Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Con cada prenda de ropa que Aiko se iba quitando, revelando recovecos de su cuerpo que hasta entonces tan solo se podían intuir, el corazón de Datsue palpitaba como el tambor de Raijin con cada trueno que invocaba. Una prenda, un trueno, que resonaba en sus oídos y retumbaba en su pecho. Pero llegó el momento en que no había más prendas que quitarse, y fue entonces cuando se desató la tormenta.
Una tormenta de éxtasis, de júbilo, de pura emoción. Jamás había visto a una mujer desnuda —no, al menos, en persona—, pero ya en ese momento supo que no iba a volver a ver nada igual.
Cuando ella le llamó con un brazo, mientras el agua cristalina corría por su piel desnuda, el Uchiha creyó que iba a perder la cabeza. Con gran apuro, terminó de quitarse el pantalón y el calzoncillo, que le oprimían, y le faltó tiempo para unirse a ella bajo la cálida corriente que les proporcionaba la ducha.
La tomó por la cintura y la atrajo hacia él, sintiendo como las curvas del cuerpo de ella se amoldaban contra el suyo. Luego, sus labios buscaron los de ella de forma desesperada, suplicante, anhelante… Pero el beso, lejos de saciarle, le provocó el efecto contrario. Era como si se encontrase bajo el efecto de un extraño genjutsu, en el que cuanta más agua bebiese, mas sed le produjese.
Ansioso, sus labios buscaron nuevos manantiales que probar. Bajaron por un canal estrecho, que le condujeron hasta un valle profundo y angosto. Aquel valle, al contrario que el Valle del Fin, tan solo estaba custodiado por dos monumentos, pero le produjeron tal impresión que decidió explorarlos con minuciosidad, perdiéndose entre ellos en más de una ocasión. Cuando al fin logró orientarse, bajó por unas grandes llanuras, deambulando de un lado a otro hasta encontrarse con una flor…
Minutos más tarde, los ojos de Aiko y Datsue volvieron a encontrarse. Ella pudo apreciar que un brillo febril iluminaba su mirada, antes de que la atrajese hacia él para que sus labios se juntarsen en un cálido abrazo.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado
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De repente, a mitad de aquella febril pasión que caldeaba el ambiente como una olla a presión, tres golpes apresurados resonaron en la puerta del apartamento. Fueron sólo tres golpes, pero tres golpes apresurados, casi urgentes, y, casi enseguida, una voz habló desde el otro lado de la puerta.
—¿Aiko-san? ¿Estás ahí Aiko-san? —exclamaba Ayame, con un hilo de voz, verdaderamente angustiada. La muchacha intercambiaba el peso de una pierna a otra, nerviosa, y en vista de que no recibía ninguna respuesta volvió a llamar con mayor insistencia—. ¿¡Aiko-san, estás ahí!?
Se llevó una mano a los labios, indecisa. No era una buena idea utilizar sus técnicas de voz en una situación así, en un lugar así... Pero era demasiado urgente como para dejarlo pasar así como así...
Ayame tomó aire, cerró los ojos y su voz, potenciada con su chakra, reverberó por todas y cada una de las paredes de Nishinoya y las ventanas temblaron peligrosamente a su paso.
La pelirroja hizo el gesto para que el chico se acercase, y éste, eufórico no tardó en quitarse los pantalones e incluso los calzoncillos. Sin demora alguna, se unió bajo el chaparrón artificial a la chica, y no tardó en buscar el contacto físico. Estiró ambas manos hasta la cintura de la chica, la tomó con decisión, y la acercó hacia él. Ésta no ofreció resistencia alguna, y sus cuerpos chocaron con euforia bajo el agua. El calor que desprendían era casi tan intenso como el que el mismo agua ofrecía, aunque quizás no eran ni conscientes de ese leve detalle en ese mismo momento.
«Espero que no se enamore... solo se llevaría un duro golpe...»
