Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
¿Que qué les haría Yui? A Ayame no lo sabía, pero a Daruu, que se había teletransportado al puñetero despacho del kage de otra villa sin permiso... se lo podía imaginar. Bueno, ahora que lo pensaba, a ambos se lo haría: habían informado a otra aldea antes que... a ella. Daruu tragó saliva, y prefirió apartar los pensamientos de ese lugar funesto.
Hanabi pasó al tema Akame, y para su grata sorpresa se ofreció a hacer un reconocimiento de ADN al cadáver que se suponía que era él. Una vez más, Daruu volvió a tragar saliva al recordar, desesperado, que si la prueba de ADN resultaba dar positiva la amistad con Datsue quedaría cercenada para siempre. No sólo eso, sino que además Hanabi iba a tenerles manía también para siempre.
El mandatario les miró, y apeló a su saber estar, a la mente fría que tanto le había tratado de inculcar Kori a Daruu.
El amejin hizo un asentimiento profundo con la cabeza, retiró la silla y se levantó. Acercó las manos...
Lo tenía. Lo supo antes siquiera de que Hanabi lo confirmase con sus palabras, desde el momento en que ambos intercambiaron miradas. Al fin y al cabo, después de tantos disgustos transmitidos, y también de tantos momentos tensos vividos, ambos habían empezado a tener cierta conexión. A alcanzar un entendimiento mutuo que iba más allá de la estricta cadena de mando.
O eso, al menos, pensaba Datsue.
Lo que no se le había ocurrido era que iba a tener que esperar dos días para las pruebas. Dos puñeteros días. Sabía que se le harían eternos. Que contaría cada hora, cada minuto y cada segundo que faltaba. Estaba hasta por ir directo al hospital, donde no hacía tanto le encharcaban a narcóticos para que consiguiese pasar la noche a pesar de Shukaku. Ahora no tenía dicho problema, claro, pero a pesar de la ausencia de sus eternas ojeras, nadie sabía de eso.
Ni tenían por qué saberlo. Datsue estaba siendo más abierto que nunca con Hanabi, contándole todo, acudiendo a él el primero cada vez que pasaba algo grave. Pero con aquello era mejor… ser algo más prudentes.
Por un momento, pensó en la idea de proponer exhumarle ya mismo, y comprobar si era el cuerpo de Akame mediante el sello de la Hermandad Intrépida. Luego pensó que no sería concluyente, porque el sello iba en la piel, y tras tres meses en un ataúd, Datsue dudaba que…
Apartó aquellos pensamientos de la cabeza. Solo el hecho de imaginárselo le daban ganas de vomitar.
—Entendido, Hanabi-sama.
—Bueno, entonces, si me disculpa, yo ya me...
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado
Grupo 0: Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 1: Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80
Grupo 2: Datsue y Aiko, (Entretiempo, 220), Poder 100 e Inteligencia 80
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Katsudon era gordo y rechoncho. Como todos los Akimichi, vaya. Pero se movía grácil como una mariposa en pleno vuelo. De la sala de Reconocimiento y detección ubicada en uno de los pisos francos no tan lejanos del edificio del Uzukage había al menos unas diez cuadras hasta alcanzar el cuadrante cinco, donde había saltado la intrusión; y se las transitó en cuestión de minutos con un paso acelerado, digno de la situación que les acaecía por segunda vez en una misma noche. Junto a la mano derecha de Hanabi también danzaban dos jounin de élite que recortaron camino para alcanzar el Barrio de las Flores.
—Te copio. ¿Cuánto falta? —preguntó por el comunicador, mientras Nadare le daba indicaciones. El trío parecía un gusanillo que se retorcía en cuánto recibían una nueva indicación, y más pronto que tarde, dieron con el lugar indicado. La mujer a cargo frente a la pantalla que cotejaba los datos de la Barrera buscaba, a su vez, información fidedigna en los registros habitacionales de la aldea. Más pronto que tarde, supo a dónde había ido a parar el intruso y lo comunicó como era su deber—. confirmado Katsudon-senpai. El intruso se encuentra en el hogar de Hōzuki Chokichi. Estamos a pie de cañón, ¡por aquí!
