Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
22/02/2021, 02:33 (Última modificación: 22/02/2021, 03:14 por Amedama Daruu. Editado 1 vez en total.)
El sonido de los puestos ambulantes y la gente apiñada en los locales de comida y ocio del Distrito Comercial de Amegakure casi ahogaba al propio ruido constante y monotono de la lluvia. Un ruido incansable pero familiar, como la humedad de la piel y las múltiples capas de ropa en el frío otoño e invierno del oeste de Oonindo. En la zona limítrofe del distrito, con el repiquear más fuerte y la música y las voces menos envalentonadas, las pisadas de una mujer sonaban casi como los truenos de una Tormenta. Auspiciada por una capa oscura, rehuía las miradas y contemplaba los neones parpadeantes de las tiendas que por no estar en mal lugar habían tenido que cerrar. La luz de uno de los carteles despejó la oscuridad de su piel, pálida, y cambió el tono de sus ojos azules, que miraban de cerca una aldea por la que hacía mucho que no tenía el gusto de pasear. Pero su característica sonrisa dentada no era más que una sombra de lo que fue. Su gesto orgulloso no era más que un pasado que tragarse. Su porte altiva, una encorbada figura que ahora giraba por un callejón.
Su piel estaba magullada y le dolían todos y cada uno de sus dedos. Las agujetas casi la hacían caminar tan rígida como un niño que apenas se tiene en pie. Pero sabía que bien merecía la pena si aquellos neones podían brillar al menos un día más. Bien merecía la pena si la mujer a la que amaba podía vivir al menos un día más que ella. Bien merecía la pena, si cuando viniesen a cobrarse su propia vida pudiera obtener el cambio de la muerte de aquél que acabó con su hermano.
Y bien merecía la pena, si podían cortarle las nueve colas a cierto hijo de puta que se había atrevido a posar su zarpa donde no debía.
Ya casi estaba. Cruzó por delante de una empalagosa pastelería y abrió el portal de la torre adyacente. Se montó en el ascensor al lado de un tipo que inquieto se revolvía sin saber muy bien por qué, tratando de adivinar su identidad entre miradas breves y cautas. Salió y se dirigió a una puerta en particular, y no a cualquier otra, sino a la que albergaba el hogar de la que puede que fuese la persona más importante en la tarea que se tenía entre manos.
La puerta de la casa de Aotsuki Ayame.
Ding, dong. Amekoro Yui llamó al timbre.
Daruu.
Cobraré el dinero de esta misión, y renuncio al de Espiral de problemas y al de Bosque de intrigas.
Esta cuenta representa a la totalidad de los administradores de NinjaWorld.es
Era un día de invierno. Frío como muchos otros días de invierno en Amegakure. Pero no nevaba. Era muy raro que lo hiciera en una ciudad donde imperaba la lluvia. Y, las pocas veces que lo hacía, nunca llegaba a cuajar. Desde luego, Amegakure era una villa muy diferente a un primo suyo en el norte, Yukio, donde la nieve era la protagonista en cualquier estación del año.
En casa de los Aotsuki no hacía mucho menos frío. Aunque tenían calefacción, por energía hidráulica como todo lo que se movía en la aldea, había una lucha constante entre dos fuerzas completamente opuestas: el calor de las tuberías y el mismo espíritu del invierno que habitaba en aquella casa: Aotsuki Kōri. La temperatura descendía bruscamente en cada habitación en la que entraba y, a consecuencia de ello, Ayame, mucho más friolera que su hermano, trataba siempre de rehuir su presencia e iba siempre envuelta en una densa bata y con las manos enguantadas. Por su parte, Zetsuo, mucho más regio y resistente, se las apañaba bien abrigándose un poco más de la cuenta.
Una humeante cafetera se estaba calentando al fuego en el mismo instante en el que el timbre de la puerta sonó. Zetsuo chasqueó la lengua, profundamente irritado, ante la brusca interrupción y salió de la cocina entre largas zancadas y refunfuños más que audibles.
