Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
El Uchiha escuchó lo que su compañera les relataba con la espalda apoyada en la pared y los brazos cruzados. Sus ojos, inquisitivos, examinaban la menuda y nerviosa figura de Eri. Por suerte la kunoichi se había calmado y todo parecía volver a estar bajo control; al menos, de cara a la galería.
«¿Se suicidó?»
Aquello podría haber consternado a cualquier otro tipo de ninja, pero Akame era un profesional. La revelación fue apenas una marca imperceptible en el armazón de acero pulido que le rodeaba, una baja casual, un daño colateral. Nada que no pudiera haber ocurrido en cualquier otro momento visto el estado mental del anciano. «Y aun así, se suicidó por nosotros. Porque le negamos asilo en Uzushiogakure... Por Susano'o, realmente debía estar aterrado de lo que pudiera pasarle si decidió terminar todo por su propia mano», caviló Akame.
Lo que era más importante que la muerte de aquel infeliz era el mensaje que, según Eri, les había dejado. «¿Abajo? O arriba... Ninguno de los dos me dice nada».
—No te preocupes, Eri-san. Bebe el chocolate y descansa —respondió Akame tras unos momentos de silencio—. Yo también voy a dormir un poco. Parece claro que nuestra única vía de proseguir es examinar la vivienda... Ya nos hemos demorado demasiado.
El Uchiha miraría entonces a sus dos compañeros —primero a Eri, luego a Datsue—. Si ninguno de los dos tenía nada que decir, se daría media vuelta y marcharía a su habitación.
Intrigado por el cariz tenso que impregnaba el ambiente, Datsue oyó con suma atención lo que Eri tenía por relatarles. Hasta que llegó la parte en la que…
—Creo que se suicidó...
—¡HOSTIA PUTA! —no pudo evitar exclamar, llevándose las manos a la cabeza. Su primera reacción fue de incredulidad, desconcierto y con un puntito de culpabilidad. Después de todo, estaba convencido de que ellos habían tenido una parte importante de influencia en aquella trágica decisión. «Si me hubiesen hecho caso y le hubiésemos traído para invitarle al estofado…». Sacudió la cabeza, ponerse ahora a culpar a los compañeros no iba a traer nada bueno.
«Y la puerta…». Eri había dicho que estaba cerrada, pero cuando habían entrado por la mañana no lo estaba. ¿Tanto habían asustado al anciano como para que, tras casi ser linchado por el pueblo y seguir con ella abierta, la hubiese cerrado tras su marcha?
Para rematarlo, el anciano había dejado un mensaje antes de su muerte: abajo; o arriba. Eri no estaba segura.
—Me cago en la puta… —farfulló, rascándose la nuca. Aquello no tenía buena pinta.
Por suerte, Akame fue la voz de la tranquilidad y el sosiego. Calmó a Eri, y el muy cabrón hasta dijo que iba a echarse una siesta. Con lo que acababan de descubrir, ¡y tenía el estómago para ponerse a dormir!
—Pero, tíos… ¿Cómo que a dormir? —les cuestionó, mirando a uno y a otro, desconcertado—. Yo digo de ir a la jodida mansión de una vez y salir de aquí cagando leches, antes de que alguien se entere y nos eche el marrón del anciano. Que estaba vivo, joder. Estaba vivo cuando entramos y ahora está muerto. Me cago en la puta —soltó, sin poder contener los nervios.
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Datsue parecía más nervioso de lo que ella ahora estaba. Sí, en parte era culpa suya por no habérselo llevado, pero, ¿cómo iban a saber ellos que se iba a suicidar? La joven bajó más la mirada cuando Datsue volvió a maldecir por lo bajo, mientras Akame, tranquilo y sereno, habló.
—No te preocupes, Eri-san. Bebe el chocolate y descansa. Yo también voy a dormir un poco. Parece claro que nuestra única vía de proseguir es examinar la vivienda... Ya nos hemos demorado demasiado.
«Creo que no voy a poder descansar bien...»
