Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Todo estaba saliendo a pedir de boca. Parecía mentira horas atrás, cuando el miedo retorció el estómago del Uchiha como una serpiente, al descubrir que el ejército del Daimyō podría estar tras su pista. Pero Muten Rōshi, a diferencia de él, no era un hombre que se dejaba llevar por la improvisación. Llevaba meses, quizá años, planificando aquella aventura, y no había dejado ningún paso al azar. En dos días, el trabajo habría finalizado, y cuando el Daimyō se enterase de lo que había ocurrido, ellos ya estarían muy lejos de allí. Ni siquiera el delegado formaría parte de los llamados efectos colaterales, como mucho se había temido Datsue, pues Aiko le había confirmado que efectivamente tenía provisiones de sobra para volver sobre sus pasos.
Como culmen final, el Uchiha recibiría la recompensa al completo: seis mil ryō para sus arcas. Ni siquiera por matar a un Kage le habían pagado tan bien. «Y ya si consigo lo otro…»
Desvió la mirada hacia Aiko, y muy brevemente a su pie derecho, donde recordaba había salido un hilo de chakra directo a la herida que tenía para curarla. No estaba avanzando demasiado en aquella misión secreta, pero todavía tenía tiempo… Mucho tiempo.
—Mañana va a ser un gran día... al fin estamos en la jodida pirámide ésta.
El Uchiha abrió la boca para soltar una carcajada. Entonces la miró y vio que en sus facciones no había ni una pizca de sarcasmo o ironía. ¿Le estaba tomando el pelo o de verdad…? «Joder, Aiko. Tantas muertes te han chamuscado el cerebro»
—Ehm… Pues sí —dijo, sin querer chafarle la ilusión. Eso, y que no quería que montase en cólera al descubrir que, en realidad, buscaban una simple tumba—. Aunque, creo que lo de las pirámides es un poco en sentido metafórico, ¿sabes? No me ha parecido ver ninguna desde aquí…
Se llevó un trozo de carne a la boca. Había optado por carne de camello y no pescado, porque no creía que el pescado allí fuese muy fresco. Tenía que admitir que estaba muy bueno, con un cierto sabor que no lograba identificar. Recordó entonces que habían envenenado a Benimaru la noche anterior, y de pronto se le cerró el estómago.
Dejó la carne a un lado, y dio un sorbo al vaso de agua. Entonces cayó en la cuenta que también el agua podría estar empozoñada, y como seguramente ya había tomado suficiente como para sufrir sus efectos de estarlo, se encogió de hombros y volvió a atacar la carne.
—¿Y qué esperan encontrar ahí dentro? —farfulló, con la boca llena, mirando a Banadoru y Muten Rōshi. Aquella expedición parecía saber muy bien a lo que iba. Tenían calculado hasta los días que tardarían. No creía que simplemente fuese por descubrir la momia de algún faraón antiguo. Allí dentro debía de haber algo más…
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Los ninjas tomaron asiento sobre las mantas que había dispuestas alrededor de la hoguera, para intentar —dentro de lo posible— mantener la arena fuera de los bolsillos de sus ropajes y el interior de su calzado. Muten Rōshi y Buradoku Banadoru comían ávidamente, el viaje durante aquel día había sido agotador y ambos lo estaban acusando. Una sensación cálida y agradable invadió a los dos jóvenes gennin al sentarse frente a la hoguera, acompañada de una inevitable soñera. Ellos también estaban agotados.
—De todo, Uchiha-san —respondió el director de la expedición—. Los antiguos habitantes de estas tierras tenían la costumbre de enterrar a los miembros más distinguidos de su sociedad con todas sus pertenencias, así como con recuerdos o regalos de sus familiares y amigos. Si nuestros estudios están en lo correcto, esta tumba debería estar repleta de toda clase de grabados, baratijas y demás artilugios de un valor histórico incalculable.
Banadoru asintió mientras daba un salvaje bocado a una pata de cordero.
—También esperamos que haya ciertas dificultades para acceder a la cámara funeraria —agregó—. Los primeros kazejin no eran estúpidos, y sabían que las auténticas fortunas que están guardadas en algunas de sus tumbas serían muy codiciadas por el resto de los vivos... Así que es probable que los pasillos y cámaras de esta construcción estén llenos de trampas.
