Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Reiji, bajo el nombre de Jin había actuado con cautela, parecía no fiarse de nadie de los presentes, aun encontrándose en la misma situación que él, privados de sus objetos y de sus técnicas tan preciadas que los distinguían como ninjas.
Los otros parecían más conscientes de su situación y rápidamente actuaron contra el único varón de Amegakure, el cual quería quedarse y enfrentar a los desconocidos. A ninguno le pareció buena idea, y aunque fuese una acción suicida internarse en aquella tétrica y vieja casa, era lo único que podían hacer para esconderse del mal acechador. Otra risotada se escuchó por todo el lugar, y pareció que se metió en sus mentes como una pegadiza canción. Solo que eso no era pegadizo ni mucho menos, era aterrador.
Y, como antes habían escuchado una hoja desvainarse, ahora se escuchó de nuevo, pero esta vez clavándose en otro sitio. Parecía atravesar algo blando, un chillido desgarrador vino justo después, y la voz de aquel hombre que había chillado se fue apagando poco a poco.
Plof.
Luego el silencio. Unos segundos fueron lo que duró aquello, donde incluso la lluvia pareció darles cuartel, sin embargo los murmullos y dos chillidos de felicidad volvieron a escucharse, luego pisadas, más pisadas, parecían correr. Una sombra se dibujó en la fachada de la casa, estaban a pocos metros de la posición de los genin, era ahora o nunca, entrar o quedarse a una muerte más que segura. Podrían ser más y sabían que iban armados.
Por eso tenían que huir lo antes posible.
De nuevo, sin orden en los turnos, revisad vuestros puntos de voluntad antes de postear.
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Lo más sospechoso de toda aquella situación era que todos ellos parecían conocerse, pero yo conocía a ninguno de ellos. Si hubiera escuchado su nombre aunque fuera una sola vez, lo sabría. Mi teoría se volvía a reafirmar. No podía fiarme de ellos.
—¿Pero estás loco? ¿Cómo te vas a enfrentar a ellos? —le preguntó en un susurro, tratando de no levantar demasiado la voz. Y entonces alzó una mano con tres dedos levantados—. Créeme, a mí tampoco me atrae para nada la idea de meterme en esa casa pero: Uno, se acercan varias personas hacia nosotros. Dos, he oído el sonido de espadas desenvainándose, por lo que deben estar armados. Y tres, nosotros ni estamos armados ni podemos realizar técnicas. O... al menos... yo no puedo... —hundió los hombros, y dirigió una breve mirada de soslayo hacia Riko y Juro, buscando algún tipo de confirmación sobre su teoría o apoyo.
Sus absurdos argumentos se estamparon contra mí como la dura y fría roca. Porque, uno: si nosotros podíamos entrar en la casa, aquellos que venían a los lejos también podrían entrar. Dos: Aunque tapáramos la puerta con muebles o lo que encontráramos, tenían espadas, y dado el estado de la casa, no sería muy difícil cortar la madera mugrienta. Y tres: Esa gente que venía por ahí podrían ser los dueños de la casa, y colorarlos probamente solo los enfureciera mucho más.
—Estoy con Ayame. Son muchos y armados. ¿Cómo vamos si quiera a oponer resistencia? Nos masacrarían. Tenemos que escapar, y la única salida es ese tétrico lugar…Tenemos que darnos prisa. Antes de que lleguen.
— ¡Vamos joder! No perdamos más tiempo, estando aquí parados solo dejamos que se nos acerquen más, y para mi el sonido de una katana no me quiere decir que son amigos, ¡vamos!
Lo que más me sorprendía es que ninguno de ellos fuera capaz de discernir que si nosotros podíamos entrar, ellos también podrían. Ni uno solo de ellos ¿Cómo era posible que nadie fuera capaz de razonar algo tan simple? Pero en fin, se conocían entre ellos, y querían que entráramos en la mansión. No los conocía de nada, así que no me quedaba más remedio que seguirles el juego y dejarlos morir en su estupidez. Ya me las apañaría yo para sobrevivir. Tal vez pudiera usarlos de carnada para huir…
—Está bien, os sigo, al fin y al cabo, no puedo pelear solo, supongo que no a todo el mundo le enseñan a luchar desarmado en la academia. —Dije “os sigo” por una simple razón: No pensaba darle mi espalda a ninguno de ellos.