Sus labios se unieron a los del chico de nuevo, en ésta ocasión no hubo intento de cobra alguno. La pelirroja rodeó el cuello del chico, pasando los brazos tras éste, y dejando la mano diestra sobre su cabellera. Era ella, y no el quien dominaba la situación, al menos eso quería pensar. Sus labios se despegaron, pero no tardaron en volver a donde antes, con una pasión salvaje. En ésta última ocasión, la chica mordió el labio del joven, disfrutando del intenso sabor de su beso.
—Mmmmmhhh... —se le escapó un leve gemido, efecto de su excitación tan solo.
Tras ello, habiendo soltado al chico por un breve instante, éste escapó. Se deslizó por su cuerpo, cual serpiente por el árbol prohibido, buscando tan solo pecado. La chica cerró los ojos, y se dejó llevar por el momento.
El efímero momento.
De pronto, la chica detuvo al joven, pese al morbo, e incluso el sonido del agua golpeando el plato de la ducha, había escuchado algo. Había alguien hablando, o algo similar... ¿o había sido su imaginación?
—Espera... ¿has escuchado eso? —preguntó a Datsue.
Apenas éste pudiese haber contestado, una voz ensordecedora resonó por toda la habitación, inundando en un intenso eco la misma. Hasta el cepillo de dientes y el vaso de agua que tenía frente al tocador cayeron al suelo, quebrando éste último en el mismo acto. La chica se llevó las manos a las orejas, intentando hacer vacío al sonido, obviamente en vano.
—P-pero... ¿¡Que cojones...!?
Aiko apartó a Datsue hacia un lado, y apresuró a salir de la ducha, empapada. En el mismisimo primer paso, la chica se clavó uno de los trozos de cristal del fragmentado vaso en la planta del pie, provocando con ello una herida en éste que resultó en un ligero de sangre.
—¿¡AAAAAHHHH!? ¡¡LA PUTA MADRE.....!!
Cojeando, y dejando tras de si un pequeño rio de sangre, la chica tomó un albornoz tras la puerta del baño. —Espera ahí... —recalcó al chico, por si acaso dudaba. Con las mismas, y sobre la marcha, la chica se puso el albornoz acercándose a la puerta. A última instancia hizo un leve nudo, y abrió la puerta.
Frente a ella, una chica que no había visto nunca, con cara de no haber roto un plato en su vida. La pelirroja la miró por un segundo, y no aguantó. —¿Y TU QUIEN COÑO ERES?
Quizás algo exaltada, pero... no era para menos, ¿no?
—¿Hmm? —Ni lo había escuchado ni, en un momento como ese, le importaba lo más mínimo cualquier ruido que pudiese provenir de fuera. Por él como si se presentaba un jodido bijuu en la puerta, que no pensaba quitar su vista y dedicación de…
—¡¡¡¡AIKO-SAAAAAAAAAAAAAAN!!!!
Era más apremiante que la trompeta de guerra, más agudo que el chirrido de las uñas arañando la pizarra, y su eco resonaba con mayor fuerza que los truenos invocados por Raijin. El Uchiha se llevó las manos a los oídos mientras caía desparramado por el plato de ducha.
Cuando se levantó, después de que Aiko fuese a ver quién demonios la llamaba con tanta urgencia, ya no lo hizo como Datsue el Intrépido, sino como Datsue el Vengador. Supo que en aquel momento, en aquel instante, el veneno del rencor se había colado en su sangre, emponzoñando su corazón y su espíritu. Un veneno implacable, mortal, cuyo único antídoto era…
… la venganza.
El sharingan destacaba sobre su piel pálida como la sangre de la víctima en el filo de un kunai. Se acercó a la puerta del baño para oír mejor —cortándose también con los cristales rotos y gruñendo de dolor—, y se agazapó en una esquina a la espera… como un depredador haría con una presa lejana, a la que todavía no podía hincar el diente. «Todavía…»
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Un estruendo al otro lado, el sonido de unos cristales haciéndose añicos en el suelo, pasos acelerados y furiosos y la puerta se abrió de golpe. Al otro lado, Aiko vestida únicamente con un albornoz y con los cabellos empapados la miraba con una ira primitiva.