Antes de que pudiera decir o hacer nada, Datsue volvió a replicar, esta vez a ambos shinobi que lo acompañaban.
—Dudo mucho que podamos descansar, igualmente —dijo Eri, mirándole con los ojos bien abiertos mientras le miraba fijamente —. Puede que la muerte del anciano sea nuestra culpa, pero, ¿cómo lo íbamos a saber? No todos podemos ir de héroe por la vida, Datsue, no podía llenar de esperanzas vacías el corazón de aquel pobre anciano —replicó mientras dejaba la taza en la bandeja y se levantaba —. Yo también quiero ir a la mansión y acabar cuanto antes con esto, ¡pero es que vosotros no lo vistéis! —exclamó con un tono más agudo de lo normal —. Así que si queréis, podemos partir ya y terminar la misión cuanto antes, yo... Estoy bien.
Dijo aquello último mirando a Akame.
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7/01/2018, 21:56 (Última modificación: 7/01/2018, 23:02 por Uchiha Akame.)
El Uchiha capeó, estoico, la oleada de réplicas que sucedieron a su propuesta. Ni Eri ni Datsue querían tomarse un rato para descansar, comer, despejar la mente y aclarar los sentidos; en lugar de ello, preferían continuar con la investigación lo antes posible para evitar que cualquier tipo de imprevisto —probablemente relacionado con los lugareños— pudiera complicarles todavía más el trabajo. La cosa no quedó ahí, y Datsue no tardó en empezar a hablar con cierto nerviosismo. Eri intervino, tratando de zanjar el asunto.
Akame agachó la mirada y se masajeó las sienes con la mano diestra.
—La muerte del viejo no es nuestra culpa. Fin del tema —añadió a lo que decía su compañera kunoichi—. Datsue-kun, Eri-san. Deberíamos descansar, tomarnos un tiempo para tranquilizarnos. Dados los precedentes que sientan nuestras averiguaciones hasta el momento, está claro que esto dista mucho de ser obra de unos pueblerinos envidiosos. Quién sabe lo que nos encontraremos ahí dentro...
»Todos deberíamos estar frescos y claros de mente antes de entrar en esa mansión.
Intuía que sus compañeros no iban a hacerle demasiado caso, de modo que se limitó a esbozar una mueca de resignación.
—No dije que fuese vuestra culpa —murmuró, con la mirada baja, en cuanto Eri y Akame salieron a defenderse. Implícitamente, sin embargo, estaba reconociendo que lo pensaba. De otro modo, se hubiese incluido él también en aquella afirmación.
El mayor de los Uchiha trató de calmarles. Sí, tenía razón, actuar con precipitación era lo peor que podían hacer en aquellos instantes. Pero una cosa era decirlo, y otra muy distinta hacerlo. Si ahora se ponían a pensar lo único que conseguiría Datsue era llenarse de más dudas, miedos y remordimientos.
Quizá Akame lo captase, porque, finalmente, y sin nadie decir nada, cedió ante las pretensiones de sus dos compañeros.
—Iré a por mis cosas, nos vemos abajo.
—De hecho… —«¿Por qué no os vais adelantando vosotros, mientras yo me quedo a…?»—. Sí, nos vemos abajo —terminó por decir, temiendo por su integridad si volvía a sugerir por enésima vez quedarse rezagado.
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Akame volvió a intervenir, esta vez zanjando el tema del anciano, sin embargo no compartió el ánimo de ir por una vez a la mansión y terminar el trabajo. Tenía que darle la razón pues seguramente ahora que estaban tan nerviosos e intranquilos seguramente podían cometer más errores y ser menos prudentes, pero ella no iba a descansar bien, no iba a despejar su cabeza ni iba a dejar de pensar en lo sucedido.
Así que, por mucho que Akame tuviese razón, ella no tenía más opción, y parecía que él lo sabía, muy en el fondo.
—Iré a por mis cosas, nos vemos abajo.
Datsue pareció querer decir algo, pero al final optó por afirmar a Akame su presencia abajo.
