Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
28/10/2017, 22:27 (Última modificación: 28/10/2017, 22:57 por Uzumaki Eri.)
Era de noche y hacía frío, quizá unos cuantos grados bajo cero seguramente, pero eso no impedía que las calles de Yachi estuviesen iluminadas, incluso el tiempo atmosférico les había dado un respiro y aquel día dejaba ver unas cuantas estrellas en el cielo. La cosecha pronto llegaría a su fin y por ello estaban celebrando una gran fiesta en honor a sus queridas calabazas. Todos los niños correteaban de un lado para otro, de puesto en puesto; bajo la atenta mirada de sus padres, alguna pareja joven se paraba detrás de algún puesto para charlar y disfrutar de algún dulce típico del pueblo, señores ya entrados en edad estaban sentados disfrutando del ambiente y otros simplemente paseaban, los vendedores parecían ajenos a todo a excepción de mantener su puesto lleno e incluso había algún que otro shinobi disfrutando de algún juego. Y es que, aunque la temperatura fuera bastante fría, eso no bajaba el ánimo a aquellos que optaban por disfrutar aquello.
Hace unos años no era tan conocido, pero justo en el año doscientos diecisiete se había esparcido por todo el país, puede que incluso por los vecinos, y era normal. ¿A quién no le gustaba un buen festival donde podías probar manjares, pasear, jugar en bastantes puestos y comprar caretas? ¿Cómo? ¿Que qué pasa con las caretas? Un par de lustros atrás los niños decidieron utilizar caretas en honor del fruto típico de Yachi, la calabaza; como símbolo del festejo, por eso se las colocan en la cara con una goma sujetándola. Normalmente tienen el rostro feliz, pero algunas representan caras ajenas a la felicidad, incluso otras llegan a dar hasta terrible miedo, pero eso a los niños no les gusta, así que se optó por borrarlo de la festividad. Hay quien dice que aún se siguen haciendo, solo por respetar la tradición, pero pocas son las que se ven.
Un vendedor ambulante había montado un pequeño puesto de caretas justo a la entrada del pueblo, algunos niños ya habían comprado la suya y revoloteaban alrededor, otros se alejaban rápidamente hacia sus padres para enseñársela, y el hombre no dejaba de sonreír mientras contaba su dinero sentado detrás del pequeño puesto.
Todo parecía normal.
¡Bienvenidos! Primero de todo, gracias a los que participan en esto por hacerlo posible pues me hace bastante ilusión. Pasando a la trama, esto es una mera introducción de lo que tengo pensado, un poco de ambientación para que vayamos calentando. El orden ahora mismo me da igual, podéis postear cuando queráis y poner la excusa que más os guste. El plazo normalmente será de 72 horas, a no ser que alguien tenga algo urgente que requiera de su atención.
Sin más que añadir, espero que os guste y disfrutad
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Aunque no era la primera vez que iba a Yachi, aquel pequeño pueblecito perdido en un cañón hundido en las Tierras de la Llovizna no dejaba de sorprenderla.
Había acudido allí hacía cosa de una semana a razón de una misión en solitario. Tanto Kōri como Daruu estaban ocupados con sus propios asuntos, así que Ayame había optado por pedir una misión para ella sola. Una misión bien sencilla, pues simplemente tenía que ayudar con la anual cosecha de las famosas calabazas de aquellas tierras. Ya había terminado con su tarea, pero la familia Nangua, a la que había estado ayudando, insistió mucho en que se quedara al menos para disfrutar de las festividades de la cosecha.
Así que allí estaba, envuelta en una cálida capa de color blanquecino para evitar en la medida de lo posible el frío que comenzaba a desplegar el invierno y que arrancaba nubes de vaho de sus labios resecos y entreabiertos. El cielo despejado, con las estrellas guiñando desde lo alto, sólo presagiaba una noche de helada. Convenía ir preparado.
En todo el tiempo que había estado allí había visto tanta gente en las calles como aquella noche. Alrededor, los niños correteaban como mariposas inquietas de aquí para allá, chillando y riendo. Los ancianos y gran parte de los adultos disfrutaban de la velada sentados o paseando en total tranquilidad. Y alguna que otra pareja de jóvenes encendidos por lo romántico de la escena se refugiaban en el escondite de las sombras. Y mientras tanto, los ojos castaños de Ayame recorrían, brillantes de ilusión, las decenas de máscaras de calabazas que colgaban del puesto. Las había de todas clases y tamaños, con gestos que variaban desde la más absoluta felicidad hasta algunas que irradiaban una ira terrorífica. Las había incluso de extraños colores.
—¡Oh, qué adorable! —se le escapó, tomando entre sus manos la máscara de una calabaza que desplegaba una radiante sonrisa de oreja a oreja—. ¡Señor, voy a llevarme esta! —exclamó, tendiéndole varias monedas.
« Ojala Katsue estuviese aqui » — pensó, mientras una sonrisa estúpida se dibujaba en su rostro.
Era la primera vez que estaba en Yachi, y no podía haber elegido un mejor momento. Lo que en cualquier lugar habría sido una noche oscura y fría, se había convertido en algo maravilloso. Las luces inundaban la zona, lleno de puestos variados, donde ofrecían desde típicos dulces de la zona hasta muchos productos. Personas yendo y viniendo, niños correteando y gritando de puro júbilo, el ajetreo del comercio...
No podía evitar poner esa sonrisa de bobalicón. Le recordaba a su infancia. Era algo mágico.
— ¿Qué opinas, Gen? ¿A qué es precioso? — dijo Juro, dirigiéndose al pergamino atado a su cintura. Aún no se acostumbraba a que aquel muñeco no estuviese colgando de él.
Juro había llegado hasta ahí por casualidad. Era un viajero errante, sin camino... que se había perdido volviendo a casa. Su hermana se encontraba ocupada, en una misión, y Furui estaba en la tienda cubriendo su ausencia. No es que le hiciese mucha gracia que su hermana saliese a jugarse el pellejo, pero no había mucho que hacer al respecto. Ella era así. Incluso Juro insistió en acompañarla, cosa que por supuesto, no le permitió. En lugar de eso, acordaron un punto de encuentro: El Valle del Fin, en unas semanas.
