Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Meiharu yacía perdida en sus propios lamentos. No reaccionó a las reprimendas de Datsue hasta que sus manos se poblaron sobre las suyas, en un esfuerzo conjunto de detener el sangrado de la herida. Torció dubitativa y con las lágrimas recorriéndole el rostro como cascada, sin poder gesticular palabra alguna.
Y en cuanto llegó Akame, después de haber hecho los deberes con el atacante, terminó por convertirse en un estorbo. Se movió del lado de Shinjaka y esperó a que los uzujin le ingresaran a la cabaña.
Una vez dentro, cerró tras suyo y tumbó todos los papeles de la mesa. Para mirar exhorta, después, las tribulaciones de los hermanos del desierto para con el problema que les acaecía delante.
Un aprendiz con una severa puñalada en el frontal. Que es lo que iban a hacer?
1/03/2018, 18:21 (Última modificación: 1/03/2018, 18:22 por Uchiha Datsue.)
—Datsue-kun... ¿Tienes idea de medicina?
En otras circunstancias, en otro lugar, el Uchiha fanfarronearía con que él era quien abría las heridas, no quien las cerraba. Allí, embadurnado por la sangre de Shinjaka, quién parecía estar más cerca de la muerte que de la vida, tan solo llegó a farfullar:
—¡J-joder, ¿y yo que voy a saber?! —Sabía lo básico, claro. Presionar la herida. Vendarla… Ahora, ¿se suponía que tenían que coserla? Porque iban apañados de ser el caso. Desvió la mirada hacia Meiharu, su última esperanza—. ¿No conoces a ningún médico cercano? ¡Alguien debe de haber! —exclamó impaciente.
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—Por las tetas de Amaterasu —maldijo Akame por lo bajo ante la negativa de su compadre. Él sabía lo justo de medicina como para darse cuenta de que la herida era feísima, y que si no encontraban ayuda pronto aquel tipo probablemente la palmaría.
No es que el hecho de que el arrogante Shinjaka fuese a estirar la pata por la vía rápida atormentara a Akame; más bien le importaba poco lo que le sucediese a aquel tipejo tan turbio, de mirada astuta como la de un zorro. Pero claro, estaba el asunto de la misión. Sin Shinjaka para hacerles de guía por Tanzaku, los dos genin estarían más perdidos que un pulpo en un garaje. «Además, parece que a Meiharu-san le está afectando bastante. Dudo que pueda seguir si este tío se muere», reflexionó el uzujin.
Justamente a la dama de larga melena fue a quien Datsue acudió con una pregunta de lo más certera y prioritaria. Si ambos conocían bien la capital y estaban acostumbrados a moverse por allí, debían sin duda estar familiarizados también con los servicios básicos; juego, bares, droga, armas... Y un médico para cuando las cosas se torcían.
O, al menos, eso pensaba él. Y realmente deseó que así fuera. Impotente, no pudo sino dirigir su mirada a la muchacha, a la expectativa de que les indicase dónde podían encontrar un matasanos.
—Debe ser alguien de confianza, que esté dispuesto a venir y a mantener la boca cerrada. De lo contrario, toda la ciudad sabrá lo que ha ocurrido aquí antes del amanecer, y lo poco que quede de nuestra tapadera habrá saltado por los aires.
1/03/2018, 19:00 (Última modificación: 1/03/2018, 19:05 por Umikiba Kaido.)
Lo que no entendían Akame y Datsue, sin embargo, es que lo que menos necesitaba aquella frágil dama era que la apabullaran con interrogantes. Los nervios tan solo le harían más mella y seria cuestión de tiempo para que colapsase emocionalmente. Ella no era un ninja. Bien haber recibido la marca no le eximía de sucumbir a ese tipo de situaciones para la que ellos —y a duras penas— estaban entrenados.
Respiró profundamente y observó a dolorida a Shinjaka. Y por alguna razón, una frágil calma le invadió, el tiempo suficiente como para poder maquinar acerca de las tribulaciones de los hermanos.
