Cada segundo parecieron mil. Incluso mientras cargaba esa bijuudamas, Marrow se planteaba sus acciones. Tal vez no era lo apropiado. Tal vez aún estaba en su mano arreglar esto sin más muerte. Tal vez ese camino aún no estaba cerrado del todo.

Pero no le importaba. Ésta no era una bijuudama de Kurama, esa fue en los arrozales. Ésta era suya. Había intentado otros caminos y había avisado de las consecuencias, ahora era hora de ser consecuente.

Había visto al que sospechaba que era el Shukaku saltar del barco en su dirección. Incluso él debía estar bajo de energía después de tanto despliegue. Pero era tarde. No necesitaba tanto tiempo para acabar con genins heridos.

O, al menos, eso creía.

Mientras la bola delante suyo se incrementaba, también lo hacía el brillo bajo sus pies, aguantando para no hundirse bajo su peso. No necesitaba más. La boca de su zorro de chakra se comió la bola negra, solo para escupirla en forma de un láser gigantesco de cuarenta metros de diámetro que se vio bruscamente desviado hacia arriba en el último momento (-12 PV a Shukaku por quemadura). Los maltrechos restos del barco se habían salvado por los pelos, así como los prisioneros que quedaban allí.

Y Shukaku no iba a quedarse quieto después del golpe. Como una boa constrictora, intentó enroscarse en torno al cuerpo del exhausto y dolorido Marrow para inmovilizarlo. Pero él tampoco iba a rendirse sin luchar. Tenía órdenes, e iba a cumplirlas hasta la última consecuencia. Antes de que terminara de inmovilizarle, el General se retorció sobre sí mismo y utilizó su cola para golpearlo y alejarlo de él varios metros(25 PV).

Si lo conseguía, se llevaría una mano a la mandíbula. De sus labios brotaba un débil hilo de sangre que se evaporó rápidamente en el aire por el burbujeante manto de chakra que lo recubría. Pero Shukaku se daría cuenta por el movimiento de su garganta que había tragado algo.

—Sólo sois unas moscas. Unas molestas e irritantes moscas. Puede que consigas vencerme a mí, Shukaku. Pero no tenéis nada que hacer contra el poder de mi dios.

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Los golpes de Toshio y Jun eran un intento, los de Ranko un logro. Tras recuperarse del viaje, logró darle tal patada que logro abrirse todas las heridas de la pierna, ensangrentado por completo sus vendas, y partir la puerta en dos.

La parte que conectaba con la celda y tenía las bisagras seguía firmemente agarrada, mientras que la otra mitad había caído al suelo. Tenían un espacio estrecho. Y en cuanto su compañero de celda vio eso, se escabulló entre ellos para pasar por el, hiriéndose en el proceso.

Sin embargo, justo antes de que llegasen, escucharon unos pasos apresurados descendiendo hacia ellos desde la cubierta. Si se quedaban lo suficiente para descubrir de quién se trataba, se encontrarían con un joven que debía tener cerca de su misma edad, de cabellos blancos como la nieve y ojos rojizos marcados por profundas ojeras. Ellos no conocerían su nombre, pero se trataba de Senju Hayato.

Poco después de haber salido a la cubierta principal del navío, Hayato pudo observar casi atónito que tenían etre sus escasas filas a un compañero realmente poderoso, el Uchiha que lideraba a esa nación de fuego y espiral. Al menos eso pensó en un principio, que ahora sí tenían todas las de ganar, o al menos una gran oportunidad. Pero esa felicidad fue efímera, tan efímera como una cerilla en manos de un pirómano. Tan efímera como un riel de polvora dándole un amoroso beso a una llama solitaria en mitad de una oscura noche de invierno.

Un suspiro, o menos de lo que éste suele tardar, y todo se fue el traste.

De buenas a primeras, desde la posición en que había estado el Uchiha, un haz de muerte y destrucción cruzó cielo y mar. Poco pudo ver el Senju de su trayectoria, pues el barco medio hundido en el que estaba se vio propulsado por dicho ataque de manera tan brusca que hubiese volado por los aires sin lugar a duda. Pero era un shinobi, quizás no muy diestro, pero lo suficiente como para saber usar el chakra para mantenerse agarrado a la primera superficie que pilló, con ayuda también de sus manos. Para cuando el vaivén desenfrenado del barco se estabilizó lo suficiente, ya ni siquiera llegó a ver al Uchiha, o a los generales, o a nadie...