—¿Y TU QUIEN COÑO ERES? —exclamó, con los ojos inyectados en sangre.
Ayame se había cubierto el rostro, temiendo que la golpeara, pero la pregunta la pilló por sorpresa. ¿No la recordaba? Bien era cierto que sólo se habían visto una vez, pero...
—Ho... hola... —saludó, con una sonrisa apurada pero que trataba de resultar conciliadora—. Soy Ayame, ya sabes, la chica a la que ayudaste a aprender a lanzar shuriken. ¿Te pillo ocupada? Lo siento, no te habría molestado si no fuera una verdadera emergencia... —volvió a mirar con cierta angustia hacia su habitación—. Ve... verás... yo...
»¿No tendrás una cebolla de sobra?
»Me estaba haciendo unos spaguetti a la carbonara y resulta que se me ha olvidado comprar cebollas. Y me he dado cuenta justo cuando he puesto el bacon a freír... ¡Qué cabeza la mía! —parloteaba, hablando a toda velocidad, pero entonces sus ojos se fijaron en sus pies y palideció—. A... ¡Aiko-san, estás sangrando! ¿Te has cortado con algo? ¡Ven, hay que tratarte esa herida! —Y, sin pensárselo si quiera, agarró a su compañera de aldea del brazo y tiró de ella hacia fuera, dispuesta a arrastrarla hasta su propio apartamento.
12/08/2017, 21:28 (Última modificación: 13/08/2017, 01:29 por Aiko.)
Una mueca por parte de la pelirroja reflejó la tremenda confusión que en ese mismo instante golpeaba su cabeza con un martillo y una pica. No daba crédito a lo que ésta chica decía, y no sabía quien diablos era. Maldita fuese su condición de perder memoria...
Pero ahí estaba la chiquilla, frente a la ofuscada pelirroja, presentándose de nuevo y haciendo ver a ésta su tremendo y absoluto problema culinario. La de cabellos color azabache hablaba a toda velocidad, haciendo entender que tenía una atroz prisa, debido a que tenía la comida en el fuego, y necesitaba con emergencia esa cebolla. La mirada de la pelirroja se hizo mas iracunda, si es que cabe.
«¡Me cago en mi puta vida!»
Sin mediar palabra, la chica se dirigió a paso de dinosaurio hacia la pequeña despensa que había justo al lado de la improvisada cocina, tomó la dichosa cebolla, y volvió hacia la chica de cabellera azabache. Ni había hecho por quitarse el trozo de cristal del pie, ni contestó a la preocupación de la otra por su herida. Llegó hasta ésta, y le acomodó la dichosa cebolla entre las manos de en un enérgico gesto, que para nada derrochaba amabilidad.
—¡¡AQUI TIENES!! —bramó. —¡BUENAS NOCHES!
Y con las mismas, cerraría la puerta corredera en los morros de la chica, de un portazo que quizás sonaría mas que la voz que la pedazo de salvaje había soltado antes. Dejó escapar un suspiro, y agachó la cabeza, intentando relajarse...
Entre que la puerta del baño estaba medio cerrada y que el individuo que les había interrumpido parecía habérsele agotado el vozarrón de antes, el Uchiha apenas logró oír nada de la conversación. Sin embargo, sí logró creer entender dos cosas: primero, casi podía jurar que se trataba de una chica; y, segundo, que el motivo de tanta urgencia era…
«¿¡Unas cebollas!?», rugió, para sí, rojo por la cólera. «¡¿Me han jodido mi primera vez por unas CEBOLLAS?!»
