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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
De a poco Mogura volvería a recuperar la plenitud de sus capacidades respiratorias. Mientras esto sucedía, Kaido y alguien más se habrían retirado de la habitación.

En un momento dado, sentiría la imperiosa necesidad de estornudar, como si en algún lugar no muy lejano, alguien estuviese hablando de él. Al cumplir con el inevitable gesto, tuvo la delicadeza de voltearse en una dirección donde no alcanzase a Kiroe.

Creo que ahora le debo algo más que un simple respirador, Kiroe-san.

Comentaría, reconociendo que le habían salvado la vida, mientras se colocaba sobre sus pies nuevamente. Esto sería, claro está, algo un poco complicado y probablemente precisaría de la ayuda de la kunoichi.

Una vez estuviese erguido por sus propios medios, el joven médico se tomaría un momento para apreciar la escena, el cuerpo de Marun más que nada. Ese sujeto había logrado sobrevivir a una caída desde lo alto del palacio del Arashi-no-kami. ¿Realmente estaba muerto o simplemente era otra de sus artimañas?

Kiroe-san. ¿Es posible percibir la presencia de su poder?

Consultaría el chuunin a la retirada kunoichi, deseoso de confirmar la condición de su enemigo. Su mirada se había posado sobre el inmóvil y humeante cuerpo, mientras esperaba la respuesta de la fémina. Una vez tuviese conocimiento del estado en el que se encontraba Marun podría actuar.
Hablo - Pienso

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Mogura, algo más recuperado de la toxina que invadía su cuerpo, intentó levantarse por sus propios medios. Milagrosamente lo consiguió, y parecía que ya era capaz de respirar con casi total normalidad. Pero quizás moverse sería otro cantar.

Y ya no digamos correr. Ni mucho menos combatir.

—Kiroe-san. ¿Es posible percibir la presencia de su poder? —le preguntó a su salvadora, haciendo clara referencia al Hōzuki que había caído al otro lado de la sala. Su cuerpo apenas echaba ya humo, pero seguía igual de inerte que antes.



. . .



El tsunami se acercaba a toda velocidad, inexorable, hacia ellos. Era imposible de evitar algo así en un lugar tan estrecho como aquel, pero aún así Karoi tensó todos los músculos del cuerpo.

—¡Acércate, Karoi! —exclamó Kaido, y el hombre le miró momentáneamente antes de obedecer. Las manos del tiburón se entrelazaron en una larga secuencia de sellos, y cuando el agua parecía estar a punto de echárseles encima—: ¡Suiton, Suijinheki!

Kaido expelió una masa de agua que les envolvió a ambos en un cilindro perfecto, un remolino que se alzó hasta el techo y que colisionó contra la ola. Las dos fuerzas acuáticas lucharon momentáneamente y en previsión de lo que estaba a punto de suceder, Karoi habló.

—Kaido-kun, no te preocupes por mí. Me las apaño bien en el agua. Concentrémonos en acabar con el enemigo.

Apenas terminó de hablar, el escudo de agua se rompió y el océano los abrazó en su seno. Bajo el agua, Karoi se llevó el pulgar a la boca, perforó la piel con uno de sus afilados incisivos y un hilo de sangre flotó. Entrelazó las manos en una secuencia de sellos y entonces apoyó la diestra por debajo de él. Un pequeño estallido de humo, y tras él surgió el jonin como una flecha, nadando a lomos de un caballito de mar de considerables dimensiones. Tras algunos metros, ascendió hasta que su cabeza quedó por encima del agua, y entonces lo vio. Allí, al fondo del pasillo, un hombre bastante corpulento de cabellos grisáceos enarbolaba una extraña espada de punta circular, pero cuyo filo estaba completamente aserrado por los dos extremos.

—Nokogiri...

—¡UMIUMA, ERES UN TRAIDOR! ¡VOY A MATARTE!

Karoi hizo caso omiso a sus palabras. Avanzando a toda velocidad a lomos de su invocación, alzó un dedo índice a modo de pistola y apunto al Hōzuki. Una bala de agua surgió del extremo de este y recortó a toda velocidad la distancia que los separaba, pero Nokogiri, que conocía bien las habilidades de un miembro de su propio clan, simplemente alzó el filo de su espada y la bloqueó con su metal.

«Aprovecha la oportunidad, Kaido-kun.»



. . .



Como no podía haber sido de otra manera, Zetsuo fue el primero en adelantarse y Ayame, llorosa pero resuelta, aguantó todo el chaparrón apuñalándole con la mirada como si en cualquier momento fuera a abalanzarse sobre su propio padre para golpearle.

Y entonces Daruu le interrumpió.

—Ayame no ha elegido nada. Esta no es Ayame —esgrimió su antiguo compañero de equipo, clavando sus ojos perlados, inusualmente gélidos, en ella—. Mientras esté manipulada, no se puede razonar con ella. Zetsuo. Hablar no sirve de nada.

¡NO ESTOY SIENDO MANIPULADA! ¡¡ESTA ES LA VERDAD!!

Pero Daruu levantó la voz por encima de la suya.

—¡Vendrás con nosotros quieras o no!

—Ah, sí... Así es como funcionáis... Por la fuerza o a base de bofetadas... —replicó ella, con una amarga sonrisa.

—No, no vamos a dejarla elegir destruirse a sí misma. No me inscribí en la Academia para eso, sino para proteger a los que me importan. Para protegerte, Ayame, tiene que importarme una puta mierda lo que pienses al respecto de esto. Soy un ninja, y tú también. Y te vienes a la aldea. Quien reniega de ella sólo puede ser considerado un traidor, y no voy a dejar que te conviertan en eso.

Ella entrecerró los ojos en un gesto peligroso.

Entonces Zetsuo se volvió hacia Reigetsu con un bramido que reverberó por toda la estancia y le puso la piel de gallina a todos los presentes. La presencia del veterano médico lidiaba con la de Reigetsu en una lucha casi titánica, y en el momento en el que el Hōzuki alzaba sus dos dedos hacia él...

—Se acab...



Todo el escenario había cambiado súbitamente. Ya no estaba dentro de una cueva, sino contemplando una plaza atestada de gente bajo la lluvia de Amegakure. Estaba en un Genjutsu, era bien consciente de ello, pero no tenía modo alguno de salir de él. La gente, ávida de felicidad, agitaba pañuelos en el aire y gritaban a los cuatro vientos, reían, se abrazaban...

Reigetsu alzó una mano, confundido, y varias gotas oscuras tintaron su piel. Lo que estaba lloviendo no era la bendición de Amenokami. Lo que estaba lloviendo era sangre. Sangre Hōzuki. Asqueado, agitó la mano en el aire, pero era inútil porque la lluvia no se detenía. ¡Aquello no podía ser! ¡Aquello era simplemente repugnante! ¡Era la sangre de sus subornidados! ¡La sangre de sus compañeros! ¡La sangre de sus hijos e hijas!

Alzó la mirada, furioso. Y entonces vio que en el centro de la plaza habían erigido una tarima. Y dos soldados arrastraban a un preso con esposas supresoras de chakra atadas a sus muñecas a ella.

Era él. Humillado como un pez sin aletas. Le habían arrancado su capacidad para transformarse en agua. Y ahora iba a morir. Sangrando. Su sangre se sumaría a la que caía del cielo. La gente ya no estaba feliz. Le señalaban, le escupían, le gritaban, le insultaban. Y los ojos de Reigetsu sólo veían el fuego devorando las banderas con el símbolo de su clan. ¡¿Cómo se atrevían?! ¡¡El fuego no era rival siquiera para el agua!!

Le obligaron a arrodillarse, aunque él jamás se arrodillaba ante nadie. Reigetsu se vio con el cuello en la base de la guillotina y ni siquiera le dejaron unas últimas palabras. El mecanismo se activó con un desagradable chasquido y la cuchilla cayó. Esperaba una muerte rápida pero... Espera, ¿qué estaba diciendo? ¡Él sabía que aquello no era más que una ilusión!