«Me cago en todo... ¡Ésto si que es un mal negocio!.»

Pero tenía un objetivo, o recordaba tenerlo. La mente le decía que lo tenía, aunque el corazón le decía que corriese como alma que lleva el Diablo. Apretó los puños, e hinco dientes para hacer un esfuerzo sobrehumano, ser frío. No escuchar al corazón. Sabía que su principal negocio estaba en manos de Datsue, y eso era lo primordial. Si no le fallaba, ese hombre tampoco le fallaría a él. Estaba seguro de ello.

Sin titubear demasiado, apresuró su paso hacia la puerta que vio más próxima en esa cubierta, la abrió y atravesó el umbral. Bajó unas escaleras en lo que el incesante ruido de golpes no cedía. Quizás abajo también estaban librando una batalla, o simplemente los prisioneros trataban de revelarse contra los guardias. Sus pasos se apresuraron más, sobretodo con un último golpe que pareció romper algo. Para cuando llegó, pudo ver que allí solo quedaban prisioneros, e intentaban huir. No parecía haber allí un solo guardia.

—He venido a ayudar, ¿Están bien?.

Antes de nada, y viendo la situación, mejor avisar. Nadie en su sano juicio querría ahí un malentendido, y acabar peleando con aliados. Fuesen quienes fuesen, si eran enemigos de mi enemigo, eran aliados.

Entre ellos, pudo ver a alguien que sí que le sonaba bastante. Apresuró a acercarse a la apertura que habían hecho, comprobando si de verdad por allí podrían salir. La verdad, por fuerza bruta él no destacaba, por lo que tenía muy limitadas opciones para ayudar en ese sentido, el de abrir más la celda.

—El uzukage se está encargando de darnos tiempo. El enemigo trata de hundirnos. Debemos salir de aqui ya. —Informó —¿Podéis pasar por ahí?

Como último recurso, podía recurrir a usar un rasengan cargado contra la estructura de metal, pero si podían salir ya, eso que se ahorraba. No debía desperdiciar chakra, pues fuera no sabía de nuevo qué le esperaba...

Los ojos de Toshio se iluminaron con esperanza en cuanto consiguieron romper la puerta, pero rápidamente la perdió en cuanto vio la enorme bola de energía que se estaba formando a lo lejos. Sabía lo que era. No era la primera vez que veía una de esas. Joder, no era la primera vez que veía una de esas ya solo aquella semana. Tenía que correr, tenían una salida y tenía que utilizarla para huir, pero su cuerpo, paralizado de terror, no se movió.


— Mierda... mierdamierdamierdamierda. Lo va a hacer de nuevo. ¡Lo va a hacer de nuevo! —Un chico había aparecido para ayudarlos, pero ¿cómo iba a ayudarlos si iban a morir todos?— ¡Tienes que salir de aquí! Tienes que...

El láser estuvo a punto de ser disparado, llenando su cabeza a toda velocidad de imágenes y recuerdos. Como ayer habían muerto miles de personas, como hacía un año atrás una de esas había matado a sus padres, desmembrado a su mejor amiga y lo había dejado al borde de la muerte, recordó lo mucho que se había esforzado para escalar en el mundo ninja solo para que su vida fuese destruida por uno de esos, y recordó como todo aquello había empezado porque él quería ser un héroe. Pero él no era un héroe. Los héroes miraban a la muerte a la cara y se enfrentaban a ella, pero él había cerrado los ojos.

Pasaron pocos segundos hasta que se dio cuenta de que no hubo ningún calor abrasador ni ninguna muerte agonizante. Alguien los había salvado. Más que alguien, el maldito Uzukage había venido para salvarles la vida. Él sí que era un héroe.

— Joder... —Se quedó aturdido un segundo, antes de recordar que tenían que salir de allí—. S-sí. ¡Vamos! ¡Salgamos de aquí!

Sin esperar un segundo, Toshio sería el primero en salir, desesperado y probablemente abriéndose la herida de su pecho en el proceso, pero no dejaría a sus compañeras atrás. Se quedó al otro lado unos segundos más para ayudar a Ranko y Jun a pasar, tirando de ellas.

— ¿¡Por dónde salimos!? —Le preguntó a Hayato—. Si salimos por el hueco nos van a ver.

Todo estaba ya a contrarreloj y la situación era totalmente desfavorable. Para mayor colmo, el otro prisionero, que no había soltado palabra desde que le conocieron, fue el primero en huir despavoridamente al ver que Ranko pudo abrir la puerta.

