La muchacha se lanzó a explorar la estantería con gesto decidido, más que dispuesta a dar con algo que le pudiera interesar a la jōnin —o en su defecto a sí misma, para tomar nota mental de ello y volver más tarde a Kawarimi no Hon cuando la misión finalizara—.
Eventualmente logró reunir a tres prometedores candidatos, pero antes de barajar la hipotética validez de cada uno de ellos y ejecutar la fatídica decisión, la atención de la kunoichi se vio robada por un cuarto y peculiar ejemplar.
El referido estaba hecho una pena; ¿lo habían chamuscado? Era imposible conocer su título ni su sinopsis debido a ello. «Parece ser que aceptan libros en estado pésimo». Curiosa, Karma lo tomó con la mano libre, sintiendo de inmediato la rugosidad de las castigadas tapas.
Lo abrió, considerando su estado. «Ah, los daños se reducen al exterior, parece perfectamente legible. Supongo que por eso lo aceptaron», reflexionó.
¿Qué esconderían las páginas de ese negruzco ejemplar? ¿Una historia increíble, o algo decepcionantemente aburrido? La genin leyó con avidez, queriendo averiguarlo.
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¿Y qué halló la muchacha al abrir el libro y leer? Bueno, para empezar, como no sabía dónde estaba la portada y dónde la contraportada, lo había abierto por el final. Pero eso no le impidió encontrar algo… peculiar. De hecho, gracias a ello encontró lo más interesante de todo.
Y es que Karma halló todos los ingredientes para una bonita historia de amor. Halló una historia de amistad, de profunda lealtad. Halló una historia con momentos cómicos, con borracheras y situaciones jocosas. Halló, en definitiva, una comedia romántica.
Pero, si leía más allá de lo aparente, más allá de las meras palabras, la kunoichi encontraría algo más. Porque, ¿acaso las mejores historias no son más de lo que parecen a simple vista? No juzgues un libro por su portada, se suele decir. Y aquella página que estaba leyendo Karma, transmitía mucho más que la simple historia que relataba. Porque lo importante no era el relato, sino la historia que había detrás, tras el telón. Una historia que solo unos pocos podían vislumbrar, y entender. Era la historia de una tragedia. De sueños rotos. De un ninja caído en desgracia. Del amor platónico perdido. De un ninja que lo pierde todo y se abandona a su profesión.
Y todo aquello en una simple página, escrita a mano, con caligrafía torcida y que decía así:
Querida Furukawa Eri,
………………………………..¿crees en el destino? Yo sí, pero me gusta pensar que no. Odio creer que alguien maneja mis pasos, mis acciones, o incluso mis pensamientos. Que alguien condicione lo que hago o lo que dejo de hacer, que me maneje como a un títere. Yo soy Uchiha Haskoz, escapé vivo y cuerdo del Bosque de Azur y
Pero sí me gusta creer en otro tipo de destinos. ¿Conoces la leyenda del Hilo Rojo del Destino? Se dice que todo Uzureño y toda Uzureña nace con un hilo rojo invisible atado en nuestro meñique. Un hilo que nos conecta con otra persona, nuestra alma gemela, nuestra media naranja y a la cual estamos predestinados a encontrarla, sin importar el tiempo, lugar o circunstancias. El hilo se puede estirar o contraer, pero nunca romper.
Te contaré un secreto. Un secreto que solo yo —y ahora tú— conoce. Yo puedo verlo. Mis ojos son los de Uchiha Hazama, capaces de distinguir la ilusión de la realidad, la mentira de la verdad, la. Y hoy he visto el hilo en ti. Y he visto donde estaba atado el otro extremo. Hoy, más juntos que nunca, y al mismo tiempo con el hilo hecho un ovillo. Pero estoy convencido de que, con el tiempo, conseguiréis deshacer el nudo que hoy se formó.