Pero, ilusión o no, eso no lo hizo menos doloroso. La cuchilla se detuvo bruscamente a ras de su cuello y entonces avanzó a una velocidad extremadamente lenta. El filo tocó su nuca y comenzó, poco a poco, a desgarrar la piel, la carne, los huesos...

Y dolía... dolía... dolía...




Y el dolor terminó con un último pero intenso pinchazo en el pecho. Pero aquel dolor había sido real. Y Reigetsu cayó de rodillas al agua con un hilo de sangre en la comisura de sus labios. Resolló débilmente durante unos instantes, y entonces descargó su brazo contra el Mizubunshin de Daruu, que estalló súbitamente y el kunai terminó perdido en el agua.

Y, pese a saberse en las últimas, seguía sonriendo.

—Zetsuo, Zetsuo.. Podríamos haber hecho esto por las buenas... Sabes que es lo mejor para ella. Alguien tiene que enseñarle las técnicas de su clan...

Y entonces, frente a él, el agua se condensó y se alzó hasta formar un clon que se lanzó contra Zetsuo a toda velocidad. Una réplica exacta de Reigetsu, pero con la mitad de su estatura y aspecto más infantiloide. Su aspecto podría resultar incluso cómico, si no fuera por el hacha que blandía en su brazo derecho y que había utilizado para asestarle un buen tajo en el pecho al médico.



—Vendrás. Ayame. —reafirmó Daruu.

Ayame escuchó el sonido del agua tras su espalda. Se volvió con los brazos cruzados por delante del cuerpo, esperando el azote de cualquier técnica de agua sorpresiva. Pero se encontró cara a cara con Daruu, y apenas tuvo tiempo de alzar los hombros para bloquear el impacto. Un punzante dolor recorrió sus brazos cuando el Hyūga inoculó su chakra en ella, pero la muchacha entrelazó sus manos y exhaló un chillido con toda la rabia que sentía dentro de ella. Su voz, amplificada con su chakra, laceraría los tímpanos de Daruu sin piedad, y la onda sonora le enviaría varios metros hacia atrás, aturdiéndole en el proceso. La kunoichi saltó hacia atrás, buscando la distancia, y entonces una garra de hielo se cerró en torno a su brazo.

—¡DÉJAME!

Se deshizo en agua antes de que Kōri llegara a evitarlo y se alejó varios metros de ambos.

—Ayame, ¿qué estás...?

Pero Ayame no respondió con palabras. Tenía entre sus propias manos la bandana que había perdido en la playa, la debía de haber tomado del bolsillo de Kōri durante el forcejeo. Y, en un diestro movimiento, estiró la mano, liberó el kunai de su mecanismo oculto y, con un grito de rabia, rajó el metal de un extremo al otro del símbolo de Amegakure.

La bandana que tanto esfuerzo le había costado conseguir. La bandana que consiguió con ayuda de Mogura y de Daruu.
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Sprite por Karvistico.


—Habitación de Ayame: Link

No respondo dudas por MP.
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Kiroe golpeó amistosamente el hombro de Mogura.

—No me debes nada —dijo—. Pero durante mis años de servicio vi morir a mucha gente. Me conformaré con que sigas vivo. —Se levantó, se sacudió los pantalones y se dio la vuelta, observando el cuerpo inerte de Marun.

—Kiroe-san. ¿Es posible percibir la presencia de su poder? —preguntó Mogura.

Kiroe rio, y se acercó con dos grandes zancadas a la posición de Marun.

—No, pero podemos tomarle el pulso. —Se agachó, y colocó los dedos índice y corazón de su mano izquierda en el cuello del Kajitsu—. Está muerto. —La mujer dio un brinco hacia atrás cuando los restos agonizantes de una ola pasaron por el pasillo a toda velocidad, entrando también por la puerta y cubriéndolos de agua hasta las rodillas—. ¿Qué demonios?

Corrió y se asomó por la puerta.

—¡¡KAROI, KAIDO!! ¿¡ESTÁIS BIEN!? —chilló, e intentó otear en la distancia para ver qué veía.


· · ·


Sintió una sacudida que primero golpeó su pecho, y luego perforó sus oídos como dos saetas directas al tímpano. Irreflexivo, se tapó las orejas. Sus pies ya se habían levantado del suelo y él surcaba el aire como uno de sus pájaros. Sólo que era mucho menos grácil que uno de sus pájaros. Aterrizó como lo haría un elefante unos metros más allá, con un fuerte golpe que le terminó de dejar casi sin conocimiento.

—¡Ugh! —gimió.

Zetsuo seguía combatiendo contra Reigetsu, incluso después de que Daruu le hubiera asestado una puñalada al corazón. Con los últimos estertores de vida, el líder de los Kajitsu estaba demostrando una gran tenacidad. Pero si alguien era tenaz, ese era Zetsuo. En ese juego, aquél patético infraser no podía ganarle.

—¡SU FAMILIA LE ENSEÑARÁ LAS TÉCNICAS DEL CLAN! ¡KAROI! ¡SU TÍO! Y por mucho que a ti te joda y a mí me incordie, ¡UN SHINOBI LEAL! —bramó.

Pero las artimañas de los Hōzuki son muchas y Zetsuo no pudo evitar el ataque que iba directo hacia él. Una suerte de payasada que había atravesado todo su pecho, de arriba abajo, con un hacha gigantesca.

Daruu ahogó un grito.

Pero Zetsuo... Zetsuo...

—¡AYAME! Mira bien. Este es el poder de tu familia. El poder del que te avergüenzas. ¡EL PODER DE LA LUNA AZUL! —La luna creciente en su frente empezó a brillar, liberando un torrente de chakra por todo su cuerpo. La marca creció, extendiendo un curioso tatuaje por todo el rostro. La herida lacerante de su pecho empezó a echar humo.

El hombre cogió el hacha con las manos desnudas y la arrancó de su cuerpo sin esfuerzo, haciendo uso del control del chakra para aumentar sus fuerzas. Levantó a la parodia de Reigetsu y la alzó por encima de su cabeza. La herida se cerró sola, como por arte de magia. Giró sobre sí mismo, y con un grito...

—¡AAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHRGGG! —La técnica de Reigetsu salió volando hacia él, le golpeó, y le arrastró hacia el fondo de la caverna. Zetsuo se llevó las manos a los antebrazos, y liberó dos Fūma Shuriken que despidieron una pequeña nube de humo. Los hizo girar, y los lanzó con fuerza, y fueron a atravesar el pecho del Jōki Bōi, que empezó a sisear con fuerza y a liberar el vapor ardiente que contenía, deshinchándose y a la vez derritiendo piel y carne en la cara del líder de los Hōzuki supremacistas—. No se juega con Amegakure. Y sobretodo, no se juega... con... mi... familia...

Cayó al suelo, de rodillas. Cansado. Entonces, vio a su hija.

Vio la bandana que sujetaba entre sus delicados dedos.

Vio la marca.

—Tú... —gruñó, hecho una furia—. Tú... Siempre has renegado de tu luna. De la marca de tu familia. Y pedías que... ¡Pedías que yo te entrenara! ¡Te avergonzabas de nosotros!

—No... Zets...

—Y ahora, ahora insultas a la aldea. ¡Te declaras una exiliada! ¡Una traidora a Ame!

—¡Ayame renegaba de su luna porque la acosaban en la Academia y la llamaban alien! —gritó Daruu, que se había levantado, y avanzaba hacia el punto medio entre los dos con tambaleantes y todavía mareados pasos—. ¡Por eso lo del mal rendimiento! ¡Por eso lo de todas sus inseguridades! ¡Por eso lo de intentar hacer... todo... sola!

—¿Qué...? —El hombre intercambió una breve mirada con Daruu, y luego volvió a encarar a su hija—. ¿Y por qué no me dijiste nada? ¡Joder! ¿¡Por qué no confiaste en mí, por qué no confiaste en tu familia!?

