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Para suerte de Riko, la puerta no se cerró, se quedó tal cual la habían encontrado. Ayame estaba en el suelo, presa del terror que le había recorrido ver aquella grotesca imagen justo delante de sus ojos. Juro llegó después, y aunque no chilló, pareció estar en el mismo estado que Ayame. Riko fue un poco más allá y recogió el mapa que reposaba en el suelo, a los pies del hombre que colgaba del techo.
Reiji, bajo el nombre de Jin; era el que peor lo estaba pasando. Sin poder probar bocado de su bien preciado maíz se encontraba al borde de perder la cabeza, agazapado en el suelo agarrándose el estómago como si su vida dependiese de ello.
Algo pesado pareció caer en el portaobjetos del chico que no podía parar de pensar en su obsesión, sin embargo; si paraba a rebuscar en aquel lugar, hallaría un poco de maíz para saciar su hambre, más una nota arrugada donde decía con una letra pulcra y limpia: "No puedo matar de hambre a mis huéspedes."
De repente las luces de todo el lugar se encendieron, y la luz inundó cada rincón de aquella gran mansión en la que se encontraban encerrados. Ni Juro ni Ayame habían virado la vista del hombre que colgado se hallaba en una posición macabra, sin embargo, si sus ojos eran lo suficientemente suspicaces, verían cómo su mano izquierda se movía ligeramente.
— Cuatro... —murmuró una voz proveniente de todos lados y de ninguno a la vez — . Cuatro partes... Llave...
Y el cadáver del hombre cayó desplomado en el suelo, sobre la silla caída, por culpa de la cuerda en mal estado que sostenía el cuello malherido de aquel hombre.
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Juro se había quedado paralizado. Ayame, también. Ni si quiera se había dado cuenta de que Jin, a su espalda, se había desplomado, presa de una extraña adicción. Ambos miraban con horror a aquel hombre muerto que yacía colgado en el techo. Aunque fuesen ninjas. ¿Cómo iba a poder sobreponerse a algo así? Nunca había mirado el rostro de la muerte tan directamente.
Riko, por otra parte, fue mucho más valiente que los dos.
— Por lo que más queráis, que no se me cierre la puerta, ¿vale?
Juro se dio cuenta tarde de lo que iba a hacer. El chico irrumpió temerariamente en la habitación. Su objetivo era un pequeño trozo de papel hallado en el suelo.
— Vale...
Puso un pie en la puerta para evitar que esta se fuese a cerrar. Pero no hizo falta.
Después de que recogiese el mapa, todas las luces se encendieron de golpe. Juro profirió una maldición, completamente aterrado. ¿Qué diablos estaba pasando en esa casa? Primero, los cazadores. Después, el muerto. Ahora, las luces y las puertas hacían lo que les daba la gana. ¿Dónde se habían metido?
« Esto es una completa pesadilla »
Y una vez resonó entonces. Una voz que venía de todas las partes y ninguna. Que le sobrecogió completamente.
—Cuatro... Cuatro partes... Llave...
— ¿Qué es eso...? — murmuró a Ayame y a Riko —. ¿Quien a...?-
El cadáver se desplomó al suelo. Juro, sin aguantar ya tantos sustos, tropezó con su propio pie y aterrizó de culo en el suelo. Su corazón latía a mil por hora.
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—Dios mio... —escuchó una voz junto a ella.
Juro había llegado enseguida hasta su posición, pero Ayame apenas había sido capaz de notarlo. Paralizada de terror como estaba, era incapaz de apartar los ojos del hombre ahorcado que se pendía con siniestra suavidad del techo. Riko llegó poco después, y tras unos breves segundos de vacilación se adentró en la habitación con una valentía que Ayame estaba muy lejos de sentir. Ella quiso prevenirle que no entrara ahí, pero de su garganta apenas salió un débil gemido de terror.
— Por lo que más queráis, que no se me cierre la puerta, ¿vale?
Aquello sería lo peor que le pudiera pasar. Que la puerta se cerrara detrás de él, dejándole encerrado con un hombre muerto en una casa donde nada tenía explicación. Ayame quiso moverse para sostenerla, pero sus músculos no le respondían. Afortunadamente, Juro tomó la iniciativa y colocó un pie entre la puerta y el marco. Aunque al final no fue necesario. La puerta no se cerró, y Riko pudo tomar del suelo un papel en el que ella no había reparado hasta el momento.
