Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Los dedos de la mujer se entrelazaron entre sus cabellos, mientras se frotaba delicada la sien. Tratando de hacer memoria.
—Por dentro, poco más que las escaleras que subimos antes. Podríamos tratar, pero si de alguna forma hemos sido delatados, colarse va a ser bastante difícil. Aún cuando se trate de mí.
Pero luego recordó algo.
—El molino —dijo, que a su vez no significaba nada para el resto—. las hélices deberían de estar conexas a algún sistema en el cuarto de volandera. Supongo que tendría que haber algún acceso que de hasta el cuarto de máquina, que está justo por encima del tercer piso. Subir hasta las aspas sin que te vean ya es otra historia, querido.
—Manda huevos, Meiharu. ¡Manda huevos! —le reprochó, siendo que podía haber callado en vez de darle ideas al ninja—. —Soroku-sama no va a estar contento.
Shinjaka miró el reloj que colgaba por sobre uno de los trastes de la cabaña.
»Diez minutos. Diez minutos y si para entonces Datsue no entra por esa puerta, vamos a buscarle.
. . .
A regañadientes —y porque tenía una puta katana acariciándole el cuello— habló.
—Le he visto una sola ocasión. Alto como una montaña, fornido y siempre va vestido de militar. Es calvo, y tiene una enorme cicatriz que le recorre todo el cuello, como si alguien le hubiera rajado la garganta alguna vez. Hasta donde tengo entendido, ésta semana intercalan entre dos casas de seguridad ubicadas en el barrio sur de la ciudad, pero no sé exactamente en dónde. Nadie lo sabe —pero Akame sí, y eso Datsue no lo sabía—. ¿qué quieres que te diga sobre él? ya debes saberlo todo, si te han contratado para esto. Joder, que es un buen tipo, ya te lo dije; que está siendo manipulado por un lastre. Una escoria que se ha aprovechado de los contactos de un hombre bien posicionado en una gran capital como la nuestra, con la capacidad de hacer negocios incluso hasta con gremios armamentísticos de buena reputación —jaque—. Tanzaku ha decidido protegerle a pesar de lo que sabemos, el Alcalde no pudo darle la espalda. Eso es todo. Ahora, del negocio...
Tragó saliva, cuando la katana se afincó por sobre la carne de su yugular. Respiró profundamente, y continuó.
»El centinela quiere hacerse con todas y cada una de las casas de armas de la ciudad. En síntesis, monopolizar el mercado como nadie lo ha hecho nunca. De Shinzo ha obtenido los contactos y parte del dinero para ello, pero él necesita de un fuelle de inversión mucho más fuerte para concretarlo, y ahí es donde entra la figura de Toeru. Quieren hacerlo en conjunto. El problema radica no sólo en ese detalle, que ya de por sí es lo suficientemente preocupante, sino que hay rumores bastante graves que se cuecen entre las filas de mis informantes, y ésto sólo lo conozco yo. Escucha, es evidente que tras la compra de todas las tiendas de armas debe haber algún otro objetivo, como bien puede ser obtener un número insospechado de armamento. ¿Pero para qué? te preguntarás, y se dice en los bajos fondos que todo es parte de un plan mayor. Porque, el Centinela quiere dar un golpe más grande. Y ese golpe va dirigido a...
Mate.
Los Herreros.
El sharingan permitía ver ciertas cosas. Y en ese momento, Datsue pudo incluso ver más allá. Encontró claridad en un bosque pantanoso de posibilidades que hasta entonces no había logrado franquear.
Shinzo no había dejado de pagar por simple apatía. El negocio con Soroku-sama habría sido, probablemente, el inicio de un muy probable orquestado plan.
El Uchiha se cruzó de brazos y retrocedió hasta apoyar la espalda en la pared contraria a aquella en la que colgaba el reloj. Paseó su mirada por las agujas del artefacto, que se movían ajenas a todo lo que estaba sucediendo. Luego la dirigió a Meiharu, y por último, a Shinjaka.
«¿De verdad este idiota cree que voy a ayudarle así, porque sí?» Negó con la cabeza y soltó un suspiro.
—Datsue-kun es un ninja capaz. Estoy seguro de que no tendrá problemas en escapar —dijo, cerrando los ojos un momento—. Diez minutos. Y ni uno más.
