4/02/2017, 23:09
La noche resultaba fresca y agradable en el Jardín de los cerezos, aunque estaba lejos de su quietud habitual: Había cientos de personas reunidas en aquel parque, todas motivadas por “Los Juegos de Uzushiogakure no Sato”. Aquel era un evento exclusivo para los jóvenes genins que estuviesen recién graduados. Pese a toda la propaganda de aquella celebración, la mayoría de las personas estaban allí para charlar, comer, compartir y disfrutar de cualquier espectáculo que pudiera amenizar sus ratos libres.
—Pero… ¿Qué significa esto, maestro? —preguntó alterado en cuanto escucho que se le llamaba al centro de la arena, el lugar donde solo debían de estar aquellos que quisieran participar.
—Ya te había dicho que lo mejor para ti era el participar —aseveró el anciano, mientras recordaba las múltiples negativas de su pupilo—. Te he inscrito con el fin de adquieras un poco de experiencia en cuanto a las personas de Uzushio y sus costumbres.
El joven sabía que no tenía otra elección sino participar, pero sentía demasiado temor a que la gente lo señalará como un desconocido, o peor, que los mayores se indignaran por el hecho de que un Hakagurē estuviese participando. Pese a aquello, la ropa que le habían proporcionado era la perfecta para la ocasión: Un hakama gris corto y ceñido a los tobillos, un uwagi negro sin mangas, un obi de seda roja, un par de getas y un elegante haori blanco.
“Debí quedarme en casa”, pensó mientras se levantaba en silencio resignatario.
—Espera, he preparado algo que deberás de usar durante lo que resta de evento. —Ante la mirada curiosa de Kōtetsu, su maestro dio dos palmadas y uno de sus siervos se acercó para entregarle al chico una caja lacada.
Se le hizo un gesto para que la abriera. Así hizo, y en su interior encontró una curiosa máscara de porcelana y oro que representaba a un demonio, con los ojos vacíos y una expresión fiera, y con colmillos y cuernos dorados. Aun sin entender el porqué de aquello, se recogió el cabello y se ajustó las correas que la mantendrían en su lugar, llenando las cuencas vacías con sus grises ojos.
—Esto es un poco extraño. Es muy ligera y me permite respirar con facilidad, pero no puedo ver bien los rostros y mi voz suena tenebrosa. —Por alguna razón que no entendía, le resultaba imposible el distinguir las caras de quienes tenía cerca y el hacer que su voz se escuchara como lo hacía normalmente.
—Es bastante resistente, así que no debes de preocuparte porque se pueda dañar —aseguro, sin molestarse en responder las dudas del joven—. En la frente hay un sitio para que coloques la placa metálica de tu bandana.
Separó su bandana de la tela en la que estaba puesta, y procedió a ajustarla en su nuevo hogar, la frente de aquel demoníaco rostro. Tenía un montón de dudas, pero sabía que no recibiría respuesta alguna por parte del anciano. Se limitó a alejarse en silencio hacia el centro de la plaza, lugar desde donde lo habían llamado.
—Hakagurē Kōtetsu, presente y listo para participar —dijo con voz tétrica en cuanto se halló frente a los organizadores, a los cuales no podía reconocer o diferenciar.
—Pero… ¿Qué significa esto, maestro? —preguntó alterado en cuanto escucho que se le llamaba al centro de la arena, el lugar donde solo debían de estar aquellos que quisieran participar.
—Ya te había dicho que lo mejor para ti era el participar —aseveró el anciano, mientras recordaba las múltiples negativas de su pupilo—. Te he inscrito con el fin de adquieras un poco de experiencia en cuanto a las personas de Uzushio y sus costumbres.
El joven sabía que no tenía otra elección sino participar, pero sentía demasiado temor a que la gente lo señalará como un desconocido, o peor, que los mayores se indignaran por el hecho de que un Hakagurē estuviese participando. Pese a aquello, la ropa que le habían proporcionado era la perfecta para la ocasión: Un hakama gris corto y ceñido a los tobillos, un uwagi negro sin mangas, un obi de seda roja, un par de getas y un elegante haori blanco.
“Debí quedarme en casa”, pensó mientras se levantaba en silencio resignatario.
—Espera, he preparado algo que deberás de usar durante lo que resta de evento. —Ante la mirada curiosa de Kōtetsu, su maestro dio dos palmadas y uno de sus siervos se acercó para entregarle al chico una caja lacada.
Se le hizo un gesto para que la abriera. Así hizo, y en su interior encontró una curiosa máscara de porcelana y oro que representaba a un demonio, con los ojos vacíos y una expresión fiera, y con colmillos y cuernos dorados. Aun sin entender el porqué de aquello, se recogió el cabello y se ajustó las correas que la mantendrían en su lugar, llenando las cuencas vacías con sus grises ojos.
—Esto es un poco extraño. Es muy ligera y me permite respirar con facilidad, pero no puedo ver bien los rostros y mi voz suena tenebrosa. —Por alguna razón que no entendía, le resultaba imposible el distinguir las caras de quienes tenía cerca y el hacer que su voz se escuchara como lo hacía normalmente.
—Es bastante resistente, así que no debes de preocuparte porque se pueda dañar —aseguro, sin molestarse en responder las dudas del joven—. En la frente hay un sitio para que coloques la placa metálica de tu bandana.
Separó su bandana de la tela en la que estaba puesta, y procedió a ajustarla en su nuevo hogar, la frente de aquel demoníaco rostro. Tenía un montón de dudas, pero sabía que no recibiría respuesta alguna por parte del anciano. Se limitó a alejarse en silencio hacia el centro de la plaza, lugar desde donde lo habían llamado.
—Hakagurē Kōtetsu, presente y listo para participar —dijo con voz tétrica en cuanto se halló frente a los organizadores, a los cuales no podía reconocer o diferenciar.