—¿Qué es e...? —comenzó a preguntar, pero enmudeció cuando todas las luces de la casa se encendieron de golpe. No debería hacerlo, pero la verdad fue que Ayame se sintió algo más aliviada al verse liberada de la garra de la oscuridad.
Aunque su alivio duró bien poco.
—¡ESTÁ VIVO! —exclamó, señalando al ahorcado con un tembloroso dedo índice y el rostro pálido como la leche—. S... su mano... ¡Lo he visto! ¡La ha movido! ¡Hay que bajarl...!
—Cuatro... —murmuró una voz desconocida, proveniente de todos lados y de ninguno a la vez—. Cuatro partes... Llave...
—¿Q...?
Entonces el ahorcado cayó. Y Ayame volvió a chillar. El hombre se había desplomado sobre la silla tirada como un títere al que hubieran cortado las cuerdas.
—Ha... Hay... que... ayud... ayudarle... —trataba de decir, temblorosa como una hoja de otoño.
Haciendo acopio de todas sus fuerzas, se levantó apoyándose en el marco de la puerta para no sucumbir al temblor de sus piernas. Sin embargo, era como si alguien la hubiese anclado allí. Quería socorrer al hombre malherido, pero los pies no le respondían.
—E... está vivo... ¡Seguro que está vivo! —exclamó—. Pero... e... esa herida en el pecho... tenemos... tenemos...
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No supo cómo reaccionarían sus compañeros, simplemente se adentró en la habitación, pensando en recoger aquel papel lo más rápido posible y poder salir de allí, a un lugar al que consideraba seguro sin ningún motivo, quizás simplemente por estar acompañado.
La puerta no se cerró y rápidamente se encontraba junto a Ayame y a Juro, pero faltaba alguien, uno del grupo no estaba allí y no sabía por qué.
—¡ESTÁ VIVO! S... su mano... ¡Lo he visto! ¡La ha movido! ¡Hay que bajarl...!
Ayame gritó, un instante después de que todas las luces de la casa se encendieran solas, sin ningún motivo aparente y el miedo invadió al peliblanco, que se giró lentamente mientras una voz resonaba en su cabeza.
—Cuatro... Cuatro partes... Llave...
Riko tenía su mirada fija en el hombre colgado, no sabía si había hablado él, no podía ser, estaba muerto, pero Ayame afirmaba que lo había visto moverse, que estaba vivo. Y cayó. El Senju ni si quiera escuchó a Ayame, ni si quiera sabía lo que estaba pasando a su alrededor, simplemente tenía toda su atención en aquel hombre, que se había caído al suelo, sobre la silla.
«¿Está... está vivo?»
Avanzó lentamente, hacia el cuerpo desplomado, no sabía muy bien por qué, pero casi sin darse cuenta se encontraba de cuclillas al lado del supuesto cadáver, tratando de comprobar si realmente estaba muerto o no.
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Por suerte o por desgracia, ninguno de los allí presentes excepto yo mismo pareció prestarme la más mínima atención. Y tampoco es que yo estuviera muy pendiente de lo que me rodeaba o dejaba de rodearme. El interior de mi cabeza era solo una enorme semilla amarillenta que la gente conocía como maíz.
Estaba desesperado, inmóvil y tirado en el suelo agarrándome el estómago. Los demás estaban por ahí gritando a pleno pulmón, pero a mí eso me importaba bastante poco. De pronto, sentí un ligero peso nuevo en mi cuerpo. Presa del ansia, no paré a pensar que yo no había cogido mi portaobjetos, pero allí estaba y encima cargado de maíz.
Como un lobo que lleva meses sin comer y consigue dar caza a un ciervo, empecé a comerme el maíz, crudo, a puñados, con desesperación, con ansía. No paré ni un solo minuto a pensar si quiera que aquello podría ser una trampa, que el maíz podría estar envenenado. Una cosa estaba clara, aquello era maíz, era realmente maíz, pero sobretodo, era el maíz más delicioso que había comido en horas. Aunque tal vez, mi sentido del gusto estaba atrofiado por la desesperación.
No fui consciente de mis actos hasta que, en un instante de cordura, y cuando apenas ya quedaba maíz, mi boca saboreo algo que no era maíz. Y nunca antes había probado el papel, pero era asqueroso, muy asqueroso.
Conseguí sacarlo a tiempo, ya más calmado y con un gesto de asco en mi cara, y conseguí leer lo que ponía:
"No puedo matar de hambre a mis huéspedes."
