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20/07/2017, 21:33
(Última modificación: 20/07/2017, 21:37 por Uchiha Akame.)
Era una calurosa tarde de Ceniza mientras Akame caminaba por el sendero que bordeaba Hōkutomori. Pese a que era Verano —o quizás por eso mismo—, el aire fresco del bosque era como un regalo de los dioses, y el Uchiha se desviaba de tanto en tanto buscando la sombra de los árboles. Venía de entrenar en uno de los muchos dojos repartidos por todo el Valle, como así se podía deducir a partir de las vendas que cubrían varias partes de su cuerpo. Se había quedado sin agua y, ya cansado, había decidido volver a Nantōnoya. Además, en poco rato sería la hora de cenar y por nada del mundo quería perderse los deliciosos tallarines con pollo picante que servían en el albergue de los shinobi de Uzushio.
Caminando estaba cuando vio una extraña escena a un lado del sendero, junto a un pequeño templo que alguien había edificado entre los troncos de dos árboles centenarios. Bajo las frondosas copas de los árboles había reunida una multitud que parecía estar discutiendo. Akame, curioso, decidió acercarse, con la bandana del Remolino reluciendo en su frente y la mochila a la espalda.
La escena la componían una mujer extremadamente bella y bien maquillada, que vestía un kimono de aspecto caro pero rasgado y sucio por la tierra y el polvo del bosque. Parecía abatida, y descansaba sentada sobre sus propias piernas, en el suelo. Junto a ella, a cada lado, había dos hombres. El primero era alto y de porte orgulloso, con un peinado de samurái que dejaba pocas dudas acerca de su estatus social. Vestía camisa, hakama y haori con los colores de su heráldica y llevaba la vaina de una espada —vacía— al cinto, en el lado izquierdo, y la de un tantō —vacía también— en el derecho.
El segundo no podía ser más distinto. Desharrapado y mugriento, era igual de alto que el samurái e incluso más corpulento, pero lo disimulaba con una postura encorvada propia de los criminales taimados. Tenía una cicatriz en la cara que le cruzaba un ojo, blanco como la leche. Llevaba a la espalda una espada herrumbrosa.
Sin embargo, lo que llamó la atención del Uchiha fue que los tres personajes estaban rodeados de guardias del Juuchin. A ojo de buen shinobi, Akame contó media docena, incluyendo un sargento u otro alto rango. Vestían armaduras con los distintivos del Valle y llevaban espadas en el cinturón y naginatas en las manos. Uno de ellos hablaba con los personajes, intercambiando expresiones que iban desde la confusión hasta el enfado. Allí se estaba cociendo algo.
Akame se paró junto a un tocón en el que había sentada una cuarta persona, a distancia suficiente de la escena para no llamar la atención pero poder enterarse de todo. El tipo era un hombre cuarentón, de espalda y brazos anchos. Vestía con sencillez y tenía un hacha de leñador —lo que dejaba pocas dudas acerca de su ocupación— junto a él, apoyada en el tocón.
—Buenas tardes —saludó Akame, con una inclinación de cabeza—. ¿Sabría usted decirme lo que está pasando aquí?
El tipo tardó en reaccionar, embobado con la mirada fija en un punto del horizonte como estaba. Cuando lo hizo, se limitó a girar la cabeza para mirar un momento al shinobi y luego murmurar.
—No lo entiendo...
Más allá, los guardias discutían con los tres personajes.
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« Felicidades Juro. Solo tú puedes venir a un lugar por segunda vez y perderte »
Triste, pero cierto.
Juro había vuelto a Hokutōmori, días después de su encuentro con Izumi, ahí mismo. La razón es que necesitaba calma. "Calma espiritual", habría dicho su hermana. Si bien él mismo había decidido investigar cada rincón del valle de los dojos, se había quedado con la espinita clavada al no poder entrar en ningún templo en su primera visita.
Iba luciendo la bandana de Kusagakure en su frente, y a su espalda, arrastraba una enorme manta de tono blanquecino sucio, que ojos ajenos, parecía crear una gran joroba a su espalda.
El chico caminaba como buenamente podía, tratando de refugiarse bajo la sombra de los árboles. El calor seguía igual de insoportable, aunque en esa ocasión, había traído provisiones y agua de sobra como para aguantarlo sin sufrir una insolación. Algo muy apropiado.
Justo cuando divisó un pequeño templo a lo lejos, situado entre dos grandes árboles, sintió un gran alboroto a un lado del sendero.
— Esto es raro. Este es un lugar que destaca por su calma y serenidad — murmuró Juro, para sí.
Sus sospechas aumentaron cuando pudo ver una gran multitud de gente. La mayor parte eran guardias del Juuchin. ¿Qué harían ahí?