Post de transición. Podéis seguir hablando con los académicos si queréis, o con cualquier otra persona del campamento, o rolear ya que termináis la cena y os vais a dormir.
Datsue se acomodó al lado suya, y ante el comentario de la chica, éste quedó un poco perplejo. Intentó llevarle la corriente, como se hace con una niña pequeña que está a punto de morir y dice que los unicornios existen —exactamente igual— pero terminó descarrilado. El chico sucumbió a su sed de sangre, y rompió en mil pedazos el pobre corazoncito de la pelirroja con un comentario super-sádico.
Bueno, en realidad tampoco fue tan dramático.
Confundida ante lo dicho por el chico, arqueó una ceja. No comprendía muy bien a qué se refería. ¿Que lo de las pirámides era un poco metafórico? Pero si tenían una pirámide justo a su espalda... inconscientemente, miró hacia ésta construcción que casi parecía una montaña erosionada.
«¿¡WAT!?»
Arqueó sus brazos, y con ambos señaló la edicicación que tenían al lado, el objetivo de la expedición. No cabía duda, aunque ella no era científica, había visto y escuchado mil y una vez cómo eran las pirámides, y esa cosa tras ellos debía serlo.
—P-pero si esa cosa es una pirámide... —volvió a mirarla, por si acaso —¿no?
Fuere como fuere, Datsue se apresuró a preguntar qué encontrarían ahí dentro. La respuesta fue mas que satisfactoria... encontrarían un sinfín de tesoros, de un valor incalculable. Los mayores tesoros de los antiguos grandes reyes siempre se enterraban con ellos, así como los regalos de sus familiares. Lo malo normalmente era entrar en éstas tumbas, pues según afirmaban estaban llenas de trampas. Por una parte era bueno, por otra podía ser malo...
Sin embargo, eso es algo que ya decidiría la chica sobre el mismo camino. La noche iba a ser larga de nuevo, aunque en ésta ocasión la chica optaría por que durmieran ambos. Total, con el menor ruido ya estarían alerta rápidamente, estaban entrenados para combatir bajo cualquier circunstancia... ya fuese ésta situación dentro de un saco de dormir.
Prefiriendo no chafar a Aiko la idea de que se adentrarían en las Pirámides de Sanbei, eligió cambiar súbitamente de tema, tras encogerse de hombros ante su pregunta, interrogando al director y académico de la expedición sobre lo que esperaban encontrarse en la tumba. Según Muten Rōshi, hallarían grabados, baratijas y artilugios de un valor histórico incalculable. «Hmm… Quizá pueda sellarme algunas de esas baratijas mientras nadie mira y luego venderlas por ahí». La recompensa por el trabajo era exageradamente buena, pero su segundo mandamiento Uchiha era el de nunca rechazar la oportunidad de hacerse con un dinerillo extra.
Cuando habló Banadoru, sin embargo, le recordó su primer mandamiento: la supervivencia primero y siempre. Al parecer, para acceder al corazón de la tumba primero tendrían que atravesar un nido de trampas. Al Uchiha le pareció lógico, o de lo contrario muchos ladronzuelos hubiesen intentado desvalijar aquella tumba a lo largo del tiempo. De hecho, quizá algunos sí lo hubiesen intentado… hallando la muerte en su lugar.
Tragó saliva.
—Imagino que estaréis versados en todos los tipos de trampa que solían poner, ¿no? Vamos, que será raro que caigamos en alguna… ¿verdad? —preguntó, esperanzado.
Zanjado aquel punto, y con el estómago lleno, el Uchiha se encontraba tan cansado que no se veía animado en empezar ninguna otra conversación. Se pegó un poco más a Aiko, y le susurró al oído:
—Oye, estaba pensando… Hace un frío de narices por la noche. Quizá no sería mala idea dormir juntos… Ya sabes, para darnos calor.
Le guiñó un ojo y se levantó, en dirección a su saco de dormir. Esperaba que Aiko opinase como él al respecto… y, especialmente, rezaba para que no tuviese otra vez la idea de permanecer en guardia. Estaba tan reventado que no aguantaría otra.
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—¿Versados...? —dijo Banadoru con evidente estupor.
—Esperamos que, como reputados ninjas que son ustedes, puedan ayudarnos en ese respecto —rubricó Rōshi—. Entenderán que dos académicos como nosotros no nos hemos pasado la vida entrenando en situaciones extremas y afilando nuestros sentidos.