Tardó unos segundos en levantarse hecho una furia —los segundos que tardó su cerebro en procesar y asimilar la nueva información—, de mala suerte que al descargar peso en su pie derecho volvió a sentir un dolor lacerante en el corte que se había hecho. Ahogó un gruñido, mientras los ojos se le anegaban en lágrimas, mitad por el dolor, mitad por la rabia. Luego, tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para no darle las cebollas que la cortarrollos pedía, acompañadas de un Goukakyuu en plena cara como regalo de la casa.
«Tranquilízate, joder. Que estás en territorio hostil y te pulen» Tras respirar hondo, decidió que lo mejor sería tratarse la herida. Con cuidado de no volver a pisar los cristales, regresó al plato de ducha apoyándose tan solo con el talón en su pie herido. Una vez allí, acercó la manguera —todavía abierta— para limpiarse con cuidado el corte, teniendo que apretar los dientes por el creciente dolor. Seguidamente, cojeó hasta el bidé y arrancó una buena porción de papel higiénico, improvisando una ridícula venda.
Mientras tanto, escuchaba chillidos histéricos por parte de Aiko, que parecía casi tan enfadada como lo parecía él. Casi, porque era imposible que lo estuviese tanto, ya no digamos más. Con el disimulo y sigilo propio de un ninja —recién graduado—, asomó la cabeza por el marco de la puerta, casi a la altura del suelo, para comprobar si Aiko ya se había deshecho del incordio...
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Aiko se tomó unos cuantos segundos para tranquilizarse, le habían cortado el rollo de una manera soberana, digna de reyes. No en el buen sentido, obviamente. Debía de reconocer que ésa renacuaja tenía un chorro de voz que daba miedo, había licuado la mitad del mobiliario de un solo grito, casi de elogio. Quizás en otro tipo de circunstancia...
Tomó aire, y lo exhaló de manera mucho mas calmada. «Bueno, ya pasó... concéntrate, que ésto no haga que se acabe la diversión, joder.»
Dio un paso hacia detrás, y al apoyar el pie sobre el suelo, el intenso dolor del cristal clavándose aún mas en su pie recorrió toda la pierna. La pelirroja tomó de nuevo aire, mientras unas lágrimas le asomaban de los ojos.
—¡Me cago en la puta! —bramó, ésta vez no con la misma energía con que había atendido a la chica.
Alzó el talón, haciendo con ello que la planta no apoyase, y por ende el cristal tampoco. Y andando con cuidado, regresó al baño, donde Datsue debía estar esperando. Al llegar a pasar el umbral que daba al susodicho baño, halló al intrépido shinobi enjuagándose el pie en el bidé, siendo que éste también se había cortado al salir del plato de la ducha.
La chica se sostuvo apoyando su peso sobre la puerta, levantó el pie, y jaló del crital clavado en su pie. Su cara reflejó con lujo de detalles que éso había dolido, mas en ésta ocasión se guardó en silencio ese gemido de puro dolor, o incluso esa posible blasfemia.
—Te dije que no salieses... ¿ves? Ahora te cortaste por esa tontería.
La chica miró de reojo al joven, y se rió. No de manera tosca, una risa quizás picarona si es que cabía en una situación tan reventada.
—Ahora vamos a tener que jugar a los médicos... que mal, ¿no?
«Al menos la espantó rápido» pensó el Uchiha, cuando Aiko regresó al cuarto de baño. Aquella maldita intrusa le había reventado el momento. Un momento que no sabía si podría ya recuperar. Sus ojos, todavía teñidos por el rencor, descendieron por la figura de la kunoichi hasta toparse con el cristal que tenía clavado en el pie…
…pero en el camino…
—Te dije que no salieses... ¿ves? Ahora te cortaste por esa tontería.
Las palabras de Aiko resonaron en su cabeza como un eco lejano, mudas, incomprensibles... y eclipsadas por los latidos de su corazón, que palpitaban en su sien. Mientras sus ojos creían haber encontrado el secreto de la inmortalidad, escondido toscamente por una fina capa de chakra...
