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Pero los dos hombres se miraron, de repente con el rostro tan pálido como la cera.
—¿Ha dicho...? —dijo uno de ellos a duras penas.
—¿Él es...? —balbuceó el otro. Y ambos se abrazaron, temblando como dos porciones de gelatina de diferente sabor—. ¡Hermano! ¡Es él! ¡El Rompecráneos! ¿¡Qué hacemos!?
—¡Le decimos lo que quiere saber y nos vamos, idiota, eso es lo que hacemos!
Su hermano tragó saliva.
—¡E... era un tipo con cara de amargado, los ojos azules y el pelo gris. En mi opinión necesitaba un afeitado! ¡No sabemos más, te lo juro!
—¡No nos hagas daño!
—¿Ha dicho...? —dijo uno de ellos a duras penas.
—¿Él es...? —balbuceó el otro. Y ambos se abrazaron, temblando como dos porciones de gelatina de diferente sabor—. ¡Hermano! ¡Es él! ¡El Rompecráneos! ¿¡Qué hacemos!?
—¡Le decimos lo que quiere saber y nos vamos, idiota, eso es lo que hacemos!
Su hermano tragó saliva.
—¡E... era un tipo con cara de amargado, los ojos azules y el pelo gris. En mi opinión necesitaba un afeitado! ¡No sabemos más, te lo juro!
—¡No nos hagas daño!