En su camino al Valle del Fin, se desvió y se encontró en aquel pueblecito, situado en un cañón hundido.
« Quiero ver esto bien. Me lo merezco. Quiero disfrutar del mundo que no pude ver antes por mi mismo »
Mañana partiría a encontrarse con su hermana. No había prisa.
Juro se dirigió a un puesto en particular. En él, vendían toda clase de máscaras de calabaza. Tenían de distintos colores, formas, caras... Juro se fijó en una en particular. Era pequeña, casi para el rostro de un niño, y tenía un rostro enfadado. Lleno de ira. Juro se imaginó algo con ella.
« Ese tamaño es muy pequeño para mi... ¡Oye! ¡Le sentaría genial a Gen! »
Se imaginó a su marioneta con una máscara de calabaza furiosa. Después, soltó una carcajada.
—¡Señor, quiero esa! — A su lado, una chica más exclamó por su propia máscara. Juro esperó pacientemente a que le diesen la suya.
Una vez más se encontraba allí, en Yachi, aquel pequeño pueblo que había visitado hacía unos cuantos meses, cuando el tiempo era mucho más benevolente y se podía pasear por la noche en manga corta por las calles. Esta vez el peliblanco había tenido que cubrirse con su capa de viaje, pues el frío se hacía notar, pero eso no impedía que la gente saliera a pasear por las calles, disfrutando de las fiestas.
«Siempre que vengo aquí tienen algún tipo de festival, me gusta este sitio.»
El peliblanco paseaba por las calles siguiendo al grueso de la gente, tratando de quedarse con el camino de vuelta a su hospedaje. Una máscara de calabaza de color dorada estaba situada en la parte superior de su cabeza, dejado su cara al aire. Una máscara que había ganado en su anterior visita a la localidad.
El uzunés iba con la mirada puesta en la iluminación de las calles, disfrutando del ambiente, con una sonrisa en el rostro y esperando poder disfrutar de aquel evento.
Se acercó a un puesto de máscaras de calabaza, como había hecho en el resto de los puestos que se había cruzado, se paraba para admirar lo que ofrecían.
—¡Oh, qué adorable! ¡Señor, voy a llevarme esta!
—¡Señor, quiero esa!
Aquellos dos jóvenes ya habían decidido, pero la primera voz le sonaba de algo, por lo que esperó paciente para poder ver la cara de la chica que allí se encontraba.
Muchas veces pienso que la vida es como el mar. Normalmente me imagino a mí mismo en una pacífica playa, el viento sopla suave, el mar está en calma, aunque nunca quieto. Y cuando menos te lo esperas, el viento cambia, las aguas se agitan y entonces estalla el caos. Un día estas tranquilo en tu casa, viendo el nuevo episodio de los AmeRanger, cuando de golpe, el viento cambia, y la voz de tu padre que te repite una y otra vez que le hagas caso, se agita. Entonces estalla el caos.
—Deja la tele de una vez, si luego siempre ponen el episodio repetido y lo vuelves a ver, varias veces.
—Claro, es importante para alguien de mi edad adorar a algún héroe.
—Bueno, pues yo soy tu padre y soy más importante que los héroes de la tele, así que hazme caso.
—Está bien, te escucho ¿Qué es tan importante para interrumpir mi sagrado capitulo semanal de los AmeRanger?
Por algún extraño motivo, y aunque conocía a mi padre casi mejor que él mismo, esperaba que tuviera algo serio que contarme. No sé, quizás confiaba en que sabía lo mucho que detestaba que me interrumpieran en mitad de los capítulos, y entonces pensé que había pasado algo importante, dada su insistencia. Sin embargo…
—Mañana, en Yachi, Fiesta de Disfraces.
—¿Y eso es tan importante como para interrumpirme mientras veo…
—Si, tu hermana ya tiene el disfraz, yo ya tengo el disfraz, así que mueve el culo del sofá y búscate un disfraz.
—¿Y mama?
—Tu madre trabaja, aquí no es fiesta, por suerte para ti yo tengo el día libre, así que tira a buscar el disfraz.
Cuando se le metía algo en la cabeza era muy difícil razonar con él. Como cuando quería ir a pescar ¿Por qué le gustaba tanto sentarse frente al mar mirando una caña y esperando que algún pez fuera lo suficientemente inocente para morder en su anzuelo? Era aburrido, pacifico, a veces relajante, pero muy aburrido. Por ende, seguro que la fiesta de mañana era aburrida, pero claro, discutirle era peor. Mucho peor. Seguro que me quitaba los AmeRanger durante un mes. Aterrador.
No tuve más remedio que hacerle caso y buscarme un disfraz. Claro que, como se trataba de mí, un chico sencillo y normal, pero con una mente prodigiosa, se me encendió la bombilla mientras subía las escaleras en dirección a mi habitación. Tenía que buscar ropa vieja, aunque fuera de mi padre. Al fin y al cabo era culpa suya. Luego tenía que convencer mis amigos córvidos de que colaboraran. Por ultimo necesitaba algo de la verdulería de mi madre.
Sencillo, rápido y perfecto para mí.
• • •
Veinticuatro horas más tarde, me encontré a mí mismo a las puertas de un pueblo que visitaba por primera vez, vestido de la siguiente forma: Una camiseta y unos pantalones viejos marrones que encontré en el armario de mi padre, con las mangas y los bajos de los pantalones rajados, con un poco de paja que los cuervos trajeron pegada en esas partes. Además, estaba el detalle de cubrir mi cabeza con un saco de patatas, cuyas únicas aperturas eran los agujeros de los ojos. Si, le pinte una sonrisa macabra. Y si, iba de disfrazado de espantapájaros.
