremo de la sala, y observó que su compañera ya se había encargado de Akane.
—M-muchas... gracias... —la abrazó con fuerzas. Ella era todo lo que él deseaba en ese momento ser.
¿Qué importaba más que salvar a su hermano y a su compañera?
Era evidente que no había mayor honor que morir por la sangre y la villa.
Kenzou lo había hecho así. Su antecesor lo había hecho así. Y seguramente muchos más de los cuales no conocía ni los nombres. Sin duda alguna, habría de hacerle frente a todo lo que le viniese, por duro que fuese. No había otra manera.
«Con mi sacrificio, sirvo a mi familia... con mi sacrificio, sirvo a Kusagakure...»
Pero no terminó tal y como esperaba. El Inuzuka prestaba atención a su frente, donde la nube de polvo lo recubría todo, pero ni la nube desapareció ni nadie atravesó el umbral. De buenas a primeras, un estruendo dantesco anunció una hecatombe anunciada. Gritos de dolor y que suplicaban clemencia se entrelazaron en armonía con el derrumbe parcial del estadio, y con ello todo quebró en una angustiante onda expansiva que arrasó hasta con los que estaban a varios metros del epicentro.
Etsu cayó y se vio arrastrado varios metros, dejando por algún lado las muletas y su propia voluntad. Todo parecía perdido...
Hasta que la chica conejo hizo aparición presta como ella misma. Se acercó al Inuzuka, y trató de llevárselo con ella, en lo que inquiría que debían irse. El rastas quiso protestarle, o al menos poner de su parte... Pero todo se estaba desmoronando por segundos. No le quedaban anas ni de rechistar, ni de tratar de intentar salir por sus propios medios. Miró hacia el otro extremo de la sala, y observó que su compañera ya se había encargado de Akane.
—M-muchas... gracias... —la abrazó con fuerzas. Ella era todo lo que él deseaba en ese momento ser.
~ No muerdas lo que no piensas comerte ~