Juro no se atrevió a acercarse directamente. En lugar de eso, se aproximó a lo lejos, medianamente alejado de la escena. Mientras lo hacía, no se perdió detalle: en mitad del bloque creado por los guardias — de aspecto amenazador y todos armados — había tres figuras: una bella mujer maquillada, que vestía un kimono, que se veía tan agotada como para reposar en el suelo y dos hombres. Uno de ellos era alto y poseía el peinado de un samurái, junto a una ropa refinada, el otro, igual de alto y corpulento, iba mucho más desgarbado y sucio, dando una impresión de dejadez, muy distinta de la del primero. Este último tenía una cicatriz que cruzaba un ojo. Le recordó siniestramente a la de su hermana.
Juro de pronto se dio cuenta de que había una cuarta persona. Un hombre adulto, como un leñador, junto a un tocón, observando la escena.
De repente, alguien nuevo llegó. Juro se fijó al instante en su bandana: era un ninja de Uzushiogakure. De pelo negro, recogido en una coleta, con unos ojos tan profundos como el color de su pelo, parecía un poco más mayor que él. Vestía una ropa típica, con una camisa sin mangas, una chaqueta, pantalones militares y sandalias. A su espalda, colgaba una mochila.
—Buenas tardes — dijo el chico, dirigiendose hacia un hombre adulto, a espaldas de Juro—. ¿Sabría usted decirme lo que está pasando aquí?
Este pareció contestar palabras inconclusas, que no debieron de satisfacer al chico. Sin aguantarlo más, Juro salió en escena y se acercó a ambos.
— Buenas tardes — saludó, cortes, en dirección al genin, con una leve reverencia —, la verdad es que no tengo ni idea de lo que esta pasando; he llegado poco antes que tú y ya estaba así. Pero mentiría si no dijese que la curiosidad me esta carcomiendo.
» No lo entiendo. Tenía entendido que este lugar es un sitio sagrado...
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El verano en el país del fuego era caluroso, pero el joven médico de Amegakure comenzaba a acostumbrarse. Aún así seguía luciendo sobre su cabeza un humilde sombrero de paja que lo protegía de los rayos solares, a su vez, con un abanico se aseguraba de que la corriente de aire siempre fuese hacía él. Su jinbei gris ahora era acompañado de un haori de un color verde oscuro, debajo de este y a la altura de su cadera se encontraban su kit médico y su portaobjetos.
El leñador llevaba quien sabe cuanto tiempo sentado en ese tocón, probablemente y juzgando por el hacha que descansaba no muy lejos suyo, él lo habría cortado con sus propias manos. Mogura había sentido la necesidad de ver Hokutoomori al menos una vez y el viaje al torneo le había dado la oportunidad de hacerlo.
No era un persona a la que se le pudiese llamar religiosa pues tenía conocimiento de la existencia de muchos dioses, a veces más de uno para la misma cosa y no podía decir que tuviese alguna inclinación por alguno en particular. Lo mejor que podía hacer era respetarlos a todos por igual y seguir su camino.
Al ver tamaña escena no pudo evitar detenerse. Una hermosa fémina se había dejado caer en el piso, su ropa no estaba en las mejores condiciones considerando la calidad de la prenda, junto a ella un orgulloso samurai se mostraba como se solían mostrar los guerreros de su clase.
«No tiene sus espadas.»
Fue algo que llamó la atención del médico.
El tercer personaje de la escena delimitada por una serie de guardias, era un mugroso ladrón, se veía a la legua. O era una persona con un pésimo año y había caído en la decadencia total debido a no prestarle la suficiente atención a los dioses, pero nuevamente, Mogura no creía tanto en esas cosas.
Había tomado un lugar en el tocón hacía un rato, el leñador se encontraba ahí desde antes. Incluso así, no tenía respuestas a lo que estaba pasando ahí.
La suerte sería la misma que la de los otros dos que habrían comenzado a hablar, buscando saciar su curiosidad.
Parece que todos buscamos una respuesta a lo mismo...
Comentaría en un tono ligeramente serio girando su mirada en dirección al shinobi de Uzushiogakure permitiendole ver en su frente la bandana de Amegakure.
¡Buenas tardes! Seguro que si prestamos un poco de atención podremos saber que sucede aquí.
Diría cambiando su tono por uno un poco mas jocoso y entonces realizaría una ligera reverencia a ambos muchachos, al jorobado shinobi de Kusagakure por último permitiendole ver también su bandana en la frente.
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«Esto sí que es casualidad...»
Resultó que allí, junto a aquel sendero en mitad de Hokutōmori, acababan de encontrarse un uzureño, un amenio y un kusareño. «Parece el principio de un mal chiste», se dijo para sí Akame, y rió un poco con su propia broma. El Uchiha examinó a los recién llegados, shinobis como él —y gennin, a juzgar por su joven apariencia—; el primero parecía andar muy encorvado y lucía una bandana de Kusagakure. Se presentó con educación, y el de Uzu no pudo evitar mirar su joroba con cierto interés. «No sabía que un lisiado pudiera ser ninja... Tal vez en Kusagakure los requisitos físicos son más relajados».
