2/02/2023, 16:32
La abertura era lo suficientemente grande como para que los tres prisioneros pudieran pasar por ella y salir de las mazmorras. Toshio expresó su preocupación porque pudieran verles si se les ocurría escapar utilizando esa vía de escape, pero Hayato no se había encontrado a nadie a bordo en su carrera hasta las mazmorras y, si prestaban la suficiente atención y encontraban algún hueco de silencio entre los gritos de su propio pánico y las exclamaciones de los dos combatientes en alta mar, se darían cuenta de que sus voces eran las únicas a bordo. Es más, si Ranko miraba hacia el horizonte que se abría al frente, se encontraría con la humeante escena de destrucción que la anterior Bijūdama del Shukaku había causado en la costa: tiendas de campaña derribadas o prendidas en llamas, cuerpos que no alcanzaría a saber si estaban muertos o sólo heridos por doquier, sangre...
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El coletazo de Marrow alejó al Shukaku, tal y como pretendía, pero el bijū logró recobrar la estabilidad frenándose a sí mismo con ayuda de su propio chakra.
—¿Te refieres a mi hermano? —preguntó el Una Cola, restregándose una mano por la comisura de la boca para limpiarse los restos de sangre. Entonces soltó una de aquellas escalofriantes risotadas suyas—: ¡JIA JIA JIA! ¿Un Dios, él? ¡JAAÁ! Esa sí que es buena, una gallina depositando su fe en un viejo zorro. Tú confía, confía, que pronto verás dónde terminan tus rezos.
Marrow no respondió. Ni siquiera reaccionó a aquella retorcida sonrisa. Simplemente se le quedó mirando, sin ningún tipo de expresividad en el rostro. Sus ojos hablaban por el: su fe en Kurama era inquebrantable, y nada podría hacer que cambiara de opinión.
—Me gustan los tipos como tú, Marrow. Inexpresivos, que ante nada se inmutan —continuó—. Me gusta porque el sonido que se escucha al quebrar vuestra voluntad y arrancaros los chillidos a base de huesos rotos y mutilaciones es la música más bonita del mundo. Quizá no sea hoy, Marrow. Pero pronto, pronto podrás entonarla.
Los ojos de Marrow viajaron desde los restos del barco, donde los prisioneros debían seguir encarcelados, hacia lo que había sido su campamento de retirada, ahora reducido a simples cenizas. Inspiró hondo, para después soltar el aire por la nariz.
—Eso habrá que verlo.
No las tenía todas consigo, pero aún no había puesto todas las cartas sobre la mesa. Y no les dejaría marchar mientras siguiera respirando. Y, tan pronto terminó de hablar, varios bultos comenzaron a sobresalir de su túnica, por todo su cuerpo. Espículas de hueso puro que rasgaron sus vestiduras por múltiples partes, alzándose hasta treinta centímetros de largo para convertir a Marrow en un auténtico erizo de los pies a la cabeza. Flexionó las rodillas, preparado para actuar.
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El coletazo de Marrow alejó al Shukaku, tal y como pretendía, pero el bijū logró recobrar la estabilidad frenándose a sí mismo con ayuda de su propio chakra.
—¿Te refieres a mi hermano? —preguntó el Una Cola, restregándose una mano por la comisura de la boca para limpiarse los restos de sangre. Entonces soltó una de aquellas escalofriantes risotadas suyas—: ¡JIA JIA JIA! ¿Un Dios, él? ¡JAAÁ! Esa sí que es buena, una gallina depositando su fe en un viejo zorro. Tú confía, confía, que pronto verás dónde terminan tus rezos.
Marrow no respondió. Ni siquiera reaccionó a aquella retorcida sonrisa. Simplemente se le quedó mirando, sin ningún tipo de expresividad en el rostro. Sus ojos hablaban por el: su fe en Kurama era inquebrantable, y nada podría hacer que cambiara de opinión.
—Me gustan los tipos como tú, Marrow. Inexpresivos, que ante nada se inmutan —continuó—. Me gusta porque el sonido que se escucha al quebrar vuestra voluntad y arrancaros los chillidos a base de huesos rotos y mutilaciones es la música más bonita del mundo. Quizá no sea hoy, Marrow. Pero pronto, pronto podrás entonarla.
Los ojos de Marrow viajaron desde los restos del barco, donde los prisioneros debían seguir encarcelados, hacia lo que había sido su campamento de retirada, ahora reducido a simples cenizas. Inspiró hondo, para después soltar el aire por la nariz.
—Eso habrá que verlo.
No las tenía todas consigo, pero aún no había puesto todas las cartas sobre la mesa. Y no les dejaría marchar mientras siguiera respirando. Y, tan pronto terminó de hablar, varios bultos comenzaron a sobresalir de su túnica, por todo su cuerpo. Espículas de hueso puro que rasgaron sus vestiduras por múltiples partes, alzándose hasta treinta centímetros de largo para convertir a Marrow en un auténtico erizo de los pies a la cabeza. Flexionó las rodillas, preparado para actuar.