Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Akame aplaudió —metafóricamente— la sensatez de su compañero el Tiburón con un grave asentimiento. Algo siniestro se cernía sobre aquel lugar, que desde el primer momento no parecía haber dado buena espina a nadie, y desde luego no quería ser él el que lo descubriese. Una cosa eran los mitos y las historias, y otra bien distinta lo que allí estaba sucediendo.
Datsue, sin embargo, tenía otros planes. Akame se sorprendió de ver a su compañero —por naturaleza esquivo con el peligro— tan interesado en seguir tirando de la madeja, y no pudo evitar preguntarse si de verdad lo que quiera que fuese que le interesaba tanto a Datsue merecía la pena.
Sea como fuere, mientras sus dos compañeros discutían, el Uchiha se quedó mirando el abismo. El oscuro abismo, las copas de los árboles algunos metros de caída más abajo y el misterioso faro. Entonces lo entendió.
—¿Alguno de vosotros sabe gobernar un barco? —lanzó la pregunta al aire, sin apartar la vista del oscuro bosque que se extendía ante él, cubriendo gran parte de la isla—. Porque yo no. Y, si no recuerdo mal, fue nuestro timonel el que se presentó en la mansión para avisar al señor Soshuro... Lo que quiere decir que, muy probablemente, viajara con él en el carruaje.
Dejó que sus palabras calaran hondo. Si aquellas suposiciones eran ciertas, la única persona que podía sacarlos de allí estaba desaparecida —en el mejor de los casos— o muerta —en el peor—. Akame sintió un mareo muy intenso mientras el corazón se le aceleraba y su respiración se entrecortaba. «Tranquilo, tranquilo...». Tuvo que respirar hondo varias veces con los ojos cerrados para relajarse.
—Con misterio o sin misterio, tenemos que encontrar a ese tío.
Cuando actuaba desinhibido, reticente a medir sus acciones y a usar más la boca que la cabeza, le acusaban de inhumano, bestia y similares. Sin embargo, si trataba de hacer caso al instinto de supervivencia que se suponía predominaba en situaciones como aquella, entonces le comparaban con un kusareño sin cojones.
Aquello le había tocado el orgullo, y con el filo de una dolorosa navaja. Tuvo que apretar los dientes, y así también los brazos para no abalanzarse sobre el Uchiha y demostrarle que, efectivamente, se trataba del gran Kaido, el tiburón de Amegakure; quien yacía frente a él a punto de partirle los dientes. ¿Cómo se atrevía a dudar de tan absoluta verdad, por el simple hecho de sugerir la idea de tratar semejante embrollo con el cuidado que se merece?
Cuando el dedo de Datsue le tocó el pecho, el gyojin no hizo más que mirarle fijamente. Hasta que éste se volteó, apostando por Akame y sus sueños mojados detectivescos.
—Con misterio o sin misterio, tenemos que encontrar a ese tío.
Envalentonado —aunque en lo más profundo de su corazón, yacía hasta la mierda demiedo—; tomó la delantera, y fue él quien marcó entonces el paso en el inminente descenso que les llevaría hasta el camino de la encrucijada.
—Lo vamos a encontrar, claro que sí, y le voy a martillar el cráneo a hostias hasta que escupa todo lo que sabe acerca de esta puta isla, o en su defecto, la paliza le provoque amnesia permanente —espetó, tras un bufido rabioso y otra par de buenas injurias.
—¿Alguno de vosotros sabe gobernar un barco? —preguntó Akame, el Inconsciente.
¿Acaso no sabía con quién estaba hablando? ¡Él era Uchiha Datsue el Intrépido, pues claro que sabía...!
—No tengo ni la más remota idea —respondió el Uchiha, en su lugar. La creencia de que necesitarían encontrar al timonel le convenía. Además, quizá fuese una creencia certera. Datsue siempre había tenido un particular deseo por hacerse con un velero, pero poco más sabía que la teoría para manejar uno. Había hecho una misión, tiempo atrás, con el capitán Tongo, poseedor de un barco llamado La Pequeña Blanca. Le había dejado el timón durante un rato, e incluso le había enseñado un par de trucos para izar las velas o recogerlas con eficiencia. Sin embargo, lo más complicado era poner en marcha el barco, y tenía sus dudas de si podría lograrlo con el que habían llegado.