—¿Qué cojones querrá ahora ese mocoso de Amed...? —Pero sus palabras se vieron interrumpidas cuando abrió la puerta y se encontró cara a cara con alguien que no era Amedama Daruu. De hecho, se trataba de alguien que nunca antes había llamado a la puerta de su casa. Como si hubiese visto un fantasma, Zetsuo abrió los ojos como platos al ver allí a Amekoro Yui, la que había sido, hasta hacía relativamente poco, la Arashikage de la aldea. Iba enfundada de los pies a la cabeza con una túnica negra, pero aquellas facciones afiladas y decididas eran inconfundibles—. ¡Yui-sama! Qué... sorpresa verla por aquí. —El tono de la voz de Zetsuo había cambiado de forma brusca hacia el más absoluto respeto. El hombre inclinó el torso y solo después se hizo a un lado para invitarla a pasar—. Adelante, pase, estaba preparando un café, por si quiere probarlo. ¿Qué la trae por aquí un día como este? —Sus ojos se entrecerraron momentáneamente, peligrosos, y se perdieron en algún lugar del pasillo que se extendía frente a ellos—. No me diga que Ayame ha vuelto a hacer alguna de las suyas...
Ya desde fuera, Yui sintió el profundo olor de la cafetera de un huraño Zetsuo, quien blasfemando zanqueó hasta la puerta blasfemando contra Amedama Daruu. Yui le dedicó la mejor de sus sonrisas, afilada, traviesa, mientras se deleitaba con la palidez y la expresión que se había pintado en el rostro como una muñeca en cuanto abrió la puerta y se dio cuenta de quién había llamado al timbre.
—Si instases a esos dos a pagarse una casa con ese rico sueldo de jōnin —espetó Yui, mordaz—, no tendrías que soportar el insistente dedo de Amedama tocando a tu puerta. Aunque quien sabe, igual Kiroe se sienta sola y suba a tomarse el café contigo. —Rio.
»Tomaré una taza de ese café que huele tan bien, sí, gracias.
Yui acompañó a Zetsuo a donde quisiera que le estuviera conduciendo. Tomaría asiento en el primer sofá o silla que consiguiera alcanzar su mano vendada y se sentaría de la forma menos ortodoxa posible.
—Es con Ayame con quien vengo a hablar, sí, pero sólo he oído cosas buenas de ella desde que se convirtió en la mano derecha de Shanise —comentó Yui. Su característica sonrisa se había ido de viaje. Quizás a un tiempo más alegre—. Quiero que me acompañe en una misión importante. —Hizo una pausa, mirando a los ojos al viejo águila—. Sólo puede ser ella.
3/03/2021, 21:20 (Última modificación: 3/03/2021, 22:00 por Aotsuki Ayame. Editado 2 veces en total.)
—Si instases a esos dos a pagarse una casa con ese rico sueldo de jōnin, no tendrías que soportar el insistente dedo de Amedama tocando a tu puerta —espetó Yui, tan directa y mordaz como siempre—. Aunque quien sabe, igual Kiroe se sienta sola y suba a tomarse el café contigo.
El rostro de Zetsuo se ensombreció bruscamente, como cuando una nube tapa los rayos del sol en un cielo despejado.
—Por encima de mi cadáver —gruñó, obstinado. Lo último que le faltaría sería que Amedama Daruu le robase a su hija y que encima la pesada de su madre decidiera pasar las horas con él. Ni hablar—. Si ese maldito mocoso se cree que puede... Bah, da igual —Zetsuo se cortó bruscamente, sacudiendo la cabeza.
La invitó a pasar, y Yui se vio ante un largo pasillo decorado de forma bastante simple. Junto a la puerta, paraguas, chubasqueros y kasas, tres objetos muy demandados en una aldea como era Amegakure. Por los colores, blanco, negro y azul; era fácil averiguar cuál era de quién. Junto a estos, varios muebles en el recibidor, con las llaves de casa (uno de aquellos llaveros estaba repleto de muñequitos de todo tipo) y varias fotos familiares. Si Yui se fijaba en ellas, vería en algunas de ellas a una mujer que era idéntica a Ayame, pero con el pelo blanco y sin duda más adulta: Hōzuki Shiruka.
—Por aquí, Yui-sama —Zetsuo la condujo hasta el final del pasillo, donde otra habitación a modo de comedor y cocina se abrió ante ellos.