—¿Hmm? —murmuró, segundos más tarde, al darse cuenta de que le estaba hablando.
—Ahora vamos a tener que jugar a los médicos... que mal, ¿no?
El Uchiha tardó un momento en recomponerse. Desvió nuevamente la mirada hacia sus ojos, y se obligó a responder con algo ingenioso. O, al menos, intentarlo:
—Oh, ya… Sí. Esa herida que te has hecho pinta muy mal, ¿sabías? Podría infectarse fácilmente… —dijo, con voz exageradamente dramática—. Suerte que tengas a Datsue el Intrépido a tu lado, ¿eh? ¿Sabías que mi segundo sobrenombre es Datsue el médico? Me iba a especializar en esa rama, pero me dijeron que mis métodos para sanar eran demasiado… —ladeó un poco la cabeza y esperó unas milésimas de segundo, como si estuviese tratando de encontrar la palabra adecuada—, controvertidos.
»¿Estás segura de querer ponerte en mis manos?
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El chico quedó embobado por un instante bajando su mirada, éste quedó tan ensimismado, que no hizo apenas caso a lo que la chica decía al parecer. Menos mal que llevaba puesto el albornoz, que si no... cualquiera le saca de sus pensamientos. Pero sus ojos color carmín... «¿¿No era negros??»
No miraba realmente hacia su entrepierna, si no mas abajo... ¿la herida?
Éste respondió a tiempo, al menos a tiempo para no hacer a la mente de la chica dar demasiadas vueltas a ese espeluznante asunto. De pronto, éste se las dio de médico, haciéndose ver como una futura promesa de la medicina, fallida por sus poco ortodoxos métodos.
«Leñes, se supone que iba a ser yo la enfermera. Éste chico... desde luego he de reconocer que tiene salida para todo.»
Concluyó preguntando a la chica si de verdad se dejaría poner en sus manos, asumiendo éste el papel de médico. La chica se mordió el labio, y dejó escapar su respiración en una lenta exhalación.
—Sabes que para cuando lleguemos al salón mi herida ya estará curada... —recalcó al chico.
Observó por un instante el suelo, en el cuál aún quedaban trozos de cristal, y tramó un itinerario hasta el chico, así como hacia la puerta. Sin mas palabras, se acercó a éste, y tomó su mano. —Vente. —inquirió, y con las mismas arrastró de éste hacia el salón. Sabía que el chico quizás tendría la herida mas susceptible que ella, o igual no le hacía tan poco asedio como a ella el dolor, por no llamarlo placer. Por ello, ando no demasiado rápido.
Al llegar al salón, soltó su mano, y se cruzó de brazos. Le observó de arriba a abajo, y dejó escapar un leve suspiro, mientras desviaba la mirada a otro lado.
—Si te digo la verdad, esa chica me ha cortado bastante el rollo... creo que deberíamos dejarlo para otro momento.
Sin duda, pondría al chico a prueba. Callaría como una mala hiena, haciendo que éste pensara de todo, o que incluso intentase arreglar el asunto. Pero no sería así de sencillo, mantendría su posición a pesar de las palabras o gestos del chico, como parte de una broma de lo mas cruel y despiadada.
Al cabo de un rato, no podría aguantarse la risa de malvada, había sido toda una bruja, lo peor de lo peor. —¡Venga ya tontín, túmbate, que yo soy la enfermera! —se burló, sacando la lengua en una mueca.
—Sabes que para cuando lleguemos al salón mi herida ya estará curada...
«Cierto…» El Uchiha se había olvidado de la milagrosa sanación de la que hacía gala aquella mujer, incluso cuando acababa de descubrir dónde se encontraba el secreto de tal poder. No se le ocurrió nada ingenioso con lo que contestar, así que se encogió de hombros y sonrió. Luego, la tomó de la mano como ella pidió y la siguió hacia la habitación, con cuidado de no cortarse con los cristales por segunda vez.