El segundo, que entró a escena poco después, era de Ame. Pero, al contrario que todos los ninjas de la Lluvia que Akame había conocido hasta aquella fecha —y no eran pocos—, el tipo parecía sumamente normal. Tenía el pelo negro, ojos oscuros, piel pálida y vestía con sencillez. Ni cicatrices, ni ojos blancos, ni parecía un pez ni —probablemente— pudiera deshacerse en mil papelitos y volar entre las ramas de los árboles. Aquel chico era, simple y llanamente, común.
—Buenas tardes —repitió Akame, devolviendo ligeras reverencias a ambos shinobi—. Uchiha Akame, de Uzushiogakure.
Hechas las presentaciones, la atención giraría de nuevo hacia los guardias y el curioso trío que discutía con ellos. El leñador, por su parte, parecía tan absorto como al principio. Sin embargo y ante la curiosidad de los gennin, el hombre habló.
—No lo entiendo... —comenzó, idéntico a como lo hiciese momentos antes—. Volvía de cortar leña cuando me encontré con esta escena. El hombre es Masayuki-dono, del clan Mori, y ella es su esposa... La bella Mori Machiko, conocida en todo el Valle.
»El tipo que está junto a ellos... Mifune Tōshiro. Un rufián, un criminal y un bandido, su fama rivaliza con la de la dama Machiko, pero por motivos bien distintos...
—¿Qué asunto es ese que incumbe a personalidades tan distintas? —preguntó Akame, intrigado.
El leñador se apoyó en su vieja hacha y se acomodó en aquel tocón sobre el que reposaba.
—Violación e intento de asesinato. En los detalles, ni los guardias se ponen de acuerdo...
—¿Asesinato? ¿Violación? ¡Por todos los dioses, sí que es peligroso este bosque "sagrado"! —replicó Akame, estupefacto—. ¿Y cómo es eso de que no están claros los detalles?
—Cada uno tiene su propia versión —suspiró el leñador, escupiendo a un lado—. Claro que, es distinta de la de los demás.
Intrigado, el Uchiha miró a sus improvisados compañeros de escena y finalmente decidió acercarse un poco más a donde estaban los guardias, la dama, el samurái y el ladrón para afinar el oído.
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Al parecer, Juro no fue el único curioso que se atrevió a acercarse al grupo. Después de él, llego otro shinobi, de pelo negro, piel palida y ojos oscuros. Fijándose en su bandana, descubrió que era un ninja de Amegakure. El recuerdo de Aiko surcó su mente durante unos segundos. ¿Seria también un ninja peculiar?
El genin de Amegakure paso de las formalidades a un tono más sencillo, afirmando que podrían enterarse del misterio si observaban bien. Juro le devolvió la reverencia, asintiendo. No pudo evitar reír un poco ante tal afirmación.
El genin de Uzushiogakure observó a ambos, antes de hacer una presentación formal.
Uchiha Akame, de Uzushiogakure.
El apellido Uchiha le sonó bastante. Aunque nunca se había topado con ninguno. Además de parecer muy cortes, no veía nada de especial aún en él.
— Encantado. Soy Eikyu Juro, de Kusagakure — dijo, con media sonrisa.
Ahí mismo se habían juntado un genin de cada una de las tres grandes aldeas. Ante un problema que parecía atentar contra la santidad de aquel lugar. Era muy curioso.
Ante las dudas de los tres genin, el hombre del tocón pareció dispuesto a informarles. Les contó que ahí se juntaban tres grandes figuras: El hombre elegante era Masayuki-dono, del clan Mori. La mujer, era su esposa, Mori Machiko, conocida por su belleza en todo el valle. El otro hombre era un bandido conocido como Mifune Toshiro. También les dijo que los motivos de su encuentra no eran otros que unos muy oscuros: violación, e intento de asesinato. Pero que por alguna razón, no se ponían de acuerdo con ellos.
« A tomar por culo la santidad »
Akame reflejo perfectamente sus pensamientos:
—¿Asesinato? ¿Violación? ¡Por todos los dioses, sí que es peligroso este bosque "sagrado"![/sub—replicó —. [Sub=crimson]¿Y cómo es eso de que no están claros los detalles?
— Esto es raro — concordó Juro —. Vale con que ese tal Mifune pueda mentir. Pero que no se pongan de acuerdo entre marido y mujer...
« Se huele a problemas conyugales...»
El hombre insistió en que cada uno tenía su propia versión del asunto, dejando cada vez más intrigado a Juro. Akame observó a sus dos compañeros improvisados y luego, se marchó, a acercarse más al asunto. Juro miró al ninja de Amegakure.
— Supongo que por acercarse un poco no pasará nada — dijo, encogiéndose de hombros.