Nuevamente, la antigua Arashikage se encontró con una habitación decorada de forma bastante sobria, aunque de alguna forma más viva que el recibidor. El comedor estaba formado por una mesa amplia donde podrían caber perfectamente seis personas, un sofá de color azul y un sillón junto a la ventana. Un periódico, CDL (siglas de Crónicas de Lluvia), reposaba sobre él. Zetsuo debía haber estado leyéndolo. En el otro extremo se encontraban las encimeras de la cocina, de donde provenía aquel olor a café.
—Es con Ayame con quien vengo a hablar, sí —afirmó Yui, mientras Zetsuo se acercaba a sacar dos tazas de uno de los armarios—, pero sólo he oído cosas buenas de ella desde que se convirtió en la mano derecha de Shanise.
—No me diga... Joder, eso sí que es una novedad —La comisura de los labios de Zetsuo se curvó de forma casi inapreciable mientras dejaba las tazas frente a ellos, en la mesa del comedor, y volvía a por la cafetera.
—Quiero que me acompañe en una misión importante —Yui hizo una pausa, mirando a los ojos al viejo águila, cuyo rostro había vuelto a ensombrecerse—. Sólo puede ser ella.
—Entiendo... —musitó. Entonces suspiró y lanzó un seco gesto con la cabeza, hacia la puerta—. Ahora mismo se está duchando, pero no debe tardar mucho más. —De hecho, si Yui afinaba el oído podría percibir con claridad que desde el interior de una de las puertas del pasillo sonaba una voz cantarina acompañada del rumor del agua—. Yo lo tomo sin nada —agregó Zetsuo de repente, con la cafetera en la mano—, ¿pero quiere un poco de leche o de azúcar? —le preguntó, cortés. Pero la mirada de sus ojos era evaluadora, estudiosa.
»Mientras la espera, podemos charlar un poco, hacía mucho tiempo que no hablábamos cara a cara, Yui-sama. ¿Puedo preguntar detalles sobre esa... misión?
«Pues no me vendría bien ni nada la puta ducha», pensó Yui con fastidio. «Si llego a saberlo, paso por casa antes de venir.»
Yui pidió su café con exactamente tres terrones de azúcar. Normalmente sólo le echaba una pizca, pero sabía de sobra que a Zetsuo le gustaba el café bien, bien amargo, y ver su cara de desapruebo disimulada a medias le divertía. La gente tendía a creer que tenía que mostrar más miedo que respeto hacia Yui. Lo que no entendían es que bastaba con el respeto. El miedo genera una lealtad frágil, y la falta de respeto camuflada huele mal.
—Oh, Zetsuo, tráeme un poco de leche, también. ¿Tienes unas galletitas? —Yui sonrió, y clavándole los ojos al águila, contestó—: La misión es para Ayame.
Tres terrones de azúcar. El gesto en el rostro de Zetsuo no varió ni un ápice, pero la decepción pasó por sus ojos aguamarina como una ominosa sombra.
—Por supuesto, Yui-sama —musitó, dándose la vuelta para ir a coger el azúcar solicitado. Y sus dedos apenas habían rozado el cartón de la caja cuando la voz de Yui volvió a alzarse, solicitante:
—Oh, Zetsuo, tráeme un poco de leche, también. ¿Tienes unas galletitas?
Las manos del médico temblaron violentamente, airadas. Azúcar, leche y galletas. ¿De cuántas maneras diferentes iba a profanar el café aquella mujer? Zetsuo apretó las mandíbulas, pero de su garganta apenas salió un profundo gruñido. Cogió un paquete de galletas y el brick de leche de la nevera y lo dejó todo sobre la mesa, frente a Yui.
—La misión es para Ayame.
Zetsuo frunció ligeramente el ceño. Las misiones eran una parte fundamental del sistema shinobi por el que se regían las aldeas, y una parte de ella se debían al secretismo de esas misiones. Pero estaban hablando de su hija, una hija que se había estado jugando el pellejo a cada oportunidad que se le presentaba. ¿No podría estirarse un poco al respecto?
—Entiendo... —musitó, con tono formal. Zetsuo miró fijamente a los ojos a Yui, pero se encontró con una muralla de voluntad. Pero, tras un instante de vacilación, el médico osó intentar dar un paso adelante e ir más allá, adentrarse en su mente y captar aunque fuera una mínima esencia de sus pensamientos al respecto de la misión...
