11/09/2022, 14:37
Cada gota de agua que cae sobre un lago produce pequeñas ondas. En eso estaban ahora. En las consecuencias directas de un acto blasfemo e imperdonable. La guerra contra el verdadero dios de Onindo, Kurama.
Ranko, Jun y Toshio se despertaron prácticamente al unísono cuando una voz empezó a hablar cerca suyo.
— Kansha Sayuri. Genin de Kusagakure. Diecisiete años. Ninja médica. Elemento Futon. ¿Es todo correcto?
Cuando abriesen los ojos verían oscuridad, principalmente, y una luz bailante justo detrás de la interlocutora, que se encontraba a unos cinco metros de ellos. Se trataba de una mujer que conocían. Largo cabello rojizo con un mechón rizado en su mejilla izquierda y ojos verdes fijados en la chica con la que hablaba. Se trataba de Ruhara, la segunda al mando de Marrow. En el campo de batalla la habían visto con una túnica oscura y ahora vestía una camiseta de tirantes casi completamente embarrada y parecía acalorada, como si no hubiese parado ni un segundo. En la misma mejilla donde tenía el mechón rebelde, tenía una tirita que le cubría gran parte de ella.
Estaba sentada sobre una caja y hablaba con una chica de largos cabellos blancos que se encontraba con las manos esposadas a la espalda y atada a un pilar de tierra. El pilar era de base cuadrada y ascendía unos cuatro metros. Igual que esa chica, ellos estaban esposados y atados a un pilar. Ranko y Toshio en un pilar distinto a varios metros del otro, Jun estaba justo al lado de la chica. Aparte de ellos, habían dos chicos más, atados en lados opuestos del pilar de Ranko y Toshio. Uno miraba a Ruhara nervioso, pero sin decir nada y el otro estaba con los ojos cerrados, inconsciente o dormido, porque respiraba. Lo que había sobre sus cabezas no era el cielo, sino una lona que parecía engancharse al suelo y levantarse por los pilares.
— Sí... — la chica se incorporó un poco y carraspeó, Ruhara ni se inmutó por ello. — Sí.
Su respuesta fue clara y concisa. Su mirada se clavó en Ruhara y Ruhara se la devolvió. Ninguna la apartó durante unos largos segundos antes de que su captor la bajase al pergamino que tenía entre las manos y de donde estaba leyendo la información.
— Dicen que estabas tratando heridos de ambos bandos cuando te apresaron.
La cabellera blanca de Sayuri estaba completamente despeinada y en la parte más baja, que le llegaba hasta la mitad de las espalda, tenía barro, pero sobre todo, sangre seca. Sus ojos dorados seguían clavados en Ruhara, pero una mueca en su rostro dejó claro que el comentario la había molestado.
— Soy médica, curo gente herida. En ninguna clase me dijeron que no curase según ideales. — le apartó la mirada al fin.
— He visto algunas de las curas que has hecho. Son realmente buenas. No pareces una chica recien salida de la academia. Incluso operaste en unos minutos a un ninja de Uzu y estaba francamente mejor que una operacion de horas hecha por un médico común.
— No soy buena con nada más que la medicina. Y operar es francamente sencillo cuando el paciente ya está medio abierto.
Hubo un nuevo silencio, sin contacto visual esta vez. Sayuri parecía estar dolida y Ruhara leía su pergamino.
— Aquí dice que te entregaste voluntariamente después de que te dejasen acabar de tratar a un herido. ¿Estás herida o llegaste a recibir algún daño?
Sayuri volvió a alzarle la mirada. Más interesada que otra cosa.
— No, no me alcanzó la bijuudama y después de eso, nadie atacó a los médicos que estaban cerca. No fui la única que intentó salvar a cuantos pudiese.
— Bien, me alegro. Te seré sincera, Kansha-san. Hay muchos heridos, entre nuestras filas y prisioneros. Ya no es solo que no demos a basto con nuestros médicos, es que vienen de la batalla y necesitan un respiro, unas horas de sueño o incluso comer. ¿Nos echarías una mano? — los ojos de Ruhara brillaron con una sinceridad que era dificil de contradecir.
Parecía realmente desesperada y con una situación cuanto menos delicada. A pesar de que Sayuri no era tan inocente, tampoco tenía muchas más opciones.
— Claro. Si puedo ayudar, lo haré. — dijo mientras se encogía de hombros.
— Bien, me alegro. Muchas gracias. — se levantó de inmediato y le hizo una señal a alguien detrás de ella.
Al parecer, había un guardia de pie a pocos metros que era casi invisible en la oscuridad que reinaba más allá del pequeño farolillo que iluminaba a Sayuri y Ruhara.
— Sueltala, devuelvele sus cosas y llevala a que coma algo. Le diré a uno de nuestros médicos que le explique un poco cómo funciona todo.
El guardia titubeó.
— ¿Está segura, Ruhara-sama?
Ruhara, que había dado la orden sin girarse, encaró al hombre.