Se me erizó todo el pelo del cuerpo. No había dejado ni una sola semilla de maíz en el portaobjetos, me había comido hasta el último gramo, sin ser consciente de la situación en la que me encontraba. No, no podía matarme de hambre, pero si podía matarme con veneno, y otra cosa que hubiese en el maíz. Me mire las manos, por si me había salido algún sarpullido en la piel o algo, y entonces, toda la estancia se ilumino y algo o alguien hablaron.
—Cuatro... —murmuró una voz proveniente de todos lados y de ninguno a la vez —. Cuatro partes... Llave...
Y en aquel momento, plof, algo cayó al suelo, como un peso muerto. Guarde la nota en mi portaobjetos de nuevo, nadie tenía por qué saber nada, dado que nadie se había preocupado por mí. Casi mejor, así nadie habría visto la parte más penosa de mí. Y yo no pensaba contárselo.
—¿Q...?
—Ha... Hay... que... ayud... ayudarle...
—E... está vivo... ¡Seguro que está vivo!
Pero... e... esa herida en el pecho... tenemos... tenemos...
Eso fue toda la parte de la conversación que fui capaz de escuchar cuando me acerqué a mis “compañeros. Y no, no pensaba mirar dentro de la habitación, no pensaba mirar ahí después de comer, no quería llenar el suelo con mi vomito. Ni quería ir oliendo mal hasta que saliera de aquel horrible lugar.
No dije nada de mi nota. Preferí mantener eso en secreto. Ya teníamos bastante con lo que parecía ser un herido o un cadáver.
— Deberíamos dejarlo estar. —Dije con mi la habitual mascara de frialdad que había adquirido en aquella situación. — Os recuerdo que hemos entrado aquí huyendo de “algo” o “alguien” que nos pisaba los talones e iba armado, y seguro que la espada que llevaban podría cortar la madera de la puerta de la que no nos hemos alejado.
No estaba siendo muy empático, pero que más daba, no les conocía de nada al fin y al cabo y Ayame ya tenía la luz que necesitaba. También mi comportamiento se debía a que quería ocultar el miedo que tenía, aunque me tiemblan ligeramente las piernas e incluso las manos, como si tuviera principio de Parkinson o alguna enfermedad similar.
— Si acaso, deberíamos registrar el cuerpo, por si lleva alguna “llave” o “parte” como ha dicho la voz, e ir a buscar la cocina, seguimos desarmados. —Y yo me había terminado todo el maíz, y seguramente en un rato, iba a necesitar más. Si es que no moría envenenado.
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24/11/2017, 16:09
(Última modificación: 24/11/2017, 16:29 por Uzumaki Eri.)
Aún desplomado el hombre en el suelo, nadie se atrevió a acercarse más a él y mirar si estuviese vivo o no a parte de Riko, el cual descubrió que no queda ni un ápice de vida en su cuerpo. El tono de su piel tampoco denotaba rasgos de buena salud, con un tono amoratado, casi azul. Sus cabellos castaños y revueltos ocultaban parcialmente sus ojos, entreabiertos, de color miel.
Su ropa parecía vieja, y justo en medio de la camiseta de color gris oscuro se abría una abertura, donde se hallaba una herida abierta y que a ninguno le haría gracia investigar. Más allá de su aspecto, ni en sus bolsillos, ni en sus manos laxas; encontrarían nada.
—Amigos...
Se volvió a escuchar desde todos lados y desde ninguno.
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Entonces, todo se volvió un caos.
Mientras que Juro se quedó paralizado y no pudo ver bien, Ayame si que pareció ver algo, alejada ya del miedo por la oscuridad, que antes retenía sus sentidos.
—¿Q...? —Ha... Hay... que... ayud... ayudarle... —E... está vivo... ¡Seguro que está vivo! Pero... e... esa herida en el pecho... tenemos... tenemos...
« ¿Vivo? » — Juro no se había dado cuenta del movimiento de la mano, por lo que no pudo decidir si era una imaginación de la chica o una certeza.
Antes de poder hacer nada, Riko se acercó al cadáver.
— ¡No... No te acerques...! — exclamó al chico, temeroso. Quiso decir más, pero se atragantó con las ganas de gritar otra vez. Estaba congelado en el sitio
Por otra parte, Jin tuvo otra idea totalmente opuesta. Propuso simplemente dejarlo estar, recordándoles que estaban siendo perseguidos y que si eso continuaba así, acabarían dándoles caza. Por supuesto, tenía razón. Pero... ¿Iban a abandonarle? ¿Así de fácil? ¿Qué deberían hacer?