—¿Y... Yui-sama? —preguntó una confundida Ayame, desde el marco de la puerta. Llevaba el pelo completamente empapado y suelto sobre la espalda, pero eso no parecía preocuparle.
Al contrario que a su padre.
—Joder, ¿pero cuántas veces te he dicho que te seques el pelo al salir de la ducha, niña?
—¡Pero no me gusta el secador! —protestó ella, irritada.
¤ Kokoro Dokusho no Jutsu ¤ Técnica de la Lectura de Mentes - Tipo: Apoyo - Rango: C - Requisitos: Ninjutsu 50 - Gastos: 20 CK (impide regeneración de chakra) - Daños: - - Efectos adicionales: Permite leer la mente de otras personas o sumergirse en sus recuerdos - Sellos: - - Velocidad: Instantánea - Alcance y dimensiones: Cuerpo a cuerpo
Con esta técnica, cuando Aotsuki Zetsuo clava sus ojos en los de otra persona es capaz de adentrarse en el interior de su mente sin que el otro sea consciente de ello.
Con esta intromisión, y siempre que mantenga el contacto visual, Zetsuo es capaz de escuchar los pensamientos del contrario o incluso rebuscar entre sus recuerdos, siempre y cuando su Inteligencia sea superior al Voluntad del objetivo o este último no haya bloqueado su mente por otros medios.
Oh, Yui vio en los ojos de Zetsuo el orgullo, la desconfianza, el miedo. Pero ciertas cosas debían respetarse. Y además, no podía contarle eso al viejo águila. No podía contárselo, porque se arriesgaba a que se negase con todas sus fuerzas. El pobre hombre había perdido a su mujer hacía muchos años, y Yui sabía que era tan protector con sus hijos que podía llegar a cualquier cosa.
Y sería un enorme desperdicio tener que encerrar a uno de sus mejores shinobi en el calabozo por desobediencia. No podía ser.
Pero los ojos de Zetsuo, inquisitivos, se habían vuelto muy hábiles. Tanto como para romper la férrea voluntad de la que fue su kage, penetrar más allá de su mirada y leer. La vocecilla de Ayame les interrumpió en el último momento, pero llegó a ver algo. Una sombra en movimiento. Las imágenes en blanco y negro y a toda velocidad de una escena.
Un enorme zorro de nueve colas. Los cabellos negros de una mujer con la mirada fría y distante. Un pergamino encima de su escritorio, con la firma de su hija. El nombre: Maimai.
Yui se dio la vuelta de golpe. Le dedicó una amable sonrisa a Ayame. No era una de sus sonrisas. Simplemente, una sonrisa normal. Eso era casi desconcertante, viniendo de la Tormenta.
—Buenos días, Ayame. ¿Te quieres venir de picnic? —bromeó.
—Joder, ¿pero cuántas veces te he dicho que te seques el pelo al salir de la ducha, niña?
—¡Pero no me gusta el secador! —protestó ella, irritada.
—¡Déjala, coño! —protestó Yui—. ¡Es una Hōzuki hecha y derecha, joder! ¡El agua no nos asusta! ¡Nosotras somos el agua! —Se volvió a voltear hacia Ayame, apoyándose en el sofá con los brazos. Casi parecía una niña divirtiéndose—. ¿Era así como lo decías tú, verdad? —Le guiñó el ojo—. Bueno. Que tengo una misión para ti. Conmigo. A solas. —Remarcó.
14/03/2021, 15:17 (Última modificación: 14/03/2021, 15:19 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
Un monstruoso zorro con nueve colas, más grande que la mismísima Torre de la Arashikage. Una mujer de cabellos oscuros y mirada fría y distante. Un pergamino con la inconfundible letra y firma de su hija: Aotsuki Ayame. Un nombre: Maimai.
¿Qué significaba todo aquello? Aunque Zetsuo hizo acopio de toda su fuerza de voluntad por no mostrar ningún tipo de emoción, sus rostro palideció en el preciso momento en el que Ayame entraba por la puerta de la cocina y Yui se volvía hacia ella. El médico respiró hondo y se frotó los ojos.