Daruu tragó saliva. Y entonces...

—¿¡Y acaso tú intentaste alguna vez preguntarle, insistir y llegar al fondo del asunto en lugar de limitarte a mirarla e intentar leerle la mente!? ¿¡La abrazaste y le preguntaste qué le pasaba!?

Zetsuo perforó el Byakugan de Daruu con aquellos ojos aguamarina suyos, ahora como dagas.

—Maldito insolente... ¿¡DE QUÉ LADO ESTÁS!?

Daruu dio un paso al frente.

—¡DEL DE LOS DOS! ¡MALDITA SEA! —gritó—. ¿No os dais cuenta todo lo que se podría haber evitado simplemente con un poco de DIÁLOGO Y CONFIANZA? ¡Sois ridículos! ¡Casi morimos ahí arriba! ¡Mogura estaba agonizando hace tan sólo unos minutos! ¡Tú, Zetsuo, casi mueres ahogado! ¡Y a ti, Ayame, casi te extraen el bijuu unos lunáticos a los que, oh, créeme, les importabas una puta mierda! ¡He visto la camilla, las correas, los libros de Fūinjutsu! ¡He visto todo!

»Y todo esto por vuestra estúpida e infantil riña familiar de los cojones. —Daruu estaba desatado. Resopló y se encorvó, dejando caer el peso de los brazos, abatido—. Os dejásteis de hablar por puto orgullo. Una se enfadó conmigo, que no tenía nada que ver, por puto orgullo. El otro me esclavizó a base de entrenamientos por PUTO ORGULLO. Y yo en el medio, ¡sin tener nada que ver! ¡Vuestras acciones involucran a otras personas! ¡MADURAD DE UNA VEZ! ¡LOS DOS!

—Yo... ¡Yo...! —Zetsuo se acercó a Daruu, con el brazo levantado. Pero sólo dio dos pasos. Luego, lo bajó, y dirigió la mirada hacia su hija—. Lo... siento.

Suspiró.

—Odio a los traidores. Y yo... no soy un traidor. —Sacó un kunai del portaobjetos, y rasgó la tela de la bandana que tenía atada a la cintura—. La aldea es importante, Ayame. Pero la familia es... más importante. Si alguna vez Yui te considera un jarrón... —Rasgó el metal con la punta tal y como lo había hecho Ayame—. Seré el primero en renegar. Si tú te vas por eso, yo me iré.

Arrojó su bandana entre ellos dos, y se hundió en el agua.

—Pero no hay piedad para los traidores, así que piensa muy bien en qué nos convertiríamos, hija.

Daruu dio un paso adelante, y desanudó la bandana de su frente.

—Cuando empecé en esto, lo hice porque era un buen trabajo, bien pagado, buena reputación... No se me daba mal, tampoco. Tenía una habilidad especial que me hacía... idoneo para el puesto. Y mis padres... habían sido ninjas, ¿no? —dijo. Le temblaba la voz—. Sabía que tendría que matar. Ensuciarme las manos. Pero, me dije, que sería siempre para proteger a los intereses de Ame. Para salvaguardar a mi familia. A los míos.

»En la Academia, no tuve amigos, sólo conocidos. Ahora tengo unos cuantos... Para mí la aldea es eso. Mis seres queridos y mis amigos. Tú fuiste... mi primera amiga de verdad. Y ahora eres mucho más que eso.

»Da la casualidad de que te has convertido en la persona que más me importa de la aldea. Y si tú no estás en la aldea... —Levantó la mano, asió un kunai, e hizo su propia marca de exiliado sobre la bandana—. Yo no quiero formar parte de ella.
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No hay marcas de sangre registradas.
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—Kaido-kun, no te preocupes por mí. Me las apaño bien en el agua. Concentrémonos en acabar con el enemigo.

Kaido asintió, sin reparos. No porque conociese la magnitud del poder de Karoi, o porque se sintiese excesivamente confiado, sino por saberse satisfecho ante el hecho de que su torbellino de algún modo redujo la fuerza de impacto de aquella ola, convirtiéndola en apenas una pared de agua que, agobiada, golpeaba su propio muro protector en el afán de encontrar una pronta salida.

Convencido de las palabras de su interlocutor, el tiburón cerró los ojos y respiró profundamente.

Luego exhaló. Exhaló sin temor, pues él también era la maldita agua.

Y al unísono que el aire dejó su boca, su técnica se convirtió en una con el oleaje exterior, envolviéndoles a ambos en un abrazo fraternal que les llevó en un santiamén hasta los linderos de su brumosa oscuridad.

Pero Karoi tintó de rojo el océano poco después, y un tenue hilo se deslizó desde su dedo, tiritando como tentáculo de medusa. Finalmente, un puf.

Senda criatura nació tras su invocación y ésta galopó como caballo, rompiendo las olas frente suyo. Nadó rápida y fugaz como una gacela, llevando a su invocador hasta los linderos de una superficie ya agobiada por el agua. Apenas asomó la cabeza, se encontró con el enemigo. Ese enemigo que Karoi le había dicho de preocuparse por destruir.

Kaido se mantuvo sumergido y clavó sus ojos aguamarina en el fornido hombre que acusaba a Karoi de traidor, aún y cuando él no podía escucharle con claridad, encontrándose bajo el agua. Lo que si pudo fue ver, ver el cómo aquella fugaz introducción se convirtió de pronto en un ataque de caballería por parte de Karoi, que avanzó por sobre el lomo de su criatura y acortó las distancias en un santiamén, como buena criatura de mar.

El hijo del océano, no obstante, pensó rápido. Tan rápido como saberse capaz de sostener la cola del caballo de mar y cortar el agua junto a ella en aquel fugaz avance. A mitad de camino, continuó él con un nado extraordinario y emparejó su propio cuerpo con el de la bala que salió despedida hasta los linderos del enemigo, el cual la rebatió con el simple movimiento de su espada. Cuando aquella arma estuviese apenas subiendo, sin embargo, desde su propia espalda; un clon idéntico al gyojin ya se habría alzado sorpresivamente, convirtiéndose de pronto en la fuente perfecta e ineludible para que el escualo invocara a través de ella otra de sus técnicas, también. Un medio, para un fin.

Un fin mortal.

Y es que de aquel fugaz mizu bunshin, el colmillo de un torbellino presurizado salió despedido desde su propio estómago y avanzó hambrienta hasta la espalda de Nokogiri.

«¡Suiton: Suigadan!»
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—No me debes nada

Dijo Kiroe después darle un suave golpe con las mejores intenciones.

Pero durante mis años de servicio vi morir a mucha gente. Me conformaré con que sigas vivo.

Mogura solo pudo mirar con atención a la mujer mientras dejaba escapar aquellas palabras de sus labios, y solamente cuando su comentario hubiese terminado sería capaz de asentir ligeramente con un gesto de su cabeza. La Kiroe que él conocía era una pastelera no una kunoichi de alto rango, no podría llegar a tener una idea de lo que habría visto en su tiempo de servicio.

—No, pero podemos tomarle el pulso.

Y como si fuese un paseo por el campo, recortó la distancia y puso su mano en el cuello del renegado.

Está muerto.

Entendido.

Constató solo para echarse hacía atrás de un salto al ver lo que cruzaba por la puerta, algo que parecía haber sido una ola.

¿Qué está pasando?

De paso, estaba entrando más agua a la habitación. El chuunin miró un momento el agua y luego el cadáver, no estaba seguro si habría una oportunidad de volver más tarde a ese lugar una vez se fuesen de ahí, o si por alguna razón llegase a entrar agua de algún lado y el cuerpo fuese arrastrado al sumidero.

—¡¡KAROI, KAIDO!! ¿¡ESTÁIS BIEN!?

