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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#91
Tres toques resonaron en la puerta y Bunko Nezumi alzó la cabeza con un violento respingo. Aterrado, se volvió hacia la entrada, pero, aún igual de nervioso, se relajó un tanto al escuchar la voz de Waniguchi.

—¡Eh! ¡Eh! ¡Deja ya esos libros tuyos y ven a ayudarnos! ¡La familia de Ayame ha entrado en la guarida! ¡No hemos podido detenerlos sólos! —ordenó el hombre cocodrilo, y Nezumi ahogó un agudo gritito de angustia.

Él era un adulto joven, espigado, increíblemente delgado y con gruesas gafas de pasta. Sin músculos destacables en su cuerpo, con una nula capacidad para el combate. Él tan solo estaba allí por su inteligencia y su maestría en el Fūinjutsu. ¿Por qué requerían de su ayuda?

—E... e... —tartamudeó. Quizás debería hacerse el sordo y quedarse refugiado entre sus libros esperando que pasara el conflicto, pero si salían con vida de aquel entuerto, el jefe jamás le perdonaría aquella traición. Y todos en aquella guarida sabían lo que ocurría cuando el jefe se enfadaba... Por eso, y luchando contra el terrible temblor de sus piernas, el pobre Nezumi terminó por levantarse y dirigirse hacia la puerta.

Al otro lado estaba esperándole Waniguchi, pero apenas entreabrió la hoja de la puerta cuando el cocodrilo echó a galopar pasillo abajo.

—¡Vamos! —le apremió en la distancia.

Y Nezumi dio su último paso en la vida. Como un búho en la oscuridad de la noche, Kiroe cayó sorpresivamente del techo y Nezumi apenas pudo lanzar un ahogado grito de auxilio antes de que las garras de la rapaz apuñalaran su nuca sin piedad, arrancándole la vida en el acto.



. . .



Kaido seguía corriendo a través de aquel pasillo sin final. Las puertas pasaban a toda velocidad junto a él, pero el camino no parecía acabar nunca. Suelo de roca, paredes de piedra, todas las puertas eran idénticas entre sí, de piedra tallada en la misma pared de la cueva, y el túnel avanzaba y avanzaba...

¿Cuánto tiempo llevaba corriendo? ¿Cuánto podía medir aquel pasillo?



. . .



Haciendo gala de una excelente defensa personal, Mogura dejó caer el centro de gravedad flexionando las piernas en el momento en el que el clon de agua lo sujetó por detrás. Llevado por la inercia, la réplica dio un traspiés, y el médico aprovechó para asestarle un potente cabezazo que provocó su estallido en agua. Pero en ese movimiento también sintió una súbita punzada en el cuello. El pinchazo de un pequeño dardo que no se molestó en quitarse.

En su lugar, dio un salto hacia la pared que tenía al lado.

—N... ¡No, espera! ¡NO! —suplicó Marun.

Pero Mogura, ante su aterrada y suplicante mirada, sumergió la espada en el agua. Un desgarrador chillido hendió los tímpanos del médico cuando el Hōzuki se vio sacudido por las dentelladas de electricidad de su propia espada. Su cuerpo sufrió una serie de desagradables espasmos episódicos que lo contorsionaron como un muñeco sin control y, tras varios segundos, terminó desplomándose, humeante y, aparentemente, sin vida.

Fue entonces cuando lo sintió. Una repentina debilidad en todo su cuerpo que le hizo soltar la espada y caer al suelo encharcado. Le costaba mucho respirar, y los pulmones le ardían tan sólo del esfuerzo de intentar captar el oxígeno que necesitaba. Y la situación sólo empeoraba por segundos.

Mogura se estaba ahogando.



. . .



El trío conformado por Zetsuo, Kōri y Daruu, avanzaron a toda velocidad por el pasillo central con este último utilizando su Byakugan para seguir estudiando los alrededores.

Para su suerte, Ayame y su acompañante avanzaban a una velocidad más bien media comparada con la suya, por lo que enseguida los dejaron atrás. Los Hōzuki seguían avanzando hacia delante, en la misma dirección que estaban tomando ellos: directos a la cascada. Pero ellos serían los primeros en llegar.

El rumor se fue haciendo cada vez más fuerte, hasta que terminó por convertirse en un auténtico rugido. Tras varios segundos de intensa carrera, el pasillo se ensanchó súbitamente y los tres llegaron a la sala que había descrito anteriormente Daruu. Se trataba de una sala circular, de una decena de metros de diámetro, y en el centro del techo se abría un agujero a cielo descubierto desde cuyas paredes caía el agua en forma de cascada y terminaba hundiéndose en un pozo en el suelo que llevaba indudablemente al piso inferior.

Daruu sabría que el pozo debía tener unos diez metros de profundidad. Además pudo ver que, doscientos metros más allá, los tres pasillos volvían a encontrarse en el centro, formando una especie de cesta cuyo final no tenía salida ninguna.

Zetsuo, tras echar un vistazo alrededor, pensativo, se llevó una mano al oído derecho.

—Kiroe. Cuando terminéis, y si no encontráis otra forma de acceder abajo, tomad el pasillo central y buscad la cascada de agua —bajó el brazo, y entonces se volvió hacia Daruu y Kōri—. Bajaremos por aquí, no hay otra opción.



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No respondo dudas por MP.
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#92
—¿Chan? —Kiroe soltó una risilla peligrosa—. Sigue tratándome así, pequeño boquerón, y pronto acabarás dentro de un bote en conserva. —Le guiñó un ojo a Kaido, bromista—. Sígueme, Kaido-chan.

«Dentro de un bote en conserva, o, quizás; en tu corazón» —él le devolvió el guiño, tan pícaro y risueño como sólo él podía serlo. Luego, la siguió hasta la entrada de aquella bifurcación, en la que tendrían que introducirse para encontrar a Manase Mogura, y derrotar a los Kajitsu que aún se encontraban a lo largo de aquel pasillo amenazando el cumplimiento de tan importante misión.

»Dime, ¿los Hōzuki... os convertís en agua automáticamente, o es algo que tenéis que hacer conscientemente? Si yo atacase a uno por sorpresa...

—Automáticamente no, tenemos que activarlo; usualmente al momento en el que creemos que nuestros cuerpos puedan correr algún peligro mortal. Así que, si atacas a uno por sorpresa...

La azulada mano del escualo subió hasta su garganta, y pasó su dedo horizontalmente a través de. La respuesta era obvia: Si lograba pillar por sorpresa a aquel hombre de la habitación, sería, probablemente, una muerte limpia y segura.

¿Sería ella capaz de lograrlo?

. . .

—Maldita sea, maldita sea, ¡maldita sea! —espetaba, fúrico. Aquel interminable pasillo le estaba sacando de quicio, eso era evidente.

