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Un tanto ajeno de lo que sucedía detrás suyo, Kaido continuó conversando con Mogura. Y éste le respondió de la manera que ya el escualo prevenía, tan educadamente que hasta resultaba un tanto insultante. Esa era una de las mayores virtudes de Manase-san, las de cagarte la cara sin que puedas molestarte por ello.
—Me temo que no tuve oportunidad de degustarlo, Umikiba-san. Pero en Amegakure debo tener una muestra de él, por si te interesa probar su sabor.
El gyojin bajó la mano, dado que Mogura tampoco se la estrechó, sino que por el contrario; le saludó con una reverencia formal. Quizás, por eso, no le prestó tanta atención.
—No, no, está bien. Yooo paso, ¿sabes? ya he visto lo que hace y estoy seguro de que no es la clase de fiesta en la que me quiero meter —sentenció, en seco.
Pero antes de que pudiera seguir molestando a Mogura, la decaída aunque renovada voz de Ayame se alzó de entre sus propias penurias, expresándose ante todos y cada uno de los que conformaron el equipo de rescate que logró salvarla de las garras de los Kajitsu. Decidida, bajó su torso en una reverencia significativa tanto para ella como para el resto, y sumida en aquel evidente gesto de profundo agradecimiento, expresó:
—Lo siento... —Kaido torció el gesto y alzó las cejas, sorprendido—. Os debo una disculpa a todos... He sido una estúpida... He dicho y hecho cosas terribles... Y he estado a punto de tirarlo todo por la borda. Lo siento... —el escualo aprovechó aquel súbito silencio para echarle un ojo los demás y ver cómo habían reaccionado. No quería ser él el único que luciera atónito, ni mucho menos—. Y también... gracias... Gracias por salvarme la vida. Nunca encontraré la manera de agradeceros lo que habéis hecho por mí hoy...
Kaido se aclaró la garganta.
—Para empezar, podrías tratar de decir bien mi nombre. Es Kaaaido no Koido —sonrió luego, socarrón y divertido. Finalmente movió el brazo hacia adelante, azotándolo en aquel gesto típico que usa la gente para restarle importancia a un asunto—. En fin, bienvenida a tu casa, uhmm ¿prima?
Nivel: 15
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—No, no, está bien. Yooo paso, ¿sabes? ya he visto lo que hace y estoy seguro de que no es la clase de fiesta en la que me quiero meter
Contestó el azulado muchacho en un tono que parecía un poco decepcionado de la actitud de Mogura, bajó su mano al ver que el médico no tenía intenciones de corresponder tal gesto. No estaba realmente seguro de que Kaido fuese a conformarse con solo un comentario de los suyos pero de todas formas no lo llegaría a saber con certeza.
La jinchuuriki entonces se pondría de pie y tomaría la palabra.
—Lo siento...
Mogura se giró en dirección a la kunoichi y posó su mirada sobre ella.
Os debo una disculpa a todos... He sido una estúpida... He dicho y hecho cosas terribles... Y he estado a punto de tirarlo todo por la borda. Lo siento...
Ayame había hecho una marcada reverencia, acompañando el gesto con palabras que parecían sinceras. Ante los ojos del médico de Amegakure, la muchacha no era otra cosa que una víctima. No les debía ninguna disculpa.
Y también... gracias... Gracias por salvarme la vida. Nunca encontraré la manera de agradeceros lo que habéis hecho por mí hoy...
Y de igual manera que no les debía una disculpa, tampoco les debía un agradecimiento, aunque este no necesariamente estaba fuera de lugar. El chuunin estaba a punto de hacer un comentario cuando Kaido se aclaró la garganta y pasó a tomar la palabra:
—Para empezar, podrías tratar de decir bien mi nombre. Es Kaaaido no Koido
Mogura llevó su mirada hacía el muchacho. El kajitsu sonrió como solo él podía sonreír en esa clase de situaciones y acompaño sus palabras de un gesto sumamente informal, pero a efectos prácticos, adecuado.
En fin, bienvenida a tu casa, uhmm ¿prima?
Y al escuchar aquellas palabras, la cabeza del chuunin asintió ligeramente un par de veces.
Nivel: 34
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Kiroe se apartó de Ayame y se colocó al lado de su hijo, a quien revolvió el pelo con cariño. Daruu se apartó de ella y chasqueó la lengua, molesto.
Zetsuo se acercó a la mujer, hecho una furia, y le dio un empujón con la mano que casi la arroja al suelo.
—¡Eh! —se quejó ella.
—¡Maldita estúpida imprudente! —vociferó—. No sabes lo peligroso que ha sido eso. ¿Y si te hubiéramos confundido con otro enemigo?
—Vamos, vamos, Zetsuo. No es momento de pelearse, ¿no crees? —Kiroe le guiñó el ojo y caminó hacia adelante—. Bien, ¿a dónde vamos ahora? ¿Al centro?
—Sí, hay una cascada congelada por la que podemos subir hacia el exterior —aclaró Daruu siguiéndole el paso.
Pero entonces, Ayame les detuvo con una disculpa y un agradecimiento sincero. Daruu se cruzó de brazos y la observó unos segundos, sin saber muy bien qué decir. Kaido lanzó un comentario mordaz sobre su tendencia a confundir los nombres de la gente, y Zetsuo apretó los puños, furioso, aunque era evidente que no quería que se notase.
«Sentirlo es inútil. No tendrías que haberlo hecho. Mi propia hija. Unos minutos más y yo... Maldita estúpida. ¿Qué te he hecho yo para que quieras abandonarnos?»
—Habría hecho lo que hiciera falta por mi familia. —Sin embargo, eso fue lo que dijo, cuando pasó al lado de Ayame como una flecha.
—Eh, Ayame. Yo también tengo uno. —Daruu se había acercado a ella y le había puesto la mano en el hombro. La otra señalaba la magulladura restante del agujero de bala de Mohōshō.
El grupo camino hacia el centro, y uno a uno, fueron abriéndose camino a través del improvisado túnel glacial, con cuidado, claro, de no caer hasta abajo.
