31/01/2022, 21:45
(Última modificación: 31/01/2022, 21:48 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
Había sido un viaje bastante largo. Varios días de viaje separaban la Villa Oculta entre la Hierba de la que lo hacía entre la Lluvia. Incluso tomando el ferrocarril. Aburame Kintsugi, junto a su acompañante, habían tomado el tren desde Tane Shigai y habían recorrido las vías hacia el sur. El denso dosel arbóreo poco a poco se vio sustituido por bambú y, al llegar a Yachi, todo se llenó de una llovizna que no parecía querer parar. Pero era la señal inequívoca de que habían entrado en la País de la Tormenta. Durante todo aquel tiempo tuvieron tiempo de sobra para intercambiar conversaciones, triviales y más serias, sobre lo que habría de venir. El viaje terminó en Shinogi-to. Igual que en el País del Bosque, el ferrocarril no llegaba directamente hasta la aldea. Tendrían que hacer el resto del viaje hasta Amegakure caminando.
—No sé qué va a ocurrir —le comentó a su acompañante, mientras desplegaba el paraguas sobre su cabeza. Kintsugi iba ataviada con el uniforme oficial de Morikage, con su haori y el sombrero fijado a la cabeza. Para aquella ocasión tan especial, había escogido el antifaz de una mariposa blanca—. Pero no te dejes llevar por posibles provocaciones, ¿de acuerdo?
Acreditaciones en mano, se internaron en la aldea acompañados por uno de los jōnin. Kintsugi se mantuvo regia todo el tiempo, con la barbilla alzada y paso decidido. Pero la curiosidad le podía, y sus ojos miraban todo casi con ansiedad. Allí donde debía haber árboles sólo encontraba... acero y asfalto. Edificios tan altos como secuoyas, luces de neón tan brillantes como setas venenosas simulaban ser la luz de un sol que nunca llegaban a ver. Había oído rumores de un supuesto dios que bendecía aquellas tierras, pero la lluvia no era lo peor de aquel sitio. No. Ella estaba habituada a la humedad, y no toleraba mal la lluvia. Pero estar rodeada de todos aquellos edificios de luces brillantes... le estaba dando dolor de cabeza.
Llegaron al Edificio de la Arashikage, y tras presentarse en la recepción tomaron lo que ellos llamaban "ascensor". Una caja, también de metal, que se alzaba desafiando toda ley de gravedad sostenido únicamente por unos cables que parecían ser más fuertes que unas lianas. Aquella experiencia fue... sorprendente, cuanto menos. La gente de Amegakure no dejaba de sorprenderla con sus múltiples cachivaches. Cachivaches útiles, además.
—Vamos allá.
Atravesaron el último pasillo que las separaba de su destino: dos enormes puertas con el símbolo de Amegakure grabado en ellas. Aburame Kintsugi llamó con los nudillos tres veces y después de esperar unos instantes, pasó. El despacho de la Arashikage era amplio, con una enorme cristalera que daba vistas al resto de la aldea. En el centro, una enorme mesa con varias sillas parecía esperarlas. Y, al parecer, eran las últimas en llegar.
—Buenos días, Arashikage-dono, Uzukage-dono —saludó con sendas inclinaciones de cabeza dirigidas a ambos—. Lamento la demora, ¿hemos llegado tarde?
Los ojos de Kintsugi se detuvieron momentáneamente en Uchiha Datsue, nuevo Rokudaime Uzukage.
—Creo que no hemos tenido el... placer de hablar en persona —dijo, y aunque intentó disimularlo, la palabra sonó forzada en sus labios—. Enhorabuena por su ascenso, Rokudaime.
Después se volvió hacia Hōzuki Shanise, a la que le dedicó una sentida inclinación de cabeza.
—Lamento profundamente su pérdida —le dijo, con absoluta sinceridad. Ella, probablemente más que nadie en aquella sala, sabía cómo debía sentirse.
De nuevo reincorporada, le indicó a su acompañante que se quedara junto a ella en la mesa. Quizás sería una sorpresa para el resto, pues no se trataba ni de Hana ni Akazukin. Sin embargo, ella era otra kunoichi. Era...
