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Ayame levantó una temblorosa mano hacia Seremaru, quien torció la cabeza, confuso.
—Ha... ¡Habla! ¡Ese lobo puede hablar! —chilló, sin comprender— ¿Por qué puede hablar? ¡Y nos ha atacado! ¡¡Con técnicas ninja!! ¡¿Por qué?! ¡¡¿¿Tú le conoces, Daruu??!!
Seremaru giró la cabeza y trató de buscar la mirada de Daruu, pero sólo encontró una coronilla con el pelo revuelto.
—¿No se lo has contado aún, verdad?
Daruu negó con la cabeza.
El lobo caminó a paso lento hacia Ayame, y cuando estaba a apenas unos pasos de ella, se sentó como lo haría cualquier perro domesticado. Levantó una pata y la mostró a su interlocutora.
—Me llamo Seremaru, y soy un lobo ninja del gran Clan de las Garras de Tsukima —se presentó, como si nada—. ¡Vamos, humana, estréchame la mano. ¿No es así como os presentáis vosotros?
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El gigantesco lobo se volvió hacia Daruu, con los ojos interrogantes.
—¿No se lo has contado aún, verdad? —volvió a hablar, y Ayame volvió a sobresaltarse como si no le hubiera oído hacerlo la primera vez.
—C... ¿Contarme...? ¿El qué...? —balbuceó ella, sus ojos iban y venían entre el animal y el shinobi.
Pero su compañero se limitó a negar con la cabeza en contestación al lobo, y entonces este se acercó con lentitud a Ayame, quien no pudo evitar encogerse sobre sí misma. Las patas del lobo crujían ligeramente en el asfalto. Era un animal majestuoso y espléndido, pero era tan grande y tan grande había sido la sorpresa de haberle visto hablar que Ayame no podía sentir otra cosa que no fuera un terror casi primitivo.
Además le había visto en acción, y se había abalanzado sobre ellos como el depredador que era...
Cuando ya podía escuchar el jadeo de su respiración, el animal se sentó sobre sus cuartos traseros y levantó una pata. En aquel instante había dejado de ser un lobo para transformarse en un perro.
«¿Me está... dando la patita?» No pudo evitar pensar.
—Me llamo Seremaru, y soy un lobo ninja del gran Clan de las Garras de Tsukima —se presentó, como si la situación fuera lo más natural que pudiera ocurrir en el mundo,y Ayame abrió los ojos con sorpresa. La Cordillera de Tsukima se encontraba en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta, y era uno de los lugares más inhóspitos de toda la región. Había oído incontables historias de aventureros y buscatesoros que osaron desafiar a la montaña y jamás regresaron... ¿Era ese el hogar de aquellos extraños lobos ninja?—. ¡Vamos, humana, estréchame la mano. ¿No es así como os presentáis vosotros?
Ayame pegó un pequeño brinco y, tras algunos segundos de recelo, alzó su propia mano y tomó con cierta torpeza la pata del lobo.
—Eh... sí... supongo... Yo... yo soy Ayame. Aotsuki Ayame —respondió, algo más relajada al sentir las suaves y cálidas almohadillas entre sus dedos. Sin embargo, no podía dejar de notar la fuerza que escondían aquellas garras...—. ¿Has dicho que eres un lobo ninja? No sabía que los animales podían ser ninjas... aunque tampoco creía que pudiérais hablar... ¿Cómo es que estás tan lejos de Tsukima?
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Si los humanos hubieran podido reconocer las expresiones de aquél lobo, Ayame habría atisbado una mezcla entre preocupación y diversión. Y es que la reacción infantil de la muchacha había pillado a Seremaru por sorpresa.
—Sí, cachorrilla —contestó, condescendiente—. Hay animales ninja por todo el mundo. Familias diferentes. Incluso los lobos tienen varios clanes.
»El mío es el de las Garras de Tsukima, una serie de montañas que no llegan a estar del todo dentro de la cordillera. Somos aliados de Amegakure, y Amegakure es aliada nuestra mientras haya ninjas en ella que firmen el pacto. Nos... protegemos mutuamente.
Seremaru se giró y encaró a Daruu. El chico había levantado la mirada, pero sus ojos estaban perdidos en el horizonte.
