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Ranko informó a Kazuma sobre lo que pasaba. Al parecer, el chico había tenido una leve conmoción con el golpe, y no era consciente de qué había sucedido. Con las mismas, lanzó unas directrices sobre la posible situación del obi del chico, así como también sugirió que el Inuzuka usase de nuevo esas capacidades olfativas que tanto le caracterizaban. Por un momento, la chica tomó las riendas de la situación, y lo hizo con pleno derecho. Era la única que no había desesperado por esa pérdida, y con semblante frío había buscado una posible solución.
—¡Entendido! —respondió raudo el Inuzuka.
Y con la velocidad que sus piernas aún le permitían, corrió en busca del cinto del chico. Conocía el olor de éste, y tenía una seña de por donde debía buscar... era solo cuestión de tiempo que llegase al lugar. Entre tanto, pareció que el resto del equipo mantuvo una velocidad un tanto mas lenta. O simplemente era que el Inuzuka era excesivamente rápido.
Fuese como fuese, no iban a permitir que la situación se les fuese de las manos.
«¿Dónde está...?»
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A pesar de que había hecho un gran esfuerzo al ser carnada para jabalíes, a Etsu le quedaba la suficiente energía para dejar a sus compañeros atrás una vez más y enfocarse en la misión. Ranko no buscaba ser la líder, ni mucho menos, pero todos, al parecer, aceptaron su idea como óptima.
El Inuzuka salió entonces a toda velocidad en la dirección en la cual habían venido Ranko y Kazuma, siguiendo el aroma particular de éste último. Afortunadamente, el lugar de la batalla no se encontraba tan lejos como lo había estado la taidonka a su tiempo, y no tardó más que unos minutos en divisar un muro de tierra entre los árboles. El muro tendría a modo de grabado el emblema de la orquídea garza blanca, aquél que Ranko siempre portaba en la espalda. Y varios metros más allá, el genin podría ver un bulto de tela de color apagado que, aunque se hubiese perdido en un área pedregosa, podía distinguirse con relativa claridad al estar rodeado de tanto verde.
No se escucharía ningún animal amenazador en la cercanía, ya fuese por divina coincidencia o porque el ruido de los jabalíes los había alejado. Los cerdos tampoco se harían presentes, pues la persecución los habría dejado demasiado cansados (o atontados, en el caso del que quiso hacer puré de Kazuma).
Si Etsu se examinaba la tela rasgada que anteriormente había sido el pantalón del espadachín, vería las dos bolsas de cáñamo atadas, con las niratsubu y las hojas de baiko. Parecían estar ligeramente dobladas, pero sin ninguna rotura o aplastamiento. Etsu no sabría si había sido la persecución en sí que había alejado a los animales, o si el olor de los pantalones de su compañero había ayudado a enmascarar el olor de las hierbas.
Muy por detrás de el rastreador, a una distancia a la que no podían alcanzarlo a ver, la kunoichi de la larga trenza y el espadachín peliblanco se acercaban a menor velocidad. Kazuma se había separado de ella y le había dicho que estaba bien. Ranko asintió y, con algo de miedo por ambas partes (la integridad de la misión y la integridad de su amigo), aumentó un poco el ritmo de sus pasos. Se adelantó un poco, quedando unos metros delante del chico, pero siempre volteando a verlo en caso de que necesitase ayuda. Deseaba haber traído alguna capa de viaje, al menos así podría cubrir las prendas íntimas de Kazuma, y le ahorraría el sonrojo perpetuo que parecía portar en su rostro.
— M-me alegra que se sienta bien, Kazuma-san. Pero no… No lo dejaré atrás. —Cada que volteaba, intentaba mirar al chico a los ojos y evitar ver la manera en la que iba vestido ¿o desvestido?
”Al menos no está tan malherido. ¡Concéntrate, Ranko! Espero que Etsu haya logrado encontrarlas a tiempo…”
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Salto, giro, salto, esquivar rama agachándose, salto, giro de nuevo, voltereta para evadir rama a media altura, y de pronto un muro frente al Inuzuka. El chico paró su frenética carrera, alarmado por el muro de tierra con ese peculiar símbolo. Por un instante dudó, pero no tardó en recordar que la chica había tenido que usar una técnica del estilo, según le comentó. Así pues, con el corazón aún latiendo a mil y un cansancio realmente notable, el chico tomó algo de aire en lo que buscaba las ropas de su compañero.
«Tiene que estar... tiene que estar por aquí... ¿verdad?»