Por esa razón, mientras Kiroe echaba un ojo por el pasillo, Mogura tomó un pergamino de su chaleco y se acercó a Marun. Sin intenciones de perder tiempo alguno realizó una secuencia de sellos y selló el cadáver de su enemigo en el interior de aquel rollo.

Hozuki Marun iba a volver a Amegakure de una forma u otra.
Hablo - Pienso

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Kiroe se acercó al inerte cuerpo de Marun y comprobó que, efectivamente, estaba tan muerto como lo aparentaba. Y justo entonces una pequeña onda de agua atravesó el pasillo a toda velocidad y parte de ella se coló en la habitación, sacudiendo los bajos de sus ropajes.

Ambos salieron al exterior, Mogura algo más retrasado que Kiroe por su debilidad y porque se detuvo un momento para sellar el cadáver del exiliado en un pergamino que llevaba consigo, para comprobar el estado de la situación. Nadie respondió a los gritos de la mujer, pero se encontraron con que el pasillo estaba completamente inundado, y aunque el nivel del agua apenas les llegaba algo más arriba de los tobillos, era más que evidente que el volumen de agua se multiplicaría según avanzaran. Algo estaba pasando al final del corredor.



. . .



El agua se arremolinó a las espaldas de Nokogiri, formando una réplica exacta de Kaido. El hombre se volvió rápidamente sobre sus propios talones al escuchar el chapoteo del agua alzándose y le rebanó la cabeza con su curiosa espada de un solo y certero tajo. Lo que no esperaba era que aquel Mizubunshin volviera arremolinarse y formara un taladro de agua que impactó de lleno en él. Y aún así, consiguió deshacerse en agua a tiempo de evitar daños mayores.

La espada cayó al agua.

Y cuando Nokogiri volvió a reformarse, justo frente al verdadero Kaido, blandía un brazo hinchado de manera monstruosa contra su pecho.

Karoi volvía a remontar las aguas, montado a lomos de su caballito de mar. Se acercaba a ellos a toda velocidad desde la espalda de Nokogiri, y llevaba en la mano la espada-sierra de Nokogiri. Sin embargo, no parecía que fuera a llegar a tiempo...

«¡Cógela!»

Y le arrojó la espada con todas sus fuerzas.



. . .



«Este no era el trato al que habíamos llegado...» Pensaba una Ayame, horrorizada, ante la visión de su propio padre siendo cercenado de arriba a abajo por una suerte de hacha que blandía aquella pequeña, pero letal, réplica de Reigetsu. La sangre manchó el agua. Las lágrimas se desbordaron de los ojos de la kunoichi. «¡¡Ellos no debían sufrir daños!!»

—¡AYAME! —gritó Zetsuo pese a su condición, obligándola a alzar la mirada hacia él—. Mira bien. Este es el poder de tu familia. El poder del que te avergüenzas. ¡EL PODER DE LA LUNA AZUL!

La luna creciente que encerraba un pequeño rombo en su frente brilló súbitamente, y de la marca de nacimiento se extendieron varios hilos del mismo color que recorrieron el rostro, bordeando sus ojos y descendiendo de forma ondulada por sus mejillas. La herida de su pecho echó humo. Zetsuo había agarrado el hacha con sus manos desnudas, impidiendo que el clon se retirara, y la arrancó de su torso sin ningún tipo de esfuerzo. La herida se cerró de manera casi antinatural. Levantó al clon en el aire y, entre gemidos de súplica del Hōzuki, lo lanzó contra él girando sobre sí mismo.

—¡AAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHRGGG!

El clon impactó de manera brutal contra Reigetsu y ambos salieron despedidos hacia atrás hasta el fondo de la caverna, donde chocaron contra las rocas. Pero Zetsuo no había acabado ahí. Se acarició los antebrazos con ambas manos y tras una pequeña explosión de humo liberó dos Fūma Shuriken que hizo bailar antes de lanzarlos contra el Jōki Bōi. Un desagradable siseo precedió a unos terroríficos alaridos de dolor cuando el clon liberó el vapor ardiente que contenía y envolvió a Reigetsu en un mortal abrazo.

—No se juega con Amegakure. Y sobretodo, no se juega... con... mi... familia...

Zetsuo cayó al suelo de rodillas. Y sólo entonces Ayame se dio cuenta de que ella, en algún momento, también lo había hecho. Y ahora temblaba de la impresión. Pero entonces su padre volvió la mirada hacia ella. Vio lo que sostenía entre sus manos. Y la ira destelló en sus ojos aguamarina.

«Ahora me matará a mí.» Comprendió.

—Tú... —gruñó—. Tú... Siempre has renegado de tu luna. De la marca de tu familia. Y pedías que... ¡Pedías que yo te entrenara! ¡Te avergonzabas de nosotros!

—No... Zets... —escuchó la voz de Daruu, pero a sus oídos sonaba lejana y distante. Como si los separara una densa masa de agua.

—Y ahora, ahora insultas a la aldea. ¡Te declaras una exiliada! ¡Una traidora a Ame!

Ayame entrecerró los ojos en un vano intento por contener las lágrimas, se mordió el labio inferior, y sus dedos apretaron la bandana rajada. Quería contestar, pero las palabras morían en el nudo que se le había formado en la garganta.

Y entonces Daruu se interpuso entre ambos.

—¡Ayame renegaba de su luna porque la acosaban en la Academia y la llamaban alien! ¡Por eso lo del mal rendimiento! ¡Por eso lo de todas sus inseguridades! ¡Por eso lo de intentar hacer... todo... sola!

—¡Cállate...! —suplicó, de manera ahogada.

—¿Qué...? —murmuró Zetsuo, perplejo. Dirigió sus ojos a Daruu, y después volvió a clavarlos en ella—. ¿Y por qué no me dijiste nada? ¡Joder! ¿¡Por qué no confiaste en mí, por qué no confiaste en tu familia!?

Ella agachó aún más la cabeza. Pero Daruu parecía dispuesto a responder por ella todas las preguntas.

—¿¡Y acaso tú intentaste alguna vez preguntarle, insistir y llegar al fondo del asunto en lugar de limitarte a mirarla e intentar leerle la mente!? ¿¡La abrazaste y le preguntaste qué le pasaba!?

«No.»

—Maldito insolente... ¿¡DE QUÉ LADO ESTÁS!? —gritó Zetsuo, alzándose sobre sus piernas.

—¡DEL DE LOS DOS! ¡MALDITA SEA! —gritó el Hyūga—. ¿No os dais cuenta todo lo que se podría haber evitado simplemente con un poco de DIÁLOGO Y CONFIANZA? ¡Sois ridículos! ¡Casi morimos ahí arriba! ¡Mogura estaba agonizando hace tan sólo unos minutos!

—¿Mogura...? —balbuceó Ayame en voz baja. ¿Él también estaba allí?

—¡Tú, Zetsuo, casi mueres ahogado! ¡Y a ti, Ayame, casi te extraen el bijuu unos lunáticos a los que, oh, créeme, les importabas una puta mierda! ¡He visto la camilla, las correas, los libros de Fūinjutsu! ¡He visto todo!

Ayame entrecerró los ojos, incapaz de creerle. Porque aquello no podía ser verdad. ¡No podía! Reigetsu... él no haría nada que pudiera dañarla. ¡Él mismo lo dijo!

—Y todo esto por vuestra estúpida e infantil riña familiar de los cojones —Daruu resopló y hundió los hombros, abatido—. Os dejásteis de hablar por puto orgullo. Una se enfadó conmigo, que no tenía nada que ver, por puto orgullo. El otro me esclavizó a base de entrenamientos por PUTO ORGULLO. Y yo en el medio, ¡sin tener nada que ver! ¡Vuestras acciones involucran a otras personas! ¡MADURAD DE UNA VEZ! ¡LOS DOS!

Nadie había hablado de aquella manera a Zetsuo jamás. Y Zetsuo no toleraría jamás tamaña falta de subordinación. El médico avanzó con la mano alzada y el rostro desencajado por la ira... Pero entonces se detuvo. Y bajó el brazo.

