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Yamatsuki le mostró la palma de la mano, pidiéndole que esperase mientras ella recobraba el aliento.
—Ariba, deja de meterte en fregaos, joder. Siempre tengo que sacartr las castañas del fuego. —La mujer miró a su compañero con una mirada elocuente que pareció decir aquí no. Luego, con cautela, abandonó el callejón y se dirigió hacia el norte. Lejos de aquellos barrios con tan mala pinta. Fue intercalando callejones, y cambiando de transformación al menos en tres ocasiones.
Para cuando llegaron al Corredor de Luciérnagas, volvían a ser ellos mismos. Pero aún así Daruu aguardó hasta que consiguieron refugiarse en la soledad de su habitación.
—Es allí, da igual que vieras más o menos. Ya tenemos el sitio, y la hija de puta salió de la bodega. Comienza la siguiente fase del plan.
»Ya nos hemos metido demasiado en la boca del lobo hoy. Por ahora, debemos dejar pasar unos días. Que las sospechas que hemos levantado se disipen. Que parezca lo que hemos pretendido que parezca: que dos extraños han escapado aterrorizados porque no tenían dinero para invitar a Naoka. Y ya está.
»Luego, vigilaremos los alrededores y seguiremos a la tipa esta, cuando salga, tratando de pillarla en un sitio solitario. La reduciremos y la interrogaremos. Y luego...
Daruu se dio la vuelta y se acercó a la ventana.
—Luego que le rece a Amenokami, porque su vida habrá acabado. —Abrió la ventana—. Ahora a esperar a mis gatos. A ver si han averiguado más cosas.
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Ya en la seguridad de su habitación, los amejin discutieron los matices mas importantes de los próximos pasos a tomar. Seducidos por la cautela, Daruu sugirió tomarse unos días para diluir el posible conato de sospecha y así poder volver al ruedo sin tener que afrontar mayor complicación.
Lo único que les quedó por hacer fue esperar y ocuparse de los quehaceres del hogar. Alguna limpieza preventiva, comer algo, darse una ducha. Les daría tiempo para todo. Porque los gatos no dieron señales de vida sino hasta pasada la madrugada, a eso de las tres de la mañana; y no a las doce, como habían quedado inicialmente.
Estuvieran dormidos o no, el maullido de uno de ellos les llamó súbitamente la atención. El de pelaje negro. Los otros dos estaban muy ocupados masticando un par de luciérnagas de merienda como para avisar de su llegada.
—Meaowww. Tenemos noticias, señor.
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Pero Yamatsuki tardó unos instantes en recobrarse del susto que acababan de pasar.
—Ariba, deja de meterte en fregaos, joder. Siempre tengo que sacartr las castañas del fuego —le dijo.
Y Ariba enrojeció hasta las orejas al percibir el significado de la intensa mirada que le dirigió. Tuvo el impulso de disculparse, pero decidió no hacerlo en voz alta. No sabían qué oídos podían estar acechándoles desde las sombras. Y así, los dos retornaron sobre sus pasos y volvieron al norte, a la seguridad del Corredor de las Luciérnagas y a la comodidad de su habitación. Por el camino, ambos cambiaron de apariencia por lo menos tres veces. Cualquier precaución era poca en la situación en la que se encontraban.
—Es allí, da igual que vieras más o menos —respondió Daruu, ya recuperada su apariencia habitual—. Ya tenemos el sitio, y la hija de puta salió de la bodega.
Ayame parpadeó, perpleja.
—¿Qué? ¡No! Entró por la misma puerta principal. Pero en algo tienes razón: yo a quien vi fue a la otra mujer, la del Raiton. Y ninguno de los dos la vimos dentro de la taberna. O bien se transformó en ese borracho o en la tabernera o bien accedió a alguna parte que no llegamos a ver. ¿Quizás un pasadizo secreto en la bodega? —supuso, encogiéndose de hombros.
—Comienza la siguiente fase del plan. Ya nos hemos metido demasiado en la boca del lobo hoy. Por ahora, debemos dejar pasar unos días. Que las sospechas que hemos levantado se disipen. Que parezca lo que hemos pretendido que parezca: que dos extraños han escapado aterrorizados porque no tenían dinero para invitar a Naoka. Y ya está.
Ayame asintió, conforme al plan.
—Luego, vigilaremos los alrededores y seguiremos a la tipa esta, cuando salga, tratando de pillarla en un sitio solitario. La reduciremos y la interrogaremos. Y luego... —Daruu se dio la vuelta y se acercó a la ventana. La luz de los neones y de las luciérnagas creó unas sombras fantasmagóricas en su semblante que a Ayame le puso los pelos de punta—. Luego que le rece a Amenokami, porque su vida habrá acabado. Ahora a esperar a mis gatos. A ver si han averiguado más cosas.