Entonces otra de esas amargas risas resonó en el aire. Ahora si tenía más ganas de seguirlos. Aquella risa se clavó en mi cuerpo como el frio acero de una Katana. Empezaron a temblarme las piernas en contra de mi voluntad. Luego, el ruido de la katana atravesando la carne se apodero del ambiente, y finalmente, un grito de dolor desagarrador.
—Ahora os sigo aún más, os doy toda la razón, tenemos que huir pero ya, teníais toda la maldita razón, vamonos.
Las pisadas se acercaban, los brazos y las piernas me temblaban. El miedo se había apoderado de mí, y aunque por dentro me chillaba a mí mismo que tenía que mantener la calma, mi cuerpo no atendía a razones. No pude evitar seguirlos al interior de la casa presa del miedo que ahora dominaba mi cuerpo y gran parte de mi mente. Yo quería vivir. Quedaban muchas cosas por hacer en la vida. Y si ninguno de ellos arrancaba la marcha, lo haría yo mismo. Aunque me jugara la espalda correría en dirección a la mansión.
Y si tenía que sacrificar a alguno de aquellos desconocidos para sobrevivir, no dudaría ni un solo instante.
7/11/2017, 10:31 (Última modificación: 7/11/2017, 10:31 por Aotsuki Ayame.)
—Yo tampoco. He perdido todas mis habilidades ninja... —Juro confirmó las peores sospechas de Ayame.
De alguna manera, los cuatro que habían aparecido en aquel extraño lugar habían perdido sus habilidades como ninja. Una idea aterradora cruzó su mente, y se miró las manos con gesto impotente y las lágrimas asomando a su único ojo libre. ¿Aquella condición sería temporal? ¿O se vería obligada a abandonar la vía shinobi? Sin embargo, por mucho miedo que le diera, no era momento para pensar en ello. Y el sonido de las carcajadas y los pasos a lo lejos se lo recordó.
Primero debían sobrevivir a aquella noche.
—Estoy con Ayame —continuó Juro—. Son muchos y armados. ¿Cómo vamos si quiera a oponer resistencia? Nos masacrarían. Tenemos que escapar, y la única salida es ese tétrico lugar... Tenemos que darnos prisa. Antes de que lleguen.
—¡Vamos joder! —exclamó un alterado Riko—. No perdamos más tiempo, estando aquí parados solo dejamos que se nos acerquen más, y para mi el sonido de una katana no me quiere decir que son amigos, ¡vamos!
El peliblanco inició la marcha y Ayame asintió en silencio, con el corazón desbocado en la garganta. Se volvió una última vez hacia Jin, la única voz discordante del grupo, buscando ver si de verdad se enfrentaría él solo a los recién llegados.
—Está bien, os sigo, al fin y al cabo, no puedo pelear solo, supongo que no a todo el mundo le enseñan a luchar desarmado en la academia.
«Este chico es un cabezota... ¡Claro que sabemos pelear desarmados, pero qué vamos a hacer frente a un grupo que sí lleva armas? ¡Es un suicidio!»
Sin embargo, una nueva risotada laceró sus tímpanos y caló en sus huesos. El terror subió por sus piernas y, olvidándose de Jin, Ayame giró sobre sus propios talones y echó a correr con todas sus fuerzas. Otro siseo de metal le puso el vello de punta. Después se sintió un golpe. Y a aquel le siguió un chillido desgarrador que le hizo llevarse las manos a los oídos en un vano intento por dejar de escuchar aquel infierno. Un nuevo pensamiento cruzó su mente, y las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas:
«¿Y si hay más gente como nosotros? ¿Y si...? ¿Y si... los están cazando como simples animales...? ¿Eso es lo que van a hacer con nosotros?»
Si hubiese sido una persona valiente, si hubiese sido una heroína, Ayame habría vuelto sobre sus pasos para encarar a aquella amenaza y salvar a todas aquellas personas. Pero ni era valiente, ni tenía sus armas, ni podía usar sus técnicas para defenderse. Y, ni mucho menos, era una heroína. Hacer eso no sería más que un suicidio seguro.
Por eso siguió corriendo. Y corrió tan rápido como le permitieron sus piernas. Su prioridad ahora mismo era entrar en aquella terrorífica casa, esconderse como un ratón asustado y que los cazadores pasaran su presencia por alto.