Y es que médicos podía haber muchos en la capital, pero: en cuál de ellos podían confiarle tan sospechosa tarea de arriesgar su pellejo como para salvarle?
Solo alguien podía hacerlo. Y no era un médico, precisamente.
—yo.. yo trastabillo, solloza—. conozco a alguien. Pero dejadme ir yo a buscarle, puedo moverme con facilidad sin que sospechen de mi. Volveré pronto, y por favor... no dejéis que muera.
Le dio un beso al aprendiz en su mejilla, colorada por manchones de sangre, y salió de la cabaña para perderse en las calles de Tanzaku.
Akame y Datsue quedaron en soledad junto al aprendiz de Soroku, que respiraba aun aunque inconsciente. La herida continuaba filtrando sangre, así que algo tendrían que hacer para sopesar el tiempo. Y tambien, tenían mucho de qué hablar.
«¿Ir tú a buscarle? ¿Moverte sin ser detectada? Como si no lo hubieran hecho ya, probablemente... ¡Maldita ramera, si de seguro eres tú la causante de esto!»
Akame decidió guardarse aquellos pensamientos para sí, ya que no aportarían nada a la situación; más bien la complicarían. Con un sencillo asentimiento se limitó a dar su visto bueno para que Meiharu saliera en busca de ayuda mientras ellos dos se quedaban allí, con Shinjaka medio muerto y con el sicario atado de pies y manos, inconsciente.
—Esperemos que no nos traiga a un maldito batallón detrás suya —masculló el Uchiha.
Así pues, el uzujin se movió por la precaria choza, ágil, buscando algo que pudieran usar para limpiar y vendar la herida provisionalmente. Lo acabó encontrando tras no mucho hurgar entre los diversos chismes que había allí —que tampoco eran muchos—; un par de trozos de tela más o menos limpios, un balde que llenó de agua del grifo y un cojín con el que alzar ligeramente la cabeza del moribundo.
Mientras Akame preparaba todo para limpiar la herida, le trasladó sus averiguaciones a su Hermano. Contó todo; cómo Shinjaka le había llevado a la vivienda de uno de los guardias más recientes de Shinzo, lo que allí había encontrado y, finalmente, las direcciones apuntadas en el documento. Le puso en detalles sobre cómo dos de ellas parecían estar vigiladas, y le habló también, en concreto, del tipejo de la cicatriz en el cuello y el poderoso chakra que custodiaba una de ellas.
—Así que nuestro querido amigo Shinzo-san se ha procurado la protección de un ninja. Y no uno débil, precisamente. Esto va a estar mucho más jodido de lo que pensamos... Aunque supongo que entre los dos podríamos meterle las katanas por el culo sin mucha dificultad —acabó agregando, con un deje de orgullo, pero lo cierto era que no estaba tan seguro.
—Además, tengo a ese —apuntó, señalando al sicario que todavía yacía inconsciente—. Es el que apuñaló aquí a tu colega. Cuando despierte podríamos hacerle algunas preguntitas.
1/03/2018, 19:17 (Última modificación: 2/03/2018, 21:59 por Uchiha Datsue.)
