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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Eri entrecerró los ojos y les dedicó una mirada de reproche tanto al Uchiha como al Sasaki, pero no dijo nada. Ella no haría un comentario así en una situación crítica para Uzushiogakure... ¿Verdad? ¿Lo habría hecho alguna vez? Ya ni podía recordarlo. «Mejor mantén tu boca cerrada, así no la cagarás...»

Escuchó atentamente lo que tenía pensado su Uzukage. «Dejar a Datsue puede ser una gran idea, siempre y cuando tenga la cabeza sobre los hombros.» Confiaba en su mejor amigo, pero a veces sabía que era un poco especial.

Pero insisto en que a Datsue le vendría bien quedarse. De jefe del ejército de la ciudad.

Miró al susodicho cuando Hanabi terminó de hablar. Con su mirada oscura, parecía que ya había llegado a una conclusión.

Lo haré. Me quedaré y me aseguraré de sofocar cualquier... eventualidad.

Yo también puedo quedarme si se precisa la ayuda, Hanabi-sama. —Declaró Eri con la mejor de las intenciones.
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—Grupo 5: Eri, Daigo, (Invierno, 220), Poder 60
—Grupo 10: Eri, Daruu y Yota, (Otoño, 220), Poder 60
—Grupo ???: Eri, Datsue, Reiji y Hanabi, (Invierno, 220), Poder 100
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El ambiente era demasiado serio y formal para mi gusto. Supongo que aquello era lo que tenía levantar uns republica cargandote al señor feudal y todo eso. Pero me hubiera gustado poder decir "Yo no puedo quedarme, en uzu me espera mi futuro hijo", ver las caras de sorpresa de todos y luego decir "Es broma, todavia soy joven para eso". Pero probablemente Hanabi me hubiera quemado vivo con la mirada.

Yo también puedo quedarme si es necesario, ademas, vivo en barco, puedo mover mi casa desde uzu hasta aquí muy fácilmente. —Ventajas de vivir en el mar, la verdad, una casa portatil, como las tortugas, aunque no era todoterreno, por desgracia. —Aunque no vivo solo, pero no creo que Yuuna se oponga si nos asignas a ambos. Ademas, me puede venir bien si alquilo un local aquí para expandir el negocio familiar.

Podia no sonar serio, pero lo era. ¿Quien mejor que yo para abastecer al ejercito de la republica? Sobretodo si el jefe del ejercito era Datsue. Podia confiar en que mis armas acabarian en buenas manos.
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¡Cállate tú, hijo de puta! ¡Tú no eres Hanabi!

El guardia que aún mantenía la consciencia no parecía muy contento con la actitud de Takumi, era comprensible, pero tampoco podía este último flaquear en una situación así; si no mostraba firmeza o arrogancia y afloraba la debilidad podría ser perjudicial. Pero no para él directamente, si no para la misión que le habían encargado: asegurar la ciudad durante el golpe de Estado.

Ante aquel enfrentamiento visual el kazejin no respondió nada, pero mantuvo la mirada firmemente mientras se ajustaba las gafas con la zurda.

Ahh... ahh...

¡Yari! ¡Yari, dime algo!

La gloria... la gloria de la Espiral... volverá... algún dí... a...

¡Malditos! ¡Está delirando! ¿¡Qué le habéis hecho!?

Estaba claro que eran efectos secundarios del veneno y de estar semiinconsciente, pero su compañero no parecía querer entrar en razón.

Es el veneno, pero como ya dije antes sobrevivirá. Y cuanto antes se ponga a descansar correctamente antes se recuperará, no le quedarán secuelas. —Dijo con calma, mientras se sentaba en el borde del tejado.

Ante la posibilidad de que el enemigo que quedaba de pie reaccionara violentamente el marionetista mantenía a Mono cerca de Hayato, preparado ante cualquier movimiento.
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Hablar - «Pensar» - Narrar
burlywood

¡Muchas gracias a Ayame por el avatar!
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Muchas gracias, chicos, de verdad —asintió Hanabi—. Pero en cualquier caso sería algo temporal. Así que no alquiles ese local, Reiji —rio—. No, chicos...

»...os necesito cerca. A los mejores amigos... hay que tenerlos cerca.


· · ·


El guardia sabía que no tenía que hacer. No por Takumi, ni por su compañero ausente, ni por el otro que estaba derribado. No. No por eso, sino porque había perdido la voluntad. Por eso, y por los ANBU de Uzushiogakure que hicieron acto de presencia sin que siquiera el marionetista se diese cuenta.

Le preguntaron si estaba bien y le felicitaron por enfrentarse a los guardias siendo tan solo un genin. Se ocuparon de él y de sus compañeros heridos y conmocionados. Y juntos fueron al encuentro de Hanabi, que había instaurado la República.