El barrio de las flores era hermoso. Un lugar digno para vivir el retiro, o para comenzar una familia. O cuando te estabas forrando de pasta con tus misiones, resultaba ser un buen sector de bienes raíces para invertir en un hogar y alquilar uno de esos pisos de soltero que tan bien funcionaban con las chicas.
Un manto tenue de oscuridad se ceñía sobre todos los hogares, de todos aquellos ciudadanos que dormían en paz sin saber lo que se avecinaba.
Katsudon arrugó el ceño y contempló el escenario, como el veterano que era. La oscuridad, ese silencio obscuro que te crispaba la piel. Indicios. Algo no estaba bien.
Dos movimientos de mano bastaron para que los ninjas peinaran la zona. Uno por cada flanco. Con cada paso que daban, sumiéndose en el desasosiego de la noche, más preocupado se sentía Katsudon.
—Con cuidado, chicos. Con... cuidado.
—No oigo nada, señor. La puerta principal no tiene indicios de haber sido forzada.
—Tampoco las ventanas. No veo luces encendidas. Todo parece tranquilo.
—Entrad, ahora.
Dos sombras shinobi se escabulleron al interior del hogar de Hōzuki Chokichi. El primero de todos, por el rellano principal de la casa. No se veía nada, aunque al final del pasillo, en un último cruce que suponía dar hacia el comedor, una tenue luz hacía sombra en la pared. Se movía de un lado a otro, seductora, como lo hacían las llamas.
—Veo.. fuego, Katsudon-senpai. ¡Ugh! y éste olor... parece gas
—¿A qué?
—¡a gas! ¡sal de ahí, Rujo, ahor...
* * *
A unos cuántos metros, en una locación no tan lejana, un hombre de melena amarilla como el sol se erigía de su asiento, complacido con el desenlace de la reunión. Al final, iba a tener que irse a la cama orgulloso de Datsue, de lo lejos que había llegado, y por qué no, de la amistad que éste había forjado con los amejin. Cosa que no hubiera sido posible, no obstante, sin la existencia de la Alianza.
Todo pasa. Todo mejora.
Las desgracias de a poco se iban olvidando, y el Remolino volvía a girar sobre sí mismo para sonreírle a la memoria de Shiona. ¿Estaría orgullosa de él? ¿habría hecho honor a su legado?
Un estruendo horrible se hizo eco del despacho, que hizo vibrar sus cimientos. La oscuridad incipiente tras el ventanal del despacho del Uzukage se iluminó como mil antorchas, y el fuego contenido se elevó hasta la nocturnidad de Uzushiogakure como evidencia irrefutable que los infortunios acosan a quienes menos lo merecen. Las piernas le temblaron, los oídos le dolieron. No parpadeaba. Hanabi estaba absorto, mudo, paralizado. Los recuerdos volvían a él como saetas candentes que le quemaban. Y él era un Sarutobi. Un Sarutobi no temía al fuego.
Aunque esa vez...
Como en aquella ocasión...
—Por... todos los cielos.
* * *
Una enorme estela de humo cubrió el cuadrante cinco. La casa de Chokichi, o al menos gran parte de ella; había explotado en miles de pedazos y las llamas aupadas por la imparable fuga de gas lo avivaban. Katsudon presenciaba iracundo, desde el suelo, lo que estaba sucediendo. Casi no podía respirar.
—¡Nadare, !cof,cof! ¡código rojo, activa la alerta!
—Oh, no harás tal cosa, Ayame-san —replicó Hanabi y Ayame parpadeó confundida. ¿Que no iba a avisar a su Arashikage? ¿A qué se estaba...?—. ¿Sabes lo que os haría Yui si se entera de que han acudido a mí primero? ¿Lo que me haría a mí? ¡Ni de coña! —El Uzukage soltó una carcajada, relajando el tenso ambiente que se había vuelto a formar—. Les pido encarecidamente que omitan lo acontecido aquí esta noche. No le hará ningún bien a nadie. Además, confío en que en cuánto Yui-dono oiga de vosotros que Akame puede estar vivo, acudirá a mí para hablarlo. Yo hice lo propio cuando Datsue me informó de su encuentro con ese muchacho llamado Kaido, así que estoy plenamente seguro de que nos pagará el gesto con la misma moneda. Que para estas cosas es que firmamos la Alianza.
Ayame respiró hondo, profundamente aliviada.