—Buenos días, Ayame. ¿Te quieres venir de picnic? —bromeó la anterior Arashikage.
Pero Ayame no debió percibir la sutileza de su broma, porque desvió la mirada hacia la ventana más cercana, contra la cual repiqueteaban las gotas de lluvia de aquella pesada tormenta.
—¿De picnic...? —murmuró, casi para sí.
Justo entonces su padre la increpó por no secarse el pelo, y Yui se volvió hacia él:
—¡Déjala, coño! —protestó Yui, para estupefacción de Zetsuo, que la miró con ojos como platos—. ¡Es una Hōzuki hecha y derecha, joder! ¡El agua no nos asusta! ¡Nosotras somos el agua! —Divertida, se giró de nuevo hacia Ayame, apoyándose en el sofá con los brazos—. ¿Era así como lo decías tú, verdad?
—¡Eso es! —Ayame, hinchada como un pavo, se cruzó de brazos y asintió varias veces con la cabeza.
—Bueno. Que tengo una misión para ti. Conmigo. A solas. Plan de chicas.
A Ayame se le iluminaron los ojos como faros.
—¿Una misión? ¡Dadme un segundo, voy a prepararme! —exclamó, antes de arrancar a correr pasillo abajo.
Apenas un segundo después, Zetsuo y Yui escucharon una puerta cerrarse de golpe.
—Esta niña... —suspiró Zetsuo, llevándose el café a los labios. Ni siquiera había preguntado por los detalles de la misión, ni si tendrían que salir de la aldea, ni por cuanto tiempo. Simplemente, se había dejado llevar por la emoción.
Y apenas un par de minutos después, estaba de vuelta en la puerta de la cocina, vestida con su ropa de kunoichi, su capa de viaje, armada hasta las cejas y con una mochila que comenzó a llenar con algunos bocadillos y botellas de agua.
—¿Y adónde vamos, Yui? ¿Vamos a estar mucho tiempo fuera? ¿Viene alguien más con nosotras? ¿Quizás Kōri? ¿O Daruu? ¿O los dos? Espera un momento —Ayame se detuvo momentáneamente, como si se hubiera dado cuenta de algo de repente, y entonces se volvió hacia Yui—: No nos iremos de picnic de verdad, ¿no?
Yui dejó escapar un largo y profundo suspiro. Por primera vez en mucho tiempo, fue invadida por un lejano y difuso recuerdo. Algo sobre un libro, allá arriba en su despacho. Sin saber por qué, sintió ira, profunda y destilada, aunque muy escasa. En el fondo de su memoria.
En ese momento sólo pudo echarse una mano a la frente.
—No, Ayame, no nos vamos de picnic de verdad —dijo, paciente—. Pero tampoco nos vamos de misión ahora mismo. —La mujer se bebió todo el café que le quedaba e inclinó la cabeza ante Zetsuo en señal de agradecimiento. Se levantó y se acercó a Ayame. Le puso una mano encima del hombro—. Anda, deja el equipaje para otro momento y vente conmigo a dar un paseo. Te contaré los detalles.
»Tienes una casa bonita, Zetsuo. ¿La decoraste solo o te han ayudado tus hijos? ¿O fue...?
Pero Yui se llevó una mano a la frente, exhalando un profundo suspiro. Y a Ayame le dio la ligera impresión de que estaba irritada, quizás incluso enfadada, y se estremeció de los pies a la cabeza. ¿Acaso había dicho o hecho algo malo? ¿Cómo había metido la pata en aquella ocasión?
—No, Ayame, no nos vamos de picnic de verdad —respondió, con una inusual paciencia para ser ella—. Pero tampoco nos vamos de misión ahora mismo.
—Oh... —Ayame hundió los hombros, sin intención alguna de esconder la profunda decepción que la embargó.
Yui se bebió el café que le quedaba de un trago e inclinó la cabeza hacia Zetsuo a modo de agradecimiento, pero él agachó aún más la cabeza en señal de plena subordinación y lealtad hacia ella. La antigua Arashikage terminó de incorporarse y apoyó una mano en el hombro de Ayame:
—Anda, deja el equipaje para otro momento y vente conmigo a dar un paseo. Te contaré los detalles.
