Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Le vio ejecutar un sello y acto seguido le perdió de vista. Mas no necesitaba sus ojos para ver. No con el Modo Sabio, que le volvía mucho más sensible al ambiente, a la energía de su alrededor. Levantó la mirada, confuso, pues había sentido un poder burbujeante por encima de la cabeza. Lo que vio le dejó todavía más perplejo.
Kaido.
Atacándole.
A él.
La gente solía pensar al verle que debía ser un patoso. Que con tanto músculo, no debía ser especialmente hábil. Se equivocaban, por supuesto. Sabía reconocer sus propias debilidades. No era muy rápido. Tampoco contaba con muy buena vista. Pero había entrenado desde que tenía uso de memoria con las manos. Los samuráis eran los mejores maestros en eso. Y si luego aplicabas esa destreza adquirida en sellos cuando dabas el salto a ninja, te volvías especialmente rápido ejecutándolos.
Su diestra soltó el bastón; su zurda formó el sello del Carnero.
Gracias al Kawarimi, Ryūnosuke se intercambió por la primera cosa que pilló a mano. En aquel caso, con la propia Morikage, quien recibiría el golpe de Kaido por él. Así era como tenían que ser las cosas. -Por tanto, el Heraldo del Dragón quedó sobre el ring, a pocos metros de distancia de un joven moreno que sujetaba el cuerpo del Uzukage.
El Uzukage...
—He oído hablar de ti —dijo, con la respiración agitada, mientras las escamas de su armadura dañadas por los escombros se regeneraban lentamente.
- PV:
30/30
–
- PVRyū no Yoroi:
50/50
–
+25
–
- CK:
98/234
–
-30
–
-10
–
- [CKSennin Mōdo]:
96/156
–
Fuerza112 · Resistencia92 · Aguante50* · Agilidad60 · Destreza82 Poder112 · Inteligencia 60 · Carisma 60 · Voluntad 80 · Percepción50
*Aguante tiene una penalización del 30% debido al defecto de tener un solo pulmón.
Kawarimi no Jutsu:
0/8
–
Agotamiento: 2 turno de 6 al Aguante
Sennin Mōdo:
7/8
–
—Técnicas: Kawarimi no Jutsu, habilidad de reemplazarse por el oponente al superar a Kintsugi en Fuerza por 42 puntos. Habilidad Sennin Mōdo usada para detectar CK con dirección y proximidad. Evolutiva Senjutsu 70, regeneración de Armadura del Dragón.
—Daños:
¤ Kioku - Tipo: Arma de filo - Tamaño: Grande - Requisitos (dos manos, una sobre el ricasso):Destreza 80, Fuerza 80 - Requisitos (dos manos):Destreza 80, Fuerza 100 - Requisitos (una mano):Destreza 100, Fuerza 140 - Precio: -- - Daños: 30 PV/golpe con mango, 55 PV/corte superficial, 75 PV/corte, 90 PV/penetración - Efectos adicionales: (ver descripción)
Kioku es el poderoso mandoble de Ryūnosuke, en cuya hoja tiene sellada el alma de Jujunna, una misteriosa mujer de la que poco o nada se sabe. Poco se sabe también de la creación de esta arma, más allá de que Ryūnosuke la encontró en el Palacio del Hielo y que otorga un gran poder a quien puede y sabe manejarla. En total, el arma mide 2’5 metros de longitud, y además de la empuñadura, la hoja —ondulante— cuenta con un ricasso al principio de esta, que el espadachín puede utilizar para facilitar su manejo.
Además de su enorme poder destructivo físico la hoja puede imbuirse del elemento fuego (12 CK, +20 PV), e incluso transformar el elemento Katon libremente, canalizando cualquier ninjutsu de este elemento que el espadachín conozca (tendrá una Carga equivalente a los Sellos). Si el que la empuña tiene la fuerza necesaria como para dejar el ricasso libre, también será capaz de potenciar los Katones con el elemento Fūton (0’6*X CK, donde X es el PV que se le añadirá al daño, sumando aparte el bono del 50% al daño base por la unión de elementos).
13/07/2020, 21:06 (Última modificación: 13/07/2020, 21:07 por Aotsuki Ayame.)
Lo que pasó a continuación, fue una sucesión de acontecimientos tan repentina y caótica que Kintsugi no pudo reaccionar a tiempo para defenderse.
De repente ya no estaba junto a Hanabi y junto a Reiji. Sintió un fuerte tirón, y entonces apareció de golpe en el otro extremo del estadio, apoyada contra la pared. La cuchilla de agua impactó de forma brutal contra su cuerpo, aplastándola aún más contra la pared. Kintsugi apenas exhaló un gemido de dolor antes de desplomarse sobre sus propias rodillas, y después caer al suelo entre renovados resuellos de dolor.