—Nos vemos abajo todos, entonces —dijo la joven mientras se acercaba a su mochila y rebuscaba algo en ella. Lo primero que quería hacer era vendarse la mano, lo del jersey... Bueno, no tenía solución, ni tampoco uno de repuesto.
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Cuando Datsue y Eri bajasen las escaleras de madera que conducían a la planta baja se encontrarían a su compañero Uchiha ya esperándoles fuera de la posada. La tarde ya estaba avanzada y el cielo se había cubierto de nubes grises, aunque no lo suficientemente oscuras como para significar un presagio de lluvia inminente. El viento frío de Otoño se había intensificado en fuerza, y ahora era muy molesto caminar por las anchas calles de Ichiban si uno no buscaba activamente el abrigo de las casas.
Claro que, aquellos tres muchachos eran ninjas de Uzushiogakure no Sato, la Aldea Oculta entre los Remolinos. Aquel vendaval era como una brisa para ellos, acostumbrados a entrenarse entre las fuertes corrientes de la costa.
Tras pasar por su habitación, Akame se había puesto la bandana de Uzu anudada en la frente, llevaba su vieja espada a la espalda y el resto de su equipamiento ninja donde solía; muslo derecho un portaobjetos, cintura otro. Cuando Eri y Datsue salieran de la taberna, el muchacho ya les estaría esperando con las llaves de la mansión del señor Takeda en la mano.
—Vamos —les apremió.
Apenas cinco minutos después los genin ya habrían dejado las casas de Ichiban atrás para, cruzando el pequeño pueblo, llegar hasta los confines de la propiedad del señor Takeda. Ya desde lejos se podía intuir, sin lugar a dudas, la enorme figura de la mansión —que contrastaba con cualquier otro edificio de Ichiban—, rodeada de una valla metálica de aspecto descuidado y antiguo. Cuando los muchachos se plantaron en la entrada, un arco de piedra vetusto coronado por una inscripción que era ya ininteligible, pudieron ver la extensión de aquella finca.
Frente a ellos había, una vez superado el arco de piedra de la entrada, un sendero pedregoso de apenas dos docenas de pasos que llevaba hasta la entrada principal del caserío. La extensión de la parcela bordeaba también los laterales de la mansión, y se extendía también por detrás en la forma de un jardín trasero de razonable tamaño. A pesar de haber estado habitado muy recientemente, la parte de fuera no parecía cuidada en absoluto; había malas hierbas y matojos por todas partes, el cesped hacía tiempo que había dejado de ser verde para adoptar un tono amarronado, y los pocos árboles que allí había estaban mustios y secos.
En cuanto a la mansión en sí, a simple vista se podía distinguir que tenía dos pisos, con varias ventanas ubicadas donde debían estar las habitaciones. La entrada principal era un portón de considerable tamaño y doble hoja, con una gruesa cerradura de hierro negro que se abría con la llave que Akame llevaba en la mano. Quizá por detrás hubiera otras entradas, pero al menos en el frontal esa era la única que podía divisarse.
—¿Listo? —preguntó la kunoichi antes de bajar, mirando a Datsue mientras se apretaba el nudo de su bandana y comprobaba por segunda vez las vendas de su mano herida.
Cuando el menor de los Uchiha estuviese listo, ambos bajarían para encontrarse con Akame, quien ya esperaba fuera de la taberna. Una vez se hubieran reunido, los tres partieron hacia la mansión donde probablemente se acabaría su misión de una vez por todas. Eri tragó saliva, inmersa en sus pensamientos mientras escondía sus manos en los bolsillos, aminorando el frío.
Una vez llegaron pudieron ver que, incluso desde lo lejos, se había visto una gran mansión rodeada de una valla un tanto echada a perder, y que la entrada no era otra cosa más que un arco de piedra, Eri frunció los labios, no le gustaba aquella casa.
Siguiendo un camino pudieron llegar a la verdadera entrada de la casa. Eri miraba por todos lados, impaciente, esperándose que cualquier cosa pudiera saltarles de inmediato y comenzase a devorarles el cerebro, u otra cualquier cosa que no se esperase.
