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¡Y ahora se hacía la inocente! ¡Ja! Pero a Ringo-sama no se las daban con queso. Él iba a ser el próximo Uzukage, después de todo.
—Ya sabes… —se aclaró la garganta—. Cuando dos personas se gustan… Bueno, tras un par de citas suelen invitarse a casa… y esas cosas —terminó por concluir de manera abrupta, ligeramente colorado. Por mucho desparpajo que tuviese, todavía no estaba acostumbrado a hablar de aquellos temas con otras chicas.
La muchacha paró más en seco que un carro sin ruedas. Encaró a Ringo e inmovilizó su campo de visión sobre este. Sus orbes dorados casi vibraban por la incredulidad que asaltaba su mente.
—¿Gustarse...? —repitió, intentando digerir la palabra y el concepto abstracto tras esta. Le estaba costando, pero poco a poco comprendió lo que el niño estaba dando a entender—. Espera... ¿qué? ¿Gustarnos? ¿Te gusto, Ringo-san?
Enarboló una expresión de circunstancias, confusa.
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Ringo se paró apenas un segundo más tarde, cuando Karma le preguntó lo que le preguntó. Al principio, había creído que estaba tratando de vacilarle. Ahora, mucho se temía que iba en serio.
—P-pero, pero. Pero… Por los Dioses, déjalo —sentenció, haciendo un ademán con la mano—. Era una broma. ¡Una broma! Ironía. ¡Sarcasmo! Ya sabes, esa cosa que hace reír a la gente. O al menos que les hace disimular y esbozar una sonrisa por amabilidad.
»Vamos ya a por ese bañador, anda —pidió.
— C-Como quieras... —seguía confusa, pero no quería profundizar más en el tema.
Retomó el camino al galope. Quedó pensativa, tratando de analizar los acontecimientos y comprenderlos, pero no había manera. Todos somos tontos para algunas cosas, al fin y al cabo.
Karma se paró frente a una finca del Barrio de la Marea. Un muro de piedra delimitaba los terrenos del interior y la vía pública. A la izquierda de la puerta de entrada había un buzón y una placa con los kanjis que le daban apellido a la kunoichi: "Kojima".
La fémina sacó una llave de bronce de su portaobjetos y abrió la puerta.
— Pasa si quieres —le dijo a Ringo.
Lo primero con lo que se topaba uno al entrar era un humilde jardín de lilas, atravesado en su centro por un camino de piedra que llevaba hasta la entrada de la casa, fabricada en madera al estilo tradicional, con las columnas pintadas de rojo.
En el genkan solo había un pequeño mueble para los zapatos a la derecha. El suelo interior era de tatami color aguamarina muy claro y suave. Las paredes blancas.
Tras el genkan discurría un pasillo con dos puertas correderas a la izquierda y una puerta a la derecha. Las escaleras al piso de arriba nacían a mitad pasadizo, pegadas a la pared derecha, diseñadas con una anchura que permitía el paso en caso de querer seguir avanzando por el corredor. Al final de este había un armario alto de dos puertas, marrón.
Según pasó a toda prisa, Karma abrió la primera puerta corredera de la izquierda, que daba a un salón pequeño pero acogedor. En su centro había una mesa baja con dos zafus. Al otro extremo de la sala había una nueva puerta corredera, que debido a la transparencia de la luz del sol resultaba obvio que daba a un lateral del jardín. También se podía observar una televisión sobre un mueblecillo auxiliar en la esquina inferior izquierda y un armario empotrado de puertas —como ya era costumbre— correderas a mano derecha.
— Aguarda un momento en el salón, Ringo-san. Yo no tardo —expresó la médica.
Subió al segundo piso, y el muchacho quedó solo.
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Ringo pasó, curioso, a la vivienda de la kunoichi. Se había propuesto jugar a un juego. Él solo, de forma mental, que consistía en deducir aspectos de Karma por la casa en la que vivía. Como si fuese un espía que necesitase extraer la máxima información posible de un objetivo.
Dos puertas a la izquierda. Uno a la derecha. Un armario al fondo del corredor. Sus ojos se clavaron en el genkan. ¿Había zapatos? ¿De qué tipo? ¿Cuántos?