—Sólo espero que a ese borrachuzo no le pasara nada por nuestra culpa...
Pero los felinos no llegaron a la llegada de la medianoche. Ayame y Daruu siguieron esperándolos con creciente impaciencia, y Ayame llegó a preocuparse de que les hubieran pillado y les hubiera ocurrido algo. Al final decidió darse una ducha, cenar algo e intentar dormir. Pero apenas había empezado a conciliar el sueño cuando un maullido la despertó.
—Meaowww. Tenemos noticias, señor.
El que había hablado era el gato azabache, los otros dos parecían demasiado ocupados ocupándose de un par de luciérnagas que habían pasado a convertirse en su almuerzo. Ayame se volvió hacia Daruu rápidamente.
—¡Daruu, tus gatitos! ¡Han vuelto!
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Daruu había estado tan tenso y concentrado que se había imaginado cosas. Nioka entró por la puerta principal. Aún así tenían indicios suficientes como para llegar al mismo resultado, como así Ayame le hizo saber.
Pasaron el resto de la tarde aseándose y descansando. Cenaron tarde, Daruu con la mirada clavada en la ventana. Pero los gatos no volvieron. Estuvieron despiertos hasta la medianoche. Y los gatos no volvían. El muchacho no pegó ojo, incluso cuando Ayame parecía haberse dormido ya.
Por eso cuando escuchó el maullido, se levantó como un resorte. Ni siquiera habría hecho falta que Ayame le avisara. Pegó un bote desde la cama y se arrodilló frente a la ventana. Saludó a los gatos acariciándoles la cabeza.
— ¡Menos mal! ¡Temía que os hubiera pasado algo! Nosotros descubrimos el lugar y vimos a la regente del bar y a la grandota. Escapamos de milagro, pero no comprometimos nuestra identidad —les explicó con una sonrisa—. ¿Qué tenéis para nosotros?
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El gato asintió y encajó la mandíbula de tal forma que pudiera hablar de forma fluida, sin que ningún maullido perturbarse el informe.
—Es sobre la grandota, también, señor —dijo, mientras movía las orejas—. dimos con ella tras escuchar la conversación de un grupo de comerciantes que decían estar esperando a una de las Náyade. Poco después llegó la enorme mujer morena y charlaron un poco. No pudimos escuchar demasiado, ella estaba muy atenta y no habríamos tenido oportunidad contra esa hacha que lleva.
»Pero llegamos a oír lo más importante, señor. Hablaban de que en dos días les llega nueva mercancía y que debían ir preparando todo para el transporte habitual. Intuyo que tienen una especie de sistema de transporte para lo que sea que estén esperando recibir que les permita esquivar la guardia que vigila las entradas oficiales a la capital. Intercambiaron los puntos de encuentro. Cinco de la mañana del Tsuchiyōbi, en los Campos de Trigo que hay al este, tras los muros. Luego de finiquitar los detalles, cada quién cogió su camino. Yo seguí a la mujer, hasta esa Taberna, señor. Y ellos a los dos hombres.
El de color canela intervino.
—Sabemos dónde se ocultan, si le sirve de algo, Daruu-sama.
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Daruu se rascó la barbilla, pensativo.
—Espera un segundo, mucha información para procesar. —Aunque lo tenía bastante claro. La información que le había proporcionado su gato era certera y extremadamente útil. Prácticamente les habían puesto la siguiente fase del plan en bandeja—. Claro, Zina-kun, toda la información es relevante ahora mismo. Y esa es muy relevante.
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19/05/2019, 00:17
(Última modificación: 19/05/2019, 00:17 por Aotsuki Ayame.)
—Es sobre la grandota, también, señor —asintió el felino, moviendo las orejas—. Dimos con ella tras escuchar la conversación de un grupo de comerciantes que decían estar esperando a una de las Náyade. Poco después llegó la enorme mujer morena y charlaron un poco. No pudimos escuchar demasiado, ella estaba muy atenta y no habríamos tenido oportunidad contra esa hacha que lleva. Pero llegamos a oír lo más importante, señor —añadió—. Hablaban de que en dos días les llega nueva mercancía y que debían ir preparando todo para el transporte habitual.
—Nuevos dojutsu... —concretó Ayame, frunciendo el ceño. Lo que no terminaba de comprender era lo del transporte habitual...