—¿Deberíamos inspeccionar las afueras o entramos directamente? —preguntó Eri en voz baja, parecía que tenía miedo de que pudiera ser escuchada por alguien más aún estando en medio de la nada.
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Arrebujado en su túnica, y con un gorro de lana protegiéndole del frío invernal, la respiración de Datsue se distinguía por el vaho que aparecía cada vez que expulsaba aire. Tenía las manos en los bolsillos, y sus ojos, analíticos, buscaban cualquier indicio que pudiese servirles como pista para resolver aquel misterio.
—Creo que una vueltecilla rápida no vendría mal —respondió, a la pregunta de Eri, tomando por una vez la iniciativa y rodeando la casa por la derecha.
Llegados a aquel punto, la teoría del cliente de que aquello fuese cosa de algún vecino malintencionado había perdido fuerza, pero nunca estaba de más asegurarse. Quizá hubiese una segunda entrada detrás de la mansión, o una ventana baja por la que un pueblerino pudiese colarse. Fuese como fuese, y si no encontraba nada que lograse llamarle la atención, terminaría el recorrido situándose de nuevo frente a la entrada principal.
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Ni corto ni perezoso, Datsue se dispuso a dar una rápida vuelta de reconocimiento alrededor de la casa. Pocas cosas llamarían su atención aparte de las ya mencionadas; en el jardín trasero había un par de árboles —igual de mustios que los otros—, una mesa de exterior con cuatro sillas y una puerta que daba a una de las habitaciones del interior de la casa. Si se asomaba por la ventana contigua, podría ver que se trataba de la cocina. Aquella puerta estaba cerrada con llave, y Akame sólo tenía una en su poder, por lo que era probable que no pudieran abrirla.
—¿Algo interesante? —cuestionaría el Uchiha tras la vuelta de su congénere a la entrada.
Queriendo cerrar aquella investigación con el mismo ímpetu que sus compañeros Akame había recorrido el corto sendero de piedras hasta la puerta principal y, haciendo uso de la llave que llevaba consigo, la abrió de par en par.
Lo que se encontraron los muchachos fue con un largo pasillo al final del cual había dos hileras de escalones; la del lado izquierdo del pasillo descendía, mientras que las escaleras del lado derecho subían al piso superior. A ambos lados del pasillo había un total de tres puertas que daban acceso a cada una de las habitaciones de la planta baja. A juzgar por la posición de las puertas en el pasillo y de la que Datsue había encontrado fuera, el Uchiha pudo deducir que la cocina sería la última habitación del lado derecho de la casa, junto a las escaleras ascendentes.
—Deberíamos dividirnos el trabajo de registrar todas y cada una de las habitaciones —sugirió Akame—. Yo podría empezar por el lado derecho de la planta baja, Eri-san por el izquierdo y Datsue-kun peinar la planta superior.
—Nada a destacar —respondió a Akame, tras dar una rápida vuelta alrededor de la mansión. Había encontrado una segunda entrada, que conducía a una cocina, pero estaba cerrada y no parecía que la hubiesen forzado. Así pues, todo quedaba reducido al interior de aquella misteriosa mansión.
El mayor de los Uchiha hizo los honores, abriendo el enorme portón con la llave que le habían facilitado. Dudaba mucho que ninguno de ellos hubiese podido forzarla de no haberla tenido. Sin más preámbulos, el equipo Genin se adentró en la vivienda, dispuesto a resolver de una vez por todas el enigma que allí dormía.
Un largo pasillo les dio la bienvenida, con mismas puertas a un lado y a otro, lo que hacía que la división de trabajo fuese sencilla de realizar. Abrió la boca para proponerlo, pero Akame se le adelantó.