—Por supuesto, Uzukage-dono —En realidad, desde el principio se había referido a informar sobre la situación de Kaido y Akame, pero no estaba entre sus intenciones decir nada sobre su conversación con Hanabi. Y mucho menos sobre que Daruu había hecho una pequeña y rápida excursión a Uzushiogakure. Pero prefirió no corregirle de su error, lo último que deseaba era quedar como una kunoichi que ocultaba información a su kage deliberadamente.
—Ahora, esto es lo que haremos respecto a Akame —añadió el Uzukage—. A estas alturas el cadáver debe estar bastante descompuesto como para que un reconocimiento sea suficiente, es verano y han pasado casi cuatro meses. Así que procederemos a exhumar el cuerpo y a realizar una prueba de ADN para zanjar cualquier sospecha de que la persona que esté dentro de ese ataúd, sea o no Uchiha Akame. Tardaremos un par de días en tener resultados conclusivos, así que... os pido paciencia mientras el escuadrón médico se encarga de este asunto. Paciencia y mucha cabeza con la información. No os dejéis llevar otra vez por las emociones como ha sucedido esta noche, ¿está claro?
Ayame asintió para sí. Aquella era una posibilidad que se había planteado proponer. Conocía de aquellas pruebas de ADN por su padre, o al menos los detalles más básicos. Aquello habría de saldar cualquier tipo de duda. Lo malo es que tendrían que esperar unos días hasta conocer los resultados...
—Entendido, Hanabi-sama —dijo Datsue.
—Bueno, entonces, si me disculpa, yo ya me...
Pero las palabras de Daruu se vieron súbitamente interrumpidas, y Ayame ni siquiera tuvo la oportunidad de pedirle a Datsue que les informaran sobre los resultados de la prueba genética.
Un súbito golpeó sus tímpanos con la fuerza de un martillo y Ayame se cubrió los oídos con un aullido de dolor. Profundamente aturdida, con el cuerpo temblándole sin control y los oídos en carne viva, la kunoichi tardó varios segundos en darse cuenta que se había caído de la cama. Y tardó varios más en comprender qué era lo que había oído.
Y entonces su corazón se olvidó de latir por un instante.
Ayame se reincorporó de un salto, mareándose en el proceso. Pero no le importó en aquellos instantes.
—Q... ¡¿Qué ha pasado?! —preguntó, profundamente angustiada, sus manos temblando sin control y con un desagradable pitido en los oídos—. D... ¿Daruu? ¿Datsue? ¿Hanabi-dono? ¿Estáis ahí? ¡¿ESTÁIS BIEN?!
30/04/2019, 12:59 (Última modificación: 30/04/2019, 13:02 por Amedama Daruu. Editado 1 vez en total.)
Lo que sucedió a continuación fue tan repentino que Daruu cayó de culo al suelo. Una explosión gigantesca, váyanse a saber de dónde provino, le hizo asustarse, dar un bote y tropezarse con la silla. Fíjense qué susto se dio Daruu, qué tamaño susto, que del susto su mano había viajado al portaobjetos, y de casualidad, de casualidad, había arrojado una bomba de humo al suelo. Daruu formuló los sellos de su técnica a la velocidad del rayo y desapareció del despacho con un destello rojizo.
· · ·
¡PUFF!
Daruu aterrizó sobre el colchón, respirando con dificultad y el corazón latiéndole a mil por hora. La voz de Ayame se hizo paso desde la nuca a través de sus malheridos oídos.
—Q... ¡¿Qué ha pasado?! —preguntó, profundamente angustiada, sus manos temblando sin control y con un desagradable pitido en los oídos—. D... ¿Daruu? ¿Datsue? ¿Hanabi-dono? ¿Estáis ahí? ¡¿ESTÁIS BIEN?!
—E... estoy ya en A... Amegakure. Es... creo que estoy bien —dijo—. ¡Datsue, Hanabi-dono! ¡Os juro que yo no tuve nada que ver con esa explosión! ¡Me he ido porque...! —«Porque te has acojonado. La pata abajo»—. ¡...porque...! ¡Bueno, me he asustado, vale!
»¡Por favor, no corten la comunicación! ¡Necesitamos saber si ha pasado algo, si necesitáis ayuda de Ame, si tenemos que avisar a Yui, lo que sea!