Datsue trató de memorizarse la descripción que Etsu le hacía sobre el Centinela como si la vida le fuera en ello. Quizá, le iba más de lo que creía. Alto, fuerte, y con algo que le llamó la atención sobre el resto de cosas: una cicatriz en el cuello. «Desde luego, a simple vista no pasa desapercibido». Además, le aseguró que aquella semana se iba mudando entre dos casas, situadas en el barrio Sur.
Pero el Uchiha necesitaba más. Mucho más. Apretó un poco más la katana sobre el cuello de su víctima, haciendo que se aflojase su lengua. Y Etsu soltó, vaya que si soltó. Un complot, un golpe tan grande que de ser cierto y tener éxito, haría temblar los cimientos de Oonindo. El Centinela quería tumbar los Herreros, la fuente armamentística de las tres Grandes Villas.
Datsue soltó una carcajada, mitad histérica, mitad incrédula.
—Oh, Etsu… Y luego vas por ahí rechazando mi ayuda… Me cago en la puta, estás de mierda hasta las orejas. —Y no solo él, Datsue también. Aquello había dejado de ser un simple saldo de cuentas para convertirse en algo mucho más grande… y peligroso—. Te voy a decir lo que va a pasar —le adelantó, con mucha más seguridad de la que en realidad tenía—. Voy a salir por esa puerta, y nadie me tocará un pelo. Tú, te quedarás aquí, inmóvil y callado, y cuando entren te harán preguntas que no podrás responder. Luego, las responderás, y no te creerán. Poco después, cuando te crean, será demasiado tarde para cogerme. Así que te hago una recomendación: ni lo intentes. Deja hacer el trabajo que he venido hacer, por tu bien… y el de tu ciudad.
Sí, lo que Datsue decía tenía más sentido del que parecía, y eso era porque tenía un plan. De forma repentina, deshizo la ilusión, abalanzándose en el acto sobre Etsu. Solo necesitaba tocarlo, apenas rozarlo, e implantaría en él un Sello de Maldición Propia. Seguido de eso, un simple sello, el Carnero, y el hombre quedaría paralizado de pies a cabeza.
Continuando con su plan, y aprovechando que quedaría inmovilizado por unos minutos, el Uchiha implantaría otro sello en el hombre, el del Henge Inverso, para transformarle…
… en sí mismo. O, más bien, en Seshu Sakyū. Luego, sin detenerse, Datsue realizaría los sellos correspondientes para transformarse él en Etsu, intercambiando así los papeles. Su idea, salir por aquellas puertas como si nada hubiese pasado, bajo la apariencia del ayudante del alcalde, dejando allí tirado a un aparente Sakyū, que nada podría responder por unos momentos. Y cuando lo hiciese, todavía bajo la imagen de Sakyū, a buen seguro que le costaría gozar de la credibilidad que solía tener...
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—Vale. Voy fuera a fumarme un pitillo —acto seguido, abandonó la cabaña.
Un par de minutos después —Akame pudo sentir durante aquel tiempo el cómo Meiharu le observaba con apenas disimulo— la dama violeta rompió el silencio con su melodiosa voz, que ahora se antojaba quebrada.
—¿Por qué? —preguntó, con cierto recelo—. ¿por qué te has arriesgado a venir aquí por él, por Datsue? ¿te ha pagado él con la misma moneda alguna vez?
. . .
En cuanto la palabra Herreros salió por su boca, Etsu cerró los ojos, pues sólo allí fue plenamente consciente de la cantidad de información privilegiada que el miedo más fortuito le obligó a soltar, sin peros ni tapujos. Su estoica y por lo general inquebrantable conciencia había cedido estrepitosamente al juego inescrupuloso y amenazante de aquel desconocido, que ahora reía histérico ante su peligrosa confesión. Los abrió entonces sólo para darse cuenta de que, aún y cuando no le fueran a decapitar en aquella sala, de igual forma estaba absoluta e irrefutablemente jodido. Su cabeza iba a rodar figurativamente, de conocerse lo que había sucedido durante esa velada.
Sólo entonces, estuvo dispuesto a callar. A vendarse y fingir que todo aquello no había sido sino un mal sueño del que querría despertar, con su posición y privilegio dentro de Tanzaku intactos. Pero...