«Un... intercambio...» La Morikage maldijo para sí, siseando entre dientes en un vano intento por aliviar el dolor.
Afortunadamente, seguía consciente. Hacía falta más que eso para doblegarla.
Pero ese tal Ryūnosuke ahora estaba junto al Uzukage y su joven shinobi. Demasiado cerca para su gusto.
«No... Bastante daño habéis hecho ya asesinando a los Señores Feudales. Y Hanabi aún me debe respuestas.» Kintsugi chasqueó la lengua, con fastidio. Era el momento en el que la mariposa debía batir sus alas, y desatar el huracán en la otra parte del mundo.
Aprovechando que Ryūnosuke parecía tener toda su atención centrada en el Uzukage, Kintsugi sacó algo de su portaobjetos, maniobró con él entre sus manos, y entonces lo arrojó.
«Cling»
Una delgada aguja se clavó a apenas cuatro metros del Enorme Dragón, con una pequeña sorpresa en forma de cascabel que tintineó delicadamente. Un sonido que se clavaría en los tímpanos de Ryūnosuke, desestabilizándolo momentáneamente.
—¡¡AHORA!! —exclamó la Morikage, encogiendo y estirando los dedos, una y otra vez. Y el hilo de alambre atado a estos haciéndolo sonar sin descanso para sus oídos.
Un segundo. Un segundo y lo que parecía haber acabado no había hecho más que empezar. Sarutobi Hanabi comprobó atónito cómo Kintsugi desaparecía de su vista y aquél miembro de Dragón Rojo, terrorífico, enorme y poderoso aparecía ante él y su shinobi. Hanabi apretó la mandíbula mientras el gigante se dirigía a él. Entrecerró los ojos y le mantuvo la mirada. Quizás en otro momento habría disputado con todas de la ley una batalla de Poder contra ese monstruo genocida. Pero ahora no era el momento. Él no podía. No estaba como...
Un golpe, a su izquierda. Dio un respingo. Umikiba Kaido había golpeado a la Morikage en su lugar. Tragó saliva. El asalto no había terminado. Quizás todo había sido una treta de Kaido y de él. Quizás las palabras de Yui no habían hecho efecto. O quizás solo había sido una coincidencia.
De pronto, un tañido. El de un cascabel. Sutil, pero no desapercibido. Sin embargo, el grito de Kintsugi, que resistía todavía, fue todo lo que él Uzukage necesitó.
Quizás a Kintsugi le pareciese una broma de mal gusto, pero esa armadura de escamas a medio regenerar pedía a gritos una técnica insignia de su querido y leal shinobi.
15/07/2020, 00:04 (Última modificación: 15/07/2020, 00:05 por Umikiba Kaido.)
Todo pasó muy rápido. Ya era muy tarde, cuando se percató de que su hoja de agua iba en dirección a la mujer del antifaz, y no a Ryū. Ya era muy tarde, cuando cayó al suelo con dificultad y trató de entender lo que había sucedido, con el Heraldo mostrándose frente a Sarutobi Hanabi, su nueva víctima. Quiso preguntarle a Kintsugi —a quien no conocía realmente, pero intuía era una de las grandes—. si estaba bien, pero por suerte ésta no reparó en él como un traidor —que podría haberse tomado como eso, una treta para encajarle ese jutsu tan letal—. y decidió aprovechar al desinterés de Ryūnosuke para darle una oportunidad a alguien de acabar de una vez con esa bestia.
Ese alguien, podía ser Kaido. Pero ahora mismo, Kaido necesitaba ser un ninja y no un héroe. Daba igual quién le arrancara la cabeza a su antiguo maestro, lo importante es que lo hiciera, y punto.
Él, en su posición, iba a ayudar a que aquello fuera posible.
Entre el tintineo sucesivo de la aguja, desde la posición de Kaido emergió también, a espaldas del Dragón, una riada de agua sumamente pegajosa que navegó la tierra hasta cubrir los pies de Ryū. ¿Su objetivo? retenerlo en caso de que pudiera ser capaz de prever las tretas de la mujer insecto.
Ahora, el destino de todos estaba en manos de ese joven espadachín.
15/07/2020, 01:21 (Última modificación: 15/07/2020, 01:22 por Sasaki Reiji.)
Todo sucedió en un apenas unos segundos. El chico azulado se había abalanzado sobre su propio compañero, sin embargo, con un solo movimiento se intercambió de sitio con la Morikage, que recibió el golpe que iba dirigido a él.
Y donde antes estaba Kintsugi, ahora había una persona enorme que miraba fijamente en dirección al Uzukage. Era aterrador si. Pero no dudé en ponerme frente al Uzukage y apuntar a ese enemigo con la espada. Grande y fuerte.