Por las miradas de ambos profesores, parecía evidente que su intención desde el principio había sido contratar a los ninjas para hacer el trabajo sucio. Esto era, despejar el camino de posibles trampas —y a saber qué más— una vez se adentraran en la tumba.
Un silencio incómodo se instauró entre ellos por un breve instante. El Uchiha pasó la lengua por sus labios secos, al comprender, justo antes de que Muten Rōshi se lo aclarase, la dura realidad. Ellos no estaban allí para protegerles de posibles bandidos o bestias, como les habían dicho. Ellos estaban allí para ser de cañón ante posibles trampas. Era justo lo que había pretendido Aiko con ellos, pero les estaba saliendo la jugada al revés.
Esbozó una sonrisa forzada.
—Bueno, la lengua la habéis afilado muy bien. Doy fe de ello —replicó, sin ser capaz de disimular la irritación en el tono de su voz—. Primero se nos dijo que solo debíamos preocuparnos de bandidos o bestias salvajes —decía, con cierto tono irónico, levantando el pulgar—. Luego, de las represalias del Daimyō —continuó, levantando el dedo índice. Acto seguido levantó el dedo corazón—. Y ahora de trampas hechas por antiguos kazejins. Díganme, reputados señores —se levantó—. ¿Hay algo más que deba saber? ¿O piensan esperar al último —«jodido»—, momento para decírnoslo, como han hecho hasta ahora?
Se arrepintió de sus malos modos justo tras haber acabado. Al Datsue de siempre jamás se le hubiese ocurrido tal cosa. No ante aquellos hombres, al menos. Pero el Uchiha estaba lejos de su mejor versión. Demacrado, agotado tras días bajo un sol infernal. Con dolor de cabeza, tras llevar noches sin apenas dormir. Por culpa de las malditas guardias. Por culpa del Shukaku. Y ahora que pensaba que iban a ser dos días de calma y tranquilidad, le daban una bofetada de realidad.
Estaba hasta las narices.
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El Uchiha se notaba mas caliente que un mono viudo. No le faltó tiempo para tirarle los trastos a la chica, poniendo como excusa el frío que hacía. La chica sonrió, descaradamente, no había rebuscado demasiado para pedirle un poco de calor corporal... aunque después de todo, el Uchiha ya la había estado buscando un par de veces mas al menos...
«Ahora es cuando me toca ser mala, ¿no?»
Y evidentemente, no podía servirle todo al chico en una bandeja de plata. Hombre, un poquito mas tenía que currarselo, ¿no? Sin embargo, tampoco tuvo que darle demasiada negativa. El chico encontró conversación con el profesor y su adjunto, y tampoco fue una conversación mucho mas fría que con la chica. El Uchiha estaba mas caliente que un mono viudo, aunque en ésta ocasión, no en el mismo sentido.
Si, les habían cambiado de nuevo su función de trabajo. Pasaron de escoltas, a carne de cañón para las trampas con la excusa de que tendrían los sentidos mucho mas desarrollados. Demasiada razón no les faltaba, pero se supone que eso debía ser al revés. Sin duda, las cosas empezaban a irse un poco al traste, justo como al inicio del viaje...
«Lo bueno que sería prenderlos fuego a todos y quedarnos con todo el botín que hallemos...»
Aunque, no debía pensar de esas maneras tan sádicas. La chica dejó caer un suspiro, y evitó decir nada. La situación ya comenzaba a ponerse tensa por sí misma... quizás lo mejor era dejarlo estar. Permaneció en silencio, expectante de hacia dónde dirigía la conversación.
Al ver aparecer aquella suerte de sonrisa en el rostro de Datsue —y eso sumado al mutis de Aiko—, Banadoru se permitió el lujo de hacer lo mismo, creyendo que el joven ninja había entendido el motivo para el que había sido contratado. Muten Rōshi, más experimentado y menos ingenuo, supo que detrás de aquella sonrisa forzada vendría una réplica más o menos iracunda.
Y así fue. El Uchiha se despachó —quizá no tan a gusto como hubiera querido— con los dos académicos, reprochándoles lo que él entendía como falta de transparencia. Sin embargo, no era el único que estaba perdiendo la paciencia. Cuando terminó su diatriba, el director le respondió con la misma furiosa firmeza.