Tras eso, agradeció al hombre del tocón por sus servicios — con lo estupefacto que estaba probablemente ni se daría cuenta — y siguió a Akame, hasta ponerse a su lado, buscando enterarse de asunto.
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Uchiha Akame... Uchiha Akame... Uchiha... y además su nombre era Akame... ¿Donde había escuchado antes ese nombre? Mogura quedaría un par de segundos totalmente ausente de la realidad buscando en sus archivos mentales una referencia por el nombre de aquel shinobi.
«¿Sería el mismo Uchiha Akame que mencionó Daruu-san?»
Siendo totalmente sincero, no parecía la gran cosa, ni siquiera se le veía tan fuerte. Pero se suponía que algunas palabras de ese muchacho habían hecho mella en el joven Amedama.
Eikyu Juro sería el nombre del otro muchacho, un ninja jorobado de Kusagakure que había viajado no solo hasta el Valle de los Dojos sino que ahora se encontraba compartiendo la escena con ellos.
El leñador tomaría la palabra y comenzaría a relatar, comentarios de por medio por parte de Akame, el contexto de la situación. Mori Mayasuki, Mori Machiko y Mifune Toshiro, tres personajes con cierto renombre todos por diferentes razones, se encontraban en una encrucijada por pasar a limpio los hechos ocurridos relativamente hace poco.
Akame optaría por buscar sus propias respuestas y comenzaría a acercarse a donde estaba dándose el interrogatorio. Juro haría un comentario y un gesto a Mogura expresándole sus intenciones de acercarse también.
¡Supongo que será mejor que quedarse esperando en este lugar por una versión oficial...!
Comentó con un tono ligeramente jocoso, le dedicaría una ligera reverencia al leñador con el cual compartió tocón y se dio a la tarea de seguir al par de extranjeros. Al igual que Juro, Mogura se colocaría a un lado de Akame, pero del lado opuesto al del muchacho de Kusagakure, por una cuestión básica de las leyes de la física.
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Los tres muchachos se acercaron a la escena con cierta cautela. Akame se detuvo a una distancia prudencial —al fin y al cabo, no quería verse envuelto en ningún tipo de problema—, y tanto Mogura como Juro se colocaron junto a él. Desde su posición, alcanzaron a oír al que parecía el guardia de mayor rango, identificado por un penacho de tela de color en lo alto de su casco.
—¡Vamos a ver si nos aclaramos! —protestaba el soldado, un hombre alto y de hombros anchos, rostro curtido, bigotes y perilla—. ¿Coincidimos en que los hechos tuvieron lugar en Hōkutomori? —los tres implicados asintieron—. ¿Y en que este hombre, Mifune Tōshiro, ha intentado asesinar a Mori Masayuki-dono y violar a su esposa?
El bandido protestó y los dos guardias que estaban más cerca de él le propinaron un par de bofetadas. El mentado samurái hizo amago de abalanzarse sobre el rufián, y otros dos soldados tuvieron que agarrarle. Mientras, la dama se incoroporaba y empezaba a increpar tanto a Tōshiro como a Masayuki.
—¡Orden! ¡Orden! —vociferó el guardia, tratando de imponer su voz a la de los tres personajes—. ¿¡Pero cómo puede ser esto!? Está bien, ahora hablaremos por turnos. Mori-dono, empiece.
El samurái de porte orgulloso y kimono de seda se irguió en toda su fortalecida compostura, alzando el mentón para dedicar una mirada de desprecio a Mifune Tōshiro y otra, casi idéntica, a su mujer. Luego se aclaró la garganta, cruzó ambas manos tras la espalda y comenzó a hablar.
—Lo que aquí ha sucedido es que he sido víctima de la maldad de este hombre y de la infidelidad de mi esposa. Antes de hoy yo era un guerrero aclamado y orgulloso, con múltiples hazañas en mi haber... Y con una esposa que me quería y me respetaba —apostilló, y de sus ojos oscuros saltaron chispas—. Me encontraba paseando por Hōkutomori con esta ramera a la que una vez llamé mi amada cuando fuimos atacados por sorpresa. ¡En el propio bosque sagrado! Claro, no podía ser obra de otra persona más que de esta rata sucia y alejada de la mano de los dioses, que no conoce el honor y en nada deposita su respeto.
»Atacándome vilmente por la espalda, este rufián me derribó y luego me ató de pies y manos. Mientras yo yacía inmovilizado y aturdido, él me robó mis armas y se aprovechó de mi esposa para satisfacer sus deseos más oscuros... ¡Y ella no sólo le consintió, sino que cuando Tōshiro le pidió que me abandonase para marcharse con él, aceptó de buen grado!
En aquel punto de la historia, Machiko levantó una mano, amenazando con abofetear a su marido, pero los guardias la detuvieron. El rufián, por su parte, rió con burla.