—Meh, no creo que sepa mucho. Solo es un secuaz de Toeru —respondió, ante la propuesta de Akame de interrogar al agresor. Le había ayudado hasta entonces con las improvisadas vendas, escuchando con atención lo que su Hermano había averiguado—. Ese hombre que viste, el de la cicatriz en el cuello… Esa es nuestra casa —aseguró, convencidísimo—. Es la descripción que me dieron del Centinela. El encargado de proteger a Shinzo. Pero, escucha, hay algo que debes saber…
Fue entonces el turno de Datsue para ponerle al tanto de lo que él había averiguado. La partida en el Molino Rojo, el complot que el ayudante a alcalde le había cantado: el Centinela quería hacerse con todas las tiendas de armas de la ciudad, y pretendía, según algunos rumores, dar un golpe a Los Herreros. Le contó que Shinzo solo era un peón, un simple hombre ricachón manipulado por el guerrero. Y finalmente, le contó que…
—…lo dejé paralizado en el último piso. No me quedó más remedio. Sabe que he venido a por Shinzo, y no sé si ahora mismo estará libre. —Le dijo entonces que lo había transformado en su antiguo disfraz con el Henge no Fuuinjutsu, y que le había pedido a Toeru que se ocupase de él. Quizá, se había ocupado de manera irreversible antes de recuperar su verdadera apariencia. Quizá, aun salvándose, Etsu hubiese preferido mantenerse callado. Quizá, quizá, quizá… Había muchos quizás, y pocas certezas—. Hagamos lo que hagamos, debemos hacerlo rápido.
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El Uchiha arqueó una ceja ante la respuesta de su compadre. «¿Toeru? ¿Quién demonios es Toeru?» Por suerte, Datsue respondería a esa pregunta sin necesidad de que él la formulase; a esa y a unas cuantas más. Akame atendió con total atención al relato de su compañero que, pese a lo que todos se habían temido, no había salido mal de su encuentro con la mesa de juego y sus ilustres pobladores. Al contrario, parecía haber recaudado buena información sobre lo que en realidad se estaba cociendo en Tanzaku.
Porque, como siempre, las cosas no eran lo que aparentaban. Datsue no tardó en confirmar que aquel tipo de las katanas era, en verdad, El Centinela. Y que su verdadero objetivo no era simplemente lucrarse con el negocio de las armas en Tanzaku Gai, sino que pretendía expandirse mucho más allá de la capital de Hi no Kuni. Akame no pudo evitar que se le descolgara la mandíbula ante semejante revelación.
—Joder, qué cabrón —masculló—. ¿Pero cómo demonios...? Pero... ¡Ese tipo está loco! ¿Cómo piensa que una jugada así le saldrá bien?
Las palabras se le atragantaron cuando su Hermano terminó el relato. Sin comerlo ni beberlo, se había visto arrastrado al centro de un huracán que parecía estar a punto de sacudir los cimientos del Sur de Oonindo... Si es que ellos dos no lo impedían. «Los malditos justicieros, no te jode» se quejó Akame en su fuero interno.
—Por las tetas de Amaterasu, Datsue-kun... —farfulló mientras limpiaba la herida en el pecho de Shinjaka y luego rasgaba algunas telas para usarlas de improvisadas vendas—. ¿Y qué demonios se supone que vamos a hacer? ¿Entrar allí y matarlos a todos? ¿Y luego qué?
Pidió a su compadre que levantara ligeramente el torso de Shinjaka para poder pasar la tela por debajo. Así, Akame comenzó a vendar, apretando bien.
—Por cierto... ¿Cómo demonios supo ese sicario que estábamos aquí? —quiso saber el uzujin, aunque luego agregó—. Siguió a la ramera, ¿no?
—Exacto —respondió Datsue, que se había olvidado de mencionar aquel pequeño detalle. Efectivamente, Toeru le había confirmado que, al sospechar de él, había mandado a su secuaz seguir a la Dama Violeta—. Toeru la mandó seguir al sospechar de mí.
Entonces, calló. La jugada que planeaba hacer el Centinela era de locos, tal y como había asegurado su Hermano. Una locura tan solo comparable a la de ellos dos atravesando la decena de hombres que custodiaban la casa de su objetivo a base de puñetazos y patadas, tan solo para luego enfrentarse al Centinela. En una ciudad que no conocían, y sin refuerzos. Era una temeridad, como poco.