—Intuyo que tienen una especie de sistema de transporte para lo que sea que estén esperando recibir que les permita esquivar la guardia que vigila las entradas oficiales a la capital —continuó, como si le hubiese leído el pensamiento—. Intercambiaron los puntos de encuentro. Cinco de la mañana del Tsuchiyōbi, en los Campos de Trigo que hay al este, tras los muros.
Ayame le dirigió una elocuente mirada a Daruu. Todo apuntaba a que aquel sería su próximo destino.
—Luego de finiquitar los detalles, cada quién cogió su camino. Yo seguí a la mujer, hasta esa Taberna, señor. Y ellos a los dos hombres.
«Y después nos encontramos nosotros con ella...»
—Sabemos dónde se ocultan, si le sirve de algo, Daruu-sama.
—Espera un segundo, mucha información para procesar —respondió el Chuunin, rascándose la barbilla con gesto meditativo—. Claro, Zina-kun, toda la información es relevante ahora mismo. Y esa es muy relevante.
Ayame asintió, dándole la razón a su superior. Toda la información que pudieran recolectar y utilizar sería vital para el éxito de su misión...
Y su supervivencia.
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Zina, entusiasmado por haber sido de ayuda con su información, se paseó cariñoso por los brazos de su invocador, acicalándose con afecto.
—Podemos guiarlos cuando lo necesiten.
—¿Algo más en lo que podamos ser útil, señor?
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Visiblemente feliz por haber satisfecho a Daruu con su información, el gato al que había llamado Zina se paseó por los brazos desl chuunin de forma cariñosa.
—Podemos guiarlos cuando lo necesiten.
—¿Algo más en lo que podamos ser útil, señor?
—Sería demasiado arriesgado hacerlo esta misma noche —opinó Ayame, que había cruzado las piernas sobre el colchón y ahora dirigía sus grandes ojos castaños a Daruu—. Aunque no nos han reconocido, hemos llamado bastante la atención por hoy. Lo que sí está claro es que debemos hacerlo antes del Tsuchiyōbi. Quizás podríamos sustituir a esos mercaderes en esa reunión...
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Daruu opinaba igual que Ayame, en ambas cosas. Estaba claro que el siguiente paso sería tener una charla con esos cabrones, y luego cazar a su primeea Náyade. Pero ahora mismo era muy arriesgado.
Así que hizo un ademán con la mano y negó con la cabeza después de dejar al gato negro de nuevo en el alféizar con delicadeza.
—Mmh... De momento será mejor que descanséis, chicos. Yo os llamaré cuando os volvamos a necesitar. Será muy pronto. Mientras tanto... ¡Estáis libres! Muchas gracias por todo.
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19/05/2019, 20:23
(Última modificación: 19/05/2019, 20:24 por Umikiba Kaido. Editado 1 vez en total.)
Los gatos asintieron, en un saludo gatuno, y... ¿militar?
Fue bastante gracioso. Verle las patas felpudas alzadas por sobre la nariz, mientras las garritas se le escapaban de la piel.
—¡Sí, Daruu-sama! — ¡Puff! los tres gatos ninja desaparecieron en una pequeña capa de humo tras haber completado con su objetivo.
Así, Ayame y Daruu quedaron en soledad, sólo con las luciérnagas y la densa bruma —por algo tenía ese nombre—. que se alzaba misteriosa en aquellas horas de la noche a lo largo y ancho del corredor de las Luciérnagas haciéndoles compañía.
Ahora poseían una información sumamente vital para la próxima etapa de la misión, aunque aún tenían que pulir los detalles para que la ejecución fuese pulcra y cien por ciento efectiva si querían volver a Amegakure con un éxito rotundo entre manos. Sencillamente, no podían fallar. Había demasiado en juego.
Tenían dos días. Dos días para planificar, plasmar y ejecutar el plan. El destino de las Náyades estaba en sus manos.
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—Mmh... De momento será mejor que descanséis, chicos —asintió Daruu—. Yo os llamaré cuando os volvamos a necesitar. Será muy pronto. Mientras tanto... ¡Estáis libres! Muchas gracias por todo.
—¡Sí, Daruu-sama! —asintieron los dos felinos, y los tres, al unísono, se despidieron con uno de aquellos saludos militares que tan graciosos quedaban en sus pequeños y peluditos cuerpos antes de desaparecer en sendas nubes de humo.