—Pero esto no es lo peor. Machiko-chan, mi amada, mi propia esposa... ¡Pidió a este mugriento bandido que me asesinara allí mismo, arguyendo que así evitarían mi venganza!
La escena estalló en gritos, insultos y discusiones de nuevo. Mientras los guardias trataban de poner orden, Akame se dirigió a sus improvisados compañeros con una mano en el mentón.
—Hm, ¿qué opináis del relato del samurái? —lanzó la pregunta al aire—. No digo que me parezca inverosímil, pero, ¿por qué iba su esposa a renunciar a su estatus de noble y a una vida acomodada por fugarse con un criminal?
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Los tres ninjas se acercaron sin perder el tiempo, como tres marujas en una tarde aburrida de verano. De lejos, Juro pudo escuchar a uno de los guardias — el que parecía tener mayor rango —, diciendo a gritos los cargos de los que acusaban al bandido. Este trató de decir algo, pero la represión le cerró la boca. Incluso la mujer se puso a insultar tanto a su marido como al bandido.
El guardia puso orden. Pronto, Juro se dio cuenta de que estaba viendo la escena con la boca abierta. Nunca hubiera imaginado que tales insultos pudieran salir de un lugar sagrado.
Al final, se decidió a dar una versión por turnos, para facilitar los problemas. Eso les venía de perlas a los tres, todo había que decirlo. Juro dedujo enseguida que, tal y como había imaginado, la tensión entre marido y mujer era casi la misma que con el bandido. Todos se matarían entre ellos si no hubiera tantos guardias.
El primero en hablar fue el hombre de alto prestigio, con el corte de pelo de samurai: el señor Masayuki. Este contó que tanto él como su esposa se encontraban de paseo por el lugar sagrado, cuando el bandido les atacó — ¡En un lugar sagrado! Juro no dio crédito —, ató al señor y violó a la esposa. Pero la cosa aún se ponía más fuerte. No fue una violación, ya que la esposa debió de consentirlo, y quiso huir con el bandido, pidiendo incluso que le asesinaran.
Nada más decir eso, la escena se armó en gritos y alboroto otra vez. Ni la mujer ni el bandido aceptaban aquello.
—Hm, ¿qué opináis del relato del samurái? No digo que me parezca inverosímil, pero, ¿por qué iba su esposa a renunciar a su estatus de noble y a una vida acomodada por fugarse con un criminal?
La pregunta de Akame le sacó de su ensimismamiento. Imitó su gesto, con la mano en el menton.
— Quizá fueran amantes o algo así. Se veían en secreto mientras disfrutaba de las comodidades que tu dices. Igual simplemente se cansó de él y de la situación — respondió Juro, encogiéndose de hombros —, quien sabe, quizá lo de asesinarlo iba por ese camino. Se convertiría en la viuda de un hombre noble.
» O quizá este mintiendo para mantener su honor intacto. Tengo curiosidad por ver que dice la señora.
Juro no era vidente. No tenía ni idea de lo que estaba pasando. Pero oye. Ya tenía forma de pasar la tarde.
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Finalmente después de un rato de intentar contener las emociones de todos, el jefe de los guardias ,o al menos quien parecía serlo por el distintivo ornamento en su casco, llamaría a los involucrados a narrar por turnos qué era lo que había pasado.
El primero sería Mori Mayasuki, la forma en la que se erguía y miraba con desprecio a las otras dos personas involucradas eran muy propias de un guerrero como se sabía que era él.
«¡No se podía esperar menos de un samurai...!»
Pensó el joven médico mientras se cruzaba de brazos y bajaba ligeramente la mirada escondiendo una ligera sonrisa, continuaría asintiendo con un leve movimiento de su cabeza a las palabras del caballero.
Según este, paseaba junto a su esposa por el bosque cuando fueron o mejor dicho fue atacado por el bandido, al ser apresado por él su esposa se vería como el siguiente objetivo, pero lo que en un principio podría denunciarse como violación se volvería un acto totalmente consentido. Finalmente, Masayuki confesaría que su propia mujer habría sido la que pediría al bandido que acabara con la vida del samurai.
—Hm, ¿qué opináis del relato del samurái? No digo que me parezca inverosímil, pero, ¿por qué iba su esposa a renunciar a su estatus de noble y a una vida acomodada por fugarse con un criminal?
El Uchiha arrojaría la pregunta sobre la mesa y Juro no tardaría en contestar. Este comentaría sobre la posibilidad de que la infidelidad se hubiese estado llevando a cabo desde hacía un tiempo y que la situación podría haber sido planeada de forma tal que la mujer conservase su honor aún después de haber hecho matar a su marido.
Mientras eso sucedía, Mogura se llevaba también una mano al mentón casi involuntariamente.
No puedo evitar pensar que el relato de Mori Mayasuki está siendo influenciado por su reputación... Un guerrero con un excelente historial y una alta reputación, nada de lo que ha ocurrido ha sido su culpa, todo se puso en su contra incluso su propia mujer... ¿Curioso, no creen?
