27/05/2022, 18:28
"No, no, no, ¡No!"
Ranko llevó sus manos a su portaobjetos y lanzó tres shuriken al brazo del peliblanco [-8 o -12PV cada uno]. Quería hacerle cambiar la dirección de su filo. Quería que la punta de su hueso se desviara, tan solo un poquito, quería que rozara el corazón de Nao, y no lo perforara.
Sin embargo, no pudo ver si lo había logrado o no, pues sintió un empujón más y cayó al suelo, débil. Y cuando se preguntaba qué había sido eso, el tiempo se detuvo.
Y Lyndis cayó por una eternidad ante los ojos de Ranko. Se había distraído de la otra enemiga, se había olvidado de ella por haberse enfocado en quien parecía el líder. Le había concedido el deseo a su amada de luchar uno contra uno. ¿Cómo había sido Ranko tan tonta? ¡Tenían que combatir en equipo, y dejar los juegos para después!
"No."
Ranko gateó en el agua y el barro hasta Lyndis y levantó su cabeza con suavidad.
—Waai... Chan... —susurró Ranko con voz quebradiza.
La ogresa ya no era roja, pero sí estaba rodeada de escarlata, como si el rojo de su furia se hubiese lavado y ahora se diluyera en los arrozales.
—L-levántate... Waai-chan... No... Levántate... P-por favor...
Ranko olvidó el cansancio, el dolor de su pierna, su trenza chamuscada. Olvidó que estaba en medio del campo de batalla, y que Nao podría compartir el destino de Lyndis. Olvidó que estaba rodeada de enemigos. Por un momento, para ella sólo existió su amada Lyndis, con la vida escapándosele del cuerpo.
Su calma se quebró. Su voluntad flaqueó. Sus ganas de pelear se desvanecieron. Y lloró y gritó. Sabía que era una guerra, una batalla a muerte, que tanto ella como cualquiera de sus amigos podría caer. Lo sabía. Su madre le hizo jurar que lo entendía. ¿Por qué se rompía ante Lyndis, entonces? ¿Por qué se quedaba reducida a un gazapo indefenso y llorón?
¿Acaso era porque, una vez más, era su culpa ver a Lyndis herida?
Ranko gritó.
Ranko llevó sus manos a su portaobjetos y lanzó tres shuriken al brazo del peliblanco [-8 o -12PV cada uno]. Quería hacerle cambiar la dirección de su filo. Quería que la punta de su hueso se desviara, tan solo un poquito, quería que rozara el corazón de Nao, y no lo perforara.
Sin embargo, no pudo ver si lo había logrado o no, pues sintió un empujón más y cayó al suelo, débil. Y cuando se preguntaba qué había sido eso, el tiempo se detuvo.
Y Lyndis cayó por una eternidad ante los ojos de Ranko. Se había distraído de la otra enemiga, se había olvidado de ella por haberse enfocado en quien parecía el líder. Le había concedido el deseo a su amada de luchar uno contra uno. ¿Cómo había sido Ranko tan tonta? ¡Tenían que combatir en equipo, y dejar los juegos para después!
"No."
Ranko gateó en el agua y el barro hasta Lyndis y levantó su cabeza con suavidad.
—Waai... Chan... —susurró Ranko con voz quebradiza.
La ogresa ya no era roja, pero sí estaba rodeada de escarlata, como si el rojo de su furia se hubiese lavado y ahora se diluyera en los arrozales.
—L-levántate... Waai-chan... No... Levántate... P-por favor...
Ranko olvidó el cansancio, el dolor de su pierna, su trenza chamuscada. Olvidó que estaba en medio del campo de batalla, y que Nao podría compartir el destino de Lyndis. Olvidó que estaba rodeada de enemigos. Por un momento, para ella sólo existió su amada Lyndis, con la vida escapándosele del cuerpo.
Su calma se quebró. Su voluntad flaqueó. Sus ganas de pelear se desvanecieron. Y lloró y gritó. Sabía que era una guerra, una batalla a muerte, que tanto ella como cualquiera de sus amigos podría caer. Lo sabía. Su madre le hizo jurar que lo entendía. ¿Por qué se rompía ante Lyndis, entonces? ¿Por qué se quedaba reducida a un gazapo indefenso y llorón?
¿Acaso era porque, una vez más, era su culpa ver a Lyndis herida?
Ranko gritó.
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