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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Los cimientos se tambalean
Reunión de los Tres Kages, Despedida del 219
#1
Había pasado un año, exactamente un año, desde lo que algunos habían bautizado como la Reunión de los Tres Grandes. Aquel día había hecho sol. Aquel día había hecho calor. Y todo había acabado bien. En el día de hoy, en cambio, hacía frío, mucho frío. De ese que traspasaba la piel y atravesaba los huesos. De ese que producía una nube de vaho cada vez que se expulsaba el aire por la boca. De ese que se colaba entre las ropas a través de la lluvia. ¿Era aquella una señal? Prefería no pensar en ello.

Hanabi caminaba con sus habituales acompañantes. Katsudon, a su derecha; Kuza, a su izquierda. Todo parecía igual, y todo era distinto al mismo tiempo. Kurama, los bijūs, tantas cosas que había preconcebido. Que había dado por ciertas, sin siquiera planteárselas. Y Reiji había llegado un buen día para tumbárselas de un sopapo.

¿Les pasaría lo mismo a Yui y Kintsugi, cuando se lo contase? Algo le decía que si no era así, la Oonindo que conocían estaría en más peligro que nunca.

Todo irá bien, Hanabi-kun.

Hanabi miró a Katsudon y esbozó una sonrisa relajada que estaba lejos de poseer.

Lo sé, Don. Lo sé. —Quería creer que lo sabía, al menos.

Se dieron cuenta que eran los primeros en el templo sin Dios, y Hanabi fue a ocupar asiento en el mismo lugar que la anterior vez. Oh, bueno, quizá no fuese exactamente el mismo asiento, por eso de que lo había roto en un descuido, pero sin duda una sustitución idéntica. Miró el sillón de piedra en el que había estado sentado Moyashi Kenzou un año atrás y, entonces, se dio cuenta…

… se dio cuenta que, definitivamente, nada sería ya igual.
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#2
Había que ver cuánto cambiaban las cosas... Había entrado en aquel mismo templo hacía exactamente un año. Pero aquella vez iba de acompañante del que por aquel entonces era el máximo líder y mandatario de Kusagakure: Moyashi Kenzou. Ahora, cuatro estaciones después, era ella la que lideraba la marcha, acompañada por sus dos fieles consejeros: a su derecha, la hermosa Hana, con sus cabellos carmesíes tan cuidados como siempre y vistiendo un furisode con motivos de sauce llorón; a su izquierda, otra mujer, de aspecto exótico y salvaje, que cubría su cabeza con una capucha roja que caía tras su espalda como una capa raída y que iba acompañada por... un lobo de brillante pelo negro.

Aburame Kintsugi entró en el templo de Hokutōmori, envuelta de los pies a la cabeza por el haori y el sombrero de Kage que ahora le pertenecía, y su compañía la procedió. La mujer, haciendo gala de una excepcional elegancia, se encaminó a la mesa central y se colocó frente al asiento que, un año atrás, había ocupado Moyashi Kenzou.

Sarutobi Hanabi-dono, es un placer hablar con usted de igual a igual —saludó, inclinando la cabeza en un gesto respetuoso.

Sus manos acariciaron momentáneamente la mesa con cierta añoranza, antes de alzarlas y retirarse el sombrero, posarlo con suma suavidad en el tablero con el símbolo mirando hacia el centro y finalmente retirarse la capucha que también cubría su cabeza, revelando así el rostro de una mujer joven, de largos cabellos azulados, que se oscurecían a medida que caían en forma de coleta sobre uno de sus hombros. Cubriendo la mitad superior de su rostro, un antifaz de Actias luna, una hermosa mariposa nocturna de colores verdes, como la aldea a la que tenía que representar.

En completo silencio, la nueva Morikage se sentó y cruzó las manos sobre el regazo. Hana y la otra desconocida se quedaron tras su espalda, la primera con la misma neutralidad que una estatua de mármol, y la segunda observando con una curiosidad casi invasiva tanto al Uzukage como a sus acompañantes.

¿Cuánto creéis que tardará Yui? —preguntó con descaro, sin sufijos de respeto, ni nada.

Paciencia, Akazukin —espetó Hana.

El lobo, mientras tanto, se tumbó cuan largo era y abrió sus fauces en un audible bostezo cubierto de dientes afilados como cuchillos.
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#3
Oh, la oyeron llegar. Desde las profundidades del bosque llegó de pronto una risotada característica. Amekoro Yui, que no tardaría en aparecer esgrimiendo una de sus sonrisas afiladas. Se limpió una lágrima con la mano: parecía que algo le había hecho mucha gracia. Paseó sus ojos azul eléctrico por Hanabi: de abajo a arriba. Cuando se detuvo en ellos, le guiñó el ojo. Su sonrisa pareció ensancharse aún más. Luego se fijó en la recién llegada. No, no en ella misma. La recién llegada al selecto grupo llamado los Tres Grandes Kage: a Aburame Kintsugi, como ella misma se había presentado al teléfono. Y la sonrisa de Yui murió. Hasta ella sabía cuándo mantener cierto decoro. Se acercó al banco de piedra que le correspondía y se sentó. Allí había un extraño vacío: el que había ocupado la montaña que era Moyashi Kenzou.