Nivel: 32
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El silencio cayó sobre ella como una pesada maza, pero Ayame mantuvo su postura con los labios apretados, inclinando su torso tanto como su columna le permitía en una muestra de profundo arrepentimiento. Y al final, tras varios segundos de contener la respiración, alguien carraspeó:
—Para empezar, podrías tratar de decir bien mi nombre. Es Kaaaido no Koido.
Dada la gravedad del asunto, Ayame intentaba mantenerse lo más seria y formal posible. Pero las palabras de El Tiburón consiguieron arrancarle una inevitable sonrisa. Alzó la cabeza, lo justo para ver, con aquel gesto socarrón tan suyo, como sacudía una mano en el aire restándole importancia a todo el asunto.
—Lo intentaré... Kaido-san.
—En fin, bienvenida a tu casa, uhmm ¿prima?
Ayame sintió que las palabras morían en el pesado nudo que había atenazado su garganta. Kaido y ella sólo se habían cruzado un par de veces, y ella siempre se había mostrado recelosa y temerosa hacia él. Le había ocultado su naturaleza como Hōzuki temiendo que él fuera uno de aquellos Kajitsu e, ironías de la vida, él había acudido ahora a rescatarla de ellos. Y, para colmo, era él quien le estaba dando la bienvenida y ahora la llamaba "prima".
La sonrisa tembló en sus labios.
—Gracias... —murmuró, profundamente conmovida.
Mogura no pronunció palabra, pero asintió con vehemencia a las palabras de Kaido. Mientras tanto, Daruu se había cruzado de brazos y observaba con prudencia y Zetsuo se adelantó.
—Habría hecho lo que hiciera falta por mi familia —le dijo, cuando pasó junto a ella como un flecha.
Pero Ayame había contenido la respiración, y le miró de reojo mientras se alejaba por el pasillo. Trataba de ocultarlo, pero Ayame le conocía demasiado bien. Y podía sentirlo en aquella sensación de electricidad estática que le dejó cuando pasó a su lado, y podía verlo en sus puños apretados, y también lo veía en sus músculos tensos.
«Está enfadado conmigo.» Comprendió, decaída. Pero al ver aquellas escalofriantes cicatrices que habían quedado marcadas en su brazo desnudo, no podía culparle. No después de lo que había hecho. Tendría que trabajar por ganarse su perdón.
Fue entonces cuando sintió una mano en el hombro:
—Eh, Ayame. Yo también tengo uno —Daruu se estaba señalando su propio brazo, donde un pequeño agujero en su camiseta dejaba a la vista los restos de una herida similar a la que ella tenía en el pecho.
Ayame jadeó. Sabía y era consciente de que Daruu estaba intentando bromear con ella, restarle importancia al asunto, pero aquella nueva herida le hizo palidecer. Y cuando giró la cabeza hacia Kiroe e inspeccionó su cuerpo, se dio cuenta de que ella también lucía una similar en la pierna. Kōri, afortunadamente, sólo parecía estar terriblemente cansado, Y, por lo que había escuchado anteriormente, Mogura había estado al borde entre la vida y la muerte. Los únicos que parecían haber resultado ilesos eran Kaido y Karoi, pero ni siquiera podía asegurarlo, conociendo su capacidad para utilizar el Suika.
Hasta aquel momento no se había parado a pensar con detenimiento las consecuencias de sus actos. Pero ahora lo veía, tan claro como el agua. Todos habían resultado heridos. Y todas aquellas heridas estaban contaminadas con su culpa.
En un súbito arrebato, se arrojó contra Daruu y le abrazó con fuerza, hundiendo el rostro en su hombro.
—¡Lo siento, lo siento, lo siento, lo siento!
Una mano se cerró en torno a su hombro, fría como el hielo, y a aquella le acompañó una voz igual de gélida.
—Ayame, tenemos que irnos.
Ella se separó de Daruu casi a desgana, pero asintió y retomó en silencio el camino que, junto a los demás, debería llevarles al fin al exterior. Y mientras ascendía por la cascada de hielo siguió pensando. Pensado en cómo se había dejado engañar por una carta falseada. Pensando en cómo la habían derrotado en combate y la habían arrastrado, inconsciente, a aquella madriguera. Pensando en cómo se había dejado engañar por las melosas palabras de Reigetsu, que como una planta carnívora prometían de un dulce néctar que en realidad escondían una prisión eterna. Pero el cuerpo de Reigetsu ahora yacía inerte, varios metros más abajo, y no volvería a cerrar sus fauces sobre ella. Había tenido suerte. Demasiada suerte. Suerte de que hubiese habido gente que quisiera ir a por ella, de que llegaran incluso a arriesgar su vida por ella, de no cejar en su empeño pese a la obstinación que mostró contra ellos.
Tenía que cambiar aquello, pensaba, con los labios fruncidos. La sola idea le pesaba una tonelada, pero tenía que alzar la cabeza, tenía que hacerle frente a la situación. Tenía que volverse fuerte para que aquello no volviera a suceder. Y empezaría por no volver a ocultar su luna.
«Nadie ha dicho nada de ella.» Reparó, con una débil sonrisa. A nadie le importaba, porque no era algo malo ni algo bueno. Era simplemente una marca con la que había nacido. Y simplemente había servido de excusa con la que un grupo de matones pudo aprovecharse de su debilidad para meterse con ella.
El ascenso fue lento, principalmente porque Mogura y Ayame tropezaron un par de veces en el trascurso. Pero la luz anaranjada del exterior se filtró a través de los cristales de hielo, creando hermosas iridiscencias que bailaron en el aire a su alrededor, y en cuestión de minutos salieron al fin.
Tal y como habían previsto, se encontraban en la cima del acantilado, a tiempo de contemplar los últimos minutos de la luz del día agonizando en el horizonte de aquel océano sin fin. Aunque seguía lloviendo como siempre lo hacía en el País de la Tormenta, la tempestad que habían sufrido por la mañana parecía haber remitido. Ahora los siete se sostenían sobre una masa de agua que se deslizaba entre las rocas para ir a caer por el agujero por el que acababan de salir, aunque hasta que no se derritiera la técnica de Kōri no volvería a formarse cascada alguna.