El peliblanco no alcanzó a ver como Ayame asintió ante sus temerosas palabras y su inicio de la carrera, tampoco se paró cuando el único del grupo que había pensado que lo mejor era pelear aceptó la decisión de los otros tres, nada le iba a parar en su carrera hasta la puerta de la mansión, o eso pensaba él.
Una nueva risotada, más tenebrosa que la anterior le heló la sangre por un momento, el sonido de una katana desenvainándose le hizo temer lo peor y sí, se vio a sí mismo parado, en contra de lo que él pretendía, y mirando a todos lados antes de escuchar un grito desgarrador, no eran los únicos que estaban allí, y al parecer el resto estaba empezando a caer y juzgando lo cerca que sonaba todo, ellos serían los siguientes si no se daban prisa.
—Ahora os sigo aún más, os doy toda la razón, tenemos que huir pero ya, teníais toda la maldita razón, vamonos.
No le hizo falta nada más, corrió con todas sus ganas hacia la puerta, y una vez la alcanzara la empujaría con todas sus fuerzas, con ambas manos hasta que ésta cediera y pudieran entrar lo más rápido posible esperando que todos sus compañeros le siguieran lo más rápido que fueran capaces.
Mientras que el tal Jin no se mostraba para nada de acuerdo con lo que el resto del grupo decía, Riko apoyó a Juro y a Ayame y metió la urgencia que le faltó a su voz temblorosa. Tenían poco tiempo. Muy poco tiempo.
Jin finalmente se mostró de acuerdo, lanzando una puya hacia su falta de habilidad como shinobis.
« ¿Qué demonios le pasa a este tío? » — se recordó así mismo tener precaución con él. Parecía sospechoso, o al menos, una persona en la que difícilmente se podría confiar.
Entonces, volvió a escucharse esa risa. Esa tétrica risa que se introdujo en su cuerpo. En su alma. En su mente. Parecía controlarle.
El sonido de la katana desenvainándose. Y clavándose en algo blanco. Un chillido se escuchó. Después, pasos. Más rápidos. Estaban corriendo hacia ellos. Más chillidos.
« Oh dios. Oh dios. Oh dios »
Sus piernas temblaban. Sus ojos se humedecieron. No quería morir. No quería morir.
Todos empezaron a correr. Juro no se quedó atrás, ni mucho menos. Hizo un spring con todas sus fuerzas, ignorando el cansancio. Solo tenía una cosa clara: no quería acercarse a aquella sombra que se encontraba a su espalda. Imaginó que estaba siendo perseguido y corrió aún más rápido.
Bloquearían la puerta. Se esconderían. Lo que fuese menos enfrentar a aquellos seres.
En cuanto tuvo la oportunidad, se metería en la casa. Su prioridad era esconderse.
8/11/2017, 16:45 (Última modificación: 8/11/2017, 16:55 por Uzumaki Eri.)
Todos terminaron por darse por vencidos e intentar ocultarse dentro de aquella abandonada mansión. Riko fue el primero en llegar y empujó las puertas con toda la fuerza que sus brazos pudieron soportar, sin embargo la puerta cedió en el primer momento, escuchándose un chirrido al abrirse. El Senju se metió el primero, seguido de Ayame, Juro y por último Jin.
Antes de que pudieran cerrar la puerta, ésta pareció moverse sola y se cerró como se había abierto, con un chirrido y luego un portazo. Resonó en la estancia que estaban un pestillo al cerrarse, aunque no podían jurar si era el de la puerta principal o el de las numerosas habitaciones que habían allí.
Los cuatro genin se encontraban en un amplio y oscuro pasillo, que tenía dos bifurcaciones: una a la izquierda y otra a la derecha, exactamente iguales, con tres puertas cada una, dos a cada lado y una al final de la pared, las paredes eran de color crema desgastada por culpa del tiempo, el suelo, por su parte; era de un tipo de madera oscura, algunos tablones parecían haber sido arrancados a la fuerza, otros estaban ocultos bajo alfombras de terciopelo rojo, cubiertas de capas y capas de polvo. Frente a ellos había una gran escalinata de mármol que también se partía en dos, cubierta enteramente por una alfombra de color verde botella.
Detrás de las escaleras, por un hueco a su derecha, se podía apreciar una abertura que, si la seguían, daba con una puerta metálica, cerrada a cal y canto.
Sin embargo ninguno podría visualizar bien lo que veían, pues todo estaba muy, muy oscuro.