—¿Es usted un shinobi, o no? ¿Tal vez engañó a mi buen alumno Banadoru-kun, y en realidad sus motivaciones no responden al contrato y perfil que buscamos para esta expedición? Un poco tarde para darse cuenta, Uchiha-san —apuñaló verbalmente, sin remordimientos, el académico—. Está aquí en calidad de mercenario para proteger la expedición. Ese es, y ha sido desde el principio, su cometido. Ya sea de bandidos, de trampas, o del mismísimo Kazekage si se levanta de su tumba.
»¿O acaso no aceptó? ¿Es que piensa que soy tan ignorante como para ofrecerle semejante suma de dinero para que ahuyente a un par de asaltadores de caminos y ya? —escupió, furioso, el profesor—. No crea que no conozco las habilidades y modus operandi de los de su profesión. Si la integridad de esta expedición sólo fuese a verse amenazada por tan banales peligros, habría contratado a una cuadrilla de mercenarios en Inaka en lugar de buscar los servicios de dos ninjas bien entrenados.
Muten Rōshi se levantó, recuperando la calma y su habitual tono autoritario. Con una mano se quitó las gafas y luego las limpió con un pañuelo que sacó de uno de los bolsillos de su chaqueta.
—Ambos están aquí para asegurarse de que ni Banadoru-kun ni yo sufrimos ningún tipo de daño. ¿Estamos claros?
El Uchiha aguantó como pudo el chaparrón. No era un chico habituado a moverse entre amenazas e insultos. Nunca lo había sido. Él era más de vacilar disimuladamente; engañar; estafar… Pero cuando las cosas se ponían violentas, desaparecía como un kusareño en combate. Últimamente tenía sus prontos, más por la falta de sueño y la irritación que ello traía consigo que por estar entrando en la edad del pavo. Pero esa cólera que a veces le invadía pronto se veía eclipsada si temía por su pellejo.
Por suerte, tanto tiempo con Akame le había cambiado un poco, para bien o para mal. Aguantó estoico la posición, como creía hubiese hecho su Hermano, sin retroceder un paso, pero sin tampoco adelantarse. Simplemente permaneció en el sitio, sin soltar bravuconadas ni réplicas mordaces. Profesional.
—¿Estamos claros? —terminó por decir Muten Rōshi.
Datsue se tomó un segundo para responder, quedando en la delgada línea que separaba la respuesta precipitada y acobardada de la vanidosa y arrogante.
—Perfectamente. —Realizó una ligera inclinación a los presentes—. Señores. —Ahora hacia Aiko—. Señorita. Que pasen una buena noche.
Giró sobre sus talones y desapareció entre la oscuridad del campamento, a grandes zancadas. ¿Sus pasos? Hacia la tienda de Aiko, quedándose en la entrada, con lo brazos cruzados y expresión ceñuda. Tenía que hablar de algo con ella.
—Maldito hijos de puta mal paridos mentirosos de mierda. Estúpidos. Mal nacidos. Imbéciles. Chupapollas —farfullaba, soltando toda una retahíla de todos los insultos que conocía.
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El profesor volvió a hablar de manera arrogante, muy arrogante. Casi parecía dar por hecho que los shinobis debían hacer cualquier tipo de trabajo una vez aceptasen el contrato. Pero eso era absurdo. Un mercenario se mueve por dinero, pero si su integridad física está en juego, quizás apuesta por otro mejor postor, incluyéndose a sí mismo... ¿no?
Quizás esos eran los pensamientos que rondaron la cabeza del Uchiha. Aiko, expectante, se mantuvo por el momento al margen. Sin duda, la tensión iba en aumento. El silencio reinó por unos segundos cuando Muten sentenció la conversación, lo justo para dejar claro que ni estaba el chico de acuerdo, ni tenía en mente tampoco dejar escapar el dinero.
Aunque quizás eso fuesen solamente impresiones ligeras que pasaban volando por la cabeza de la chica. El chico terminó por responder que lo había entendido, y con las mismas giró sobre si mismo y desapareció en la oscuridad de la noche.
Al poco tiempo, apenas un minuto mas tarde, la chica también se retiró —Buenas noches, señores.
