1/08/2020, 16:20
(Última modificación: 1/08/2020, 16:20 por Himura Hana.)
—C-creo que me sentaré por allá, ¿e-está bien?
Quiso placarla. Ahí mismo. Tirarla al suelo y obligarla a descansar hasta que le saliese a ella de la real gana dejarla ir. Sin embargo, tras un día tan complicado y en el que había sido tan humillada, tanto por sus enemigos como por sí misma. No se sentía ni tan fuerte para conseguir tumbar a Ranko, ni tan diestra como para hacerlo sin causarle más daños.
Suspiró, no le gustaba nada ser incapaz de detener a la de la trenza, pero tampoco la conocía tanto como para presionarla más.
— ¡Si te encuentras mal, Ranko-chan, vuelve a entrar de inmediato! — de nuevo, en su voz había más pánico y preocupación que el tono propio de una orden.
Al menos, Ren-chan sí le hizo caso. Lo cual inundó de alivio su corazón. A ella sí la hubiese placado, todas las veces que hiciese falta. La amejin agarró un futon y lo extendió en el suelo, para meterse dentro poco después. Hana, como si fuese una costumbre milenaria, se sentó automaticamente al lado del futon para acompañar a su hermana.
— Te... ¿T-Te quedarás aquí conmigo?...
Le estaba ofreciendo una mano que la uzujin aceptó sin segundos pensamientos, mientras con la otra le acariciaba suavemente el pelo.
— Claro que sí. Duermete y aquí estaré cuando te despiertes. — le aseguró con una sonrisa.
Viendo a su hermana tan cansada, pidiendole que se quedase con ella se dio cuenta de que tal vez no había salvado mil vidas, pero al menos había salvado más de dos. La de su hermana, la suya y la de todas las personas que se sentirían destrozadas si una de las dos desapareciera. Era algo con lo que se podía conformar.
Quiso placarla. Ahí mismo. Tirarla al suelo y obligarla a descansar hasta que le saliese a ella de la real gana dejarla ir. Sin embargo, tras un día tan complicado y en el que había sido tan humillada, tanto por sus enemigos como por sí misma. No se sentía ni tan fuerte para conseguir tumbar a Ranko, ni tan diestra como para hacerlo sin causarle más daños.
Suspiró, no le gustaba nada ser incapaz de detener a la de la trenza, pero tampoco la conocía tanto como para presionarla más.
— ¡Si te encuentras mal, Ranko-chan, vuelve a entrar de inmediato! — de nuevo, en su voz había más pánico y preocupación que el tono propio de una orden.
Al menos, Ren-chan sí le hizo caso. Lo cual inundó de alivio su corazón. A ella sí la hubiese placado, todas las veces que hiciese falta. La amejin agarró un futon y lo extendió en el suelo, para meterse dentro poco después. Hana, como si fuese una costumbre milenaria, se sentó automaticamente al lado del futon para acompañar a su hermana.
— Te... ¿T-Te quedarás aquí conmigo?...
Le estaba ofreciendo una mano que la uzujin aceptó sin segundos pensamientos, mientras con la otra le acariciaba suavemente el pelo.
— Claro que sí. Duermete y aquí estaré cuando te despiertes. — le aseguró con una sonrisa.
Viendo a su hermana tan cansada, pidiendole que se quedase con ella se dio cuenta de que tal vez no había salvado mil vidas, pero al menos había salvado más de dos. La de su hermana, la suya y la de todas las personas que se sentirían destrozadas si una de las dos desapareciera. Era algo con lo que se podía conformar.