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Riko fue el primero en llegar a la entrada de la mansión, y, afortunadamente para ellos, la puerta se abrió para recibirlos apenas puso sus manos sobre ella. Los cuatro se abalanzaron al interior del edificio sin ningún tipo de pudor, buscando el resguardo que aquellas cuatro desvencijadas paredes podían ofrecerles.
Aunque Ayame pronto se sorprendería al descubrir que quizás habría preferido quedarse fuera.
Nadie tocó la puerta, pero esta se cerró súbitamente con un violento portazo que hizo eco en toda la estancia. La oscuridad invadió la mansión. Una oscuridad tan densa que se enroscaba como una pitón alrededor del pecho de Ayame, impidiéndole respirar ni ver. Ella jadeó, tratando de recuperar el aliento, pero todo su cuerpo temblaba con violencia y terminó por caer al suelo de rodillas y su ojo cerrado. No debía ver, no quería ver. Si abría el ojo vería algo en aquella penetrante oscuridad que quería absorberla como un agujero negro, y entonces...
En algún lugar sonó una especie de chasquido, parecido al de un pestillo al cerrarse, pero no le importó. En aquellos instantes, incluso había olvidado la existencia de los cazadores que acechaban ahí fuera.
—L... luz... —suplicó, con un hilo de voz ahogada por el terror—. P... por favor...¿Podéis...encender...?
En cuanto el peliblanco posó sus manos en la puerta, casi sin hacer toda la fuerza que tenía pensada, ésta cedió, dejándoles pasar al interior de la mansión, pasando primero el propio Riko y seguido de Ayame, Juro y Jin. El Senju entonces se dispuso a cerrar la puerta, pero para su sorpresa, antes de comenzar a empujarla, ésta se movió y se cerró por su cuenta, y aquello le escamó.
El uzunés miró a su alrededor, tratando de ver algo, pero su plan se vio frustrado por aquella densa oscuridad, no podían ver nada y rápidamente comenzó a pensar en algo para poder avanzar por aquel lugar.
—L... luz... P... por favor...¿Podéis...encender...?
Un hilo de voz le sacó de sus pensamientos, era Ayame, y prácticamente no pudo entender nada de lo que dijo, por lo que trató de acercarse a ella.
— Soy yo, Riko. — Comenzó posando su mano derecha en su hombro. — ¿Qué pasa, Ayame? ¿Tienes miedo a la oscuridad? — Preguntó con prisa, sabía que aquello podía retrasarlos en su huida, pero tenían que esconderse, y quedarse parados detrás de la puerta no era la mejor opción. — Vale, ¿alguno tiene algo que pueda servir como fuente de luz? — Soltó con poca esperanza.
Riko abrió la puerta con mucha facilidad. Él y Ayame entraron por delante, y Juro no dudó en seguirlos. A su espalda, Jin entró el último. En cuanto los cuatro se adentraron, la puerta se cerró subitamente. Pero pasó algo extraño. El chico hubiese jurado que ninguno la había cerrado...
« ¿Se ha cerrado sola? »
Sus pensamientos se confirmaron cuando se escuchó un cerrojo resonar por toda la sala.
Estaban encerrados.
Mientras trataba de pensar algo coherente, un murmulló le sacó de sus pensamientos. Uno de sus compañeros — la única chica, al parecer — parecía en no muy buen estado.
—L... luz... P... por favor...¿Podéis...encender...?
— ¿Ayame? ¿Estas bien? — preguntó Juro, volviendose hacia la figura encogida que debía de ser la chica. No entendió en un momento lo que le ocurría.
« Tiene miedo a la oscuridad... » — pensó, sorprendido.
Riko corrió a socorrerla, pero se notaba que necesitaba ayuda para manejar la situación. Y no era para menos. Tenían encima a unos cuantos cazadores dispuestos a matarlos, y acababan de ser encerrados en una mansión extraña.
— Vale, ¿alguno tiene algo que pueda servir como fuente de luz?
— Yo no tengo nada— respondió Juro, con un suspiro. Se notaba que Riko estaba apurado también —. Y no parece que haya interruptores. No se muy bien como funciona una fobia así, pero parece que habrá que cargar con ella.