Detrás de ella venían sus dos acompañantes:

La que no podía faltar: Hōzuki Shanise, oculta tras su gorro de lana gris y el respirador, que inspeccionaba curiosa con sus ojos verdes a todos los presentes. Se habían detenido en el enorme lobo que acompañaba a una de las jōnin que traía consigo la nueva Morikage.

Y el otro shinobi: alguien que aún ninguno de los presentes aparte de la delegación de Amegakure había visto, ni siquiera en la anterior reunión. Era alto, de aspecto robusto y cabello negro recogido en un moño que sujetaba un curioso pincel. Vestía el chaleco de la Lluvia y bajo él una camiseta sin mangas de color negro. Negros eran también los tatuajes que recubrían la parte visible de su piel. En el cuello tenía dos serpientes que miraban al frente y se enrosacaban las colas a la altura de la clavícula. En ambos brazos, dos ratas, dos peces y dos dragones orientales que recorrían sus antebrazos hasta las muñecas. En el izquierdo, cerca del hombro, un cuervo. En el derecho, en el mismo sitio, un águila.

Bueno, pues vamos a ello —soltó Yui, como única introducción—. En primer lugar, Kintsugi. Siento mucho lo del viejo. De verdad que sí. —Una leve sombra de tristeza asomó en los ojos de la jinchūriki de la Tormenta. Al fin y al cabo, era la única que quedaba de aquellos tres que eran. Shiona, Kenzou y ella. No debería haberle extrañado, porque también había sido la más joven de los tres, pero...
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#4
El placer es mío, Kintsugi-dono —replicó, devolviéndole el saludo con una inclinación de cabeza. «Aunque hubiese preferido no tener dicho placer en absoluto», quiso añadir. Eso hubiese significado que Kenzou todavía seguiría allí. Eso hubiese significado que al viejo todavía le quedaban muchos años y batallas por librar. En su lugar, dijo:—. Y mis más profundas condolencias. Siento mucho lo que le sucedió a Kenzou-dono.

Era increíble que una montaña como él hubiese sucumbido. Pero, tras la muerte de Shiona, a Hanabi ya no le sorprendía nada.

La ANBU de cabellos rojos, Kuza, cambió el peso de una pierna a otra, inquieta. El año anterior, había sudado la gota gorda la mayor parte de la reunión, temerosa de que Yui fuese a hacer algo inapropiado, por decirlo suavemente. Ahora, un majestuoso lobo que tenía cuchillos por dientes yacía a pocos metros de ella. Suspiró tras la máscara —blanca y con una espiral carmesí dibujada en la frente—, y se preguntó por qué no habría elegido otra rama aparte del fūinjutsu.

Katsudon, al otro lado de Hanabi, fue el primero en ver llegar a Yui. No le pasó desapercibido la sonrisa que esbozaba al ver a Hanabi, ni que el Uzukage tirase del cuello de su uwagi para que pasase mejor el aire, visiblemente incómodo. Algo le decía que Hanabi sabía por qué Yui sonreía.

La Arashikage, nada más sentarse, dio el pésame.

Es una gran pérdida —coincidió Hanabi. Una irreparable—. ¿Cómo sucedió, Kitsugi-dono? —No quería tocar la herida, pero quería escuchar la versión extendida, y no los fríos datos que le habían soltado por teléfono.
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#5
El placer es mío, Kintsugi-dono —respondió Hanabi, con una inclinación de cabeza—. Y mis más profundas condolencias. Siento mucho lo que le sucedió a Kenzou-dono.

La Morikage aceptó las condolencias con una elegante inclinación de cabeza.

Afortunadamente para todos los presentes, la Arashikage no se hizo de rogar. E incluso la escucharon antes de verla llegar. Incluso el enorme lobo, hasta ahora aletargado, levantó la cabeza y las orejas cuando escuchó una risotada provenir desde las profundidades del bosque. La líder de Amegakure vino acompañada de otras dos personas más. Kintsugi conocía a la otra mujer de la otra reunión, su inseparable Shanise que incluso había tomado partido la última vez. Pero no sabía quién era el otro que la acompañaba, aquel shinobi musculado y con el cuerpo lleno de tatuajes. Yui venía riéndose, quizás de una broma muy graciosa que acababa de escuchar, y su sonrisa sólo se ensanchó aún más cuando reparó en la presencia de Hanabi, quien se estiraba del cuello del uwagi en un gesto visiblemente incómodo, pero esta murió cuando giró la cabeza hacia la Morikage.