— No hagas esas mierdas de cuestionar ordenes que te acabó de dar y que te repetiré porque obviamente es lo que te he dicho que hagas. Pierdes mi tiempo, el suyo y el de los heridos. Sí, estoy segura. Ahora haz eso y vuelve mientras hablo con la siguiente.
Tras un breve asentimiento, eso fue lo que hizo. Sayuri no hizo ningún movimiento brusco ni nada más que acariciarse las muñecas. Siguió al guardia como se le ordenó y dedicó una sola mirada triste al resto antes de marcharse decidida. Al verla de pie, se darían cuenta de que llevaba una camisa de manga corta y unos pantalones y nada más. No tenía portaobjetos, ni botas ni un solo accesorio. Al igual que ellos, no tenían sus peinados habituales ni su vestimenta ni sus bandanas ni ningún arma. Ni dentro ni fuera de su cuerpo. Todos vestían los mismos harapos. Debajo de estos, todos habían sido tratados y vendados en consecuencia a sus heridas.
Toshio tenía una venda apretada en el pecho, donde se había clavado su propia katana. Los morados de los puñetazos que se había pegado a sí mismo tenían un tono más negruzco que morado por la iluminación. Jun tenía diversas tiritas en los cortes provocados por Marrow, así como gasas en las zonas quemadas por el chakra del Kyubi, que no eran pocas. Aún así, eso apenas le dolía, porque había un importante amasijo de dolor en su meñique, o en el vacio que había dejado, más bien.
Ranko era con diferencia la que peor estaba. Tenía todo el hombro izquierdo vendado y el brazo inmovilizado frente a ella. Era la única que tenía las manos esposadas por delante. Con la adrenalina del combate había podido aguantarlo, pero ahora sentía el dolor en el hombro. Cómo la habían penetrado practicamente al comienzo de la batalla, perforando hueso, musculo y carne sin piedad. Apenas sentía el brazo y moverlo era un sinfin de dolor. Además de su hombro, tenía golpes, cortes y quemaduras. Sus piernas estaban vendadas casi enteras y sus tobillos esposados también. A diferencia de Jun, el dolor de su pulgar ausente no ocultaba el del hombro, lo acompañaba. A veces el pinchazo de dolor venía del hombro y otras del pulgar.
Ruhara cogió la caja y la movió enfrente de Jun, después fue a por el farolillo e hizo lo mismo, colocandolo a un lado para que las iluminase a ambas. Ninguna de las dos cosas estaba al alcance de la amejin.
— Nara Jun del clan Nara. Genin de Amegakure. Dieciseis años. Ninja especialista. ¿Es correcto?
Igual que había hecho con Sayuri, Ruhara alzó la mirada, buscando la de su prisionera.
Ranko, Jun y Toshio se despertaron prácticamente al unísono cuando una voz empezó a hablar cerca suyo.
— Kansha Sayuri. Genin de Kusagakure. Diecisiete años. Ninja médica. Elemento Futon. ¿Es todo correcto?
Cuando abriesen los ojos verían oscuridad, principalmente, y una luz bailante justo detrás de la interlocutora, que se encontraba a unos cinco metros de ellos. Se trataba de una mujer que conocían. Largo cabello rojizo con un mechón rizado en su mejilla izquierda y ojos verdes fijados en la chica con la que hablaba. Se trataba de Ruhara, la segunda al mando de Marrow. En el campo de batalla la habían visto con una túnica oscura y ahora vestía una camiseta de tirantes casi completamente embarrada y parecía acalorada, como si no hubiese parado ni un segundo. En la misma mejilla donde tenía el mechón rebelde, tenía una tirita que le cubría gran parte de ella.
Estaba sentada sobre una caja y hablaba con una chica de largos cabellos blancos que se encontraba con las manos esposadas a la espalda y atada a un pilar de tierra. El pilar era de base cuadrada y ascendía unos cuatro metros. Igual que esa chica, ellos estaban esposados y atados a un pilar. Ranko y Toshio en un pilar distinto a varios metros del otro, Jun estaba justo al lado de la chica. Aparte de ellos, habían dos chicos más, atados en lados opuestos del pilar de Ranko y Toshio. Uno miraba a Ruhara nervioso, pero sin decir nada y el otro estaba con los ojos cerrados, inconsciente o dormido, porque respiraba. Lo que había sobre sus cabezas no era el cielo, sino una lona que parecía engancharse al suelo y levantarse por los pilares.
— Sí... — la chica se incorporó un poco y carraspeó, Ruhara ni se inmutó por ello. — Sí.
Su respuesta fue clara y concisa. Su mirada se clavó en Ruhara y Ruhara se la devolvió. Ninguna la apartó durante unos largos segundos antes de que su captor la bajase al pergamino que tenía entre las manos y de donde estaba leyendo la información.
— Dicen que estabas tratando heridos de ambos bandos cuando te apresaron.
La cabellera blanca de Sayuri estaba completamente despeinada y en la parte más baja, que le llegaba hasta la mitad de las espalda, tenía barro, pero sobre todo, sangre seca. Sus ojos dorados seguían clavados en Ruhara, pero una mueca en su rostro dejó claro que el comentario la había molestado.