—Yo... ¡Yo...! —Zetsuo volvió la mirada de nuevo a Ayame, y ella se estremeció al detectar algo
en el brillo de sus ojos—. Lo... siento.

«¡¿Q... QUÉ?!»

El hombre suspiró, parecía terriblemente cansado.

—Odio a los traidores. Y yo... no soy un traidor —sacó un kunai de su portaobjetos y Ayame se esforzó por levantarse y apartarse un par de pasos. Pero, para su estupefacción, lo que hizo su padre fue rasgar la tela de la bandana que tenía atada a la cintura y que siempre lucía con extremo orgullo.

«¿Qué hace?»

—La aldea es importante, Ayame. Pero la familia es... más importante. Si alguna vez Yui te considera un jarrón... —Ante los estupefactos ojos de su hija, rasgó el metal con la punta tal y como lo había hecho ella segundos atrás—. Seré el primero en renegar. Si tú te vas por eso, yo me iré —dijo, y arrojó la bandana tachada entre ambos, y el metal no tardó en hundirse en el agua—. Pero no hay piedad para los traidores, así que piensa muy bien en qué nos convertiríamos, hija.

Ayame se tambaleó, profundamente confundida. Pero Daruu dio un paso al frente y también desató la bandana de su frente.

—No... —murmuró, previendo lo que estaba a punto de ocurrir.

—Cuando empecé en esto, lo hice porque era un buen trabajo, bien pagado, buena reputación... No se me daba mal, tampoco. Tenía una habilidad especial que me hacía... idóneo para el puesto. Y mis padres... habían sido ninjas, ¿no? —comenzó a hablar, y Ayame percibió que le temblaba la voz—. Sabía que tendría que matar. Ensuciarme las manos. Pero, me dije, que sería siempre para proteger a los intereses de Ame. Para salvaguardar a mi familia. A los míos. En la Academia, no tuve amigos, sólo conocidos. Ahora tengo unos cuantos... Para mí la aldea es eso. Mis seres queridos y mis amigos. Tú fuiste... mi primera amiga de verdad. Y ahora eres mucho más que eso. Da la casualidad de que te has convertido en la persona que más me importa de la aldea. Y si tú no estás en la aldea... —Levantó la mano, asió un kunai, e hizo su propia marca de exiliado sobre la bandana—. Yo no quiero formar parte de ella.

Ayame abrió y cerró la boca momentáneamente, como un pez fuera del agua. Los miró a ambos de forma alternativa y de repente se sintió acorralada e indefensa. Apretó los puños, tensó las mandíbulas, y arrojó su bandana contra ellos.

—¡ESTÁIS LOCOS! —aulló, enardecida—. ¡LOCOS! ¡ESTO NO TIENE NINGÚN SENTIDO! ¡NINGUNO! ¡QUERÉIS CONFUNDIRME! ¡ESO ES LO QUE QUERÉIS! ¡CONFUNDIRME PARA LLEVARME DE VUELTA A LA ALDEA Y UNA VEZ DENTRO VOLVER A ENCERRARME! ¡ESTO NO ES...!

«Conmovedor. Pero...» Sonó la voz de Reigetsu, desde todas partes y ninguna.

—¡Ayame, cuidado! —gritó Kōri de repente, señalando a su espalda.

Ayame se giró y una bala de agua la atravesó de parte a parte a la altura del pecho. Su cuerpo, llevado por la inercia de su propio movimiento, pareció girar a cámara lenta durante apenas un instante, antes de desplomarse con un ahogado gemido de dolor agónico.

«Si no es para mí... No será... para nadie... ja... ja... ja...»

Alguien gritó en la lejanía, pero Ayame no fue capaz de escucharlo. Al girarse tan rápido había evitado que la bala le acertara en el centro del pecho, pero todo se estaba oscureciendo rápidamente a su alrededor. ¿Pero por qué...? ¿Por qué le había hecho eso Reigetsu...? Dolía... Dolía mucho... Apenas podía respirar del dolor que sentía en el pecho. Sintió un extraño chasquido en su mente, y entonces los vacíos de su memoria se vieron repentinamente llenados. Recordó. Recordó haber hecho las paces con Daruu. Recordó las misiones haciendo bollitos o actuando en el teatro. Recordó incluso una cita que tuvieron después, cenando en un restaurante precioso. Recordó pelearse con su hermano por los bollitos de vainilla de manera amistosa.

Recordó ser feliz.

Pero entre esos recuerdos no estaba Zetsuo.

Y entonces el dolor del pecho se vio eclipsado por un terrible dolor en su corazón roto.

Y Ayame lloró amargamente.
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—Habitación de Ayame: Link

No respondo dudas por MP.
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Daruu y Zetsuo comprendieron que mientras aquella aguja de chakra siguiera afectando al cerebro de Ayame, no conseguirían convencerla de nada. Parecía mucho más frágil y descompuesta que antes, pero igual de desafiante. Daruu se acercó un paso a ella, y entonces, se dio cuenta de una terrible verdad.

«Si la aguja sigue acti...»

La voz de Reigetsu resonó en la plaza.

—¡Ayame, cuidado!

—¡¡NOOOOOOOOOOOOO!! —Zetsuo corrió hacia su hija, que acababa de sufrir un disparo en el pecho. Se arrodilló ante ella, e inmediatamente sus manos empezaron a sanar la herida de bala.

Daruu, paralizado, de rodillas, observó cómo la aguja de chakra del cerebro se desvanecía, junto al último reguero de vida de Reigetsu. Pero no era motivo de celebración, pues el chakra de la propia Ayame se agotaba como la arena de uno de esos relojes...

Entonces vio algo que le hizo emitir un grito ahogado en voz alta, pero que también le hizo sonreír.

Pero Zetsuo no podía verlo. Él...

—No, no, no no... —La dura coraza que había forjado con los años estaba rota en pedazos. Ese fue el único momento en el que Daruu lo vio así, en toda su vida. Más tarde recordaría sus ojos, anegados en lágrimas, y aquél entrecejo que volvería a estar fruncido, liberado y casi arqueado en la otra dirección. Parecía muchos años más viejo y mucho menos fuerte. Como si fuera... un niño en el cuerpo de un veterano de guerra—. Ayame, Ayame... No mi Ayame... No otra vez... No otra vez... Primero tu madre, y ahora tú... No he podido protegeros... a ninguna de las dos... no...

—Zetsuo... Zetsuo... el chakra del Gobi...

»Se está concentrando en esa herida. Ya lo he visto otras veces... Creo... que está a salvo... Creo... Que está bien.

—Ayame... Ayame...


· · ·


—Vaya. Creía que no había más de esos hijos de puta, pero Karoi ha debido de encontrarse con otro de ellos. Mogura-san, supongo que nos convendría más tomar el camino contrario y entrar al pasillo central por el otro lado. Ese está despejado, y tú no estás en condiciones de combatir.

»Confío en Karoi. Y ese muchacho amigo tuyo parece duro de roer. Oye, ¿ese color de piel es natural? Y parecía que olía un poco a pescado...

»No debe de llevarse muy bien con mi hijo.

Dicho esto, la mujer echó a correr pasillo abajo, pero pendiente del estado de Mogura. Si era necesario, disminuiría la marcha.
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No hay marcas de sangre registradas.
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Viento en popa, su otro él se alzó con galantería y confianza por detrás del enemigo; haciendo alarde de una aparición sorpresiva que en principio creyó más ventajosa de lo que realmente lo fue. Nokogiri, sin embargo, era un shinobi cuyos sentidos estaban quisquillosamente acostumbrados a ese tipo de tretas.

O al menos, a una de ellas.