—Si acaso, deberíamos registrar el cuerpo, por si lleva alguna “llave” o “parte” como ha dicho la voz, e ir a buscar la cocina, seguimos desarmados.
— Riko... ¿Ves algo? — se escuchó decir así mismo. Pero su voz era hueca: no parecía él. No podía creer la frialdad con la que Jin estaba tratando aquello. La imprudencia de Riko. El terror de Ayame era mucho más cercano a él que aquellas actitudes, por lo que simpatizó mucho más con ella.
Y otra vez, se escuchó esa voz. Decía: "Amigos". Juro sintió un escalofrió, pero no se asustó tanto en esa ocasión, puesto que no hubo caída de cadáver ni efecto de luces. Esta vez, puso más atención.
— No viene de él... — murmuró, aun tembloroso. La voz se la había quebrado, pero estaba determinado a hablar por fin, tras un rato de completo terror —. Es como si la casa nos estuviera hablando. Ese hombre parece muerto. Y... creo que Jin tiene razón. Si no nos movemos, quizá acabemos como él.
Quería salir de ahí, pasase lo que pasase. Quería dejar de mirar a ese cadáver.
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— ¡No... No te acerques...!
Las palabras de Juro llegaron vagamente a los oídos del peliblanco, que casi inconscientemente se estaba acercando al supuesto cadáver, pero no podía dejarlo allí si realmente estaba vivo como Ayame afirmaba, por lo que se acuclilló, primero tratando, de forma inútil, de encontrarle algo de pulso, y casi inmediatamente, un suspiro de alivio salió de su boca.
Era imposible que siguiera vivo, no al menos con esa herida en el pecho, herida que el peliblanco no pensaba observar con detenimiento.
—Si acaso, deberíamos registrar el cuerpo, por si lleva alguna “llave” o “parte” como ha dicho la voz, e ir a buscar la cocina, seguimos desarmados.
La voz de Jin fue la que se escuchó, y de inmediato el Senju inspeccionó los bolsillos del hombre, tratando de encontrar algo, lo que fuera. Nada.
— Nada chicos, no lleva nada encima, deberíamos mover...
De nuevo aquella voz, que no provenía de ningún lugar inundó su cabeza, parecía que quería comunicarse con ellos, pero el uzunés no estaba tan seguro de querer tener una conversación con una voz de ultratumba. Fue entonces cuando el peliblanco cayó en el papel que acababa de recoger, arrugado en la palma de su mano, y decidió que era el momento de abrirlo.
— Chi-Chicos, creo que es un mapa, un plano de la casa, ¿vamos a la cocina a ver si encontramos algo con lo que defendernos? — Dijo el Senju, con voz algo temblorosa y acercándose a sus compañeros para mostrarles el contenido del papel.
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28/11/2017, 11:14
(Última modificación: 28/11/2017, 11:17 por Aotsuki Ayame.)
Al oír las palabras de Ayame, y pese a la temerosa advertencia de Juro, Riko volvió a acercarse con lentitud al hombre desplomado. Titubeante, se acuclilló junto a él para comprobar si de verdad estaba vivo tomándole el pulso. Después, sin una sola palabra que confirmara su estado, suspiró.
—Deberíamos dejarlo estar. —La voz de Jin la sobresaltó. Con todo lo que había pasado se había olvidado de la presencia del chico-espantapájaros, que se mantenía algo más apartado de la habitación—. Os recuerdo que hemos entrado aquí huyendo de “algo” o “alguien” que nos pisaba los talones e iba armado, y seguro que la espada que llevaban podría cortar la madera de la puerta de la que no nos hemos alejado.
—P... pero podría estar vivo... —balbuceó Ayame, con un terrible escalofrío. Algo dentro de ella se horrorizaba ante la certeza de saber que, si hubiese sido ella la persona herida, la habrían dejado allí tirada sin más miramientos—. ¡Debemos salvarle, no podemos dejarle abandonado a merced de los cazadores!
—Si acaso, deberíamos registrar el cuerpo, por si lleva alguna “llave” o “parte” como ha dicho la voz, e ir a buscar la cocina, seguimos desarmados —insistió él, tan indiferente como un témpano de hielo.
