Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Datsue, por experiencia propia, sabía que todo lo que precedía a un pero no valía un pimiento. «Me cago en la puta, cómo le gusta a esta niña hacerme sufrir». Ya le había gustado jugar con él en el Valle de los Dojos, y pese a que había perdido la memoria, permanecía con aquel peculiar gusto. Alegó que era mejor dejar aquella conversación para otro momento, ya que no se debía mezclar el trabajo con el placer. Tenía razón. El problema era…
...que Datsue nunca había sido un profesional.
—Pero, Aiko —le susurró, antes de que se levantase, tomándola por una mano con suavidad pero firmeza—. Precisamente por el trabajo deberías responderme —¿Contradictorio? La kunoichi estaba a punto de averiguar que no—. Sino, me tendrás dándole vueltas al asunto toda la noche, sin poder conciliar el sueño. Eso sería del todo menos conveniente para la misión, ¿no? —preguntó, esbozando una leve sonrisa nerviosa. Sabía que había dado con el argumento perfecto.
»Vamos, no seas cruel conmigo. Tú… —bajó la mirada, ruborizándose él esta vez—. Tú ya sabes que... q-que me gustas —logró articular, mientras notaba cómo le ardía la cara, y haciendo un tremendo esfuerzo por atreverse a mirarla a los ojos.
Por los Dioses, la primera vez no le había costado tanto. ¿Por qué ahora se encontraba tan nervioso?
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27/11/2017, 22:47 (Última modificación: 27/11/2017, 22:47 por Aiko.)
La chica hizo lo propio por evitar el asunto, quiso evadirlo como buena serpiente —sin ser cobra— para evitar lo que justamente estaba por suceder. El chico, inconforme con la repuesta de la kunoichi, instó a llamar de nuevo la atención de la chica en un susurro. Tras ello, antes de que pudiese escaquearse, tomó su mano. Afirmó que precisamente por el trabajo debía responderle, lo cuál sonaba realmente contradictorio. No tardó en explicar el motivo, si no le daba respuesta quedaría toda la noche con el asunto en la cabeza, y no conciliaría el sueño. El chico no quedaba atrás, su astucia era digna de elogio.
«Diablos... buena jugada...»
Datsue le pidió que no fuese cruel con él, y tomando un color tan rojo como las llamas que tenían frente a ellos, lo soltó. Ella, la kunoichi de cabellera pelirroja, le gustaba. El asunto era serio, el shinobi no trató de esconderlo. Tal y como temblaba su voz, y como sus ojos se hincaban en ella, quizás incluso se tratase de algo mas que atracción física...
La chica dejó caer un suspiro, e hincó sus rodillas en el suelo —ya que casi se había levantado para entonces— posicionándose de nuevo a su vera. Sonrió, y con la mano libre acarició su rostro.
—Datsue, eres guapo, valiente, listo, y me estás ayudando sin tener porqué hacerlo... ¿cómo no me ibas a gustar al menos un poco? —le propinó un beso en la frente, y de nuevo se retiró de esa tan cercana posición. —Vamos, duerme tranquilo. Ya buscaré la manera de despertarte sin que sea molesto.
Tras ello, trataría de cumplir con lo que tenía en mente, perimetrar el campamento hasta mitad de la madrugada o bien hasta no poder aguantar mas en pié.
Asintió para sí, orgulloso. Si Aiko se creía aquella mentira, ¿por qué él no podía hacer lo mismo? Además… tampoco estaba tan alejada de la realidad. Había asesinado al mismísimo Uzukage, ¡pues claro que era valiente!
—… listo…
Joder, como siguiese así iba a ponérsele la cara como un tomate. Quiso pararla, decir que estaba exagerando… pero no lo hizo. ¿A quién no le gustaba que le adulasen de vez en cuando?
—… y me estás ayudando sin tener porqué hacerlo... ¿cómo no me ibas a gustar al menos un poco?