Takumi tuvo que quedarse en Yamiria al menos un par de semanas, para asegurarse de mantener el orden. Y luego, por supuesto, regresó a casa junto con sus compañeros...


¿Fin de la trama...?








· · ·






Unas semanas después...

Senju Garadea caminaba con la nariz arrugada, como si todo le diese un profundo asco. Le daban asco los árboles, le daba asco la hierba, le daban asco los putos pájaros que tan felices canturreaban en sus ramas, hasta que ya no lo hicieron, porque fueron ceniza. A Senju Garadea le daban asco muchas cosas, pero lo que más asco le daba era que por tercera vez consecutiva lo había perdido todo, y las tres gracias al mismo hombre.

«Sarutobi Hanabi...»

Hubo un tiempo en el que a Garadea le importaban algo el resto de cosas. Una Uzushiogakure gloriosa, un puesto en el alto mando de la villa que le permitiese cambiar las cosas. Junto a Zoku o sin él, bajo el mando de Zoku o bajo el de Shiden, qué más daba. Lo importante eran sus ideas.

Sus ideas.

Pero se había dado cuenta. Ya le daba igual. Ya le daba igual todo.

«Sarutobi Hanabi...»

Porque ahora tenía que volver a subsistir arreglando los desastres de otros, hundiéndose cada vez más profundo en el pozo del hampa. Había entendido hace tiempo que su vida estaba rota. Ni siquiera en aquella tierra de oportunidades para la gente libre había podido reconvertirse, encontrar un hogar. ¡Morirse plantando putas patatas cerca de Taikarune! No mientras tuviese algo que hacer. Un asunto pendiente.

Aquél hombre se le acercó. Uno de esos mafiosos de mierda.

Eh, muñeca. ¿Acaso sabes donde has ido a meter la patita? —era un hombre calvo que al menos le sacaba una cabeza. Uno de esos dichosos Mensajeros del Yomi—. Ahora no tengo más remedio que matarte.

Matar.

Era una palabra que se pronunciaba muy a menudo, se ponía en práctica menos, y a la que muy pocos miraban a los ojos. Es una palabra grave. Se te llena la boca. Los shinobi la conocen, como a una buena amiga, pero aún así sólo cuando se es disciplinado se logra sintonizar una con ella. Hacerse una profesional. Más tarde una comprende que una vez que ha hecho de ella su forma de vida, no podrá dedicarse a plantar patatas cerca de Taikarune por el resto de su vida, ni a ninguna otra tarea.

Ya sólo sabía hacer una cosa...

¡Que me mires cuando te hablo!

He venido a hablar con tu jefe.

Mira, estás tocándome los cojones —El hombre sacó una navaja del bolsillo. Enorme y oxidada—. ¿Cómo sabes que está aquí? ¿Quién te lo ha contado? ¿Te envía el puto samurai, verdad?

...porque esa cosa es la única que le empujaba a vivir...

He venido a hablar con tu jefe —repitió Garadea, gruñendo.

¡Que me contestes! ¡Que me...!

«Sarutobi Hanabi...»

Garadea se levantó y tomó de la muñeca al matón. Se la torció y le hizo soltar la navaja. La articulación crujió. El hombre gritó. Sus manos comenzaron a echar humo, y el hombre gritó más. Garadea soltó la muñecta y puso sus dos manos en la cara de aquél hombre, que gritó mucho, mucho más. La piel echó humo, se prendió fuego, se convirtió en ceniza. Los músculos de la cara se deformaron como lo hizo la voz de aquél pobre diablo mientras trataba de zafarse de la mujer tomándola por los codos, empujándola. Pero firmemente Garadea apretó, y el hombre gritó, y se puso de rodillas, y ella apretó más y lo empujó contra la roca, golpeándole la cabeza varias veces, con violencia, sin apenas consideración. Con rabia.

«Sarutobi Hanabi...»

¡¡QUE ME DEJES PASAR, COJONES!! ¿¡NO ME HAS OÍDO!? ¡¡QUE... ME... DEJES... PASAAAAAR!! —Con cada sílaba, un nuevo golpe, una llamarada de fuego. Y cada vez que veía ese rostro transformado en ceniza, en huesos y en carne quemada...

«Sarutobi Hanabi...»

...cada vez que golpeaba ese cráneo ya roto e irreconocible contra la pared...

«Sarutobi Hanabi...»

...cada vez que le oía gemir, pidiendo que parase, cada vez...

«Sarutobi Hanabi...»

...se imaginaba que ese hombre era Sarutobi Hanabi. Porque a aquellas alturas de la vida, ella vivía para que otra persona muriese.

Matar. Es una palabra grave. Se te llena la boca.

Te llena la mente.

Te llena el alma.
[Imagen: MsR3sea.png]

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