Lo mejor del disfraza, era sin lugar a dudas, la presencia de los cuervos. Sobre la cabeza iba Yuki, un cuervo albino que con sus plumas blancas y sus ojos rojos a veces daba un poco de miedo. Sobre mi hombro derecho, Yoru, el cuervo adicto a las telenovelas movía de vez en cuando el pico, y a veces, intentaba ligar con Kiara, la única Cuervo hembra que me acompañaba, y que reposaba sobre mi otro hombro.
Para más inri, mi padre y mi hermana habían desaparecido y a excepción de algunos críos con máscaras de calabazas, allí nadie iba disfrazado.
Me la había jugado. No era una fiesta de disfraces. Era una fiesta en honor a la cosecha de las calabazas.
—Genial…
—Animate tio. —Dijo Yoru. —Al menos somos los molones del lugar ¿No crees?
—Lo mejor es que todos nos miran, y eso no es por ti, es por mis preciosas plumas.
31/10/2017, 22:45 (Última modificación: 31/10/2017, 22:48 por Uzumaki Eri.)
La joven de cabellos oscuros eligió una máscara de las que tenía en el puesto, y el hombre solo mostró una sonrisa demasiado enigmática que a todo el mundo le pasó por alto. Guardó el dinero que había recaudado gracias a la cantidad de gente que había acudido a comprar allí su careta, sin embargo no esperaba que alguien como aquella chiquilla fuese capaz de fijarse justamente en aquella careta.
Pero no fue la única persona que se acercó en aquellos momentos, no, un joven de más o menos la misma edad pidió por otra careta. Pero eso no podría ser, si vendía la máscara de la sonrisa, no podría dejar las restantes sin vender. No, era necesario que las cuatro siguiesen juntas.
—Enseguida, esperen un momento —su voz aterciopelada sonó tranquila. Tenía que guardar la calma si quería lo que buscaba, por ello se levantó y habló con un par de niños que correteaban detrás del puesto, lo suficientemente bajo para que nadie más escuchase aquella conversación, les dio un par de indicaciones y miró de reojo a las personas que allí se encontraban.
Unos minutos más tarde volvió, de nuevo, con una sonrisa dibujada en su rostro.
—Por supuesto, señorita —anunció el hombre mientras asentía conforme, luego miró al otro genin con la misma expresión en su rostro —. Esa máscara va con otra, tome ambas para usted —acto seguido le tendió otra exactamente igual a la pequeña, pero del tamaño perfecto para él. Prácticamente la soltó para que la cogiese, antes de que pudiese tomar la pequeña del pequeño puesto.
Cuando la máscara que le había dado el vendedor cayó sobre las manos del chico, los niños que anteriormente habían hablado con el encargado del puesto corrieron raudos hacia dos personas más que casualmente estaban cerca, y sin pensar ni dudar por un solo segundo, les estamparon las máscaras en la cara.
Luego todo lo que los cuatro shinobi vieron fue oscuridad.
• • •
La noche, fría y oscura; caía sobre ellos al igual que lo hace un balde de agua helada. No podían recordar nada más que lo sucedido antes de caer rendidos por algo incapaz de ser descrito, sin embargo poco a poco su mente fue despejándose y todos volvían en sí.
Pero, para su desgracia, ya no se encontraban en Yachi, si no sobre lo que parecía haber sido césped que alguna vez fue cuidado, mas ahora no quedaban ni un par de partes anaranjadas. Ayame, Juro, Riko y Reiji se encontraban allí, tumbados, sin saber muy bien qué había sucedido. Si abrían los ojos y miraban a su alrededor, podrían ver que el suelo estaba prácticamente igual en todos lados menos a su derecha, donde aparecía un camino de piedra que continuaba a sus espaldas hasta llegar a una puerta de madera oscura y maltratada. Puerta que lideraba una gran mansión que una vez pareció tener las paredes claras, pero ahora solo una pequeña parte lo era, pues lideraban las manchas marrones por toda su fachada.
Frente a ellos, una gran muro de piedra grisácea se alzaba, y no parecía haber salida a él.
Lo bueno es que todos seguían vivos, no tenían ningún rasguño ni dolor. Sin embargo todos se vieron privados de algo, sí, sus objetos. Ni portaobjetos, ni mecanismos, nada, todo había desaparecido. Gen no estaba donde Juro lo había dejado, y ni Yuki, ni Yoru, ni Kiara se encontraban alrededor de Reiji, quien ahora podía sentir como podía respirar perfectamente gracias a no tener un saco de patatas cubriéndole enteramente la cabeza, aunque la visión la tenía reducida.
Y es que tanto él como los otros tres, ya que Riko tampoco llevaba la careta que él mismo había traído puesta; tenían las caretas que les habían dado —o estampado— en la cabeza, sujetas por una goma, tapándoles parcialmente la cara y enteramente el ojo derecho, que si intentaban quitarse les sería imposible pues parecían ser una parte más de su cabeza.
Y, para más inri, todos sentían que a parte de sus objetos personales, algo mucho más vital les había sido sustraído.
«Estáis privados de utilizar o realizar cualquier técnica o acción que os haga gastar chakra pues se os ha sido suprimido hasta nuevo aviso.»
Podéis seguir el orden de posteo que queráis de nuevo.
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Lo último que alcanzaba a recordar era la tediosa voz de Kiara deleitándose por ser el centro de atención y al pobre Yoru intentando en vano ligar con ella. Mientras, un golpe en la cara me había dejado KO. Mi distracción con la conversación de los cuervos me había costado un buen golpe de un agresor que no había visto. Era lo que me faltaba. Mi padre me iba a pagar esta broma con creces. Se la pensaba devolver algún día.
Desperté de nuevo en un lugar que no conocía. Frente a mí se alzaba un gran muro infranqueable para un ser humano cualquiera. Y lo más raro de todo es que solo podía verlo con uno de mis ojos. No era que me faltara el otro, claro, yo me lo notaba, estaba ahí. Sin embargo, había algo que lo tapaba y desde luego no era mi saco de patatas.
Palpe mi rostro para encontrarme con algo desconocido. No yo no me había puesto una máscara. Yo antes tenía un saco de patatas con sus dos perfectos agujeros que no me impedían la visión. De cualquier modo, y por suerte para mí, mi lado bueno era el izquierdo. Aun así, la pérdida de visión en un ojo era un incordio, sobre todo para determinar la posición exacta de un objeto en el espacio. Intente quitarme lo que me cubría el rostro sin éxito.