En realidad, sí tenía un motivo para hacerlo, pero… mejor no sacarla de su error. Entonces, ella se inclinó hacia él, provocando con aquel simple gesto que el corazón del Uchiha se desbocase como un potrillo en celo. Los labios de ella formaron un beso, y entonces…
… le besó en la frente. ¡En la frente! Maldita fuese su suerte. No sabía si estaba jugando con él como tanto le gustaba antaño o si simplemente aquello era lo que sentía por él. Pero, si quería pegar ojo aquella noche, no podía quedarse con aquella incertidumbre.
No, debía averiguarlo… Por la misión. «Eso es… Por el bien de la misión»
—¿Solo un poco? —preguntó, con voz inocente, mientras activaba el sharingan y le rodeaba la cintura con las manos, justo cuando ella trataba de levantarse. Él se había puesto de rodillas también, y la atrajo hacia sí, impidiéndole momentáneamente que se alejase—. ¿Sabes? Nunca te lo dije desde que perdiste la memoria, pero estos ojos me permiten discernir entre la verdad y la mentira —se inclinó un poco hacia ella—, y yo creo que… —y un poco más. Tanto que el vaho de sus alientos se entremezclaba. Tanto que la fragancia de ella inundó su olfato, provocándole un hormigueo en el estómago—, en realidad, te gusto algo más… —Y otro poco. No es que quisiese besar aquellos labios, es que el solo hecho de seguir resistiendo el impulso le suponía un tormento. Era como tratar de resistirse a la atracción de un gigantesco imán. Ya le parecía imposible a medio metro, y ahora que lo estaba rozando…
La besó. O al menos ese fue su propósito. De querer la kunoichi hacerle la famosa cobra, tiempo había tenido de sobra. Recordó su primer beso con ella. En cierta parte, eran parecidos. Tierno y dulce, aunque esta vez Datsue tenía algo más de experiencia. En aquella ocasión, ella había terminado dándole un mordisquito en el labio inferior…
Esta vez fue él quien lo hizo, mientras sus manos libraban una auténtica batalla contra sí mismas para mantenerse en su sitio.
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La chica pensó que al fin podía librarse de dar una respuesta mas seria, ya casi tenía sus ojos en el perímetro, pero de nuevo el chico no pudo cesar en insistir. Adoptó rápidamente su misma posición —de rodillas— y la tomó de la cintura. Sus ojos tornaron rojizos de nuevo, a la par que preguntaba si tan solo sentía eso. Tras ello, admitió que no la informó de nuevo sobre la habilidad que éstos tenían. Según dijo, era capaz de ver claramente cuando alguien mentía o decía la verdad. Ésto la sentenciaba a tener que decir una verdad clara, dado que sabría si le mentía. Pero, sin esperar respuesta alguna, él afirmó que sabía que no era tan solo un poco lo que él le gustaba, afirmaba que era más.
«¿Sus ojos pueden ver las mentiras...?»
Ahora mismo, sus sentidos tan solo le hacían referencias a ese dato, curiosamente. Tenía al chico agarrándola de la cintura, y su rostro enfrentado al suyo. Sin embargo, ella no estaba nerviosa, era algo que no solía sacarla de su papel. Poco a poco, el chico acercó su rostro al de ella, buscando lo que parecía inevitable. La chica sonrió por un instante, antes de que sucediese nada.
Conservó uno de sus derechos, el de guardar silencio. Pero, su mirada daba claro aviso de lo que podía suceder. Podía evitar el beso de mil y una maneras, y de hecho ya lo había hecho en alguna ocasión —aunque no lo recordase— dejando al chico roto.
Sin embargo, le dejó seguir. Cuanto mas acercaba su rostro al suyo, mas quería ella saber cuan apasionado era su motivo. Algo había de moverlo, algún motivo había de tener para querer seguirla hasta el fin del mundo. ¿Estaría enamorado de ella? Sin mas, sus labios se juntaron en un beso. Éste fue breve, pero intenso. Fugaz, cual fiesta de cumpleaños en un cementerio, el chico despegó sus labios de los de la chica.
«¿Sólo eso?»