Todo fue tan repentino y sospechoso, que Datsue, aun con toda la buena intención del mundo, se dejó llevar por lo evidente.
—¡UNA EMBOSCADA! ¡ES UNA TRAMPA! —«¡Hijos de puta, malnacidos, ratas sucias y traidoras!». Tosió. No por el veneno que corría por su sangre, sino porque sin querer había tragado algo de humo—. ¡A cubierto, Hanabi-sama! —tosió de nuevo—. A… la… ven… tana.
Más tos, esta vez seca e incontrolable.
No veía ni lo que tenía a tres palmos de sus narices, pero conocía bien aquel despacho. Había estado allí las suficientes veces como para hacerse un mapa mental, gracias a…
—¡Auch! —Se tropezó con la silla tirada por Daruu.
…una inteligencia abrumadora, y una orientación exquisita, capaz de…
—¡Ay! —Se golpeó el dedo meñique del pie contra la esquina de la mesa, haciendo que empezase a saltar a la pata coja.
… analizar hasta el mínimo detalle y caminar por aquel espacio reducido como si tuviese el mismísimo Byak…
—¡¡AAAAGHHH!!
¡Plaf! Vale, quizá no el Byakugan. Se había dado de bruces contra una estantería repleta de libros con la mala suerte que esta había rebotado y caído contra él.
El Uchiha se arrastró por el suelo como si estuviese saliendo de toneladas y toneladas de escombros tras una batalla épica y memorable y no lo que realmente era. «Derrotado por una mesa y una estantería… ¡qué vergüenza!» Y aún por encima tenía que escuchar a Ayame y a Daruu por el sello preguntando si todo iba bien.
¡Pues no! ¡¡¡Claro que no iba bien!!!
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1/05/2019, 03:59 (Última modificación: 1/05/2019, 04:15 por Umikiba Kaido. Editado 3 veces en total.)
«Cobarde» —se dijo, iracundo, mientras una poderosa ventisca emergió desde algún punto conexo de su posición y limpió el despacho de la bomba del amejin asustadizo. Mientras Datsue se batía en el suelo, la puerta del despacho se abrió en súbito y liberó el remanente de la capa grisácea mientras la figura del enviado por Katsudon trataba de recuperar el aliento.
—¡Hanabi-sama, ha habido otra intrusión! —dijo, tras una reverencia—. Cuadrante cinco, en el Barrio de las Flores. La explosión ha sido en... en... el hogar de Hōzuki Chokichi. ¡Katsudon-senpai ha activado el código rojo!
Hanabi miró a Datsue, y a su jodido sello.
—Has dejado claro que ésto es un problema de Uzushiogakure. Lo resolveremos nosotros, no te preocupes —contestó, tajante—. levántate, Datsue.
Acto seguido, marchó.
* * *
El código rojo era un plan de contingencia. De esos que se cuecen después de que algún imprevisto sucede, y no lo has visto venir, ni mucho menos hacer nada para evitarlo. Tras la explosión de los calabozos y la intromisión de los Generales de Kurama, Uzuhiogakure tenía que saber prepararse para cuando el yomi, en cualquiera de sus formas, tocara nuevamente a su puerta. No era una certeza, pero sí una posibilidad; y un ninja precavido siempre tiene que estar preparado.
Pero Hanabi nunca iba a estarlo del todo, cuando se trataba de perder gente a su mando. ¿Cuántos habían caído por las llamas durante su mandato? ¿cuánto para que alguien comenzase a cuestionar su capacidad y sus formas?
A este paso...
Cuando Hanabi llegó al Barrio de las Flores junto a Datsue, un equipo especialista en suiton ya se encontraba batallando los últimos conatos de incendios aledaños y al menos tres cuadras habían sido totalmente evacuadas. Envuelto en su capa de kage, el Sarutobi presenciaba los restos del edificio con desasosiego. De entre las chamuscas, un equipo retiraba en dos camillas los cuerpos de los fallecidos. O lo que había quedado de ellos.
—De verdad lo siento, Hanabi, yo... no tenía forma de saberlo. Todo sucedió muy rápido.
—No. El que lo siente soy yo, Katsudon. Es todo mi culpa —por confiar. Por bajar la guardia—. ¿es cierto, entonces? ¿Chokichi-san...?