Ayame respiró aliviada al sentir la lluvia, la brisa del mar y el aire del exterior. Estiró los brazos por detrás de la espalda, como si pretendiera crecerlos así varios centímetros más, y cuando miró hacia abajo vio varias siluetas oscuras.
—¡Delfines! —exclamó, con la alegría de una niña, al tiempo que se acercaba al borde rápidamente para poder ver mejor.
Un pequeño grupo de delfines nadaba de forma grácil entre las olas, cerca del acantilado, sorteando con gracia las rocas y dejando entrever de vez en cuando sus aletas en la superficie. De un momento para otro, uno de los delfines saltó por encima de las olas. Pero no era un delfín corriente, pues en lugar de gris, su color era blanco como la nieve. Con una delicada pirueta, el delfín giró en el aire sobre sí mismo y se sumergió para desaparecer.
Nivel: 34
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Los atónitos ojos de Ayame se clavaron en la herida de bala a medio curar de Daruu, y luego en la de Kiroe. La muchacha palideció y se arrojó contra el Hyūga, abrazándolo con fuerza y exclamando múltiples disculpas. Daruu acarició su cabello con mirada triste. Kōri se acercó, apoyó una mano en el hombro de Ayame y le recordó que debían marcharse. Daruu golpeó amistosamente la espalda de Ayame unas cuantas veces.
—Sí, vámonos, Ayame. Estoy harto de este sitio. Volvámos a casa —susurró—. Y... te invitaré a un chocolate, un día de estos.
La pareja se separó y todos continuaron el camino. Pronto divisaron de nuevo el tubo helado por el que tenían que subir. En otra ocasión, quizás a Daruu se le habría ocurrido usar una de sus técnicas para propulsarse hasta el exterior. Pero ahora que veía el agujero por el que habían salido desde el piso inferior, le invadió todo el cansancio y todo el dolor que la adrenalina había mitigado. Le pesaban las piernas y los brazos, le dolía la cabeza... todo eso excluyendo el punzante mordisco fantasma de la no-bala cerca de su hombro.
—¿Tenemos que subir por ahí? Madre mía, nos vamos a romper la crisma —rio Kiroe, desperezándose.
—¿Tienes alguna idea mejor? —espetó Zetsuo.
—¡Ja, ja, ja! No, claro que no... Veeeenga, venga, chicos. Vosotros primero.
Kiroe apremió a los demás para que fueran subiendo. Uno a uno, los invasores de la guarida de los Kajitsu ascendieron por el tubo helado con cuidado, concentrados contínuamente en no caer hacia abajo. Pese a que había agua en el inferior de la tubería, si caían de aquella altura podían matarse. Romperse la crisma de verdad. Por no hablar de que arrastrarían a todo el que viniese detrás... Normalmente hubiera bastado con concentrar chakra en las plantas de los pies y subir corriendo, pero la superficie era extremadamente resbaladiza, de modo que tuvieron que concentrarlo también en las palmas de las manos y gatear hasta arriba. Todo eso... llevó bastante tiempo.
Y aprovechando que todo el mundo estaba ocupado, Zetsuo y Kiroe se habían quedado algo rezagados...
Cuando Zetsuo estaba a punto de cruzar él mismo el umbral de aquél iglú cilíndrico, Kiroe tiró de su ropa.
—¿Qué pasa ahora? —dijo.
—Chssss. Oye, ¿qué ha pasado allí abajo? ¿Dónde... están vuestras bandanas?
Zetsuo suspiró, se dio media vuelta y le contó todo lo que había sucedido a Kiroe, entre susurros. Kiroe bajó el rostro, taciturna, y dejó marchar a Zetsuo, quien de nuevo iba a entrar al tubo.
—Dime una cosa, Zetsuo, sólo una última cosa —advirtió la mujer—. ¿Qué hubieras hecho si Ayame no se hubiese tragado el truco de rasgar la placa? ¿De verdad te habrías ido de Ame...?
—Nos conocemos desde hace mucho tiempo, Kiroe —dijo Zetsuo, en voz baja. Un tinte de tristeza coloreaba su quebrada voz de veterano cuando dijo—: y creo que tú y yo no somos tan diferentes en ese aspecto.
»Un traidor es un traidor. Aunque sea tu propia hija. Aunque sea...
—El amor de tu vida. El padre de tu único hijo.
—Habría hecho lo mismo que tú hiciste con Danbaku.
—Todavía me duele escuchar su nombre.
—Fue tu deber. Habría sido el mío.
—Lo sé. —Kiroe se adelantó y empujó a Zetsuo, que casi se cae hacia abajo en el tubo y necesitó agarrarse con un kunai al hielo. La mujer soltó una risilla—. ¡Ay, qué torpe eres, medicucho! ¡Vigila por dónde vas! —La voz de Kiroe llenó las paredes de hielo del túnel.
—¡¡Gilipollas, te voy a matar!!
Daruu fue el último del grupo, dejando de lado a Kiroe y a Zetsuo, que puso la mano en el borde y se impulsó, saliendo de aquella prisión terrible. Avanzó unos metros, respiró hondo y se dejó caer, exhausto.
—Por fin...
—¡Ay, qué torpe eres, medicucho! ¡Vigila por dónde vas!
—¡¡Gilipollas, te voy a matar!!
—Pffff. Míralos, si parecen críos. ¿Qué hacen peleándose allá abajo? Con las ganas que tenía yo de salir de ahí....
—¡Delfines! —exclamó Ayame, ilusionada, en el borde del barranco. Daruu giró la cabeza y la observó, desde unos metros de distancia. Y por primera vez en mucho tiempo, la vio como quería verla: feliz y despreocupada incluso en los momentos crudos. Daruu se acercó gateando y se dejó caer allí mismo, pero los delfines ya se habían ido.
—Tanto esfuerzo para nada, ¡me lo he perdido! —rio—. Ay, por Amenokami, qué ganas de pillar la cama...
Nivel: 28
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Y, cuando Zetsuo se abalanzó hacia su hija, soltándole aquella frase que decía tan poco y tanto a la vez; el gyojin no pudo hacer más que seguirle el paso a rajatabla. Porque la verdad es que no tenía nada más para decir, y todo lo que tuvieran que discutir Ayame y Daruu, era cosa exclusivamente de ellos. Bastaba ya de chistes mordaces. Tendría que dejarles ser, que cauterizaran sus heridas mientras pudieran, bajo el reconfortante abrazo del otro.