No esperó lo que se avecinaba. Éste, audaz como un zorro en nochebuena, le propinó un mordisco en su labio inferior. Sin saña, pero tampoco suave. Justo como a ella le gustaba hacerlo...
La diablesa comenzó a quebrar por todo el cuerpo, incluyendo el rostro. Apenas unos segundos tras el mordisco, la chica se deshizo en un centenar de mariposas blancas, hechas de puro papel. Las figuras de origami volaron fugazmente tras el chico, y volvieron a crear la esbelta figura de la kunoichi. Aunque ella fuese mas fogosa que un volcán, no quería dejar mala imagen.
—Terminaremos esa conversación en otro momento... —habló al fin. —No es el momento ni el lugar apropiado...
Dejó caer un suspiro, y caminó hacia su frente —el lado contrario a Datsue— en pos de alejarse de el chico. Después de todo, cuanto mas le calentase o jugase con él, peor sería para ella que tenía el primer turno de guardia. Sin mas, alzó un tanto la mano, y evitó el contacto visual. No por nada, si no porque no quería que viese que estaba tan sonrojada que no podía ni ocultarlo.
Ah, pero el Uchiha jugaba con ventaja. ¡Pues claro que lo hacía! Aiko apenas podía conocer sus gustos, habiendo perdido la memoria, pero Datsue conocía muy bien los de ella. O, al menos, los puntos débiles que daba tiempo a descubrir en una noche.
Datsue la apretó más contra él, incapaz de contenerse, y entonces… ella se desvaneció como un sueño al despertarse.
—Odio cuando haces eso —murmuró, dolido, mientras las mariposas formaban de nuevo la figura de ella tras su espalda.
Ella le pidió terminar aquella conversación en otro momento y otro lugar, y Datsue no pudo hacer más que suspirar.
—Está bien… —No, no estaba bien, pero, ¿qué más podía hacer? Ya había mostrado todas sus cartas.
La vio alejarse, de espaldas a él, y mantuvo sus ojos en ella hasta que desapareció tras la penumbra. Volvió a suspirar. Un suspiro más profundo y prolongado, mientras desactivaba el sharingan y sacaba su propio saco de dormir. Desganado, se introdujo en él tras quitarse las sandalias y la túnica, poniéndose en su lugar un gorro de lana para protegerse del frío.
Su cabeza era como un nido de avispas. ¿Qué estaba haciendo? ¿A qué estaba jugando? ¿Acaso su objetivo no era robarle la inmortalidad? ¿Por qué, entonces, estaba preocupándose más de gustarle que de averiguar qué tenía en la bota?
Farfulló, cambiando de postura. Creyó que no lograría conciliar el sueño. Que sería incapaz de dejar de darle vueltas a la cabeza sobre el asunto. Pero lo cierto fue que se durmió en seguida, derrotado por el cansancio.
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Nada reseñable ocurrió durante la guardia de Aiko. Poco a poco la noche se fue cerrando, las hogueras se apagaron y los integrantes de la expedición fueron a sus tiendas. Desde donde estaba Aiko —Datsue dormía junto a unas tiendas, a un par de docenas de pasos más allá— pudo ver cómo los obreros se hacinaban en sus precarios tendentes y se tapaban con mantas roídas. También vio a Hanzō, el jefe de los trabajadores, intercambiar unas cuantas palabras con Jonaro antes de que cada uno se metiese en su tienda.
Benimaru, Banadoru y el propio Muten Rōshi ocuparon cada uno sus tiendas individuales. Pronto, todo el campamento quedó en silencio, y la kunoichi se quedó sola con el rumor del viento nocturno y el crujido de las grandes cajas sin desempacar sobre los carromatos. Hasta los camellos parecían en total silencio.
Así transcurrirían las horas, hasta el amanecer o hasta que Aiko despertara a su compañero para el relevo de guardia.
La chica caminó por toda la periferia de la zona, haciendo como bien había meditado con anterioridad. Comenzó por la zona mas cercana, vigilando los carros, las cajas, a los tipos mas importantes... al final todo resultaba igual, todo era necesario para poder proseguir el camino. No todos tuvieron tanta prisa para dormir, pero poco a poco, todas y cada una de las voces se fueron mitigando cual fuego en pleno invierno. La chica continuó caminando, oscilando entre el frío las leves llamas restantes de las fogatas.