«Comprensible», se dijo Kintsugi. Sabía bien que Yui y Kenzou habían estado muy relacionados en cuanto a relaciones diplomáticas se refería. Además, junto a la ya difunta Shiona, constituían el trío de Kage de la misma generación. Ahora sólo quedaba ella. Hanabi y ella misma constituían la nueva generación a florecer.

Bueno, pues vamos a ello —soltó Yui, como única introducción—. En primer lugar, Kintsugi. Siento mucho lo del viejo. De verdad que sí.

La Morikage volvió a inclinar la cabeza, tal y como había hecho con el Uzukage minutos atrás.

Es una gran pérdida —coincidió Hanabi. Quizás fuese a ser lo único en lo que estuviesen de acuerdo en aquella reunión—. ¿Cómo sucedió, Kitsugi-dono?

Hana, por favor —pidió Kintsugi.

Enseguida, Morikage-sama —asintió la mujer de cabellos rojos, tendiéndole a su líder dos folios.

Kintsugi cogió un folio con cada mano y las extendió hacia sendos Kage. Una serie de mariposas doradas tomaron los papeles y los acercaron revoloteando hacia sus respectivos destinatarios, posándose después grácilmente sobre la mesa.


[Imagen: svE11gh.png]

Nuestro Jinchūriki, Eikyuu Juro. Es probable que alguno de vosotros lo recordéis del examen de Chūnin —explicó, mirándo a los dos Kage desde detrás de su antifaz—. Él fue quien acabó con la vida de Moyashi Kenzou, transformado en esa bestia que lleva en su interior, antes de huir de la aldea.

¡Putos Bijū! —escupió Akazukin, llena de rabia.

Akazukin, basta —la riñó Hana.

Pero Kintsugi solicitó silencio, alzando la mano.

Ahora mismo no tenemos ninguna pista sobre su paradero. Por eso solicito que Arashikage-dono y Uzukage-dono ayuden a nuestra aldea a buscar y dar caza al traidor incluyendo su retrato en sus respectivos Libro Bingo. Ofrecemos hasta 30.000 Ryō por él. Vivo o muerto.

1 AO
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#6
Kintsugi no les había contado los detalles, de modo que su homónimo de Uzushiogakure se interesó por conocerlos. La Morikage dio una señal a una de sus acompañantes, quien le prestó dos hojas de papel. Ella extendió las manos y las hojas volaron hacia ellos tomadas por las patas de unas mariposas doradas que, en un absurdo y teatral truco de magia, las depositaron frente a los incrédulos ojos de la Arashikage, quien puso una mueca de asco.

¡Porque para qué hablar directamen...! —Se interrumpió. No sólo por la mano que Shanise había apoyado en su hombro, sino por el rostro que vio en el papel. Palideció y abrió y cerró la boca varias veces, sin saber qué decir.

Nuestro Jinchūriki, Eikyuu Juro. Es probable que alguno de vosotros lo recordéis del examen de Chūnin —confirmó Kintsugi. «¿¡Ese pelele sin sangre en el cuerpo!?»—. Él fue quien acabó con la vida de Moyashi Kenzou, transformado en esa bestia que lleva en su interior, antes de huir de la aldea.

¡Putos Bijū! —escupió Akazukin, llena de rabia.

Akazukin, basta —la riñó Hana.

Pero Kintsugi solicitó silencio, alzando la mano.

Ahora mismo no tenemos ninguna pista sobre su paradero. Por eso solicito que Arashikage-dono y Uzukage-dono ayuden a nuestra aldea a buscar y dar caza al traidor incluyendo su retrato en sus respectivos Libro Bingo. Ofrecemos hasta 30.000 Ryō por él. Vivo o muerto.


Yui mostró la palma de la mano a la delegación de Kusagakure.

Ya, pues no va a poder ser —cortó—. Verás, es que firmé en un papel —Desvió la vista hacia Kuza, la kunoichi que acompañaba al Uzukage— que protegería a este mocoso con mi vida. Y si no lo cumplo, pues mira, que me muero. Y no me apetece morirme.

Shanise se aclaró la garganta. Yui gruñó, pero la dejó hablar. Siempre gruñía. Pero siempre la dejaba hablar, porque sabía que cuando quería hacerlo era por una muy buena razón.