Dejar el recuerdo y el desasosiego de la casi pérdida de un ser querido bien hundido en aquellas cuevas submarinas. Que la corriente de la cascada se las llevara de a poco junto con el hielo.
Él, personalmente, también tendría que hacer lo mismo. O parecido. Porque, el gyojin afrontaba en su cabeza un grandísimo dilema, uno que desde que decidió ayudar a Karoi a vencer a la amenaza, le estaba comiendo por dentro. Una sensación de descubrimiento, como cuando has abierto la puerta de tu hogar a la que tanto se te dijo no acercarte, pues descubrir lo que había detrás de ella no iba a ser placentero, ni mucho menos. O que bien estaba totalmente prohibido, porque sabían que si conocías la verdad, podías caer en cuenta de muchas cosas. De... muchas cosas.
Así le sucedió a él. Había abierto la jodida puerta, encontrándose con la realidad golpeándole las mejillas de un lado a otro, como una bofetada interminable. Realidad que había estado ignorando y que, ahora, después de ver de lo que los Kajitsu eran capaces, le obligó a Kaido a cuestionarse las intenciones de su propio reducto. A preguntarse si ellos, y por tanto él, estarían hechos de la misma calaña que los traidores confesos, y ahora extintos.
¿Pero, lo estaban?
«No» —se respondió, en súbito. Con tanto convencimiento como el que nunca tuvo antes—. «y si llegamos a estarlo, seré yo el que me encargue de echar la mierda fuera de casa. Que va, no estoy dispuesto a morir desangrado en una maldita cueva de los cojones, donde me convertiré en huesos y quedaré en el jodido olvido sólo por la sed de poder de los que con tanto fervor se hacen llamar mi familia, y ni se atreven a contarme la verdad sobre mi pasado. ¡No te jode!»
Justo en ese momento, en algún lado, un par de grilletes se habrían roto. Kaido sintió a conciencia una ligera libertad de pensamiento, como si hubiese sido capaz de ver a través del filtro. La bestia, de alguna forma, estaba liberada.
«Si van a pregonarse como verdaderos Hōzuki, lo haréis bien. O lo haréis sin mi, que es mucho peor»
. . .
El vasto mar les dio la bienvenida, allá en lo más alto del acantilado. El sol escondiéndose tras el horizonte, y las mareas siendo surcadas por unos cuantos delfines, ahora tan libres como él.
Kaido contempló aquello con cierta nostalgia, rostro serio e impoluto, y de brazos cruzados. Dejó que la lluvia le apaciguara, y cerró los ojos por un momento. Debía agradecer estar con vida, sí, pero debía agradecer más haberla podido perder.
Porque aquello le había permitido ver tanto.
Nivel: 15
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El director pasó junto a su hija dedicándole unas palabras mientras seguía con su camino, con el objetivo de salir de aquella base repleta ahora de nada más que cadáveres. Kaido marcharía a una cierta distancia detrás de él al verle partir. Por su parte, el joven médico esperó a que el superior a cargo diese algo que pareciese una orden.
Si tan solo no estuviese tan magullado, el ascenso se le hubiese hecho un paseo por la planicie. Pero los ataques de Marun, principalmente el veneno del final, le habían dejado bastante tocado. Al punto de que junto con Ayame, fueron los que más problemas tuvieron al subir.
Por un instante pensó en comentarle lo ocurrido a la jinchuuriki, su encuentro con el renegado que había intentado secuestrarla antes, pero quizás en aquel preciso instante no sería lo ideal.
Quizás por el hecho de que era nada más que un médico, una fuerza de apoyo que debía mantenerse al margen del combate y debía evitar esa clase de enfrentamientos o quizás porque no tenía muchos motivos para justificar las medidas que había tomado más allá de sus propios intereses.
Los kajitsu habían sido derrotados, sus miembros y sus ideales yacían ahora en el piso de los fríos pasillos de una base.
Una familia que quizás ya habría sufrido lo suficiente no había perdido una integrante en manos de unos rebeldes.
Y probablemente el grupo entero usaría aquella experiencia para crecer como personas y como ninja.
Afuera el sol comenzaba a ponerse, el día estaba terminando y algunas olas rompían contra el acantilado.
La lluvia caía sobre él como si nada importase, y su paraguas no estaba ahí para evitar que las caprichosas gotas de agua hiciesen lo que tenían ganas.
Su mano se elevó hasta su cabeza y acomodó su peinado, el ascenso y el clima sin duda alguna habrían hecho de las suyas.
Se acercó a su superior, el hermano mayor de la jinchuuriki. Hizo una ligera reverencia y con su usual expresión de seriedad consultó:
Aotsuki-san. ¿Cómo deberíamos organizar el regreso a Amegakure?
Nivel: 32
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Al oír su exclamación, Daruu se acercó hasta ella gateando. Sin embargo, para cuando llegó hasta su posición ya era demasiado tarde. Los delfines habían desaparecido bajo el amparo del fondo marino.
—Tanto esfuerzo para nada, ¡me lo he perdido! —rio.
—¡Pues había uno tan blanco como el pelo de Kōri!
Pero aunque el genin no había llegado a verlos, otro sí lo había hecho. Y con un suspiro, una sonrisa melancólica se dibujó en los labios de Karoi.
—Ay, por Amenokami, qué ganas de pillar la cama...
—Yo lo primero que voy a hacer es darme un baño... —murmuró Ayame, aunque enseguida sus ojos se ensombrecieron. Porque darse un baño no iba a ser lo primero que haría cuando llegara a Amegakure. Antes tendría que pasar una última prueba, y la sola perspectiva de ello le hacía temblar de los pies a la cabeza.
Porque la ira de Yui era inclemente.
—Bueno, bueno, pero mejor apartaos de ahí, pequeñajos, ¿sí? —intervino Karoi, con los brazos en jarras pero sonriente—. No quiero ni imaginar como se pondría mi querido cuñado si le tengo que explicar que después de salvarte te hemos dejado caer por el acantilado.