Kaido, por su parte, tras la bofetada al orgullo recibida por el Uchiha, empezó a comportarse como se esperaba de un verdadero Ameriense. «¡Eso es, joder! ¡Demuéstrales quién manda!»
—Vamos —apremió a Akame, cuando Kaido tomó la delantera y encabezó la marcha. Dejó que Akame se le adelantase también y se colocó tácitamente detrás de ellos, como si quisiese usarlos de escudo ante cualquier eventualidad—. Yo os cubro las espaldas, chicos. No temáis…
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Parecía que al final sus otros dos compañeros se iban a poner de acuerdo en una cosa; fuese por el motivo que fuese —supervivencia o cojones—, iban a llegar al fondo del asunto. O, al menos, un poco más al fondo de donde estaban en ese momento. Que más bien era nada al fondo.
Sea como fuere, Kaido terminó encabezando la marcha por el sendero colina abajo, seguido de Akame y por último Datsue. El Uchiha estaba tan habituado a la conducta de su colega de Aldea que nisiquiera le dio importancia. Sabía que Datsue era un cobarde patológico, pero que llegado el momento podría contar con él. «O eso espero...»
Al terminar el descenso, los muchachos se vieron en la mencionada encrucijada. Hacia el Sur, ante ellos, el sendero proseguía hasta llegar al pueblo —que, desde la lejanía, se veía igual de desierto y tenebroso que antes—. A su izquierda, al Este, el camino se introducía en el oscuro y espeso bosque para conducirles hasta aquel edificio tan raro con forma de faro.
—Bueno, pues aquí estamos. ¿Pueblo o faro? —disparó Akame, simple y directo.
Finalmente, después de una corta caminata a través de la pendiente; los tres genin dieron con la susodicha encrucijada. Un camino estrecho y oscuro hacia el este llevaba al espeso bosque, nublado por la densa noche y sus pocos vestigios de luz de luna. Una gran cantidad de árboles y matorrales cubría la zona, haciendo de aquel trayecto un paso difícil y peligroso.
El escualo giró entonces hacia la otra dirección, el sur. Cogiendo esa ruta, se llegaba hasta los linderos del tétrico pueblo abandonado, que, aún estando a esa distancia, seguía aún sin dar señales de que hubiese vida entre sus calles. No obstante, el plano era amplio y espacioso, con clara visualización del entorno. Un buen shinobi, fuera quien fuera, sabría que esa era la mejor opción. La cuestión estaba en: ¿era Kaido un buen shinobi?
—Faro. Si es que hubo algún sobreviviente del carruaje, han de estar sumergidos en el bosque. Y sino, sabemos que hay alguien viviendo en esa torre.
11/07/2017, 17:09 (Última modificación: 11/07/2017, 17:10 por Uchiha Datsue.)
El Uchiha se tomó unos segundos para meditar la respuesta a la pregunta de Akame. Su objetivo, sin duda alguna, era encontrar al señor Soshuro, y todo parecía indicar que o bien estaba muerto, en el fondo del despeñadero, o bien estaba en el faro. Kaido, envalentonado como un gallo al que se le había herido en orgullo, votó por atravesar el oscuro bosque y resolver el misterio de inmediato.
Quizá era lo mejor, y sin embargo…
—Pues no sé qué deciros, chicos… Creo que sería más prudente hacer una visita relámpago al pueblo primero —dijo, votando por la opción contraria—. Preguntar a algún vecino de qué demonios va todo esto… Enterarnos para qué narices está el faro ahí y con qué propósito…
»El faro no se moverá de ahí, y mientras tanto nosotros puede que encontremos alguna información valiosa que nos tranquilice, o… —«… nos haga salir cagando leches de aquí»
No terminó la frase, pero aquel silencio transmitía mucho más que cualquier cosa que hubiese podido decir.
