11/07/2020, 15:50
Había huido. Ese hecho cayó sobre ella como un jarro de agua fría. No había salido después de los estruendos y de que el edificio amenazase con desplomarse sobre ella, había empezado su marcha mucho antes. Era una cobarde. Ya está, ahora solo quedaba aceptarlo.
El caos en el exterior del estadio era real y creciente. La gente que antes huía algo asustada ahora corría despavorida, horrorizada, y se mezclaba con las personas que intentaban volver buscando a alguien en un sinfin de gritos. Y ella, una kunoichi, supuestamente debería estar impidiendo todo eso, rescatando gente.
Se paró de golpe. Sus piernas habían decidido que hasta allí había llegado. Una cobarde, una deshonra, escoria, eso era. Ni lo había intentado, había dejado a ese hombre hacer lo que le diese la gana solo por salvar su vida. Y no podía meter a Ren de por medio, ella se había marchado antes de que todo eso ocurriera. Podría haber hecho algo. Debería haber hecho algo.
Justo cuando le fallaron las rodillas, fruto del intenso llanto que se avecinaba y el shock del momento, alguien se abalanzó sobre ella, obligando a sus piernas a volver a mantenerla en pie.
— ¡Hana! ¡Hana! ¡Hana! ¡Hana! ¡Hana!
De repente, hubo un silencio absoluto para Hana. Solo escuchó la voz de aquella amejin que tan bien conocía. No había caos, no había derrumbe y no había invasión. Solo estaba Ren, entre sus brazos. Ren la necesitaba. La sentía temblar, la oía llorar y la fuerza de su abrazo la devolvió a la realidad.
Lentamente, Hana imitó a su hermana y le devolvió el abrazo, envolviendola con sus brazos cariñosamente. Abrió la boca para consolarla pero le fallaron todas las neuronas y todas sus fuerzas y solo le salió un sollozo. Lágrimas ardientes empezaron a caer por sus mejillas mientras su mente se nublaba.
— Oh, Ren. Ren, yo... Ren, lo siento... — cada vez que abría la boca le costaba más hablar. — Ren...
Pronto, solo quedaron sollozos y sus manos aferrando a su hermana sin perder un ápice de fuerza.
El caos en el exterior del estadio era real y creciente. La gente que antes huía algo asustada ahora corría despavorida, horrorizada, y se mezclaba con las personas que intentaban volver buscando a alguien en un sinfin de gritos. Y ella, una kunoichi, supuestamente debería estar impidiendo todo eso, rescatando gente.
Se paró de golpe. Sus piernas habían decidido que hasta allí había llegado. Una cobarde, una deshonra, escoria, eso era. Ni lo había intentado, había dejado a ese hombre hacer lo que le diese la gana solo por salvar su vida. Y no podía meter a Ren de por medio, ella se había marchado antes de que todo eso ocurriera. Podría haber hecho algo. Debería haber hecho algo.
Justo cuando le fallaron las rodillas, fruto del intenso llanto que se avecinaba y el shock del momento, alguien se abalanzó sobre ella, obligando a sus piernas a volver a mantenerla en pie.
— ¡Hana! ¡Hana! ¡Hana! ¡Hana! ¡Hana!
De repente, hubo un silencio absoluto para Hana. Solo escuchó la voz de aquella amejin que tan bien conocía. No había caos, no había derrumbe y no había invasión. Solo estaba Ren, entre sus brazos. Ren la necesitaba. La sentía temblar, la oía llorar y la fuerza de su abrazo la devolvió a la realidad.
Lentamente, Hana imitó a su hermana y le devolvió el abrazo, envolviendola con sus brazos cariñosamente. Abrió la boca para consolarla pero le fallaron todas las neuronas y todas sus fuerzas y solo le salió un sollozo. Lágrimas ardientes empezaron a caer por sus mejillas mientras su mente se nublaba.
— Oh, Ren. Ren, yo... Ren, lo siento... — cada vez que abría la boca le costaba más hablar. — Ren...
Pronto, solo quedaron sollozos y sus manos aferrando a su hermana sin perder un ápice de fuerza.