Akame le había preguntado qué hacer, y en su momento no supo qué responder. Ahora…
—Si pudiésemos hacer salir al Centinela primero… y derrotarlo, seguro que el resto se irían. O incluso podríamos hacernos pasar por él. No sé, tío, pero la clave para saldar la deuda es quitar de en medio a ese hombre —se rascó la nuca—. Podríamos hacernos pasar por Toeru y Etsu, y acercarnos hasta allí como si quisiésemos tratar el precio y términos de ese negocio. O… No sé —chasqueó la lengua, irritado. No se le ocurría ningún plan que no dejase demasiado a la improvisación y el riesgo.
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3/03/2018, 01:39 (Última modificación: 3/03/2018, 01:40 por Uchiha Akame.)
Akame se apoyó con ambas manos sobre el pecho de Shinjaka para terminar de apretar los vendajes mientras su compadre terminaba de exponer la situación. Tal y como Datsue decía, la misión acababa de dar un giro de ciento ochenta grados; ahora el objetivo no era convencer —o extorsionar, o amenazar— a Kojuro Shinzo para que pagara a los Señores del Hierro, sino darle boleta a un ninja renegado de demostrable poder y presumible habilidad con la espada. «Menudo maldito cambio».
Cuando Datsue sugirió hacerse pasar por los acaudalados funcionarios y hombres de negocio que había conocido en la partida de cartas, Akame negó con la cabeza. «No tenemos suficiente información para mantener esa tapadera más de cinco minutos. Nos descubriría al momento, eso si no tiene informantes por la ciudad que le hayan avisado ya de que algo está ocurriendo esta noche. Además, la cuestión no es entrar, sino...»
—Salir —dijo el Uchiha de repente—. Tenemos que hacer que salga. Atraerlo a algún sitio donde no esté rodeado de soldados armados —entonces alzó la vista hacia su compañero—. La cicatriz. Dijiste que tenía una cicatriz, ¿no? El Centinela. Uno no se hace una herida así todos los días. Pero entonces...
El Uchiha terminó de anudar las improvisadas vendas y retrocedió unos cuantos pasos, como si el estar cerca de aquel muchacho moribundo le impidiese pensar con claridad.
—Los Herreros. Quiere dar un golpe allí. ¿Por qué? —hablaba rápido y en voz alta—. Quizá el también tiene una cuenta pendiente, como tú. Algo que saldar. ¿Quizás es un paria, alguien que ha sido repudiado? —entonces chasqueó los dedos y volvió a interpelar a Datsue—. Si estoy en lo cierto, entonces tenemos un cebo, podemos darle lo que quiere. El maestro de Shinjaka, ¿cómo dijiste que se llamaba?
Lejos de convencerle su propuesta, Akame le encontró un problema fundamental a semejante plan: la salida. Y es que la idea del menor de los Uchihas funcionaba para entrar, pero no para escapar.
Datsue torció el gesto, llevándose una mano al mentón, pensativo. No obstante, fue su propio Hermano quién propondría otro plan, más audaz y astuto de lo que jamás se hubiese imaginado. Un plan arriesgado e inestable, sí, pues estaba construido sobre los cimientos de la suposición, y no en hechos. Pero, ¿acaso había un plan que les asegurase mejores resultados?
No, no lo había.
—Soroku. Su nombre es Soroku —respondió, al fin—. Así que crees, si todas esas especulaciones son ciertas, que conocerá a Soroku y probablemente tenga alguna cuenta que ajustar con él, ¿eh? Y si lo ve por la calle… ¿cómo resistir la tentación de adelantar su venganza? Sí —asintió—, veo por dónde vas. Un plan audaz e intrépido, ¡como a mí me gusta! —En realidad, a él le gustaban los planes sosos, de esos en los que no había cabos sueltos ni peligros de estirar la pata—. Tendría que ser yo quien hiciese de cebo. Podría usar a un clon para no correr riesgos —añadió—. Si consigo que salga de la casa, lo atraigo a algún callejón oscuro en el que le aguardemos y… —se pasó la punta del pulgar por el cuello—, le abrimos esa vieja herida que tiene.