—Si te digo la verdad, esa chica me ha cortado bastante el rollo... creo que deberíamos dejarlo para otro momento.
El Uchiha se mantuvo en un silencio mortal por unos instantes, con la mirada en el suelo y la vena de la sien palpitándole.
—Para otro… momento. —Bien le hubiese podido dar una bofetada, que al Uchiha no le hubiese sentado peor—. Comprendo…
No pudo decir nada más. En aquel instante, y seguramente por tan solo segunda vez en su vida, tenía ganas de asesinar a alguien. De arrancarle la cabeza de los hombros y machacarla contra una roca. «No, a alguien cualquiera no… ¡Sino a la JODIDA CORTARROLLOS!»
—¡Venga ya, tontín —Datsue elevó la cabeza como un perrito al ver acercarse con comida a su amo, súbitamente esperanzado—, túmbate, que yo soy la enfermera!
—¡S-sí! —exclamó, lleno de júbilo, saltando sobre la cama con la alegría de un niño pequeño y tumbándose boca arriba. Al cuerno con la venganza. Al cuerno con la juventud eterna. Ya habría tiempo para una y otra cosa más adelante. Ahora era el turno de…
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No cabía duda, el cubo de agua fría que había echado sobre el chico le dejó anonadado. Apenas atinó a entablar palabras, seguro que su cabeza ahora mismo solo aclaraba cómo vengarse de la intrusa, o cómo actuar dada la situación. A saber lo que pasaba por la cabeza del pobre chico, que había perdido una oportunidad de oro como ésta. No todos los días una chica con tan buen ver te ofrecía su cuerpo... era como si le hubiese tocado la lotería, pero mejor.
Pero la chica no pudo aguantar demasiado tiempo la tortura, tuvo que confesar que era una broma antes de que todo se fuese realmente al traste, o de que el chico saliese y derrumbase todas las puertas contiguas en busca de Ayame. Cualquier cosa era posible, y sin duda tendría repercusiones...
A su petición, el chico al fin atinó a responder bien, afirmando que actuaría conforme a lo solicitado, y dando un brinco a la cama. Sin demora, se puso boca arriba, esperando a su enfermera. Pero, la chica era de decisiones rápidas y quizás demasiado extrañas, ahora no le apetecía jugar a médicos y enfermeras, ni a ningún rollo raro, le apetecía jugar con él, simple y sencillamente.
Con parsimonia, la pelirroja caminó hacia el chico, pero se desvió y se colocó a su flanco izquierdo. Se mordía el labio inferior, de manera lasciva, mientras que clavaba sus ojos en los de Datsue. Sin aviso previo, dio un gran paso con su pierna diestra, y se expuso sobre el chico, aún ataviada con el albornoz. Tras ello, hincó las rodillas, situandose sentada sobre el bajo abdomen del chico, y clavó así también sus manos a ambos lados de su rostro.
—O también podemos dejarnos de tonterías de enfermeras, doctores, y ancianos chamanes, e ir mas... directos.
Sin dejarle demasiado tiempo a responder, con su posición dominante, la chica recortó las distancia de su rostro para con el de Datsue, y cuando sus alientos casi se ligaban en uno, le propinó un beso lento y vigoroso, disfrutando de cada segundo, y extendiéndolo tanto como gustaba. Ella tenía el control, y eso hacía que disfrutase aún mas.
Aiko no le dio tiempo a responder, ni falta que hizo. Su boca respondió de otra forma mucho más sencilla, y a la vez contundente, de lo que harían las palabras, devolviéndole el beso con pasión. Su lengua, escondida hasta entonces, decidió por cuenta propia explorar recovecos insospechados, mientras sus manos, desocupadas, encontraron pronto con qué entretenerse. Deslizó las yemas de sus dedos sobre la piel de Aiko, todavía húmeda por la ducha interrumpida. Subieron por sus sinuosas piernas, tan arriba que perdieron su nombre, y con ello, la cordura del Uchiha.