Los dos shinobi se quedaron a solas de nuevo, con las fantasmagóricas luces de las luciérnagas en el exterior y una misteriosa niebla ascendiendo como zarcillos por los muros del hostal que recibía su nombre. Ayame, terriblemente cansada, estiró los brazos por encima de la cabeza con un leve quejido y después se dejó caer sobre el colchón, todos sus cabellos desparramados por la almohada como una cascada de ébano.
—Qué monada de invocaciones tienes —dijo con una risilla, antes de abrir la boca en un sonoro bostezo—. Hagamos una cosa... Hoy ha sido un día muy largo y ya es muy tarde como para que pensemos con claridad. Durmamos y pulamos mañana los detalles del plan, ¿vale?
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Los gatos se despidieron de nuevo con aquél característico saludo militar que no terminaba de dejar de hacerle gracia y desaparecieron en una nube de humo tan pronto como habían aparecido al comenzar la mañana. Daruu suspiró y se dio la vuelta.
—Qué monada de invocaciones tienes —rio Ayame.
— Lo son. —Daruu sonrió, reparó de nuevo en la ventana abierta, la cerró y se tumbó en la cama junto a Ayame.
—Hagamos una cosa... Hoy ha sido un día muy largo y ya es muy tarde como para que pensemos con claridad. Durmamos y pulamos mañana los detalles del plan, ¿vale?
GGGJJjjjRRRRRJjj... Un ronquido como única respuesta.
A la mañana siguiente...
Se levantaron temprano, gracias a un reloj despertador que Daruu había encontrado el día de antes registrando la habitación. Tomaron un humilde desayuno, se asearon y se prepararon. Daruu indicó a Ayame que más que perder el tiempo planificando el golpe fuerte —la emboscada del Tsuchiyobi—, lo mejor era que el chico invocase a los gatos y, después, que hicieran algo primero con los secuaces menores como la misma muchacha había dejado caer. Así tendrían más recursos.
De modo que cuando todo estuvo listo, el shinobi se mordió el dedo pulgar e invocó a dos de sus tres mininos de rastreo favoritos. Zina, el simpático gato de color canela con rayas marrón oscuro y ojos dorados; y Kiri, la gata perlada de ojos de color azul pálido y actitud serena y seria.
— Buenos días, chicos —les sonrió Daruu—. Antes de que nos guiéis hacia allá, contadnos todo lo que sepáis de esos tipos. Y decidnos dónde se ocultan y cómo es el sitio. —Daruu se acercó a la ventana y abrió una rendija—. Luego, bajáis a la calle y nos esperáis. Cuando salgamos del hotel, os seguiremos.
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Zina y Kiri emergieron nuevamente desde sus tierras natales, en aquél cuarto de habitación. Daruu, el firmante del Pacto que les vinculaba a la familia de los gatos, había decidido llamarles nuevamente para continuar con la labor que habían dejado colgada la noche anterior. Los gatos le saludaron, a ambos, y escucharon atentamente a las nuevas querencias que tenía el Amedama respecto a la información recolectada durante el acecho de ayer.
—La verdad es que no sabemos demasiado, Daruu-sama. Eran dos hombres comunes y corrientes, ciudadanos vulgares. Podemos estar seguros de que no son ninjas, eso sí. Vestían bastante decente, sabe, ¡como los humanos con dinero!
—Comerciantes, Zina, comerciantes.
—Eso, eso. Bueno, se encuentran algo lejos de aquí. A unas cuantas cuadras. Poseen un enorme establo donde parquean al menos unos siete carruajes con mercancía, y dan descanso a sus caballos.
—¿Quizás así transportan los intereses de las Náyades, no?
—Oh, qué gato tan perspicaz. ¡Meaow!
Kiri arrugó la nariz, y aseveró la mirada.
—Eh... sí, como decía. El establo está custodiado por unos cuántos dependientes. También pudimos notar que hay una escasa presencia de guardias del Feudo vigilando esas áreas, incluyendo la puerta Este.
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Daruu asintió.
—Bien. Bajad a la calle y esperadnos. Buscad un callejón solitario, iremos transformados al lugar.
Se dirigió a Ayame.
—Nos transformaremos en una pareja de mercaderes opulentos que quieren llevar una mercancía especial a un sitio discretamente —dijo—. Como toda persona rica que se precie, trataremos a los dependientes con desprecio y con arrogancia y exigiremos hablar con los dueños para un trato especial y discreto. Les pediremos ir a un sitio en el que no puedan molestarnos para hablar en profundidad y negociar.
»No se negociará nada, pero oh, créeme. Hablaremos. O más bien, hablarán.
Daruu se acercó a la puerta de la habitación y le indicó a Ayame que le siguiera.
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