—¡HIJO DE RE MIL PUTA! — Dijo con la voz partida y entre lagrimas.

Casi al son de tan hermosa prosa, casi como un déjà vu, vio y sintió como un solo ataque iba a terminar con la vida de todos allí. Amagó a intentar huir pero se dio cuenta que no llegaba a correr y que, sin su meñique, hacer algún sello manual le era bastante complicado. La sensación que le daba era totalmente devastadora. Durante el anterior combate había vomitado y se había traumado con todo lo que vio ahí, esta vez solo sintió pavor. No pudo reaccionar mucho más, era muy rápido todo. Casi que había aceptado su destino, destino que pensó que le iba a llegar muchas horas antes.

Pero había algo con lo que ella no contaba, algo que le recordaba a dos seres que conoció en algún momento hace bastantes meses. Como si de un ángel se tratara, la persona que actualmente llamaban Uzukage, pudo desviar el láser unos cuantos metros más arriba. Vio esa secuencia como si fuera un video en cámara lenta, como si el tiempo se había deformado totalmente solo para presenciar como tantas personas acababan de salvarse el culo con tan solo un movimiento.

—La que me parió, me va a agarrar algo.

Salió de la celda como pudo con la ayuda de Toshio. Cuando se dio cuenta, se acababa de cruzar con otra cara conocida. No era momento para reencuentros ni mierdas, no iba a mencionarle nada a Siete. Debían salir de allí ya mismo.

—No sé por donde pero salgamos ya.

El kusajin tenía razón con que los podían ver saliendo por el hueco, pero no sabía que otras opciones tenían para escapar. Fuese como fuese, estaba totalmente preparada para seguirle el ritmo a sus compañeros.

Ranko sentía que sus piernas estallarían en mil pedazos en cualquier momento, pero habían logrado abrir la puerta de la celda. Hubo un destello, como el de los arrozales, y el corazón de Ranko dio un vuelco. No le importó que el desconocido se escabullera, pues al no haber sido alcanzados por la Bomba, supuso que tendrían el tiempo suficiente.

Llegó alguien más, y Ranko se puso en guardia, pero pronto se presentó como un aliado. La kusajin suspiró y asintió en dirección del recién llegado. Ayudó a un desesperado Toshio y a Jun a salir, procurando ser la última.

Ranko miró atrás por un instante. Se vio a sí misma, acostada entre la suciedad y el agua, en posición fetal, resignada a morir. Se vio como un gazapo inerte e inútil. Se dio cuenta que así habría acabado si hubiese seguido tan desesperanzada como al inicio del día.

—Gracias. Muchas gracias. Había otra chica. Una rubia, menuda. Hana. Estaba también en el barco —le dijo al peliblanco. Ranko se movía a pura fuerza de voluntad, y sentía que si se detenía a descansar no volvería a levantarse —. Necesito... Asegurarme de que también está a salvo.

Shukaku se deslizó por el mar, frenándose con la ayuda del chakra, cuando un coletazo de Marrow le alejó de él. Pasó el dorso de la mano por la boca y se limpió un rastro de sangre. Un sonido gutural salió de su garganta al ver el carmesí. Al clon de sombras le quedaba poco para desestabilizarse. Normalmente, un golpe lo suficientemente fuerte o tres golpes simples bastaban para hacerle estallar.

Eso significaba que al siguiente golpe estaría fuera del combate, por liviano que fuese. Para seguir complicando las cosas, estaba sin chakra. Le jodía, pero tenía que admitirlo: no parecía ser el día en que viese las entrañas de Marrow esparcirse por mar abierto. Una verdadera lástima: el rojo le sentaría de maravilla sobre una piel tan pálida.

—¿Te refieres a mi hermano? ¡JIA JIA JIA! ¿Un Dios, él? ¡JAAÁ! Esa sí que es buena, una gallina depositando su fe en un viejo zorro. Tú confía, confía, que pronto verás dónde terminan tus rezos. —Shukaku esbozó una sonrisa. El mismo tipo de sonrisa que esbozaría una madre al torturar a su hijo pequeño y que disfruta de ello. Igual de repulsiva. Igual de cruel. Igual de perturbadora—. Me gustan los tipos como tú, Marrow. Inexpresivos, que ante nada se inmutan. Me gusta porque el sonido que se escucha al quebrar vuestra voluntad y arrancaros los chillidos a base de huesos rotos y mutilaciones es la música más bonita del mundo.