Porque sí, Eri. Hoy pasó lo que crees que pasó. Quizá te levantaste al día siguiente pensando que todo fue una terrible pesadilla. Imaginaciones tuyas. Un macabro y maloliente Genjutsu.
Pues no. Lo que pasó pasó, y debes odiarnos por ello. Detestarnos. No volver a dirigirnos la palabra en tu vida. Nos lo merecemos. Es la mínima penitencia que debemos cumplir, vernos privados de ti.
Pero solo te pido una cosa. Concentra todo ese odio, todo ese rencor y culpa, en mí. Porque has de saber que he sido el único culpable y responsable de todo este infortunio. Yo le convencí para que bebiese más de la cuenta. No, convencer no es la palabra adecuada. Le obligué. Le chantajeé para que lo hiciese. Has de saber que soy la persona más mala y retorcida de este mundo, Eri. El mundo nunca ha visto un malo como yo, ni lo volverá a ver. Pero no es justo que un inocente cargue con mis culpas.
Así que por favor. Te lo suplico, si alguna vez te reíste con alguno de mis chistes en clase. Si te alegraste cuando nos perdimos aquella clase de Física por la bomba fétida —sí, fui yo—, o te sirvió de ayuda la copia del examen de Matemáticas que se distribuyó el día anterior al examen —sí, también fui yo—, por favor, hazlo por mí: perdónale.
PD: Y si en tu corazón todavía queda hueco para algo más, por favor, cuida de Akame mientras no esté (me voy de viaje un par de semanas). No es un chico con muchos amigos, te necesitará. Ha sufrido mucho.
PD2: Y si todavía quedase un huquecillo diminuto, y estás dispuesta, te invitaré a dangos la próxima vez que nos veamos por la Aldea ;.)
PD3: Visita también a Noemi. Sé que te echa de menos.
PD4: Riko debe morir pagar.
¿Cuál era el relato? La historia de una borrachera. ¿Cuál la historia de fondo? El último adiós de un amigo. Karma conocía muy bien al compañero del que hablaba. Y lo conocería todavía mejor en el futuro. No por nada, era su sensei.
Los dioses fueron testigos de que Karma no esperaba toparse con lo que encontró. Estaba escondido entre aquellas tapas quemadas, como un tesoro. Una gema sin lustre que solo tenía valor para dos grupos: los implicados en esa historia agridulce y los observadores curiosos. La fémina caía en la segunda categoría.
Con los ojos como platos, leía. Desentrañaba y desentrañaba.
¿Y cómo no comportarse como una intrusa si la genin se alimentaba de todo detalle que encontraba a su alrededor? ¿Cómo contener su sed de respuestas cuando ese escrito en sucio contenía dos nombres, coronados por el mismo apellido, que reconocía? Era imposible hacerlo. La búsqueda de la verdad era virtuosa, era natural. Tan natural como respirar.
Dos Karmas, tan distintas pero parte de la misma alma: la muchacha alicaída que ignoraba los quehaceres ajenos porque no eran asunto suyo, y la indagante jovencita que le costaba horrores no pasarse de curiosa cuando algo captaba su atención, por personal que fuese.
Una dualidad paradójica, similar a muchas otras que la definían sin que ella misma fuese consciente.
«Uchiha Haskoz... otra vez. Su nombre estaba en la estatua de Shiona-sama. Y habla sobre Akame-sensei, dirigiéndose a una tal Furukawa Eri. ¿De qué desgracia está hablando? ¿El Bosque de Azur? ¿Alcohol? ¿Chantaje? ¿Hilos del destino? ¿Ese Riko al final se refiere a Senju Riko?», su mente trabajaba a ritmo frenético, escupiendo más y más preguntas para las que no tenía respuesta. Aunque quizás sí que conocía a alguien que las albergaba...
Agarró dos tomos: el quemado que ya tenía en su poder y Flor de Primavera. Era... adecuado.
Llevó ambos hasta el mostrador.