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Inmediatamente después de la última tribulación del intrépido, la puerta de la cabaña se abrió con lentitud. Dos figuras entorpecidas por oscuros harapos se adentraron a la misma, y al descubrirse, revelaron sus rostros al retirarse las capuchas. Una de ellas era la dama violeta, y la otra ...
—Ella es Tsurara.
Tsurara era una mujer que tendría unos treinta y cinco. Lucía mundana, desaliñada y por los vestigios de su rostro, era evidente que su vida no había sido la más sencilla de todas. Llevaba consigo una gran caja rectangular que, tras una reverencia, dejó por sobre una mesa y la abrió, mientras observaba a la distancia el estado de su paciente.
—No tenemos mucho tiempo. Necesito un cuenco con agua limpia, rápido —se cubrió las manos con dos guantes de latex blancos y se llevó los utensilios hasta los linderos de Shinjaka. Luego, pidió ayuda a los ninja para que movieran al hombre hacia el costado, con lo que la herida quedaría apuntando hacia arriba. Cogió unas tijeras, cortó las vendas improvisadas que por suerte habían ayudado a detener el sangrado y miró a los presentes en una larga y tendida pausa durante la cual se permitiría analizar el estado de la herida, su profundidad, y si existía la casualidad de que hubiese tocado algún órgano importante. Cabeceó durante la inspección y se debatió entre sus limitados conocimientos para tomar una decisión—. Sujétenlo, y tápenle la boca.
Alguno de los uzujin tendría que luchar entonces con la bestia enardecida que rugió de pronto con el dolor. La conciencia que yacía perdida en los lúgubres espacios de su indisposición cayó repentinamente en él, de nuevo, cuando Tsurara empezase a desintoxicar la herida con torrentes tendidos de alcohol. Inundó el tajo del cuchillo con él y apretaba la carne a los costados para que el líquido calase hasta lo más profundo, y que no hubiese posibilidad de infección. Shinjaka se movía con la fuerza de diez hombres y mordía el bozal que le hubieran puesto con si quisiese romperse los dientes.
Luego, una serie de ungüentos anti coagulantes, que ayudarían a aliviar el dolor. Palpó de nuevo, aquí y allá, y asintió, con calma.
Parece que no rasgó nada importante, pero las paredes intercostales están muy maltrechas. Voy a cerrar, y esperemos que su organismo pueda sanar por sí sólo.
Posteriomente, ante la escrutinio de los otros tres, cogió una aguja quirúrgica e hilo cicatrizante. Después comenzó a zigzagear a lo largo del tajo, logrando poner una línea de ocho puntos bien sujetos. Volvió a limpiar la herida y la cubrió con gasas, y cinta de operatorio.
Ahora, a esperar.... ¿en qué estáis metidos, eh, críos?
—Akame, para servirla —respondió el Uchiha cuando Meiharu les presentó a su improvisada médico.
Los minutos que siguieron a la entrada en escena de aquella singular personaje fueron de gran tensión, y aunque Tsurara no se inmutó ni una sola vez —haciendo gala de gran destreza y control de la situación—, Akame no pudo evitar pensar al menos en un par de ocasiones que aquel desgraciado aprendiz de herrero iba a quedarse en el sitio. Aun así, obedeció diligentemente cada orden de Tsurara, consciente de que ella era la única persona en la sala que podía prevenirles de quedarse con un aliado menos aquella noche.
Cuando la mujer terminó de coser a Shinjaka, Akame respiró con evidente alivio. Parecía que todo había acabado bien. Luego llegó la inevitable pregunta, y aunque Meiharu se adelantó a los muchachos, el Uchiha agregó con simpleza.
—Es mejor que no lo sepa, Tsurara-san —inclinó la cabeza en señal de gratitud—. Gracias por su ayuda.
Acabada la intervención de urgencia, el genin de Uzushio dedicó una mirada apremiante a su Hermano. Luego desvió la vista hacia las dos mujeres que guardaban el cuerpo inmóvil de Shinjaka.
