22/05/2022, 23:40
Apenas se había recuperado de las heridas gracias a aquella kunoichi médica, Lyndis había vuelto a meterse de cabeza en todo el meollo de la peor forma posible. Ranko por su parte, consiguió evitarlo a tiempo, y avanzar hasta un nuevo objetivo. Pero la peli plateada por su parte había recibido todo el impacto de lleno, consiguiendo mantenerse el pie casi de suerte mientras sus piernas levantaban algo de barro y la hundían al ser desplazada por el estallido. Ahora su ropa por lo menos volvía a estar limpia, aunque estaba empapada de nuevo desde los pies hasta la cabeza, y sus cabellos caían por su rostro de la misma forma que lo hacían las perlas de agua restantes.
Le costaba mantenerse en pie, jadeaba y tenía la mirada nublada, a la vez que sentía como sus fuerzas abandonaban su cuerpo poco a poco. Apenas podía mantenerse rígida o recta en el sitio, y sus hombros y columna estaban arqueados hacia delante mientras sus brazos colgaban doloridos por la explosión de agua. Debía retirarse, debía llevarse a Ranko de aquel lugar.
Debía huir.
Aquel pensamiento atravesó tanto su mente como su cuerpo, de la misma manera que lo habría hecho la más afilada de las flechas sin dejar ninguna marca más allá que el agujero que hubiera dejado al penetrar en la carne. ¿Debía huir como hizo en el Valle de las Aguas Termales? ¿Y dejar a todo el mundo allí a su suerte? Por su culpa, aquel misterioso hombre se había llevado una familia entera que no tenía nada que ver con ella, tan solo para intentar cazarla. Claro, debía huir, ¿no? Como una cobarde con el rabo entre las piernas. Debía de huir una vez más, y rezar por mantenerse con vida mientras recordaba aquella nueva humillación mientras respirase día tras día, para seguramente, si moría, arrepentirse profundamente en la otra vida. Puede que solamente sobreviviera unos minutos debido al lugar en el que estaba, pero si esos minutos podía dedicarlos a luchar, al menos no se arrepentiría.
Pero los Dioses no huyen ante la adversidad. Los Dioses luchan hasta su último aliento, y forjan de esa manera sus leyendas.
Apretó los puños, de la misma forma que lo hizo en su mandíbula, flexionando sus músculos. Sus ojos volvieron a tornarse blancos y su piel volvió a tomar un color rojizo.
Ranko había ido directamente a por quien parecía estar al mando allí, aquel chico bajito de cabellos pálidos. La chica seguramente intentaría interceptar a Ranko, pues no parecía que quisiera que los "mortales" tocaran a su señor. Lyndis avanzó hasta ella, dando un salto a mitad de camino para con la carrerilla, plantarle una patada en todo el rostro a la chica (40 PV).
Le costaba mantenerse en pie, jadeaba y tenía la mirada nublada, a la vez que sentía como sus fuerzas abandonaban su cuerpo poco a poco. Apenas podía mantenerse rígida o recta en el sitio, y sus hombros y columna estaban arqueados hacia delante mientras sus brazos colgaban doloridos por la explosión de agua. Debía retirarse, debía llevarse a Ranko de aquel lugar.
Debía huir.
Aquel pensamiento atravesó tanto su mente como su cuerpo, de la misma manera que lo habría hecho la más afilada de las flechas sin dejar ninguna marca más allá que el agujero que hubiera dejado al penetrar en la carne. ¿Debía huir como hizo en el Valle de las Aguas Termales? ¿Y dejar a todo el mundo allí a su suerte? Por su culpa, aquel misterioso hombre se había llevado una familia entera que no tenía nada que ver con ella, tan solo para intentar cazarla. Claro, debía huir, ¿no? Como una cobarde con el rabo entre las piernas. Debía de huir una vez más, y rezar por mantenerse con vida mientras recordaba aquella nueva humillación mientras respirase día tras día, para seguramente, si moría, arrepentirse profundamente en la otra vida. Puede que solamente sobreviviera unos minutos debido al lugar en el que estaba, pero si esos minutos podía dedicarlos a luchar, al menos no se arrepentiría.
Pero los Dioses no huyen ante la adversidad. Los Dioses luchan hasta su último aliento, y forjan de esa manera sus leyendas.
Apretó los puños, de la misma forma que lo hizo en su mandíbula, flexionando sus músculos. Sus ojos volvieron a tornarse blancos y su piel volvió a tomar un color rojizo.
Ranko había ido directamente a por quien parecía estar al mando allí, aquel chico bajito de cabellos pálidos. La chica seguramente intentaría interceptar a Ranko, pues no parecía que quisiera que los "mortales" tocaran a su señor. Lyndis avanzó hasta ella, dando un salto a mitad de camino para con la carrerilla, plantarle una patada en todo el rostro a la chica (40 PV).
¡Gracias a Ranko por el avatar!