Luego, cuando llegó al salón, sacó su primera conclusión. Tan solo había dos zafus junto a la mesa. Eso quería decir que vivía con la madre, el padre, o sola. Pero no con ambos progenitores. De lo contrario, habría mínimo tres.
Ringo asintió cuando Karma le anunció que se iba a ausentar por un momento, y no tardó ni un segundo en salir corriendo hacia el mueble empotrado que había a la derecha del salón. Ávido, abrió sus puertas, en busca de más información.
En el genkan solo había un par de uwabaki de color beige. En el zapatero —que estaba entreabierto— se podía vislumbrar unos zapatos femeninos de calle negros y unas chanclas amarillas.
El interior del armario empotrado estaba dividido en dos partes, la superior y la inferior, por una tabla de madera. En la parte superior había un futón enrollado, de colchón blanco y funda azul celeste. En la esquina derecha de esta zona, completamente al fondo, se encontraba lo que parecía ser una botella de sake destapada y vacía. En la parte inferior habitaban dos cajas de cartón cerradas, ordenadas en fila besando la pared del lado izquierdo.
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¿Una botella de sake vacía? ¿Y destapada? ¿Qué significaba aquello? ¿Quién guardaría una botella vacía, y con qué propósito? Ringo se llevó una mano al mentón, pensativo. Aquello era extraño, y sin duda revelaba algo sobre Karma. La cuestión era: ¿el qué?
Sin pensárselo mucho, y creyendo que todavía disponía de tiempo, se agachó y abrió las cajas. Primero la más próxima, y, tras echarle un vistazo, haría lo mismo con la segunda.
En la primera caja el jovencito encontró un tablero de shōgi desgastado con todas sus piezas, una baraja de uta-garuta y un cuaderno de dibujo amarillento.
En el segundo se topó con toda una pila de recuerdos: varias fotos, algunas enmarcadas, otras desprotegidas. Unas estaban mucho más desgastadas que otras, como si las hubiesen manoseado repetidamente. Pero todas tenían algo en común: en ellas se podía ver a un hombre y una mujer en distintas situaciones.
El hombre, de pelo corto y barba poblada, poseía un color de cabello y vello muy similar al de Karma. Era tan alto como ancho, y siempre aparecía con una sonrisa de oreja a oreja que le hacía parecer un buenazo. Sus ojos eran pequeños y oscuros. La mujer era esbelta, de estatura media, delgada y dolorosamente bella, de melena rosada y ojos penetrantes tono azul claro. Aunque sus atributos femeninos eran más bien escasos, sus facciones de ángel y su cuerpo de modelo daban lugar a una combinación que muchos considerarían perfecta.
Habían fotos de ellos en el interior de una verdulería, en el día de su boda, en su luna de miel en Yamiria, en ese mismo salón... siempre pegados y sonrientes. La desconocida parecía más fría y seria que el barbudo a juzgar por su semblante habitual, pero su lenguaje corporal y la forma en la que lo abrazaba delataba lo apegada que estaba a él.
Ringo también halló un sobre arrugado entre los retratos.
De pronto se escuchó un quejido de gato proveniente del piso superior, y poco después a Karma, maldiciendo en voz alta.
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Lo que encontró en la primera caja fue…
—¡Uta-garuta! —Tuvo que reprimirse para no soltar un chillido de emoción. ¡Le encantaba jugar a ese juego! Y él era el mejor jugador, sin duda, aunque hacía un tiempo que ya no jugaba. No desde que su padre…
Sacudió la cabeza. Había, también, un tablero de shōgi. A decir verdad, nunca le había entusiasmado. Le parecía demasiado complejo, con demasiadas variables a tener en cuenta. Prefería algo más sencillo, como las damas. Por último, un cuaderno de dibujo.
En la segunda caja se encontró con un puñado de fotografías. Algunas enmarcadas. Aquello era curioso, muy curioso. ¿Por qué las enmarcadas estaban guardadas, y no decorando el pasillo y el salón? Cada vez tenía más claro que Karma vivía sola, y que sus padres habían muerto. O que eran unos traidores. El hecho de que Karma no apareciese en ninguna fotografía junto a ellos —pues se imaginaba que el hombre y la mujer eran sus progenitores—, también le decía algo. ¿Habrían muerto justo después de su nacimiento? ¿Por eso no tenía ninguna fotografía juntos?