Y tras una carrera que pareció interminable, en la que yo iba el último de la fila por fiarme más bien nada de ninguno de los presentes, llegamos a la mansión del terror. Por qué no era otra cosa que una mansión del terror. Estaba todo muy oscuro. Sospechosamente oscuro. Y no solo eso, justo cuando el último de nosotros entraba, yo, la puerta se cerró sola y además, por si eso no fuera suficientemente sospechoso, se escuchó un pestillo cerrarse. Era obvio, estábamos atrapados.
Por si todo aquello no fuera suficiente, la que parecía ser la única componente femenina del “equipo” se echó al suelo a llorar por que, al parecer, tenía miedo a la oscuridad. Yo no era quien para quejarme, claro, sin embargo, teníamos que movernos, y si nadie lo hacía, lo haría yo. Por otro lado… Moverse por aquella casa solo, tal vez era un suicidio, pero si nos quedábamos en la puerta, nos iban a pillar. Por otro lado, a mi aun me temblaban algo las piernas. La pesadilla parecía no haber hecho más que empezar.
— Vale, ¿alguno tiene algo que pueda servir como fuente de luz?
— Yo no tengo nada— respondió Juro, con un suspiro. Se notaba que Riko estaba apurado también —. Y no parece que haya interruptores. No se muy bien como funciona una fobia así, pero parece que habrá que cargar con ella.
—Yo tampoco, habrá que cargarla, puedo hacerlo yo, aunque no tengo mucha fuerza, pero tampoco parece pesar mucho. —Aun así esperaba que se ofreciera otro para cargarla. —Podemos buscar la cocina, seguro que allí encontraremos algo con lo que hacer fuego, tal vez cerillas o una vela. También puede que encontremos algún arma, quizás un cuchillo, para defendernos, porque, chicos, si nosotros hemos podido entrar, imaginaos ellos, que tal vez incluso sean los dueños. Tenemos que movernos rápido, y no creo que sea buena idea separarnos.
Confianza cero. Pero había un dicho, pero había un dicho en los libros de la academia que decía: “Mantén a tus amigos cerca, y a tus enemigos, más cerca aún”. Si alguno de ellos era el culpable de aquella locura y se separaba del grupo, entonces mala señal.
Por otro lado, mi idea de ir a la cocina era brillante sí, pero egoísta. Me importaba un carajo encontrar fuego. Me importaba un carajo encontrar armas. Solo quería una cosa: Maíz. Mi estómago lo estaba pidiendo. Mi cerebro me estaba diciendo que lo necesitaba. Era como si estuviera en medio del desierto, con mucho calor y sin agua. Había que encontrar la cocina rápido.
Ayame estaba temblando de miedo, la oscuridad parecía envolverla y querer devorarla poco a poco. Riko, Juro y Jin pensaban qué hacer con ella hasta que Jin se ofreció para llevarla mientras sugería buscar la cocina, seguramente donde podrían haber cerillas, tablas de madera, algo con lo que poder iluminar el lugar y no estar bajo la más absoluta oscuridad, además de poder armarse con algún cubierto.
Sin embargo a nadie se le había ocurrido... ¿Buscar un interruptor?
De pronto y antes de que los jóvenes genin reanudaran su marcha, una puerta se abrió de la habitación que daba justamente a la derecha de las escaleras. Y de ella salía una tenue luz. Aquella luz parecía invitarles a acercarse a ella, a resguardarse en su calor y esperar allí hasta que el mal se fuese.
Si decidían ir allí, podían ver una amplia sala decorada con colores cálidos, de paredes color crema y el suelo de madera, cubierto por una gran alfombra de color un poco más oscuro, no llegando al marrón. Al fondo había una ventana tapada por una cortina blanca. A la derecha de la ventaba había una cama individual de sábanas rojas, parecía cómoda a simple vista. Un armario al lado izquierdo de la ventana de madera, con una puerta semiabierta. Al pack de muebles lo terminaba una estantería y un escritorio con algunos libros polvorientos encima.
Parecía una buena habitación.
Sin embargo, ni la cama, ni el armario, ni si quiera la ventana les había llamado la atención.
En el centro de la habitación había algo, una silueta iluminada por la luz que provenía de la estantería, probablemente una lámpara. Una silueta con un cordón alrededor del cuello, colgante del techo del lugar. Una silla caída reposaba en el suelo, sobre la alfombra manchada de sangre que caía del pecho del hombre muerto, cuyos ojos permanecían cerrados.
Justo delante de él, en el suelo y lejos de ser tocado por la sangre de aquel hombre, había un trozo de papel arrugado.
