Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
—Que yo sepa su nombre siempre fue Senju Nabi —respondió Eri, claramente confundida, y Ayame ladeó ligeramente la cabeza, dubitativa.
—Eso, Senju... A mí me dijo que se llamaba Nabi Senju, al revés... —explicó. ¿La habría engañado o simplemente aquello sería el fruto de una extraña confusión? Tampoco tenía mucho caso darle demasiadas vueltas, si había tratado de engañarla sin razón aparente, desde luego había sido un engaño bastante torpe.
—¿Qué ocurrió con los cocodrilos? ¿Tu también fuiste atacada por ellos? —preguntó Eri, frunciendo levemente el ceño.
—¡Ah, eso! —exclamó Ayame con una risotada—. Nada de gran importancia, en realidad. Nos encontramos en el Puente Tenchi, y me parecía que mi hermano estaba en peligro así que nos internamos en el País de los Bosques y allí nos encontramos con dos cocodrilos enoooooooormes que parecían estar protegiendo sus huevos. ¿Te puedes creer que Sen... Nabi-san pensaba que los de Kusagakure estaban domesticando a esos reptiles para dominar el mundo o algo así? Menuda locura... —No pudo evitar soltar una carcajada al recordarlo.
Se habían ido alejando poco a poco de la granja de calabazas casi sin darse cuenta de por dónde dirigían sus pasos. Se habían internado en el centro del bosque, de aquello no quedaba ninguna duda. Pero entonces escucharon los sollozos de una niña de apenas diez años de edad, con los cabellos rubios como el sol y que vestía un adorable vestido azul; que se acercaba hacia ellas con gesto lastimero.
—Pe... Perdonad... ¿Habéis visto un conejito blanco? Lo he perdido...
—Un... ¿conejo blanco? —preguntó Ayame, agachándose para quedar a la misma altura que la pequeña.
—Sí... Lleva un reloj de bolsillo atado con una cinta en torno al cuello... ¿Lo habéis visto?
20/07/2017, 15:37 (Última modificación: 20/07/2017, 15:38 por Uzumaki Eri.)
—¿Cómo es posible que los Kuseños sean capaces de domesticar cocodrilos? Puede que alguno que sea un temerario o yo que sé, pero domesticarlos como hábito... Qué raro, pero bueno, supongo que es algo natural en Nabi-kun pensar esas cosas... — Alegó ella mientras reía con la chica de cabellos oscuros.
El tiempo pasaba junto con ellas mientras paseaban por Hokutōmori, alejadas del combate, los Dojos y con gusto podría decir que de todos los problemas que la atormentaban, por pequeños que fueran.
Poco a poco se iban internando en lo más profundo del bosque sin si quiera ellas darse cuenta, hasta que tuvieron que parar de conversar pues un sonido —lo más parecido lamentos y lágrimas—, se coló en sus oídos, y la dueña de aquello no era ni más ni menos de una joven niña de cabellos dorados y ataviada con un vestido de color azul, que se apresuró a preguntar a ambas en cuanto fueron vistas.
—Pe... Perdonad... ¿Habéis visto un conejito blanco? Lo he perdido...
—Un... ¿conejo blanco? — Preguntó Ayame mientras se agachaba para poder quedar a la altura de la joven niña, Eri; por su parte, también hizo lo mismo acuclillándose al lado de la kunoichi de Ame, dejando hablar a la pequeña.
—Sí... Lleva un reloj de bolsillo atado con una cinta en torno al cuello... ¿Lo habéis visto?
— Esto... No, no hemos visto un conejo blanco que yo recuerde... — Esta vez sí que habló la del Remolino, intentando hacer memoria del corto trayecto que había recorrido. — Pero si quieres... Te ayudamos a buscarlo, ¿qué te parece? — Preguntó, con una sonrisa.
Aunque no sabía si Ayame querría buscar al conejo, así que esperó a las reacciones de ambas con aquella sonrisa dibujada en sus labios.
—Grupo 5: Eri, Daigo, (Invierno, 220), Poder 60
—Grupo 10: Eri, Daruu y Yota, (Otoño, 220), Poder 60
—Grupo ???: Eri, Datsue, Reiji y Hanabi, (Invierno, 220), Poder 100
— Esto... No, no hemos visto un conejo blanco que yo recuerde... —respondió Eri, tan confundida como lo estaba Ayame—. Pero si quieres... Te ayudamos a buscarlo, ¿qué te parece?