El silencio de Katsudon habló por sí sólo.
El Uzukage miró al Uchiha con pesadez. Ideas de índole peligrosa se asomaban de a poco en su cabeza. ¿Coincidencia o...?
A pesar de que Hanabi se mostró enojado por su impulsividad, Daruu todavía confiaba en Datsue —había decidido confiar en Datsue hasta el final—. Se llevó un dedo a la boca y se lo mordió para reestablecer su marca en el cabecero de la cama.
—Datsue —dijo, en un susurro—. Te lo imploro. Déjanos escuchar. Si al final de la noche sigues decepcionado con nosotros...
»...no nos hables nunca más. Pero por ahora, por favor, mantén esto activo...
El amejin entonces calló, y se limitó a escuchar hasta el mismísimo final. Ese era ahora su deber. Nervioso, miró el reloj de su mesita de noche.
«Me cago en Amenokami». Mañana era un día importante. ¿¡Por qué todo lo malo tenía que venir siemore junto!?
La sorpresa apartó de un bofetón la vergüenza de haber sido placado por una jodida estantería. Se levantó, eléctrico, preparado para luchar de ser necesario. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué se habían colado para atacar a Chokichi? Y, más importante, ¿quién?
Daruu le susurró de nuevo al oído.
Datsue no respondió.
Tampoco desactivó el sello.
• • •
Una columna de humo ascendía desde el edificio de Hozuki Chokichi, hacia el cielo, hacia Uzumaki Shiona. Le llevaban más malas noticias. Otra vez el fuego había llegado a Uzu. Otra vez se les habían colado delante de sus narices. Otra vez habían dejado muertos. Y, otra vez, los responsables habían salido impunes.
Hanabi y Datsue se miraron, y el Uchiha supo lo que estaba pensando. Akame tenía muchos motivos para vengarse de Chokichi. Y, si estaba vivo… «No me encaja». No, por mucho que todo apuntase en su dirección, no le encajaba. Conocía a su Hermano. Él sería muchas cosas, pero no un vengador. Habían asesinado a su novia, y cuando Datsue le confesó los nombres de los responsables, no hizo ni el amago de ir en su búsqueda. Sí, porque Hanabi se lo había dicho, pero no pareció contrariarse por la negativa. Ni siquiera insistió en el asunto. Aquellas cosas pasionales, simplemente, no iban con él.
—¿Por qué siempre a nosotros, Hanabi-sama? —dijo, impotente. Zoku, un General, Yubiwa, ahora esto. Todas las desgracias caían sobre ellos, una tras otra, sin que pudiesen hacer nada por detenerlas—. ¿Por qué?
Negó con la cabeza, abatido.
—¿Quién es… el otro cuerpo, Katsudon-senpai? —preguntó con temor. ¿Alguien conocido? ¿Un amigo? Le daba miedo oír la respuesta.
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Golpes, gritos sobre algo de emboscadas y traiciones, aullidos de dolor...
—E... estoy ya en A... Amegakure. Es... creo que estoy bien —la voz de Daruu fue la primera en responder.
Y Ayame no pudo contener un profundo suspiro de alivio. Pero entonces se dio cuenta de algo:
—En... ¿En Amegakure? ¿Eso quiere decir que has vuelto? —gimió, angustiada, antes de llevarse la mano a los ojos.
¡Los había abandonado a su suerte! Y lo que era peor... ¡Yéndose así parecía él el culpable!
—¡Datsue, Hanabi-dono! ¡Os juro que yo no tuve nada que ver con esa explosión! ¡Me he ido porque...! ¡...Porque...! ¡Bueno, me he asustado, vale! ¡Por favor, no corten la comunicación! ¡Necesitamos saber si ha pasado algo, si necesitáis ayuda de Ame, si tenemos que avisar a Yui, lo que sea!
—Has dejado claro que ésto es un problema de Uzushiogakure. Lo resolveremos nosotros, no te preocupes —resolvió el Uzukage, tajante—. Levántate, Datsue.
—Datsue —insistió Daruu—. Te lo imploro. Déjanos escuchar. Si al final de la noche sigues decepcionado con nosotros... no nos hables nunca más. Pero por ahora, por favor, mantén esto activo...