De un momento a otro, ya hastiado de correr sin un fin aparente, el escualo se detuvo. Sintió primero la necesidad de recobrar el aliento, y también de echarle un ojo a su alrededor, aunque todo lo que veía era lo misma mierda que había estado atravesando desde que dejó a Kiroe, allá atrás.

Escupió al suelo, y volvió a maldecir. Pero ésta vez, su perjura tendría que tener un fin.

Porque, había que ser un poco idiota como para no darse cuenta de que, al paso en el que había estado corriendo y según el bosquejo que le había hecho Daruu con su Byakugan; él tendría que haber dado ya con el lugar en el que se encontraba Mogura. Sencillamente, los tiempos no daban. Y para dar explicación a eso, habían varias opciones. La cuestión era si el Hozuki podría ser capaz de darse cuenta de ello.

Entonces, el kyojin apaciguó su ritmo e intentó pensar. Pensar, como pocas veces se detenía a hacerlo. ¿Sería él capaz de discernir, con los cabos sin atar a su disposición, qué era lo que estaba sucediendo?

Kaido tiene una revelación y aprende a usar ¡Inteligencia!, para intentar encontrar una respuesta apropiada a su fallido intento de dar con su la habitación en la que se encuentra Mogura.
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#93
Mogura había saltado y se había adherido a la pared, su cuerpo ya no estaba en contacto con el agua. En su cuello todavía estaba el dardo que le habían lanzado, pero no se lo quitó, en su lugar sostuvo con firmeza a Hane con su mano. Y fue ahí cuando sus miradas se cruzaron.

—N... ¡No, espera! ¡NO!

El odio y la ira se habían convertido en terror y suplica, pero el rostro del médico no reflejaba ni perdón ni compasión. Determinado a cumplir su cometido, su pulso no tembló y su mirada no hizo mas que afilarse en el momento en que el ala se mojó en el agua.

El desgarrador chillido se metió en sus odios y a la vez llenó toda la sala. Hōzuki Marun comenzó a padecer espasmos y su cuerpo no paró de sacudirse. Mogura no apartó la mirada en ningún momento de él, sabía que no estaba vengando a nadie, Marun no había matado a nadie hasta donde tenía conocimiento...

Pero levantaste tu espada en la dirección de gente importante para mi.

Había intentado matar a Shanise, pero él lo había impedido. Había intentado llevarse a Ayame una vez y no lo había logrado. Y ahora ya no podría intentar hacerlo más, él se había asegurado de que fuese así.

Finalmente pasados unos segundos, el castaño se desplomó, humeando.

«Muerto.»

Y entonces lo sintió. Perdió la concentración y su cuerpo cayó al encharcado piso. Un ardor comenzaba a hacerse cada vez más fuerte en sus pulmones, la acción de respirar se volvía un ejercicio cada vez más complicado. No había duda alguna, era el veneno de la vez anterior.

Frunció el ceño en el piso. No tenía mucho tiempo si pensaba salir vivo de ahí, con una mano se quitó el dardo del cuello y, haciendo lo mejor que pudo para aguantar el aire útil que tenía, llevó su mano ejecutora hasta su portaobjetos para tomar un pequeño frasco. Sin perder tiempo alguno, lo destapó y se llevó el liquido a la boca, bajándolo por su garganta en un solo movimiento.
Hablo - Pienso

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#94
El trío de ninjas llegó a la plaza interior con la catarata en el centro. Daruu llegó resollando, pero intentó que sus alientos no alertaran al dúo que caminaba más abajo, en el piso inferior. Poco probable, con el estruendo del agua. Pero nunca se sabe.

Tiró de la manga de Zetsuo, que estaba comunicando algo a su madre.

—Mamá, el pasillo por el que estáis moviéndoos converge con el central. Llegaréis antes —dijo—. Ah, y ten cuidado más adelante. Hay un Genjutsu Ambiental en marcha. Kaido ha caído en él y... está dando vueltas.

»Parece... que Mogura ha ganado la pelea. Pero hay algo raro. Id cuanto antes.

—¡Entendido! —dijo la voz de su madre por el transmisor...


· · ·


—...¡Entendido! —dijo Kiroe, mientras extraía el arma de la nuca de aquél pobre diablo—. Zetsuo. El del Fūinjutsu está muerto. Eso debería frustrar parte de sus planes, respira tranquilo. Ahora sólo queda recuperarla.

»Os dejo. Voy a echarle una manita al hombre pez.

Kiroe echó a correr a lo largo del pasillo. No tardó en divisar a Kaido, que en aquellos momentos se dirigía hacia ella. Primero, ejecutó el Genjutsu Kai para librarse ella misma de la influencia de la técnica, que ya debía haberla alcanzado. Luego, practicó el mismo procedimiento en el muchacho.

—¡Kaido! Daruu me ha dicho que estabas dando vueltas por el pasillo —se permitió reír—. ¡Vamos, muchacho! Creo que Mogura-kun está en apuros.

Sin más dilación, siguió corriendo pasillo arriba.


· · ·


Daruu observó con su Byakugan cuáles eran sus posibilidades.

—Ellos no han llegado todavía. Están a aproximadamente veinte metros de esta posición —informó—. ¿Cuál debería ser nuestro curso de acción? —preguntó a los mayores. Al fin y al cabo, podía hacer dos cosas: desesperarse y seguir llorando, o confiar en la habilidad y la astucia de los expertos.

¿A qué otra cosa se podía aferrar un chico que apenas rozaba la pubertad en una situación como aquella?

No. No era un chico.

Era un shinobi.
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No hay marcas de sangre registradas.
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#95
Externamente, nada pareció suceder cuando Kiroe empleó el Kai para liberarse a sí misma y a Kaido de la influencia del genjutsu ambiental en el que se habían visto sumergidos. Sin embargo, fue evidente que la ilusión se había desvanecido, sobre todo cuando siguieron corriendo pasillo arriba y vieron que, por debajo de una de las puertas, se había formado un charco de agua bastante llamativo.



. . .



Mogura estaba en una situación complicada. Cada vez le costaba más trabajo respirar, y aquella sensación ardiente en la garganta no hacía más que empeorar a cada segundo que pasaba. Con cada inspiración, el aire emitía un débil silbido al intentar pasar por su tráquea casi obstruida, y el costado ya le dolía de hacer el mero esfuerzo de respirar. Su piel había palidecido hasta el extremo, y, fruto de la falta de oxígeno, comenzaba a apreciarse un leve tinte azulado en ella.

Debía darse prisa.

Fruto de la desesperación, el chunin cometió un pequeño fallo. Tomó el pequeño frasco con antídoto de su portaobjetos, lo destapó y se lo llevó a la boca. Enseguida se daría cuenta de que el efecto habría sido mucho más rápido si se lo hubiera inyectado en lugar de tener que pasar por todo el tracto digestivo, pero ya era tarde para lamentaciones.

Fuera como fuese, y tal y como ocurrió con Shanise, el veneno de Marun era tan potente que no bastaba simplemente con aquel antídoto genérico. Aquel sólo bastaría para ralentizar sus efectos, pero tendría que hacer algo más si no quería verse arrastrado a la inconsciencia.