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Akame turnó miradas analíticas entre sus dos compañeros ninja. A priori, como buen shinobi de Uzu, debería haber tenido en cuenta con mayor peso la opinión de Datsue; Kaido, además, era un tipo de los que tenían ideas locas que muchas veces no pasaban por filtro alguno. Sin embargo, podía contarse con que fuese más sincero que Datsue; más directo. Uno proponía pasar por el pueblo, interrogar a los lugareños, tratar de averiguar algo acerca de lo que estaba sucediendo en Isla Monotonía. Si es que estaba sucediendo algo. El otro, en cambio, quería ir directamente al faro.
«¿Pueblo o faro?», se preguntó Akame, sopesando ambas teorías. «No sé cuál da menos miedo de los dos... Veamos. En el pueblo es probable que encontremos gente, aunque no sé cómo de "comunicativos" serán con tres ninjas extranjeros que vienen a tocarles a la puerta en mitad de la noche. Y tampoco tiene pinta de que en esta isla haya mucha vida social pasada cierta hora.
Por otra parte, Kaido-san tiene razón. Parece más probable que, si alguien ha sobrevivido al despeñamiento del carruaje, haya buscado refugio en el faro. Además, ¿las huellas no provenían del pueblo? Está claro que quien quiera que haya tenido que ver con esto, se ha refugiado allí...»
No tardó mucho en posicionarse tras llevar a cabo aquel razonamiento. El pueblo parecía, a todas luces, un lugar al que aproximarse con total cautela. En el faro, sin embargo, quizás encontrasen al timonel y pudieran abandonar la isla —si los dioses les eran favorables—.
—Yo coincido con Kaido-san —enunció finalmente Akame—. Creo que nuestra máxima prioridad debe ser encontrar al timonel, sin él no podremos salir de esta isla.
Interrogó con la mirada a su compañero Datsue, esperando una réplica.
11/07/2017, 17:57 (Última modificación: 11/07/2017, 17:58 por Uchiha Datsue.)
El Uchiha suspiró, decepcionado. Parecía que en aquello no iba a lograr imponerse… al menos no sin montar otro pequeño espectáculo, cosa que, dada la situación en la que se encontraban, no creía para nada conveniente.
—Democracia ninja… Puta basura —farfulló, escupiendo a un lado—. Recordad que eso fue lo que llevó a Kusagakure a su casi extinción… —indicó, recordando como en la Academia les habían enseñado los peligros de no tener una cadena de mando clara precisamente utilizando el ejemplo de los brócolis.
»Está bien —aceptó, de mala gana, haciendo un ademán con la mano para apremiarles a ponerse en marcha. La idea de dividirse no se le pasaba ni por la cabeza—. Pero id vosotros delante. Yo os cubro las espaldas…
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El Hōzuki observó de reojo la dubitativa de sus dos compañeros tras haber arrojado él su recomendación. Datsue no dio su brazo a torcer, creyendo que quizás la opción del pueblo era más viable; y Akame dejó que el raciocinio del escualo calara al punto de creer también que dirigirse al faro era una mejor opción.
Para cuando los dos Uchiha se pusieran de acuerdo, ya el gyojin habría dado los primeros pasos; sumergiéndose en el profundo abismo negro que se escondía tras el bosque.
—¿Alguno sabe hacer fuego? —indagó, antes de que la oscuridad les abrazara por completo.
—Datsue el Historiador —replicó Akame, jocoso, bromeando con aquella costumbre tan propia de su compañero de ponerse apelativos, todos inventados, para fanfarronear.
Apenas se adentraron en el bosque, la oscura sombra de las copas de los árboles les envolvió casi por completo. La luz de la Luna apenas se filtraba entre la foresta, y Kaido preguntó —con buen criterio— si alguno era capaz de iluminar un poco el ambiente. Akame sonrió con suficiencia y dejó que sus acciones respondiesen por él. Chasqueó los dedos de la mano diestra y una esfera rojiza surgió de entre ellos, como una canica de fuego. Era pequeña, pero lo bastante luminosa como para permitirles ver a unos cinco metros alrededor. También desprendía un poco de calor.
—Al faro, entonces.
El Uchiha siguió el sendero junto con sus compañeros. Iba prestando especial atención al punto en el que se suponía que estaría el carruaje despeñado, junto al camino...
—¡Allí! —exclamó el gennin.
Al acercarse, los chicos verían un amasijo de tablones y escombros de madera, cristales rotos y correas deshilachadas. No cabía duda de que era el mismo carromato que, horas antes, el señor Soshuro había tomado en el embarcadero de la isla para ir a su mansión.