—Os habéis desmedido matando a esos imbéciles, pero ahora no os queda más remedio que responsabilizaros. Es lo que podrías haber hecho para reparar un poco el daño, si es que de verdad no había otra opción.
—¡No la había, Seremaru, de verdad!
—¡¡Entonces afrontad de cara el problema y contádselo a un superior, no huyáis y os pongáis a retozar como un par de perros en época de apareamiento!!
Seremaru agachó la mirada y dio unos lánguidos pasos hacia él.
—Ahora ya da igual, vuestros padres ya lo saben. ¡Ayame! —dirigió el hocico hacia la Hozuki, e hizo un gesto con la cabeza apuntando hacia ella—. Tu padre te espera. Parecía muy preocupado. Y enfadado. Yo que tú no le haría esperar demasiado tiempo.
—No saben todo, ¿ver...
—Eso lo acabo de oler yo desde lejos, de modo que no váis a poder ocultarlo por mucho tiempo. Pero ese es un problema que tendrás que afrontar cuando vuelvas a Ame.
Levantó la mirada.
—¿Qué?
—No volverás a Ame cuando acabes el torneo. Te vienes conmigo.
Daruu se levantó y tensó los músculos del cuello. Le dio un tirón, y se llevó la mano a la nuca en un seco gimoteo.
—¡No! ¡No soy chunin! ¡No me lo he ganado!
Seremaru bufó, y dejó escapar un sonido a medio camino entre un ladrido y una risa.
—No te voy a premiar. Te voy a enseñar disciplina y templanza, cachorro. Si quieres llegar alguna vez a subir de rango, las vas a necesitar.
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—Sí, cachorrilla —respondió, y Ayame ladeó ligeramente la cabeza. ¿Por qué le decía esas cosas? Primero le había llamado "pequeño polluelo", ahora "cachorrilla". ¿Cómo debía sentirse al respecto?—. Hay animales ninja por todo el mundo. Familias diferentes. Incluso los lobos tienen varios clanes.
«¿De verdad? ¿Todo tipo de animales?» Por su cabeza habían comenzado a pasar un montón de imágenes a toda velocidad. A cada cual más extraña y estrambótica que la anterior.
—El mío es el de las Garras de Tsukima, una serie de montañas que no llegan a estar del todo dentro de la cordillera. Somos aliados de Amegakure, y Amegakure es aliada nuestra mientras haya ninjas en ella que firmen el pacto. Nos... protegemos mutuamente.
Seremaru se giró hacia un Daruu que tenía la mirada perdida en algún punto inexistente.
—Os habéis desmedido matando a esos imbéciles, pero ahora no os queda más remedio que responsabilizaros —Ayame se removió, inquieta—. Es lo que podrías haber hecho para reparar un poco el daño, si es que de verdad no había otra opción.
—¡No la había, Seremaru, de verdad! —replicó Daruu.
—¡¡Entonces afrontad de cara el problema y contádselo a un superior, no huyáis y os pongáis a retozar como un par de perros en época de apareamiento!!
«Qu... ¿¡QUÉ!?» Aquella última frase la sacudió como un certero martillazo en la coronilla. Incapaz de responder algo coherente, y con las mejillas ardiendo como si su rostro estuviera al rojo vivo, Ayame se vio obligada a observar en silencio cómo Seremaru se acercaba a Daruu con pasos vagos.
—Ahora ya da igual, vuestros padres ya lo saben. ¡Ayame! —Un nuevo brinco—. Tu padre te espera. Parecía muy preocupado. Y enfadado. —Un nuevo martillazo—. Yo que tú no le haría esperar demasiado tiempo.
«Oh, no...» Se lamentó, agachando la mirada y mordiéndose el labio inferior. De repente se le habían pasado todas las ganas de volver con su padre y su hermano. Y, sin embargo, se levantó, dispuesta a acudir a su encuentro cuanto antes.
Pero...
—No saben todo, ¿ver...? —intervino Daruu.
—Eso lo acabo de oler yo desde lejos, de modo que no váis a poder ocultarlo por mucho tiempo. Pero ese es un problema que tendrás que afrontar cuando vuelvas a Ame.
—¿Qué? —exclamó Daruu, haciendo eco del interrogante que rondaba por su mente.