Fuera de la habitación escuchó pasos apresurados.



. . .



—Ellos no han llegado todavía. Están a aproximadamente veinte metros de esta posición —informó Daruu, que aún tenía el Byakugan activo—. ¿Cuál debería ser nuestro curso de acción?

Zetsuo frunció ligeramente el ceño y dirigió el pulgar hacia abajo.

—Bajar.

No había vuelta de hoja. Aquello era el todo y el nada.

Atravesaron la pared de agua, y el trío cayó a través del tubo que formaba la cascada con la propia gravedad tirando de ellos sin ningún tipo de piedad. Rompieron con estrépito la superficie de agua que les esperaba a unos diez metros de profundidad, y los tres escucharon una aguda exclamación de sorpresa.

Zetsuo y Kōri emergieron con cierta lentitud en la superficie, de pie sobre el agua y empapados de arriba a abajo. Su aspecto sólo se veía aún más imponente por la cruda mirada de sus ojos, una aguamarina y afilada como el acero de una espada y la otra cristalina gélida como la viva representación del más crudo invierno.

En tierra firme, a unos veinte metros de distancia (tal y como había afirmado Daruu), Ayame observaba aterrorizada la escena. No llevaba bandana alguna sobre la frente, pero se había arrancado parte de su manga derecha para elaborar una cinta con la que seguía tapando su frente. Todavía tenía rastros de sangre junto a la sien, pero aparte de eso, parecía sana y salva.


Salvo un detalle que hasta el momento había pasado desapercibido para el Byakugan de Daruu. Un minúsculo trazo de chakra oscuro, similar a una aguja, que estaba implantado en su cerebro.


Junto a ella, un hombre de considerable altura sonreía, afable. Se podía decir que todo en él era oscuridad. De piel negra y cabellos largos del color del ébano que llevaba recogidos al final de su longitud hacia la mitad de su espalda. Alrededor de sus ojos, y apuntando hacia sus sienes, tenía dos sendas manchas blancas. Vestía un largo sobretodo, también negro, que llevaba abierto sobre un uwagi y unos pantalones blancos.

—¡Cuánto tiempo, Zetsuo, mi viejo amigo! —exclamó el Kajitsu, pasando una de sus largas manos alrededor de uno de los hombros de Ayame, que se estremeció ligeramente.

—No somos amigos, Reigetsu —replicó el médico, cortante.

—Q... ¿Qué hacéis vosotros aquí...? —balbuceó ella.
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#96
Bajar.

Esa era la sencilla orden que había emitido Zetsuo. Nada de estrategias complicadas. Daruu alzó una ceja, sorprendido, preocupado, y a la vez, admirado por la simplicidad de las directrices del padre de Ayame. Por un lado, resultaba admirable, sí, que tuviera el valor para arrojarse a las garras del enemigo directamente. Por otro lado, resultaba preocupante. ¿Eran sus órdenes fruto de la confianza en sus habilidades o en la desesperación por encontrar a su hija? Él también estaba desesperado, por supuesto, pero tenía miedo de lo que pudiera...

...pero el Hielo, quien se suponía el más frío —figurada y realmente— del grupo, no puso ninguna objección al curso de acción del médico. De modo que, tras pensar una décima de segundo cómo caer para no hacerse daño, Daruu saltó tras ellos, y cayó con un estrépito un momento después que Kōri.

Él también surgió de las profundidades hecho toda una masa de ira. El que se llamaba Reigetsu había saludado con afable mentira a Zetsuo, quien le había reprendido. Ayame parecía asustada. Asustada y algo más.

Daruu tiró de la manga de Zetsuo.

—Están manipulando su cerebro con una especie de aguja de chakra. —El tono de la voz de Daruu estaba cargado de odio. Miró a Reigetsu y pronunció las palabras—: Vas a morir.


1 AO


· · ·


Kiroe seguía corriendo junto a Kaido por aquél largo pasillo. Pronto divisaron una puerta bajo la que se escurría un charco de agua.

—Dime, Kaido, ¿cuál es la probabilidad de que ese charco sea otro de esos endemoniados Kajitsu Hōzuki? —rio Kiroe—. Esta debe de ser la puerta. Pero en serio, tengamos cuidado. Cúbreme las espaldas.

Kiroe abrió la puerta y se metió adentro con la agilidad de una gacela. Sus ojos recorrieron primero el cuerpo sin vida de Marun, quemado, y luego a Mogura, que...

—¡Mierda! —Kiroe corrió hasta él y se agachó. Vio los recipientes del dardo envenenado y del antídoto que había ingerido ahora mismo, y chasqueó la lengua contra el paladar. Rebuscó en su portaobjetos e inyectó su propio antídoto en el cuello de Mogura, donde una pequeña herida minúscula señalaba el lugar donde el dardo había penetrado.
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#97
Y allí estaba el escualo, echándole cabeza al asunto. Probablemente, en algún momento de la noche, iba a lograr discernir de qué se trataba aquella maldita triquiñuela —quizás para entonces ya Ayame estuviese en su cama calentita, comiéndose unos bollos de vainilla de Kiroe—, pero de que iba a poder, pues iba a poder.

No obstante, para su suerte; o bien para la vergüenza que iba a sentir luego, una mano amiga le hizo el favor de sacarle de aquella ilusión con tan sólo darle un poco de su chakra. Aquello no pareció surtir ningún efecto visual significativo, de hecho, todo seguía luciendo igual, pero la presencia de Kiroe daba certeza de que el jodido genjutsu había sido roto y de que aquel inacabable pasillo no era infinito, ni mucho menos.

—¡Kaido! Daruu me ha dicho que estabas dando vueltas por el pasillo —se permitió reír—. ¡Vamos, muchacho! Creo que Mogura-kun está en apuros.

Kaido la vio correr, y antes de seguirla, tuvo que darse a sí mismo una reprimenda.

«Lo primero que vas a hacer al volver a casa es aprender ese maldito Kai, escualo hijo de las mil putas»

. . .

Ésta vez avanzaron, y avanzaron, hasta llegar a una puerta. Una puerta que bajo sus rendijas parecía haberse escurrido algo de agua. Kiroe inquirió al escualo, una vez más.

—Dime, Kaido, ¿cuál es la probabilidad de que ese charco sea otro de esos endemoniados Kajitsu Hōzuki? —ella rió, y él lo hizo también—. Esta debe de ser la puerta. Pero en serio, tengamos cuidado. Cúbreme las espaldas.

—Dale, yo le cubro lo que usted quiera, Kiroe-sama.

Las risas no durarían mucho, desde luego, pues una vez dentro; el panorama sería cuanto menos desalentador. Aquella habitación había sido víctima de una feroz batalla, y allí en el suelo yacían aquel par de shinobi, ambos sin poder levantar cabeza. El Kajitsu por un lado hecho chamusca y Mogura pálido, cogiendo colores que sólo producen ciertas cosas.

