12/05/2022, 23:14
El discurso de Nao empezó a calar en la gente, empezaban a organizarse para evacuar heridos y movilizarse en retirada. Sin embargo, apenas un momento después, Ranko, la superior de Nao, ordenó lo contrario. En aquella diatriva tan confusa, solo había una forma de proceder. Los que querían huir o ayudar a huir, empezaron a retirarse, y los salvajes que querían más sangre, se quedaron a pelear. Pero, a grandes rasgos, se estaban dividiendo. Una parte se iba atrás y la otra intentaba avanzar a pesar de las heridas.
Sakumi no tuvo ese problema. Obedeció la orden de su superior, sin rechistar. Sabía lo que le había ordenado y fue lo que llevo a cabo. Empezó a acercarse a los más heridos, en busca de alguien a quien pudiese salvar con sus habilidades.
— ¡Retirada!
— ¿No has oído a la kusajin? ¡Hay que quedarse a pelear!
— ¡No hay nada que pelear! ¡Hay que replegarse antes de que vuelvan a bombardearnos!
— ¡Dejad de discutir!
El caos no hacía más que crecer. Las ordenes contradictorias y la falta de ordenes de arriba dejaba al ejercito en manos de los capitanes más cercanos y de cualquiera que tuviera la capacidad de ordenar, siendo realistas. Tras esa explosión contaban menos los rangos y más las palabras, y todos oían a quien querían oír. En resumen, no había ningún tipo de unidad y el ejercito de Kurama estaba aprovechando esa ventaja.
En el horizonte apareció una figura. No era una figura imponente, no era una figura amenazante, no era alto, no era fuerte, no era bajo, no era flojo. Podría ser literalmente un chunin cualquier de cualquiera de las villas. Sin embargo, su pelo grisaceo, ni corto ni largo, y sus ojos amarillos, le daban ese toque excentrico que uno esperaría encontrar en los generales de Kurama.
A cierta distancia de allí, un ninja fue a actualizar la situación al General de Kurama, que se encontraba resollando, junto a la mujer de ojos verdes y Hakai y Ken. Nadie parecía tener ningún problema con que les oyesen.
—¡Mi General! ¡Nuestro flanco izquierdo está teniendo dificultades! ¡La Bijūdama no terminó de alcanzar al enemigo por aquella zona y…! —Tragó saliva antes de continuar—. Hay… Hay una mujer, mi General.
—¿Una mujer? Explícate —exigió la mujer, más impaciente que su General.
—Esto… Una mujer sin brazo. Está… Bueno, nos está diezmando. Un poco.
—¿Sin brazo? Y os está diezmando, ¿dices?
—Si usted la viese… Es… Es… ¡ES UN JODIDO MONSTRUO! ¡UNA AUTÉNTICA MÁQUINA DE MATAR!
—¡Qué me estás con…!
La mujer se interrumpió cuando el General alzó una mano.
—Hakkai. Ken —dijo, con voz tranquila, como si estuviesen debatiendo sobre el próximo movimiento de una pieza del shogi y no de la guerra—. Id y ocupaos de la manca. Ruhara —dijo, refiriéndose a la mujer de ojos verdes—, avisa a los escuadrones de combate. Que nos abran paso al corazón del ejército enemigo. Terminemos nuestra misión.
Tanto Hakai como Ken asintieron y desaparecieron de la vista de todos. Se volteó a mirar a los alrededores, rápidamente detectando que las personas más fuertes o más enteras del lugar eran Nao, Ranko y Lyndis. Gesticuló a su segunda al mando.
— Ruhara, encargate de esos. Te apoyaré desde aquí y en cuanto me recupere del todo acabaremos con esto. — su tono era neutro, su expresión, vacía.
Sakumi no tuvo ese problema. Obedeció la orden de su superior, sin rechistar. Sabía lo que le había ordenado y fue lo que llevo a cabo. Empezó a acercarse a los más heridos, en busca de alguien a quien pudiese salvar con sus habilidades.
— ¡Retirada!
— ¿No has oído a la kusajin? ¡Hay que quedarse a pelear!
— ¡No hay nada que pelear! ¡Hay que replegarse antes de que vuelvan a bombardearnos!
— ¡Dejad de discutir!
El caos no hacía más que crecer. Las ordenes contradictorias y la falta de ordenes de arriba dejaba al ejercito en manos de los capitanes más cercanos y de cualquiera que tuviera la capacidad de ordenar, siendo realistas. Tras esa explosión contaban menos los rangos y más las palabras, y todos oían a quien querían oír. En resumen, no había ningún tipo de unidad y el ejercito de Kurama estaba aprovechando esa ventaja.
En el horizonte apareció una figura. No era una figura imponente, no era una figura amenazante, no era alto, no era fuerte, no era bajo, no era flojo. Podría ser literalmente un chunin cualquier de cualquiera de las villas. Sin embargo, su pelo grisaceo, ni corto ni largo, y sus ojos amarillos, le daban ese toque excentrico que uno esperaría encontrar en los generales de Kurama.
A cierta distancia de allí, un ninja fue a actualizar la situación al General de Kurama, que se encontraba resollando, junto a la mujer de ojos verdes y Hakai y Ken. Nadie parecía tener ningún problema con que les oyesen.
—¡Mi General! ¡Nuestro flanco izquierdo está teniendo dificultades! ¡La Bijūdama no terminó de alcanzar al enemigo por aquella zona y…! —Tragó saliva antes de continuar—. Hay… Hay una mujer, mi General.
—¿Una mujer? Explícate —exigió la mujer, más impaciente que su General.
—Esto… Una mujer sin brazo. Está… Bueno, nos está diezmando. Un poco.
—¿Sin brazo? Y os está diezmando, ¿dices?
—Si usted la viese… Es… Es… ¡ES UN JODIDO MONSTRUO! ¡UNA AUTÉNTICA MÁQUINA DE MATAR!
—¡Qué me estás con…!
La mujer se interrumpió cuando el General alzó una mano.
—Hakkai. Ken —dijo, con voz tranquila, como si estuviesen debatiendo sobre el próximo movimiento de una pieza del shogi y no de la guerra—. Id y ocupaos de la manca. Ruhara —dijo, refiriéndose a la mujer de ojos verdes—, avisa a los escuadrones de combate. Que nos abran paso al corazón del ejército enemigo. Terminemos nuestra misión.
Tanto Hakai como Ken asintieron y desaparecieron de la vista de todos. Se volteó a mirar a los alrededores, rápidamente detectando que las personas más fuertes o más enteras del lugar eran Nao, Ranko y Lyndis. Gesticuló a su segunda al mando.
— Ruhara, encargate de esos. Te apoyaré desde aquí y en cuanto me recupere del todo acabaremos con esto. — su tono era neutro, su expresión, vacía.