—¿Lo haríais? —preguntó la niña, con voz aguda.
—¡Claro! —afirmó Ayame, también sonriente—. ¿Dónde fue la última vez que lo viste?
—¡Ay, gracias! —exclamó la niña, con los ojos llorosos. Después se volvió sobre sí misma y señaló hacia el fondo del bosque—. Por allí, hay un claro con muchas flores. Me distraje un momento para coger algunas y... y... ¡Shiroto desapareció sin más! ¿Me prometéis que lo encontraréis? Sois ninjas... mi hermana dice que los ninjas ayudan a a gente...
—Lo haremos, ¿verdad, Eri? Pero será mejor que nos esperes en la entrada del bosque...
—Vaaaale... —aceptó ella, de mala gana. Infló los carrillos, y miró a ambas chicas por debajo de las pestañas—. Porfi, encontradlo...
Ayame asintió, antes de echar a correr en la dirección que les había señalado la niña. Confiaba en que Eri siguiera sus pasos.
—No sé como serán las misiones de rango D en Uzushio, pero en Amegakure no es raro que nos manden a buscar alguna mascota perdida. Esto será pan comido.
25/07/2017, 17:15 (Última modificación: 25/07/2017, 17:16 por Uzumaki Eri.)
Cuando la pequeña de dorados cabellos cuestionó la ayuda que le quería prestar Eri, fue Ayame quien contestó de forma afirmativa y comenzó a buscar pistas sobre el paradero del animal de color claro, mientras Eri escuchaba sin quitar ojo a la joven que tenía delante.
—¿Dónde fue la última vez que lo viste?
—¡Ay, gracias! Por allí, hay un claro con muchas flores. Me distraje un momento para coger algunas y... y... ¡Shiroto desapareció sin más! ¿Me prometéis que lo encontraréis? Sois ninjas... mi hermana dice que los ninjas ayudan a a gente...
Cuando la joven se giró sobre sí misma, Eri siguió con la mirada el dedo con el que señalaba al fondo del bosque donde las tres se encontraban. Luego volvió a mirar a la niña mientras la Amenia volvía a responder de forma positiva a las palabras de la joven.
— Claro que lo haremos, pero haz caso a Ayame-san y espéranos allí.
—Vaaaale... — aceptó de mala gana la chica mientras inflaba sus mejillas, gesto que le pareció demasiado gracioso y tierno a la kunoichi, que no pudo reprimir una pequeña sonrisa —. Porfi, encontradlo...
Eri asintió a la par que Ayame y ambas se dirigieron al interior del bosque, justo donde la niña había señalado. No parecía complicado encontrar un conejo blanco en un bosque así, aunque claro, que parezca es una cosa y la realidad otra muy diferente.
—No sé como serán las misiones de rango D en Uzushio, pero en Amegakure no es raro que nos manden a buscar alguna mascota perdida. Esto será pan comido.
— No se aleja mucho de lo que hay en Uzushiogakure, así que espero que sea igual de fácil. — Coincidió la joven mientras seguía corriendo. — ¿Alguna vez has tratado con algún conejo? Para tener una idea de su comportamiento...
—Grupo 5: Eri, Daigo, (Invierno, 220), Poder 60
—Grupo 10: Eri, Daruu y Yota, (Otoño, 220), Poder 60
—Grupo ???: Eri, Datsue, Reiji y Hanabi, (Invierno, 220), Poder 100
—No se aleja mucho de lo que hay en Uzushiogakure, así que espero que sea igual de fácil —Coincidió la de Uzushiogakure, mientras seguía corriendo junto a ella—. ¿Alguna vez has tratado con algún conejo? Para tener una idea de su comportamiento...
—Pues... lo que se dice en persona no —confesó Ayame, con una sonrisa nerviosa—. Pero he leído acerca de ellos, me gustan los animales. En teoría, un conejo es una presa de muchos depredadores, así que lo más probable es que actúe de manera tímida y recelosa. Seguramente si nos ve acercarnos o nos huele, y nos detecta como posibles amenazas, saldrá corriendo. Y eso lo hará más difícil...