Mierda, espetó Kiroe. Y Kaido no pudo hacer más que apretar los dientes. Cerró la puerta detrás de sí, deslizó un kunai de bolsa de utensilios y le echó un rápido vistazo a la habitación, esperando que de haber aún alguna sorpresa, pudiera él percibirla.

Y con el ojo bueno tendría a Marun entre ceja y ceja, pues aunque lucía abatido, no podía fiarse de que aquel hombre no fuese a despertar.

—Éste parece muerto, pero... ¿Y Mogura, está bien? —preguntó él, temiendo lo peor.
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#98
El efecto del antidoto por ingesta no sería tan eficiente como cuando se lo inyecta, pero al menos le ganaría un poco de tiempo para poder realizar el método que conocía, por sus propios medios. La vez anterior había tenido que extraer el veneno del cuerpo de otra persona, esta vez tenía que extraerlo de su propio cuerpo.

«Bien. Está actuando.»

Pensó mientras llevaba una mano hasta Hane y con la otra tomaba un objeto de su kit médico. Luego de practicar una incisión, envainó la espada; con la otra mano empujó el fluido médico hacía el interior de su cuerpo y se dio a la tarea de extraer el veneno.

«Maldito veneno...»

En la puerta sonaban pasos, lo cual alertó al chuunin. Pero no tenía intenciones de cortar su tratamiento. Con su mano libre tomaría un pergamino vacío, el cual usaría en el momento posterior a haber extraído el veneno para sellarlo ahí.

En un punto, la madre de Daruu y el escualo ingresarían en el lugar, Mogura les recibiría con una expresión que reflejaría todo menos alegría. Estaba esperando que llegase alguna clase de refuerzo o algo por el estilo.
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#99
Aún en las difíciles condiciones en las que se encontraba, Mogura inició su propio tratamiento por sus propias manos. Utilizando su propia espada para ello, se practicó una pequeña incisión cerca del cuello. Una actuación tremendamente arriesgada, pues si se hubiera desviado apenas unos centímetros, podría haber seccionado su propia arteria carótida y terminar allí mismo su vida. Sin embargo, las manos del médico eran hábiles y precisas...

Aunque no todo iba a salir a pedir de boca.

Cuando el chunin se dispuso a empujar el fluido médico a través de la herida, un desgarrador dolor recorrió todo su cuerpo. Tan intenso, que le hizo perder la concentración y la técnica se deshizo. El fluido se perdió en el agua que cubría el suelo y Mogura cayó prácticamente asfixiado. La visión se le emborronaba por momentos, y todo comenzó a dar vueltas a su alrededor...

Y justo en ese momento, Kiroe y Kaido entraron de golpe en la habitación.

—¡Mierda! —exclamó la mujer, corriendo hacia el médico al comprobar su estado. Se agachó junto a él y, tras una rápida revisión, rebuscó en su propio portaobjetos, sacó otro antídoto y se lo inyectó en el cuello.

—Éste parece muerto, pero... ¿Y Mogura, está bien? —musitó Kaido, que en aquellos momentos recorría la habitación con sus ojos de escualo y enarbolando un kunai. Nada parecía fuera de lugar, el Hōzuki seguía prácticamente inmóvil, su cuerpo humeando por las terribles quemaduras que se apreciaban en su piel, y el resto de la sala se mantenía en absoluta calma.

Mogura empezó a respirar mejor. Su piel, aún pálida por la debilidad, ya no tenía aquel tono azulado que sólo parecía natural para El Tiburón. Parecía estar fuera de peligro, aunque era probable que aún tardara un poco en despertar y recuperarse.

Nuevos pasos corrían por el pasillo. Y antes de que nadie pudiera hacer nada por evitarlo, la puerta volvió a abrirse con violencia.

—¿¡Qué ocurre aquí!? ¡¿Dónde están?! —preguntó un hombre alto y fornido, que respiraba agitadamente como si hubiera venido corriendo desde la misma Amegakure. Sus cabellos estaban parcialmente ocultos por un gorro de lana negro, pero aquellos y su perilla eran de color azulado, a juego con sus ojos, y vestido con una gruesa gabardina oscura con múltiples bolsillos.



. . .



Daruu estiró de la manga de Zetsuo, y el hombre, sin girar la cabeza apenas, le dirigió una fugaz mirada por el rabillo del ojo. Estaba claro que toda su atención estaba volcada en otra cosa. Pero...

—Están manipulando su cerebro con una especie de aguja de chakra —informó el genin, cargado de rabia y odio. Pero aquel sentimiento no tuvo nada que ver con el brillo que despidieron los afilados ojos del jonin en aquel momento. Incluso Kōri, para lo impersonal que era siempre, parecía notablemente sorprendido y... enfadado.

—¡¿QUÉ?! —bramó, volviendo la mirada hacia delante y clavó sus iris en Ayame, que se estremeció ante el brusco contacto visual, pero le devolvió el gesto con resolución desafiante.

Si la descripción de Daruu era tan precisa como siempre lo había sido, Ayame estaba siendo víctima del Sennō Sōsa no Jutsu, una técnica que él conocía muy bien. Y, precisamente por eso, lo que estaba haciendo Zetsuo era rebuscar en su memoria. Y lo que vio le dejó sin aliento momentáneamente.

Pálido de ira, el hombre apretó sendos puños a ambos lados de su cuerpo, y se clavó las uñas en las palmas con tanta fuerza que un fino hilo de sangre resbaló de aquellas.

—Vas a morir —siseó Daruu.

Reigetsu hundió los hombros, con gesto decepcionado.

—Valientes palabras para un simple alevín... —alegó.

—¿¡QUÉ COJONES LE HAS HECHO!? —bramó el médico, y su voz reverberó en todas y cada una de las rocas de aquella sala.

—¿Eh? —Ayame, sobresaltada y confundida, se volvió hacia el Hōzuki, rompiendo el contacto visual con su padre.

Pero no importaba, porque él ya había visto todo lo que necesitaba ver. Todo se remontaba al Valle de los Dojos, concretamente, al momento en el que Ayame había descubierto que Zetsuo estaba entrenando a Daruu en el arte del Genjutsu. A partir de ahí, y aprovechando el sentimiento de inseguridad y rencor de la muchacha, y culminando con su posterior derrota en la final, Reigetsu había anulado todos los recuerdos alegres que habían sucedido a aquellos instantes. La línea de su memoria estaba repleta de agujeros, pero había hilado aquellos vacíos con tal habilidad, que a ojos inexpertos aún parecía que su memoria estaban intactas y que simplemente tenía algunas lagunas en algunos días. Las propias lagunas de no recordar un día en su total perfección.

—Zetsuo, no te alteres. No le he puesto un dedo encima a tu hija. ¿Ves? Está intacta, sana y salva, conmigo, como debe ser. Sólo hemos... tenido una agradable charla. ¿Verdad, Ayame-chan? —sonrió.