«Menuda caída... Ha quedado para el arrastre». Akame se acercó con paso cauto, buscando algún signo de que hubiese supervivientes. Junto al destrozado carromato había un par de cadáveres retorcidos en posiciones imposibles, seguramente producto del choque contra el suelo de tierra y hierba. El Uchiha se agachó junto a ellos —todavía no habían empezado a oler— y examinó las heridas.
—En efecto, parecen encajar con un despeñe —corroboró en voz alta, más para sí mismo que para sus compañeros—. Pero parece que no hay rastro del señor Soshuro, ni de nuestro timonel.
Dijo lo último con un deje de alivio en la voz. El hecho de que el cadáver de aquel marinero no yaciese junto a los otros, destrozado por la caída, era más de lo que había esperado.
De repente, los tres chicos pudieron oír un susurro. Era tenue, muy débil, y parecía provenir del faro. Si afinaban el oído podrían percibir que era más bien un salmo, recitado en voz baja pero que sorprendentemente era audible incluso desde allí, a cierta distancia todavía del curioso edificio. Era imposible distinguir las palabras.
Tras adentrarse en el bosque, no sin ante recibir un comentario jocoso de su compañero de Uzu, los tres ninjas se vieron rodeados por una creciente oscuridad. La escasa luz de la luna que se colaba entre las copas de los árboles teñían el aire de un tinte fantasmagórico, pero que apenas les ayudaba a distinguir nada a dos palmos de su cara.
Sin embargo, Akame tenía una solución al problema. Cual mago de feria, hizo surgir de entre el chasquido de sus dedos un diminuto sol, tan pequeño como una canica, pero que iluminaba tanto o más que un candil a rebosar de aceite. A Datsue no le alivió especialmente salir de la penumbra. Pese a que ahora veían dónde pisaban —cosa que agradecía—, se habían convertido en un blanco terriblemente fácil. Un blanco que hasta un ciego podría ver…
—¡Allí!
Datsue pegó de pronto un salto, tapándose la boca con miedo de que el corazón se le hubiese salido por ella. Al ver que no había peligro, bajó las manos, todavía con el corazón palpitándole en el pecho y la cara blanca. ¿A quién se le ocurría pegar semejante grito sin avisar? «Menos mal que tengo los nervios de acero», pensó, con el pulso todavía temblándole.
El motivo de tanta emoción no era otro que el carruaje. El Uchiha discernió dos cadáveres tirados al lado, en posiciones demasiado extrañas como para que quisiese verlos mejor. Apartó la vista, mientras esperaba, inquieto, a que Akame confirmase lo peor…
… Pero no fue así. Al parecer, y gracias a los cielos, el señor Soshuro no se encontraba entre los muertos. ¿A quién hubiese quedado la isla, sin la herencia firmada? Una pregunta que el Uchiha no tenía ánimos de responder. Aunque, después de todo lo que estaban viviendo, Datsue se estaba empezando a plantear si realmente querría la isla de recibirla…
«Solo para venderla.»
De repente, un susurro, apenas audible pero que le recordaba a un cántico ritual de una película de terror, llegó hasta ellos. Sintió como se le bajaba la tensión y un sudor frío recorría su espalda. Paralizado, nada salvo sus labios se atrevieron a mover, emitiendo un bajo murmullo:
—V-voto por apagar nuestra luz a partir de ahora… y… —¿Y qué? ¿Continuar con aquella locura? Habían llegado muy lejos, pero todavía estaban a tiempo de dar media vuelta, atrincherarse en el barco hasta el amanecer y empezar a izar velas como adolescentes con las hormonas revolucionadas en un baño termal femenino. «Pero, ¿y la herencia? ¿Y la pasta?» Dejó escapar el aire de forma violenta por la nariz mientras apretaba los puños. Tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para, simplemente, mantenerse en el sitio y no salir corriendo, y en su lugar murmurar con voz temblorosa:—. Y no hacer nada de ruido. Adelante, muchachos. Yo os cubro las espaldas —pese a que repetía aquello como un mantra, el Uchiha estaba cada vez más convencido que saldría escopeteado a la primera de cambio.