Mire a mí alrededor antes de levantarme. Solo había césped muy mal cuidado y una mansión que parecía que iba a caerse en cualquier momento dado su mal estado. Allí también había otras tres personas a las que no conocía de absolutamente nada. Por ende, no me importaban para nada, no al menos de momento. Igual el culpable había sido uno de ellos. Lo importante era que, ninguno de mis tres cuervos estaba en aquel lugar.
Me levanté despacio y con cuidado, aunque de todas formas y dado lo sospechoso que resultaba todo aquello, lo primero que se me vino a la cabeza fue que podría tratarse de algún Genjutsu de mi padre, aunque las personas que estaban allí no tenían ningún sentido. Aun así trate de librarme.
—¡Kai!
Pero no pasó nada. Absolutamente nada. Para mi sorpresa, ni siquiera fui capaz de hacer fluir el chakra por mi cuerpo. Así pues, mi idea inicial de escalar el muro, se fue a la basura. Allí, justo a la derecha de la idea de que todo aquello no era más que un genjutsu.
No había ninguna opción que me gustara. Escalar el muro era imposible, a la izquierda solo había un vasto campo de césped sin fin, y estaba seguro de que caminar sin rumbo no me llevaría a ninguna parte. La última opción era la mansión. Digo última por una sola razón: Si algo en aquel lugar era sospechoso, no era ni el césped, ni el muro. Por el momento, no estaba lo suficientemente loco para intentar si quiera entrar, o incluso llamar a la puerta, de un lugar que parecía sacado de una película de terror. No era miedo, era supervivencia, sentido común.
Por otro lado ¿Dónde narices se habían metido los cuervos? Vale que Yoru podía haberse escapado a ver su maldita telenovela dado el panorama. Pero Kiara parecía encantada con que todo el mundo la mirase. Y Yuki… Yuki era el más cuerdo de todos ¿Quizás habían ido a por ayuda? ¿Puede que fuesen participes de la broma de mi padre?
Todo aquello era bastante confuso. Pese a mi condición, pese a mis entrenamientos, pese a mis notas, estaba completamente en blanco. Aun así, había algo que si tenía claro: No podía perder la calma en aquella situación.
Y desde luego, mi cabeza estaba dibujando un enorme cartel con luces de neon que decía:
“NO ENTRES EN LA MANSIÓN, ES UNA TRAMPA”
Todo decorado con una bonita flecha que parpadeaba y señalaba la puerta de esa extraña casa que parecía abandonada.
Me crucé de brazos a la espera de que sucediera algo o de que alguna buena idea apareciese de repente en mi cabeza por arte de magia.
Pero Ayame no era la única dispuesta a comprar, un chico con un enorme rollo de pergamino atado a su cintura se había acercado también al puesto de máscaras. Ayame no pudo evitar dirigirle una breve mirada curiosa por el rabillo del ojo. Se trataba de un muchacho de más o menos su misma edad, de cabellos y ojos oscuros y gesto algo anodino. Su piel tenía un tono pálido, casi enfermizo, que le recordó al de su hermano. Sobre la frente llevaba la bandana de Kusagakure y, alrededor del cuello, una larga bufanda de color amarillo. Le sonaba de algo su rostro, pero no terminaba de ubicarlo en sus recuerdos. Fuera como fuese, el chico en cuestión escogió una máscara pequeña, demasiado pequeña para su rostro, y que mostraba un gesto de profunda ira que a Ayame le causó escalofríos.
—Enseguida, esperen un momento. —El vendedor atendió a ambas peticiones con amabilidad, pero en ese momento se levantó y acudió al encuentro de dos niños que jugaban cerca de allí. Intercambiaron un par de frases que Ayame no pudo escuchar y después regresó con una afable sonrisa. Se dirigió hacia el chico—: Esa máscara va con otra, tome ambas para usted.
Lo que sucedió a continuación fue tan rápido que Ayame no fue capaz de darse cuenta del peligro que corría hasta que fue demasiado tarde.
El vendedor dejó caer sobre las manos del chico la otra máscara mientras los dos chiquillos salían corriendo desde detrás del puesto. Ayame siguió su movimiento con los ojos hasta que les vio acercarse a dos personas más y estamparles otras dos máscaras de calabaza en sus rostros. Y, entonces, todo se oscureció a su alrededor y perdió la conciencia sin tan siquiera saber qué era lo que estaba ocurriendo.
. . .
Hacía frío. Mucho frío. Y Ayame se estremeció con un débil gemido que sonó ahogado en sus oídos. Sin embargo, sentía calor en la cara, como si tuviera dos manos puestas sobre ella. Extrañada abrió los ojos, y se asustó cuando se dio cuenta de que sólo era capaz de ver a través de su ojo izquierdo. Aterrorizada ante la idea de haberse quedado ciega de un ojo, se incorporó y se llevó la mano al derecho. Y entonces chocó con una barrera.
—Q... ¿Qué es esto...? —balbuceó, recorriendo las formas con las yemas de los dedos. Llegó al borde y dio con una cuerda de goma. ¿Una máscara? Respiró aliviada durante un instante... para volver a horrorizarse al darse cuenta de que no era capaz de quitársela de la cara—. ¡¿Pero qué demonios?!
Tiró. Tiró con todas sus fuerzas de los bordes de la máscara. Pero era como si se la hubiesen pegado al rostro... No... Era como si se hubiese fusionado con su propia piel. Se llevó una mano al portaobjetos que llevaba siempre atado en el muslo derecho. Sus intenciones eran las de mirarse en el reflejo del filo de un kunai, pero sus dedos sólo encontraron el aire. Ayame jadeó. No tenía su portaobjetos. Tampoco tenía su arco. Ni su mecanismo oculto en la muñeca. No tenía ningún arma consigo. Intentó transformarse en agua para deshacerse de aquella molesta careta. Pero entonces topó con la más terrible de sus pesadillas: tampoco podía deshacerse en agua. Se mareó, y aún tuvo que llevarse una mano a la sien y cerrar durante un instante los ojos para no entrar en pánico.