Un arbusto se interpuso en su camino, pero lo saltó con facilidad y siguió corriendo. Fue ese instante cuando se le ocurrió algo, y le hizo una seña a Eri para que la siguiera. Acumuló el chakra en la planta de los pies y comenzó a escalar el tronco del pino más cercano. Con la madera crujiendo bajo las suelas de sus botas, alcanzaron una buena altura hasta que encontraron una rama lo suficientemente gruesa para sostener el peso de ambas. Allí, se detuvo momentáneamente, acuclillada.
—Desde el aire será más difícil que nos detecte antes de tiempo —le dijo, señalando la rama sobre la que estaban apoyadas—. Pero, si como ha dicho la niña, debemos adentrarnos en un claro con muchas flores, también es muy posible que no haya más árboles desde los que podamos escondernos. ¿Se te ocurre algo para que no escape y podamos atraparlo? Ante todo no quiero herirlo... —añadió, horrorizada ante la sola idea.
Quiso suspirar mientras Ayame explicaba la información que tenía ella acerca de los conejos, pero sentía que si lo hacía a lo mejor la ofendía porque se podía pensar que se estaba aburriendo o algo, sin embargo lo que de verdad ocurría es que no veía como iba a coger a un conejo...
Sin embargo tras saltar un arbusto, al parecer Ayame tuvo una idea que no tardó en compartir con la de cabellos morados que siguiendo la señal, acumuló del mismo modo que la Amenia chakra en la planta de sus pies y comenzó a escalar el árbol que se alzaba frente a ellas.
Cuando paró en una gruesa rama, Eri paró con ella y se agachó para quedar a su altura mientras escuchaba atenta lo que quería decir.
—Desde el aire será más difícil que nos detecte antes de tiempo.
«Es cierto... Es rápida de mente.»
Su cabeza habló por ella mientras Eri abría los ojos un poco más de lo normal, asombrada por lo que acababa de hacer Ayame en un abrir y cerrar de ojos. A ella no se le habría ocurrido, la verdad.
— Pero, si como ha dicho la niña, debemos adentrarnos en un claro con muchas flores, también es muy posible que no haya más árboles desde los que podamos escondernos. ¿Se te ocurre algo para que no escape y podamos atraparlo? Ante todo no quiero herirlo...
— Bueno, lo primero que deberíamos hacer, creo... Es acercarnos todo lo posible al claro lleno de flores; si lo encontramos desde lejos y vemos un poco como actúa, quizá se nos ocurra algo... — Su plan era muy simple, y con muchos fallos, pero tampoco tenía el don de idear mejores. — Y bueno, si no está, también podemos jugar con el claro... ¿Me sigues? Puede no ser muy grande o tener sitios sin salida...
—Grupo 5: Eri, Daigo, (Invierno, 220), Poder 60
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—Grupo ???: Eri, Datsue, Reiji y Hanabi, (Invierno, 220), Poder 100
—Bueno, lo primero que deberíamos hacer, creo... Es acercarnos todo lo posible al claro lleno de flores; si lo encontramos desde lejos y vemos un poco como actúa, quizá se nos ocurra algo... —respondió Eri, y Ayame asintió, conforme—. Y bueno, si no está, también podemos jugar con el claro... ¿Me sigues? Puede no ser muy grande o tener sitios sin salida...
—Es cierto, aún no conocemos el terreno en el que nos movemos... —correspondió Ayame, pensativa. Sin mucho más que discutir, se reincorporó con cuidado y retomó la marcha saltando a la rama más cercana a su posición, y después a la siguiente, y a la siguiente...—. ¡Vamos, no hay tiempo que perder!
Siguieron desplazándose con ligereza entre los árboles y, en cuestión de minutos, los árboles comenzaron a espaciarse entre sí y la luz del sol se filtraba con mayor facilidad entre el follaje, bañando sus rostros. Ayame se detuvo súbitamente en el último árbol que marcaba la linde. Ante sus ojosse abría un amplio claro, de aproximadamente dos decenas de metros de diámetro de un extremo al otro y una forma más o menos regular. Estaba repleto flores, de todas las clases, formas y colores, e impregnaban el aire de un dulce aroma que arrancó una sonrisa en Ayame al percibirlo. Tal y como había supuesto Eri, el otro extremo del claro quedaba cortado por una escarpada pared de roca, parte de la montaña que quedaba más allá y que debía constituir parte de la cordillera que rodeaba el Valle de los Dojos.