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Hágase la luz, dijo Akame. Y así su dedo se encendió a placer, generando una pequeña pero concentrada flama alrededor del apéndice que lucía caliente y vívida a pesar del intenso frío que azotaba esa noche. Su luminosidad daba para unos cuantos metros a la redonda, y así se mantuvo; al menos hasta el momento en el que su creador se detuvo en seco y espetó con sorpresa el haber encontrado algo.
El escualo volteó en súbito, flanqueando algunas ramas y tratando de no pisar madera podrida. Hasta que estuvo lo suficientemente cerca como para observar de primera mano el pilar destrozado de lo que una vez había sido un fino carruaje. Y no sólo eso, sino que dentro del destrozo yacían dos cadáveres torcidos inhumanamente, haciendo de aquel descubrimiento una escena mucho más difícil de presenciar. Aunque, por suerte, los rostros sin vida de aquel par de tripulantes no eran conocidos. Ni Soshuro, ni el timonel se encontraban entre las víctimas.
«No sé por qué no me sorprende» —se dijo, introspectivo.
Kaido sintió como el estómago se le revolvió cual remolino flatulento, aunque su temple le permitió controlarse y evitar así incurrir en arcadas. Y tampoco tendría tiempo para preocuparse de ello, puesto que el latente silencio que envolvía al corazón de aquel bosque se vio interrumpido por un ligero susurro, que viajó a través de la copa de los árboles, y de sus hojas. Un tenue canto, proveniente de la dirección en la que se encontraba el faro.
—V-voto por apagar nuestra luz a partir de ahora… y… —balbuceó Datsue, con el corazón galopante y manos temblorosas. Se podía ver lo difícil que resultó para él, y para todos, en realidad, mantener la compostura y no abandonar su posición—. Y no hacer nada de ruido. Adelante, muchachos. Yo os cubro las espaldas
El gyojin no pudo evitar investir su rostro con una sonrisa nerviosa «De pronto, el querer salir cagando leches de aquí ya no parece una mala idea, eh; ¿Datsue?»
—Isla Monotonía. Para monótonos el par de huevos azules que me cuelgan entre las piernas...
«Que encienda la luz, que la apague... ¡A ver si nos aclaramos, leñe!»
Akame cerró de súbito el puño y aquella canica de fuego desapareció en el aire, consumida, como si nunca hubiese estado allí. La oscuridad envolvió rápidamente a los muchachos, atrapándoles otra vez en su negro abrazo y volviendo la atmósfera más tenebrosa, si cabía. Kaido hizo un chiste entre dientes, pero a Akame no le quedaban ganas para reír; tenía toda su atención puesta en el sendero que recorrían camino al faro, y en los linderos. Cada vez que un ave nocturna ululaba, o un roedor pasaba correteando entre los árboles, el vello de la nuca se le erizaba y su mano derecha agarraba rápidamente la empuñadura del Lamento de Hazama.
Al fondo, entre las copas de los árboles, empezaba a filtrarse la tenue luz de una farola. Akame apretó el paso, sorteando hábilmente un par de ramas que habían invadido el camino con el paso de los años, y entonces lo vio.
El edificio era cilíndrico, idéntico a un faro marinero, y al verlo de cerca los muchachos pudieron distinguir varios detalles curiosos de su arquitectura. El primero, como ya se había mencionado, que era demasiado bajo y estaba demasiado lejos de la costa para servir de faro. El segundo, que estaba construido con piedra gris, y las tejas de su tejado cónico eran del mismo color desgastado.
—Curioso... Este edificio debe llevar aquí mucho tiempo. Más que el pueblo, diría yo —dijo Akame, pensativo.
El tercero, era que sólo se vislumbraba una posible entrada; un arco de piedra esculpida, cuyos símbolos estaban tan desgastados y abandonados que apenas se podían distinguir. Contrastaba con la apariencia del arco la desvencijada puerta de madera vieja que encajaba pobremente en unos oxidados goznes de hierro. Todo aquello parecía viejo y olvidado, como si el señor Soshuro ni siquiera hubiese sabido de su existencia y, por tanto, no le hubiese prestado mayor atención.