Junto a ella se había incorporado otra persona. Llevaba también una máscara de calabaza tapándole el rostro y Ayame no pudo evitar tensar todos los músculos del cuerpo, alerta y asustada. A simple vista, y por culpa de aquella máscara, no podía deducir si se trataba de un hombre o una mujer. Lo único que era evidente era que era bastante más alto que ella y tenía el pelo largo y liso de color negro como el azabache. Además, vestía con ropas andrajosas, rajadas, de color pardo y con virutas de paja sobresaliendo de sus extremidades.
Iba a preguntar quién era. Pero aquella extraña persona parecía tan confundida como ella. Al menos, no se había lanzado a atacarla de buenas a primeras. De hecho, parecía bastante ocupado juntando las manos en un sello y pronunciando una simple palabra que ella conocía muy bien.
«¿Un genjutsu?» Pensó. Pero si lo era, desde luego no había conseguido liberarse. Como ella tampoco había conseguido liberarse de su máscara. ¿De verdad no eran capaces de utilizar el chakra?
Miró a su alrededor, acongojada. Ellos dos no eran los únicos que se encontraban en aquel lugar. Cerca de ella estaba el chico que había comprado la máscara de gesto furibundo y que ahora llevaba adosada a la cara y otro muchacho de cabellos plateados que le resultaba terriblemente familiar y cuyo rostro también estaba tapado por otra máscara. Al frente un gran muro de piedra sin final ni salida aparente, a su derecha, un camino de piedra que conducía a la puerta desvencijada de una escalofriante mansión de paredes manchadas y maltratadas por el paso del tiempo. Ayame volvió a estremecerse y, obedeciendo a la voz de su cabeza que le gritaba no acercarse a aquel lugar, se dirigió al muro y lo palpó con sus manos. Alzó la mirada de su ojo izquierdo, pensativa.
«Demasiado alto para llegar a encaramarme a él y saltar... y ni siquiera soy capaz de usar el chakra para treparlo» Flexionó el brazo derecho y cerró el puño varias veces, impotente. ¡Si al menos conservara sus habilidades como Hōzuki podría romperlo de un puñetazo!
Respiró hondo, tratando de contener un sollozo de terror y se volvió de nuevo hacia los tres chicos.
—No... no entiendo nada... —balbuceó, tratando de contener un sollozo de terror. Desde luego, el gesto de su máscara contrastaba como blanco sobre negro con su estado anímico actual. Entonces se volvió de nuevo hacia los tres chicos, exaltada—. ¿Qué está ocurriendo? ¿Dónde estamos? ¿Y quiénes sois?
Apenas estaba escuchando la conversación que los jóvenes pudieran estar teniendo con el tendero pero, sí se fijó cuando el hombre le dio la máscara que el joven había pedido, ofreciéndole otra más.
—. Esa máscara va con otra, tome ambas para usted
El peliblanco fijó su mirada entonces en el vendedor, que le entregaba las dos máscaras a su cliente pero, sin previo aviso notó un fuerte golpe en el rostro y de pronto... Nada.
...
Abrió lo ojos, asustado, o al menos eso pensaba él, pues a pesar de estar seguro de tener los dos ojos abiertos, su ojo derecho no parecía funcionar y de golpe se llevó las manos al rostro, llevándose una nueva sorpresa, tenía puesta una máscara, una máscara que trató de quitarse por todos los medios, pero ni con toda la fuerza del mundo aquel aparato se separaba de su cara y toda aquella situación comenzaba a ponerle realmente nervioso.
—¡Kai!
Una voz no muy lejos de él le sacó de su estado de terror, al menos no estaba solo, pero si podía ver que el resto de personas que se encontraban allí tenían la misma situación que él, todos con una máscara pegada a la cara.
Fue entonces cuando decidió que tenía que ver donde se encontraban y dio una vuelta sobre sí mismo para inspeccionar el terreno y lo único que destacaba era un camino de piedras que les conduciría a lo que parecía una mansión que parecía abandonada.
—. ¿Qué está ocurriendo? ¿Dónde estamos? ¿Y quiénes sois?
El peliblanco tragó saliva, tratando de mantener la calma, dentro de lo razonable.
— Yo... Me llamo Senju Riko y... creo que estamos todos igual que tú, no sabemos donde estamos, ni por qué estamos aquí... — Alegó el joven, pensando sobre lo que había pasado y tratando de entenderlo.
Juro se fijó en la chica que había a su lado, en el puesto. Sintió una sensación familiar, como si la conociese de algo. No sería hasta un poco más tarde cuando se acordaría definitivamente de ella: era una genin de Amegakure. La misma genin que venció a Yota en el torneo y pasó a la ronda final.
Pero en ese momento, Juro estaba absorto con sus maquinaciones y su máscara. El señor, con voz tranquila, les hizo esperar unos momentos. El genin pudo ver como este hablaba con unos niños, aunque no muy bien de que.
No le resultó demasiado extraño. Había muchos niños por ahí y sentía fascinación por aquellas mácaras.
Tras eso, regresó y le dio la máscara a la chica. Después, le tendió la suya, alegando que la máscara iba con otra de regalo. Juro se emocionó como un niño al escuchar aquello.
— ¿¡En serio!? ¡Muchas gracias!
Sin embargo, a la hora de coger la máscara, esta se desprendió de las manos del vendedor. Juro se alzó para cogerla, sellando su destino. Notó un gran movimiento a su alrededor. Notó que los niños hacían algo y que había más de una persona ahí. Pero fue tarde para hacer nada.
De repente, la negrura más absoluta le cubrió, como el telón de una obra de teatro al finalizar.
...
Juro abrió los ojos, como si hubiese dormido durante un largo tiempo. La cabeza le daba vueltas y se sentía mareado. Tenía la boca seca y el cuerpo dolorido. Además, hacía frío. Mucho frío.