¿Pero como iba a ser capaz de plantarme frente a una criatura mas grande que un edificio a decirle que luchara de parte de la gente que lo asesino, si no era capaz de plantarme frente a un humano que me sacaba solo un par de cabezas?
Pero al parecer, la Morikage se había repuesto del golpe rápido, antes de que la mole se acercara mas a nosotros, se escuchó el sonido de un cascabel lejano, y la voz de la morikage Indicando que era el momento.
Un momento que, ni siquiera el propio compañero, o ex compañero de la mole desaprovecho, pues también lanzó una técnica de agua a los pies del gigante.
Y el punto final, fue la orden de Hanabi
—¡Reiji, fuerte, directo, letal!
Una orden que no dudé ni un segundo en seguir. Agarré firmemente la empuñadura de Tsubame con ambas manos y salte hacia delante dejando que todo el chakra posible fluyese por la hoja de la espada, para que mi espada cayese sobre su cabeza, esta vez sí, apuntando con el filo.
Por que con Kazuma me había contenido, no quería matarlo, y tampoco había querido dejarlo en tan mal estado, pero contra aquél monstruo no dudé. Habían matado aquél día a cientos de personas, y quizás yo no era un héroe, ni un justiciero, pero si mi golpe le partía la cabeza, o mejor, lo cortaba entero por la mitad, entonces quizás hubiera algunos que pudiesen enterrar a sus familiares sabiendo que el bastardo que los había asesinado también estaba bajo tierra.
No. No tenia que ser un héroe. En ese momento solo tenia que ser...
- PV:
45/190
–
-0
–
- CK:
105/190
–
+40
–(Dos turnos sin acciones ofensivas)
-72
–(Omotegiri)
- CK(Gyūki):
148/250
–
- Posible Daño provocado: 120 PV
- Acciones ocultas: -
- Aclaraciones:
- Bonus de Tsubame : +0 PV a daños por corte. (Se quedo a 0 en el combate contra Ranko)
- Bonus de Aichō: +10PV a daños por corte. (Esta a tope por que no la usé)
Uzukage y uzujin se quedaron mudos ante su presencia. Ryūnosuke no les culpaba, aunque hubiese esperado algo más de aquel que tiene un poder similar al tuyo, en palabras de Akame. ¿Dónde estaba aquel fuego incandescente? ¿Dónde estaba el infierno que vería al enfrentarse a él?
Alzó un brazo, impaciente, y lamentó haber tenido que soltar a Kioku para realizar el Kawarimi. Estiró el dedo índice y corazón, inspiró y…
¡Cling…!
Algo penetró su oído sin importarle la Armadura del Dragón ni una piel dura como el titanio. Su mano dejó de responderle como debía. Se… ¿tambaleó? No había tenido aquella sensación en su vida, pero juraría que estaba sintiendo lo que los humanos llamaban marearse. El Hanabi frente a él se multiplicó. También el chico de pelo largo.
«Mejor», pensó. Más gente que aplastar. Quiso dar un paso hacia ellos, pero se dio cuenta que sus pies estaban pegados al suelo. Torció la vista, vio a Kaido. El motivo por el que su pupilo le había traicionado todavía era un misterio para él.
Escuchó un grito. De nuevo al frente. El chico le lanzaba un tajo. En circunstancias normales, lo hubiese esquivado. Bueno, esquivar no era su estilo. Más bien lo hubiese destrozado por la mitad. Pero aquel maldito sonido le impedía moverse bien.
En el último latido, se dio cuenta. Le estaban ejecutando un Genjutsu. Ojalá lo hubiese deducido antes. Lo hubiese roto a tiempo.
¡¡¡PAAMMM!!!
Dos cosas se rompieron en aquel momento. El cráneo de Ryūnosuke, que desapareció en una nube de humo blanca; y el acero del espadachín. La katana había perforado armadura, piel y hueso, pero había pagado el precio, partiéndose por la mitad.
Lo que ahora empuñaba Reiji entre sus manos era un acero quebrado.
Era extraño, muy extraño. Se podía decir que habían logrado su objetivo, y aún así, Zaide se sentía derrotado. Habían conseguido las bajas que habían venido a buscar, y aún así, nada había salido como lo planeado. Los chillidos de dolor y pérdida de cientos de niños, mujeres y hombres todavía penetraban sus oídos como dagas envenenadas. La revolución se había convertido en una matanza. Y allí, desde las alturas, no alcanzaba a ver a Akame. Se había ido, pero sin Kaido. ¿Por qué le había abandonado a su suerte? ¿Y por qué el Tiburón… ¡atacaba a Ryū!?
El Heraldo del Dragón desapareció en una nube de humo sin conseguir sacar su ninjutsu más poderoso, el golpe en la mesa que demostraría la fuerza de Sekiryū. Aquello tampoco había salido según lo planeado, aunque en parte era culpa suya. Después de todo, había destruido al clon que sorprendería a los Kages por la espalda con un muro de fuego tan colosal como el del Kaji Saiban.