Akame se acercó a la entrada, pasando la mano por los estropeados grabados del arco de piedra. Entonces captó algo; aquel cántico susurrado que habían estado oyendo en el bosque se escuchaba con mayor intensidad. El Uchiha afinó el oído y alzó la vista hacia el balcón que sobresalía en la cima del faro. El cántico —que parecía provenir de allí— repetía una y otra vez los mismos versos.
Cuando la Luna de Sangre baja,
la línea entre hombres y bestias se difumina,
y cuando Susano'o descienda,
el digno será bendecido con un hijo.
14/07/2017, 15:24 (Última modificación: 14/07/2017, 15:24 por Uchiha Datsue.)
Cuando Datsue llegó al pie del faro —si es que se le podía seguir considerando así—, estaba más blanco que un Ameriense. Tenía el estómago revuelto, como con ganas de vomitar, y los nervios a flor de piel. Unos nervios que se crisparon todavía más cuando empezó a distinguir las palabras del cántico, que llegaba a sus oídos como una antigua nana cantada por una madre a su hijo recién nacido…
…a su bebé mortinato.
—Os propongo un plan, chicos —susurró, en un murmullo apenas audible, cuando logró que su voz acongojada saliese de su garganta—: vosotros dos subís ahí arriba y averiguáis lo que sucede, y mientras tanto yo me quedo aquí vigilando la retaguardia y la vía de escape. Y sí, lo sé —añadió, previendo lo que iban a decir—. Siempre muere el que se queda atrás, solo. Pero alguien tiene que hacerlo, y ya que fui el que insistió en seguir con esto, he de ser yo. Venga, chicos —les apremió, estoico, haciendo aspavientos con las manos para que se fuesen ya—. No os preocupéis más por mí y subid ya. Si pasa algo…
«Entonces rezad a vuestros Dioses, amigos míos. Porque recibiréis más ayuda de ellos que de mí.»
»… Bueno, gritad. Y Datsue el Intrépido os rescatará. —Nunca una mentira le había sonado tan falsa.
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Más pronto que tarde, un cúmulo cilíndrico de piedras grises se alzó frente a ellos cual torre de babel, cuya edificación databa probablemente de tiempos anteriores a la creación de aquel pueblo fantasma. Símbolos ininteligibles vestían sus raídas estructuras y un arco pedrusco con una puerta de madera vieja encajada en los cruces del mismo, yacía sujeta con goznes de hierro.
Kaido desestimó la idea de ir a por esa misma entrada, teniendo en cuenta que probablemente rechinaría como gata en celo si se intentase abrir de alguna manera. Además, poca voluntad le quedaría a él, y a sus compañeros; de querer adentrarse en aquella edificación, debido al extraño canto proveniente de su interior, cuyas líricas eran ahora más claras para el oído ajeno.
Cuando la Luna de Sangre baja,
la línea entre hombres y bestias se difumina,
y cuando Susano'o descienda,
el digno será bendecido con un hijo.
Fuera su letra, o la melodía con la que era entonada, la extraña oración daba toda la certeza de que se trataba, mínimo, de una fanática adoración a un Dios muerto. O algo que tuviese que ver con eso.
El gyojin tragó saliva, intimidado hasta los cojones. Su piel ya no era azul, sino que cogió un color blanquecino que demostraba el cómo le hacía sentir todo aquello. Su rostro aún vestía una sonrisa nerviosa, como si aquella filosa dentadura resultase ser un escudo infalible ante cualquier peligro. Tenía la garganta seca, y aunque no estaba deshidratado, su cuerpo de hozuki le pedía agua a toda costa.
Finalmente, Datsue procrastinó de la aventura con sus falsas alegaciones de valentía e inquirió a sus dos compañeros a que se encargaran ellos de averiguar qué o quién se encontraba en el interior del viejo faro. Kaido se volteó, con el ceño fruncido, y le señaló con el dedo índice. Hizo además un esfuerzo titánico por no gritar.
—"Vosotros" me suena a manada. No voy a entrar ahí yo solo para que un culto maligno venerador de un Dios muerto me coma a mí nada más las entrañas. Las tuyas tendrán que ir también al caldo de shinobi entrometido que prepararán con nuestros cuerpos si nos llegan a pillar.