»Quizá no sea hoy, Marrow. Pero pronto, pronto podrás entonarla.

La abertura era lo suficientemente grande como para que los tres prisioneros pudieran pasar por ella y salir de las mazmorras. Toshio expresó su preocupación porque pudieran verles si se les ocurría escapar utilizando esa vía de escape, pero Hayato no se había encontrado a nadie a bordo en su carrera hasta las mazmorras y, si prestaban la suficiente atención y encontraban algún hueco de silencio entre los gritos de su propio pánico y las exclamaciones de los dos combatientes en alta mar, se darían cuenta de que sus voces eran las únicas a bordo. Es más, si Ranko miraba hacia el horizonte que se abría al frente, se encontraría con la humeante escena de destrucción que la anterior Bijūdama del Shukaku había causado en la costa: tiendas de campaña derribadas o prendidas en llamas, cuerpos que no alcanzaría a saber si estaban muertos o sólo heridos por doquier, sangre...

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El coletazo de Marrow alejó al Shukaku, tal y como pretendía, pero el bijū logró recobrar la estabilidad frenándose a sí mismo con ayuda de su propio chakra.

—¿Te refieres a mi hermano? —preguntó el Una Cola, restregándose una mano por la comisura de la boca para limpiarse los restos de sangre. Entonces soltó una de aquellas escalofriantes risotadas suyas—: ¡JIA JIA JIA! ¿Un Dios, él? ¡JAAÁ! Esa sí que es buena, una gallina depositando su fe en un viejo zorro. Tú confía, confía, que pronto verás dónde terminan tus rezos.

Marrow no respondió. Ni siquiera reaccionó a aquella retorcida sonrisa. Simplemente se le quedó mirando, sin ningún tipo de expresividad en el rostro. Sus ojos hablaban por el: su fe en Kurama era inquebrantable, y nada podría hacer que cambiara de opinión.

—Me gustan los tipos como tú, Marrow. Inexpresivos, que ante nada se inmutan —continuó—. Me gusta porque el sonido que se escucha al quebrar vuestra voluntad y arrancaros los chillidos a base de huesos rotos y mutilaciones es la música más bonita del mundo. Quizá no sea hoy, Marrow. Pero pronto, pronto podrás entonarla.

Los ojos de Marrow viajaron desde los restos del barco, donde los prisioneros debían seguir encarcelados, hacia lo que había sido su campamento de retirada, ahora reducido a simples cenizas. Inspiró hondo, para después soltar el aire por la nariz.

—Eso habrá que verlo.

No las tenía todas consigo, pero aún no había puesto todas las cartas sobre la mesa. Y no les dejaría marchar mientras siguiera respirando. Y, tan pronto terminó de hablar, varios bultos comenzaron a sobresalir de su túnica, por todo su cuerpo. Espículas de hueso puro que rasgaron sus vestiduras por múltiples partes, alzándose hasta treinta centímetros de largo para convertir a Marrow en un auténtico erizo de los pies a la cabeza. Flexionó las rodillas, preparado para actuar.

Todos parecían casi desesperados por salir de ese infierno. A su lado Hayato parecía un auténtico héroe. Pero en realidad, estaba lejos de ser consciente del poder destructivo de las técnicas que se habían lanzado Datsue y el general. No sabía que Shukakku les acababa de salvar la vida, pues con un leve impacto de ese rayo de puro chakra, todos habrían sido arrollados al más allá.

—En el barco no queda ni dios. Debemos salir, ir a tierra, y huir lo más rápido posible. Van a hundirlo, porque estamos en él.

La chica que parecía estar en peor condición, agradeció la intervención del Senju, aunque por el momento había hecho bien poco. Pero tras ello dijo que debía asegurarse de que Hana estaba bien. La verdad, bien le gustaría al peliblanco saber qué había sido de su compañera. No la veía desde hacía mucho, y la situación no estaba como para andar registrando el barco camarote por camarote. Era una puñalada en el corazón lo que sentía, pero no podían permitirse el lujo de hacerlo, no podían buscarla allí.

—Tranquila, Hana es mi compañera, y seguro que se las ha arreglado para salir ya de aquí. Lo primordial es que salgamos todos ya.

Tomó aire, y realizó 3 sellos de mano. En sus pulmones el aire se mezcló con chakra, y comenzó a conformar una técnica que en su opinión podía venir bien para ésta situación. Exhalaria entonces hacia el exterior una profunda bocanada de fuego y cenizas, que entorpeceria la visión del enemigo sobre ellos.