Porque a pesar de haberse volteado con tiempo y haber usado aquella espada-sierra para cercenar a su mizu bunshin, éste no contó con que el agua que le componía volvería a alzarse envalentonada, convirtiéndose en el poderoso torbellino que fue. Un torbellino que le obligó a usar las habilidades de su clan y a licuarse entero ante la más mínima señal de peligro. Y con él convertido en agua, aquella peligrosa espada cayó, indefensa.

Pero aquel tipo era rápido, y vengativo. Karoi no sería su objetivo, sino el tiburón, que yacía a unos cuantos metros observando todo lo acontecido. Y apenas sintió que el líquido vital se alzaba de nuevo frente a él con la forma de aquel fornido Kajitsu —y cuyo brazo, además, yacía ensanchado a más no poder—. temió entonces lo peor. Lo peor dentro de lo que cabía, dado que él también sabía usar el Suika no Jutsu. ¿Cómo no?

Sin embargo, aquel brazo no llegó a abalanzarse hacia él cuando Karoi, el jinete de mares; fraguaría su vanguardia hacia la espalda de Nokogiri. Pero él sabía que no iba a llegar, no... el tiempo no le apremiaría en esa ocasión. Así que actuó en consecuencia y, esperando que Kaido pudiera discernir sus intenciones, arrojó lo que llevaba consigo a cuestas.

¿Y qué era?

La espada de Nokogiri. Una que, traicionera, se deslizó desafiante por las manos del gyojin; quien con su fuerza bruta sentenció aquel primitivo choque de familia en una rápida y fugaz blandida hacia adelante atravesando el cuerpo de Nokogiri no Kajitsu.

—¡Por los verdaderos Hōzuki, hijo de perra!

Si bien recibía el peso del gosuiwan sobre su ser, no iba a inmutarse. No iba a caer en el juego del Suika, no esa vez. Tenía que acabar con aquello, reduciendo las posibilidades de los Kajitsu de vencer. A cero.

A cero...
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—Vaya. Creía que no había más de esos hijos de puta, pero Karoi ha debido de encontrarse con otro de ellos.

Exclamó Kiroe al ver lo que había ocurrido en aquel lugar, apreciando básicamente lo inundado que estaba el pasillo y como se el nivel del agua aumentaba en una determinada dirección. Quién iba a creer que en la guarida de los Kajitsu Hozuki iba a haber más enemigos de los pensados.

Mogura-san, supongo que nos convendría más tomar el camino contrario y entrar al pasillo central por el otro lado. Ese está despejado, y tú no estás en condiciones de combatir.

El joven médico asintió con un gesto de la cabeza, tenía que darle la razón.

¿Umikiba-san y esa persona serán capaces de hacerle frente a la amenaza?

Al menos por un rato más sería probable que no pudiese estar en la plenitud de sus capacidades físicas.

»Confío en Karoi. Y ese muchacho amigo tuyo parece duro de roer. Oye, ¿ese color de piel es natural? Y parecía que olía un poco a pescado...

Mogura no tenía la más pálida idea de quién era Karoi, pero si merecía la confianza de la mujer que cocinaba su comida, supuso que estaba bien.

Umikiba-san destacó en el torneo, llegó bastante adelante en las llaves. Pero desconozco la razón del tono de su piel.

Contestaría en respuesta al comentario de la fémina. Pero con respecto al tono azulado de Kaido no tuvo más alternativa que encogerse de hombros, eso si que era raro.

»No debe de llevarse muy bien con mi hijo.

Sus modales podrían mejorar un poco.

Se limitó a comentar mientras se daba a la carrera tratando de mantener un ritmo optimo. No había tiempo que perder, a saber que estaría pasando en el lugar donde terminaba aquel pasillo.

Kiroe-san.

Llamó su atención en un momento del camino.

Este lugar parece funcionar como base de los Kajitsu. ¿No deberíamos esperar que hubiese un mayor número de enemigos?
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Por suerte, Kaido captó las intenciones de Karoi. Extendió el brazo para coger al vuelo la espada que le había arrojado el otro y utilizó la fuerza de sus brazos para mover el metal a través del agua. El golpe se produjo de forma simultánea, provocando una colisión que estremeció el líquido que les rodeaban. El brazo hipermusculado de Nokogiri impactó en el pecho de Kaido como si de un auténtico martillo se tratara y la sierra de Kaido rasgó y cortó la piel de Nokogiri como si fuera mantequilla. Kaido salió propulsado hacia atrás, Nokogiri manchó con su propia sangre el agua y quedó inerte, flotando en ella.

La profundidad de aquel improvisado océano en miniatura fue disminuyendo gradualmente, según el agua iba encontrando recovecos por los que filtrarse y seguir expandiéndose, y los resultados de la batalla quedaron a la vista. A un lado, Kaido desplomado con una fuerte contusión en el pecho; al otro, un prácticamente desangrado Nokogiri, inmóvil sobre su propio charco de sangre.

—¡Chico! ¿Estás bien? —Karoi, empapado de los pies a la cabeza, se acercó a él entre grandes zancadas. Después de comprobar su estado y ver que estaba consciente, le ayudó como pudo a reincorporarse—. ¡Eso ha sido muy bueno, Kaido-kun! ¡Menos mal que eres buen luchador! Eh, y esa espada te va que ni al pelo, ¿eh? —le guiñó un ojo, amistoso, refiriéndose a la espada que aún sujetaba El Tiburón. La espada-sierra—. Deberíamos continuar, ¿puedes moverte?

El genin sentía dolor, sí. Pero también era capaz de sobrellevarlo, por lo que sería capaz de moverse sin mayores problemas.



. . .



Kiroe evaluó la situación, sopesando la idea de tomar el camino más corto (pero sin duda ahora peligroso) en contra de apostar por la seguridad pero arriesgando algo más de tiempo. Considerando el estado de Mogura, la pastelera decidió escoger la última opción, y ahora, mientras charlaban, ambos seguían su camino hacia el pasillo central deshaciendo toda la caminata que Kiroe había hecho anteriormente.

Por suerte, el chunin empezaba a encontrarse mejor y, poco a poco, fue consiguiendo acelerar el ritmo hasta casi igualar el de Kiroe.



. . .



La oscuridad fue apartada con suavidad. Ahora un manto verde y blanquecino lo llenaba todo, acariciándola con delicadeza, aliviando el dolor de su herida. Ayame suspiró para sí. Pero, más allá de sus propias lágrimas, sentía humedad en su rostro. Algo goteaba contra sus mejillas.

No, no, no no... —murmuraba una voz conocida en la distancia, y la muchacha frunció el ceño, tratando de agudizar el oído—. Ayame, Ayame... No mi Ayame... No otra vez... No otra vez... Primero tu madre, y ahora tú... No he podido protegeros... a ninguna de las dos... no...

—Zetsuo... Zetsuo... el chakra del Gobi... Se está concentrando en esa herida. Ya lo he visto otras veces... Creo... que está a salvo... Creo... Que está bien.

«Da... ruu...»

—Ayame... Ayame...

—Pa... pá...

Lo primero que vio Ayame cuando entreabrió los ojos fue el rostro de su padre cerca de ella, con sus manos afanándose por curar su herida. Y su corazón se rompió en mil pedazos al verle como nunca le había visto. El pétreo e impenetrable escudo se había roto, y ahora lloraba como nunca lo había hecho, y su rostro estaba desencajado por el más absoluto sufrimiento. Y cerca de él estaba Kōri, a cierta distancia para no obstaculizar la labor del médico pero con la misma ansiedad que este.

Él era el único que había visto antes así a Zetsuo. Justo después de que muriera su madre y se hundiera en la más absoluta miseria.

Con un doloroso nudo en la garganta, Ayame se mordió el labio inferior. Le dolía tanto que no podía hablar; sin embargo, se esforzó en levantar una mano temblorosa.