Ayame asintió y, de forma mucho más parsimoniosa y calmada a cómo había irrumpido antes, volvió a su habitación casi arrastrando la mochila por el suelo.
—Tienes una casa bonita, Zetsuo. ¿La decoraste solo o te han ayudado tus hijos? ¿O fue...?
—Todos hemos colaborado para construir nuestro hogar —respondió él, algo más seco de lo habitual—. Pero buena parte del decorado es cosa de Ayame... Como fue de Shiruka antes de que... falleciera. Kōri y yo no somos muy buenos para esas cosas —agregó rápidamente, encogiéndose de hombros. Intentaba ocultar el ligero temblor en su voz.
—Mmh... ya —respondió Yui, incómoda, y paseó por el salón, mirando los cuadros, deteniéndose en un lustroso jarrón con algunas flores—. Zetsuo. —Musitó la Tormenta, muy seria.
»Si hace falta, moriré para que ella vuelva sana y salva. Tienes mi palabra.
• • •
Unos minutos más tarde, Ayame y Yui caminaban por las calles de Amegakure. Los que las reconocían tenían dos tipos de reacciones. O señalaban y emitían gritos ahogados de asombro o musitaban y se apartaban de forma nada disimulada. Yui prefería a los segundos, pero por desgracia estaban bastante mezclados.
De modo que condujo a Ayame a un solitario parque verde. Un sobrio lugar, pero un oasis entre la jungla de grandes torres plagadas de tubería. Y así, mientras caminaban, se rompió el silencio.
—Saldremos mañana por la mañana. Temprano. Sobre las seis. Es un viaje largo —dijo, de pronto—.Hiciste un reporte sobre Yukio, ¿recuerdas? Pues es hora de que vayamos a ver a ese tal Maimai.
A Yui no le hacía ni puta gracia la posibilidad de que Kurama estuviese medrando en su propio país, delante de sus narices. Había enviado a un par de hombres a investigar, pero no habían vuelto a tener noticias de ellos. «No me queda más remedio que ir yo misma.»
—Mmh... ya —musitó Yui, evidentemente incómoda. Sus ojos se pasearon por el salón, admirando cada centímetro, y terminaron deteniéndose en un jarrón con flores: lirios que había traído Ayame hacía un par de días—. Zetsuo. Si hace falta, moriré para que ella vuelva sana y salva. Tienes mi palabra.
Él se quedó en silencio durante varios segundos, sin saber muy bien qué responder. Y es que un dilema moral con forma de dos lobos hambrientos luchaba en el interior de su silenciosa mente: Como padre, la vida de sus hijos estaba por encima de cualquier cosa; pero como shinobi se debía a las altas esferas. Y Yui ahora estaba por encima de cualquier Kage, en el mismo escalón que un Daimyo.
—Confío en que no haya que llegar a una solución tan drástica, Yui-sama —pronunció, serio y solemne—. He entrenado personalmente a Ayame durante todos estos años para que sepa valerse por sí misma.
»Además —agregó, apartando la mirada con un ronco gruñido—, también cuenta con ese amigo suyo.
. . .
Un cuarto de hora más tarde, Yui y Ayame caminaban por las concurridas calles de Amegakure. A Ayame no parecía importarle demasiado el hecho de estar mojándose otra vez, pues había vuelto a olvidarse deliberadamente del paraguas. Sin embargo, caminaba con la cabeza gacha, avergonzada. No le pasaba por alto que, a su paso, los ciudadanos de Amegakure las señalaban o se apartaban como si fueran a darles calambre. Le incomodaba ser el centro de atención, y más de aquella forma.
Afortunadamente, Yui terminó conduciéndola a un solitario parque. Ayame estiró los brazos tras su espalda y por encima de la cabeza con un gemido de satisfacción cuando se vieron libres de la multitud y los rascacielos se abrieron ante ellas.
—Saldremos mañana por la mañana. Temprano. Sobre las seis. Es un viaje largo —dijo Yui de pronto, rompiendo el silencio—. Hiciste un reporte sobre Yukio, ¿recuerdas? Pues es hora de que vayamos a ver a ese tal Maimai.