—¿Hemos llegado al otro extremo del bosque? —Preguntó perpleja, pero enseguida sacudió la cabeza para centrarse en lo importante—. Bueno, vamos allá. ¿Ves algún conejo blanco? —le preguntó a su compañera, mientras barría con sus propios ojos el terreno. Aunque enseguida resopló con impaciencia e irritación—. Va a ser difícil encontrar un animal tan pequeño en un espacio tan grande... Si al menos no estuvieran las flores sería más fácil buscarl...
Pero sus palabras se vieron bruscamente interrumpidas cuando sintió algo a su derecha. Sobresaltada, tocó el brazo de Eri y señaló con su dedo índice un punto en el claro.
—¡Allí! —exclamó en un susurro.
Las hierbas se agitaban de una manera poco natural. Desde luego, no era cosa de la acción del viento.
Cuando Ayame le dio la razón, sintió como algo dentro de ella se removía, algo seguramente llamado orgullo. Por ello una pequeña sonrisa se apoderó de sus labios, una muy pequeña y casi imperceptible, pero allí estaba. Sin embargo su gozo duró poco, pues la amenia pronto volvió a la carga, saltando a otra rama para continuar su búsqueda, así que se vio obligada a olvidar su buena hazaña y seguir con su cometido.
Iban a buen ritmo, incluso se atrevería a decir que estaban más que acostumbradas a andar por aquellos sitios —no sabía Ayame, pero ella lo había hecho relativamente poco—, hasta que los rayos de sol se colaron hasta sus ojos, haciéndola ver que poco a poco los árboles se distanciaban y cuanto más lo hacían, más cerca estaban del claro cubierto de flores que había descrito la niña de antes.
Y así fue, pues pocos segundos después y unas cuantas ramas más, Ayame se detuvo y ella hizo lo propio a su lado, sujetándose a la rama fuertemente para no caer. Y allí pudo ver la cantidad de vegetación que allí vivía, todas las flores que por el claro se esparcían y el maravilloso y dulce aroma que estas habían conseguido esparcir por todo el aire que rodeaba el lugar.
Sin embargo no pudo disfrutarlo, pues aquel aroma se metió en sus fosas nasales e hizo cosquillas a su nariz, haciendo que poco a poco se avecinase lo que podría ser un sonoro estornudo. Por lo cual se mantuvo muy quieta, esperando por él hasta que...
Se vio ahuecado por ambas manos y mucha fuerza de voluntad, pero casi se había visto en el suelo. Cuando se relajó lo suficiente escuchó a Ayame hablar.
—¿Hemos llegado al otro extremo del bosque? —Preguntó la joven, sin embargo pronto cambió al tema principal, la razón por la que habían llegado al otro extremo—. Bueno, vamos allá. ¿Ves algún conejo blanco?
— Esto... — Fue lo que murmuró cuando empezó a observar el entorno con cuidado, a veces incluso entornando los ojos para ver con mayor precisión los lugares más difíciles, sin embargo la paciencia no fue una virtud que brillase ni en ella, ni por lo visto tampoco en su acompañante.
— Va a ser difícil encontrar un animal tan pequeño en un espacio tan grande... Si al menos no estuvieran las flores sería más fácil buscarl... ¡Allí!
Cuando notó como la joven de Amegakure tocaba su brazo, ella giró su cabeza hacia donde Ayame señalaba para ver que efectivamente, algo se movía de forma antinatural entre toda aquella vegetación, y aunque Eri no apreciaba muy bien qué era o qué dejaba de ser, tenía un alto porcentaje de ser el conejo que buscaban.
— ¡Bien! — Exclamó, pero lo hizo en voz baja, así que su voz pareció alterada por unos momentos. — Ahora deberíamos bajar ahí y cogerlo... ¿Alguna idea de cómo llegar allí de forma no sospechosa? — Preguntó mirando a la joven que tenía al lado con cierto aire pensativo. — ¿Y si nos convertimos en conejos?