No le importó. En aquellos momentos ya era lo de menos.
—Échame un ojo desde las alturas, ¿huh? —dijo, con voz abatida y los hombros hundidos, a Viento Blanco—. Todavía me queda una última cosa por hacer.
No esperó respuesta, porque ya la sabía. Se puso en pie y se dejó caer hacia atrás, de espaldas, al vacío. A medida que iba cogiendo velocidad, el viento sacudía sus ropas y un cosquilleo le subía desde el estómago. Siempre le había gustado la sensación de saltar desde las nubes. La emoción, el peligro, la pérdida absoluta de control. Solo en ese momento se sentía libre. Libre de verdad. Libre del mundo, de las cagadas que le perseguían. De sus pensamientos. De sí mismo.
Lástima que durase tan poco.
Mientras se precipitaba hacia el muro de tierra erigido en el ring, Uchiha Zaide blandió sus características hachas y las espetó contra el muro en mitad de la caída. Su espalda se deslizó sobre el muro como si no fuese más que un tobogán mientras el acero de sus nage ono rasgaban tierra y frenaban su descenso. Finalmente, aterrizó sobre la madera del ring flexionando ambas rodillas para amortiguar la caída, y volvió a erguirse. Sus hombros seguían caídos.
Su ojo sano, con el Mangekyō todavía reluciente, examinó los individuos que quedaban en escena. El Uzukage. El chico de las bombas. Kaido. Más a lo lejos, quizá a más de quince metros de distancia, la Morikage.
Se dio cuenta que todavía no se había presentado. Qué modales los suyos.
—Uzukage. Chico-bomba. ¡Morikage! ¡Rey de los cambiachaquetas! ¡Os saludo! ¡Uchiha Zaide, a vuestro servicio! —dijo, con una leve inclinación de cabeza. Muy leve—. Antes de que vuestra cólera me reduzca a cenizas, me gustaría deciros algo. Si sus excelencias lo estiman oportuno, por supuesto. —Dejó las nage ono sujetas por el cinturón del pantalón y alzó ambos brazos en perpendicular a su cuerpo, mostrando las palmas en señal de tregua momentánea.
Y su shinobi no le falló. Golpeó el cráneo de aquél cabrón con la ira del herrero. Y como si el herrero que llevase dentro quisiera más, comenzó a alimentar su forja llevándose como premio un trozo de acero quebrado. ¡Cling! ¡Puf! El decepcionante sonido de una derrota más: era un Kage Bunshin. Ah, ¿pero era una derrota? Hanabi no la sintió como tal. Si aquél monstruo se había ido, habían ganado.
Habían ganado vidas.
No obstante el destino todavía les preparaba un último espectáculo. El de aquél payaso de circo del pelo rapado, que pretendía hacerles otro truco más. Un último juego de manos, un último movimiento de ficha. El hombre se deslizó sobre el muro rasgándolo con sus hachas y frenando la caída. Y les lanzó una petición.
Ja. Qué gracia. Peticiones educadas.
—¡Unas palabras cargadas de miel no cambiarán absolutamente nada! —gritó Hanabi, con los ojos encendidos en fuego—. ¡Unas palabras falsas no pueden esconder los actos verdaderos!
»¡Y lo de hoy ha sido un verdadero acto de barbarie! ¡Mira a tu alrededor, genocida!
Gritos. Terror. Caos. Cadáveres de todo estrato social. Sin distinciones. Los shinobi se afanaban en rescatar a las víctimas que tan sólo habían sufrido heridas leves y todavía podían caminar, aunque fuera apoyados en sus hombros.
»¿¡Qué es lo que quieres!? ¿¡Declararnos la guerra!? ¡No hace falta, vuestros actos han hablado por vuestras lenguas!
Allí, en ese justo momento, La Alianza de las Tres Grandes tomó un nuevo significado. Ésta podía haberse roto hace algún tiempo, parcial o definitivamente, pero las intenciones veladas de semejante pacto demostraron permanecer aún firmes en convicción en los corazones de todos sus ninjas. Tanto viejos y nuevos, como es el caso de Umikiba Kaido.
Y algún día, en una fábula que contasen los sobrevivientes de aquella masacre, alguien cantaría acerca de como Kusagakure, Amegakure y Uzushiogakure, en una sucesión compacta de movimientos; acabaron con la amenaza del Heraldo del Dragón, que desapareció en una estela de humo que reforzaba las esperanzas de aquellos que, por suerte, seguían con vida.
Kaido se permitió suspirar por un instante, aliviado. Aliviado por ser él, entre todos, el que conocía la verdadera fuerza de Ryūnosuke, aquella que contempló en toda su grandeza durante el famoso Kaji Saiban. Aliviado porque, por suerte, el Ryūto fue incapaz de llevar a cabo la última parte del plan.