—Disculpe, me gustaría cambiar este libro —señaló a Flor de Primavera—, y comprar este otro —indicó el chamuscado.
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30/06/2018, 02:35
(Última modificación: 30/06/2018, 02:36 por Uchiha Datsue.)
—Disculpe, me gustaría cambiar este libro —La anciana trazó una curva lenta, inacabable y eterna con su mirada hasta ver el libro que señalaba. Luego, sus pupilas se dilataron, como a cámara lenta, hasta que el brillo característico del entendimiento surgió en ellos—, y comprar este otro.
Se repitió el mismo proceso. Otro arco que parecía no tener fin hasta el otro libro. Una tenue luz en su mirada. Y algo nuevo: su ceño se frunció. Karma lo supo por cómo la arruga de su entrecejo se hacía todavía más marcada.
—Ese… libro… no… se… puede… comprar —logró articular—. Mi… marido…, en… paz… descanse…, me… pasó… el… testigo… de… su… sueño… Él… que-ría… que… hu-biese…
Cinco minutos más tarde, la anciana puso fin a su discurso. En realidad, apenas había dicho mucho. Básicamente, que los libros de aquella estantería solo se podían intercambiar por otros, y no comprarlos. El sueño de su marido, al parecer, era crear un espacio donde, sin importar el dinero de tu bolsillo, la gente pudiese compartir su pasión por los libros, y prestárselos o cambiarlos sin ningún tipo de ánimo de lucro o beneficio más que el de enriquecerse interiormente.
—… y… por… eso… no… se… vende… ningún… libro… que… una… persona… ha… dejado… para… que… otro… tome… su… testigo.
La joven sabía que aquello iba a llevar un rato, así que se había armado de paciencia con premeditación. Lo que la genin no esperaba es que la anciana fuese a denegar su petición de compra y lanzarle un discurso, escueto pero extremadamente lento, sobre el motivo personal por el que los libros de esa estantería concreta solo podían cambiarse.
Karma se sentía como si hubiese estado años de pie, mirando a la dueña, quieta como una estatua, a la espera de que su monólogo finalizara; los músculos oxidados por el desuso y su cabello violeta transformado en un tono níveo por la gran cantidad de telerañas que se habían tejido sobre él.
En realidad no había sido para tanto.
Y a decir verdad, la idea le gustaba a la apática kunoichi, le gustaba mucho. Cualquiera deseoso de extender el gozo de la lectura por el mundo —o la villa, al menos— no podía ser mala persona. Ese difunto hombre debía de haber sido grande, sin lugar a dudas.
—Ya veo. Entonces... —reflexionó durante unos instantes—. ¿Sería posible reservarlo un día o dos? Estoy muy interesada en este libro, pero ahora mismo solo llevo uno encima, y tengo otras tareas que me van a tener ocupada hasta mañana.
El problema tenía una solución muy simple: terminar la misión, pasarse por su hogar y tomar uno de sus propios ejemplares, volver hasta aquí y cambiarlo.
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¿Reservarlo un día o dos? ¿Un libro de los que se intercambiaban? Eso era del todo improcedente. La anciana levantó —efectivamente, con extrema lentitud—, un dedo. Luego, otro, como si estuviese dando forma a los días que le había pedido Karma para entenderlo mejor. Encogió un dedo. Lo volvió a levantar. La chica no había pedido un día. Ni dos. Había pedido un día o dos.
Eso era del todo confuso.
Pasados unos cuántos minutos, bajó la mano y asintió.
—Sí… —Una pausa enorme—. Te… lo… reservaré… un… día… —Otra pausa—. O… dos.
La kunoichi aguardó, impaciente, la crucial respuesta de la dueña. Por supuesto, no fue rápida. Siendo honestos, si la anciana de pronto hubiese comenzado a hablar a velocidad normal, Karma habría botado de la sorpresa.