EL chico, sumido en sus pensamientos, pudo observar las marcas del enfrentamiento con el cerdo, incluso un pequeño reguero de sangre que parecía alejarse del sitio. Pero esos detalles ahora mismo eran insignificantes. A escasos dos metros tenía el pantalón rasgado de Kazuma. De nuevo, corrió, en ésta ocasión para tomar la prenda. Rebuscó un poco, y logró encontrar las bolsas de cáñamo. Antes de salir corriendo de nuevo cual pollo sin cabeza, revisó la mercancía.
¡Bien! —confirmó para sí mismo.
Con la prenda, así como las bolsas, el chico de nuevo salió a la carrera. De nuevo, corría hacia el grupo. Sin duda alguna, ésta misión era de las más intensas que había tenido en mucho tiempo, al menos lo estaba siendo por el detalle del requisito de tiempo. No tenían un máximo, pero quería cumplir con las expectativa....
— ¡Ranko! ¡Kazuma! ¡Las tengo! ¡Están aquí!
No pudo contener demasiado la emoción al ver a lo lejos al grupo, tenía que anunciarlo a los 7 mares. Ya iba quedando menos, todo parecía estar listo para el regreso a la villa.
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—M-me alegra que se sienta bien, Kazuma-san. Pero no… No lo dejaré atrás. —Cada que volteaba, intentaba mirar al chico a los ojos y evitar ver la manera en la que iba vestido ¿o desvestido?
—No tienes que ser tan solemne, Ranko-san —señalo con cierta risilla contenida—. Mis heridas no son nada grave, por lo que no estoy en peligro… Quizás un poco avergonzado, pero nada más.
Sus palabras calmadas hacían difícil dar crédito al sentimiento de vergüenza que aseguraba tener; y más difícil aún era saber si era debido a las hierbas pérdidas o al estado de sus ropas… Aunque aquella falda improvisada que amenazaba con caerse constantemente y la falta de su camisa eran un buen sugerente.
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”¿Solemne?”
El espíritu de Ranko se tranquilizó al escucharlo decir que no estaba en peligro, solamente algo avergonzado. Se habría sentido muy mal si alguno de los cuatro quedase malherido en una misión hipotéticamente tan simple como era la búsqueda de algunas hierbas. Se alegraba mucho de que su amigo poeta estuviese bien, dentro de lo que cabía. Y se alegró aun más al ver a lo lejos a Etsu, acercándose y gritando de emoción: lo habían conseguido.
— ¡A-así se hace, Inuzuka-san! —Ranko alzó la voz levemente, dando breves y quedos aplausos con sus dedos, visiblemente contenta — . ¡Kazuma-san, las hierbas están completas de nuevo!
La tercera cosa que le alegró fue que el de las rastas no traía de vuelta solamente las bolsitas, sino el pantalón destrozado de Kazuma. Tal vez no serviría de pantalón a la de ya, pero podría cubrir un poco más la parte inferior del chico. O al menos eso deseaba Ranko. Recibió a Etsu con la más amplia de las sonrisas y mejillas rojizas.
— ¡A-ahora sí podremos cumplir nu… nuestra misión!
En cuanto los cuatro estuviesen juntos, Ranko daría vuelta y emprendería el camino de regreso a la aldea junto con sus compañeros genin. Su paso no llevaría prisa alguna, salvo que los chicos se aceleraran. Quería descansar de la emoción de la búsqueda y la persecución. Al menos lo que pudiese.
Si no pasaba nada más, Etsu, Akane, Kazuma y Ranko caminarían por varios minutos hacia el norte, hasta divisar a la distancia la puerta sur Tres de Kusagakure.
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Kazuma parecía sumido en sus asuntos, tanto que no reparó en la presencia del Inuzuka regresando con lo que habían quedado de sus pantalones. A decir verdad, era una situación de lo más tenebrosa, ir casi desnudo en presencia de una chica... si, no era algo a reprochar que no le hubiese visto regresar, cualquiera en su lugar también tendría la cabeza en otro lado. Para bien o para mal, al menos ya estaba llegando la misión a su final.
—Kazuma, he conseguido encontrar también tus pantalones, aunque están un poco rasgados... —anunció al llegar hasta donde estaba el resto del grupo.
Ranko felicitó al de rastas por su labor, y sentenció lo que bien venía pensando Etsu. La misión podía ser culminada en breve. Etsu le entregaría las ropas al chico, en pos de que se pudiese cubrir un poco mejor, momento en que Akane volvió a la normalidad. El can dejó de imitar la forma humana de su hermano, y sendas bolsas que llevaba también cayeron con las mismas hacia el suelo. Pero el can, consciente de ello, las tomó en el aire para que no se estrellasen contra el yermo.