¿El plan?
La angustia creció súbitamente en él cuando lo vio descender. A él, a Zaide. Aquella aparición no estaba entre los planes que habían discutido previamente. ¿Qué hacía ahí? ¿Acaso ya no era suficiente?
Miró al cielo, buscando a Viento Blanco. No le debía de quedar mucho tiempo...
Kaido frunció el ceño, y sin ver directamente a aquél hombre —consciente de lo que sus ojos eran capaces de hacer—. aprovechó el intercambio entre Zaide y Hanabi para acercarse al Uzukage. Kaido se detuvo a su lado y blandió su espada: lo iba a proteger, así le costara la vida. Y no era para menos. El gyojin se sentía culpable. Tal vez, él era el más culpable de todos. Si lo pensaba bien y daba un paseo por los caminos de todas sus decisiones, cada vez le era más claro.
Si no hubiera fallado en su misión de destruir Dragón Rojo, no habría recibido el Bautizo del Dragón. Si no hubiera recibido el Bautizo del Dragón, no habría elegido ir a la Prisión del Yermo, donde le fue encomendado matar a un malogrado prisionero llamado Uchiha Zaide. De no haber intentado matar a Uchiha Zaide, Muñeca —no, Masumi— seguiría viva, y ese hijo de puta nunca habría escapado de ese maldito agujero en las profundidades del mismísimo desierto. De no haber escapado de su tumba, nunca habría seguido al escualo hasta Ryūgū-jō. De no haber llegado a Ryūgū-jō...
... no hubiese tenido lugar su revolución.
Él, Kaido, lo había empezado todo, y lo lamentaría profundamente hasta el final de sus días.
—Abre los ojos, Zaide. Yo ya lo hice —dijo—. mira lo que has hecho. Lo que hemos hecho. Lo perdiste todo, por culpa de Dragón Rojo —perdió a Kuma y a todos sus aliados que trabajaban para él en el cañón del secuestrado. Perdió a Aiza, o más bien, ésta le abandonó. También perdió uno de sus preciados ojos durante el Kaji Saiban, todo para que no se le diera caza a su amada. Y ahora, por culpa de Ryū, perdió lo último que tenía: su idealismo, que ahora se derrumbaba junto a los cimientos del Estadio—. al igual que yo.
«Pero no más, no esta vez»
Kaido torció el pescuezo, apenas un instante, y le susurró algo a Hanabi.
El mejor acero de uzushiogakure. Que digo uzushiogakure, el mejor acero de todo Oonindo. Las mejores espadas, los mejores kunais, las herramientas de más alta calidad. Las protecciones más seguras. El Acero de los Sasaki era el mejor.
La mejor espada jamás forjada. Hecha solo para que, el único capaz de manejarla con destreza fuese yo. Un regalo de un padre a su hijo el día de su graduación. No cualquier regalo, no. Su obra maestra. El alama del herrero hecha espada. Tsubame.
—¿Por qué?
Fueron las únicas palabras que fui capaz de articular, con voz quebadra, tras el golpe. Algunos pensarían que, acabar con lo que finalmente resultó ser un clon, había sido una victoria, y, era posible que lo fuese. Pero no para mí.
Miré la empuñadura de Tsubame. Donde antes estaba la hoja mas fuerte y más hermosa forjada por mí padre, ahora solo quedaba un trozo de metal inservible. Irreparable.¿Irreparable? Que palabra más cruel para un herrero. Sin embargo aquella hoja ya no tenía salvación. Lo sabía, por mucho que mi cabeza quisiera negarlo, mi yo herrero sabía la verdad. Tsubame jamás volveria a ver un campo de batalla.
—¿Por qué?
Si de verdad fuese un Jinchuriki, ese hubiese sido el momento en el que hubiera perdido el control. A la Morikage le hubiese encantado, claro, la excusa perfecta para reforzar sus argumentos antibijuu. Por desgracia para ella, eso no iba a suceder.
—¿Por qué?
Ni siquiera escuché la voz del dragón que acaba de aterrizar en el centro del estadio, pero aquello salió de mí justo después de que él hablase, y parecía que le había contestado. Tampoco escuché la réplica de Hanabi, estaba absorto en lo que acababa de sucederme.
¿Acaso el acero de los Sasaki no era tan bueno como me gustaba proclamar?
La enorme corpulencia de Ryūnosuke no invitaba a atacarle cuerpo a cuerpo, y eso era algo que Kintsugi había decidido explotar, pues no había músculos ni armaduras lo suficientemente gruesas como para protegerle de una buena ilusión. Nada podía protegerle de un ataque a su mente. Y los constantes tintineos del cascabel taladraron sus tímpanos, confundiendo sus sentidos y su coordinación momentáneamente. El enorme Dragón se tambaleó peligrosamente.