Ella agachó la cabeza, y sus hombros convulsionaron un instante. Reigetsu apretó su hombro en un gesto conciliador y, de repente, hubo un cambio sutil en el ambiente. No era obra de ninguna técnica, porque no se veía rastro de chakra alguno. Pero era como si la presencia de Reigetsu se hubiese vuelto aún más grande e imponente. Era imposible de ignorar y sus palabras exigían ser escuchadas, creídas, obedecidas...

—No soporto verte sufrir así, Ayame... —le dijo, con una voz suave y reconfortante—. Díselo de una vez y acabemos con esto.

Ella se abrazó un costado, respirando trabajosamente. Le dolía el pecho, se estaba resquebrajando por dentro. Pero luchó, respiró hondo varias veces y alzó la cabeza hacia su padre, que la contemplaba como si la viera por primera vez. Evitó por todos los medios mirar a Daruu o a Kōri, y entonces sus labios temblorosos lanzaron la sentencia.

—Yo... m... me voy con los Kajitsu Hōzuki.

El mundo pareció tambalearse momentáneamente. Kōri alzó la barbilla, incrédulo ante lo que acababa de escuchar, y Zetsuo hizo acopio de todas sus fuerzas por mantener la compostura. "No quiero irme", fueron las palabras que le dirigió aquella noche de hace poco menos de diez años, cuando los Kajitsu se presentaron en su casa por primera vez exigiendo la entrega de la niña. "No quiero irme". Y ahora toda la situación había pegado un giro de ciento ochenta grados.




Daruu manejará a Zetsuo también a partir de este post.
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No respondo dudas por MP.
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«No puedo creer que esté pasando esto...» Daruu apretó los puños y clavó su alba mirada en Reigetsu, y luego en Ayame. Sobretodo en Ayame. «Tú no. Ahora no. Después de todo lo que ha pasado, no.» Avanzó un paso, y bramó:

—¿¡Pero qué dices!? —Dio un paso más—. ¡Tu padre, tu hermano y yo hemos estado preocupadísimos por ti! —Era consciente de que algo estaba manipulando a Ayame, pero no tenía ciencia cierta de hasta qué punto y de qué manera. Y aún así, se sentía con ganas de decir algo. Tenía que decirlo—. Los Kajitsu tienen preparado un instrumental completo para sacarte el bijū. Sólo te quieren por el monstruo. Sólo quieren ese poder. ¡No eres más que un jarrón para ellos, y yo... yo te...!

—¡YO TE QUIERO, MALDITA SEA! ¡TODAS LAS MISIONES CON KŌRI-SENSEI...! ¡TODO...!

Y Daruu echó a correr, no hacia Ayame, sino hacia Reigetsu, enarbolando la palma de su mano como si fuera una espada.

—¡DÉJALA EN PAZ, HIJO DE PUTA!

—¡No, Daruu, espe...! —gruñó Zetsuo, y entonces... tuvo que moverse.


1 AO


· · ·


Kiroe sostenía el cuerpo inmóvil de Mogura. Chasqueó la lengua. Estaba recuperando color, pero sin duda tardaría un tiempo en recuperarse. Un tiempo muy preciado.

—Está bien, Kaido-kun —tranquilizó Kiroe—. Pero no sé si va a poder moverse en un rato.

Escucharon unos pasos corriendo por el pasillo. Los pasos de alguein apresurado que no se molestaba en ocultarse. Algo raro para un Kajitsu, a no ser que dicho Kajitsu fuera alguien muy diestro en combate que viniese a matar. Kiroe depositó con delicadeza a Mogura en el suelo y sacó un kunai. Instó a Kaido a apartarse con un gesto y se propuso a saltar al techo, tal y como había hecho para eliminar al anterior ninja, pero el hombre llegó antes de que pudiera hacerlo.

Y menos mal que lo hizo, porque podría haber cometido un error muy grande.

Kiroe soltó el kunai.

—¡Karoi! —exclamó Kiroe con una sonrisa—. No te preocupes, Kaido-kun, es amigo.

»¡Rápido, Karoi! Mi hijo me ha dicho que están en el pasillo central. Tú conoces este sitio mejor que nadie, así que sabes donde está, no lo dudo. ¡Vamos, ve con ellos! Kaido, tú también deberías de ir.

Kiroe se dio la vuelta y observó a Mogura, que luchaba contra el veneno.

—Yo... no soy muy buena en enfrentamientos directos, y alguien tiene que cuidar de Mogura-kun —dijo—. No me gustaría perder un cliente tan importante como él. —Se agachó, y le acarició el cabello—. Vamos, Mogura-kun. Resiste un poco más. Te invitaré a pastel de fresa cuando todo esto acabe.
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No hay marcas de sangre registradas.
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Había logrado realizar de manera correcta la incisión por la cual debía ingresar el fluido, pero fue en el momento en que estaba por insertarlo en su cuerpo que un tremendo dolor se hizo con su cuerpo. No pudo consigo mismo, no llegó a tomar el pergamino pues como reflejo la mano se dirigió a su pecho agarrándose con fuerza, fuerza que empezaba a escaparse de su persona.

Todo se estaba poniendo cada vez más borroso y oscuro, llegó a percibir que alguien ingresaba por la puerta pero ya era muy tarde para que él pudiese hacer algo al respecto.

Para su enorme fortuna, eran aliados los que habían entrado.

Kiroe, haciendo gala de su experiencia como kunoichi, reaccionó de la manera correcta, inyectando el antídoto donde correspondía. Por supuesto que en ese instante Mogura no entendía nada pues estaba con un pie del otro lado a esas alturas, no sabía quien estaba salvando su vida.

Tomó una bocanada de aire en cuando su cuerpo pudo hacerlo, como parte del reflejo más primitivo por querer sobrevivir a una muerte casi segura. Pero la siguiente respiración sería menos energética, pero al menos constante. Su piel volvía a recuperar el no color típico de un habitante de un lugar donde el sol no brilla.

Las cosas volvían a recuperar su nitidez poco a poco, aun así tardaría un poco en entender lo que estaba pasando, tanto así que entendería lo que estaba sucediendo solo cuando la mujer habría pronunciado las palabras "Pastel de fresa".

«Kiroe-san...»

Reconoció la voz de la fémina y respiró con alivio en ese momento.
Hablo - Pienso

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Temer lo peor, no obstante; no fue suficiente.

Mogura seguía, ¡Lamentablemente! vivo y coleando. Kaido tendría que lootearle el chaleco, y aquella bonita espada —que yacía a su lado como amante fiel—, luego. El escualo sonrió, nervioso, riéndose de su propio chiste. En realidad era su forma de sacarse aquel peso de encima que le suponía que Mogura pudiera estar muerto. Porque, además de ser un buen compañero, que hubiesen perdido a alguien probablemente haría que la misión no se completase con éxito.