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Akame asintió ante las palabras de sus compañeros de profesión. No les faltaba razón, pero el Uchiha aún así sentía que había más cosas que no encajaban. Callado y con el oído fino, prestó atención a la escena que se desarrollaba a un lado del sendero.
La risa estruendosa del bandido Mifune los sobresaltó a todos, incluídos a los guardias, que se apresuraron a inmovilizarlo cogiéndole entre dos de ellos. El tipo no paró de reír hasta momentos después, cuando el capitán de los soldados le hizo callar de una bofetada con su guantelete de hierro que le saltó un par de dientes. Toshirō habló con la boca ensangrentada, escupiendo salivajos rojos de tanto en tanto.
—¡Qué mentiroso, sucio, puto! —insultó a Masayuki, carcajeándose otra vez—. ¿Por qué no quieres que en el Valle se sepa que Mifune Toshirō, el asaltador de caminos, te dió una paliza? ¡Ihihihihi!
Entonces fue al samurái a quien los guardias debieron retener, aunque no con las mismas ganas que a Mifune —ni por asomo— para evitar que lastimase más al rufián.
—¿Cómo así? —interrogó el capitán.
Toshirō escupió otro esputo sanguioliento y soltó una risilla por lo bajo, negando con la cabeza. Luego, clavó sus ojos oscuros y maliciosos en la bella Machiko, que no paraba de sollozar tímidamente.
—Sí, yo les ataqué, pero la verdad es... ¡Que una suave brisa de viento veraniego fue la causa! —admitió con fervor—. Yo estaba durmiendo la mona sobre una de las ramas de un grueso árbol cuando vi pasar a esta pareja. Él caminaba orgulloso y ella llevaba el rostro protegido del Sol con un kasa de paja. Entonces se levantó una ráfaga de viento caliente que le arrancó el sombrero y lo hizo volar... —conforme relataba, el bandido se quedaba embobado, probablemente recordando la impresión que le había producido ver el rostro de Machiko—. ¡Pensé que era una diosa! Y tenía que poseerla.
»Así que bajé del árbol sigiloso como una serpiente, y les ataqué por sorpresa. Derribé a este hombre de un sólo golpe, y cuando fui a tomarla a ella, me dijo que sólo podría aceptarme si mataba a su marido en duelo honorable —agregó, sonriendo con visible malicia—. ¡Así que eso hice! Reté a este cobarde y mal peleador y le dí una buena tunda. Acabó tirando sus espadas a y pidiendo perdón. ¡Yihihihi!
De nuevo otro revuelo se armó cuando el ofendido Masayuki trató de encajarle un par de puñetazos a Toshirō y los guardias tuvieron que intervenir.
Apartados, los tres shinobi seguían observando. Akame se masajeó de nuevo el mentón con aire pensativo.
—Parece que vuestra teoría no andaba muy desencaminada, Manase-san, Eikyu-san —concedió, agachando la cabeza y cerrando los ojos—. El samurái tiene evidentes motivos para estar ofendido. Sin embargo, encuentro extraño que haya detalles que encajan en ambos relatos, como el hecho de que la mujer pidiera, de una forma u otra, la muerte de su marido.
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El ninja de Amegakure también dio su propia opinión al respecto. Él tiraba más por el honor y el talante del hombre y lo que podría influenciarle. Juro también había llegado a esa conclusión, aunque su vena dramática le había dominado por unos momentos.
Antes si quiera de abrir la boca para contestar, una horrible risa le sobresaltó. Era el bandido, Mifune. Un guardia le dio una bofetada con la mano abierta, saltandole un par de dientes. Era un espectáculo horrible.
El bandido contó, aún con la misma superioridad, que se había encontrado durmiendo cuando la pareja había pasado. Que se había quedado embobado ante la belleza de la mujer. ¡Incluso confirmó lo del ataque sorpresa! Juro se sorprendió aún más. ¿No estaba dándole la razón en ese punto? Igualmente, después su versión se tergiversó. Al parecer, la mujer le dijo que solo le aceptaría tras un duelo a muerte con su marido. Él lo hizo, y el honorable samurai, ante la muerte, quedó humillado.
Si. Era la definición de no querer manchar su honor. Puede que incluso fuera verdad.
—Parece que vuestra teoría no andaba muy desencaminada, Manase-san, Eikyu-san. El samurái tiene evidentes motivos para estar ofendido. Sin embargo, encuentro extraño que haya detalles que encajan en ambos relatos, como el hecho de que la mujer pidiera, de una forma u otra, la muerte de su marido.
— Tienes razón. Incluso ha admitido que le ataco de forma no honorable en un principio — señaló Juro —, pero no coinciden en lo importante: el bandido dice que humilla al honorable noble y que respeta a la mujer, aunque la desea. El noble dice que el bandido le ataco sin honor y violó a su esposa. Y en ambas la mujer tiene la misma culpa.