Ayame se rio para sus adentros, pero hizo caso a su tío y volvió junto a su posición.
Un poco más allá, Kōri había invocado un precioso búho nival que ahora reposaba con cara de pocos amigos sobre su antebrazo mientras metía un pequeño rollo de papel en el zurrón que llevaba atado a la pata.
—Sé que no te gusta hacer de mensajero, Shiroikari, pero esto es muy importante. Llévaselo a Arashikage-sama.
—¡UUUUHHH UUUHHH! —el ave emitió un potente ululato cargado de frustración, pero Kōri lanzó el brazo al aire y el ave surcó los cielos a toda velocidad, rumbo al este.
—Aotsuki-san. ¿Cómo deberíamos organizar el regreso a Amegakure?
Mogura se había acercado al Hielo, y este le dedicó una larga mirada de sus iris congelados, carente de expresión alguna.
—Me temo que no con Yukyō. No me queda chakra para invocarle —suspiró ligeramente. Se encontraba exhausto, después de utilizar dos veces en un día su técnica más poderosa. Pero Kōri seguía manteniendo firme su máscara de hielo, y no dejaba que el cansancio asomara a sus facciones. Sólo alguien que le conociera lo suficiente sabría apreciar una leve sombra en sus ojos de escarcha—. Y es probable que Daruu-kun tampoco pueda crear sus pájaros. A no ser que tengáis alguna sugerencia, quizás nos toque volver a pie. Por eso he mandado a Shiroikari para que adelante el mensaje de éxito a Arashikage-sama.
Pero aunque la idea de caminar hasta Amegakure no le resultaba para nada apetecible, Ayame no la tenía.
En ese momento, Zetsuo y Kiroe salieron del túnel de hielo. Ayame, curiosa como sólo ella podía ser, iba a preguntarles por qué habían tardado tanto, Kōri le tapó la boca con la mano a tiempo de que cometiera ninguna estupidez. Porque aunque Kiroe reía y bromeaba, su padre estaba enfadado. Muy enfadado.
Nivel: 34
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—Bueno, bueno, pero mejor apartaos de ahí, pequeñajos, ¿si? No quiero ni imaginar como se pondría mi querido cuñado si le tengo que explicar que después de salvarte te hemos dejado caer por el acantilado. —Karoi les apremió para que se retiraran del acantilado, a sus espaldas. Daruu se levantó, apoyando las manos en las rodillas. Sería mejor que se fueran mentalizando de que tenían que hacer todo el camino de vuelta, y esta vez exhaustos. Si se dejaba adormilar sobre el agua de la cima, el bajón iba a impedirle volver a arrancar motores.
Kōri envió al puto búho demoníaco ese para notificar a Yui de que la misión había sido un éxito. Antes de que el animal despegase, Daruu le sacó la lengua con inquina, y el ave le devolvió un ululato obsceno. Después, Mogura se acercó al Hielo y le preguntó cuál era el plan para volver a Amegakure.
¡Ja! Plan para volver. Daruu sabía muy bien que no había un plan para volver. Habían volcado todos sus esfuerzos en recuperar a Ayame. Ahora probablemente tuvieran que volver a pie. Todos habían dado lo mejor de sí en combate, de modo que no quedaba nadie con el chakra suficiente para ayudar en...
—Vaaaamos, viejales, que se queda usté sin fuerzas enseguida. —Kiroe emergió del tubo de hielo con un canturreo.
Zetsuo vino detrás, un poco más tarde. Refunfuñaba para sus adentros mil maldiciones de colores diversos.
—Me tiene que empujar la hijadeputa esta en el peor momento. ¿Es que no ve que he usado todo mi puto chakra y la técnica esta me ha dejado hecho mierda? Y aún tenemos que volver a Amegakure y no hace más que tocar los huevos y yo estoy cansado y me tienen que tocar las pelotas un poco más. Estoy hasta los cojones de este puto sitio y de esa puta mujer y del gilipollas de su hijo y sólo quiero volver a la aldea ya y beberme un café bien cargado y disfrutar de una tarde tranquila CON MIS HIJOOOOS.
—¿Pero qué le he hecho yo...?
—Bueno, bueno, que os he oído lo último (aunque me ha costado, con este murmurando detrás).
—Glpllsdmrddlscjns.
—¡Yo puedo ayudaros! Ventajas de llevar con vosotros un ninja no especializado en combate... ¡Estoy fresca como una rosa!
»Pero primero, bajemos del acantilado.
Con Kiroe a la cabeza, los ninjas se dispusieron a bajar de aquella condenada montaña. Zetsuo se sacudió la ropa, todavía gruñendo, y suspiró, echándole un último vistazo al mar.
El salto de un delfín albino le arrancó la última lágrima de aquél día tan terrible, pero al menos llenó de algo de calidez su frío corazón.
Con un recuerdo.
—¡Vuelves a quedarte atrás! ¡La edad no perdona, Zetsuo!
—Si fueses tú de verdad, me quedaría más tiempo. —El hombre cerró los ojos, se despidió una vez más del fantasma del pasado, y se dio prisa para salir de allí cuanto antes.
Se encontraban en tierra firme, abajo del acantilado, en una explanada. Kiroe les había pedido dos cosas: paciencia, y que se apartasen del camino un momento. La mujer había dedicado toda su atención a dibujar unos extraños símbolos en el suelo hechos de su propia sangre, parecidos a los de las fórmulas de sellado.
—Tratadlos bien. Son obedientes, pero seguro que vosotros también trabajáis mejor si no os tratan como a un vulgar... perro.
Kiroe se agachó y estampó la mano en el suelo. La sangre emitió un brillo azulado, y no mucho después una gran nube de humo reveló cuatro grandes san bernardos que venían equipados con un sillín cada uno, como si de caballos se tratase.
—¡Jooo, no has traído a Jōri!
—Cachorro, ¿no ves que son ocho? No necesitan uno más.
—¡Nunca necesitan a Jōri cuando YO tengo ganas de verle!
—Vamos, vamos —tranquilizó Kiroe, acercándose al can y acariciándole el cuello con cariño—. Otro día os invoco a vosotros dos.