Le costó unos minutos espabilarse del todo, mientras poco a poco contactaba con el mundo. Ya no estaba en Yachi. No podía recordar nada de lo que había pasado desde su visita al mercado. Ahora parecía encontrarse en una especie de campo, muy poco cuidado. A su espalda, un enorme muro de piedra que limitaba su huida. Al otro lado, un sendero de piedra que parecía llevar a una enorme mansión, totalmente tétrica.
Juro sintió escalofriós solo de verla. Y esta vez, no solo por la temperatura.
La molestia que había atribuido al brusco despertar pronto cobró otra clase de sentido. Al palparse la cara, pudo notar que llevaba algo pegado a ella.
« ¡Una máscara! » — Por mucho que la palpaba, no podía quitarsela. Estaba pegada a ella.
Se quedó congelado durante unos segundos. El corazón se le paró, realmente. No tenía nada de su equipamiento ninja. Ni portaobjetos, ni pergaminos.
Ni pergaminos...
« ¡Gen! »
Husmeó frenéticamente el suelo y su ropa. ¡No estaba! ¡No estaba! ¿¡Y si lo habían robado!? ¡Y si le habían drogado y gastado una broma pesada!?
Respiró, primero frenéticamente, luego, más calmado. Le costó serenarse, pero trató de hacerlo. Eso debía de ser un mal sueño. Si, solo eso. Una pesadilla de la que despertaría. Sin embargo, no estaba solo en ella. Contó tres personas más junto a él, quienes ya parecían estar interactuando. Uno de ellos, ya levantado, estaba realizando un comando de sellos que Juro reconoció a duras penas.
Juro pensó en escalar el muro. Salir corriendo y escapar. Sin embargo, la realidad le golpeó con una fuerza impresionante. No solo no tenían su armamento: tampoco era capaz de emitir chakra. Ni si quiera para adherirse a una pared o para pegarse al suelo.
En ese momento, Juro comprendió que estaba perdidos. Indefenso, sin escapatoria. Prácticamente se rindió.
—. ¿Qué está ocurriendo? ¿Dónde estamos? ¿Y quiénes sois? — dijo una de las personas, una figura femenina, que Juro reconoció como la chica que había estado comprando.
— Yo... Me llamo Senju Riko y... creo que estamos todos igual que tú, no sabemos donde estamos, ni por qué estamos aquí... — dijo la otra figura, aun cercana a ambos.
El tercero parecía estar alejado, no queriendo unirse al grupo. Juro sintió que le temblaba la voz. Tenía ganas de llorar. Pero trató de mantenerse sereno.
— Juro... Soy Eikyu Juro... — dijo, tratando de que no se le quebrara la voz —. No sé nada más que vosotros. Me acabo de despertar en las mismas.
Los cuatro genin volvieron pronto en sí, y cada uno reaccionó de una manera. Aunque Ayame y Juro estaban visiblemente más aterrorizados que Riko y Reiji, eso no suponía que los cuatro estuvieran a punto de poder pasar por las peores horas de su vida, sin embargo nunca estaba mal mantener la calma cuando se podía.
Las mascaras de cada uno parecían brillar bajo la luna que se alzaba en lo alto del cielo, más brillante que las nubes que amenazaban por taparla. El viento corría suavemente y hacía estremecer los cuerpos de los jóvenes que se encontraban en el gran jardín de aquella mansión.
A lo lejos, sin embargo, se escuchaban lo que parecían ser sonidos extraños, pisadas quebrando ramas caídas de los árboles, murmullos demasiado altos, alguna que otra risa de lo que parecía ser la voz de una mujer. Pronto aquello que oían se fue haciendo más y más cercano, la velocidad de las voces y las pisadas incrementaba por momentos.
Luego se escuchó el filo de una katana al desenvainarse.
Aquellas personas estaban cerca, muy cerca de ellos, volvió a resonar una risa macabra que esta vez pareció gritar algo que no pudieron distinguir bien. Quizá fue aquella risa, quizá fue el tiempo que hacía o las nubes que amenazaban con encapotar el cielo aunque la luna quisiera impedírselo, pero de pronto comenzó a llover sobre sus cabezas.
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Apoyé mi espalda y mi pie derecho sobre el muro de piedra que unos momentos antes se alzaba frente a mí. Me crucé de brazos y me limite a observarlo todo con mi ojo izquierdo, el único por el que podía ver algo.
Una de las personas que estaba tirada en el suelo cuando me levanté también se había puesto de píe. También llevaba algo tapándole la cara, una máscara con una calabaza de sonrisa siniestra. Intentó quitársela también sin éxito alguno. Por un momento, quise saber cómo era mi mascara, pero luego se me paso.
Y no fue la única de las personas que lo intentó. Tras ella se fueron levantando el resto de los presentes y se intentaron quitar las máscaras sin éxito. Tal vez alguno de ellos solo estaba fingiendo, haciéndose pasar por una desafortunada víctima. En aquel momento no me fiaba de ninguno de ellos.
—. ¿Qué está ocurriendo? ¿Dónde estamos? ¿Y quiénes sois?
La primera de las personas que se había levantado tras de mí tenia voz femenina y el pelo largo. La mire de arriba abajo. Aun asi, fui incapaz de reconocerla, ni por la voz, ni por la ropa, ni por el pelo, ni por nada. Parecía asustada y confusa, pero también podía ser una triquiñuela.
— Yo... Me llamo Senju Riko y... creo que estamos todos igual que tú, no sabemos donde estamos, ni por qué estamos aquí...
El segundo, también de pelo blanco se presentó como Senju Riko. Por la voz habría jurado que era un chico, pero claro, nunca se sabía. Igual incluso, la persona que se había levantado primero, era un chico con el pelo largo y con una voz algo afeminada.
— Juro... Soy Eikyu Juro... No sé nada más que vosotros. Me acabo de despertar en las mismas.
Los tres parecían asustados, dos de ellos se habían presentado, pero la primera de todas, la que parecía ser una mujer, no había hecho más que lanzar preguntas. Claro, yo tampoco había dicho mi nombre, pero estaban todos tirados cuando me había levantado. Eso sí, tampoco pensaba decirlo. No me fiaba de ninguno de ellos. De ninguno.