La Morikage había conseguido crear una nueva oportunidad, y en aquella ocasión todos supieron aprovecharlo y actuaron al unísono.
Kaido, el antiguo Dragón Azul, entrelazó las manos en una corta secuencia de sellos y lanzó una riada de agua hacia los pies del grandullón, que los apresó y adhirió al suelo, impidiéndole moverse hacia los de Uzushiogakure.
—¡Reiji, fuerte, directo, letal! —ordenó entonces el Uzukage.
Y Reiji aferró con firmeza su katana y saltó sobre Ryūnosuke. Una brillante capa de chakra recorrió su filo, justo en el momento en el que lo descargó de arriba a abajo contra su cuerpo. Pero no hubo sangre, ni herida alguna. Para estupefacción de los allí presentes, Ryūnosuke se desvaneció en una nube de humo y la katana de Reiji se partió limpiamente por la mitad.
—Un clon... —murmuró Kintsugi, reincorporándose con cierto esfuerzo. Y no supo si debía sentirse aliviada o decepcionada. Por una parte, se habían librado de una buena amenaza, ya no habría más muertes aquel día por las manos de Ryūnosuke. Pero, por otra parte, el saber que un simple Clon de Sombras había acabado con la vida de casi todos los Señores Feudales y les había traído tantos problemas a dos Kage...
«Dragón Rojo es peligroso. Demasiado peligroso.» Admitió en su fuero interno.
Pero estaban lejos de recobrar la calma. Una sombra cayó de golpe contra el muro erigido por ella, enarbolando dos hachas que clavó en la roca para frenar su inevitable descenso contra el suelo, y terminó aterrizando sobre el campo de batalla con las rodillas flexionadas. Se incorporó, y no tardaron en reconocerle: era el Dragón que había atacado a la Arashikage minutos atrás, el mismo que había descargado la ira de Raijin sobre sus cabezas con aquella terrorífica técnica de Raiton.
—Uzukage. Chico-bomba. ¡Morikage! ¡Rey de los cambiachaquetas! ¡Os saludo! ¡Uchiha Zaide, a vuestro servicio! —habló, con una leve inclinación de cabeza. Muy leve—.Antes de que vuestra cólera me reduzca a cenizas, me gustaría deciros algo. Si sus excelencias lo estiman oportuno, por supuesto.
Y enfundó las hachas en el cinturón. Pero su único ojo seguía luciendo el color de la sangre: el color del Sharingan. Y todos en aquel lugar sabían que no había un arma más mortífera que aquella. Kintsugi se apresuró a bajar la mirada hacia su pecho, como si no hubiese nada más interesante en aquellos instantes.
—¡Unas palabras cargadas de miel no cambiarán absolutamente nada! —gritó Hanabi—. ¡Unas palabras falsas no pueden esconder los actos verdaderos! ¡Y lo de hoy ha sido un verdadero acto de barbarie! ¡Mira a tu alrededor, genocida! —Pero ni siquiera hacía falta mirar. Los chillidos y los llantos de tantas y tantas víctimas llegaban hasta ellos como un canto de muerte—. ¿¡Qué es lo que quieres!? ¿¡Declararnos la guerra!? ¡No hace falta, vuestros actos han hablado por vuestras lenguas!
—Abre los ojos, Zaide. Yo ya lo hice —agregó Kaido, adelantándose—. Mira lo que has hecho. Lo que hemos hecho. Lo perdiste todo, por culpa de Dragón Rojo al igual que yo.
Pero Kintsugi lanzó un suspiro hastiado y cargado de cansancio, y dio un paso al frente. Pese al golpe que había recibido segundos atrás, no se tambaleó ni un ápice.
—¿Ahora Dragón Rojo quiere hablar? ¿Después de lo que habéis hecho? —le espetó, llena de un ácido sarcasmo—. Daimyō muertos, centenares de vidas segadas de personas cuyo único pecado fue decidir venir a presenciar la final de un torneo. Shinobi y civiles, adultos y niños, mujeres y hombres por igual, sin distinción de origen o aldea... Oh, pero adelante, estamos deseando escuchar vuestra justificación ante este genocidio, asesinos —clamó, con un peligroso siseo—. Pero más os vale que vuestra respuesta nos convenza lo suficiente.
Genocida. Oír aquella palabra de los labios de un Kage y hacia su persona hizo que se le congelase la sonrisa. Los dedos de las manos se le tensaron, casi cerrándose en dos puños. Los dientes se apretaron unos contra otros. Tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para no replicarle con insultos. Fue tan difícil como contener un gruñido de dolor al recibir una puñalada en el estómago.