Sin orden de posteo de nuevo.
Aquí tenéis el papel arrugado, por si alguien se atreve a cogerlo.
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Ayame sintió una mano posarse sobre su hombro, y la pobre muchacha no pudo hacer otra cosa que encogerse aún más sobre sí misma con un gemido de terror.
— Soy yo, Riko —escuchó la voz de el de Uzushiogakure junto a ella, y sólo así consiguió calmarse un poco—. ¿Qué pasa, Ayame? ¿Tienes miedo a la oscuridad? —le preguntó aprisa, y ella sólo pudo asentir con la cabeza—. Vale, ¿alguno tiene algo que pueda servir como fuente de luz?
—Yo no tengo nada —respondió la voz de Juro, con un suspiro—. Y no parece que haya interruptores. No se muy bien como funciona una fobia así, pero parece que habrá que cargar con ella.
—Yo tampoco, habrá que cargarla, puedo hacerlo yo, aunque no tengo mucha fuerza, pero tampoco parece pesar mucho —intervino Jin.
Refugiada bajo su máscara, Ayame se mordió el labio inferior, profundamente avergonzada. Aquella era la segunda vez que le ocurría algo así. Era la segunda vez que alguien iba a tener que cargar con ella para moverla del sitio... ¡Era tan frustrante! Pero aquel terror que la invadía cada vez que se veía en un sitio a oscuras era casi primitivo. La oscuridad era tan densa que le costaba respirar en ella, su cuerpo tiritaba, sentía las piernas tan pesadas que no podía despegarlas del suelo, y su corazón no paraba de bombear con la fuerza de mil tambores de guerra. Por mucho que lo intentara, no era capaz de controlarlo. Y mucho menos era capaz de levantarse.
Ayame maldijo para sus adentros una y otra vez su propia debilidad.
¡¿Pero cómo era posible que una casa no tuviera interruptores?!
—Podemos buscar la cocina, seguro que allí encontraremos algo con lo que hacer fuego, tal vez cerillas o una vela. También puede que encontremos algún arma, quizás un cuchillo, para defendernos, porque, chicos, si nosotros hemos podido entrar, imaginaos ellos, que tal vez incluso sean los dueños. Tenemos que movernos rápido, y no creo que sea buena idea separarnos.
Pese a su intempestivo arrojo anterior, debía concederle que aquella era una magnífica idea. Si no encontraban interruptores, en la cocina habría utensilios para hacer fuego y armas con las que pudieran defenderse. Un cuchillo no debía ser mucho más diferente que un kunai, después de todo, y también era probable que encontraran alguna alacena en la que pudieran esconderse.
Sin embargo, antes de que pudieran ponerse en marcha, una puerta se abrió con un repentino chirrido que hizo que Ayame volviera a gimotear, con su único ojo anegado de lágrimas. Sin embargo, ahogó un suspiro al ver que de aquella habitación surgía una tenue luz.
Como si de una polilla se tratara, Ayame pareció recuperar las fuerzas. Se levantó, tambaleante, y se acercó paso a paso al cuarto recién abierto con la mano apoyada en la pared, buscando el resguardo de aquella cálida luz que la alejaría de la oscuridad. Ni siquiera escuchaba a las alarmas de su cabeza, que gritaban la imprudencia de acercarse a una puerta que se acababa de abrir sola. Simplemente se dejó llevar por la canción de la sirena, buscando la protección de la luz.
Sin embargo, sus pasos se congelaron en el umbral de la puerta.
—¡¡¡AAAAAAAAAAAAHHHHHHHHH!!!
Ayame cayó de nuevo al suelo de culo, temblando sin control, y con el rostro desencajado por el pánico. Se había llevado las manos a donde debía estar su boca y su único ojo estaba clavado en el centro de la habitación. No era capaz de mirar a ningún sitio más. Y es que allí, las luces de la habitación jugaban con la silueta de un hombre que pendía colgado del techo por una cuerda anudada a su cuello, grotescamente torcido en un ángulo imposible. La silla que el hombre debía haber usado para ahorcarse yacía ahora tirada de cualquier manera sobre una alfombra oscura... manchada de sangre de una herida del pecho del muerto.