— Riko... ¿Ves algo? —intervino Juro, y Ayame también se volvió hacia el peliblanco, que se estaba afanando en rebuscar en los bolsillos del pobre hombre, ahora sin duda muerto.
«Pero he visto cómo se movía...» Meditó Ayame, jugueteando con sus manos con nerviosismo. ¿Acaso el miedo le había jugado una mala pasada? ¿Lo había imaginado?
—Nada chicos, no lleva nada encima, deberíamos mover...
—Amigos...
Ayame se encogió sobre sí misma con un gemido de terror. De nuevo, aquella extraña voz que parecía provenir de todas partes al mismo tiempo, se comunicaba con ellos.
—No entiendo nada... —gimoteaba Ayame, completamente confundida. ¿Por qué les estaba pasando aquello? ¡Ella sólo quería disfrutar del festival de las calabazas! ¿Y qué era aquella voz? ¿A qué se refería con cuatro las partes o "amigos"? ¿Por qué no podían utilizar el chakra? ¡¿Por qué tenían la máscara pegada a la cabeza?!—. ¿Qué nos ha hecho ese vendedor... y por qué?
—Chi-Chicos, creo que es un mapa, un plano de la casa, ¿vamos a la cocina a ver si encontramos algo con lo que defendernos? —intervino Riko de nuevo, y Ayame asintió con vehemencia y se juntó a él en un vago intento por no sentirse sola en aquel infierno.
Echó un breve vistazo al supuesto mapa. Según aquel, se encontraban en el cuarto, por lo que, afortunadamente, tenían la cocina justo al lado. No deberían desplazarse mucho para llegar a donde querían. Simplemente tendrían que caminar hasta la puerta que quedaba al final de aquel mismo pasillo.
—Sí... sí... será lo mejor... —Torció el gesto, dubitativa—. ¿Pero después qué haremos? ¿Y por qué ese hombre tenía un mapa de la casa?
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—Nada chicos, no lleva nada encima, deberíamos mover...
Uno de ellos, el que parecía el más valiente de los cuatro que estábamos en aquel lugar, al parecer, yo preferí no asomarme a la habitación, registro el cuerpo del herido o muerto. No llevaba nada. ¿Cuatro Partes? ¿Llave? ¿Qué podía ser? Frente al miedo, al terror y con las piernas aun temblorosas, un nuevo sentimiento surgió. Aquello era un puzle, y yo, Karasukage Reiji, tenía que resolverlo.
Si superaba el miedo, claro…
—Amigos...
La casa, o quien fuera que hablara tan fuerte que se escuchaba por todo el lugar, volvió a levantar la voz. Esta vez incluyo la palabra “amigos” al rompecabezas. Tras el sobresalto, me repetí a mí mismo todas las palabras intentando encajarlo todo. “Amigos”, “Cuatro partes”,”llave”. Lo único que me cuadraba de todo eso era el cuatro, porque nosotros éramos cuatro.
—Es como si la casa nos estuviera hablando. Ese hombre parece muerto. Y... creo que Jin tiene razón. Si no nos movemos, quizá acabemos como él.
Al menos, y aunque nada tenía sentido aquel día, conseguí que la voz de la cordura susurrara algunas palabras a los allí presentes. Todo un logro, dado el poco don de gentes que yo tenía. Tampoco lo necesitaba, claro, al fin y al cabo las relaciones sociales en un momento como aquel no importaba mucho. Importaba la supervivencia. Mi supervivencia.
—No entiendo nada…¿Qué nos ha hecho ese vendedor... y por qué?
¿Se referiría acaso a aquel hombre que vendía la mascaras en la entrada del pueblo con aquella sonrisa amable y simpática? Yo tampoco entendía muchas cosas de las que estaban pasando, pero desde luego no recordaba que el vendedor me hiciera nada, y mi memoria era prodigiosa. Lo último que recordaba era un fuerte golpe.
—Chi-Chicos, creo que es un mapa, un plano de la casa, ¿vamos a la cocina a ver si encontramos algo con lo que defendernos?
—Sí... sí... será lo mejor...¿Pero después qué haremos? ¿Y por qué ese hombre tenía un mapa de la casa?
—Después deberíamos buscar una salida, y no voto por separarnos para buscarla, creo que deberíamos permanecer juntos en todo momento —Por supuesto, con ninguno de ellos a mis espaldas, aunque tal vez, si alguien nos perseguía, sí que era buena idea que pillaran a otro antes que a mí. Tenía que andarme con muchos ojos, pero me faltaban los de mis hermanos…—Tu que has visto el mapa ¿Cuál crees que debería ser nuestro siguiente destino? Si es que no pasa nada en la cocina, claro…
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30/11/2017, 18:05
(Última modificación: 30/11/2017, 18:05 por Uzumaki Eri.)