Las palabras adicionales de Kintsugi no fue más que echar sal sobre esa herida abierta. Tuvo que bajar los brazos y agarrarse una muñeca con la otra mano para evitar que esta alumbrase un Chidori sobre cualquiera de los dos.
—¿Justificarme? ¿Convenceros? —tuvo que interrumpirse la carcajada ácida que floreció por un momento en su garganta—. ¿Quién te piensas que soy, huh? ¿Uno de tus adoctrinados ninjas? —replicó a la Morikage, incrédulo ante lo que oía. ¿De verdad se habían pensado que había bajado para tratar de excusarse?—. ¿Sabéis lo que fue una barbarie, Kages? La Guerra de los Mil Años. Y la que siguió a esta, cuando el Ninshuu se convirtió en Ninjutsu. Y la que siguió a esta, cuando Kages de otros tiempos descubrieron a los bijū. ¿Sabéis que tuvieron en común todas estas guerras? —Una cosa. Solo una cosa—. Daimyōs. Gente que se creía con el derecho de poseer tierras porque… Bueno, ¿por qué era exactamente? —Nunca le había quedado claro—. Quizá las guerras terminaron hace años, pero yo sigo viendo barbaries día a día. En cada callejuela de Notsuba, críos mendigando por un trozo de pan mientras los Kurawa vomitan caviar tras el enésimo banquete que se han pegado en el día.
—¿Por qué? —repitió por enésima vez el chico-bomba.
—Sí, ¿por qué? ¿Por qué ellos tienen tanto y el resto tan poco? ¿Por qué estamos obligados a pagarles y obedecerles? ¿Por qué cojones se supone que yo tengo que hincar la rodilla ante un tío cuyo único logro en la vida ha sido nacer?
No, eso se iba a acabar. No más. Quizá la historia le recordase como un puto loco asesino de masas. Como un psicópata. Pero su último legado sería el de derrocar aquel sistema putrefacto. Lo haría, o moriría en el intento.
—Me habláis de civiles, cuando sois vosotros los primeros en olvidarlos. Nunca tuvieron voz, nunca tuvieron voto. ¿Que abra los ojos, Kaido? No, ábrelos tú. Yo sé muy bien en qué me he convertido. El Uzukage tiene razón, no hay palabras de miel que lo cambien. No soy un héroe. Nunca lo he sido. Y a partir de hoy lo que soy es… un genocida —soltó aquella última frase como si tuviese trozos de cristal en la boca que se clavaban en su lengua y encías con cada sílaba pronunciada—. También un regicida. Sí, esa es mi nueva profesión. Hoy me he ganado el pan, han caído unos cuantos. Lástima que pronto los herederos reclamen sus sombreros, ¿huh? Pues que sepan una cosa: voy a matarles también. A ellos, a los herederos que vengan después, ¡y a cualquiera que ose ponerse ese sombrero de mierda sobre su cabeza!
Hasta que no quedase ni uno. Hasta que nadie se atreviese a proclamarse Señor Feudal de ninguna tierra por miedo a morir. Por miedo a Sekiryū.
—Sé que vendréis a por nosotros. Sé que no moriré de viejo. Pero sabed vosotros también una cosa: seguid siendo el escudo de los Daimyōs, seguid intentando protegerles, y esto —levantó el dedo índice y dibujó un círculo en el aire con él, como si quisiese señalar a todo el estadio—, se convertirá en vuestras villas.
—¡¡ERES UN IMBÉCIL Y UN NECIO!! —Hanabi, con una fuerza renovada, se había levantado. Se había levantado por pura Voluntad. Dio un paso adelante, mas el hombro de Reiji le impidió continuar. Se apartó. Caminó otro paso. No, él no era un necio. Él no pensaba lanzarse a por ese demonio en el estado en el que estaba. Pero no le faltaban ganas, como a Zaide no le habían faltado.
Él sí que era un necio. Él sí que era un puto necio.
»¿¡Crees que le has hecho un puto favor al mundo con esto, desgraciado!? —bramó—. ¿¡Crees que nadie más que tú ha pensado en los problemas estructurales de la sociedad!? ¿¡Te crees el único visionario aquí!? ¡¡Pues te diré lo que eres!!
»¡¡ERES UN PUTO NECIO!! ¡¡UN EGOÍSTA!! ¡¡ESTA GENTE TENÍA FAMILIAS!! ¡¡ALGUNOS HAN ESTADO AHORRANDO TODO EL AÑO PARA VENIR AQUÍ!! ¡¡YO ASCENDÍ A KAGE DESDE UNA FAMILIA HUMILDE, Y TUVE QUE LUCHAR CONTRA VIENTO Y MAREA!!
»¡Eres un necio! ¡Eres un necio! ¡Has matado a la única persona que podía ayudarme a traer el futuro, el progreso al País de la Espiral! ¡Ahora... has condenado a mi país a muerte, a muerte y a más muerte!