Ayame no recibió más respuestas, pero estaba claro que todos seguían bien y Datsue, tal y como le había pedido Daruu, no desactivó el sello. Ayame se sentó en la cama, apoyó la espalda en la pared y cerró los ojos con un sonado suspiro. Lo había escuchado todo: alguien más se había colado en la aldea y había provocado una explosión en la casa de alguien, de un Hōzuki como ella. Un tal Hōzuki Chokichi.
La muchacha apretó las uñas contra las sábanas, temblorosa, llena de terror. ¿Quién había sido capaz de atravesar las defensas de Uzushiogakure así como así y provocar esa explosión? ¿Habría sido un General?
«Los Generales van tras nosotros...» Se recordó, y eso sólo hizo que la angustia creciera en su pecho.
Porque, si no había sido ningún General, ¿entonces quien...?
—¿Por qué siempre a nosotros, Hanabi-sama? —habló Datsue, terriblemente impotente—. ¿Por qué? —Una breve pausa—. ¿Quién es… el otro cuerpo, Katsudon-senpai?
—¿Por qué siempre a nosotros, Hanabi-sama? —dijo Datsue, abnegado. Hanabi había estado haciéndose la misma pregunta. ¿Cuál había sido su pecado? ¿acaso les consideraban los más débiles? ¿los más endebles?.. si era así, eso había que remediarlo—. ¿Por qué?
—Quizás, nuestros enemigos nos consideran los más débiles por pregonar la paz como lo hemos hecho desde tiempos inmemorables. Que no somos capaces de proteger a los nuestros —su mano derecha se posó en el hombro de Datsue—. pero les vamos a demostrar cuán equivocados están, Datsue. Te lo prometo. Por Shiona-sama y su memoria, pronto entenderán que un árbol de cerezo puede que sea hermoso a la vista, pero su corteza no cede tan fácilmente. Seremos fuertes. Seremos implacables. No nos dejaremos vencer.
—No nos dejaremos vencer...
Una resolución inhumana se encendió en el interior de Hanabi. En el de Katsudon. En el propio Datsue. Uzushiogakure no iba a ser el juguete de nadie. Los culpables, pagarían por sus ofensas.
Todos y cada uno de ellos.
* * *
Un día más tarde, la Aldea entera se encontraba en velo. El barrio de las Flores permaneció clausurado, y fueron puestos en marcha programas de reubicación de los afectados por la explosión. Equipos de investigación continuaban en la escena realizando las averiguaciones pertinentes y los turnos de los equipos de Barrera habían sido doblados, con la activación de la alerta máxima.
El edificio del Uzukage estaba más concurrido que nunca. Abarrotado de gente cumpliendo funciones a la par de variadas, cargando papeles, y vigilando.
Eran alrededor de las tres de la tarde. Hanabi había llegado a una sala del segundo piso donde solía hacer reuniones extraordinarias con los Sabios y sus más allegados. Estaba ocupada por Katsudon, él, y el más reciente invitado; Uchiha Datsue.
Lucía cansado. Resultaba evidente que no había podido dormir nada.
Hanabi tenía razón. Desde la muerte de Shiona, Uzu se había debilitado. Habían sangrado con Zoku, y los carroñeros lo habían olido. Y, lejos de espantarles, se habían dejado picotear. Ya no eran la Villa de antaño, respetada y admirada por todos. Ahora eran la Villa maja, que de tan buena era tonta. La Villa a la que una amejin escupía en la cara al máximo mandatario delante de todos y no pasaba nada. La Villa en la que se colaba un kusajin desertor. Y un criminal. Y ahora otro. Llegaban, arrasaban con todo y luego se iban. Y no importaba la Alianza, ni el nuevo detector de chakra, porque el problema era mucho más profundo que eso. El problema era que no les tenían respeto. Ni siquiera miedo.
¡Hasta el mismo Daruu se había colado sin pensárselo! Porque, ¿qué más daba? Eran Uzu. Eran los pacíficos.
Eso tenía que cambiar. La paz estaba muy bien, y el legado de Shiona era algo que había que proteger. Pero ahora que no estaban bajo la protección de ella, era su responsabilidad recordarles al mundo una cosa importante. Tenían que enseñarles no solo a sus enemigos, sino a Oonindo entero, que cuando hacías sangrar a Uzu…
… pagabas un precio.