Para cuando la chica llegó a su tienda, encontró en las puertas de ésta al Uchiha. Tenía el ceño tan fruncido que casi podían rayarse limones en él, y farfullaba cosas ininteligibles. Si, se denotaba bastante molesto, molesto por no decir enfadado. La pelirroja se llevó la mano hacia la nuca, y mostró un piadosa sonrisa.
—No es tan bonito tal y como pinta ahora... supongo que no se puede tomar por tonto a un académico, ¿no? Jajajajaja... —se atrevió a bromear —Pero nadie se burla de nuestro oficio. Mas sabe el diablo por viejo que por diablo.
¿Una amenaza? Si, puede que si, al menos así sonaba.
Muten Rōshi volvió a sentarse para terminar su cuenco de sopa con carne y Banadoru agachó la cabeza, visiblemente atribulado por la discusión que acababa de sucederse. A una docena de pasos, sentados junto a otra hoguera, Jonaro y Hanzō miraban sin distraerse lo que estaba sucediendo.
El ambiente se relajó mínimamente cuando Datsue se dió media vuelta y, despidiéndose, empezó a caminar hacia donde estaban las tiendas. Aiko le siguió poco después.
—Buenas noches —respondió el director de la expedición.
—Buenas noches, Datsue-kun, Aiko-san —dijo también el profesor adjunto, visiblemente avergonzado.
El Uchiha rio nasalmente ante la broma de Aiko, más por cumplir que porque le hubiese hecho gracia. A decir verdad, ningún chiste se lo hubiese hecho. Estaba demasiado malhumorado. Demasiado irritado. No obstante, la kunoichi agregó que nadie debía burlarse de su oficio como ninjas, pues más sabía el diablo por viejo que por diablo. El problema era que…
… él no era ningún viejo. Por edad, la kunoichi podía ser perfectamente su tatarabuela, o incluso más.
—¿Puedo auto-invitarme a pasar? No quiero que nos oigan —aclaró, en voz baja, mirando por encima del hombro de la kunoichi por si había oídos o miradas indiscretas. Luego, si la kunoichi daba su permiso, se adentraría en la tienda de campaña—. Bueno, ¿tú qué opinas? —preguntó en voz baja, cruzándose de brazos—. Se suponía que los usaríamos como carnaza en nuestra aventura, pero viendo cómo se está desarrollando todo, más bien lo seremos nosotros.
No dijo más nada. Quería saber qué opinaba ella de todo aquel asunto primero. Aunque, conociéndola, dudaba mucho que a aquellas alturas se echase para atrás. El miedo y el instinto de supervivencia nunca había sido, para su desgracia y su memoria, el punto fuerte de ella.
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Datsue rió tras la broma de la pelirroja, lo cuál no se entendía si lo hacía porque de verdad le hizo gracia, o solamente por cumplir... mas que nada, porque no tardó en retomar la seriedad. Sin mas, se autoinvitó a entrar en la tienda de la chica. Ésta no le dio mayor importancia, hizo un gesto con ambas manos para que tomase la iniciativa que de una manera u otra parecía dispuesto a tomar. Incluso terminó por encogerse de hombros, realmente le importaba poco su intromisión.
Al entrar en la tienda, Datsue se cruzó de brazos, y fue tan franco como pudo o mas. Preguntó a la chica qué opinaba. El chico, tal y como imaginaba la pelirroja, para nada estaba contento con la situación actual. En un principio los científicos y obreros iban a ser la carnaza, y de pronto eran ellos los que harían de carnaza.
Si, la situación había cambiado bastante.
Sin embargo, la chica parecía tranquila. Realmente no tenía miedo, ni se veía como con alguna ínfima posibilidad de morir. Habían muchas trampas, si, pero... ¿y qué?
—No tengo miedo, ni creo que pueda morir en una de esas trampas —aseguró la chica, terminando por encogerse de hombros —Pero no soy tonta. Tranquilamente podría evadir la mayoría de las trampas simplemente volando convertida en papeles, y asegurar zonas concretas para que tu llegues hasta ellas. Podemos avanzar de mil maneras y ellos jamás podrían seguirnos. Para cuando vean que no pueden llevar nuestro ritmo, o que no pueden seguir nuestros movimientos... tendrán que sucumbir a hacerlo por sus propios medios. ¿No crees que ellos siguen siendo la carnaza?