—Yo soy Yogarasu Jin. —Mentí sin dudarlo ni un solo instante. —Tampoco se nada.
Allí hacía frío. El cielo comenzaba a nublarse sobre nuestras cabezas y amenazaba con la lluvia. Pero ¿Qué eran el frio y la lluvia para alguien que había nacido y se había criado en Amegukure? ¿Qué era ese tiempo para alguien que había entrenado desnudo bajo el abrazo del dios de la lluvia?. NADA.
Y entonces se empezaron a escuchar cosas. Pisadas, voces, risas, una espada siendo desenfundada. Perfecto. Podía ser el enemigo, pero también podía ser un amigo. Me fije bien. Estaba orgulloso de mi vista de cuervo, tal vez fuese capaz de distinguir algo a lo lejos.
—Se acerca alguien o algo y por las risas, las voces y el sonido de la espada saliendo de su funda, puede que no vengan en son de paz, pero me quedare a esperarlos aquí, cabe la diminuta posibilidad de que vengan a buscarnos y de no ser así… quien sabe, tal vez podamos conseguir arrebatarles sus armas, prefiero intentar pelear que entrar en esa casa que tiene un cartel luminoso que dice: “¿Quiere morir? Entre aquí y verá”, tendría que ser mi única posibilidad de sobrevivir, aunque creo que prefiero…
Antes de que pudiera terminar, empezó a llover. Me reincorpore y estire ambos brazos a los lados, recibiendo a la lluvia como si se tratase de una bendición.
—Perfecto, ahora estoy como en casa.
Aún así, había algo que no podía sacarme de la cabeza. Mis cuervos eran tres. Una hembra y dos machos. Aquellas personas eran tres. Y parecía que eran una chica y dos chicos. ¿Era coincidencia? O acaso…
— Yo... Me llamo Senju Riko y... creo que estamos todos igual que tú, no sabemos donde estamos, ni por qué estamos aquí... —El peliblanco fue el primero en responder.
Y, nada más escucharle, Ayame pegó un respingo.
—¿Riko...? ¿Riko-san? —preguntó, acercándose a él entre largas zancadas. Se colocó justo frente a él, con las manos unidas frente al pecho en un intento de refrenar los alocados latidos de su corazón y le miró de arriba a abajo. No había podido reconocerle a través de aquella siniestra máscara, pero aquella voz y aquellos cabellos correspondían con el recuerdo que ella tenía—. ¿Senju Riko, el del Torneo de los Dojos? ¡Soy yo, Ayame! ¡Aotsuki Ayame! ¿Me recuerdas?
— Juro... Soy Eikyu Juro... —intervino el chico de la máscara enfadada que había estado junto a ella en el puesto de venta. Por el tono de su voz, parecía tan aterrorizado como ella misma—. No sé nada más que vosotros. Me acabo de despertar en las mismas.
Juro... También le sonaba ligeramente el nombre, como el eco de un recuerdo lejano, pero no terminaba de ubicarlo en sus memorias.
—Yo soy Yogarasu Jin —Completó el de cabellos largos, y Ayame supo entonces que se trataba de un hombre—. Tampoco sé nada.
Riko, Juro y Jin. De alguna manera resultaba aliviador no sólo no estar sola en aquella pesadilla, sino conocer al menos a uno de sus tres acompañantes. Pero ninguno sabía nada. Sólo sabían que habían aparecido en un lugar escalofriante y desconocido y que se les había arrebatado todas sus posesiones.
El viento arreció. Y ni siquiera la gruesa capa que vestía impidió que el frío le calara hasta los huesos. Ayame se abrazó los costados con un estremecimiento. Y entonces... lo escuchó.
—¿Qué es eso...? —murmuró en voz baja, agudizando su oído. Primero escuchó el sonido de algunas ramas al quebrarse, probablemente bajo el pie de alguna persona. Y entonces llegaron los murmullos, las risas y la voz más aguda de alguna mujer—. N... no estamos solos... —añadió, revelando lo evidente. Hasta el momento había creído que estaban ellos solos, pero resultaba claro que no era así. Y lo peor era que las voces cada vez se oían más cerca, y los pasos se aceleraban—. Se acercan... corren hacia aquí...
El sibilante siseo de un metal desenvainándose terminó por ponerle los pelos de punta.
—Se acerca alguien o algo y por las risas, las voces y el sonido de la espada saliendo de su funda, puede que no vengan en son de paz —intervino Jin, y Ayame se volvió hacia él horrorizada—, pero me quedare a esperarlos aquí, cabe la diminuta posibilidad de que vengan a buscarnos y de no ser así… quien sabe, tal vez podamos conseguir arrebatarles sus armas, prefiero intentar pelear que entrar en esa casa que tiene un cartel luminoso que dice: “¿Quiere morir? Entre aquí y verá”, tendría que ser mi única posibilidad de sobrevivir, aunque creo que prefiero…
Y entonces la bendición de Amenokami cayó sobre ellos. Llovía. Pero, por una vez, aquello no le confería ningún tipo de ventaja al Agua.
—Perfecto, ahora estoy como en casa —añadió Jin, recibiendo la lluvia con los brazos abiertos.
En otras circunstancias, Ayame le habría preguntado por aquel gesto si es que era de Amegakure como ella. Pero estaba demasiado aterrada como para preocuparse por nimiedades como aquellas.
—¿Pero estás loco? ¿Cómo te vas a enfrentar a ellos? —le preguntó en un susurro, tratando de no levantar demasiado la voz. Y entonces alzó una mano con tres dedos levantados—. Créeme, a mí tampoco me atrae para nada la idea de meterme en esa casa pero: Uno, se acercan varias personas hacia nosotros. Dos, he oído el sonido de espadas desenvainándose, por lo que deben estar armados. Y tres, nosotros ni estamos armados ni podemos realizar técnicas. O... al menos... yo no puedo... —hundió los hombros, y dirigió una breve mirada de soslayo hacia Riko y Juro, buscando algún tipo de confirmación sobre su teoría o apoyo.