Sakyū tenía otro plan.
Bastó con que le rozase para aplicarle un sello que le paralizó por completo. Etsu movió los ojos desenfrenadamente, de izquierda a derecha y de arriba abajo, agobiado por la repentina insensibilidad de cada músculo de su cuerpo. Después presenció de primera mano el cómo el ninja configuraba una entramada serie de sellos adicionales y transformaciones que le darían solidez a su plan de escape, y por sobre todo, tiempo. Tiempo para salir de ahí sin que el velo de su anonimato fuera descubierto.
Convertido en el funcionario, abandonó la habitación de juego y descendió por las escaleras. Al llegar al tercer piso, comprobó que Shin yacía en una de las mesas hablando plácidamente con un par de invitados, y que Toeru yacía al lado del barandil, aguardando para subir, nuevamente. Miró a Etsu con alevosía mientras su obesa papada tiritaba por sí sola a medida de que escupía el humo de su cigarrillo.
—¿Uhmm, qué pasa? ¿por qué habéis tardado tanto? —indagó—. ¿dónde está el cotilla ese de la arena?
El Uchiha asintió con levedad sin quitar los ojos de Shinjaka hasta que éste desapareció tras el umbral de la puerta que daba al exterior. Luego se quedó con la mirada fija en el reloj, midiendo cada movimiento de aguja, cada segundo que pasaba. Si había algo que odiaba de su profesión era la espera; la eterna espera, como la antesala de la cámara del desastre, el caos, la barbarie. Cada instante se le hacía eterno.
Sin embargo, apenas había transcurrido tiempo cuando la llamada Meiharu le sacó de sus cavilaciones. Al principio Akame no respondió, sino que le dedicó una mirada confusa y varios parpadeos, como si no hubiese entendido la pregunta. Entonces bajó la cabeza, se cruzó de brazos y rió por lo bajo.
—Mi señora... —comenzó, imitando el dialecto formal de la antigua nobleza—. Si te contara las aventuras por las que Datsue-kun y yo hemos pasado, luchando codo con codo, aferrándonos a la vida... Probablemente no me creerías.
Luego dejó un silencio profundo y ligero, lo suficiente como para que sus palabras calasen en la mujer.
—Aunque, la verdad es... —dijo de repente, como preso de un arrebato de sinceridad—. Que mis motivaciones son mucho más simples. Soy un ninja, esto es lo que hago. Tengo claro que no moriré en la cama presa de alguna enfermedad, sino en el campo de batalla... Sea cual sea.
»No sé si lo entenderías, pero esto... Esto es lo que me hace levantarme cada mañana. La siguiente prueba. El siguiente desafío. Soy como el perro que corre detrás de los carromatos, no sabría qué hacer si alcanzara uno.
Entonces, en sus labios se dibujó una sonrisa torcida.
28/02/2018, 01:35 (Última modificación: 28/02/2018, 01:37 por Uchiha Datsue.)
Uchiha Datsue atravesó las puertas de la sala como si acabase de escapar del Yomi: tembloroso y terriblemente nervioso. No obstante, y a medida que iba descendiendo por las escaleras, se recompuso. Mentón arriba, hombros hacia atrás y espalda recta. Él ya no era el joven granuja y pillastre que era fácil de asustar. Él era Etsu, y eran los demás quienes tenían que temerle.
Abajo, en el tercer piso, se topó de lleno con Toeru.
—¿Uhmm, qué pasa? ¿por qué habéis tardado tanto? —indagó—. ¿dónde está el cotilla ese de la arena?
Datsue le miró con una mirada tan dura como la piedra, tratando de aparentar esa frialdad que tanto caracterizaba a Etsu.
—La cobra tenía veneno en sus colmillos —respondió, seco y sin dar muchas explicaciones. Etsu no era de los que hablaban por los cuatro costados, precisamente. A no ser, claro, que le pusiesen una daga en el cuello—. Que alguien se ocupe de él. Yo tengo asuntos urgentes que tratar.
Sin querer dar oportunidad a réplica, Etsu avanzó por la sala en dirección a las escaleras para seguir bajando, con paso seguro y calmado.
