7/01/2021, 20:46
El barco atracó en el puerto suavemente en el atardecer. Hanabi, sentado en la cubierta, se desperezó y ayudó a sus compañeros a echar el ancla y a atar el navío. El ruido de las gaviotas y la brisa marina dotaba al Uzukage, y también al puerto, de una calma externa que no existía más allá.
—¿Todo listo? —preguntó, y tras la confirmación de sus compañeros echó a caminar a paso resuelto hacia el palacio del nuevo Daimyō.
Era un edificio grandioso, de paredes blancas y tejados grises, al estilo tradicional. Estaba rodeado de un muro con una base de piedras dispuestas en mosaicos con forma de espiral, tan alto como tres hombres uno encima del otro.
Dos fornidos guardias esperaban a ambos lados del edificio. «Shinobi cedidos a Shiden. Me pregunto si seguirán siendo fieles al Remolino...», pensó Hanabi cuando pasó a su lado. Los guardias se cuadraron, dando a entender que, de hecho, así era. «Aunque no lo fueran, no habría manera de saberlo.»
—Uzukage-sama, le esperábamos dentro de un par de días —rezongó, quejica, un señor orondo con bigote que salió a recibir a Hanabi tras esperar junto a dos guardias diferentes en el recibidor de palacio.
—Bueno, es que nos hemos dado prisa, ¿verdad, chicos? —Hanabi se dio la vuelta para mirarles. Le guiñó un ojo a Reiji—. ¿Está ocupado el Señor Feudal, Gondu?
—¡Oh, sí, ocupado, muy ocupado! —Gondu saltó; parecía una albóndiga—. Deberían esperar... quiero decir, Hanabi-dono, si fuera usted tan amable de esperar a mañana por la mañana, el señor Shiden podrá recibirle con toda la calma del m...
—No.
La sala entera retumbó. Los cristales de las lámparas de araña del techo se revolvieron, inquietos. Los mosaicos de las paredes temblaron y el recepcionista se atragantó con una aceituna. Los papeles del escritorio se desmoronaron, y uno de ellos cayó al lado de Datsue.
—¡Ah, ya te tengo, endiablado papelajo! —En un alarde de atletismo increíble, el recepcionista había saltado por encima del escritorio y se había dado de bruces con el suelo en un sonoro ¡plaf! Pero asía orgulloso el documento con una sonrisa ensangrentada. Se dio la vuelta y se alejó rápidamente, dando la vuelta, esta vez, a su mesa. Abrió una puertecilla tras la estancia y se perdió en su interior.
—Ah, bu-bueno, bueno, Hanabi-dono —balbuceó Gondu, temblando, sudando—. E-en ese caso, si fueran ustedes tan a-amables de esperar al menos u-unos minutos e-en la sa-sala de esp-espera de audiencias...
—¡Oh, sin problemas! —contestó Hanabi alegremente, e hizo una seña a Gondu para que les guiase—. ¡Vamos, chicos!
Gondu asintió y echó a caminar por un pasillo a mano izquierda. Hanabi esperó un poco antes de seguirle, y musitó:
»Vaya, la decisión de venir en barco ha resultado ser... esclarecedora.
Hanabi siguió al funcionario.
—¿Todo listo? —preguntó, y tras la confirmación de sus compañeros echó a caminar a paso resuelto hacia el palacio del nuevo Daimyō.
Era un edificio grandioso, de paredes blancas y tejados grises, al estilo tradicional. Estaba rodeado de un muro con una base de piedras dispuestas en mosaicos con forma de espiral, tan alto como tres hombres uno encima del otro.
Dos fornidos guardias esperaban a ambos lados del edificio. «Shinobi cedidos a Shiden. Me pregunto si seguirán siendo fieles al Remolino...», pensó Hanabi cuando pasó a su lado. Los guardias se cuadraron, dando a entender que, de hecho, así era. «Aunque no lo fueran, no habría manera de saberlo.»
—Uzukage-sama, le esperábamos dentro de un par de días —rezongó, quejica, un señor orondo con bigote que salió a recibir a Hanabi tras esperar junto a dos guardias diferentes en el recibidor de palacio.
—Bueno, es que nos hemos dado prisa, ¿verdad, chicos? —Hanabi se dio la vuelta para mirarles. Le guiñó un ojo a Reiji—. ¿Está ocupado el Señor Feudal, Gondu?
—¡Oh, sí, ocupado, muy ocupado! —Gondu saltó; parecía una albóndiga—. Deberían esperar... quiero decir, Hanabi-dono, si fuera usted tan amable de esperar a mañana por la mañana, el señor Shiden podrá recibirle con toda la calma del m...
—No.
La sala entera retumbó. Los cristales de las lámparas de araña del techo se revolvieron, inquietos. Los mosaicos de las paredes temblaron y el recepcionista se atragantó con una aceituna. Los papeles del escritorio se desmoronaron, y uno de ellos cayó al lado de Datsue.
Orden Señorial nº242
Por medio de la presente Orden, yo, Uzumaki Shiden, Señor Feudal del País de la Espiral, nombro a Senju Gara...
Por medio de la presente Orden, yo, Uzumaki Shiden, Señor Feudal del País de la Espiral, nombro a Senju Gara...
—¡Ah, ya te tengo, endiablado papelajo! —En un alarde de atletismo increíble, el recepcionista había saltado por encima del escritorio y se había dado de bruces con el suelo en un sonoro ¡plaf! Pero asía orgulloso el documento con una sonrisa ensangrentada. Se dio la vuelta y se alejó rápidamente, dando la vuelta, esta vez, a su mesa. Abrió una puertecilla tras la estancia y se perdió en su interior.
—Ah, bu-bueno, bueno, Hanabi-dono —balbuceó Gondu, temblando, sudando—. E-en ese caso, si fueran ustedes tan a-amables de esperar al menos u-unos minutos e-en la sa-sala de esp-espera de audiencias...
—¡Oh, sin problemas! —contestó Hanabi alegremente, e hizo una seña a Gondu para que les guiase—. ¡Vamos, chicos!
Gondu asintió y echó a caminar por un pasillo a mano izquierda. Hanabi esperó un poco antes de seguirle, y musitó:
»Vaya, la decisión de venir en barco ha resultado ser... esclarecedora.
Hanabi siguió al funcionario.