—Entonces vamos a Yukio —murmuró Ayame, asintiendo para sí. Hacía años que no se acercaba a aquella ciudad nevada, y la última vez que lo había hecho había sido para recabar el ingrediente secreto que la madre de Daruu, Amedama Kiroe, utilizaba en sus creaciones—. ¿Se ha descubierto algo nuevo en Yukio o sobre Maimai? —preguntó. Pero entonces se dio cuenta de algo y se detuvo en seco—. Pero... ¿está bien que vaya... usted? Quiero decir...
¿La mismísima Tormenta acudiendo en persona a encargarse de una misión que deberían cumplir unos shinobi? Aquella situación era inaudita...
Yui sonrió y le dio un golpecito en el hombro con el puño.
—¿Quién te has creído que soy? —espetó con sorna—. ¿Una nueva Señora Feudal, petulante y con el culo gordo de plantarlo en un asiento como una maceta? No, no, y no. —Negó con la cabeza—. Esos tiempos pasaron. Soy una kunoichi, el mando más alto de Amegakure. Déjame contarte una cosa. —Yui levantó el dedo índice y señaló una gran torre. Una torre decorada en lo alto con cabezas de demonios. La Torre de la Arashikage—. No cree este nuevo rango para convertirme en una Arashikage de más rango. Fui Arashikage durante mucho tiempo, y ese puesto le corresponde a ella ahora. Protegeré esta villa la primera de todas si es que está en peligro, pero la guardia la tiene Shanise.
»Ayame. No abandoné ese sillón para sentarme en otro, tras otra mesa, rellenando otros papeles. No. La Tormenta vuelve a los orígenes del shinobi. La Tormenta viaja, y con su fuerza, cambia las cosas a favor de la aldea. Como un Señor Feudal, representa a su país entero, pero la Tormenta no se queda ahí.
»Nadie le da misiones al shinobi o kunoichi que ostente este rango. Trabajo para mi país como creo conveniente y actúo cuando es necesario. Caigo como un rayo encima de los problemas. Y la Tormenta debe ser así, porque estar parado apelotona a la kunoichi, Ayame. ¡La apelotona, me cago en la puta! ¡No, Shanise es mucho mejor para gestionar esos asuntos sesudos y para dirigir a la gente! ¡Yo soy una mujer de acción!
Suspiró.
»Enviamos a dos jōnin a investigar en Yukio hace unos meses y no hemos vuelto a tener noticias de ellos. No voy a quedarme de brazos cruzados a esperar a que ocurra de nuevo lo que pasó con Umikiba Kaido y Dragón Rojo. Así que vosotras dos vendréis conmigo. No soy muy perspicaz, pero esa información que reportaste... algo me dice que no es algo que averiguases por ti misma, Ayame. ¿Verdad? —Yui sonrió.
Pero Yui le devolvió una sonrisa como respuesta, y le dio un ligero golpecito en el hombro con el puño cerrado.
—¿Quién te has creído que soy? —le espetó, con sorna—. ¿Una nueva Señora Feudal, petulante y con el culo gordo de plantarlo en un asiento como una maceta? No, no, y no. Esos tiempos pasaron —Negó con rotundidad.
—¡Lo siento! No quería... —Ayame se apresuró a disculparse, pero Yui volvió a interrumpirla.
—Soy una kunoichi, el mando más alto de Amegakure. Déjame contarte una cosa —dijo, levantando el dedo índice. Ayame siguió su dirección y sus ojos toparon con el rascacielos más grande de toda Amegakure, la torre decorada con demonios que pertenecía a los Arashikage de Amegakure: El corazón de la aldea—. No creé este nuevo rango para convertirme en una Arashikage de más rango. Fui Arashikage durante mucho tiempo, y ese puesto le corresponde a ella ahora —agregó, refiriéndose a Shanise—. Protegeré esta villa la primera de todas si es que está en peligro, pero la guardia la tiene Shanise.
«Y yo soy ahora su mano derecha...» Meditó Ayame, volviendo a sentir aquel vértigo que la embargaba cada vez que lo recordaba. Aún no se había acostumbrado a ello, y seguía sintiendo como si se estuviera vistiendo una toga varias tallas más grandes de las que le correspondían.