Al cabo de un buen rato, el silencio se hizo dueño y rey de la noche.
Conforme la chica iba caminando, no perdía de vista detalle alguno. Estaba de guardia, y ese era su deber. Volteó la vista, y pudo observar que hasta su compañero estaba sumido en un profundo sueño. Continuó caminando, y haciendo pasar el tiempo como mejor sabía, pensando en sus asuntos.
«Que desperdicio de experiencia... ¿cuantas veces he muerto ya? ¿quince? ¿veinte? A saber cuan buena podría ser en ninjutsu si conservase toda esa experiencia... a saber qué técnicas habré aprendido y olvidado por culpa de morir...»
Y dando vueltas a sus asuntos, ya mas de la mitad de la noche había pasado. Los ojos aún no le fallaban, y aunque estaba realmente cansada, seguía caminando por el campamento sin apenas hacer ruido. Buscó con la mirada a Datsue, y lo observó mientras caminaba hacia él.
El chico sudaba, y se podía ver inquieto. No cabía duda de que algún tipo de pesadilla le estaba golpeando bien fuerte. No parecía exagerar cuando intercambiaron verdades acerca de tener pesadillas. Sus constantes movimientos mientras dormía casi parecían llevarle a despertar de un momento a otro...
Sin prisa pero sin pausa, la pelirroja se acercó hasta la posición del Uchiha. Se tumbó frente a él, y llevó su diestra con suavidad hacia el rostro del chico. Con parsimonia, disfrutando del viaje, su mano acarició con ternura la mejilla del Uchiha. Sus orbes, fijados en el rostro del chico, no se distraía sin embargo tanto. Deslizó un poco la diestras hacia el mentón, y de nuevo la arrastró con delicadeza hasta casi llegar a su oreja. Sin mas premura, acercó su rostro, y aprovechándose del chico, le robó un beso.
Sus labios pasearon por los suyos, disfrutando del camino. Entre tanto, su diestra se acercó de nuevo, uniendo un poco mas ambos rostros en un beso de los que pocas veces daba, un beso con delicadeza y dulzura. Hasta cerró los ojos por un momento, sin duda era un beso que pocas veces disfrutaba de esa manera.
—¿Te parece bien mi manera de despertarte? —preguntó tras separase un poco, con sus orbes clavados en los suyos.
Siempre las mismas pesadillas. Siempre la misma tortura. Pero, por mucho que ya las hubiese sufrido en infinidad de ocasiones, no se daba acostumbrado. Seguía sufriéndolas con la misma intensidad que el primer día. Con el mismo dolor. Con el mismo desgarro en su corazón al ver cómo iba calcinando a sus seres queridos. A su familia. A sus amigos. Siempre aparecían los mismos. Sus padres. Akame. Nabi. Eri. Todos sus compañeros de promoción. Y Anzu.
Siempre ella. Pero entonces…
«¿Qué haces tú aquí?».
No lo comprendía. La misma pesadilla, repetida una y otra vez por meses, y de repente, un cambio. Una nueva invitada a aquel cruento espectáculo. Era Aiko, que sucumbía bajo sus llamas y se derretía como la cera de una vela. Moría entre chillidos, entre aullidos desgarradores. Pero no revivía. En su mundo no había inmortalidad para ella.
• • •
Algo le estaba oprimiendo el pecho. Normalmente, tenía una sensación parecida siempre que se despertaba, debido a la taquicardia. Pero aquella vez era algo más. Como si algo estuviese encima de él…
Algo húmedo y suave le envolvía los labios. Un olor que conocía muy bien empalagaba su olfato. Tardó un poco, apenas unos segundos, en comprender lo que estaba sucediendo, y apenas pudo devolver el beso, pues justo entonces ella separó el rostro, quitándole la miel de los labios.
—¿Te parece bien mi manera de despertarte?