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—Ya me lo imaginaba. Hacía muchas preguntas —aunque antes de que Etsu pudiera irse del todo, Toeru le sostuvo del brazo con fuerza. Y calló, durante tres largos y eternos segundos—. yo me ocupo. Pero encárgate tú de la zorra de Meiharu. Ha salido corriendo como una rata y la he mandado a seguir. Si la puta estaba con la cobra, seguro iba a avisarle a alguien... y entenderás que mis hombres suelen crecerse cuando ven buenas oportunidades.
Le dejó el brazo libre y comenzó a subir por las escaleras, con esa malvada y grasienta sonrisa suya.
Si sacaba bien las cuentas, tendría no más de cuatro minutos para abandonar el Molino Rojo.
. . .
Ella paseó, imaginativa, por el pequeño desliz de historia entre Akame y Datsue. Quiso recrear aquellas aventuras, y por alguna razón también quiso ser partícipe de ellas. Porque, la cotidianidad de su vida y de su profesión no eran dignas para una mujer como ella, que alguna vez había enfrentado la vida con garra y fiereza. Por un momento, se sintió decepcionada de sí misma y continuó escuchando.
Akame le volvería a sorprender luego, sin embargo, con cavilaciones mucho más banales. Que su razón de ser era la de experimentar el camino del ninja, una y otra vez, sin querer saber lo que hay detrás del umbral que se esconde tras su horizonte.
Meiharu sonrió, tímida y con los ojos iluminados.
—¿Entonces, estás preparado para morir? ¿si en éste instante una espada atravesase tu corazón, recibirías a la parca con una sonrisa?
Pero Akame no tendría tiempo de responder a tan interesante pregunta, cuando sintió el escandaloso estruendo seco que inundó toda la habitación. Algo había chocado contra la puerta, y de milagro que no la tumbó. Luego, un grito de inconfundible dolor.
Akame dejó la pregunta de Meiharu en el aire, planteándose esa misma cuestión para sus adentros.
«¿Lo haría?»
De repente, un estruendo irrumpió en la precaria cabaña, seguido de un grito proferido por una voz peligrosamente familiar. «¡Por los cuernos de Susanoo!»
El Uchiha tiñó sus ojos de color rojo sangre al manifestar su Kekkei Genkai y cruzó la estancia con ágiles zancadas hasta colocarse junto al umbral de la puerta, con la espalda apoyada en la pared a un lado de la misma. Trató de afinar el oído, buscando intuir qué era lo que estaba ocurriendo fuera.
«Enemigos, probablemente. Pero, ¿cómo nos encontraron?»
Con un rápido vistazo dedicó una mirada a Meiharu; luego se llevó un dedo a los labios para indicarle que no hiciera ruido alguno. En otras circunstancias le hubiera gustado esperar, al acecho, a que sus repentinos visitantes entraran por su propio pie en la cabaña. El factor sorpresa. Sin embargo, parecía que ya habían agredido a Shinjaka, por lo que esperar otro segundo más podría significar que el aprendiz de herrero se ganara un boleto sólo de ida al Corral de los Quietos.
Así pues, el Uchiha se giró súbitamente y propinó una buena patada a la puerta para abrirla de par en par. Una vez ahí, evaluaría la situación en la calle; y actuaría en consecuencia.
28/02/2018, 02:19 (Última modificación: 28/02/2018, 02:35 por Uchiha Datsue.)
Cuando sintió la mano aferrarse sobre su brazo, Datsue torció la vista hacia Toeru. No era miedo, ni temor, ni sorpresa lo que reflejaban sus ojos. Sino curiosidad. O eso, al menos, trató de transmitir, entremezclado con la característica calma que acompañaba a Etsu.
Entonces, el dueño del Molino Rojo reveló su preocupación: quería que se ocupase de Meiharu. Datsue sonrió internamente, vaya que si se pensaba ocupar.
—No tenga la menor duda —replicó, corto y conciso.
Que hubiesen seguido a Meiharu era un problema. Un problema gordo. Sabía que, probablemente, se había dirigido a aquella cabaña de la que habían hablado al principio, llamada la cabaña de Tontata. Esperaba no perderse por el camino, porque el Uchiha nunca había sido muy amigo de las indicaciones verbales.