La primera figura con la máscara — la de pelo largo y voz aguda y chillona — se nombró como Aotsuki Ayame. También debía conocer al tal Riko, del torneo de los Dojos. En ese momento, su mente se iluminó, y por fin recordó a la chica.
« La casi campeona del torneo. ¿En que clase de situacion estamos? » — se preguntó, inquieto.
Al tal Riko no le recordaba, por lo que supuso que no habría llegado demasiado lejos o no le había causado una gran impresión. La tercera figura, que se encontraba tratando de escapar de un supuesto genjutsu segundos antes, se nombró como Jin. Ese nombre tampoco le sonó de nada.
Entonces, inmersos en ese caos, la pesadillas comenzó.
Al principio, fue un débil sonido. Pasos a la lejanía. Ramas rompiéndose. Lo suficiente como para que los cuatro se alertasen. Pero poco a poco, el sonido fue haciéndose más y más fuerte, acompañándose de una macabra risa, que, a su parecer, sonaba femenina.
Entonces, se escuchó lo que parecía ser una katana desenvainándose.
Los pasos se aceleraron. La risa. Las ramas rotas.
Se acercaban cada vez más.
« Son muchos. Son muchos y armados » — pensó Juro, aterrado. No tenían escapatoria. No podía enfrentarlos sin chakra y sin su marioneta. ¡Ni a un con ellos, demonios!
—¿Qué es eso...?N... no estamos solos.. Se acercan... corren hacia aquí...
— Esto no es bueno... — murmuró Juro. Casi podría considerarse cómico si no fuera por la situación — Tenemos que...
¿Huir? ¿A donde? Si corrían hacia la entrada, se los encontrarían. No podían escalar los muros así, eran muy altos y no tenían chakra. La única solución era aquella tétrica mansión.
—Se acerca alguien o algo y por las risas, las voces y el sonido de la espada saliendo de su funda, puede que no vengan en son de paz pero me quedare a esperarlos aquí, cabe la diminuta posibilidad de que vengan a buscarnos y de no ser así… quien sabe, tal vez podamos conseguir arrebatarles sus armas, prefiero intentar pelear que entrar en esa casa que tiene un cartel luminoso que dice: “¿Quiere morir? Entre aquí y verá”, tendría que ser mi única posibilidad de sobrevivir, aunque creo que prefiero…
Entonces, empezó a llover.
—Perfecto, ahora estoy como en casa
Juro se sintió enfermo. Lo sintió al escucharlo. Al ver como abría los brazos y recibía a la lluvia como a una vieja amiga. Estaba loco. Completamente loco. ¿Enfrentarlos? ¿Desarmarles?
—¿Pero estás loco? ¿Cómo te vas a enfrentar a ellos?Créeme, a mí tampoco me atrae para nada la idea de meterme en esa casa pero: Uno, se acercan varias personas hacia nosotros. Dos, he oído el sonido de espadas desenvainándose, por lo que deben estar armados. Y tres, nosotros ni estamos armados ni podemos realizar técnicas. O... al menos... yo no puedo...
— Yo tampoco. He perdido todas mis habilidades ninja... — confirmó Juro, mientras una teoría se formaba en su cabeza. Los cuatro estaban ahí, tirados, desarmados, sin habilidades. Alguien les había hecho eso. Pero... ¿Por qué? —. Estoy con Ayame. Son muchos y armados. ¿Cómo vamos si quiera a oponer resistencia? Nos masacrarían. Tenemos que escapar, y la única salida es ese tétrico lugar...
Su corazón latía a mil por hora. No tenían tiempo para discutir. No tenían forma.
— Juro... Soy Eikyu Juro... No sé nada más que vosotros. Me acabo de despertar en las mismas.
El cuarto en cuestión se presentó como Juro, y para decepción del peliblanco no le conocía, al menos esperaba conocer de antes a sus acompañantes en aquella extraña situación, pero las posibilidades se iban reduciendo cada vez. Pero, de repente, la chica que había preguntado sus nombres, aquella que ya en el puesto de máscaras había llamado su atención se acercó a él rápidamente.
—¿Riko...? ¿Riko-san? ¿Senju Riko, el del Torneo de los Dojos? ¡Soy yo, Ayame! ¡Aotsuki Ayame! ¿Me recuerdas?
El peliblanco dio un brinco, había acertado, conocía a aquella chica y casi instintivamente se lanzó y la dio un abrazo, era alguien conocido, era cierto que la última y primera vez que había coincidido se habían tenido que pelear, con un resultado favorable a la de Ame, pero aún así el estrés de la situación le había provocado dar aquel abrazo de alivio.
— ¡Sí, te recuerdo, por Amaterasu! ¡Qué alegría una cara conocida en esta situación! — Exclamaría cuando se separó de la joven.
El último de los jóvenes se presentó como Jin, al que tampoco conocía pero al menos si que conocía a Ayame y algo era algo.
A lo lejos escucharon ruidos, ramas quebrarse y lo más espeluznante de todo, la risa de una mujer que, sin duda alguna se iba acercando poco a poco, y su pulso comenzó a acelerarse. Una katana desenvainándose. Y aquello fue la gota que colmó el vaso, el poco control que Riko estaba teniendo sobre sus nervios se disipó y solo alcanzó a escuchar la negativa de Jin de entrar a la mansión.
Pero fue Ayame quien tomó el control y explicó de la mejor forma posible que debían entrar en aquella casa, a pesar de no tener la mejor pinta del mundo y Juro aceptó, dándole la razón a la kunoichi.
— ¡Vamos joder! No perdamos más tiempo, estando aquí parados solo dejamos que se nos acerquen más, y para mi el sonido de una katana no me quiere decir que son amigos, ¡vamos! — Sabía que contaba con el apoyo de dos de los tres chicos, por lo que sin pensárselo se dirigió a la puerta de la mansión, esperando que el resto lo siguiera, no era buena idea separarse en aquellos momentos.