«Te estás ablandando, Tiburón»

Pero no hubo tiempo de relajarse, sin embargo. Del pasillo por el que habían venido se escucharon unos pasos poco disimulados que se acercaban agigantados hacia su locación. Kiroe volvió a asumir el mando por sobre el gyojin y le pidió moverse para ejecutar ella su estrategia. Kaido, no obstante, se mantuvo firme, y apretó aquel kunai que yacía sobre su azulada mano como nunca antes lo había hecho.

Estaba listo para la batalla. Estaba listo para demostrar el por qué le habían llamado para rescatar a Ayame.

—¿¡Qué ocurre aquí!? ¡¿Dónde están?!

—¡Karoi! —exclamó Kiroe, mientras Kaido veía con cara de pocos amigos a su nuevo interlocutor—. No te preocupes, Kaido-kun, es amigo.

El gyojin volteó los ojos, poniéndolos blancos. ¡¿Qué era lo que tenía que hacer para tener que pelear, ah?!

... Kaido, tú también deberías de ir.

—¿Segura? —indagó.

Lo estaba, sí. Se excusó en que el combate directo no era lo suyo —a pesar de haberse cargado a un Kajitsu en apenas un parpadeo— y que alguien tenía que quedarse con el lisiado de Mogu. Kaido buscó a Karoi con la mirada, y le habló.

—Bien, amigo; llévanos —le dijo, y luego se dirigió a Kiroe, señalándola con el dedo—. y yo también voy a querer un poco de ese pastel, Kiroe-chan.

Su kunai volvió hasta el bolso de utensilios, y avanzó decidido. Era hora de terminar con aquello, por el honor de su clan.
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El recién llegado se había encontrado con una escena de lo más particular. En primer lugar había un muchacho tirado de cualquier manera en el suelo, pálido y débil pero aparentemente consciente; cerca de él, protegiéndolo, había dos personas que enarbolaban peligrosamente un kunai, un chico que aparentaba tener la misma edad que el herido pero cuya piel poseía un extraño color azulado y una mujer adulta a la que él conocía muy bien.

Afortunadamente, Kiroe le reconoció antes de que nadie cometiera ninguna imprudencia.

—¡Karoi! —exclamó la pastelera, con una sonrisa de alivio—. No te preocupes, Kaido-kun, es amigo. ¡Rápido, Karoi! Mi hijo me ha dicho que están en el pasillo central. Tú conoces este sitio mejor que nadie, así que sabes donde está, no lo dudo. ¡Vamos, ve con ellos! Kaido, tú también deberías de ir.

—¿Segura? —preguntó Kaido.

Kiroe se limitó a darse la vuelta, hacia malherido Mogura que aún seguía luchando contra la ponzoña que recorría su cuerpo y que el antídoto que le había suministrado se esforzaba por eliminar.

—Yo... no soy muy buena en enfrentamientos directos, y alguien tiene que cuidar de Mogura-kun —respondió—. No me gustaría perder un cliente tan importante como él- —Se agachó, y le acarició el cabello con suavidad—. Vamos, Mogura-kun. Resiste un poco más. Te invitaré a pastel de fresa cuando todo esto acabe.

Kaido se volvió entonces hacia Karoi.

—Bien, amigo; llévanos —le dijo y el hombre asintió con determinación. El escualo se volvió una última vez hacia Kiroe, señalándola con el dedo—. Y yo también voy a querer un poco de ese pastel, Kiroe-chan.

—¡Vamos! —exclamó el hombre, antes de girar sobre sus talones y echar a correr a toda velocidad pasillo arriba. El peso de su fornido cuerpo hacía que sus pasos resonaran con fuerza contra las baldosas, pero a Karoi
aquel detalle no parecía importarle. Desde luego, no estaba pretendiendo ser precisamente discreto—. Kaido-kun, ¿sí? Por lo que ha dicho Kiroe-san, Ayame debe estar en piso inferior. Precisamente... las dependencias de Reigetsu, el cerebro de todo esto. Esto no es bueno, ese hombre es capaz de cualquier cosa con tal de conseguir lo que quiere... ¡Tenemos que darnos prisa y llegar al pasillo central! ¿Sí?

Sin embargo, Karoi se vio obligado a detenerse en seco. Allí, al final del pasillo, había aparecido una sombra. Y ahora una enorme ola que abarcaba todo el corredor, tanto en ancho como en alto, se dirigía a ellos a toda velocidad.

—¡Cuidado, Kaido-kun!



. . .



Ayame podía sentir la mirada de todos clavados en ella, y por eso, abrumada, no tardó en romper el contacto visual agachando la cabeza. Junto a ella, Reigetsu sonreía con suavidad.

—¿¡Pero qué dices!? —exclamó Daruu, seguramente reflejando los pensamientos que inundaban las mentes de todos los presentes. Dio un paso al frente—. ¡Tu padre, tu hermano y yo hemos estado preocupadísimos por ti!

Ayame apretó los puños súbitamente.

—Los Kajitsu tienen preparado un instrumental completo para sacarte el bijū. Sólo te quieren por el monstruo. Sólo quieren ese poder.

—Eso es mentira... —farfulló entre dientes, temblando.

—¡No eres más que un jarrón para ellos, y yo... yo te...! ¡YO TE QUIERO, MALDITA SEA! ¡TODAS LAS MISIONES CON KŌRI-SENSEI...! ¡TODO...! —Preso de ira, Daruu echó a correr de repente hacia Reigetsu con una de sus palmas en posición de ataque—. ¡DÉJALA EN PAZ, HIJO DE PUTA!

—¡No, Daruu, espe...! —gruñó Zetsuo, lanzándose también hacia delante.

Pero Reigetsu seguía sonriendo, aparentemente despreocupado por el ataque del genin. De hecho, cuando estaba cerca de llegar a su posición, Ayame se interpuso entre ambos, gesto sombrío y manos entrelazadas en un sello.

Y entonces un muro de agua se levantó entre ambos.

Kōri apareció junto a Daruu súbitamente y le refrenó agarrándole por el brazo.

—¡Espera! —le dijo, y aunque seguí manteniendo la misma gélida calma de siempre se podía apreciar un tinte de alarma en su voz—. Sé que es difícil, pero debes mantener la cabeza fría. Él no es un enemigo corriente y debemos asegurarnos de que Ayame no sufra ningún dañ...

Kōri se interrumpió en seco. De nuevo, aquella sensación opresiva volvía a llenarlo todo.