— Soy médica, curo gente herida. En ninguna clase me dijeron que no curase según ideales. — le apartó la mirada al fin.
— He visto algunas de las curas que has hecho. Son realmente buenas. No pareces una chica recien salida de la academia. Incluso operaste en unos minutos a un ninja de Uzu y estaba francamente mejor que una operacion de horas hecha por un médico común.
— No soy buena con nada más que la medicina. Y operar es francamente sencillo cuando el paciente ya está medio abierto.
Hubo un nuevo silencio, sin contacto visual esta vez. Sayuri parecía estar dolida y Ruhara leía su pergamino.
— Aquí dice que te entregaste voluntariamente después de que te dejasen acabar de tratar a un herido. ¿Estás herida o llegaste a recibir algún daño?
Sayuri volvió a alzarle la mirada. Más interesada que otra cosa.
— No, no me alcanzó la bijuudama y después de eso, nadie atacó a los médicos que estaban cerca. No fui la única que intentó salvar a cuantos pudiese.
— Bien, me alegro. Te seré sincera, Kansha-san. Hay muchos heridos, entre nuestras filas y prisioneros. Ya no es solo que no demos a basto con nuestros médicos, es que vienen de la batalla y necesitan un respiro, unas horas de sueño o incluso comer. ¿Nos echarías una mano? — los ojos de Ruhara brillaron con una sinceridad que era dificil de contradecir.
Parecía realmente desesperada y con una situación cuanto menos delicada. A pesar de que Sayuri no era tan inocente, tampoco tenía muchas más opciones.
— Claro. Si puedo ayudar, lo haré. — dijo mientras se encogía de hombros.
— Bien, me alegro. Muchas gracias. — se levantó de inmediato y le hizo una señal a alguien detrás de ella.
Al parecer, había un guardia de pie a pocos metros que era casi invisible en la oscuridad que reinaba más allá del pequeño farolillo que iluminaba a Sayuri y Ruhara.
— Sueltala, devuelvele sus cosas y llevala a que coma algo. Le diré a uno de nuestros médicos que le explique un poco cómo funciona todo.
El guardia titubeó.
— ¿Está segura, Ruhara-sama?
Ruhara, que había dado la orden sin girarse, encaró al hombre.
— No hagas esas mierdas de cuestionar ordenes que te acabó de dar y que te repetiré porque obviamente es lo que te he dicho que hagas. Pierdes mi tiempo, el suyo y el de los heridos. Sí, estoy segura. Ahora haz eso y vuelve mientras hablo con la siguiente.
Tras un breve asentimiento, eso fue lo que hizo. Sayuri no hizo ningún movimiento brusco ni nada más que acariciarse las muñecas. Siguió al guardia como se le ordenó y dedicó una sola mirada triste al resto antes de marcharse decidida. Al verla de pie, se darían cuenta de que llevaba una camisa de manga corta y unos pantalones y nada más. No tenía portaobjetos, ni botas ni un solo accesorio. Al igual que ellos, no tenían sus peinados habituales ni su vestimenta ni sus bandanas ni ningún arma. Ni dentro ni fuera de su cuerpo. Todos vestían los mismos harapos. Debajo de estos, todos habían sido tratados y vendados en consecuencia a sus heridas.
Toshio tenía una venda apretada en el pecho, donde se había clavado su propia katana. Los morados de los puñetazos que se había pegado a sí mismo tenían un tono más negruzco que morado por la iluminación. Jun tenía diversas tiritas en los cortes provocados por Marrow, así como gasas en las zonas quemadas por el chakra del Kyubi, que no eran pocas. Aún así, eso apenas le dolía, porque había un importante amasijo de dolor en su meñique, o en el vacio que había dejado, más bien.
Ranko era con diferencia la que peor estaba. Tenía todo el hombro izquierdo vendado y el brazo inmovilizado frente a ella. Era la única que tenía las manos esposadas por delante. Con la adrenalina del combate había podido aguantarlo, pero ahora sentía el dolor en el hombro. Cómo la habían penetrado practicamente al comienzo de la batalla, perforando hueso, musculo y carne sin piedad. Apenas sentía el brazo y moverlo era un sinfin de dolor. Además de su hombro, tenía golpes, cortes y quemaduras. Sus piernas estaban vendadas casi enteras y sus tobillos esposados también. A diferencia de Jun, el dolor de su pulgar ausente no ocultaba el del hombro, lo acompañaba. A veces el pinchazo de dolor venía del hombro y otras del pulgar.
Ruhara cogió la caja y la movió enfrente de Jun, después fue a por el farolillo e hizo lo mismo, colocandolo a un lado para que las iluminase a ambas. Ninguna de las dos cosas estaba al alcance de la amejin.
— Nara Jun del clan Nara. Genin de Amegakure. Dieciseis años. Ninja especialista. ¿Es correcto?
Igual que había hecho con Sayuri, Ruhara alzó la mirada, buscando la de su prisionera.