—Ahora debemos irnos... Acabamos de saber que el paquete que buscábamos está aquí. Tenemos que recogerlo antes de que el cartero se lo lleve, pensando que ha quedado abandonado.
Datsue, tras presentarse junto a su Hermano ante la curandera, ayudó en todo lo que Tsurara le ordenó. Era una situación complicada, llena de forcejeos, chillidos de dolor y sangre. Mucha sangre. Ver tanta saliendo de aquel cuerpo por una simple puñalada le hacía a uno replantearse la vida. ¿Y si el próximo era él? En una profesión como la suya, la pregunta no era sí lo sería, sino cuándo.
A diferencia de su Hermano, plagado de cicatrices de guerra, Datsue estaba más o menos impoluto. Su peor marca, paradójicamente, se la había hecho su propio Hermano: una quemadura en el antebrazo derecho provocada por un sello explosivo. Por suerte, aquella era su única mancha en el historial. Una suerte que, sabía muy bien, tarde o temprano se le acabaría.
Por eso estaba allí. Para poder cerrar un buen trato con el Hierro y poder permitirse vivir de rentas sin arriesgarse en estúpidas y peligrosas misiones. De esas que tanto le gustaban a Akame.
—Ahora debemos irnos... Acabamos de saber que el paquete que buscábamos está aquí. Tenemos que recogerlo antes de que el cartero se lo lleve, pensando que ha quedado abandonado.
Datsue miró a su Hermano con una ceja alzada. ¿Había aprendido de él a contar aquellas medias verdades plagadas de metáforas? Su parte más egocéntrica le decía que sí, y alzó el mentón, orgulloso, como el padre de bien cuando ve a su hijo hurtar por primera vez sin ser cazado.
—Pase lo que pase, mantenle con vida, Meiharu —apoyó una mano en el hombro de la chica, y le dio un apretón cariñoso—. Volveremos a por ti —le aseguró, galante.
Pero si alguien pensaba que volvía a priorizar sus ganas de ligar sobre el encargo, es que se había quedado en la superficie del Uchiha. Sí, Datsue tenía su particular debilidad por el género opuesto, pero por encima incluso de sus amoríos, estaba el dinero. Siempre lo había estado, y ahora que la fragancia del inconfundible olor a billete nuevo llegaba a su olfato, gracias a la posibilidad de poner en bandeja al hombre que amenazaba con derrocar al Hierro, sus cinco sentidos estaban en alcanzar aquella meta.
Por eso, su mano en el hombro de ella no había sido un gesto para reconfortarla. Ni para hacerla sentir mejor. Sino para, simple y llanamente, colocarle un Sello de Rastreo. Por si surgía algo imprevisto y no podían localizarla una vez recogido el paquete.
—Vámonos —dijo a Akame, estirando el cuello a izquierda y derecha. Había una marca que saldar.
¤ Tsuiseki Fūin ¤ Sello de Rastreo - Tipo: Apoyo - Rango: B - Requisitos: Fūinjutsu 40 - Gastos: 30 CK (sello de rastreo), 15 CK (sello-brújula; impide regeneración de chakra) - Daños: - - Efectos adicionales:
Un sello de rastreo es reconocido por la brújula sólo si se encuentran en la misma cuadrícula del mapa
(Fūinjutsu 50) Un sello de rastreo es reconocido por la brújula sólo si se encuentra en la misma cuadrícula del mapa o en una adyacente
(Fūinjutsu 60) Un sello de rastreo es reconocido por la brújula sólo si se encuentra en la misma cuadrícula del mapa o en dos adyacentes
(Fūinjutsu 70) Un sello de rastreo es reconocido por la brújula sólo si se encuentra en la misma cuadrícula del mapa o en tres adyacentes
- Sellos: - - Velocidad: Instantánea - Alcance y dimensiones: Cuerpo a cuerpo
Al tocar con la palma de la mano a una persona, animal u objeto, Datsue es capaz de implantar en él un sello especial, llamado sello de rastreo, que permanecerá activo durante (Poder/10) estaciones. Este sello permanecerá invisible ante su víctima, a no ser que la brújula esté buscando su posición, momento en el que cobrará color sobre la superficie en la que se implantó, tomando la forma del Kanji del Norte (北), de unos cuatro centímetros de ancho.