—Siempre me toca a mí el trabajo más duro —farfulló. De no habérsele adelantado, pensaba encasquetar el segundo piso a Akame. Se quitó las manos de los bolsillos, mientras observaba curioso la decoración de aquel pasillo, a medida que iba caminando hacia las escaleras. Entonces, al llegar a éstas, un escalofrío recorrió su espina dorsal—. Oye, ¡Eri! —exclamó, a lo lejos, tratando de que no se le notase el temblor que de pronto había invadido su cuerpo—. ¿Cómo decías que era el mensaje? ¡¿Arriba o abajo?!
Las escaleras de la izquierda conducían abajo. Las de la derecha, arriba. La nota suicida que había dejado el anciano estaba cobrando una súbita importancia para él...
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Ante la pregunta de la kunoichi, Datsue respondió que no vendría mal controlar los alrededores, por ello se dio la vuelta a la casa, aunque no hubo nada interesante que descubrir, o eso afirmó el joven de los Uchiha. Eri se encogió de hombros y no dijo nada más, así que los tres se encaminaron hacia la entrada de la mansión de nuevo.
Akame abrió la puerta y Eri y Datsue lo siguieron, encontrándose con un gran pasillo que terminaba en dos ramificaciones: la de la izquierda bajaba y la de la derecha subían. En ese mismo piso pudo contar tres puertas más, por lo que en total habrían tres habitaciones en la planta baja.
—Deberíamos dividirnos el trabajo de registrar todas y cada una de las habitaciones. Yo podría empezar por el lado derecho de la planta baja, Eri-san por el izquierdo y Datsue-kun peinar la planta superior.
Eri asintió, pero Datsue volvió a farfullar. Eri se giró rápidamente para contestarle, pero decidió no hacerlo pues ya se había encaminado al piso superior. Ella hizo lo propio junto a Akame, hasta que...
—Oye, ¡Eri!—llamó el Uchiha —. ¿Cómo decías que era el mensaje? ¡¿Arriba o abajo?!
Eri paró de bajar entre el primer y el segundo escalón y miró al suelo sin llegar a hacerlo. ¿Arriba o abajo? No lo recordaba, no llegaba a hacerlo. ¿Qué letra iba primero? La A, de eso estaba segura. «Pero lo demás... ¿Qué era? Creo que era una B, entonces...»
—A-abajo... —balbuceó ella mientras giraba la mirada hacia Akame —. ¿No crees que sería mejor ir los tres juntos, Akame-san? Puede que abajo nos encontremos el problema.
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Akame se quedó quieto un momento, visiblemente confuso, cuando su compañero Uchiha se dio media vuelta a mitad de camino hacia su destino e inquirió a Eri queriendo saber qué palabra era, exactamente, la que había dejado escrita el viejo en la pared antes de quitarse la vida. El Uchiha arqueó una ceja primero, pero luego lo entendió; «nos dejó un mensaje, el muy vejestorio... Pero, ¿realmente fue para ayudarnos?» De pronto, aquella simple palabra escrita con sangre había cobrado más importancia de la que ninguno de los genin le diera en un principio.
La Uzumaki, tras unos instantes de duda, contestó; era abajo. Akame le devolvió la mirada un momento y luego la dirigió hacia el hueco de las escaleras que descendían hasta el sótano. «Abajo...» Luego se encogió de hombros y dijo con sencillez.
—No perdemos nada por mirar ahí primero.
Siguiendo el recorrido del pasillo Akame se acercó hasta las escaleras descendentes y, esperando que sus compañeros le siguieran, bajó una docena de peldaños hasta encontrarse de cara con una puerta de hierro firmemente cerrada por tres candados.
—Hmpf —masculló el Uchiha, acuclillándose junto a los cerrojos—. Datsue-kun... ¿Podrías...? —carraspeó un momento, visiblemente incómodo—. ¿Podrías encargarte?
Akame se acababa de poner rojo como un tomate, y con un paso se apartó de la puerta para que su compañero obrase su magia. Datsue siempre había sido mejor con las cerraduras, a pesar de que Akame estaba seguro de que jamás había abierto ni una sola página del manual de seguridad sobre candados, cerraduras y ganzúas. «Maldito...»