Etsu tomó las bolsas que tenía Akane sujetas con la boca, y echó un ojo a Kazuma. Éste, por mas que lo intentase con esos ropajes rasgados, no podría cubrir realmente todo lo que tenía que cubrir...
—¿Ababaur?
Etsu miró al can, asombrado de la pregunta de su hermano. Sin duda alguna, el huskie era el cerebro del equipo Inuzuka, no había quien lo pudiese negar —supongo que sí que sabe, Akane. De hecho, era una de las pruebas para graduarse... debería saber.
»Kazuma, ¿por qué no usas el henge para simular que tienes las ropas bien? la transformación, aunque no sea real, haría que pudiese viajar más cómodo... ¿no? —aclaró el rastas, puesto que seguramente el resto no hubiese entendido la pregunta de Akane.
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—¡Ranko! ¡Kazuma! ¡Las tengo! ¡Están aquí!
—¡A-así se hace, Inuzuka-san! —Ranko alzó la voz levemente, dando breves y quedos aplausos con sus dedos, visiblemente contenta —. ¡Kazuma-san, las hierbas están completas de nuevo!
—Bien hecho, Etsu-san —añadió el peliblanco, sorprendido por la eficiencia de su superior en experiencia, y por la amabilidad de traerle los restos de su vestimenta—. Con esta ya son dos o tres las veces que has salvado el día.
Ahora podían volver a la aldea y completar la misión, aunque parecía haber algo que el peliblanco debía atender.
—Kazuma, ¿por qué no usas el henge para simular que tienes las ropas bien? la transformación, aunque no sea real, haría que pudiese viajar más cómodo... ¿no?
—Una transformación, ¿eh? —tenía dudas al respecto, pues para él no había problema con volver tal como estaba: después de todo eran percances de la misión; aunque… entendía la posible mala impresión que podría dar al momento de reportarse y como esto podría afectar a sus compañeros—. Es buena idea, lo intentare.
El joven comenzó la secuencia de sellos, mientras recordaba que pese a ser una técnica básica, de academia, él había tenido problemas con la misma; de hecho, había fallado su primer intento de la prueba de ascenso. Además, era una técnica que le costaba trabajo mantener por mucho tiempo; pero hacer el intento era lo mínimo que se permitía.
Luego de completar su transformación en una versión mucho más presentable de sí mismo, no tendría problemas para ponerse en marcha junto con sus compañeros.
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Ranko se sorprendió y alegró de la idea de Etsu. Aunque el verlo hablarle a Akane, quien ya había regresado a su forma canina, antes de decirla le hizo dudar de si la idea era del humano o no. Kazuma aceptó de buena gana la sugerencia de su compañero, y, un Henge no jutsu después, el peliblanco vestía de manera apropiada de nuevo. La chica soltó un quedo suspiro de alivio, y el rubor de sus mejillas disminuyó lentamente.
Fueron acercándose entonces a la entrada a la aldea. No tardaron en ver a Komachi, la madre de Ranko, esperando sentada en un banco que otrora no estaba allí, mientras fumaba con suma tranquilidad de su pipa kiseru. Habrían pasado varias horas, mas la jōnin seguía impasible esperando por el regreso de los genin.
— Oh, aquí están —dijo sonriente al tenerlos cerca — ¿Y bien? ¿Qué tal todo? Tuve que mandar a buscar un asiento para poder esperarles je~ ¿Pudieron encontrar mis hierbas?
Komachi preguntaba, claramente, por el baiko extra que les había encomendado. Tal vez los chicos no se dieran cuenta, pero la razón de haberlos esperado era para que Taitama no se enterara de que ella había encargado hierba que no era para ella.
— ¡Madre! ¡Claro! —Ranko volteó a ver a Etsu, pues era éste quien tenía en su posesión la bolsita de cuero de su progenitora. Estaba emocionada y, al contrario de su madre, lo mostraba en su rostro. ¡Acababa de cumplir su primera misión (o casi)! ¿Cómo no emocionarse?
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Fuera de celebraciones, pues aún no habían logrado el objetivo de la misión —entregar las hierbas— los chicos tuvieron que hacer una breve pausa, para poner en práctica lo sugerido por el Inuzuka. Kazuma, al fin pudo verse algo mas... adecuado... para la situación. Era casi como si estuviese vestido, así al menos lograron que el rubor de las mejillas de Ranko desapareciesen de poco a poco. Etsu tampoco hubiese estado demasiado cómodo en esa situación por mucho tiempo, y Kazuma de seguro tampoco.
