9/11/2022, 20:04
(Última modificación: 9/11/2022, 20:06 por Amedama Daruu. Editado 1 vez en total.)
Shukaku era un sádico. Toda la vida, en Uzushiogakure, se había considerado a los bijūs como unos monstruos. Las nuevas ideologías estaban intentando cambiar eso —sobretodo porque entre sus hermanos Kurama contaba con enemigos de su talla, como el toro-pulpo que Uzushiogakure tenía durmiendo en el fondo del mar, cerca de sus costas—. Pero Umi no tuvo ninguna duda de que, al menos, aquél hijo de puta era la definición perfecta de monstruo. Se cuidó bien de guardarse el vómito para sí misma tratando de ignorar el olor y mirar siempre al horizonte.
Hayato se ofreció, con bastante entereza, para perseguir a los ejércitos de Kurama y tratar de dar con ellos, y comprobar si había o no supervivientes.
De pronto, Shukaku desapareció. Pese a la advertencia de Datsue, ambas hermanas cayeron al suelo.
—Suzaku... ¿e... estás bien? —dijo Umi. Pero apenas hubo pronunciado la pregunta, uno de los brazos de Datsue, convertido en arena, las alzó en el aire—. ¿¡Eh!? ¡Espe...!
Shukaku había vuelto, y ellas estaban en su mano. Para ser un ser tan cruel, las dejó con una terrorífica delicadeza encima del hombro. Y luego... luego tuvieron que agarrarse.
Umi quería gritar. Quería llorar. Todo aquello les venía muy grande.
Literalmente.
—¡Suerte con el aterrizaje, chicas!
Umi estaba completamente abstraída. Shukaku la despertó de la inopia, y de nuevo las dos hermanas cayeron y chocaron contra el suelo. Umi chasqueó la lengua contra el paladar con fastidio y se levantó con lentitud.
—Lo siento —Datsue lucía un aspecto terriblemente funerario. Sus ojos estaban sangrando. Umi sabía por qué. Su padre se lo había contado: el terrible secreto del Mangekyō Sharingan. Nacido de la desgracia, se alimenta de la vista de una, y la acaba volviendo ciega. Su padre había perdido parte. Decía que unas gafas no ayudarían.
Pero Umi estaba viendo por primera vez unos ojos que sangraban. Uchiha Datsue estaba consumiéndose por dentro. Sacrificándose... por ellos.
—No... lo siento yo... —musitó Umi, la cabeza gacha. Tan sólo Suzaku fue capaz de oírla.
El arrepentimiento se fue con una nueva sorpresa. Datsue había creado lo que a todas luces era un clon de sombras, pero ligeramente... distinto... como si...
—Ese... ¿Ese era Shukaku? —preguntó Suzaku.
—Creo... creo que sí —contestó Umi. Sintió un alivio momentáneo. La presencia de aquella... curiosa personalidad, podía poner nervioso a cualquiera.
Bajo el mando de Datsue, entraron en la estación, que estaba desierta. «Y de los que hay, no me fío. Yo habría salido corriendo.»
Se detuvo cuando el Uzukage se dio la vuelta. Umi apartó la mirada, incómoda.
—Suzaku, Umi. Hoy habéis luchado valientemente —dijo, dándose la vuelta—. No os debería haber pedido tanto. No… Ni tan siquiera Uzu debería haberos pedido tanto.
»Habéis hecho más que suficiente. No voy a pediros también que vengáis a enfrentaros al mayor peligro de Ōnindo. No cuando tú no crees en Uzu, Umi. No cuando tú, Suzaku… —negó con la cabeza, interrumpiéndose—. Escuchad, esperad aquí y pillad el primer tren a Yamiria. Esperad a tener noticias de lo que ha pasado y después… Hablad —dijo, y sus ojos se clavaron en los de Umi—. Hablad, y si después de eso no queréis volver a Uzu… Tenéis mi bendición. Nadie irá a buscaros. Nadie os llamará a la puerta. Os debo eso. Al menos, os debo eso.
Umi tardó unos segundos en responder. Su corazón latía acelerado, y su espíritu chillaba, de dolor y de no tener espacio para más dudas.
—Uchiha Datsue... —comenzó. Las palabras eran un doloroso nudo en su garganta—. ...eres el mejor líder que Uzushiogakure ha conocido en toda su historia. Quizás el único bueno...
»Quizás el único...
»...quizás lo único que hacía falta para que me preocupase de algo esa puta aldea. —Y allí mismo, Umi se echó a llorar en brazos de su hermana menor. Se mantuvo firme. Quería evitar que Suzaku fuese con él. Porque sabía lo mucho que le admiraba.
Pero aún así, no se sentía preparada para enfrentarse de nuevo a los horrores. Si sus subordinados eran fuertes, ¿qué serían ellas para aquél maldito zorro?
No. Tan sólo serían un estorbo.