—Ey… —dijo con un hilo de voz. Carraspeó levemente—. La mejor del mundo —se obligó a responder, y aunque trató de sonreír, apenas pudo torcer torpemente los labios. Tenía la camisa interior empapada en sudor, la piel pálida y los ojos brillantes, como húmedos.
Torció la vista a un lado y a otro, con Aiko todavía acostada encima. Todo estaba oscuro y en calma. Incluso las hogueras se habían dejado vencer por el sueño mortal, y la única luz provenía de las estrellas.
Sacó los brazos del saco de dormir, sintiendo el frío de la noche lamiendo su piel, y rodeó con ellos la cintura de Aiko.
—¿Qué tal la guardia? —preguntó, en un murmullo apenas audible—. ¿Algún incidente?
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30/11/2017, 01:25 (Última modificación: 30/11/2017, 01:27 por Aiko.)
Como supuso, el chico despertó sin demasiado problema. Casi como en un sueño, uno de los sueños esos en los que deseas que jamás llegue el amanecer con tal de poder seguir disfrutándolo. Un sueño de esos en los que te planteas si de veras merece la pena abrir los ojos.
Por suerte o desgracia, no era un sueño.
Datsue admitió que era la mejor manera del mundo para despertar, pero éste se equivocaba. Habían maneras mucho mejores para despertar, pero no era ni el lugar ni el momento apropiados para ese tipo de cosas. La chica sonrió, al comprobar que éste había despertado sin agresividad, o de un salto. Su rostro aún mostraba los estragos de sus pesadillas, y lucía especialmente pálido.
«Datsue no exageraba cuando dijo que tenía pesadillas... ¿Qué le atormentará tanto?»
Mas curiosa que un gato, apenas podía quitarse ese pensamiento de la cabeza. Habiéndose aprovechado de la situación, tomó una clara ventaja táctica en cuanto a posicionamiento; se deslizó como una serpiente, y se colocó sobre éste. Pero el chico, que apenas despertaba, parecía estar bien preparado. Sacó las manos del saco de dormir, y tomó su cintura. Tras ello, preguntó a la pelirroja cómo había ido la guardia.
—Muy tranquila. Apenas se acostó Jonaro y su amigote, todo se quedó en silencio y tranquilidad. Bueno por un lado, pero aburrido por otro lado... pero no me quejo. —comentó acerca de su vivencia.
»Oye Datsue... ¿qué soñabas? parecía una pesadilla realmente escalofriante... no decías nada, pero te movías constantemente, y tus ojos... tus ojos dicen que claramente apenas has podido descansar.
Entre tanto, su diestra aún jugaba a modo de leves caricias por su mejilla, y en alguna fugaz ocasión se deslizaba un poco por su cuello. Sus orbes sin embargo no se despegaban de los del chico, los mantenía clavados cual raqueta de tenis en el asfalto.
«Menos mal», pensó Datsue, cuando Aiko le comentó que todo había estado tranquilo y en calma. Lo último que le apetecía ahora era tener que estar preocupado por una posible emboscada.
Pero Aiko no pensaba dejarle descansar… aunque no de la forma que a él hubiese gustado. Le atacó con una pregunta, simple pero directa, mientras clavaba sus orbes negros como una noche sin luna en los suyos. Datsue descubrió que era mucho más difícil mentir cuando te miraban a los ojos a tan poca distancia…
… y por eso desvío la mirada.
—Fue horrible, Aiko… Los quemaban… Los cortaban en pedacitos… Los calcinaban hasta quedar reducidos a simples cenizas… —A Datsue parecía que se le iba a quebrar la voz—. No hacían distinción entre grandes y pequeños. Arrasaban con todos por igual. —Volvió a mirarla a los ojos—. Billetes de quinientos ryōs, de cien, de cincuenta… Unos bárbaros sin piedad, Aiko. ¡Nunca vi semejante crueldad! —susurró con fuerza. ¿Qué iba a decirle? ¿Qué segundos atrás estaba matándola? No podía. Luego, rio nasalmente—. Prometo contarte la verdad algún día… —agregó, sabiendo que semejante trola no colaría—. Pero ahora… no es el momento ni el lugar apropiado —susurró, repitiendo las palabras de la kunoichi.