Los jóvenes fueron saliendo de la habitación poco a poco, y a alguno pareció antojársele la idea de mirar hacia atrás solo para comprobar que el hombre muerto no comenzaba a gatear para seguirles, algo que si lo contaban fuera, se lo tomarían a chiste, pero aquello no era un chiste, ni podían contarlo fuera. Una vez en el pasillo y con las luces iluminando la fría y polvorienta estancia que era aquel lugar, se dieron cuenta de que la casa parecía incluso más grande en aquel momento.
Y un escalofrío recorrió a Juro.
Riko encabezaba al grupo con el mapa en la mano, y solo con girar hacia la izquierda ya podrían entrar en las cocinas de aquella gran mansión. Una habitación bastante amplia, de losas de distintos colores: negros y marrones; y paredes descoloridas. En el techo colgaban dos lámparas con diversas bombillas, iluminando bien la cocina sin dejar ni un solo hueco sin luz. Contaba con tres neveras, una abierta y dos cerradas, de dos puertas y de color blanco, desgastado; tres cocinas, un fregadero y varias filas de encimeras con estampados extraños y oscuros. Bajo ellas había armarios y cajones, algunos cerrados, otros incluso con llave, los de las esquinas no contaban ni con puertas, y el polvo lo cubría todo.
Pero allí estaban, en la cocina.
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—No entiendo nada…¿Qué nos ha hecho ese vendedor... y por qué?
Ayame le hizo recordar el momento donde todo había comenzado. La noche en Yachi, donde había acabado practicamente por accidente. El maldito vendedor extraño. Ahí había empezado.
« Eso me gustaría saber a mi... »
Las cosas empezaron tomar un rumbo bien distinto. Riko, por su parte, pareció encontrar un mapa, un plano de la casa. ¿Qué clase de hombro llevaba un plano de su casa? Era una buena pregunta. Quizá, ni la casa era suya. Solo era un cadaver ahí, que supuestamente se había movido. Habían pasado tantas cosas que ya la lógica había desaparecido.
Tanto Riko como Ayame se mostraron de acuerdo en ir a la cocina, alegando que podrían encontrar un arma para defenderse o algún buen recurso. Juro no los contradijo.
—Después deberíamos buscar una salida, y no voto por separarnos para buscarla, creo que deberíamos permanecer juntos en todo momento.
— Es una buena idea — comentó Juro, como aportación —. De momento, vayamos a la cocina.
Todos comenzaron la marcha. Esta vez dirigidos a aquel lugar. Era peligroso, por supuesto. Por muy hábiles que pudieran ser, estaban desarmados, y él no podía usar técnicas ni chakra — suponiendo que todos fuesen ninjas, también. Tanto Ayame como Riko lo eran según había escuchado, de Jin no sabía mucho —, pero debían hacerlo.
Antes de encaminar la marcha, Juro sintió un escalofrió. Un escalofrió muy potente, que inundó su espina dorsal e hizo temblar todo su cuerpo con un débil espasmo.
Era una señal mala. Muy mala.
— Tened cuidado. Esto no me gusta... — murmuró, aunque le pareciese evidente. No es que fuera una persona supersticiosa. Es que simplemente le daba mala espina. No lo que estaba pasando: lo que estaba por venir.
Giraron a la izquierda y entraron a las cocinas de la enorme mansión. Una habitación amplia, de losas de colores que variaban del marrón al negro, y al descolorido. En el techo, habái dos grandes lámparas con bombillas, iluminando totalmente el lugar — para el alivio de Ayame, supuso —, tres neveras, una sola de ellas abierta, tres cocinas, un fregadero y varias encimeras. Todo estaba lleno de armarios y cajones. Todo estaba lleno de polvo.
— Esto es enorme, aunque es lógico, viniendo de una mansión tan grade — murmuró, al grupo —. Será mejor que empecemos a buscar algo que nos sirva de utilidad, ¿no?
No es que hubiese reunido valor. Quizá ahí, en una sala cerrada, solo con sus compañeros de sufrimiento, y todo completamente iluminado, alejados del cadaver, se sentía más seguro. No lo sabía, pero sí sabía que si encontraba algo sería muy útil.
