3/05/2017, 05:05
Con sumo cuidado le dio vuelta a la hoja, sosteniéndola con la misma delicadeza que tendría al tratar con la piel de un muerto. Sus ojos se deslizaron a través de los cuestionamientos que se le planteaban en tan macabro escrito, produciéndoles terrores que pensó haber dejado atrás hacia mucho, en lo más oscuro y primitivo de su infancia.
“No hay salida. No hay escape. A todos nos llega la hora.”
El único y cruel alivio que se podía permitir sentir era el que su demoniaca mascara ocultara las debilidades mortales que se manifestaban en las contracciones de su rostro. Eran simples palabras las que leía, y sin embargo, contenían dentro de sí un carácter lo suficientemente impío como para agitar sus entrañas. Aquella era una sentencia de muerte, y no una muerte heroica como la que hubiese gustado de sufrir. No una muerte pacifica como la que bien hubiese tolerado. Se trataba de un vil y cruel asesinato a su cordura, una forma de fallecer al hacer añicos las frágil mente de quien se ve a merced de los tormentos de una prueba intelectual… Si es que querían evaluar su inteligencia, y no su tolerancia a al lado más abominable del conocimiento.
“Esto es malo… Es espantoso.”
El tiempo transcurría imposiblemente lento, como las aguas de un rio que se congela hasta adquirir aquel odioso color blanco mortecino. Trataba de repetir en voz baja cada pregunta, pero se le atragantaban como si su mera pronunciación fuera algo profano. La calidez de la noche no llegaba hasta su ser, pues el pavor le cubría con una discreta y dantesca sabana de frio sudor que casi le conferia a su mienbros un anticipado rigor mortis.
“No… no hay escape alguno.”
Sostuvo en alto el lápiz, y desafío a aquella sentencia de muerte con todo el valor que su joven ser podía reunir. El miro a la prueba y esta miro dentro de él, sondeando su alma y esparciendo su viscoso rastro por cualquier fibra sensible, en busca de una grieta a la cual aferrarse, una debilidad que pudiese quebrar su ya mermada compostura.
Antes de darse cuenta, todo había acabado, había entregado la prueba de que aun seguía mediocremente cuerdo… Pero ya no creía en aquello de que “Lo que no te mata te fortalece”, pues ahora sabia que aquello que no te mata te deja lisiado; se cuela en tu ser y se lleva para siempre un pedazo de ti, dejándote un recordatorio del horror sin fin… Un miedo que existe en la única prisión de la cual no puedes huir..., tu mente.
“No hay salida. No hay escape. A todos nos llega la hora.”
El único y cruel alivio que se podía permitir sentir era el que su demoniaca mascara ocultara las debilidades mortales que se manifestaban en las contracciones de su rostro. Eran simples palabras las que leía, y sin embargo, contenían dentro de sí un carácter lo suficientemente impío como para agitar sus entrañas. Aquella era una sentencia de muerte, y no una muerte heroica como la que hubiese gustado de sufrir. No una muerte pacifica como la que bien hubiese tolerado. Se trataba de un vil y cruel asesinato a su cordura, una forma de fallecer al hacer añicos las frágil mente de quien se ve a merced de los tormentos de una prueba intelectual… Si es que querían evaluar su inteligencia, y no su tolerancia a al lado más abominable del conocimiento.
“Esto es malo… Es espantoso.”
El tiempo transcurría imposiblemente lento, como las aguas de un rio que se congela hasta adquirir aquel odioso color blanco mortecino. Trataba de repetir en voz baja cada pregunta, pero se le atragantaban como si su mera pronunciación fuera algo profano. La calidez de la noche no llegaba hasta su ser, pues el pavor le cubría con una discreta y dantesca sabana de frio sudor que casi le conferia a su mienbros un anticipado rigor mortis.
“No… no hay escape alguno.”
Sostuvo en alto el lápiz, y desafío a aquella sentencia de muerte con todo el valor que su joven ser podía reunir. El miro a la prueba y esta miro dentro de él, sondeando su alma y esparciendo su viscoso rastro por cualquier fibra sensible, en busca de una grieta a la cual aferrarse, una debilidad que pudiese quebrar su ya mermada compostura.
Antes de darse cuenta, todo había acabado, había entregado la prueba de que aun seguía mediocremente cuerdo… Pero ya no creía en aquello de que “Lo que no te mata te fortalece”, pues ahora sabia que aquello que no te mata te deja lisiado; se cuela en tu ser y se lleva para siempre un pedazo de ti, dejándote un recordatorio del horror sin fin… Un miedo que existe en la única prisión de la cual no puedes huir..., tu mente.