»Oye, estás congelada —murmuró. Sentía las manos gélidas de ella en su cuello. Deslizó una mano por la cremallera del saco de dormir y lo abrió—. Ven, entra en calor.
Sí, se estaba haciendo el remolón. Pegarse media noche levantado bajo aquel frío invernal no era algo que, precisamente, le llamase.
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El viento del desierto sopló con fuerza, revolviendo los cabellos de los ninjas. La poca luz del lugar provenía de algunas lámparas de aceite dispuestas en puntos dispersos del campamento, y apenas servían para ver lo que había a unos cuantos pasos de distancia.
Nada salvo los susurros de ambos gennin interrumpía el silencio nocturno.
El chico apartó sus ojos de los orbes de la pelirroja, alegando que fue horrible. Los quemaban, los cortaban a pedacitos, los calcinaban hasta que no quedaban de ellos mas que cenizas... no hacían distinción entre grandes y pequeños, arrasaban con todos por igual.
«¿Acaso habla de su familia... o de conocidos suyos?»
La mirada del chico se fijó de nuevo en la chica, y terminó por relatar de quienes se trataban. Su historia era acerca de todo tipo de billete —dinero— y su preocupación parecía ser tan solo esa tontería. Alegaba que jamás había visto tal crueldad, que se trataba de unos bárbaros sin piedad.
Por un instante quedó sorprendida, sin saber qué contestar. Sus orbes quedaron totalmente abiertos, cual búho al encontrar a su presa. De pronto, ambos rieron. No era para menos, semejante chorrada... era imposible que eso fuese la razón de sus pesadillas. El chico terminó por admitir que no se trataba de eso, y haciendo uso de unas palabras muy concretas —las de la chica—, aclaró que en otro momento quizás le contase la verdad.
Datsue notó que la chica andaba helada, quizás por el tacto de sus manos en su piel, o simplemente por su propio tacto en la cintura de la chica. Las temperaturas no eran para nada agradables, era un maldito congelador ese maldito desierto. Maldita fuese la hora en que quiso atravesarlo...
Sin mas, abrió la cremallera, e instó a la chica para que se metiese junto a él, relejando que así entraría en calor. La pelirroja se vio atrapada por la trampa de una araña león, creada en ésta ocasión por un Uchiha que no parecía tan venenoso ni tan mortífero. Evidentemente, no se puede juzgar a un libro por su título.
—Ey... —se quejó, aunque no con demasiado esfuerzo.
Clavó sus manos a ambos costados del chico, casi abrazándolo, y dejó reposar su cabeza al costado de la suya. Tomó aire, y lo dejó escapar en un denso pero breve suspiro.
—Me gustaría quedarme así toda la noche, pero... —siempre hay un pero... —uno de los dos debe continuar la vigilancia, por aburrida que sea...
»Intenta dormir un poco, yo continuo la guardia. Eso si, mañana me tendrás que cubrir las espaldas al menos un ratito, ¿vale? —con las mismas, se apartó un poco. Hizo una leve pausa, y le propinó un fugaz y efímero beso en los labios —suficiente para embelesarlo— para terminar de separase. Volvería a la guardia, y terminaría ella la noche. A la mañana estaría un poco muerta de sueño y cansancio, pero... tampoco sería bueno si ambos quedasen en el mismo estado, al menos uno debía estar en plena condición.
1/12/2017, 19:09 (Última modificación: 1/12/2017, 19:12 por Uchiha Datsue.)
La kunoichi aceptó su invitación entre quejas. Unas quejas muy características. Eran como las que él hacía de pequeño, cuando todavía vivía en la Ribera del Norte, y una vecina suya, muy anciana, le ofrecía las primeras ciruelas verdes de la temporada de su árbol. Él sabía que no debía aceptar, su madre se lo había repetido en contadas ocasiones, pues la anciana era muy pobre y le venían bien para ella. Por eso protestaba. Cuando se lo ofrecía por segunda vez, seguía quejándose con la boca pequeña y con las ciruelas en la mano. Y, cuando ya de camino a casa, se quitaba un pequeño trozo de piel de la fruta que se le había quedado entre los dientes, aún farfullaba por tercera vez.