Y es que este sello no tiene ningún tipo de utilidad sin el segundo tipo de sello: el sello-brújula. Datsue es capaz de implantar un sello en su propio cuerpo, en el de otro o en un objeto, con forma de brújula, cuya aguja apuntará siempre hacia un sello de rastreo. El Uchiha tiene que decidir hacia qué sello de rastreo apuntará en el momento de implantar la brújula, pudiendo elegir entre los (Inteligencia/15) últimos sellos de rastreo implantados. Sin embargo, este sello requiere de emisión constante de chakra y de una gran concentración, imposibilitándole realizar otras técnicas mientras tanto (cualquier golpe recibido rompería su concentración, deshaciendo el sello).
Se ha de remarcar que esta técnica no dispone de una clave para nada complicada. Los sellos podrán ser rotos por cualquier practicante de fūinjutsu con suficiente maestría (40, 50, 60 ó 70).
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Grupo 2: Datsue y Aiko, (Entretiempo, 220), Poder 100 e Inteligencia 80
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La fría mano de Datsue le sacó de su ensimismamiento y volteó a verle por sobre los hombros. Solloza, le otorgó una sonrisa silente y asintió, casi convencida de que si Datsue decía que iba a volver, era porque así iba a ser. Ya había demostrado sus capacidades habiendo abandonado el Molino rojo sin un rasguño, mientras ella se hubo arrastrado como una rata escurridiza y temerosa por la ciudad.
Se torció hacia Shinjaka, que respiraba pausadamente aunque ya no lucía tan pálido; y se despidió.
Cuando Akame y Datsue abandonaran la cabaña, se encontrarían con una engañosa tranquilidad. Algunas luces vecinas aún encendida con par de ojos cotilla que no dejaron sus ventanas. Pero, por alguna razón, nadie decía nada. Quizás era una zona acostumbrada a tumultos similares, o ...
El rumbo de la trama recae ahora medianamente en vosotros. ¿Qué harán ahora?
El mayor de los Uchiha abandonó el refugio clandestino con la mirada alta y sin preocuparse demasiado de lo que dejaban atrás. Al fin y al cabo, aquellas dos personas ya habían cumplido su papel en el gran esquema de las cosas que estaba por forjarse; poco le importaba lo que les sucediese a partir de ese punto. Así era la vida del shinobi.
Akame avanzó a paso tranquilo pero firme mientras guiaba a su compañero por las callejuelas de Tanzaku Gai hacia la ostentosa residencia donde su Kage Bunshin había visto al ninja de las katanas y la cicatriz en el cuello. Ellos dos ya tenían un plan —aunque estaba por ver si surtiría efecto—, pero todavía había que pulir algunos detalles. Así, el genin se volvió hacia su Hermano y le habló en susurros.
—¿Cómo lo hacemos para que ese tipo se entere de que "Soroku" está aquí? —preguntó, directo como una saeta—. Debería ser lo bastante claro como para que no pueda ignorar el mensaje, parecer tan vulnerable como para que se arriesgue a salir en su busca, y pasajero para que tenga que hacerlo ya. Sin tiempo para complicarnos las cosas.
«Más de lo que ya están», pensó el Uchiha. Incluso si conseguían hacer salir a la rata de su madriguera, todavía tendrían que enfrentarla. Y a juzgar por el chakra que su Kage Bunshin había visto fluyendo dentro de aquel espadachín, no era una roedor sino un tigre.