28/10/2020, 17:21
Datsue, vestido con una camiseta sin mangas, un pantalón corto, un delantal blanco y un gorro de chef blanco, se quitó el sudor de la frente con el dorso de la mano. No era un día especialmente caluroso —en Uzu todos lo eran, en realidad, por aquella época del año—, pero la tensión que atenazaba su cuerpo le había hecho sudar.
—¿Estás seguro? —preguntó, aparentemente a la nada, en el jardín de su casa.
Aquel día Uchiha Datsue se enfrentaba a una de las misiones más complicadas de su vida: ofrecer un buen manjar al Uzukage. Podía parecer poca cosa, pero la última fiesta que se había montado atestiguaba que no lo era. Aiko, Reiji, Eri, Nabi y la propia Yuuna habían acudido, entre otros. Y la mayoría se había marchado entre vómitos y diarreas.
—¿Estás completamente seguro? —preguntó de nuevo.
Ya había colocado una mesa alargada sobre el césped y un toldo de tela carmesí que le daba sombra. Él se encontraba junto a un horno de leña, también al aire libre, echando salsa de tomate y un chorrito de aceite sobre varias masas de harina que reposaban sobre una mesa circular.
—¿Qué a cuánta temperatura está? Me cago en Susano’o, si esto parece la boca de Amatarasu, tío. ¿Has estado en el Volcán de la Lengua Ígnea? —preguntó, aguardando un momento antes de continuar—. Bueno, ¡pues yo tampoco! ¡Pero esto debe ser como estar allí, macho! ¡Debe serlo! ¡El termómetro a reventado y todo! ¿Seguro que la masa estará bien ahí adentro? ¡Mira que tengo de invitado a un Kage! ¡A un Kage! ¡Y al Rompecráneos, nada menos! ¡Adivina cómo se ganó ese apodo! ¡ADIVÍNALO! ¡Por no hablar de una tía que me podría sellar en una dimensión paralela de la que ni tú ni yo tenemos ni puta idea, pero que ni puta idea, y abandonarme allí por toda la eternidad!
Vale, quizá Datsue, además de tenso, estaba algo nervioso.
—Está bien, ¡está bien! ¡Te hago caso! ¡Tú eres el experto! —dijo, echando la primera masa al horno ayudándose de una pala de madera que había comprado expresamente para la ocasión. Fue entonces cuando oyó el timbre de casa—. Hostia, te tengo que dejar, tío. ¡Ya te contaré! —exclamó, “colgando” la llamada realizada con su sello de la hermandad intrépida.
»¡Datsuse! ¡Vamos, pequeño! ¡Ve a abrir!
El shiba inu —un regalo de Eri y Nabi hacía ya más de un año— acudió diligente al portal. Y es que el Uchiha le había enseñado, entre otras cosas, a saltar sobre el picaporte para que la puerta se abriese.
—¡Hola a todos! —exclamó Datsue, desde el horno, cuando vio que ya estaban todos—. Oh, Reiji, ¡estupendo! Deja los ingredientes por aquí —pidió, echándoles un rápido vistazo. Con la carne que se había traído podían hacer una pizza barbacoa de rechupete. También traía verdura para darle un buen toque y… «¿¡Pescado!?»
Dígase una cosa de Uchiha Datsue: no era un extremista radical como Daruu, pero tenía sus principios. Si alguien quería pescado para su pizza, que se la echase él mismo. Porque Datsue ni borracho.
—¿Estás seguro? —preguntó, aparentemente a la nada, en el jardín de su casa.
Aquel día Uchiha Datsue se enfrentaba a una de las misiones más complicadas de su vida: ofrecer un buen manjar al Uzukage. Podía parecer poca cosa, pero la última fiesta que se había montado atestiguaba que no lo era. Aiko, Reiji, Eri, Nabi y la propia Yuuna habían acudido, entre otros. Y la mayoría se había marchado entre vómitos y diarreas.
—¿Estás completamente seguro? —preguntó de nuevo.
Ya había colocado una mesa alargada sobre el césped y un toldo de tela carmesí que le daba sombra. Él se encontraba junto a un horno de leña, también al aire libre, echando salsa de tomate y un chorrito de aceite sobre varias masas de harina que reposaban sobre una mesa circular.
—¿Qué a cuánta temperatura está? Me cago en Susano’o, si esto parece la boca de Amatarasu, tío. ¿Has estado en el Volcán de la Lengua Ígnea? —preguntó, aguardando un momento antes de continuar—. Bueno, ¡pues yo tampoco! ¡Pero esto debe ser como estar allí, macho! ¡Debe serlo! ¡El termómetro a reventado y todo! ¿Seguro que la masa estará bien ahí adentro? ¡Mira que tengo de invitado a un Kage! ¡A un Kage! ¡Y al Rompecráneos, nada menos! ¡Adivina cómo se ganó ese apodo! ¡ADIVÍNALO! ¡Por no hablar de una tía que me podría sellar en una dimensión paralela de la que ni tú ni yo tenemos ni puta idea, pero que ni puta idea, y abandonarme allí por toda la eternidad!
Vale, quizá Datsue, además de tenso, estaba algo nervioso.
—Está bien, ¡está bien! ¡Te hago caso! ¡Tú eres el experto! —dijo, echando la primera masa al horno ayudándose de una pala de madera que había comprado expresamente para la ocasión. Fue entonces cuando oyó el timbre de casa—. Hostia, te tengo que dejar, tío. ¡Ya te contaré! —exclamó, “colgando” la llamada realizada con su sello de la hermandad intrépida.
»¡Datsuse! ¡Vamos, pequeño! ¡Ve a abrir!
El shiba inu —un regalo de Eri y Nabi hacía ya más de un año— acudió diligente al portal. Y es que el Uchiha le había enseñado, entre otras cosas, a saltar sobre el picaporte para que la puerta se abriese.
—¡Hola a todos! —exclamó Datsue, desde el horno, cuando vio que ya estaban todos—. Oh, Reiji, ¡estupendo! Deja los ingredientes por aquí —pidió, echándoles un rápido vistazo. Con la carne que se había traído podían hacer una pizza barbacoa de rechupete. También traía verdura para darle un buen toque y… «¿¡Pescado!?»
Dígase una cosa de Uchiha Datsue: no era un extremista radical como Daruu, pero tenía sus principios. Si alguien quería pescado para su pizza, que se la echase él mismo. Porque Datsue ni borracho.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado