1/08/2020, 10:29
—Gracias, Hana-san. Tienes… Tienes razón. A-aunque quisiera esperar. También tengo una hermana ¿saben? —Alternó su mirada de una chica a la otra —. Debe… Debe estar en camino, junto con m-mi padre. Se me antoja algo de comer.
Ren tragó saliva, comenzaba a desear que dieran algún tipo de señal, así la joven dejaría de sufrir por lo menos un tiempo. «¿Pero y Nanashi? E-Estaba tan en shock por todo, que se me ha olvidado preguntarle a Oda por él...» Pero seguir preocupándose no tenía sentido, Han atenía toda la razón del mundo; si no descansaban aunque fuera un poco, pasarían a ser un estorbo más que una ayuda.
—Estarán bien Ranko... — dijo intentando tranquilizarla, pero era incapaz de transmitir la misma calma que Hana era capaz de transmitirle solo a Ren.
—C-creo que me sentaré por allá, ¿e-está bien? —
—Pero no te alejes mucho, no creo que a tu madre le haga mucha gracia — dijo devolviendo la mirada, a Komachi, que yacía sobre la cama descansando.
Solo quedarían Hana y Ren en la habitación, o por los menos conscientes, el resto estaban realmente agotados. Ren extendió uno de los futones por el suelo, haciendo caso a las indicaciones de su hermana. Arropada ahora por las sabanas, giró todo su cuerpo para estar de cara a Hana, sin perderla de vista por un segundo, parecía querer decirle algo, pero no sentía el coraje suficiente. Estiró una mano por fuera de las sabanas, ofreciéndosela a la rubia, mostrando aquella parte vulnerable que solo salia a la luz con Hana.
— Te... ¿T-Te quedarás aquí conmigo?... — si no llega a ser por las mantas, Hana hubiera visto un claro y suave rubor.
Un cuervo volvía graznando con fuerza y se posó en el hombro de Oda; para después, juntarse a otra decena de ellos a la espalda del amejin, sobre un árbol de cerezo, ahora oscurecido por millares de plumas. Aquel improvisado cuartel en el patio del dojo, con una mesa redonda donde un gran mapa del valle de los dojos se extendía, el hombre de avanzada edad parecía presidir la mesa; a su alrededor se agrupaba gente de los dojos, y las aldeas, algunos de estos con rangos militares, pero todos parecían convencidos con la gestión de aquel hombre.
— Sea quien sea el autor de esto... Solo es un maldito monstruo — dijo rechinando los dientes.
Ren tragó saliva, comenzaba a desear que dieran algún tipo de señal, así la joven dejaría de sufrir por lo menos un tiempo. «¿Pero y Nanashi? E-Estaba tan en shock por todo, que se me ha olvidado preguntarle a Oda por él...» Pero seguir preocupándose no tenía sentido, Han atenía toda la razón del mundo; si no descansaban aunque fuera un poco, pasarían a ser un estorbo más que una ayuda.
—Estarán bien Ranko... — dijo intentando tranquilizarla, pero era incapaz de transmitir la misma calma que Hana era capaz de transmitirle solo a Ren.
—C-creo que me sentaré por allá, ¿e-está bien? —
—Pero no te alejes mucho, no creo que a tu madre le haga mucha gracia — dijo devolviendo la mirada, a Komachi, que yacía sobre la cama descansando.
Solo quedarían Hana y Ren en la habitación, o por los menos conscientes, el resto estaban realmente agotados. Ren extendió uno de los futones por el suelo, haciendo caso a las indicaciones de su hermana. Arropada ahora por las sabanas, giró todo su cuerpo para estar de cara a Hana, sin perderla de vista por un segundo, parecía querer decirle algo, pero no sentía el coraje suficiente. Estiró una mano por fuera de las sabanas, ofreciéndosela a la rubia, mostrando aquella parte vulnerable que solo salia a la luz con Hana.
— Te... ¿T-Te quedarás aquí conmigo?... — si no llega a ser por las mantas, Hana hubiera visto un claro y suave rubor.
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Un cuervo volvía graznando con fuerza y se posó en el hombro de Oda; para después, juntarse a otra decena de ellos a la espalda del amejin, sobre un árbol de cerezo, ahora oscurecido por millares de plumas. Aquel improvisado cuartel en el patio del dojo, con una mesa redonda donde un gran mapa del valle de los dojos se extendía, el hombre de avanzada edad parecía presidir la mesa; a su alrededor se agrupaba gente de los dojos, y las aldeas, algunos de estos con rangos militares, pero todos parecían convencidos con la gestión de aquel hombre.
— Sea quien sea el autor de esto... Solo es un maldito monstruo — dijo rechinando los dientes.