Empezó a acercarse, a paso cauteloso y seguro, hacia una de las encimeras, y comenzaría a registrar los cajones, empezando por el de la esquina sin puerta, y luego probando a ver cuales estaban abiertos y cual no.
A cualquier indicio de cosa extraña, retrocedería al momento. Estaba en guardia. Era un ninja, después de todo.
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—Sí... sí... será lo mejor...¿Pero después qué haremos? ¿Y por qué ese hombre tenía un mapa de la casa?
El peliblanco se encogió de hombros ante la pregunta de Ayame, realmente no era algo demasiado lógico, pero aquello podía serles de gran ayuda, por lo que no pensaba darle más vueltas.
—Después deberíamos buscar una salida, y no voto por separarnos para buscarla, creo que deberíamos permanecer juntos en todo momento.
Riko no estaba del todo de acuerdo con la idea de buscar una salida tan rápido, a fin de cuentas, aquellas personas seguían allí fuera, y sí, podían entrar en la casa, pero no sabía porque, pero se sentía más seguro dentro. De todas maneras, calló y decidió comenzar a caminar, siguiendo el mapa y en dirección a la cocina.
Una vez entraron en la estancia se dio cuenta del tamaño, acorde al resto de la casa, la cocina era enorme y con una decoración algo antigua, o al menos, eso parecía dado el desgaste del lugar. Por suerte, estaba completamente iluminada, por lo que simplemente se tenían que limitar a buscar.
— Vale, vamos a mirar en todos lados, ¿de acuerdo? — Propuso el peliblanco que, recordando haber visto algo en el anterior vistazo al mapa, volvió a abrirlo y se dirigió al lugar que en el mapa venía marcado con una especie de cruz roja.
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—Después deberíamos buscar una salida, y no voto por separarnos para buscarla, creo que deberíamos permanecer juntos en todo momento —Sugirió Jin, y Ayame se volvió hacia él, horrorizada. ¿Salir de la casa? ¿Con los cazadores aún ahí fuera? ¿Es que se había vuelto loco? Se descubrió a sí misma con el tenebroso pensamiento de que, por mucho miedo que le diera, prefería estar junto a un inofensivo cadáver que rodeada de feroces asesinos. Volvió la mirada hacia sus compañeros, buscando su posición hacia aquella proposición. Para su horror, parecía que Juro parecía bastante convencido al respecto, aunque Riko no lo estaba tanto—. Tu que has visto el mapa ¿Cuál crees que debería ser nuestro siguiente destino? Si es que no pasa nada en la cocina, claro…
—N... no debería pasarnos nada... ¿no? —murmuró, con una sonrisilla nerviosa.
Continuaron hacia la cocina, a la izquierda de la habitación donde habían encontrado al hombre ahorcado y al final del corredor. En aquel corto trayecto, Ayame tuvo más de una vez la sensación de que tenía algo a sus espaldas, pero se contuvo con todas sus fuerzas para no darse la vuelta. Aquello sería lo último que querría hacer en una situación así. ¿Y si de verdad había algo detrás de ellos? ¿Y si... y si el muerto se estaba levantando sobre sus piernas y se arrastraba hacia ellos con ansias de venganza por no haberle ayudado...? ¿Y si...?
«La casa... ¿era tan grande antes?» Pensó en un momento, pero enseguida sacudió la cabeza. El miedo le estaba haciendo tener alucinaciones. «¡Bah, Ayame, no digas tonterías!»
—Tened cuidado. Esto no me gusta... —dijo Juro de repente, y Ayame asintió mordiéndose el labio inferior. A ella tampoco le gustaba. No le había gustado desde que habían puesto un pie allí dentro. ¿Pero acaso habían tenido opción?
Llegaron a la cocina, y Ayame suspiró con alivio al comprobar que estaba perfectamente iluminada. La habitaicón en cuestión era una sala bastante amplia, toda ella recubierta de polvo como si nadie hubiera pasado por allí en decenas de años, con las baldosas del suelo de dos colores, marrones y negras, dispuestas como en un tablero de ajedrez y las paredes descoloridas (presumiblemente, por el paso del tiempo). El mobiliario estaba constituido por tres neveras, una abierta y dos cerradas, tres cocinas, un fregadero, y varias filas de encimeras armarios y cajones.
— Esto es enorme, aunque es lógico, viniendo de una mansión tan grade —intervino Juro—. Será mejor que empecemos a buscar algo que nos sirva de utilidad, ¿no?