—Pero esa botella de sake vacía… —¿Habría muerto o traicionado a la Villa solo uno? Y el restante, quizá, ¿se había dado al alcohol por una temporada?
Oyó a Karma maldecir en lo alto del piso. Debía darse prisa y confirmar sus pesquisas. Con cuidado de no romperlo, abrió el sobre encontrado para examinar qué guardaba.
El sobre contenía una carta. El estado del papel delataba que había sido escrita hace unos cuantos años. Al igual que muchas de las fotos, parecía haber sido manoseada a conciencia. Los bordes estaban algo arrugados de sostenerla de todas las formas posibles, una y otra vez.
Rezaba lo siguiente:
Querido Satoshi-chan:
No hay un solo día en el que no te eche de menos. Lo único que mi corazón anhela es volver a tenerte a mi lado. Rezo a todos los dioses día y noche para que te devuelvan a mi regazo sano y salvo.
Hale, ahí tienes. ¿No dices siempre que nunca soy poética? Eso es lo mejor que te vas a llevar, caballero.
¿Cómo van las cosas por Kasukami, cariño? Espero que este importantísimo viaje de negocios sea fructífero y vuelvas con un trato millonario bajo el brazo, tal y como me prometiste. "El imperio agrícola de Kojima Satoshi", ¡já! Quizás tus futuros proveedores se crean esa cantinela, pero sabes que yo te conozco de sobra. ¡Ojalá termine siendo verdad y puedas mantenerme! Te pareceré todo lo bella que quieras, pero al final voy a terminar con unas manos arrugadas y callosas. Odio coser, jodido trabajo.
Sabes que estoy bromeando. Sé que te esfuerzas y lo haces lo mejor que puedes, no solo por ti, si no por los dos. Sé la ilusión que te hace que tengamos un hijo cuando nuestra economía se haya estabilizado. Sé que te lo estoy diciendo cada dos por tres, pero me haces muy feliz. Te quiero tanto, mi enorme bobalicón. Ricos o pobres, siempre estaré a tu lado.
Espero que tengas un viaje de vuelta seguro. No sabes cuánto te echo de menos, Satoshi-chan. La casa se me hace grande y vacía cuando no estás. A veces duele tanto que necesito golpear la pared. ¡El otro día me sangraron los nudillos! Pero bueno, esa puñetera pared aprendió, te lo aseguro.
Vuelve sano y salvo y por todos los dioses, no te retrases, o terminaré echando la casa abajo.
Siempre tuya,
Yurisa
P.D: Por si acaso no tienes motivos suficientes para volver cuando me prometiste, te revelo que tengo preparada una botella de Kasuren y esa lencería que tanto te gusta.
P.D2: Siento las malas noticias, pero mis padres quieren que comamos con ellos cuando estés de vuelta. Teniendo en cuenta que se molestaron en prestarte la mitad del dinero que necesitabas para empezar el negocio, se lo debes. Mantendré a papá bajo control, te lo prometo.
Resonó una retahíla de trancos en el pasillo. Karma bajaba las escaleras apresuradamente, ya preparada.
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Ringo contuvo las arcadas ante el empalagoso comienzo de aquella carta, pero se obligó, no sin esfuerzo, a continuar leyendo.
La cosa fue mejorando, al mismo tiempo que iba obteniendo más y más información. Por lo que entendía, ninguno de los dos había sido ninja, como había pensado al principio. Más bien, el padre tenía un negocio agrícola, y la madre era costurera. Se veía una familia feliz. Pobre, pero feliz. Y los abuelos maternos de Karma parecían tener sus ahorros.
Pero, ¿qué había pasado entonces? Porque, si algo tenía claro, es que no vivían con Karma. ¿Una tragedia, quizá?
No tuvo tiempo a pensar en nada más. Oyó pasos bajando por las escaleras. Se apresuró en guardar la carta en el sobre, y este en la caja. Cerró ambas y las dejó en el armario, cerrándolo lo más rápido que pudo y poniéndose en pie. Acto seguido, empezó a pasear por el salón, como si estuviese matando el tiempo con un cotilleo sano.
—¿Lista? —preguntaría, inocente, cuando la viese entrar.