» Como ya he dicho, esos dos parecen tener muchos problemas entre ellos. Quizá el testimonio de la mujer nos de alguna pista más clara.
Hablo / Pienso
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Sellos implantados: Hermandad intrepida- Juro y Datsue : Aliento nevado, 218. Poder:60
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Habiendo tenido su turno para contar la versión de los hechos, llegó el momento para que Mifune Toshiro relatase lo ocurrido.
Después de un acto de violencia gratuita por parte de los guardias del Juuchin, que realmente no provocó ninguna reacción en el joven médico pues tenía estomago para eso y mucho más, el relato dio inicio.
Las razones por las que el bandido había sido movido eran sumamente dignas de una persona de esa clase. Como si fuese un objeto, un pedazo de carne o un trofeo, la belleza de Mori Machiko había encendido el espíritu de Mifune. Este, fiel a sus formas de mal viviente, atacó sorpresivamente al samurai y fue entonces que llegó un punto de quiebre en las historias. Mientras uno sostenía que el acto se habría llevado previamente a la petición de asesinato, el otro clamaba que la propia mujer puso la condición que solo se quedaría con el mejor guerrero.
«¡Eso explica por que no tiene sus espadas!»
Pensó al entender la razon de las saya vacías.
—Parece que vuestra teoría no andaba muy desencaminada, Manase-san, Eikyu-san. El samurái tiene evidentes motivos para estar ofendido. Sin embargo, encuentro extraño que haya detalles que encajan en ambos relatos, como el hecho de que la mujer pidiera, de una forma u otra, la muerte de su marido.
— Tienes razón. Incluso ha admitido que le ataco de forma no honorable en un principio, pero no coinciden en lo importante: el bandido dice que humilla al honorable noble y que respeta a la mujer, aunque la desea. El noble dice que el bandido le ataco sin honor y violó a su esposa. Y en ambas la mujer tiene la misma culpa.
» Como ya he dicho, esos dos parecen tener muchos problemas entre ellos. Quizá el testimonio de la mujer nos de alguna pista más clara.
Creo que estaríamos especulando sin sentido al no tener la tercer versión de lo ocurrido, un detalle que no puedo dejar pasar sin embargo es que Mori Mayasuki no dijo nada en ningún momento sobre haber arrojado sus espadas y rendirse. Lo que podemos determinar hasta ahora es que el ataque que derribó al samurai de su montura fue, en efecto, un ataque sorpresa. Reitero que estaríamos especulando sin saber más.
Comentó finalmente el joven médico con ganas de saber que tenía para decir la fémina sobre todo lo ocurrido.
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Akame alzó una ceja, interesado por el razonamiento del chico con joroba. «En efecto, parece que la dama es el punto de encuentro de ambas historias... Todo lo que sucede pasa por ella. ¿La dejarán hablar ahora?»
Mogura, por su parte, aportó una visión más lógica y analítica del asunto. Ciertamente aquel detalle sobre las espadas del samurái todavía permanecía sin resolver; ninguno de los hombres lo había mencionado. El Uchiha se quedó absorto mirando las vainas vacías que el guerrero llevaba colgando de su cinturón; «¿qué clase de espadachín perdería sus armas? Tal vez sea un deshonor tan grande que ni siquiera el bandido ha querido mencionar cómo ocurrió...»
—Masayuki —corrigió Akame al de la Lluvia, alzando el dedo índice—. Espero que ahora dejen hablar a la dama...
Y así fue. Tan pronto como el capitán de los guardias consiguió poner orden de nuevo, dos de los hombres ayudaron a levantarse a la bellísima Mori Machiko. Incluso desde la distancia, los tres gennin pudieron notar como sus corazones se encogían ante la visión de aquella espectacular mujer. «En parte puedo entender por qué Mifune Toshirō la confundió con una diosa... A mí me hubiese ocurrio lo mismo», caviló el Uchiha.
Machiko, todavía con lágrimas en los ojos, se irguió y comenzó su relato ante las mirada de desprecio del samurái y las risas murmuradas del bandido.
—Es cierto, lo que todos están pensando... —murmuró la dama, y luego señalando a Mifune gritó—. ¡Fui forzada por este hombre! Pero eso no es lo que llenó de tristeza mi corazón, sino que después de que este criminal me tomase... ¡Fui rechazada por mi propio esposo!
El samurái frunció el ceño pero no dijo nada, mientras Toshirō se reía por lo bajo, como una hiena.
—Me dijo que había mancillado su honor y que nunca más podría estar junto a él. ¡Después de sufrir como sufrí! —se lamentó Machiko, echándose a llorar—. Tomé su daga, porque este rufián se había llevado sus espadas, y traté de quitarme la vida... Pero acabé arrojando el cuchillo al suelo, me faltó el coraje. Ese ha sido mi único pecado...