—Ayame. No abandoné ese sillón para sentarme en otro, tras otra mesa, rellenando otros papeles. No. La Tormenta vuelve a los orígenes del shinobi. La Tormenta viaja, y con su fuerza, cambia las cosas a favor de la aldea. Como un Señor Feudal, representa a su país entero, pero la Tormenta no se queda ahí. Nadie le da misiones al shinobi o kunoichi que ostente este rango. Trabajo para mi país como creo conveniente y actúo cuando es necesario. Caigo como un rayo encima de los problemas. Y la Tormenta debe ser así, porque estar parado apelotona a la kunoichi, Ayame. ¡La apelotona, me cago en la puta! ¡No, Shanise es mucho mejor para gestionar esos asuntos sesudos y para dirigir a la gente! ¡Yo soy una mujer de acción!
Quizás, en otras circunstancias, Ayame habría encontrado mil y una pegas que ponerle. Pero en aquellos momentos se había quedado como hipnotizada por las palabras de la Tormenta, y la escuchaba casi con devoción, dejándose arrastrar por aquella impulsiva electricidad que empujaba a Yui. Si aquella poderosa mujer era la Tormenta, ella era la lluvia que la acompañaba, y así habría de servirla en aquella misión.
—Enviamos a dos jōnin a investigar en Yukio hace unos meses y no hemos vuelto a tener noticias de ellos —explicó, con un pesaroso suspiro—. No voy a quedarme de brazos cruzados a esperar a que ocurra de nuevo lo que pasó con Umikiba Kaido y Dragón Rojo. Así que vosotras dos vendréis conmigo.
—¿Nosotras dos? —Ayame miró con cierta extrañeza a Yui, pero ella sonrió:
—No soy muy perspicaz, pero esa información que reportaste... algo me dice que no es algo que averiguases por ti misma, Ayame. ¿Verdad?
—Oh...—Ayame esbozó una tímida sonrisa. No estaba acostumbrada a que hablasen de Kokuō como si se tratara de un ente separada de ella misma, como si fuera otra criatura que pudiera acompañarla y no se viera obligada a ello al estar sus existencias prácticamente fusionadas—. No, tiene razón, Yui-sama. Fue Kokuō quien me lo contó todo cuando me encontré con ese shinobi de Uzushiogakure.
Lo cierto era que al Bijū le había costado soltar prenda al respecto. Tal era su recelo hacia los humanos que, ni siquiera una vez la liberó de su prisión y se hicieron compañeras después del incidente con la reversión de su sello, le comentó nada acerca de lo que le contado Kurama. Quizás, una parte de ella quería seguir confiando en su Hermano perdido, pero se acumulaban los agravantes y el intento de asesinato de Datsue, el jinchūriki de Shukaku, a manos de otro de los Generales y el estado de prófugo de Gyūki habían sido las dos gotas que habían colmado el vaso.
—¿Cree que Kurama los descubrió? —preguntó, notablemente preocupada—. ¿Cree que... sabe que estamos detrás de él?
La sospecha se convirtió en verdad, pero Yui ya lo había asumido hacía tanto tiempo que ni siquiera sintió la necesidad de enfadarse, pese a que otrora le hubiese dicho a Ayame que debía contarle absolutamente todo si quería que tuviera su confianza. No obstante, la kunoichi ya había demostrado esa confianza en más de una ocasión.
—¿Cree que Kurama los descubrió? —preguntó Ayame, notablemente preocupada—. ¿Cree que... sabe que estamos detrás de él?
Yui se cruzó de brazos y bajó la vista. Con el pie, jugueteó un poco con una pequeña piedra del parque, dándole vueltas.
—¿Cómo accedió el bij... Kokuō, a esa información? —preguntó Yui—. ¿Sabe Kurama que ella sabe que tiene hilos en Yukio? Si la respuesta es "sí", evidentemente, algo se olerá.
»Matásteis a uno de sus Generales. Y su hermana no está de su parte, si no, me imagino que haría ya tiempo que habría vuelto a intentar escapar con tu cuerpo. ¡Porque más le vale que la información no sea una trampa! ¡Un tarro de miel para que mojemos los labios antes de que nos cacen! —Yui señaló al pecho de Ayame, como si su magnánimo dedo pudiera atravesarla a ella y al Fuīnjutsu de su espalda para acabar tocándole la frente al Gobi.