9/07/2020, 21:23
Le faltaba el aire. Con un único pulmón necesitaba respirar más rápido para transportar el oxígeno que necesitaban los músculos tras semejante esfuerzo. Pero la presión era demasiado grande. El pecho se le cerraba, el pulmón se negaba a abrirse, el cuerpo le temblaba. Inspirar, espirar. Inspirar, espirar. El polvo salía propulsado de sus fosas nasales y de su boca como un chorro de agua del espiráculo de una ballena.
Una gran roca le cayó encima, abriéndole una brecha en la cabeza y reventando la Armadura del Dragón. De no ser por ella, se hubiese esfumado en un sonoro: ¡pluff!
—Hmm —dijo, en una especie de gruñido. Tirado de espaldas, sintió que más escombros caían sobre el enorme trozo de hormigón que tenía encima.
Aquello le molestó. Le indignó, incluso. Una maldita roca tumbándole a él, el Heraldo del Dragón. Inadmisible. Imperdonable. Apoyó las palmas de las manos en el hormigón y empezó a empujar. Cada tendón de su cuerpo se tensó como cadenas soportando toneladas de peso, a punto de partirse. Siguió empujando. Los músculos le ardían tanto que parecía que fuesen a combustionar. Siguió empujando. La nariz empezó a sangrarle. ¡Siguió empujando!
—¡¡¡GRROOOOOOAAAAAAARRRRRR!!!
Rugió, y con su rugido las leyes de la física se hicieron a un lado. Rugió, y con su rugido la lógica se hizo a un lado. Rugió, ¡y con su rugido la roca se hizo a un lado! Y él, de pie, con la mirada encendida y con ganas de terminar su trabajo. Arriba, entre los escombros que seguían cayendo, alcanzó a ver un hueco. Una oportunidad. Alguien tendiéndole una mano.
Pegó un salto y se la estrechó.
Una gran roca le cayó encima, abriéndole una brecha en la cabeza y reventando la Armadura del Dragón. De no ser por ella, se hubiese esfumado en un sonoro: ¡pluff!
—Hmm —dijo, en una especie de gruñido. Tirado de espaldas, sintió que más escombros caían sobre el enorme trozo de hormigón que tenía encima.
Aquello le molestó. Le indignó, incluso. Una maldita roca tumbándole a él, el Heraldo del Dragón. Inadmisible. Imperdonable. Apoyó las palmas de las manos en el hormigón y empezó a empujar. Cada tendón de su cuerpo se tensó como cadenas soportando toneladas de peso, a punto de partirse. Siguió empujando. Los músculos le ardían tanto que parecía que fuesen a combustionar. Siguió empujando. La nariz empezó a sangrarle. ¡Siguió empujando!
—¡¡¡GRROOOOOOAAAAAAARRRRRR!!!
Rugió, y con su rugido las leyes de la física se hicieron a un lado. Rugió, y con su rugido la lógica se hizo a un lado. Rugió, ¡y con su rugido la roca se hizo a un lado! Y él, de pie, con la mirada encendida y con ganas de terminar su trabajo. Arriba, entre los escombros que seguían cayendo, alcanzó a ver un hueco. Una oportunidad. Alguien tendiéndole una mano.
Pegó un salto y se la estrechó.