Karma atravesó el umbral del salón. Se había puesto un bañador deportivo de una sola pieza. Era de color azul marino y tenía sendas rallas de color rojo a los lados. Le quedaba un poco ajustado, pero no tenía otro. Solo llevaba eso puesto, había dejado su equipamiento, sandalias y el resto de la ropa atrás. Así mismo, se había anudado el cabello en un moño alto.
No se percató de lo que Ringo había estado haciendo, demasiado centrada como estaba en no tardar más de lo que ya había tardado.
—Sí, lo estoy —asintió—. Siento mucho la espera. No suelo ir a la playa, así que solo tengo este bañador, y me ha costado dar con él. Además, mi gata se cuela a veces en mi armario y se echa a dormir sin que yo me de cuenta. Me suelo asustar cuando la encuentro dentro de improvisto...
Ya podían marchar a la playa. Karma se pondría las chanclas del calzador del genkan antes de salir.
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No había de qué disculparse. Al contrario, Ringo había aprovechado el tiempo de espera a las mil maravillas.
Al fin con todo listo, kunoichi y aprendiz a shinobi partieron rumbo a la playa. Les llevó más de media hora llegar, y pronto comprobaron que no eran los primeros. Ni mucho menos serían los últimos, por cómo se estaba llenando. Había shinobis en sus días de descanso. Familias con niños pequeños. Y, especialmente, jubilados. Ninjas retirados por la edad. Algunos por la desgracia, sin un brazo o una pierna. Siempre que los veía, a Ringo se le quitaban las ganas de ser ninja.
—Este parece buen sitio —anunció, no muy cerca de la orilla, donde los niños solían jugar, pero tampoco muy lejos. Abrió la mochila y le prestó una toalla a Karma, de color lila. La suya, roja carmesí, la extendió sobre la arena de cara al sol, y no hacia el mar, como muchos erraban—. El primer truco para conseguir un moreno homogéneo y bueno es ponerte de cara al sol, Karma. Muy importante. Nunca lo olvides. —Se sacó la camiseta y la gorra, introduciéndolas en la mochila, y abrió el bote con la crema solar, que empezó a aplicarse en cara; cuello; hombros; torso; como pudo por la espalda…; y piernas—. Y dime, Karma-chan. ¿Está mi instinto detectivesco oxidado, o vives sola?
Era hora de comprobar en qué había fallado y en qué no.
El sonido de las olas y el olor a salitre impregnaban el paisaje. A Karma le resultaba agradable, de hecho. Lo que no soportaba de la playa era la arena. Es áspera, rugosa y se mete por todas partes. Detestaba volver de darse un baño y terminar de arena hasta las cejas.
No eran los únicos en el paraíso. A las ya mencionadas olas se sumaba el jolgorio de una multitud de seres humanos que, como ellos, estaban allí para disfrutar de las bendiciones del País de la Espiral. Los veteranos, con sus medallas impresas en la piel, eran lo más interesante. A Karma le habría gustado pararse a la vera de cada uno y observar sus lesiones, tratar de deducir, haciendo uso de sus conocimientos de medicina y ciencia forense, la forma en la que se les había herido o arrebatado las extremidades ausentes.
Pero habría sido maleducado por su parte y, además, no estaban allí para eso.
Ringo seleccionó un punto que consideró adecuado y así lo anunció. Karma tomó la toalla que se le tendió, agradeciéndolo en voz baja. Observó la forma en la que el estudiante extendió la suya con curiosidad. El zagal explicó que era de suma importancia ponerse cara al sol. La genin asintió y colocó su toalla junto a la de Ringo, imitándolo.
— ¿Podrías prestarme un poco de crema cuando termines? O voy a acabar como una gamba —solicitó, sonriente.
Ringo puso sobre la mesa una pregunta que tomó a Karma a contrapié y la condujo a esbozar una expresión de atenuada sorpresa. No tardó en responder:
— No, no vivo sola. Tengo a mi gata, Mimi. Ya te hablé antes de ella.
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Ringo le pasó la crema, para luego remangarse un poco el bañador y tumbarse boca arriba. Karma le afirmó negando que, efectivamente, vivía sola. ¡Un acierto para Ringo el Uzukage!
— Y… ¿tus padres? —preguntó con el ceño fruncido por culpa del sol— . Perdón si estoy tocando algún tema espinoso —se disculpó de antemano. Bien sabía que lo estaba tocando.
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