Jin comentó exactamente lo mismo. Ni tenía luz ni sabía como realizarla. Lo único que podían hacer era cargar con ella, al menos, hasta un lugar seguro. Por muy malo que fuese tenerla gimoteando en la oscuridad, era mejor a abandonarla a su suerte y a que fuese destripada.
Puede que estuviesen ahí perdidos, desprovistos de todo lo que les hacía ninjas. Pero Juro aún tenía conciencia.
—Podemos buscar la cocina, seguro que allí encontraremos algo con lo que hacer fuego, tal vez cerillas o una vela. También puede que encontremos algún arma, quizás un cuchillo, para defendernos, porque, chicos, si nosotros hemos podido entrar, imaginaos ellos, que tal vez incluso sean los dueños. Tenemos que movernos rápido, y no creo que sea buena idea separarnos.
Era una idea inteligente. Por primera vez, Juro no se sintió irritado por oír hablar a Jin.
— Estoy de acuerdo. Carguemos con ellas, aunque sea entre todos, pero movámonos ya. En march...
Antes si quiera de que poder hacer nada, una fuente de luz apareció. Una puerta situada en la zona derecha de unas escaleras. La única iluminación en toda aquella oscuridad. Juro sintió escalofríos. Todo era tan siniestro, tan de locos. Pero tenía claro que ningun en su sano juicio se acercaría a una puerta que se acababa de abrir sola.
A no ser, al menos, que no estuviese lo suficientemente desesperado.
— ¡Ayame, no! ¡No es seguro! — Pero fue tarde. La chica se lanzó desesperadamente para paliar aquel miedo que sentía.
Juro corrió tras de ella, pero se detuvo a mitad de camino, asaltado por las dudas y el miedo.
« ¿Qué hago? ¿Qué hago? » — ¿Y si había alguno de esos tipos ahí, esperando a que llegasen? Él no podría servir de utilidad para pelear. Quizá ya era tarde para la muchacha.
—¡¡¡AAAAAAAAAAAAHHHHHHHHH!!!
Su grito le perforó los oídos. Se sorprendió así mismo corriendo hacia la puerta, al escucharla. Se había olvidado de sus miedos durante unos segundos, con tal de ayudarla.
Quiso sostenerla, pero antes de poder hacerlo, observó la habitación. Sus ojos se quedaron fijos en el contenido. No en la habitación, puesto que era del todo normal, incluso agradable. No. Sus ojos se fijaron en la silueta del hombre muerto que colgaba ahorcado. En la sangre que manchaba la alfombra. Incluso en el papel cercano a él, pero no con la pretensión de cogerlo. Para él formaba parte de aquel horrible cuadro.
Sus piernas temblaron descontroladamente. Él no chilló, pero porque no tuvo las fuerzas. Soltó un gemido de puro asombro. Trató de moverse, pero le era imposible. Su cuerpo también temblaba. Hacía mucho frío.
— Dios mio... — murmuró, sin poder evitarlo. Mirar cara a cara a la muerte, tras todo lo que estaba pasando, era un recuerdo de que esa misma noche, podría ser su última.
Como supuso en un principio, nadie tenía nada para alumbrar un poco la estancia, pero, dado que se encontraban dentro de una mansión, lo más probable era que pudieran encender las luces de algún modo, aunque dada la situación, el peliblanco no era capaz de pensar con demasiada claridad.
—Podemos buscar la cocina, seguro que allí encontraremos algo con lo que hacer fuego, tal vez cerillas o una vela. También puede que encontremos algún arma, quizás un cuchillo, para defendernos, porque, chicos, si nosotros hemos podido entrar, imaginaos ellos, que tal vez incluso sean los dueños. Tenemos que movernos rápido, y no creo que sea buena idea separarnos.
Jin fue el que tuvo la mejor idea, buscar la cocina no solo les aportaría luz, si no que podía proveerlos de armas como cuchillos y cosas así, por lo que asintió enérgicamente.
— Estoy de acuerdo. Carguemos con ellas, aunque sea entre todos, pero movámonos ya. En march...
El sonido de una puerta abriéndose interrumpió las palabras de Juro y, antes de que se percatara vio como Ayame se había lanzado hacia la luz, en busca de refugio e, instintivamente y a la par que Juro, salió corriendo detrás de ella, no era la mejor idea lanzarse así como así hacia un lugar que se había abierto por su cuenta y riesgo.
—¡¡¡AAAAAAAAAAAAHHHHHHHHH!!!