Daruu se acercó a uno de los perros, uno de color negro, y lo observó con curiosidad y una gran sonrisa en el rostro.
—Uuuaaau —dijo—. Cómo mola, mamá.
El perro giró la cabeza y le bufó tan fuerte que le echó el cabello hacia atrás. Le juzgó con dos ojos del color de las bellotas, y probablemente tan grandes como bellotas.
—¿Cómo mola? ¿Pero qué te has creído que soy, una atracción de feria, maldito mocoso? —ladró. Pero entrecerró los ojos un momento, los abrió con ilusión y prácticamente se arrojó encima de Daruu—. ¡Daruu-niichan, Daruu-niichan! ¡Eres tú! ¡No nos veíamos desde que no sabías hablar! —Lametón. Lametón... lametón.
—¡Agh! ¡Ogh! ¿Qué dices? ¡Aaaaagh!
—Kuro-chan te conoce desde que sólo era un cachorro. Él... ha crecido a un ritmo un poco más... elevado que tú. Es normal que no te acuerdes, pero siempre jugábais juntos.
—ValeKuro-chanporfavorquitatedeencimaquemestásaplastandounpoquito...
—¡Bien, chicos! Dos en cada perro. ¡Y rumbo a Amegakure! —apremió la mujer.
Zetsuo y Kiroe viajaban juntos en el san bernardo de color blanco. Kaido y Mogura en el marrón claro, Karoi y Kōri en el de color marrón oscuro. Y, finalmente, Daruu y Ayame irían montados en Kuro-chan.
Pasaron diez minutos. El trote incansable de Kuro-chan ya le estaba destrozando las piernas a Daruu.
—Oye, Kuro-chan... Lo siento mucho —dijo Daruu—. Me sabe fatal haberme olvidado de ti...
—Ah, no de peocuped —dijo él, despreocupado. Llevaba la lengua fuera en plena carrera, y parecía bastante dispuesto a no estar dispuesto a meterla dentro de la boca para hablar correctamente—. Como zuedo decid yo ziempe: perrillos a la mar.
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22/12/2017, 02:59
(Última modificación: 22/12/2017, 03:10 por Umikiba Kaido.)
Abrió los ojos, finalmente. Y ahí, se encontró con que sus compañeros discutían el desafortunado inconveniente de tener que viajar de regreso, a pie. Como los mortales. Kaido se chupó los dientes y demostró su descontento con semejante noticia, no le apetecía nada tener que caminar.
¡¿Cómo es que el maldito Hielo no iba a tener más chakra, ah?! inaceptable.
Kiroe, por suerte, llegó poco después y les dio una buena noticia. O bueno, a medias, porque primero quería esperar a que estuviesen todos en tierra firme. Así que el grupo descendió tras la comanda de la madre de Daruu, con la intriga de saber a qué se estaba refiriendo la mujer.
. . .
—Tratadlos bien. Son obedientes, pero seguro que vosotros también trabajáis mejor si no os tratan como a un vulgar... perro.
—Yo también trabajo mejor si no se me trata como a un vulgar pez, pero aún así se me llama boquerón. ¡Igualdad, coño, igualdad! —le increpó, con gracia—. venga, va. Que es broma. No me mates, por favor.
Y así fue. Del intrincado criptograma de sellos dibujados en la tierra, Kiroe depositó la mano e logró invocar a cuatro canes, uno más mastodóntico que el otro. Kaido desconocía qué tipo de perros eran, o qué raza, así que se sintió bastante sorprendido por el tamaño de las bestias. Les miró con recelo desde la distancia, y decidió no interactuar demasiado con ellos, sobre todo con aquel chucho negro que lucía aquella tupida cabellera azabache, tan o más negra que la mismísima noche. El Cancerbero; le llamó el gyojin, con recelo.
La cabeza del escualo le entraba en la jodida mandíbula, así que... lo mejor era mantenerse al margen.
Finalmente, a comandas de Kiroe, cada quién tomó su lugar en los perros respectivos. El escualo tuvo que compartir con Mogura el lomo del animal, así que se apresuró a tomar la parte delantera y poder sostenerse mejor por sobre el cuello de aquel enorme perro. No iba a ser el único que se cayese cuando el can comenzase a... ¡correr
A trote, y a trote; su perro corrió detrás de la camada comandada por Kuro.
Tras diez minutos...
A Kaido le dolía un poco el culo.
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22/12/2017, 05:13
(Última modificación: 22/12/2017, 05:14 por Manase Mogura.)
El superior a cargo respondería que no sería posible usar el mismo método para regresar. Ya que se encontraba con bajos niveles de chakra, y de igual manera señaló que Daruu probablemente estaría en una situación similar.
—Entendido, Aotsuki-san.
Contestó el joven médico, comprendiendo la situación. Y realmente tenía una idea de como podrían hacer posible hacer uso nuevamente de aquella maniobra, pero la pastelera ninja y el Director hicieron su entrada en escena, relegando a Mogura a un papel menos importante.
No había nada que pudiese hacer, le superaban en número, rango y edad, no correspondía la menor oposición a su juicio. El chuunin cerró los ojos un segundo, interiormente dejó escapar un suspiro y se limitó a seguir a Kōri.
Una vez el grupo hubiese bajado del acantilado, Kiroe se daría a la tarea de realizar una especie de ritual de invocación. Parecía que la teoría de Mogura, de que todos los shinobi de cierto rango contaban con aquella capacidad, se seguía manteniendo firme y acertada.
El médico tuvo que hacer un esfuerzo por esconder una expresión de asombro cuando del círculo de invocación aparecieron no una ni dos sino cuatro criaturas, unos perros de grandes dimensiones que si quisieran podrían arrancarle la cabeza a cualquiera de un solo mordisco.
Algo que parecía ser una constante era que todas las invocaciones reclamaban una cuota de respeto a cambio de prestar servicio a los shinobi y kunoichi que les llamaban.
Contrario a las maneras del azulado muchacho, Mogura tuvo la delicadeza de efectuar una marcada reverencia al can antes de montarse en su lomo. Una parte de él quería creer que, al menos entre esos seres, los modales seguían teniendo importancia.