—Vamos. Ya somos adultos para tratar estos asuntos de forma ciivilizada, ¿no es así? —la voz de Reigetsu resonó por todas y cada una de las cavidades de la sala, llegando hasta los oídos de los presentes, inundándolos, obligándolos a escucharle. Su presencia era demasiado poderosa, demasiado imponente. Y sólo había una persona en la sala capaz de rivalizar con ella—. No hay necesidad alguna de utilizar la violencia. Ayame y yo hemos estado hablando. Jamás sería capaz de hacerle ningún mal —continuó, meloso, y sus palabras sonaban tan creíbles que era casi imposible contradecirlas por muchas pruebas que hubiesen tenido con anterioridad—. Hemos hablado, y yo me he sentado a escucharla. A escuchar sus deseos. Oh, pero parece que vosotros jamás habéis hecho algo así, ¿verdad que no, pequeña Ayame...? ¿De verdad la conocéis tan bien como pensáis?

La muchacha seguía mordiéndose el labio inferior, pero sus ojos, aunque anegados de lágrimas, casi literalmente echaban chispas.

—Diles todo lo que me has dicho a mí, Ayame.

—La única que me quiere como un jarrón... es Arashikage-sama —siseó, todo su cuerpo temblando de ira—. Los únicos que me quieren por el monstruo que llevo dentro sois vosotros. ¡La aldea!
¡Regresé de una importante misión, salvé el mundo! ¿Y qué fue lo que recibí a cambio? ¡HUMILLACIÓN Y GRITOS! ¡Yui se rio en mi cara y me gritó! ¡Toda la gloria se la llevó Mogura!
—chilló, y el agua del suelo estalló bajo su pie cuando le pegó un pisotón, sollozando a viva voz.

—¡A vosotros nunca os he importado! ¡Nunca me habéis escuchado! ¡Tú te me declaraste cuando supiste que era jinchūriki! ¡Sólo te importo por eso! —señaló a Daruu con el dedo índice—. ¡Me llamaste "mago ambulante", me llamaste "cobarde"!

»¿Y qué pasó en el torneo? ¡Queríais que abandonara tras la primera ronda por miedo! ¡Seguro que os habría gustado verme caer en la siguiente ronda! ¿Acaso os importó que perdiera de aquella manera contra aquel Uchiha? ¿Os importó que me llevara todos aquellos espadazos mientras suplicaba por poder al menos darle un golpe y no caer como un mero pelele? ¡Porque sólo recibí indiferencia y silencio después de eso! ¡Ni siquiera me dirigisteis la palabra de nuevo desde la discusión en la vuelta a la aldea! ¡Sólo queréis tenerme entre vuestras garras! Sobre todo tú...
—añadió, mirando a Zetsuo con los ojos entrecerrados—. ¡Me abandonaste y buscaste un sustituto que pudiera cumplir tus exigencias al considerarme débil e incapaz! Era mi objetivo llegar a sorprenderte algún día, papá. Pero era un sueño inútil.

—Por eso me voy con los Kajitsu. Ellos saben apreciarme por lo que soy, y podrán entrenarme en más trucos de mago de feria. Ellos son mi nueva familia.


Reigetsu ensanchó aún más su sonrisa. Kōri tensó todos los músculos del cuerpo y el aire empezó a enfriarse...

—Ahí está. Es su deseo marcharse de Amegakure. ¿Vais a negarle también eso? ¿Le vais a quitar la libertad de elegir?
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Sprite por Karvistico.


—Habitación de Ayame: Link

No respondo dudas por MP.
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Ayame se cruzó en su camino, defendiendo a su captor. Kōri se interpuso, apareciendo como de costumbre como un borrón difícil de distinguir, y tomándole del brazo. Un muro de agua creció entre el dúo de Hōzuki y la tupla alumno-maestro. Zetsuo tiró de ellos hacia atrás, casi arrojándolos al agua, y los tres dieron un salto, quedando en la misma distancia que antes. Zetsuo tocó dos veces el hombro de Daruu para llamar la atención, y arrugó la nariz en un gesto y una mirada que transmitían una sóla instrucción, clara y meridiana:

Cautela.

Escuchar la voz de Hōzuki Reigetsu era como bucear en un pantano lleno de barro, o beberse una taza de un chocolate tan espeso que hay que hacer un esfuerzo por tragarlo. Daruu sentía una opresión en el pecho muy difícil de describir. Pero pronto esa sensación fue sustituida por otra, cuando Ayame empezó a hablar. Daruu apretó los puños y la miró fijamente durante todo el discurso. Cada vez más enfadado, apretaba más y más las uñas contra la piel. Ahora se hacía sangre, que caía y manchaba el agua del estanque. Apretó los dientes hasta que le dolieron. Las venas de alrededor de sus ojos parecían a punto de estallar.

Aunque sea inverosímil, había otro sentimiento. No un sentimiento, sino una razón. Una razón cargada de peso, helada en un infierno de llamas temperamentales. Allí estaba, allí la había obligado a resguardarse desde que había detectado ese chakra en el cerebro de Ayame. Era un eco de unas palabras que le habían sido dichas al principio de toda aquella escaramuza. Las guardaba como un tesoro, a pesar de que el no dejarlas escapar era tan difícil que hasta era doloroso.

Por eso debo seguir manteniendo la cabeza fría. Y vosotros deberíais hacer lo mismo.

Pero Zetsuo. Oh, Zetsuo. ¿Qué es lo que le ocurre al Hierro cuando se calienta? Ahora mismo, imaginad a Zetsuo como un bloque de hierro fundido de ira. Tiembla, como un terremoto a punto de abrir la tierra. Y él no se dejaba amedrentar por la presencia de Reigetsu. Él...

—Maldita niña desagradecida... ¿Te das cuenta de lo que estás diciendo...? —dijo el águila, dando un paso al frente—. ¡Quise traerte de vuelta después de la primera ronda para PROTEGERTE! Y, si tanto te jode perder, tienes que hacerte más fuerte. Es la única solución. ¡La única! —bramó—. Y oh, podías habérmelo pedido, como Daruu. ¡No habría nada que me hubiera gustado más! ¡Que mi hija quisiera interesarse por el Genjutsu! ¡PERO NO! ¡Y TODO POR ORGULLO! Este chico fue eliminado del Torneo antes que tú. ¡Y no emitió queja alguna! ¡Sólo siguió esforzándote! Sin embargo, tú te quedaste quieta llorando, LLORANDO Y LLORANDO.

»¿Y toda esta determinación, eh? Si hubieras mostrado toda esa rabia y ese desafío ante un espejo, te hubieses levantado y hubieses pedido a tu padre que te entrenase, todo habría sido diferente, PERO TÚ HAS ELEGI...

Algo le golpeó el brazo. El autor de aquella insolencia no era nadie menos que Daruu. Zetsuo se dirigió hacia él y...

—Zetsuo-san. Ella no ha elegido nada.

—¿Cómo dices...?

—Ayame no ha elegido nada. Esta no es Ayame. —Daruu levantó la mirada, y la clavó sobre ella. Sus ojos blancos emitieron, sin quererlo, un brillo azulado que recordaría por un instante a los del Hielo—. Mientras esté manipulada, no se puede razonar con ella. Zetsuo. Hablar no sirve de nada.

Entonces, levantó la voz.