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4/08/2017, 10:11 (Última modificación: 4/08/2017, 10:12 por Aotsuki Ayame.)
—¡Bien! — exclamó Eri en voz baja—. Ahora deberíamos bajar ahí y cogerlo... ¿Alguna idea de cómo llegar allí de forma no sospechosa? —le preguntó a Ayame, pero tras algunos segundos fue ella la que dio la primer sugerencia—. ¿Y si nos convertimos en conejos?
—¿En conejos? —repitió Ayame, perpleja. Hacía relativamente poco que había conseguido dominar la técnica de transformación, aunque, a decir verdad, nunca se le había ocurrido un uso así. Se encogió de hombros—. Podemos probar. Pero será mejor que lo hagamos desde el suelo. Los conejos no son buenos trepadores.
Se rio y, dando la vuelta al tronco del árbol para quedar fuera de la vista de lo que fuera que hubiera en el claro de flores, bajó de un salto y se mantuvo acuclillada. Entrelazó sus manos: Perro, jabalí, carnero. Y en su mente dibujó la imagen de un conejo. Una leve nube de humo ocultó su figura durante unos breves instantes y, cuando se desvaneció, dejó a la vista la silueta de un conejo completamente negro y de mediano tamaño.
Inquieta, miró a su alrededor varias veces, se miró a sí misma, a sus mullidas patitas y cogió sus orejas. Después volvió a mirar a su alrededor, buscando a Eri. Su nariz se movía de un lado a otro.
—¿En conejos? —volvió a repetir Ayame, y a Eri le sonó como que ella había dicho una tremenda estupidez, obviamente era una idea tonta, lo mejor sería pensar en otra cosa...—. Podemos probar. Pero será mejor que lo hagamos desde el suelo. Los conejos no son buenos trepadores.
En su interior, Eri sintió que con esa chica estaba logrando algo nuevo, como... ¡Si reconociese lo que ella pensaba! El sentimiento de orgullo que había sentido antes volvió en ella y no pudo evitar sonreír levemente cuando ella rio.
Ambas dieron lentamente la vuelta al árbol para evitar ser detectadas fácilmente. La joven kunoichi del Remolino cayó al lado de la amenia cuando ésta comenzaba a hacer los sellos de la técnica en cuestión. Una vez terminó, se vio envuelta en una cortina de humo de la que salió... Un conejo negro.
Eri tuvo que disimular una risa con toda su fuerza de voluntad y se dispuso a convertirse también en conejo. La hilera de sellos la hizo con su mano izquierda pensando en un conejo, un conejo blanco y saltarín. El humo apareció y la figura que antes había sido una niña ahora había pasado a ser un conejo, un conejo con el pelaje púrpura... Pero un conejo al fin y al cabo.
Parpadeó varias veces y movió sus patas delanteras, luego su cola de algodón y se vio maravillada, sin embargo esto era algo parecido a una misión, así que había que tomárselo con seriedad. Cuando su mirada se cruzó con la de Ayame, asintió mientras se sostenía sobre sus dos patas y comenzó a caminar dirección a donde se encontraba —o donde ellas habían visto por última vez— la posición del conejo blanco.
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Eri también había bajado con ella, pero cuando se giró hacia ella y se vio cara a cara con un conejo de un rimbombante color púrpura que distaba mucho de resultar natural. Ayame movió la nariz de un lado a otro y agachó las orejas, indecisa, pero tras unos breves segundos miró a su compañera y comenzó a saltar. Eri la seguía, pero, por si no fuera suficiente con ser un conejo púrpura, había decidido que era buena idea ponerse a caminar a dos patas. En un gesto desesperado, se tapó el hocico con las patas delanteras y siguió caminando. Como un conejo normal.
Ayame olisqueaba el aire conforme se iban acercando al punto donde habían visto las hierbas agitarse. Y. tras girar un rosal, se detuvo bruscamente al encontrarse cara a cara con un animal. Un conejo bastante más grande que ellas, pero de pelaje pardo, las orejas bastante más largas terminadas en puntas negras y las patas también más largas. No era un conejo. Era una liebre.
—¿Qué pasa, Sanusagi? ¿Has encontrado a más amiguitos con los que celebrar nuestro No-Cumpleaños?