Sin perder más tiempo, cruzó la sala a grandes zancadas para seguir descendiendo por el Molino Rojo. Una vez fuera, y tras alejarse de allí a grandes zancadas, empezó a correr como alma que llevaba el diablo tratando de seguir las indicaciones que Meiharu le había dado. «Derecha, izquierda. Izquierda, izquierda, derecha...» Corría y corría, tratando de no perderse, todavía embutido en su disfraz. Si los hombres de Toeru estaban allí, era la única forma de detener aquello sin llegar a las manos.
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Enaltecida, la dama violeta se movió hacia el costado de la habitación con los brazos rodeándose a sí misma en un receloso abrazo. Nerviosa, atizó a Akame con la mirada y evidenció la solicitud de silencio con inmutabilidad.
En cuanto Akame abrió la puerta, se encontró de lleno con lo esperado: un hombre mulato se debatía en un intenso forcejeo, con la entrepierna sobre el abdomen del aprendiz. Con ambas manos sosteniendo un puñal que yacía irremediablemente inserto en el estómago de Shinjaka. Borbotones de sangre salían despedido de la herida, pero el aprendiz continuaba la lucha como quien no quiere la cosa.
—¡Hijo de puta, hijo de las mil putas! ¡aléjate, joder!
Algunas luces vecinas —y curiosas— se encendieron, atraídas por el escándalo.
. . .
Datsue abandonó el Molino con premura, dejando atrás aquel templo en el que le fue tan difícil entrar en primer lugar. Pero con la revelación de Toeru, ahora no era tiempo de preocuparse por ello. Tenía que llegar a la casa de seguridad e impedir que los secuaces del proxeneta hicieran daño a nadie.
Pero Tanzaku Gai era gigante, y de noche se hacía mucho más difícil atravesar sus calles. No iba a serle sencillo llegar hasta allá.
Fuera el panorama no era alentador en absoluto. Un desconocido había ganado la posición a Shinjaka y apuñalado con éxito al mismo, que pese a todo seguía defendiéndose como gato panza arriba. Además de lo evidente —que uno de sus aliados acababa de ser malherido—, no pasó inadvertido para Akame que el revuelo que aquellos dos estaban formando rompía el silencio de la noche en esa calle y que pronto habría varios pares de ojos y oídos más atendiendo a la escena.
Buscando acabar con el conflicto lo antes posible, el Uchiha recortó la distancia que le separaba del dueto con cuanta agilidad fue capaz. Nada más llegar a distancia de cuerpo a cuerpo, buscó darle una patada en toda la cabeza al sicario; esperaba que fuera suficiente para aturdirlo y conseguir que Shinjaka pudiera zafarse de él, pero de lo contrario simplemente le asestaría otra patada, esta vez en el costado, para derribarlo sobre el suelo.
Si lo conseguía, se apresuraría a arrebatarle el arma a aquel tipo y acto seguido trataría de agarrarlo para meterlo en la cabaña, propinándole varios golpes más en la cabeza durante el trayecto para asegurar su docilidad. Entonces, mandaría a Meiharu a rescatar a Shinjaka.
28/02/2018, 02:55 (Última modificación: 28/02/2018, 02:56 por Uchiha Datsue.)
«¡Un, dos, tres! ¡Un, dos, tres! ¡Un, dos, tres!», se repetía Datsue una y otra vez, como si de pronto estuviese de vuelta en la Academia y aquello no fuese más que una carrera de resistencia. Llegar tarde en aquella, sin embargo, podría tener consecuencias mucho peores que una mala mirada del sensei.
Toeru le había confesado que sus hombres solían crecerse cuando veían buenas oportunidades. Vamos, que se les iba la mano. Esperaba que Akame pudiese manejar la situación perfectamente de llegar a tal extremo, pero uno nunca sabía.
En el mundo ninja, solo hacía faltas un día de mala suerte, un simple momento, para palmarla. Por eso, aumentó todavía más la velocidad a la que corría, deteniéndose tan solo en los cruces para asegurarse que iba en la dirección correcta.
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A Akame le bastó una simple zancada con amplitud para que su pierna le atinara senda patada al infractor que terminó por soltarle un puñado de dientes que volaron en todas direcciones. El mulato torció la barbilla hacia arriba y tuvo la obligación de balancearse hacia atrás, cayendo despavorido por sobre las calles asfaltadas. Y como no le fue necesario a Akame propinarle una segunda, tampoco lo fue lo de quitarle el arma al esbirro de Toeru; pues en el proceso, el mulato había arrancado el cuchillo con la inercia de aquel envite, rajando aún más el estómago de Shinjaka.