—¡Vendrás con nosotros quieras o no! —dijo entonces—. No, no vamos a dejarla elegir destruirse a sí misma. No me inscribí en la Academia para eso, sino para proteger a los que me importan.

»Para protegerte, Ayame, tiene que importarme una puta mierda lo que pienses al respecto de esto. Soy un ninja, y tú también. Y te vienes a la aldea. Quien reniega de ella sólo puede ser considerado un traidor, y no voy a dejar que te conviertan en eso.

Reducido al absurdo, todo resultaba realmente simple. Podían complacer el frágil ego de Ayame una vez más, y ganarían algo de tiempo, pero quizás Reigetsu acabase por fracturar su confianza del todo y aprovechase un mínimo momento para llevársela. Y entonces, no la verían jamás. Tenían que distanciarse de todo eso y REDUCIR. AL. ABSURDO.

La misión era recuperar a Ayame. No recuperar a Ayame si ella quería.

El asunto era transparente: si había que arrastrarla hacia la villa, que así fuere. Después, eliminarían la técnica de manipulación mental, y por último, y sólo entonces, en la tranquilidad de la Lluvia, hablarían de lo que tuviesen que hablar.

Zetsuo, cegado por la posibilidad de perder de nuevo a una de las personas a las que más aprecio tenía, por la posibilidad de que la familia volviera a fracturarse, se había dejado engañar por una treta tan estúpida... Esa Ayame no era Ayame, Daruu tenía razón. Era un Genjutsu. Una ilusión. Una Ayame a la que le habían quitado toda conexión con la felicidad para seducirla y embaucarla.

De modo que...


—¡RRRREIGEEEEEETSSUUUUU!


Zetsuo formulaba sellos, caminando hacia Reigetsu.

—Se acab

Reigetsu observaba la plaza. Un sinfín de gente se había reunido allí. Era un día festivo, al fin y al cabo. Una celebración muy especial. Los hombres, mujeres y niños agitaban pañuelos en el aire, y exhibían orgullosos sus bandanas de Amegakure. La lluvia no les importaba. Nunca lo había hecho, pero hoy, les importaba... menos.

Porque lo que hoy llovía era sangre. Y a ellos les gustaba esa sangre. La sangre Hōzuki. Él lo sabía. Sabía que era sangre Hōzuki. Y le horrorizaba. Sintió que le horrorizaba, que no podía haber algo peor que eso.

Entonces lo vio. En el centro de la plaza, habían construido una tarima de madera. Dos chūnin arrastraban a alguien por una rampa de subida, atado con unas esposas. Era... Reigetsu.

De pronto, estaba encima de la tarima. Miraba enrededor mientras el suelo se manchaba con la sangre de los hermanos. La gente le observaba con aires de superioridad, se reía y le escupía. Ya no agitaban pañuelos blancos, sino banderas en llamas. Con el símbolo de los Hōzuki. De su clan. De su familia.

Y entonces estaba arrodillado, con la cabeza en el soporte de la guillotina. Y la cuerda se disparaba, y la cuchilla caía, y atravesaba su cuello, pero entonces, se detenía, y como a cámara muy lenta, iba cortando la carne, poco a poco, poco a poco, poco... a poco...

Y una voz decía:


—Y con esto, el clan Hōzuki no es más que historia. El clan más infame, traicionero y sucio de toda Amegakure.

La gente abucheaba, y decía cosas horribles sobre ellos, y la cuchilla seguía atravesando la carne, y seguía sintiendo un terrible dolor que no cesaba, y que no cesaba, y que no ces



Mientras habían estado hablando, Daruu no había estado perdiendo el tiempo. Ahora emergía detrás de Ayame, como una sombra, con Reigetsu embobado por el potente Genjutsu de Zetsuo y el Mizu Bunshin de Daruu poniendo la guinda a un engaño premeditado. Se había ocultado en la superficie del agua y trasladado en medio de la confusión hasta detrás de los dos Hōzuki.

—Vendrás. Ayame. —decía el Mizu Bunshin.

Y entonces, las palmas de las manos cayeron sobre los oídos de la muchacha como un rayo que cae a dos centímetros de distancia. El juuken, con ambas manos, pretendía sacudir su oído interno y su cerebro y marearla, potencialmente desmayándola, impedirle usar el Suika para escabullirse... Y si no...

—Kōri. —dijo, simplemente, solicitando ayuda.

El Mizu Bunshin de Daruu empuñaba un kunai muy real, prestado del original. Corría hacia Reigetsu para apuñalarlo en el corazón, mientras Zetsuo lo retenía gracias a su destreza con las ilusiones.


Daruu había creado un Mizu Bunshin, y él se había quedado en la superficie con Mizukage no Jutsu, rodeando a los adversarios para actuar por sorpresa.
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No hay marcas de sangre registradas.
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En cuanto aquél aparecido giró el pescuezo para echar a correr, Kaido le siguió a toda marcha. Corrió tan rápido como le fue posible a fin de no perderle el paso a Karoi; quien agitaba sus piernas macizas a lo largo del pasillo sin contemplación.

Las baldosas bajo sus pies pedían piedad.

—Kaido-kun, ¿sí? Por lo que ha dicho Kiroe-san, Ayame debe estar en piso inferior. Precisamente... las dependencias de Reigetsu, el cerebro de todo esto Reigetsu. Hizo nota mental, y continuó asintiendo para darle certeza al mascullado de que le seguía—. Esto no es bueno, ese hombre es capaz de cualquier cosa con tal de conseguir lo que quiere... ¡Tenemos que darnos prisa y llegar al pasillo central! ¿Sí?

«¿Y qué es lo que quiere?» —indagó, con aparente miedo de decirlo en voz alta. Quizás no quería saberlo.

»¡Tenemos que darnos prisa y llegar al pasillo central! ¿Sí?

—Vale, pero dime algo: y tú quién cojones er...

—¡Cuidado, Kaido-kun!

Kaido vio aquel enorme caudal de agua dar el cruce al final del pasillo, sometiendo al entero de espacio y adueñándose del lugar. Poderosa, avanzó revoloteando hacia él, que lucía inamovible.

—¡Acércate, Karoi! —espetó al instante, casi como una respuesta reflejo. Aunque no hubiese querido decir aquello, lo cierto es que esa era su única respuesta al problema. Esa, y que sus manos ejecutaran rápidamente una secuencia de sellos que se conocía muy bien —. ¡Suiton, Suijinheki!

Una fluida masa de agua salió disparada desde las fauces del gran tiburón, la cual cobró vida ipso facto. Ésta se elevó alrededor de él y Karoi cual manto protector en forma de cilindro sin aberturas, cuya fuerza de giratoria y la mismísima presión del agua harían de aquel torbellino un refugio a la gran ola que se avecinaba. También, permitiría que el remanente de agua se escurriera por los lados del mismo, o por el contrario; les restaría fuerza a la misma, lo cual evitaría que fuesen arrollados sin piedad.
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