Juro fue el primero en llegar hasta ella, y cuando lo hizo quedó paralizado, no gritó, pero el terror se podía ver en su rostro, por lo que en cuanto el peliblanco llegó al umbral de la puerta dirigió una mirada temerosa al interior, y lo que vio le revolvió las tripas.
Apartó la mirada casi instantáneamente, pero antes de hacerlo se fijó en un papel que había cerca del cadáver y, haciendo acopio de toda su fuerza de voluntad habló.
— Por lo que más queráis, que no se me cierre la puerta, ¿vale?
Y sin pensarlo más veces se internó en la habitación, mirando única y exclusivamente el papel y evitando lo máximo posible respirar para no oler nada de lo que pudiera haber allí, cuando llegó al papel, se agachó y rápidamente trató de salir de aquella sala, dejando de lado el cadáver y todo lo que podía implicar.
Por una vez, y pese a mis nulas capacidades de liderazgo, todos estaban de acuerdo en que teníamos que buscar la cocina. Bueno, todos menos Ayame, que dada su situación era difícil siquiera que me hubiera escuchado. Conocía ese terror. Sabía muy bien que ese miedo te golpeaba tan fuerte como un tetsubo. Aunque en ese momento, no era Ayame la que me importaba.
Y cuando mi plan estaba a punto de llevarse a cabo una puerta se abrió sola. Lo más normal del mundo. Y para más inri, un haz de luz surgido de la habitación. Todo mi plan se estaba yendo al traste, porque, sabiendo lo que sentía Ayame, no iba a querer alejarse de la luz. Para mis adentros, y sabiendo que mis plegarias no llegarían a nada, recé en vano para que aquello fuese la cocina.
Como cabía esperar, Ayame salió disparada para encontrarse con su amado haz de luz, para tropezar de nuevo con algo espantoso, algo que no alcanzaba a ver desde mi posición. Solo era una suposición, claro, por el grito que había salido de ella. Juro y Riko la siguieron. Yo tenía otros problemas.
Primero, mi estómago rugió con fuerza, exigiéndome su dosis. Segundo, el cuerpo dejó de responderme y mi mente dejo de pensar en lo que tenía que pensar y se fue por los ramales. Solo había un dibujo en mi cabeza, un solo objeto: Una mazorca.
Quería moverme, quería investigar que había en aquella habitación donde la luz se había encendido. Pero lo máximo que alcance fue caer al suelo de rodillas y agarrarme el estómago con fuerza como si aquello fuera a solucionar mi problema.
En ese momento ya no era dueño de mi cuerpo, no era dueño de mi cabeza, no era dueño de nada. Y mi cuerpo exigía un bocado de maíz como un alcohólico en busca de un sorbo de cerveza en mitad de un desierto.
Y como un zombie pidiendo cerebros solo alcance a articular unas pocas palabras
—Ma…maíz… nece…sito…ma...íz…
No me quedaba fuerza de voluntad para luchar contra mi adicción. Y me encantaría decir que no sabía cuándo, ni como, ni por que había llegado a aquel extremo. Pero por desgracia, sí que conocía las respuestas a todas esas incógnitas.
Y había otro problema. Un problema en el que, por culpa de mi desesperación por alimentarme que aquel rico cereal, no estaba teniendo en cuenta. Tenía una máscara que cubría todo mi rostro a excepción de un ojo, no podía comer ni beber aunque encontrara la más deliciosa de las mazorcas o el mejor batido de maíz del mundo.
Y no era el único, si no conseguíamos salir de allí o no nos mataban aquellos perseguidores de los que todos parecíamos habernos olvidado, entonces moriríamos de hambre y de sed. Pero ¿Qué podía hacer yo? Ni siquiera era capaz de controlarme a mí mismo, en aquel instante ni siquiera era capaz de resistirme a mis impulsos.
Y ese fue mi gran problema, tal vez el clímax de mi propia autodestrucción, una simple adicción a algo tan banal como el maíz me llevaría probablemente a la muerte.
Quería correr. Quería abrir todas y cada una de las puertas de aquella horrible casa hasta dar con mi tesoro. Pero mi cuerpo se negaba a reaccionar si no le dabas su droga. En esa situación ¿Qué podía hacer?
Tal vez, debía haberme quedado fuera luchando para morir como un guerrero, pero en vez de eso, lo más probable es que alguien encontrara mi cadáver suplicando por un poco de comida.