—Ahora. —Inquirió, y con la mano, incitó al resto del grupo a moverse. El agarraría a la chica que vio en la reunión de kages, Ranko; para ella actuaría como una muleta, en pos de facilitarle la huida. Conforme avanzasen a toda velocidad y se escabulleran por el hueco, tomarían rumbo rodeando la nube de cenizas. Debían escapar de allí, era lo único que tenía claro. Deseaba con todo su corazón que Hana estuviese bien, que estuviese a salvo. Pero por otro lado, era consciente del riesgo de la tarea que les habían encomendado... Si regresaban vivos, era toda una casualidad.

Sea por desesperación o aprobación, Jun asentía cada vez que Hayato decía algo. Tenía ganas de salir de ahí ya mismo, pero también concordaba con varias cosas que dijo. No le sorprendía que no haya gente en el barco, aunque era algo que no había tenido en cuenta hasta ese instante. Digamos que estuvo atenta a otras cosas.

Cuando dijo lo de su compañera, tuvo que apoyarlo inmediatamente.

—Si, no podemos arriesgarnos a buscarla con eso afuera. E-es una muerte segura.

Probablemente era algo doloroso para Ranko dejar a la deriva a alguien que conoce pero, en este caso, debía coincidir con el uzujin. Necesitaban salvarse y sabía que, ir a buscar a esa tal Hana a donde sea que este, era demasiado peligroso.

Exactamente no sabía que hacer, hasta que Siete comenzó a hacer unos sellos manuales. Por un momento pensó que se vino arriba y que iba a comenzar la ofensiva, cosa que no le agradaba para nada. Pero se sorprendió cuando vio que de su boca salió una especie de nube de cenizas y polvo, que parecía cubrir la visión que se tenía sobre ellos.

«¡Bien, cabrón, bien!» Sinceramente, la primera vez en su vida que vio a ese tipo, no le dio muy buena impresión. Pero ahora mismo le había cerrado toda la boca.

—Vamos.

Con muchos nervios, la Nara siguió al Senju, esperando que ese sea el camino para terminar con toda la pesadilla que estaba viviendo.

Toshio miró a Ranko, sorprendido. ¿Cómo podía preocuparse por esa chica en una situación como aquella? ¿Quién era esa chica y por qué le importaba tanto a Ranko? ¡Si ni siquiera era de Kusagakure, o de su división! ¿Realmente estaban en posición de preocuparse por los demás? Según Hayato, no quedaba nadie más en el barco. Estuviese donde estuviese Hana, no debía estar a bordo, y aunque estuviese fuera en el estado en el que estaban era prácticamente un suicidio salir a buscarla. Ya lo había dicho Jun.

— Ya lo has escuchado, Ranko, no hay nadie más en el barco. —Le dijo, mientras empezaba a seguir el paso de Hayato—. Te ayudaré a buscarla fuera ¿vale? Pero tenemos que salir.

No sabía por qué le había dicho eso, cuando lo que él quería hacer realmente era salir de aquel barco y correr hasta Kusagakure sin detenerse en ningún momento, pero no se lo pensó dos veces. Tan rápido como se lo permitía el cuerpo, y apretando la herida de su pecho con una mano, Toshio se apresuró en seguir al grupo.

Shukaku inspiró por la nariz y espiró por la boca, controlando la respiración. Su ritmo cardíaco estaba acelerado, demasiado, y su chakra en horas bajas. El Sharingan le impedía recuperarse a la velocidad que desearía, pero por otro lado, era una herramienta demasiado valiosa como para no utilizarla. «Tuviste suerte de tenerme durante todos estos años, Datsue. O no hubieses aguantado ni la mitad de las peleas».

El General de Kurama se convirtió en un erizo huesudo. Había visto aquella técnica hacía años, en una misión de rango B que Datsue había tomado junto a Akame. No hacía falta acudir a aquellos recuerdos para darse cuenta que era un jutsu peligroso en distancias cortas, y más con su cuerpo tan frágil. Llegados a aquel punto, le jodía reconocerlo, Shukaku no podía hacer otra cosa que no fuese ganar tiempo. No tenía armas a mano, su combate cuerpo a cuerpo era inútil contra alguien así, y el chakra que le quedaba no era suficiente para convocar ningún ninjutsu lo suficientemente poderoso como para borrarlo de la faz de Ōnindo.

Menuda putada.

