27/04/2022, 21:58
Pero nada salió bien.
Sí, Ken estaba enterrado e inmovilizado, pero Ranko había olvidado la primera norma de la caza. Nunca arrincones a un animal salvaje.
El jutsu que detenía al hombre flaqueó tanto como lo hacía Ranko, que había apartado la mirada y solo había alcanzado a oír el chocar de las hojas contra algo, algo que no era carne.
— ¡No puedes matar con esa falta de determinación, niña! Y con espadas...
Ken había parado ambas hojas con su mano, que ahora no solo estaba libre, sino que se encontraba reforzada por una capa de hielo increiblemente dura. Usando esa mano, tomó impulso y le dio un cabezazo en toda la nariz a la Ranklon de piedra, para acto seguido, una vez fuera, agarrarla del cuello con su brazo no cubierto de hielo y estamparla contra el suelo. Ranklon de piedra quedaría hecha polvo, literalmente.
Tanto Ranko como Lyndis comprobarían que la forma en la que combatía Ken no tenía nada que ver con su Shinobi Kumite. Parecía más un estilo caotico que solo dependía de la fuerza, sin técnica de ningún tipo.
— Así se mata. Ahora,¿alguien quiere pelear de verdad o vais a seguir usando armas? — se sacudió el polvo y el hielo del brazo, a la espera de la respuesta.
Hakai, por su parte, celebraría que habían desviado su atención a Ken. Su plan había sido todo un exito. Ahora, desde la distancia, podía girarse tranquilamente hacer un sello y pum, escupió una gran andanada de agua. Sin embargo, no fue a por ellas, sino que se estampó contra el suelo enfrente suyo. Tras golpear el suelo se alzó de nuevo como una enorme ola que empezó a arrasar lo que encontraba a su paso.
Si Ranko y Lyndis no se apartaban, serían una cosa más que ser arrollada.
Entonces un enorme impacto resonó por el lugar, desde el cielo, Nao había lanzado un par de poderosos animales contra el más poderoso de los muñecos de nieve, haciendolo colapsar sobre sí mismo. La ventisca paró en el mismo momento en que la cabeza del muñeco tocó el suelo. Eso se ganó los vitores de gran parte del ejercito de la Alianza y una sutil sonrisa en el rostro de Ken, que por fin podía moverse con normalidad.
Sakumi le había hecho caso. Cómo para no hacerselo al creador de los pajaros sobre los que vuelas. En su rostro se dibujaba la más clara preocupación.
— ¿Crees que estarán bien?
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Sí, Ken estaba enterrado e inmovilizado, pero Ranko había olvidado la primera norma de la caza. Nunca arrincones a un animal salvaje.
El jutsu que detenía al hombre flaqueó tanto como lo hacía Ranko, que había apartado la mirada y solo había alcanzado a oír el chocar de las hojas contra algo, algo que no era carne.
— ¡No puedes matar con esa falta de determinación, niña! Y con espadas...
Ken había parado ambas hojas con su mano, que ahora no solo estaba libre, sino que se encontraba reforzada por una capa de hielo increiblemente dura. Usando esa mano, tomó impulso y le dio un cabezazo en toda la nariz a la Ranklon de piedra, para acto seguido, una vez fuera, agarrarla del cuello con su brazo no cubierto de hielo y estamparla contra el suelo. Ranklon de piedra quedaría hecha polvo, literalmente.
Tanto Ranko como Lyndis comprobarían que la forma en la que combatía Ken no tenía nada que ver con su Shinobi Kumite. Parecía más un estilo caotico que solo dependía de la fuerza, sin técnica de ningún tipo.
— Así se mata. Ahora,¿alguien quiere pelear de verdad o vais a seguir usando armas? — se sacudió el polvo y el hielo del brazo, a la espera de la respuesta.
Hakai, por su parte, celebraría que habían desviado su atención a Ken. Su plan había sido todo un exito. Ahora, desde la distancia, podía girarse tranquilamente hacer un sello y pum, escupió una gran andanada de agua. Sin embargo, no fue a por ellas, sino que se estampó contra el suelo enfrente suyo. Tras golpear el suelo se alzó de nuevo como una enorme ola que empezó a arrasar lo que encontraba a su paso.
Si Ranko y Lyndis no se apartaban, serían una cosa más que ser arrollada.
Entonces un enorme impacto resonó por el lugar, desde el cielo, Nao había lanzado un par de poderosos animales contra el más poderoso de los muñecos de nieve, haciendolo colapsar sobre sí mismo. La ventisca paró en el mismo momento en que la cabeza del muñeco tocó el suelo. Eso se ganó los vitores de gran parte del ejercito de la Alianza y una sutil sonrisa en el rostro de Ken, que por fin podía moverse con normalidad.
Sakumi le había hecho caso. Cómo para no hacerselo al creador de los pajaros sobre los que vuelas. En su rostro se dibujaba la más clara preocupación.
— ¿Crees que estarán bien?
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