Hanabi respiraba agitado. El suelo bajo sus pies estaba ardiendo.
»Pero ya da igual. Podríamos habernos entendido, pero ya no. Ya no. Alguien capaz de esto —Señaló con la mano abierta a sus espaldas— no se merece ni un ápice de respeto. Ahora, lárgate. ¿Cuánto tiempo más puedes mantenerlo?
Kaido estaba claro que, si Uchiha Zaide estaba allí; era única y exclusivamente para hacer una declaración de intenciones. Para advertirles a todos y cada uno de los presentes que, si bien todo lo acontecido no había sido enteramente su intención —hablando del pueblo, aquél que no debía pagar por los pecados de los bendecidos y acaudalados Feudales—. pues ahora que se encontraba en lo más profundo de su abismo personal, tenía claro que de aquí en adelante ya no hay nada que perder, y que lo iba a apostar todo a favor de su causa. Todo lo que vendría a partir de ahora sería una retaliación en toda regla, tallada a fuego y sangre.
¿Necedad? pues puede que así fuera. Pero hacemos bien en recordar que es propio de los necios ver los vicios ajenos y hacer caso omiso a los suyos propios. Uchiha Zaide era un hombre perdido en la premisa idílica de su incalcanzable odisea: acabar con un sistema impuesto desde tiempos inmemoriales, cuyas raíces yacían profundamente arraigadas al ōnindo en el que vivimos. Sólo entonces el voto de los Ryūto fue lo que le impidió tomar acciones para llevarlo acabo, cuando se debatía si ceder a las propuestas de Umigarasu o no. Ahora, con la organización parcialmente desarticulada —por los desafortunados eventos ocurridos en algún lugar que se esconde tras Niebla—. no había nada ni nadie que le impidiera seguir por ese camino de autodestrucción.
«Que así sea, pues» —se dijo, como primera penitencia—. «que así sea»
22/07/2020, 09:20 (Última modificación: 22/07/2020, 12:55 por Sasaki Reiji. Editado 1 vez en total.)
El uzukage chocó contra mi hombro y pareció que me sacaba del shock en el que me encontraba, aunque en realidad ya estaba escuchando, atónito, las excusas de aquél asesino. ¿Yo había estado en Shock? Al principio, si, pero pronto fui consciente de lo que me rodeaba. Yo había perdido una espada, un objeto con un gran valor sentimental. Pero muchos allí habían perdido familia o sus propias vidas. Espadas podía forjar miles y mejores, ese era mi camino del herrero, pero las vidas perdidas eran irrecuperables. Quizás había parecido que estaba ahogandome en mis propios pensamientos, pero también estaba escuchando las excusas de aquel genocida.
Volví a interponerme entre el enemigo y Hanabi, apuntándo al dragón con lo que quedaba de espada. Si se cabreaba tras escuchar las verdades que decía Hanabi, y atacaba, seria mejor estar cerca del Uzukage para sacarlo de allí con vida o morir defendiendolo. Yo era un simple herrero, pero él era el pilar que sostenía y sostendría, por muchos años, el futuro de Uzushiogakure.
Quizás mi voz no se escuchase como la de los Kages. Pero yo también tenía cosas que decir al respecto.
—¿Os creéis mejor que los Daimyōs? Hablas de barbaries pero mira a tu alrededor. ¿Que crees que es lo que habéis hecho hoy aquí? ¿Justicia divina? No. Algo peor que las barbaries de las que hablas. Mira de nuevo a tu alrededor ¿De que le sirve a un pueblo de cadáveres que elimineis a los Daimyōs? ¿Que harán los mendigos de Notsuba cuando salgan de la pobreza gracias a vuestros actos?¿Gastar el dinero en enterrar a sus familias que vosotros habéis masacrado?
»¿Que los Damyōs se creen en el derecho de reclamar tierras sin razón? ¿Que su único logro ha sido nacer? ¿Y vosotros? Gente que se cree con derecho a decidir quien vive y quien muere porque...Bueno. ¿por que será exactamente? —dije imitando sus propias palabras. —Ah, si. Por que no sois genocidas, ni regicidas. Sois monstruos. Monstruos que asesinan indiscriminadamente.
»Puedes mentirte a ti mismo todo lo que quieras, pero mira como bajas aquí a decir que hoy te has ganado el pan haciendo bien tu trabajo, regodeandote de la masacre que habéis causado, llamándote genocida y sintiéndote orgulloso de matar a miles de personas que nada tenían que ver con el objetivo del que hablas.
»Llámate como quieras. Pero los huérfanos, las viudas y viudos, los mutilados y heridos de gravedad. Todo el que ha quedado vivo hoy aquí sabe la verdad. Que no sois mas que monstruos sedientos de sangre.