El que había hablado era un hombre alto y larguirucho que llevaba un sombrero sobre la cabeza, más alto aún. Estaba sentado sobre una manta a modo de picnic y, sobre esta, una infinidad de platitos con pedacitos de tarta y cubiertos de plata. El hombre se llevó una diminuta taza humeante a los labios y se relamió con gusto tras beber un trago.
Ayame miró a su compañera. ¿Qué debían hacer? ¿Podían fiarse de aquel hombre?
Después de que ambas se convirtiesen en pequeños y peludos conejos —Ayame más normal que Eri, sin lugar a dudas— se dispusieron a proseguir la búsqueda del conejo blanco. La joven de pelaje púrpura se había quedado detrás mientras la del pelaje oscuro lideraba el camino. Sin embargo, tras girar una de las plantas se encontraron con un animal mucho más grande que ellas, de orejas largas pero que procedía seguramente de la misma familia que el animal que ellas buscaban; pero por su culpa tuvieron que detener su búsqueda.
Aunque la verdad es que siendo de aquel tamaño imponía bastante.
—¿Qué pasa, Sanusagi? ¿Has encontrado a más amiguitos con los que celebrar nuestro No-Cumpleaños?
«¿No-Cumpleaños?»
La voz no vino de la liebre, si no de una persona que le hablaba a ella —o a él, no sabía su género—, el dueño de la voz era un hombre bastante más alto que ellas, seguramente tanto transformadas como sin transformar; y con una complexión bastante delgada, con un sombrero decorándole la cabeza. Eri dejó caer su cabeza hacia un lado, mientras fruncía levemente el hocico, ¿aquello era normal allí? Puede que normal fuese que hubiera gente y animales, pero... ¿Gente montándose picnics en una arboleda sagrada? Aquello le parecía demasiado surrealista.
Y lo decía ella que estaba convertida en un conejo.
Unos ojos oscuros se posaron en ella y Eri no tardó en saber que Ayame la observaba, así que le devolvió la mirada. ¿Qué hacer ahora? Su prioridad era seguir al conejo blanco y devolvérselo a la niña, no ponerse a beber el té.
Con un suave movimiento de pata dibujó lo que parecía ser una flecha en dirección donde se suponía podía estar el conejo y a donde ellas se dirigían, intentando decir a la Amenia que debían seguir con su camino, ¿lo entendería?
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15/08/2017, 23:33 (Última modificación: 15/08/2017, 23:33 por Aotsuki Ayame.)
Eri dibujó con su pata en el suelo lo que parecía ser una flecha en dirección a donde se estaban dirigiendo originalmente. El mensaje estaba claro, continuar hacia delante. Pero entonces el hombre del sombrero volvió a hablar:
—¡Oh, qué conejito tan listo! ¡Si sabe dibujar y todo! —exclamó, al tiempo que daba palmas de alegría. Enseguida sacó una pasta de té y se la enseñó a ambas—. ¡Vamos! ¿No queréis celebrar nuestro No-Cumpleaños con Sasunagi-chan y yo?
Sasunagi, que debía de ser el nombre de la liebre, se había acercado a Ayame y ahora la olfateaba con curiosidad. La kunoichi, muerta de miedo ante la situación, había tensado todos los músculos del cuerpo y había aplastado sus menudas orejas contra la cabeza. En un abrir y cerrar de ojos, se dio media vuelta y echó a correr con toda la fuerza de sus patitas.
«¡Ay, ay ay! ¡Pero qué bicho tan grande! ¡Son mucho más monos cuando son pequeñitos y los puedes coger con tus manos...!» Pensaba aterrorizada. Y en algún momento se detuvo y giró la cabeza varias veces y olfateó el aire. «¡He perdido a Eri...!»
Iba a volver sobre sus pasos cuando lo oyó. Las hierbas se agitaron de repente, y antes de que pudiera escapar algo la había inmovilizado por completo. Ante sus aterrorizados ojos, un enorme gato de un extraño pelaje oscuro casi púrpura abrió sus enormes fauces hacia ella, hasta que se asemejaron a una gran sonrisa...
—¡Oh, qué conejito tan listo! ¡Si sabe dibujar y todo! ¡Vamos! ¿No queréis celebrar nuestro No-Cumpleaños con Sasunagi-chan y yo?