—Vale, vamos a mirar en todos lados, ¿de acuerdo? —correspondió Riko.
El de Kusagakure se acercó a las encimeras para comenzar a rebuscar en los cajones, mientras que el de Uzushiogakure se centró en el mapa y, siguiendo alguna directriz, comenzó a caminar por la cocina. Ayame, por su parte, se acercó a las neveras.
—¿Para qué querrían tres neveras? ¿Tanta gente vivía aquí? —se preguntó en voz alta mientras inspeccionaba en primer lugar la nevera abierta. Su intención era, después de aquella, revisar las otras dos en búsqueda de cualquier cosa que les pudiera ser de utilidad en una situación así.
Nivel: 17
Exp: 144 puntos
Dinero: 4650 ryō
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Evité mirar a la habitación en todo momento. Había varias razones para ello. La primera es que no quería devolver lo que acababa de comerme, la segunda, porque conociéndome, sabía que a no ser que todo aquello fuese un sueño, esa imagen iba a quedar grabada en mi memoria para siempre. Con todo lujo de detalles, como una fotografía, como el cuadro del mejor artista de oonido.
—N... no debería pasarnos nada... ¿no?
—Lo extraño seria que no pasara nada, las puertas se cierra y abren solas, las luces se encienden sin que nosotros pulsemos ningún interruptor y además, se escuchan voces, así que dime ¿Cómo esperas que piense que en la cocina no va a pasarnos nada? Si debe ser el lugar más peligroso de una casa del terror después del sótano
Como siempre, esperé a que todos ellos comenzaran la marcha para seguirlos. Seguía sin fiarme de ninguno de ellos, pese a que todos teníamos el mismo miedo, sin embargo ¿Quién se fía de un desconocido en una situación como esa? Eso no era lo que venía en los libros de la academia.
— Tened cuidado. Esto no me gusta...
A veces hace falta recalcar lo obvio. Llevaba teniendo cuidado desde el mismo momento en el que abrí los ojos. Excepto con el maíz, había medido y cuidado casi todas mis acciones. Además, decir que aquello no le gustaba, después de votar a favor de entrar en esa casa, era un poco contradictorio.
Sin embargo, entendía las razones que los habían llevado a entrar en un lugar como ese, al fin y al cabo eran las mismas que me habían llevado a mí a entrar en un lugar como ese: El miedo. Después de todo mi parloteo de que tenías que quedarnos fuera y luchar, había huido con el rabo entre las piernas como todos ellos, e incluso ahora, me negaba a mirar a una habitación donde decían que había un cadáver.
— Esto es enorme, aunque es lógico, viniendo de una mansión tan grade —intervino Juro—. Será mejor que empecemos a buscar algo que nos sirva de utilidad, ¿no?
Y no le faltaba razón. La cocina era tan grande como la primera planta de mi casa. Tal vez incluso más grande. Todo estaba lleno de polvo, eso tampoco me extrañaba, desde fuera la casa parecía abandonada. Otee toda la cocina con la mirada. El suelo era como un tablero de ajedrez. Eso me hizo sonreir un poco por dentro, el ajedrez me gustaba igual que el Shogi, eran juegos hechos para mí. Luego volví a la realidad, había 3 neveras antiguas, lo normal en la cocina de una mansión, por si celebraban algún baile de… mascaras… como las que llevábamos puestas. Me quedé pensativo un momento.
—Vale, vamos a mirar en todos lados, ¿de acuerdo?
Tenía razón, había que moverse, al fin y al cabo habíamos ido a la cocina a buscar algo para defendernos y yo, a buscar algo de maíz. Me dedicaría a rebuscar por los armarios y los cajones que no estaba mirando Riko, al menos, los que se dejaran abrir. Tampoco era yo extremadamente fuerte como para romper un cajón cerrado con llave. No solo busque algo que me sirviera como arma, sino que además busque algo importante para mí: Maíz.
—Deberíamos buscar también algo de comida, parece abandonado desde hace años, pero no sé, tal vez alguna lata de conserva aún sea comestible, no sabemos cuánto tiempo pasaremos aquí dentro…
Se me ocurrió también probar los grifos, si funcionaban no iba a beber claro, pero tenía que comprobarlo por si acaso ¿Quién sabe? Tal vez incluso la casa aún tenía agua potable. También podía pasar, que no saliera nada, o saliera el agua marrón, pero había que arriesgarse.
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