Pero como dice el abuelo, bien está lo que bien acaba.
De nuevo, y con fuerzas renovadas, pusieron rumbo a la aldea. Tenían con ellos todas las hierbas solicitadas, e incluso las que la madre de Ranko había pedido como favor. Sin duda alguna, la suerte les sonreía, al menos ahora mismo. Solo era cuestión de tiempo que liquidasen la deuda para con la aldea.
«¡Ya se ve la aldea!»
A lo lejos, en la propia entrada a Kusagakure, la mujer que les había ofertado la misión les esperaba, sentada con tranquilidad sobre un banco. Lo curioso era que ese banco previamente nunca había estado allí. Al menos no lo recordaba así el Inuzuka. Pero bueno, eso eran detalles sin mayor importancia. La mujer saludó al grupo de aventureros, y preguntó por cómo había ido la misión, así como si habían podido recoger las hierbas extra. Ranko se apresuró a contestar que así era, y miró al Inuzuka; el custodio de las susodichas hierbas.
El rastas alzó la bolsa, ofreciéndosela a la mujer —así es, aquí las tenemos. La misión ha sido todo un éxito, aunque unos animales salvajes nos entretuvieron un poco...
Para bien o para mal, un poco de acción en una misión tan sencilla como la de recolectar, siempre venía bien. No era para quejarse, al menos no demasiado.
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La idea de la transformación demostró su sensatez en cuanto se acercaron a la entrada de la villa y allí, esperándoles, se encontraba la madre de Ranko.
—Oh, aquí están —dijo sonriente al tenerlos cerca —¿Y bien? ¿Qué tal todo? Tuve que mandar a buscar un asiento para poder esperarles je~ ¿Pudieron encontrar mis hierbas?
—¡Madre! ¡Claro! —Ranko volteó a ver a Etsu, pues era éste quien tenía en su posesión la bolsita de cuero de su progenitora. Estaba emocionada y, al contrario de su madre, lo mostraba en su rostro. ¡Acababa de cumplir su primera misión (o casi)! ¿Cómo no emocionarse?
Kazuma miro con disimulo la expresión de su compañera, pues no era común verla emocionarse tan abiertamente. El creía que la educación formal de las familias urbanas incluía moderar las muestras de afecto en público —tal como parecía estar haciendo aquella señora—, pero él creía que Ranko se veía bien así, y que su reacción estaba justificada.
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Komachi se puso de pie antes de tomar la bolsita que le ofrecía Etsu. Sonrió amablemente mientras la metía entre sus ropas.
— ¡Excelente! Bueno, es un bosque, es natural encontrar a sus habitantes. Me alegra que hayan sabido superar a cualquier bestia como buenos shinobi de Kusagakure que son. Aunque Hanamura-kun no se ve del todo… bien. ¿Estoy en lo correcto, Hanamura-kun?
Esperaría por una respuesta, pues le parecía ver algo de sangre en el rostro del peliblanco. Después de ello, les haría una seña con la cabeza hacia el interior de la aldea.
— Vamos, chicos. La misión no acaba hasta que entreguen la mercancía.
Ranko asentiría y esperaría a que todos se pusieran en movimiento. La jōnin caminaría entonces delante de ellos, con rumbo al lugar donde la misión había comenzado: el Herbolario de Taitama. Ella no esperaría mucho, pues pasaría la cortina de tela de la entrada sin dudar.
— ¡Komachi-sama! ¡Qué alegría verla! —Escucharían a Taitama Kumoko desde fuera.
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Con la bolsa en la mano, la mujer exclamó su euforia en una calificación de excelente hacia el trabajo realizado. Tras ello, no se sorprendió demasiado de que los chicos hubiesen topado con bestias, pues ellos se habían metido en la casa de éstas. A la mujer no se le escapó un solo detalle, haciendo hincapié en que quizás no todos habían salido de rositas. En realidad, ni se hacía a la idea de lo lejos que podía quedar su suposición. No solo tenía un poco de sangre en la cabeza, pero en fin...
Bien acaba lo que bien termina.
Dicho y hecho, la kunoichi que fumaba inquirió ponerse en marcha, pues la misión no terminaba hasta que entregasen la mercancía. Etsu no tardó en acelerar el paso, siguiendo a la mujer al igual que el resto del grupo haría. Caminaron un tanto hasta la tienda de la señora que les había contratado, y la madre de Ranko fue la primera en entrar. Sin tapujos, abrió la cortina de la entrada y avanzó. Con ello, despertó un saludo por parte de la anciana.