La apretó contra él con fuerza —quizá con demasiada fuerza—, mientras sus labios seguían envolviendo los de ella, de forma cada vez más desenfrenada y anhelante. Una de sus manos se deslizó por el albornoz, deshaciendo el nudo que lo mantenía cerrado en un par de tirones bruscos. Lo abrió para sí, y sintió un hormigueo placentero al sentir el contacto de la piel de Aiko contra la suya.
Su mano subió hasta arriba y tomó el mentón de ella, separándola de su boca lo justo y necesario para poder susurrar:
—No me tortures más —suplicó, y ella pudo ver en sus ojos febriles a qué se refería. O quizá lo pudo notar en su entrepierna… O por ambas cosas.
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La chica, en una posición dominante, se encontraba con los labios unidos a los del chico en un intenso y caluroso beso. La temperatura había vuelto a subir, pese a la intromisión de aquella desconocida. No era cosa de que la pelirroja se lo imaginase, el cuerpo del joven ardía, su corazón latía a toda velocidad, y sus manos la recorrían con ganas.
En cierto momento, el chico tuvo una disputa con el nudo del albornoz, que terminó solucionando a base de jalones. Sin duda, el chico estaba ansioso, y no era para menos. Sin embargo, a la pelirroja le gustaba esa sensación de darlo y a la vez dejar con las ganas, y estaba reservandose tanto como le era posible. Ella tenía ganas, pero no perdía nada por torturarlo un poco mas... tan solo un poco... hasta que él pidiese que terminase la tortura.
Abriendo su albornoz, y arrimando su cuerpo al suyo propio, el chico terminó por separar levemente su boca de la de Aiko. Al fin, pidió que parase su tortura. Sin duda, tenía ganas, ya no solo sus ojos lo decían, si no que hasta lo podía sentir bajo ella misma.
—Solo te torturaré un poco mas... —contestó a su suplica.
Y se lanzó en picado, buscando con sus dientes su cuello. Sin duda, le gustaban los bocados. Hincó sus dientes en su cuello, sin demasiada fuerza, pero si vigorosamente, con entusiasmo, saboreando lo que era suyo. Lo mordió, y bajó un poco con su boca, dando un beso ligero y tierno, para de nuevo propinarle un bocado igual de intenso casi en la unión del cuello con el hombro. Sin demora, continuó bajando, mientras que su cuerpo se fue acoplando a las necesidades, descendiendo también.
Su cuerpo se deslizaría como una serpiente, poco a poco, llegando ésta a poder besar sus abdominales. Su mirada sin embargo aún se clavaba en la del chico, y por un instante, cesó de besarle. Alzó un poco la cabeza, y se mordió el labio, mirándolo con deseo.
—¿A ti no te apetece jugar un poco mas...? —preguntó, picarona.
Si alguna vez había creído poder manejar a aquella jovencilla —al menos, en apariencia—, nunca había estado tan lejos de acertar. En aquella relación, ella era la que llevaba la voz cantante, y él solo era un triste muñeco en sus manos. Un muñeco con el que ella se entretendría, jugaría y torturaría a su más absoluto antojo, sin que él tuviese la fuerza de voluntad necesaria para impedirlo.
Aunque, de tenerla, ¿hubiese querido pararla? La tortura de Aiko representaba el sueño húmedo de la mayoría de adolescentes… incluido el suyo propio. Si bien ella era más cruel de lo que su corazón era capaz de soportar, pues cuando casi había terminado de bajar por sus abdominales, se detuvo momentáneamente.
«¡Pero no pares ahora, maldita!»
—¿A ti no te apetece jugar un poco mas...?
Definitivamente, aquella chica iba a volverle loco.
—Bueno, ahora que lo dices, quizá un poco más no haga daño… —respondió, estoico, tratando de que el tono de su voz no delatase las ganas inmensas que tenía de que continuase. Su cuerpo, tenso por el estado de éxtasis en el que se encontraba, así se lo decía también…
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