—Lo... siento... —sollozó, cerrando los ojos de nuevo. Sus hombros se convulsionaron con el ataque de un nuevo llanto y no pudo hacer nada porque un hipido contrajera sus palabras cargadas de dolor—. Lo siento. Lo siento. ¡Lo siento! ¡No quiero irme! ¡¡No quiero irme!! ¡Lo siento, papá, Kōri, Daruu! ¡Lo siento! ¡Yo...! Reigetsu... yo...

Pero no había excusas que valieran. Y por eso lloraba, y lloraba, y lloraba. Se había agarrado con las uñas a la cinta que cubría su frente y, con las últimas palabras dejó caer el brazo y arrastró consigo la tela.

La luna azul menguante brilló al descubierto en su frente.
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No respondo dudas por MP.
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Al unísono, aquel par de fuerzas titánicas se debatieron en un intenso duelo de semi-dioses. Un brazo con la fuerza de mil hombres, en principio, acarició certero el pecho del gyojin, generando ahí en donde debía estar la boca de su estómago un impacto potente y certero que se concentró como un resorte en su cuerpo bien constituido aunque ligeramente magullado, que poco después saldría volando hacia atrás cual muñeco de trapo, por el indudable impacto de la mano del Kajitsu.

Su espada, sin embargo, aquella que una vez le hubo pertenecido a la sangre traidora; encajó su millar de dientes serrados en el torso del enemigo, penetrando sus carnes y rasgando la mitad de su constitución por la fuerza del empuje de su propio golpe.

Umikiba Kaido no soltaría aquella espada, no hasta que su cuerpo dejó de volar tras impactar con una de las paredes contiguas del pasillo. Atolondrado, cayó seco en el agua, y tuvo que contener las inútiles arcadas que se le asomaban por la garganta, junto a vestigios de sangre que se deslizaban por la comisura de sus labios.

Abalanzó su brazo por sobre su pecho, y se quejó. Se quejó, y tosió luego, con la vista torcida hacia el camino que recorría Karoi a inmensas zancadas para socorrerle. El jinete de mares se le acercó, tendiéndole una mano amiga y ayudándole a levantarse de su lecho herido.

—Mierda, ese hijo de puta me ha dado bien —espetó, balanceándose por sobre el hombro de Karoi. Su mano izquierda apenas se alzaba, con el mango de la espada colgándole, mientras la sangre de Nokogiri se escurría de a poco, a cuenta gotas; casi que saboreándola.

—¡Chico! ¿Estás bien? —Kaido asintió, bien pudo—. ¡Eso ha sido muy bueno, Kaido-kun! ¡Menos mal que eres buen luchador! Eh, y esa espada te va que ni al pelo, ¿eh? —él le guiñó el ojo, y El Tiburón no pudo hacer más que reír, convincente. Quizás Karoi tenía razón, aquella espada, ahora que se daba cuenta, había arrebatado la vida de un hombre siendo blandida por sus propias manos. Con lo que aquello significaba, y siendo además la primera vez que asesinaba, probablemente sintiese la imperiosa necesidad de hacerse cargo de ella. De la espada-sierra—. Deberíamos continuar, ¿puedes moverte?

Ante su interrogante, el escualo movió el torso de hacia su izquierda, y luego a la derecha. Finalmente, dio un profundo respingo y soltó el aire progresivamente. No. No tenía nada roto, por suerte.

—Puedo, sí. Vamos, hemos perdido demasiado tiempo. Te sigo, Karoi-san... y, gracias por echarme un mano.

Sentenció, antes de partir.
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Kiroe continuaba el camino junto a Mogura, que ya empezaba a encontrarse mejor. El médico llamó su atención, y tras señalar que el lugar parecía ser la base de los Kajitsu Hōzuki, sugirió que tal vez deberían esperar un mayor número de enemigos.

—Sinceramente, no creo que hayan muchos más —contestó ella, con un rostro sombrío, muy alejado de lo jovial que había parecido antes—. Es una organización clandestina, que hasta hace poco estaba integrada dentro de la propia Amegakure.

»Los Kajitsu son un grupo minoritario de Hōzuki, supremacistas. En la aldea, no hay tantos miembros del clan. Tanto Arashikage-sama como Shanise-senpai son parte de él, también. Ellas dos tendrán familia. También miembros del clan. Si montas una organización clandestina de ninjas de Hōzuki, realmente te interesa que sean pocos hombres, y de confianza. Porque a medida que el número crece, mayor probabilidad hay de que se cuele un doble agente. Créeme, sé de lo que estoy hablando. —Sonrió con orgullo un instante, pero enseguida, la mueca desapareció. Estaba preocupada por los del pasillo central. Hacía un rato que Zetsuo no había contactado por el transmisor, y temía hacerlo ella en el peor momento, y distraerlo—. Karoi-san estaba infiltrado hasta hace poco dentro de ellos, y eso siendo pocos.


· · ·


Finalmente, el hechizo se había roto. No sólo eso, sino que al final, en la desgracia, la familia había vuelto a unirse del todo. Daruu suspiró, desactivó su dōjutsu, y dejó caer a su cuerpo de espaldas sobre el agua, dejando de concentrar el chakra en las plantas de los pies.

—Todo ha acabado —se dijo, al fin.

«A partir de ahora, tengo que trabajar para que nunca vuelva a pasar algo así. Tengo que cuidar de Ayame, de mamá... De Mogura, de Kaido, de Kori-sensei... ¡de todos!»

Suspiró, lentamente.

«¡Tengo que ser un escudo para aquellos a los que quiero! ¡Esa es la clase de ninja que quiero ser!»

Donde había habido una herida, ahora sólo había una simple magulladura. Zetsuo dejó de hacer que sus manos brillaran con aquél verde esmeralda reconfortante, y se entregó a reconfortarse a sí mismo abrazando a su hija con todas sus fuerzas.

—No vuelvas a irte, Ayame —dijo—. Nunca más.

»Déjame enseñarte más sobre el Genjutsu cuando vuelvas a casa.
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No hay marcas de sangre registradas.
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—Sinceramente, no creo que hayan muchos más

Respondió con una expresión que realmente mataba cualquier ánimo de llevarle la contraria.

Es una organización clandestina, que hasta hace poco estaba integrada dentro de la propia Amegakure.

Esa información no era nueva para Mogura, claro que no podía decir nada al respecto. Sus manos estaban atadas respecto a ese tema.

Un corto repaso de la data con la que contaba el joven médico. Los Kajitsu tenían un concepto que a sus ojos era sumamente arcaico y sobre todas las cosas, totalmente obsoleto. Los grandes clanes gobernantes de aldeas eran cosa del pasado. Ya no había lugar para esas ideas, mucho menos para esa clase de gente.

Kiroe resaltó además la importancia de manejar números discretos en esa clase de organizaciones, en pos de evitar tanto como sea posible la chance de que un doble agente se cuele en las filas.

Karoi-san estaba infiltrado hasta hace poco dentro de ellos, y eso siendo pocos.

Agregaría a modo de comentario. Eso significaba que en el proceso en que Hōzuki Karoi se volvía un aliado, los Kajitsu perdían un hombre en sus filas. Había uno ahora mismo peleando contra él y Kaido.

En un momento de la pelea, el renegado mencionó la posibilidad de que un tal Reigetsu sellase el Gobi en su interior.

Comentó con su tono usual de voz, el próximo jinchuuriki del 5 colas había muerto. Kiroe era una mujer muy bien informada para haber estado retirada desde hacía un tiempo, por lo que seguramente aquel nombre le sonaría de antemano.

Por la forma en la que lo dijo sonó como si se tratase de su líder... ¿han peleado contra más gente?

¿Quién más había caído? ¿Quién más quedaba?

El pasillo era largo y toda información que pudiese conseguir en aquel momento realmente le hacía sentir que ya no estaban metidos en la boca del lobo.
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Mientras dialogaban, Kiroe y Mogura continuaron su avance de vuelta hacia el punto de partida. Ya corrían sobre suelo seco, pues habían dejado atrás la masa de agua que había cubierto el corredor más arriba y afortunadamente nadie, enemigo o amigo, les salió al encuentro, por lo que no se vieron frenados de nuevo.