—Buenas, ¡con permiso! —obviamente, él no tenía esos mismos privilegios. Tan solo tras esas palabras se adentraría en la tienda, al igual que la mujer de un solo brazo. La misión estaba llegando a su fin. Una más para su colección, una más para ese escalón que ansiaba subir.
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—¡Excelente! Bueno, es un bosque, es natural encontrar a sus habitantes. Me alegra que hayan sabido superar a cualquier bestia como buenos shinobi de Kusagakure que son. Aunque Hanamura-kun no se ve del todo… bien. ¿Estoy en lo correcto, Hanamura-kun?
—Sí, me distraje un momento y termine de cabeza contra el suelo —afirmo, haciendo con sus manos el gesto de un buen golpe—. Por suerte mis compañeros supieron cómo manejar la situación.
Quizás alguien con mayor sentido del orgullo se hubiese reservado el hecho de que tuvo que ser corrido, a nadie le gusta ser el eslabón débil del equipo, pero no veía vergüenza alguna en haber sido soportado y asistido por otros. Aunque tenía el suficiente sentido común como para no hablar de cómo sus ropas habían quedado destrozadas en dos ocasiones, dejando con suficiente piel expuesta como para incomodar a cualquiera.
—Buenas —diría Kazuma luego, justo después de que la madre de Ranko entrase de primera en la tienda.
El procedimiento no le resultaba familiar, pero supuso que aquella señora estaba haciendo de mediadora en la misión; quizás tuvieran que entregarle la resolución a ella, quien luego la oficializaría en el edificio del kage.
Nivel: 20
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Aunque Komachi parecía algo distante, se alegraba de que todos hubiesen llegado con relativo bien. No solo por su hija, pues era muy importante mantener la integridad de todos los genin de la aldea, aunque se hubiesen dado “de cabeza contra el suelo”.
— Excelente, excelente… —habría susurrado antes de ponerse en marcha.
Al entrar los tres humanos y el can al herbolario, sintieron de nuevo aquel ataque aromático tan extraño que percibieron la primera vez. Taitama Kumoko estaba sentada detrás del mostrador, con lo que parecía una bebida fría en mano. Parecía querer levantarse para saludar a la pelirroja, mas Sagisō Komachi parecía estarle insistiendo en que no lo hiciera, por la condición de su pierna.
— ¡Ooh, los chicos y Ranko-sama también han vuelto! ¿Cómo están? ¡Muéstrenmelas! —Su tono era bastante alegre. Dejó la bebida sobre el mostrador y se limpió ambas manos con sus ropas. Tal vez los chicos no se darían cuenta, pero ese “¿cómo están?” se refería a las hierbas, y no a ellos — ¿Tuvieron algún problema al recolectarlas?
Ranko se desató las dos bolsitas de su cinto y entregó las rafure y el mannerikko a la mujer.
— P-pues… —Mas no alcanzó a decir más.
Komachi tomó palabra mientras los chicos respondían a la mujer.
— Felicidades, chicos, han cumplido informalmente una misión más —La jounin no sabía el récord de misiones de Etsu o de Kazuma, aunque sí sabía que era la primera ninmu de su hija — . Y digo informalmente porque solo hace falta un paso (una vez que entreguen las hierbas, por supuesto). Inuzuka-kun, aún tienes el pergamino de la misión, ¿verdad? Te lo di al partir. ¿Serías tan amable de prestármelo? Taitama-san tiene que confirmar el cumplimiento satisfactorio de la misión. Acto seguido iremos a con el Morikage (bueno, con alguno de los encargados. Creo que a esta hora Kamisho-san ya se ha retirado…) para que les entreguen su recompensa. ¿Está bien, queridos? —les regaló una cálida sonrisa, como si fuese la madre de los chicos.
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—¡Ooh, los chicos y Ranko-sama también han vuelto! ¿Cómo están? ¡Muéstrenmelas! —Su tono era bastante alegre. Dejó la bebida sobre el mostrador y se limpió ambas manos con sus ropas. Tal vez los chicos no se darían cuenta, pero ese “¿cómo están?” se refería a las hierbas, y no a ellos —¿Tuvieron algún problema al recolectarlas?
—De hecho… —comenzó a decir el peliblanco—. Puede que sea porque aun soy un novato, pero la recolección de hierbas parece algo complicada, quizás hasta peligrosa. ¿Cómo hace usted cuando las tiene que buscar por su cuenta?
Definitivamente debía de tener algún truco, aunque fuese algo que se limitaba a la evasión y la experiencia; pues aquel recorrido dificultoso no era el tipo de cosas que imaginaba haciendo a un anciano.
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