Justamente ese tipo de quejas eran las de Aiko.
No obstante, el Uchiha poco pudo disfrutar de su compañía. La kunoichi era casi tan profesional —casi, porque nadie podía serlo tanto— como Akame, y aseguró terminar de hacer ella la guardia. Datsue suspiró. ¿Qué tipo de imagen le estaba dando? La de un crío que no era ni capaz de interrumpir su sueño para cumplir con su deber. Era patético.
—No —dijo, envalentonado por el fugaz beso que le había propinado Aiko—. La termino yo. No te preocupes —dijo, guiñándole un ojo, mientras se escurría saco arriba.
Nada más salir afuera, se arrepintió. No es que notase el frío, es que le causó la misma conmoción que si le hubiesen tirado un cubo de agua congelada mientras dormía. A punto estuvo de cometer el error garrafal de dar media vuelta y replanteárselo, pero eso solo haría que Aiko tuviese una peor imagen de él. «Me cago en la puta… Lo que se hace para gustarle a una chica…»
Se calzó las sandalias y se envolvió con la capa de viaje, sin quitarse el gorro de lana que se había puesto para dormir. Seguidamente, empezó a recorrer el campamento mientras arrastraba los pies.
Pronto descubrió que no era difícil mantenerse despierto. No con aquel frío. Lo complicado era matar las horas muertas. El tiempo parecía haberse ralentizado, como aquellas veces en clase cuando el profesor daba una asignatura de lo más aburrida. Al final, claro, el Uchiha tuvo que buscarse…
… entretenimiento.
Con la travesura realizada, volvió dando saltitos de puntillas, mientras se tapaba la boca con las manos para contener la risa. ¿Que qué había hecho? No lo primero que hubiese querido. Datsue había pensado en, con algo de tinta y pluma, dibujar un pene en la mejilla de Jonaro, que justo terminase en la comisura de sus labios. Una chiquillada. Una niñería, le decían. Pero anda que no se reían en la Academia cuando la víctima hablaba sin darse cuenta de lo que tenía en la cara. ¿Por qué no se lo hizo, entonces? Porque Datsue sabía muy bien a quién podía hacerle una broma y a quién no, y Jonaro no era uno de ellos.
Por eso, cambió de táctica, y eligió al bueno de Banadoru como el objeto de su broma. Se dio cuenta entonces de que entrar a su tienda era demasiado arriesgado, y cambió de estrategia, dejando caer inconscientemente un makibishi del paquete que tenía en el portaobjetos. Justo, casualmente, en la entrada de la tienda. Pese a que solo era un makibishi, aquellas púas hacían un daño terrible, y más si no te las veías venir...
Tuvo que llevarse otra vez las manos a la boca, conteniendo a duras penas las carcajadas que afloraban en su garganta. Para disimular, fue a sentarse junto a la hoguera, algo alejado de allí, mientras contaba los segundos que faltaban para que el sol asomase en el horizonte y el campamento se pusiese en pie.
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El cambió de guardia ocurrió como estaba previsto y pronto Datsue relevó a Aiko de sus funciones patrullando el silencioso campamento. La oscuridad era penetrante y fría, como un kunai sigiloso que se fuera introduciendo poco a poco en las costillas del gennin.
Pasadas las horas, el Uchiha pudo ver los primeros trazos azules y añiles en el cielo conforme se acercaba el alba. Allí, en mitad del Desierto, las estrellas que horas antes habían sido perfectamente visibles en toda su majestuosa belleza abandonaron poco a poco el paisaje celeste para ceder su sitio al Astro Rey. Media hora después de que saliera el Sol su calidez ya era palpable y el viento frío de la noche había cesado.