Lo importante era que le habían dicho que sí, que la reserva era posible. La joven sonrió con complacencia, desconocedora de los múltiples debates internos de la otra mujer. La ignorancia es felicidad, al fin y al cabo.
—¡Muchas gracias! —sacó El Ninja Sabio del interior de su bolsa de víveres—. Entonces me gustaría cambiar este libro por Flor de Primavera.
Lo depositó sobre el mostrador. Ahora solo tenía que esperar otros diez minutos a que la dueña diese el visto bueno.
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La dueña miró el libro que Karma quería dar a cambio. Lo tomó con delicadeza, con la misma lentitud y cuidado que alguien cogería un bebé recién nacido. Luego, se colocó las gafas que le colgaban por una cadena del cuello. Todo con su habitual sosiego. Comprobó entonces que la portada estaba en buen estado. Comprobó que la primera página estaba en buen estado. Se llevó un dedo a los labios para humedecerlo. Comprobó que la segunda hoja estaba en buen estado. Comprobó que la tercera hoja estaba en buen estado. Comprobó que…
…
Comprobó que la cuadrigentésima hoja estaba en buen estado. Comprobó que la cuadrigentésima primera hoja estaba en buen estado. La contraportada. Todo en orden.
La anciana esbozó una sonrisa y asintió.
—Todo… en… orden… Espero… verte… pronto… de… nuevo… —Una pausa—. Muchas… gracias.
A Karma le parecía razonable que la señora le echara un vistazo al libro antes de aceptar el cambio. Lo que la kunoichi no esperaba es que fuese a comprobarlo de arriba a abajo. Página por página. A su velocidad de fórmula uno con nitro.
Aquello sí que se hizo eterno, no solo en la mente de la muchacha, si no en el mundo real. Trató de distraerse, lanzando miradas ausentes a distintos rincones de la tienda, escudriñando libros y mangas desde la lejanía. Pero aquello no era suficiente para hacer la titánica espera más llevadera.
Quedó mirando a un punto no concreto tras la dueña, al infinito, enfrascada en sus pensamientos. Podría haberse quedado durmiendo de pie. Se tapó la boca en un par de ocasiones, cuando necesitó bostezar, por educación. Aquello era un auténtico ejercicio de resistencia.
—Todo… en… orden… Espero… verte… pronto… de… nuevo… —Karma retornó a la realidad a trompicones—. Muchas… gracias.
—G-Gracias a usted... —expresó, distraída.
Se hizo con Flor de Primavera y lo introdujo en la bolsa, tomando el puesto que antes había sido de El Ninja Sabio. Acto seguido abandonó la librería, poniendo rumbo hacia la casa de los Yoshikawa, donde podría pensar en su siguiente movimiento.
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No fue hasta que salió de la tienda, que Karma se dio cuenta de lo mucho que verdaderamente se había entretenido allí adentro. El sol había pasado de un lado a otro, y entre la hora que había tardado en hacer la compra, ya pasaba de media tarde.
La plaza estaba mucho menos abarrotada que cuando la dejó, y el barullo era más soportable. Caminó de vuelta a casa con la compra hecha y el libro cambiado, sin mayor incidencia.
Entonces, al llegar, vio la puerta de la vivienda entreabierta.
¿Acaso…?
Resultó ser que Karma no había estado una eternidad en el interior de Kawarimi no Hon, pero sí un considerable fragmento del día, como no tardó en comprobar al alcanzar el exterior y ser consciente de la posición del sol. La muchacha bufó. «Esa mujer me ha retrasado demasiado...».
Al menos el camino de vuelta se le hizo más agradable, debido a la reducida cantidad de gente que poblabla a esas horas la plaza. «Supongo que sería buena idea preparar la cena en cuanto llegue», reflexionó.
Caminó a lo largo de la calle donde estaba la residencia Yoshikawa. Estaba agotada. Entre la atareada realización de la compra y lo acontecido en la librería...
