9/07/2020, 21:27
Allí estaba. Le vio brillando como un fuego incandescente entre el polvo y la ruina. Con un gesto, hizo que Viento Blanco bajase en picado y tendió una mano al aire.
Ryū se la agarró con la fuerza de un titán, quedando suspendido en el aire.
—No has seguido el plan —masculló Zaide, como si quisiese apuñalar con la boca cada sílaba que salía de su garganta.
Viento Blanco empezó a ascender.
—Me dijiste que los matase a todos —respondió, indiferente—. He cumplido.
—No… has… seguido… EL… PU-TO… PLAN.
Las manos de ambos se estrecharon con más fuerza. Si aquel Zaide fuese el real, hubiese terminado con la mano rota.
—¿El plan? ¿Ese en el que me cargaba a todos los Señores de una tacada con un Fūton menor? Te creía más inteligente. De haberme cargado solo el pasillo hubiesen sobrevivido. No podía arriesgarlo todo por tus delirios de revolucionario. ¡Te he brindado la victoria!
La victoria, escuchó Zaide, con cientos de llantos y chillidos todavía reventándole los tímpanos. La victoria, quiso ver, con decenas de cuerpos cercenados por el torbellino. De inocentes. De los que se suponían llevarían en volandas aquella revolución.
Sonrió. Era la sonrisa más triste del mundo.
—Íbamos a ser los revolucionarios que cambiasen el mundo —dijo, con la voz rota—. Íbamos a convertirnos en putos héroes, Ryū. Ahora, simplemente seremos…
Le golpeó con el canto del hacha en la muñeca. No importaba qué tan fuerte era un hombre, un golpe seco y preciso a la parte interna del antebrazo hacía que se aflojase el agarre de la mano. Le vio precipitarse al vacío, con expresión confusa, y esfumarse en una nube de humo blanco al impactar contra el suelo.
—…los putos genocidas que hicieron la mayor masacre de esta generación.
Era una victoria para hoy, pero una gran derrota para mañana. Porque acababan de perder al mejor aliado que uno podía aspirar a tener.
Al pueblo.
Ryū se la agarró con la fuerza de un titán, quedando suspendido en el aire.
—No has seguido el plan —masculló Zaide, como si quisiese apuñalar con la boca cada sílaba que salía de su garganta.
Viento Blanco empezó a ascender.
—Me dijiste que los matase a todos —respondió, indiferente—. He cumplido.
—No… has… seguido… EL… PU-TO… PLAN.
Las manos de ambos se estrecharon con más fuerza. Si aquel Zaide fuese el real, hubiese terminado con la mano rota.
—¿El plan? ¿Ese en el que me cargaba a todos los Señores de una tacada con un Fūton menor? Te creía más inteligente. De haberme cargado solo el pasillo hubiesen sobrevivido. No podía arriesgarlo todo por tus delirios de revolucionario. ¡Te he brindado la victoria!
La victoria, escuchó Zaide, con cientos de llantos y chillidos todavía reventándole los tímpanos. La victoria, quiso ver, con decenas de cuerpos cercenados por el torbellino. De inocentes. De los que se suponían llevarían en volandas aquella revolución.
Sonrió. Era la sonrisa más triste del mundo.
—Íbamos a ser los revolucionarios que cambiasen el mundo —dijo, con la voz rota—. Íbamos a convertirnos en putos héroes, Ryū. Ahora, simplemente seremos…
Le golpeó con el canto del hacha en la muñeca. No importaba qué tan fuerte era un hombre, un golpe seco y preciso a la parte interna del antebrazo hacía que se aflojase el agarre de la mano. Le vio precipitarse al vacío, con expresión confusa, y esfumarse en una nube de humo blanco al impactar contra el suelo.
—…los putos genocidas que hicieron la mayor masacre de esta generación.
Era una victoria para hoy, pero una gran derrota para mañana. Porque acababan de perder al mejor aliado que uno podía aspirar a tener.
Al pueblo.