—Adelante, Marrow —dijo, aceptando su destino inmediato—. Muéstrame lo mejor que tengas.

Sí. Era lo que tenía qué hacer, confiar. Recordaba a Hana temblorosa y aterrada en el ataque a los dojos, pero hacía ya tanto tiempo de eso. Si Ranko había logrado mejorar y crecer, la pequeña rubia definitivamente también lo habría hecho.

Asintió, y no se detuvo más. Se auxilió de Hayato, bajo la cobertura de su jutsu, y caminó tras él.

Afuera, Ranko perdió el aliento un instante. La destrucción de una bijūdama. Se aferró con más fuerza a Hayato. No podía parar. No podía hacer nada para ayudar a quien lo necesitara. Tenía que asegurarse primero que sus amigos estuvieran a salvo primero, y no morir en el intento.

—Vamos. —dijo con voz seca. De cierta manera le reconfortaba sentirse así, pues ya no se sentía muerta como hacía horas.

Hayato informó al resto de prisioneros de que ya no quedaba nadie a bordo del barco, salvo ellos. El plan a seguir a continuación era regresar a tierra en cuanto antes, y rezar porque Hana ya hubiese escapado hacia allí. El salvador de Uzushiogakure entonces exhaló una bocanada de humo y cenizas hacia el exterior, dificultando cualquier visión que pudiera tener el enemigo sobre ellos, y tomó a Ranko para ayudarla a moverse. Nara Jun y Kurogane Toshio les siguió de cerca.

Pero pronto se darían cuenta de algo: hacia la mitad de su línea de movimiento hasta la orilla se encontraban combatiendo Shukaku y Marrow. Si continuaban hacia delante no sólo serían detectados enseguida, sino que seguramente volverían a ponerse en peligro...

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—Adelante, Marrow —espetó el Shukaku—. Muéstrame lo mejor que tengas.

Marrow ni siquiera respondió en voz alta. Sería una pérdida de tiempo y de energía que no pensaba desperdiciar. Lo mejor era poner punto y final a aquella situación. El cuerpo del General desapareció en apenas un parpadeo para aparecer justo junto a Shukaku, acuclillado. En un instante, Marrow giró sobre sí mismo, tratando de encajar un golpe con sus espículas en el cuerpo de su oponente (50 PV por golpe).

El grupo corría como alma que lleva el diablo. Tanto fue asi, que en un principio no vieron que corrían hacia la boca del lobo. Literalmente. Su trayectoria les llevaba directamente hacia el general y su presa, o el Uzukage y su presa. Una batalla dónde sin duda no querían involucrarse.

Mas que por temor, por propio instinto y algo de cordura, el Senju rápidamente desvió la huída hacia el flanco izquierdo. No totalmente y dirección a puro mar, pués no tendrían escapatoria, si no diagonal. La cosa era llegar a tierra, y huir como zorros buscados por cazadores.

—Mejor por aquí. —Inquirió.

Trató de apoyar por un instante a Ranko sobre sí mismo, para tener por un instante ambas manos libres. —Quizás ganamos un poco de tiempo con ésto. —Comentó en lo que sus sellos de manos daban lugar a otro grupo exactamente igual al que formaban, justo a su lado. El grupo de clones saldría entonces corriendo de retorno al barco, en lo que el grupo de shinobis continuaban la huida del combate, tan rápido como las piernas les permitían. Los clones no eran mas que otra posible distracción. Otra oportunidad de poder huir. Otro objetivo para un General, por el momento concentrado en otros asuntos.

Más temprano que tarde, se darían cuenta que el camino era algo más complicado de lo que esperaban. Llamar la atención de más o seguir recto hacia la pelea era un acto mortal.

Antes que pueda decir algo al respecto, su guía rápidamente se desvió en el camino, dirigiéndose en diagonal hacia tierra. Lo siguió sin chistar, casi como ciego a su lazarillo. Posteriormente, hizo un sello simple de manos para mandar a unos clones a hacer de distracción.

—Arriesgado. — Le susurró a Siete, viendo como cuatro copias de él se dispersaban por ahí.

Intentó no ser pesimista, cosa que le salió mal después de decir eso. Podía salir bien y quizá tan solo era paranoia suya, pero sentía que podían llamar más la atención un grupo entero de personas que los clones dispersos de manera aleatoria. Aunque, nuevamente, con algo de suerte podían pasar desapercibidos.

Sin más quejas en la recamara, fue detrás de su lazarillo.