Datsue se arrepintió de haber preguntado, porque los dos se pusieron de acuerdo por ir abajo primero. Tragó saliva, mientras sentía su pulso ligeramente acelerado. Si aquello ya no le daba buena espina, cuando se encontró al final de la escalera con un portón de hierro con tres candados menos todavía. ¿Qué necesidad había de tantas cerraduras? Su instinto le decía que no era por algo bueno, y su instinto nunca le había fallado.
Al menos, que él supiese. Un par de meses más tarde descubriría que todas sus paranoias y sospechas sobre Gouna y su precipitado asesinato a Zoku eran nada menos que mentira, algo que le costaría no pocos disgustos. Pero eso… era otra historia.
—Hmpf
Datsue miró a Akame, confuso. Entonces vio sus mejillas coloradas y su mirada huidiza, y lo comprendió. Sonrió.
—Datsue-kun... ¿Podrías...? —carraspeó un momento, visiblemente incómodo—. ¿Podrías encargarte?
—Ah, claro, claro, no te preocupes. —Pese a que sus palabras sonaban a que estuviese quitándole importancia, su sonrisa de oreja a oreja delataban que estaba disfrutando aquello como un bendito—. Deja esto… —le dio una palmada en el hombro. Alguien que no conociese a Datsue pensaría que era la típica palmadita para reconfortar a alguien, pero no, claro que no lo era—, a un profesional.
Su sonrisa, sin embargo, desapareció de su rostro en cuanto se dio cuenta de una cosa. Carraspeó.
—Eri… —carraspeó de nuevo—, aparta la vista un segundo, ¿quieres?
Le dio la espalda, y se sacó las ganzúas de los calzoncillos, de un dobladillo del borde donde siempre los llevaba ocultos. Sí, de los calzoncillos. Muchas habían sido las bromas sobre su particular sitio para esconderlas, pero el Uchiha siempre había defendido que aquél era el mejor lugar. Especialmente si uno temía ser registrado... o raptado.
—Veamos —dijo, ya con ellas, agachándose sobre el primer candado, y empezando a trabajarla. Aquello era como ligar. No había que ser ni muy lanzado ni muy retraído. El ingenio se veía recompensado, pero había que suministrarlo a cuentagotas, sin pasarse de listo. El coqueteo era vital, y, si te lo montabas bien, conseguías abrir el cerrojo de su…
Carraspeó.
…corazón.
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«Datsue-kun, condenado trilero presuntuoso hijo de la balalaika...»
Akame maldecía en su fuero interno mientras veía cómo su compañero se trabajaba, uno a uno, aquellos candados. Claro, no es que realmente pensara aquellas cosas de su pariente, pero era la única forma que tenía de desahogar aquella vergüenza sin perder los papeles; hacia adentro. Con cada nuevo clic uno de los cerrojos caía ante los hábiles y finos dedos del menor de los Uchiha, que haciendo uso de su destreza pronto sería capaz de abrirles completamente el camino hacia el sótano de la casa. Mientras forzaba los candados, Datsue pudo advertir también una cosa; estaban cubiertos de óxido y polvo, y los mecanismos de las cerraduras parecían moverse con la tosquedad de la suciedad acumulada. Hacía mucho tiempo que nadie abría aquella puerta.
Pese a todo, Akame se alegró de tener a su lado a aquel muchacho, como casi siempre. Datsue terminó con el último de los candados momentos después y, seguidamente, la pesada puerta se abrió con el chirrido de unas bisagras que no han visto el aceite en años. Los genin pudieron ver entonces...
Bueno, nada, en realidad. Porque el sótano estaba inmerso en una oscuridad casi total y absoluta, que amenzaba con engullir a cualquiera que entrase y no dejarle ver ni la punta de sus pies.
Justo en ese momento —y gracias a su oído sobrenaturalmente fino— Eri pudo escuchar unos golpes que venían del piso superior. Fueron breves y secos. Luego un momento de silencio... Y un murmullo continuo y tenue, como un goteo.