Al caer, el cuchillo se le había zafado de las manos, por la sangre. Y Akame pudo ver su error; que aquel puñal era dentado y que, al haber sido removido tan efusivamente del interior de la herida, había causado en ella mucho más daño.
Shinjaka se retorcía de dolor y de a poco su vista se fue nublando.
¡Auxi... au.... xi —finalmente, perdió la conciencia.
Sin embargo, el esbirro —que aún yacía atolondrado— buscaba reponerse. Pero Akame actuó con prontitud y antes de que dejara de ver pájaros planeando alrededor de su cabeza, éste lo obligó a entrar a la cabaña, donde dio un par de tumbos y se tropezó con una de las bibliotecas. Luego, una serie de reprimendas en forma de yunques que lograron reprimirlo lo suficiente como para que no tuviera que preocuparse por él, entre tanto le encomendaba a Meiharu una tarea poco digna de con contextura.
Ella salió al exterior invadida por el terror de la situación y con lágrimas en los ojos. Se hincó de rodillas frente a su buen amigo, malherido, y empezó a mover las manos, temblorosas, sin ningún propósito aparente. Los músculos no le respondían y era incapaz armarse del valor suficiente como para siquiera intentar levantar el peso muerto de Shinjaka, y mucho menos llevarlo hasta el interior.
Por su cabeza pasó el rostro de Datsue, y de pronto se vio en la más desgarradora desesperación.
Por suerte...
. . .
Tras un último cruce, Datsue tuvo que detenerse a recobrar el aliento. Y en cuanto subió la mirada, vio allá a la lejanía el resultado de sus errores. Los inconfundibles mechones de la dama violeta despotricados encima de un cuerpo inamovible, tirado en el suelo.
Tras doblar la última esquina y recobrar el aliento, la vio. Tan clara y nítida como la luna llena en un cielo sin nubes. Era Meiharu, y agachada sobre un cuerpo. Un cuerpo inerte.
«Akame…»
El corazón le dio un vuelco, mientras se precipitaba a su encuentro. Entonces, no pudo evitar suspirar de alivio cuando reconoció el cuerpo: era Shinjaka. Miró a ambos lados, para asegurarse de que no había nadie más acechando, y se deshizo en un ¡bluff!
Había recobrado su apariencia habitual.
—¿Qué coño ha pasado? —preguntó, agachándose también junto a Shinjaka y tratando de taponar la herida con sus propias manos—. ¿Dónde está Akame? ¡Meiharu! —exclamó, tratando de que reaccionase.
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El Uchiha terminó de propinar la improvisada paliza al sicario y lo dejó allí, tirado sobre el suelo, mientras escuchaba una voz familiar fuera. «¿Datsue-kun?» Con gestos rápidos sacó una bobina de hilo ninja de su portaobjetos, juntó los tobillos y las muñecas del navajero y empezó a darle vueltas alrededor de los mismos. Luego cortó el sedal con el kunai que guardaba en su manga derecha y apretó bien el nudo para asegurarse de que aquel maleante no podría moverse del sitio.
Entonces se dio media vuelta y salió a la calle de nuevo. Allí vio el cuerpo inerte de Shinjaka sobre un notable charco de sangre, a Meiharu inclinada sobre él y a Datsue con gesto confundido que se acercaba a ellos preguntando por su Hermano. Akame abordó al escena con rapidez.
—No hay tiempo, Datsue-kun. Tenemos que llevarlo dentro —pidió, tomando al aprendiz de herrero por debajo de los hombros—. A la de tres. Una, dos... ¡Tres!
Esperaba que, con la ayuda de Datsue, pudieran llevar al muchacho adentro.
—Meiharu-san, quita los documentos de la mesa —una vez ella hubiera cumplido, el Uchiha tendría intenciones de poner a Shinjaka sobre la misma. «Joder, tiene el pecho casi abierto en canal, me cago en...» Con manos rápidas se quitó la chaqueta y la puso sobre la abertura sangrante, presionando con ambas manos—. Datsue-kun... ¿Tienes idea de medicina?