—No nos dejaremos vencer —se unió Datsue, con el fuego de Hanabi encendido en su interior.
• • •
Datsue era el de los viejos tiempos. El de las tremendas ojeras, cara pálida y los ojos rojos por la falta de sueño. Esta vez, no obstante, no era por culpa de Shukaku. Sino por la duda. La duda era lo que más le martirizaba de todo.
Si supiese que Akame estaba muerto, hubiese logrado dormir un par de horas a la noche. Estaría jodido, sí. Y también con muchas preguntas rondándole la cabeza. ¿Quién había atacado a Chokichi? ¿Por qué? ¿Y cómo se había colado el agresor en la Villa? Pero, tarde o temprano, se hubiese dejado caer por el sueño.
Si supiese que Akame estaba vivo, probablemente se hubiese vuelto loco. Felicidad, tristeza y un terrible enfado al mismo tiempo. Felicidad por lo obvio. Enfado porque hubiese huido sin decirle nada. Y tristeza, una profunda tristeza, por el presentimiento de que era responsable de la muerte de Chokichi. No solo habría matado a dos camaradas, habría matado la única posibilidad que le quedaba de volver a la Villa con la cabeza sobre los hombros. Pero, a pesar de todo, cuando el sol estuviese asomando, ya por la mañana, hubiese conseguido dormir algo.
Pero no lo sabía. No sabía una mierda. Y por eso, todas sus preocupaciones se multiplicaban por dos. Tenía que preocuparse de lo que sucedería si estaba vivo y de si no. Sobra decir que no consiguió pegar ojo.
La puerta de la sala se abrió y Hanabi accedió con una carpeta en las manos. Datsue alzó la cabeza y su pulso se aceleró. A aquellas alturas, ya no sabía ni qué quería. Que Akame estuviese muerto, o que estuviese vivo y fuese un jodido traidor. Lo único que sabía es que tenía miedo.
Mucho miedo.
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El Uzukage echó una mirada al salón, y a las otras diez sillas vacías. De que pronto iba a tener que afrontar a todas esas sabias mentes para aventurarse a un sólo propósito: el de cauterizar la herida que habían dejado en Uzushiogakure, y sanar. Pero la inacción no era una solución certeza, y necesitaban resultados a corto plazo.
Hanabi dio el carpetazo y tomó asiento.
—Tengo los resultados. ¿Vas a querer que ellos escuchen? —preguntó, dejándole a Datsue la potestad de tomar esa decisión en particular. Total, estábamos hablando de su Hermano. Alguien tan cercano a él como ningún otro. Lo más sensato es que esa decisión la tomara él y sólo él.
Datsue escuchaba con tanta fuerza los latidos de su corazón que creyó que el resto también los oía. Sudaba. Un sudor frío e incómodo, que se pegaba a su camiseta y le perlaba la frente. Se quitó la chaqueta y tiró del cuello de su camisa para que le entrase algo de aire.
—Que escuchen —dijo, con súbita fiereza. Que escuchasen que su Hermano no estaba vivo. Que todo era mentira.
Porque su Hermano no era un traidor. ¡No lo era! Había tenido sus dudas por la noche, hasta a aquel preciso instante. Pero ya no más. ¡Ya no más!
—Llueve nueve —anunció, activando el sello que les unía.
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1/05/2019, 20:36 (Última modificación: 1/05/2019, 20:36 por Amedama Daruu.)
—¡LLAVE NUEVE, LLAVE NUEVE! ¡CASI RIMA! —se oyó de pronto desde el sello de Datsue, en un tono súper forzado—. Verá, Ginjo-san, lo que quería decirle es que estamos en una misión y necesitamos que nadie sepa que estamos aquí. Si alguien le pregunta, ignórelo, invéntese algo. Y sobretodo, no diga a nadie nada. ¿Vale?
—Espero sea de vuestro agrado
—¡Ay, pero qué bonita es la habitación! Muchas gracias, en serio. Y ahora, Ginjo-san, me temo que tenemos que hacer algunos preparativos, ¡seguro que encontramos algún momento más distendido para charlar pero ahorametemoquedebemoscerrarlapuertamuchasgraciasenserio!
¡BLAM! Flop, roroplof. Pufffff...
—Ay señor, Datsue, ay señor, que casi nos la lías. Dime.