Ahora mismo estaban pasando justo por delante de la biblioteca donde Kiroe había asesinado a Bunko Nezumi. De hecho, su cuerpo sin vida seguía atravesado en el camino.



. . .



Tras un par de comprobaciones sobre su propio estado, Kaido asintió a la pregunta formulada por Karoi.

—Puedo, sí. Vamos, hemos perdido demasiado tiempo. Te sigo, Karoi-san... y, gracias por echarme un mano.

El hombre levantó un pulgar y le guiñó el ojo, amistoso.

—¡No hay de qué, para eso he venido! ¡Y ahora sigamos! ¿Sí?

Ambos continuaron corriendo hacia delante, y pronto llegaron al final del pasillo. Tal y como había indicado Kiroe, por intervención de su hijo, en aquel punto se reunían de nuevo los tres pasillos, por lo que sólo tenían que hacer un pequeño giro y tomar el del centro. Tras varios minutos de carrera ininterrumpidos, el corredor se abrió a una sala circular abierta a cielo abierto. Desde el agujero del techo, el agua caía formando una cascada con forma de tubo hueco que se hundía en la roca y llegaba hasta el piso inferior.

—Bien, aquí estamos —Karoi había bajado la voz, pero seguía siendo perfectamente audible por encima del estruendo de la cascada. Con una seña de mano, invitó a Kaido a acercarse al borde—. No sabemos lo que vamos a encontrar ahí abajo, así que debemos andarnos con mucho cuidado, ¿sí? —Inspiró y después espiró—. Vamos allá. Una, dos, y...

Su cuerpo estalló repentinamente en agua que cayó vencida por la gravedad y se mezcló a la perfección con la cascada.

¤ Nokomizuchi
- Tipo: Arma de filo
- Requisitos (dos manos): Destreza 35, Fuerza 30
- Requisitos (una mano): Destreza 50, Fuerza 40
- Precio: -
- Daño: 15 PV/golpe con mango o vaina, 25 PV/corte superficial, 35 PV/corte
- Efectos adicionales: Efecto desangramiento: 3 PV durante 6 turnos (sólo corte)
De 20 centímetros de empuñadura y 60 centímetros de longitud de hoja y 20 de anchura, esta espada larga es de única manufactura. El filo es curvo en su extremo, lo que imposibilita ser clavada, pero a cambio tiene los dos bordes completamente aserrados, por lo que, además de resultar potencialmente letal, las heridas provocadas por esta espada sangrarán copiosamente durante un buen tiempo. Es capaz de rivalizar con casi cualquier arma existente.



. . .



El brillo esmeralda se desvaneció de las manos de Zetsuo, y con aquel se marchó también el reconfortante cosquilleo en el pecho, ya prácticamente curado. Sin embargo, ninguna sensación podría compararse a la que vino a continuación, cuando su padre la estrechó entre sus brazos y la apretó contra él con fuerza. Un gesto nunca antes tan sincero, y que llevaba años sin repetir.

A Ayame se le volvieron a inundar los ojos de lágrimas. Pero esta vez no eran de amargura ni de dolor, sino de la más absoluta felicidad y alivio.

—No vuelvas a irte, Ayame —le dijo—. Nunca más. Déjame enseñarte más sobre el Genjutsu cuando vuelvas a casa.

Ella escondió el rostro en su hombro, en un ridículo intento por disimular los sollozos que sacudían su cuerpo. Y, cuando al fin se separaron, Ayame se levantó tambaleante, apoyándose en el hombro de Zetsuo, y abrazó también a su hermano. Aunque no pudo evitar estremecerse al sentir lo frío que estaba. Era, literalmente, como abrazar un cubito de hielo.

—Lo siento mucho, hermano...

—Deja de disculparte. Ya ha pasado todo.

Ella asintió, aunque no parecía del todo convencida. Y cuando se separó de Kōri, se dio media vuelta y sus pasos lentos chapotearon en el agua en dirección a Daruu. Se arrodilló junto al chico, que se había dejado caer al suelo de espaldas.

—Y... yo... lo siento mucho, Daruu-kun... —murmuró, jugueteando nerviosa con sus manos. Hizo el amago de reajustarse de nuevo la cinta sobre la frente, pero se sorprendió cuando sus dedos toparon con el vacío. Volvió a bajar el brazo con un suspiro. Le iba a tomar un tiempo acostumbrarse a no tener nada en ella—. No te creí, y os dije cosas horribles a todos... Yo... yo...
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—Habitación de Ayame: Link

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Kiroe y Mogura seguían corriendo por el pasillo. Ahora estaban cerca de la biblioteca.

—En un momento de la pelea, el renegado mencionó la posibilidad de que un tal Reigetsu sellase el Gobi en su interior —comentó Mogura—. Por la forma en la que lo dijo sonó como si se tratase de su líder... ¿han peleado contra más gente?

Kiroe esperó el momento apropiado para responder. Ese momento llegó cuando se acercaron más a la biblioteca, y el cadáver de Nezumi se dejó entrever tras la curvatura del pasillo. La mujer señaló al cuerpo sin vida y dijo:

—Sí, contra ese.

Y más tarde, cuando llegaron a la sala por la que habían entrado, añadió también:

—Contra esa también. —Señaló la mujer congelada en el hielo, con la misma mueca de terror—. Ah, y contra otro que ahogó Zetsuo en el agua.

»Vamos, Mogura. ¡Al pasillo central!


· · ·


Ayame se apretujó contra Zetsuo todo lo que pudo, y el hombre aprovechó el momento, sabiendo que quizás tardasen mucho en repetirlo. Una vez su hija se separase de él, debía trabajar en recomponer la coraza que había dejado derribar. Y tenía que levantar el muro mucho más alto de lo que era. Pero también asegurarse de incluir ciertas ventanas, para que algo como aquello no volviera a pasar jamás.

Quizás aquél idiota pelopincho tuviera algo de razón. Ay, cómo le jodía reconocerlo.

Suspiró, y dejó marchar a Ayame, quien se fue a abrazar a su hermano.

Más tarde se acercó a un Daruu totalmente sin fuerzas, y se disculpó en voz baja, haciendo sus manos mover en nerviosos círculos. Daruu la observó un momento, le dedicó una afable sonrisa, y entonces... Derrumbó su propia y resquebrajada coraza, echándose a llorar a lágrima viva y atrayéndola hacia él, fundiéndose en un sincero abrazo.

—Me da igual todo —dijo—. Lo importante es que todo ha pasado.

Zetsuo suspiró y les dio la espalda, acariciándose la cabeza y reconstruyéndose a sí mismo. Por desgracia, no todo había acabado.

—¿Kiroe? ¿Estás ahí, Kiroe? —dijo, sujetándose el transmisor con la mano—. La misión ha terminado. Hemos recuperado a Ayame. Repito: la misión ha acabado.

Kiroe respondió tan entusiasmada al otro lado del transmisor que tuvo que quitárselo de la oreja y separarlo unos centímetros.

—¡Joder, Amedama, no grites tanto! —gruñó. Daruu pensó que ya se parecía un poco más a él mismo—. ¿Qué? Bien, me alegro que Mogura-kun esté... No, no vengáis. Quedáos en la salida. Ahora vamos nosotros.

Se giró hacia Daruu.

—¡Daruu! ¿Queda algún enemigo en la guarida? ¿Puedes comprobarlo, por favor?

—Sólo una vez más, luego, tendré que descansar. —Daruu se levantó, tomó aire un par de veces y activó su dōjutsu una última vez, visualizando el entorno. Giró sobre sí mismo y oteó rápidamente el lugar. Detectó los chakras de todos, pero no de ningún ene...

—¿Karoi-san...? —Distinguió un tinte de un color familiar bajando por la catarata central, además del chakra de Kaido, que seguía en la primera planta.

—¿Cómo dices?
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