Al poco tiempo de que el viaje hubiese comenzado, los dolores por el trote del perro se empezaron a sentir. Aquella clase de molestia no se había presentado cuando habían llegado.
«Podríamos haber descansado un momento y reponer fuerzas...»
Y cada vez que tenía que hacer alguna clase de esfuerzo para mantenerse estable en la silla de montar el pensamiento se volvía más claro en su cabeza.
«No había necesidad de regresar al instante...»
Nivel: 32
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22/12/2017, 11:28
(Última modificación: 22/12/2017, 11:30 por Aotsuki Ayame.)
—Vaaaamos, viejales, que se queda usté sin fuerzas enseguida —comentaba una risueña Kiroe, seguida de cerca por Zetsuo, quien, malhumorado, no dejaba de farfullar tras su espalda.
—Me tiene que empujar la hijadeputa esta en el peor momento. ¿Es que no ve que he usado todo mi puto chakra y la técnica esta me ha dejado hecho mierda? Y aún tenemos que volver a Amegakure y no hace más que tocar los huevos y yo estoy cansado y me tienen que tocar las pelotas un poco más. Estoy hasta los cojones de este puto sitio y de esa puta mujer y del gilipollas de su hijo y sólo quiero volver a la aldea ya y beberme un café bien cargado y disfrutar de una tarde tranquila CON MIS HIJOOOOS.
Pero Ayame se encogió sobre sí misma, temiendo que en cualquier momento decidiera cargar contra ella con toda su ira.
—¿Pero qué le he hecho yo...? —murmuró Daruu, y Ayame se encogió de hombros sin saber bien qué decir.
—Bueno, bueno, que os he oído lo último (aunque me ha costado, con este murmurando detrás) —continuó Kiroe, haciendo una clara referencia al médico.
—Glpllsdmrddlscjns —replicó él, de forma ininteligible, aunque a Ayame le pareció escuchar un atisbo de insulto entre aquellos murmullos.
—¡Yo puedo ayudaros! Ventajas de llevar con vosotros un ninja no especializado en combate... ¡Estoy fresca como una rosa! Pero primero, bajemos del acantilado.
Kiroe fue quien lideró la marcha en aquella ocasión. Todos juntos dieron la espalda al mar y comenzaron el descenso con cuidado hacia las Playas de Amenokami, donde había comenzado toda aquella locura.
—¡Vuelves a quedarte atrás! ¡La edad no perdona, Zetsuo! —exclamó Kiroe en algún momento y Ayame, sorprendida, se volvió hacia atrás un momento.
Su padre aún se encontraba en la cima del acantilado, pero tras la voz de Kiroe se dio media vuelta, con el viento revolviendo los bajos de su sobretodo, y siguió los pasos. Por un momento le pareció atisbar un deje de pena en el marmóreo rostro de su padre, pero fue tan fugaz que no pudo sino preguntarse si no se lo habría imaginado.
Al cabo de varios largos minutos, llegaron por fin abajo y los pies de los shinobi volvieron a acariciar la arena. Kiroe les pidió algo de paciencia y que se apartaran momentáneamente por que, obediente, Ayame se hizo a un lado y se sentó en el mismo suelo. No por ello dejó de mirar con ojos cargados de curiosidad a la madre de Daruu, que en ese momento se encontraba trazando extraños símbolos en el suelo utilizando como medio su propia...
«Sangre.» Un escalofrío de desagrado recorrió el cuerpo de Ayame.
—Tratadlos bien —les dijo Kiroe—. Son obedientes, pero seguro que vosotros también trabajáis mejor si no os tratan como a un vulgar... perro.
—Yo también trabajo mejor si no se me trata como a un vulgar pez, pero aún así se me llama boquerón. ¡Igualdad, coño, igualdad! —restalló Kaido, y Ayame no pudo evitar reírse entre dientes—. Venga, va. Que es broma. No me mates, por favor.
Pero nadie mató a nadie. Kiroe estampó la mano en el suelo, la sangre brilló con un sobrenatural destello azulado y Ayame reprimió una exclamación de sorpresa cuando una densa nube de humo invadió el lugar. Detrás de ella aparecieron cuatro enormes perros san bernardo de diferentes colores, y a cada cual más imponente que el anterior, que llevaban un sillín de montura cada uno.
—¡Qué pasada! —exclamó la kunoichi, absolutamente maravillada. No era la primera vez que veía la invocación de un animal, después de todo su padre era capaz de llamar a las águilas y su hermano a los búhos, pero nunca dejaba de sorprenderse. ¿Cuándo podría ella hacer algo así?
Aunque desde luego, a lo que jamás se acostumbraría, era a que dichos animales... hablaran.
—¡Jooo, no has traído a Jōri!
—Cachorro, ¿no ves que son ocho? No necesitan uno más.
—¡Nunca necesitan a Jōri cuando YO tengo ganas de verle!
—Vamos, vamos —intervino Kiroe, acercándose al perro para acariciarle el cuello con cariño—. Otro día os invoco a vosotros dos.
—Uuuaaau —exclamó Daruu, acercándose a uno de los perros, color tan negro como el petróleo—. Cómo mola, mamá.
Ayame le había seguido de cerca, y a juzgar por el gesto de su rostro se estaba conteniendo mucho por no lanzarse a abrazar el peludo cuello del animal. Sin embargo, el perro giró la cabeza hacia ellos y bufó tan fuerte que les revolvió a ambos el cabello.
—¿Cómo mola? ¿Pero qué te has creído que soy, una atracción de feria, maldito mocoso? —ladró de repente, asustándola. El cánido entrecerró los ojos un momento en un gesto peligroso, pero entonces, de forma inesperada, los abrió de par en par, la ilusión brilló en sus iris de chocolate y se lanzó sobre el Hyūga.
—¡Daruu-kun! —aulló Ayame, temerosa de que el perro estuviera atacando a su pareja.
Pero más bien era todo lo contrario.
—¡Daruu-niichan, Daruu-niichan! ¡Eres tú! ¡No nos veíamos desde que no sabías hablar! —ladraba, entre continuos lametones que le estaban dejando el rostro lleno de... babas...
—¡Agh! ¡Ogh! ¿Qué dices? ¡Aaaaagh!