»Un ninja siempre ganará a un académico. Ellos leen las experiencias de muchas personas en sus libros, pero los ninjas somos esos experimentados en la vida, los que publican los libros que ellos leen.
La chica se acomodó un poco, deshaciendo la técnica que aún mantenía. Tras ello, con su habitual indumentaria, terminó por quitarse la armadura y dejarla a un lado. Poco después terminaría por quitarse las botas, y dejarlas justo a ese lado. Sin embargo, se detuvo pensando en algo. Por un instante, mantuvo la mirada en su bota, y tras ello miró al Uchiha.
—¿Llegué a enseñártelo? —preguntó intrigada, buscando de nuevo con la mirada al chico.
Tal y como preveía, Aiko no sentía ni una pizca de miedo. Ni siquiera estaba preocupada. Confiaba en sus habilidades como para sortear cualquier tipo de trampa, por muy letales que éstas fuesen. El Uchiha quiso preguntarle si había pensado lo mismo en el centenar de veces que ella había muerto a lo largo de su vida. Intuía que sí, y que la mayoría de ellas, había muerto precisamente por esa actitud despreocupada e imprudente.
Pero se lo calló, porque la kunoichi empezó a desvestirse, provocando inconscientemente un genjutsu en él. Un genjutsu ideal para bajar la guardia al enemigo… o no tan enemigo.
—¿Llegué a enseñártelo?
—¿Ehm? —preguntó, confuso. Luego captó que se refería a la bota, y no le hizo falta oír nada más para comprenderlo—. Ah, eso.
La razón por la cuál estaba allí. El Uchiha sintió la mirada de ella clavada en él. Sabía que le estaba analizando, captando cualquier reacción. Mentir era una opción, pero en algo tan delicado como aquello, cualquier fallo o grieta podría ser irreparable.
Por una vez, optó por decir la verdad. O una versión lo más parecida a la verdad, al menos.
—No, no me lo enseñaste —respondió, sincero—. Pero ya te dije que mis ojos son especiales, y ven cosas que otros no. Ese día… esa noche que compartimos en el Valle de los Dojos… Llegué a vislumbrar algo. Nos entretuvimos con otras cosas —agregó, sin poder evitar sonreírse un poco—, y después… Preferí no presionarte preguntando. Imaginé que cuando quisieras enseñármelo ya darías tú el paso. —«¿Era aquel el mometo?», se preguntó, esperanzado.
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Para cuando Aiko preguntó si se lo había enseñado, el chico quedó por un instante sin palabra. Obviamente, la pregunta podía dar a confundir, sobre todo porque andaba medio desvistiéndose. No era de extrañar que el chico le soltase alguna locura, o algo subido de tono. Pero no, el chico pareció entenderlo rápidamente por la mirada de la chica. Comentó que no había llegado a enseñárselo, pero que sus ojos ya le habían dado un anticipo. No era la primera vez que el chico mencionaba eso de que sus ojos eran especiales, y sin duda era algo que despertaba bastante su curiosidad. Datsue terminó por explicar un poco mas acerca de la ocasión en que se conocieron en los dojos, y aseguró que prefirió que ella misa se lo enseñase cuando se viese preparada.
—Ummm.. supongo que está mal pensar que soy la única con habilidades interesantes.
Sin mas, tomó la bota derecha y abrió por completo la cremallera. Tras abrirla por completo, abrió otra cremallera del interior, y sacó una hoja plastificada. Dejó la bota hacia un lado, nuevamente, y mostró con algo de recelo su mayor tesoro. Se trataba de una imagen no demasiado grande de ella misma, un retrato de detalles realmente espeluznantes. Desde el trazado hasta el papel se notaban realmente embaucadores, algo fuera de éste mundo.
—Éste es mi mayor tesoro, el último recuerdo que tengo de mi padre... un trozo de papel en el que se supone Blame encerró su alma... —la chica terminó por dar un poco mas a ver la imagen, aunque no parecía del todo dispuesta a soltarla —... si su alma está encerrada en éste dibujo, ¿puede oírme? ¿puede ver las cosas o sentirlas?
»Dijiste que sabías de técnicas de sellado, ¿verdad? —quizás, solo quizás, el chico tuviese respuestas para sus preguntas. La verdad, nunca había tenido a quién preguntarle sobre esas dudas, de hecho era la primera persona que veía el dibujo.