«¡Mierda, mierda, mierda!»
El conejo de pelaje extraño comenzó a desesperarse, mirando hacia un lado y al otro sin parar, inquieto; mientras que por su parte la liebre se acercaba al conejo de pelaje oscuro. Eri estaba parada, en el sitio donde había dibujado con su patita, pero Ayame no pudo quedarse más tiempo allí y salió corriendo.
Eri se quedó helada, ¡Ayame se había ido! Quiso correr detrás de ella pero la liebre le cerraba el paso, así que no pudo evitar recular un par de pasos hacia atrás, buscando otra salida, algo que le diese tiempo para huir y reencontrarse con la joven de cabellos oscuros.
Fue entonces cuando, decidida; comenzó a correr en dirección a donde había ido Ayame, con suerte de dar con ella antes de que el hombre del sombrero extraño y Susanagi —imaginaba que era le nombre de la liebre— volviesen a preguntar si querían quedarse a celebrar su No-Cumpleaños, ¿es que no veían que eran conejos? ¿Estaban locos? Bueno, la liebre era un animal también...
Negó mientras corría, ¡estaba delirando!
Sin embargo antes de poder encontrarse con Ayame, se encontró con una silueta que se le antojaba a felino... Frenó y reculó un poco, intentando ocultarse entre las hierbas, lo peor era su color, vale que ella lo tuviese similar pero... ¡Eso era un gato! ¿Sería otro henge?
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—Grupo ???: Eri, Datsue, Reiji y Hanabi, (Invierno, 220), Poder 100
El gigantesco gato abrió aún más sus fauces con un terrible maullido, y en ese momento el miedo la sobrepasó. Una nube de humo la envolvió, y Ayame se vio sentada sobre la hierba, sudororsa y temblorosa, con un gatito en su regazo que parecía terriblemente confundido y que no tardó en pegar un brinco y salir corriendo con el rabo entre las patas.
—¡Egao! ¿Ya estás haciendo de las tuyas? —escuchó la voz del hombre del sombrero—. A ver, ¿qué es lo que has visto, minino asustadizo?
Los crujidos en la hierba marcaron un destino insalvable, y Ayame se reincorporó de un salto justo cuando el extraño hombre pasaba por delante de ella. Ahora en su forma natural, pudo comprobar que, efectivamente, era bastante más alto que ella y estilizado como una espiga. Bajo la inquisitiva mirada de sus ojos afilados, Ayame jugueteó nerviosa con sus manos.
—E... e... esto... hola... —balbuceó, con la mirada gacha.
—¡Arisu-chan! ¿Dónde te habías metido? —exclamó el hombre de repente, abriendo sus brazos.
—P... ¿Perdón? —preguntó una Ayame estupefacta, contemplando al hombre del traje con los ojos abiertos como platos.
—¡Por supuesto, quedas perdonada! ¡Ahora empecemos la fiesta, Arisu-chan!
—¡No me llamo Arisu, soy Ayame! —protestó, pero, sin escucharla si quiera, el hombre la tomó de la muñeca y comenzó a arrastrarla hacia el improvisado picnic.
Asustada, Ayame se dispuso a licuar su cuerpo... Pero enseguida comprobó, horrorizada, que era incapaz de hacerlo. Moldeó el chakra de nuevo, tratando al mismo tiempo de resistirse al sombrerero, pero su cuerpo no respondía. Jadeó, terriblemente asustada. Su habilidad especial, su técnica estrella... era como si se hubiera olvidado de cómo se hacía... ¿Cómo era eso posible?
El tipo del sombrero la invitó a sentarse con delicadeza sobre la manta, y Ayame, incapaz de hacer otra cosa, obedeció mientras sus ojos miraban alrededor con terror, buscando la presencia de Eri.
—¿Un poco de té, querida?
—Yo... no... se está equivocando, señor... —balbuceó, con las manos en alto.
—¿Cómo que señor? ¡Soy el gran Bōshi-sama, Arisu-chan! ¿Acaso ya lo has olvidado?
—Pero yo no soy Arisu...
—¡Basta! ¡No se puede celebrar un No-Cumpleaños sin una taza de té! ¡Bebe! ¿Quieres una pasta?