El capitán de los guardias se mesaba el mentón con gesto reflexivo, probablemente tratando de encajar todas las piezas del rompecabezas en el que se había convertido aquel supuesto crimen. Pese a que había puntos en común en todos los relatos, las historias eran demasiado distintas como para que todas fuesen verdad.
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—Masayuki
El Uchiha levantaría el dedo indice mientras realizaba la corrección pertinente. Mogura abrió ligeramente los ojos y al darse cuenta de su error efectuó una ligera reverencia.
Espero que ahora dejen hablar a la dama...
El joven médico asentiría con la cabeza llevando entonces sus ojos hacía la fémina. Los guardias la asistirían para que se pusiese de pie y sería entonces cuando su radiante belleza, digna de rivalizar con la propia Amaterasu, cautivaría la mirada de todos los presentes. Costaba realmente el no perder el hilo de lo que estaba sucediendo ahí al ver a una mujer tan hermosa como era Mori Machiko.
Con lagrimas en los ojos, hostigada por la mirada de su esposo y acosada por las risas del bandido, la fémina inició su relato de lo sucedido.
No tardó mucho en alzar la voz para denunciar al bandido, pero también confesaría que lo peor no había sido eso sino que el rechazo de su marido llenaba de tristeza su corazón. Al parecer la mujer había manchado el honor de él y su familia al dejarse violar, incluso la pobre se había intentado quitar la vida pero en el último momento le faltaron agallas.
¡Es realmente un desgarrador relato...!
Comentó Mogura con un tono ligeramente jocoso para diluir un poco la lástima que sentía por la mujer cuyo único pecado sería haber sido maldecida con semejante belleza.
Hay que admitir que es muy creíble lo que dice, un samurai no podría tener una mujer que ha sido tomada por otro, se ganaría el rechazo de todo su clan. Pero no se... sería muy fácil dejarse llevar por ese bello rostro y creer todo lo que dice. ¿No les parece?
No podría evitar levantarse el kasa y acomodarse el cabello, aunque no era para nada necesario.
¿Dónde están las espadas de Mori Masayuki y la daga de Machiko-dono? ¿Es un poco extraño eso, no les parece?
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El chico de Amegakure fue mucho más frío en esta ocasión, resaltando las similitudes entre las historias, antes de alegar que estaban especulando únicamente y que eso no llegaría a nada.
« Que aburrido... »
Aun así, mencionó un hecho interesante. El samurai tan prestigioso y valeroso no tenía en posesión sus armas. Algo que coincidía con la versión del bandido, respecto a que las había arrojado por miedo. En la otra versión, el bandido era quien le desarmaba. Otra vea no llegaban a ningún lado con eso.
Igualmente, el ninja de Uzushiogakure le corrigió un detalle y asintió junto a la opinión de Juro, esperando que la mujer hablase. Si no fuese por toda la desesperación y mal genio, podría alegrarse de tener un público fiel.
En cuanto los guardias le ayudaron a levantarse — con un mejor trato — Juro sintió arder sus mejillas. Era una mujer muy guapa, eso había que admitirlo. Era lo único que creía en el testimonio de los hombres sin dudar.
La mujer les contó — con una tristeza que afligió al propio Juro — como fue forzada por el bandido, y que tras eso, fue rechazada por su esposo. Ahí hablo de que tomó la daga, porque el bandido le había arrebatado sus armas al samurai — ¡Eso es importante! — y que trató de quitarse la vida, aunque se arrepintió en el último momento.
Y con eso, se terminó. Esas eran las tres historias. Tal y como había creído, eran completamente distintas. Aun así, había algunos puntos en común...
« La mujer no hizo mención a lo que pasó antes de ser forzada. Y ha recalcado que el bandido robó sus armas al samurai. ¿Eso no corrobora la primera parte de la historia del samurai? »
Sin embargo, entre tanto pensamiento, fue el chico amenio quien terminó por hablar delante suyo, a diferencia de sus otras intervenciones. Se mostró compasivo con la mujer por el relato, y ciertamente mencionó el tema del honor, algo muy importante para el samurai. Pero por otro lado, les invitó a no dejarse llevar por una cara bonita, y finalmente les indicó que el paradero de las armas es desconocido.
— Tienes razón. Además, las historias tienen muchos detalles sueltos — murmuró, más para sí, pero en voz alta —. La mujer ha sido violada en dos de ellas, la del noble y la suya propia, aunque el bandido lo desmiente. El kimono de la mujer esta rasgado, por lo que podría ser signo de violencia. Otro detalle que vi es que la mujer ha mencionado que las armas fueron robadas por el bandido, o al menos, que se las llevó. ¿Debería tenerlas él entonces? ¿Quizá las escondió?
» Lo de la daga también me parece extraño. A no ser que los guardias la hayan requisado. ¿Esta también exagerando para guardarse las espaldas? Nos faltan datos.
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