El campamento empezó a ponerse en marcha. Llamaría la atención del Uchiha que los obreros no se movían ahora erráticos y cansados, sino frescos y bien organizados. Los hombres de Hanzō abandonaron la carpa donde habían dormido, hacinados, y la desmontaron en tiempo récord. Lo mismo sucedió con las hogueras y los pocos utensilios que habían bajado de los carromatos; en apenas media hora todo estaba cargado y listo para salir.
Los ninjas pudieron ver la figura del profesor Muten Rōshi, vestido con su haori azul claro y con una gruesa capa de viaje por encima, que se les acercaba con gesto nervioso.
—Vamos, ¡vamos! —les apremió nada más llegar a donde ellos estaban—. Debemos partir inmediatamente, no hay tiempo que perder.[/color]
De repente, un grito hendió el cielo matutino.
—¡YAAAAAAAAAAAARG!
Muten Rōshi dió un respingo, sobresaltado, y buscó con la mirada a su subordinado adjunto. Banadoru estaba en ese momento revolcándose por la arena, tratando de quitarse algo que llevaba clavado en el pie derecho —y que sólo Datsue conocía en ese momento—.
—¡Por todos los dioses! —maldijo el director de la expedición—. ¡Banadoru-kun, repórtese!
El aludido se levantó un rato después, cojeando, y ayudado por dos de los hombres de Hanzō, subió a su camello.
La comitiva ya estaba lista, dispuesta de forma parecida al día anterior. Los camellos estaban preparados —sólo faltaba que los ninjas cargaran sus pertenencias en las alforjas y montaran—, Jonaro supervisaba todo con gesto ceñudo y Banadoru se masajeaba el pie con cara de pocos amigos.
Un detalle llamó la atención de los shinobi; no había rastro de Benimaru. Si giraban la vista para volverla hacia el campamento —o, más bien, el lugar donde había estado el campamento—, del que en ese momento sólo quedaban los carbones de algunas hogueras, verían que quedaba una tienda sin desmontar.
—¡En marcha, vamos! —vociferó Muten Rōshi, y la caravana se puso en marcha con paso apresurado.
Momentos después de que el convoy arrancase —con o sin los ninjas—, dos de los hombres de Hanzō que se habían quedado rezagados entraron en la única tienda que quedaba sin desmontar.
Datsue se negó, rotundamente. No parecía querer dejar que la chica se encargase del total de la noche de vigía, muy a su pesar. Para cuando éste salió de su saco, de seguro se arrepentiría de lo que había dicho, pero no retiró sus palabras. El chico, se terminó de ataviar, y se dispuso a realizar su ronda de vigilancia, tal y como previamente había hecho la kunoichi. Antes de nada, guiñó un ojo a la chica, lo cuál fue correspondido con un efímero beso.
—De acuerdo... —aprobó sin demasiado esfuerzo —... y gracias.
La chica no tardó en preparar su saco de dormir, y terminó durmiendo en apenas unos minutos. Su vigilancia, mas todo el viaje realizado, había hecho mella en sus fuerzas; no pudo evitar por demasiado tiempo que el sueño acabara apoderándose de ella. Acomodada y resguardada del frío, era imposible oponerse a dormir.
[...]
La chica despertó con los primeros rayos de luces que cruzaban el horizonte. No fue la primera, pero tampoco la última. Gran parte del personal rápidamente se dispuso para recoger el lugar, y a penas ya habían recogido todo, montaron en los camellos y carros. No había tiempo que perder, eso era mas que evidente.
Aiko no fue menos, recogió rápidamente su saco de dormir, y preparó su medio de transporte para continuar el trabajo. Antes de salir, buscó con la mirada a Datsue. Algunos gritos y quejidos habían desviado su atención de éste, y debía tener en cuenta que pese a no haber podido dormir apenas, le había relevado en la guardia. —¿Que tal la guardia?
Al pasar la vista por el campamento, algo llamó un tanto su atención. Aún quedaba en pie una de las tiendas, lo cual era raro. Antes de que ésta pudiese decir o inquerir nada, unos obreros entraron en la tienda.