—No volverás a Ame cuando acabes el torneo. Te vienes conmigo.
Daruu se levantó como si le hubiesen pinchado el culo con una chincheta. De hecho, hasta puso cara de dolor. Pero debía de tener relación con su cuello, a juzgar por cómo se lo frotaba cuando siguió hablando:
—¡No! ¡No soy chunin! ¡No me lo he ganado!
Seremaru volvió a reírse.
—No te voy a premiar. Te voy a enseñar disciplina y templanza, cachorro. Si quieres llegar alguna vez a subir de rango, las vas a necesitar.
A aquellas alturas de la conversación, Ayame se había convertido en una mera espectadora. No conocía nada con respecto al tema, pero Daruu y Seremaru parecían tener una especie de trato que tenía que ver con cuando el chico se convirtiera en chunin. Lo que sí estaba claro era que se iba a marchar con el lobo tras el torneo. Y todo parecía indicar que sería para una larga temporada.
Ayame se agarró el kimono a la altura del pecho. De repente sentía un profundo dolor, sentía el corazón terriblemente pesado. Sentía como si se le hubiese resquebrajado un poquito.
—Yo... debería ir a buscar a mi padre antes de que se enf... preocupe más —murmuró, dándose la vuelta para que no vieran que se le habían inundado los ojos de lágrimas amargas.
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Daruu se quedó con la boca abierta, mirando con los ojos como platos a Seremaru. Luego apretó los dientes muy fuerte, echó una última ojeada a Ayame y se le rompió el corazón. Cerró los ojos y se derrumbó en la hierba, temblando, sin saber muy bien qué hacer ahora.
—Sí, chico, ahora tienes la reacción que deberías haber tenido desde el principio con todo este lío —aseguró el lobo.
—Yo... debería ir a buscar a mi padre antes de que se enf... preocupe más —murmuró Ayame, dándose la vuelta. Era hora de marcharse para todo el mundo.
Quiso decirle que la quería. O no, no estaba seguro aún. Que le gustaba, quizás, pero eso ya se lo había dicho. ¿Qué diantres tenía que decirle?
Acabó por gemir por lo bajo, casi inaudible, un deseo a bajo volumen que nadie escuchó. Como un árbol que se derrumbaba en mitad del bosque, no existió.
—Buena suerte en la final...
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10/06/2016, 00:18
(Última modificación: 10/06/2016, 00:25 por Aotsuki Ayame.)
El silencio que se produjo tras su escueta despedida se clavó sobre la espalda de Ayame como varias espadas al rojo vivo. Ayame tuvo que reunir toda la fuerza de voluntad que le quedaba para obligar a que su pierna derecha se moviera hacia el frente. Quería añadir algo más, pero no encontraba las palabras adecuadas para expresar el remolino de sentimientos que se enredaba en su pecho. Finalmente, y sin atreverse a mirarle una última vez, Ayame echó a andar con lentitud en una dirección muy determinada. Y cuando giró la primera esquina tuvo que enjugarse las lágrimas que rodaban sin remedio por sus mejillas. ¿Cuánto tiempo pasaría hasta que viera a Daruu de nuevo después de que se fuera con Seremaru? ¿Y qué pasaría entonces? ¿Cómo debería recibirle entonces? ¿Cómo la recibiría él? ¿Cómo sería su relación a partir de entonces? Gimió para sus adentros y aceleró el paso al compás del tamborileo de su alocado corazón.
Y al cabo de varios minutos, los vio. Acalorado, su padre había intervenido a una persona que no conocía de nada. Gesticulaba con las manos, claramente alterado, y le preguntaba al respecto de algo que Ayame no alcanzaba a escuchar pero que no le costó imaginar. Kōri no tardó en reparar en su presencia, y cuando llamó la atención de Zetsuo tocándole en el hombro y el médico se giró hacia ella, Ayame descubrió una intensa mezcla de sentimientos que mediaban entre la preocupación y la ira. Los ojos aguamarina se entrecerraron peligrosamente cuando escudriñaron los avellana de ella. Y entonces dirigió sus enérgicos pasos hacia ella.
Ayame agachó la mirada. Pero ya era tarde. Y lo sabía. Iba a tener que explicar muchas cosas.
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