—Kuro-chan te conoce desde que sólo era un cachorro —intervino Kiroe, que se había colocado junto a Ayame después de escuchar el escándalo—. Él... ha crecido a un ritmo un poco más... elevado que tú. Es normal que no te acuerdes, pero siempre jugábais juntos.
—ValeKuro-chanporfavorquitatedeencimaquemestásaplastandounpoquito...
—¡Bien, chicos! Dos en cada perro. ¡Y rumbo a Amegakure! —apremió la pastelera.
Pero Zetsuo se mostraba algo receloso a montarse en unos perros de tales dimensiones. Karoi, que pasó junto a él, le dio una potente palmada en la espalda que le desestabilizó momentáneamente.
—¡Vamos, cuñado, deja de poner esa cara! ¡Esto va a ser divertido!
—Tú será mejor que te calles, Hōzuki de los cojones.
Pero el hombre, lejos de ofenderse, soltó una sonora carcajada y se dirigió junto a Kōri al perro de color marrón oscuro. Kaido y Mogura tomaron el de color chocolate, el que anteriormente se había quejado porque Jōri no estaba con ellos. Zetsuo terminó por montarse con Kiroe en el blanco.
—Más te vale no hacer ninguna tontería, Kiroe, que nos conocemos —le espetó el médico con un gruñido.
Kuro quedaba para Daruu y Ayame.
—Yo soy Aotsuki Ayame, ¡es un placer perr... Kuro-san! —se presentó al enorme can, antes de montar sobre él detrás de Daruu.
Iniciaron la marcha. Los perros saltaron al trote de forma inmediata y Ayame se vio obligada a agarrarse con fuerza a la espalda de Daruu para no caer. Pero apenas llevaban unos pocos minutos de marcha cuando Zetsuo se soltó de una mano y formuló un único sello frente a sus labios.
La explosión reverberó entre los troncos de los árboles y el crujido de las rocas al fragmentarse le siguió como el profundo gruñido de una bestia al desfallecer. A lo lejos, el acantilado, envuelto por una gruesa cortina de humo tan negro como el carbón, se desplomó bajo su propio peso y gran parte de los peñascos rodaron hasta hundirse en el mar. La guarida de los Hōzuki había desaparecido. Y, junto a ella, el legado de los Kajitsu Hōzuki. Zetsuo se había asegurado de hacer desvanecer cualquier nimia posibilidad de que alguno de ellos siguiera vivo.
—Ahora sí. Se acabó —murmuró el jonin con un fiero destello en sus ojos aguamarina, ante la aterrorizada mirada de Ayame, que ahora temblaba abrazada a la espalda de Daruu.
Nunca se acostumbraría a la severidad de su padre.
El viaje aún les llevaría tres horas de incansable trote, como mínimo. Un incansable trote que distaba mucho de resultar mínimamente cómodo. Los potentes músculos de los animales se agitaban bajo los shinobi, sacudiendo su cuerpo con cada zancada dada. Ayame adoraba la sensación de velocidad, pero durante un instante no pudo sino preguntarse si no llegarían más cansados de aquella forma que de haber ido caminando. Ya comenzaba a sentir cierta rigidez en las piernas y los brazos. Lo único bueno de todo aquello, es que estaba tan concentrada en no caerse, que no tuvo tiempo de preocuparse por lo que le esperaba en Amegakure.
—Eh, Daruu-kun, ¿no te parecería genial poder invocar algún tipo de animal? ¿Qué invocarías tú de poder hacerlo?
Nivel: 34
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Patapum. Patapum. Patapum. Hacía mucho que habían emprendido el viaje, y a aquellas alturas esa era la onomatopeya que mejor describiría lo que se sentía a lomos de Kuro. Evidentemente, el viaje a pie habría sido todavía más duro, pero cualquiera podría haber afirmado lo contrario con tanto golpe. Además, la lluvia les daba en la cara y el viento soplaba más que fuerte.
—Eh, Daruu-kun —Ayame, de pronto, llamó su atención. Daruu giró el cuello todo lo que pudo, y de pronto recordó que la muchacha estaba ahí, cogiéndole de la cintura para no caer. Y se sintió el ninja con más dicha de Ōnindo—, ¿no te parecería genial poder invocar algún tipo de animal? ¿Qué invocarías tú de poder hacerlo?
Daruu volvió la vista hacia la nuca del animal. Meditó unos largos segundos. ¿Qué invocaría él...?
—Yo... Esto, pues...
»La verdad, no sabría decirte.
—Te pegan loz cuerdvoz. Pelo neggo, midada integigente —intervino Kuro.
—¡No! Cuervos no.
—¿Pod qué?
—Cuervos no —insistió Daruu.
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El viaje continuaba y la turbulencia también. La necesidad de hacer las cosas de manera rápida e improvisada no dejaban de parecerle incorrectas, el objetivo había sido completado, la kunoichi estaba a salvo. Quizás realmente la única preocupación del médico en aquel momento sería la de llegar a su casa antes de que su día libre finalizase.
«Pero quizás pedir otro día libre no sería mala idea.»
Concluyó en algún punto del camino.
—Umikiba-san.
Llamaría la atención del kajitsu desde la parte de atrás del can en el que viajaban.
—Esa espada...
El arma no estaba con el muchacho cuando habían ingresado en la guarida de los renegados. ¿Se la había llevado como premio en alguno de los combates que tuvieron lugar?
—No parece un arma común y corriente.
Nivel: 28
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Y sobre el lomo de aquel can, Kaido cabalgó y cabalgó cual jinete del Oeste, con la brisa repuntando su rostro y haciendo volar sus largos y tercios mechones azules por sobre la cara de Mogura. Quien, tras suyo, pudo percatarse de la más reciente adquisición del gyojin que yacía galantemente colgada en su espalda y que fue patrocinada por el mismísimo —aunque ahora difunto—, Nokogiri.
—No parece un arma común y corriente —culminó el médico.
—La llevaba uno de los Kajitsu que Karoi-san y yo derrotamos. Digamos que me pareció un desperdicio dejar tan bonita espada en manos de un muerto, así que decidí traérmela. Además, me combina, ¿o no?
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