Pero Karma no podría descansar todavía, porque al llegar hasta el frente de la casa y aproximarse a la puerta de entrada, se percató de que la susodicha estaba entreabierta. Alzó una ceja. «¿Habrá sido Ringo-san...? Un simple despiste. O quizás...».
Se aproximó con precaución. Apoyó la diestra sobre la madera y presionó un poco hacia delante, lo poco que necesitaba para poder asomar la cabeza.
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Karma había sido precavida, como solo los mejores ninjas eran. O los que vivían más años, al menos. Eso, la salvó de una desgracia mayor.
Y es que cuando abrió la puerta, asomando solo la cabeza, algo cayó de arriba. Un caldero de agua, fría a rabiar, que se derramó por toda la cabeza de la kunoichi. Su cuerpo, no obstante, y el libro y la bolsa de compra, salieron ilesas de la trampa. La recompensa por haber obrado con cuidado y solo sacar la cabeza.
De inmediato, oyó un chillido al otro lado de la casa, mitad risa, mitad congoja. Y unos pasos corriendo escaleras arriba.
La joven se había preocupado: quizás alguien se había colado sin permiso aprovechando la ausencia de Eshima; eso es lo que había barajado, entre otras posibilidades. Pero no, era una jugarreta, una broma pesada. Otra más que añadir a la lista. Ese extraño sonido que entremezclaba júbilo y pánico —por paradójico que fuese— sumado a los acelerados movimientos en el interior de la vivienda no pasaron desapercibidos.
En primera instancia, Karma se estremeció con fuerza, hasta dejó escapar un quejido lastimero. El agua estaba congelada y le había dado de lleno en la cabeza, el centro neurálgico de la consciencia y el pensamiento. Suerte tuvo de que el caldero no se le cayese encima también.
Al menos aquello le enfrió las ideas. Segundos más tarde los engranajes mentales de la genin empezaron a girar y comprendió lo que había ocurrido. Solo se había empapado la cabeza y el cabello, pero secarse el cabello era mucho más atareado que secarse el cuerpo. Suspiró con pesadez. La compra y el libro estaban a salvo, que era lo importante. «Nota mental: tan pronto aprenda a utilizar una técnica de clonación, mandar SIEMPRE a un clon como avanzadilla antes de asomar la cabeza en situaciones sospechosas», se dijo, molesta.
Debía de haber sido Ringo. ¿Es que ese niño nunca aprendía? ¿Estaba dispuesto a hacerle la misión un suplicio hasta el fin? «Debería de dejarlo sin cena, joder». Pasó al interior y cerró la puerta tras de sí con mala leche, pegando un sonoro portazo.
Karma entró en la casa. Iba chorreando, agua discurriendo por su faz, precipitándose desde su violácea melena. Dejó la bolsa en el suelo de la entrada, a un lado. Subió las escaleras, pero no buscando al culpable, si no el baño. Necesitaba una toalla con la que secarse, o iba a ir dejando agua por todo el lugar.
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Cuando Karma subió por las escaleras, halló que la puerta de la habitación de Ringo estaba cerrada, y no abierta como la había dejado. Se adentró en el cuarto de baño, y encontró una toalla colgando al lado del plato de ducha, con la que secarse el pelo.
Con semblante nefasto, la genin entró en el baño, localizó una toalla y se secó la cara con ella. Acto seguido se la anudó sobre el pelo, formando una especie de moño alto que aprisionaba el agua y la iba absorbiendo —además de secando— poco a poco.
Retornó al pasilló y caminó, lenta e inexorablemente, hasta estar frente a la puerta cerrada del cuarto de Ringo. Tocó varias veces, con lentitud, como si fuese una marcha funeraria. Toc... toc... toc....
—Ringo-san... —lo llamó, haciendo uso de un tono digno de una asesina en serie que está acechando a una víctima—. ¿Te apetece cenar? ¿Preparo algo...?
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