Fueron sobresaltados por una extraña y siseante voz femenina. Umi casi dio un brinco. Se limpió las lágrimas, e instintivamente se puso en guardia y retrocedió a espaldas de Datsue. No, no se fiaba de los pocos que habían quedado en aquella estación. Pero aquella presencia que ahora en solitario les acompañaba era especialmente inquietante.
—Uzukage-sama. —Quizás se sorprenderían porque Umi utilizase aquella expresión—. ¿Podría ser... un General de Kurama? Ten cuidado.
Hayato se ofreció, con bastante entereza, para perseguir a los ejércitos de Kurama y tratar de dar con ellos, y comprobar si había o no supervivientes.
De pronto, Shukaku desapareció. Pese a la advertencia de Datsue, ambas hermanas cayeron al suelo.
—Suzaku... ¿e... estás bien? —dijo Umi. Pero apenas hubo pronunciado la pregunta, uno de los brazos de Datsue, convertido en arena, las alzó en el aire—. ¿¡Eh!? ¡Espe...!
¡¡¡PLUUFFF!!!
Shukaku había vuelto, y ellas estaban en su mano. Para ser un ser tan cruel, las dejó con una terrorífica delicadeza encima del hombro. Y luego... luego tuvieron que agarrarse.
Umi quería gritar. Quería llorar. Todo aquello les venía muy grande.
Literalmente.
· · ·
—¡Suerte con el aterrizaje, chicas!
Umi estaba completamente abstraída. Shukaku la despertó de la inopia, y de nuevo las dos hermanas cayeron y chocaron contra el suelo. Umi chasqueó la lengua contra el paladar con fastidio y se levantó con lentitud.
—Lo siento —Datsue lucía un aspecto terriblemente funerario. Sus ojos estaban sangrando. Umi sabía por qué. Su padre se lo había contado: el terrible secreto del Mangekyō Sharingan. Nacido de la desgracia, se alimenta de la vista de una, y la acaba volviendo ciega. Su padre había perdido parte. Decía que unas gafas no ayudarían.
Pero Umi estaba viendo por primera vez unos ojos que sangraban. Uchiha Datsue estaba consumiéndose por dentro. Sacrificándose... por ellos.
—No... lo siento yo... —musitó Umi, la cabeza gacha. Tan sólo Suzaku fue capaz de oírla.
El arrepentimiento se fue con una nueva sorpresa. Datsue había creado lo que a todas luces era un clon de sombras, pero ligeramente... distinto... como si...
—Ese... ¿Ese era Shukaku? —preguntó Suzaku.
—Creo... creo que sí —contestó Umi. Sintió un alivio momentáneo. La presencia de aquella... curiosa personalidad, podía poner nervioso a cualquiera.
Bajo el mando de Datsue, entraron en la estación, que estaba desierta. «Y de los que hay, no me fío. Yo habría salido corriendo.»
Se detuvo cuando el Uzukage se dio la vuelta. Umi apartó la mirada, incómoda.
—Suzaku, Umi. Hoy habéis luchado valientemente —dijo, dándose la vuelta—. No os debería haber pedido tanto. No… Ni tan siquiera Uzu debería haberos pedido tanto.
»Habéis hecho más que suficiente. No voy a pediros también que vengáis a enfrentaros al mayor peligro de Ōnindo. No cuando tú no crees en Uzu, Umi. No cuando tú, Suzaku… —negó con la cabeza, interrumpiéndose—. Escuchad, esperad aquí y pillad el primer tren a Yamiria. Esperad a tener noticias de lo que ha pasado y después… Hablad —dijo, y sus ojos se clavaron en los de Umi—. Hablad, y si después de eso no queréis volver a Uzu… Tenéis mi bendición. Nadie irá a buscaros. Nadie os llamará a la puerta. Os debo eso. Al menos, os debo eso.
Umi tardó unos segundos en responder. Su corazón latía acelerado, y su espíritu chillaba, de dolor y de no tener espacio para más dudas.
—Uchiha Datsue... —comenzó. Las palabras eran un doloroso nudo en su garganta—. ...eres el mejor líder que Uzushiogakure ha conocido en toda su historia. Quizás el único bueno...
»Quizás el único...
»...quizás lo único que hacía falta para que me preocupase de algo esa puta aldea. —Y allí mismo, Umi se echó a llorar en brazos de su hermana menor. Se mantuvo firme. Quería evitar que Suzaku fuese con él. Porque sabía lo mucho que le admiraba.
Pero aún así, no se sentía preparada para enfrentarse de nuevo a los horrores. Si sus subordinados eran fuertes, ¿qué serían ellas para aquél maldito zorro?
No. Tan sólo serían un estorbo.
Fueron sobresaltados por una extraña y siseante voz femenina. Umi casi dio un brinco. Se limpió las lágrimas, e instintivamente se puso en guardia y retrocedió a espaldas de Datsue. No, no se fiaba de los pocos que habían quedado en aquella estación. Pero aquella presencia que ahora en solitario les acompañaba era especialmente inquietante.
—Uzukage-sama. —Quizás se sorprenderían porque Umi utilizase aquella expresión—. ¿Podría ser... un General de Kurama? Ten cuidado.