Esperad. ¿Por qué iba Juro a matar a su Kage y a irse de la aldea? —inquirió Shanise—. ¿En qué contexto acabó con Kenzou? ¿No estamos quizás ante el mismo caso que con Aotsuki Ayame? El sello podría haber sido revertido. Aunque... —Shanise se acarició el mentón y bajó la mirada—. No, eso es imposible. Si hubieran revertido el sello, el bijuu estaría atrapado en forma humana. Como lo estuvo el Gobi.

Yui volvió a gruñir.
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#7
Hanabi observó, curioso, el grupo de mariposas doradas que le llevaron volando un folio. No pudo maravillarse tanto, sin embargo, cuando vio el contenido de dicho papel. Específicamente, cuando vio el retrato.

Nuestro Jinchūriki, Eikyuu Juro. Es probable que alguno de vosotros lo recordéis del examen de Chūnin«¿¡Cómo!? ¿¡El único kusajin que quiso poner paz en el Examen!?». Él fue quien acabó con la vida de Moyashi Kenzou, transformado en esa bestia que lleva en su interior, antes de huir de la aldea.

Estaba alucinando. De todos los posibles candidatos a traidor, ese era el que menos pinta le tenía. «Y además es el jinchūriki, ¡vamos no me jodas!» Si su misión de convencer a ambos Kages de que tenían que colaborar con los bijūs para derrotar a Kurama era difícil, ahora se había vuelto prácticamente imposible.

Notó la mirada tensa y preocupada de Katsudon en su cogote. Ni el optimista Akimichi las tenía ya todas consigo. Kuza, en cambio, estaba demasiado preocupada por mantener el temple ante la mirada que Yui le acababa de dedicar como para preocuparse ahora por aquellas cuestiones.

Shanise no tardó en intervenir, poniendo voz a sus propios pensamientos. ¿Por qué Juro iba a matar a su Kage? ¿Cuál era el contexto? ¿Y si le habían revertido el sello? Aunque, si lo hubiesen hecho, Juro no hubiese podido transformarse en la bestia que Kintsugi les había descrito.

Yui tiene razón, Kintsugi-dono. Hemos jurado proteger a los jinchūrikis con nuestra propia vida. En el momento no se nos ocurrió que uno de nuestros elegidos pudiese… traicionarnos. —Quizá habían pecado de ingenuos—. Pero no nos precipitemos. Shanise tiene razón, tenemos muchas preguntas y muy pocas respuestas. Quizá Kurama, en todo este tiempo, consiguió mejorar el sello de reversión. Además, ¿por qué iba a atacar Juro precisamente ahora? Si es que nos faltan datos…

Miró a Kintsugi. Miró a Yui. Y recordó cierta cosa que cierto ninja le había comentado hacía once meses.

Solo queda una persona que sepa con certeza lo que sucedió. Nada más volver a la Villa, se lo preguntaré. Preguntaré directamente a Juro… o al bijū, si es que controla su cuerpo.
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#8
Ya, pues no va a poder ser —cortó Yui, tajantemente—. Verás, es que firmé en un papel —agregó, desviando la mirada hacia la jōnin enmascarada que acompañaba al Uzukage—. Que protegería a este mocoso con mi vida. Y si no lo cumplo, pues mira, que me muero. Y no me apetece morirme.

Ah, sí, el contrato de sangre... —murmuró Kintsugi, recordando que el propio Kenzou también lo había firmado hacía un año. Ahora, con él muerto, ella era la única que se libraba de aquel trato.

En ese momento, y tal como hizo un año atrás, Shanise, la acompañante de Yui, tomó el turno de palabra.

Esperad. ¿Por qué iba Juro a matar a su Kage y a irse de la aldea? —cuestionó, y Kintsugi ladeó la cabeza hacia ella. No intervino, ni produjo un solo sonido, pero su presencia se volvió más amenazadora. No era para menos, aquellas preguntas, aquel cuestionario sin sentido sólo estaba mancillando la memoria del Tercero—. ¿En qué contexto acabó con Kenzou? ¿No estamos quizás ante el mismo caso que con Aotsuki Ayame? El sello podría haber sido revertido. Aunque... —Shanise se acarició el mentón y bajó la mirada—. No, eso es imposible. Si hubieran revertido el sello, el bijuu estaría atrapado en forma humana. Como lo estuvo el Gobi.

Yui tiene razón, Kintsugi-dono —intervino Hanabi—. Hemos jurado proteger a los jinchūrikis con nuestra propia vida. En el momento no se nos ocurrió que uno de nuestros elegidos pudiese… traicionarnos. Pero no nos precipitemos. Shanise tiene razón, tenemos muchas preguntas y muy pocas respuestas. Quizá Kurama, en todo este tiempo, consiguió mejorar el sello de reversión. Además, ¿por qué iba a atacar Juro precisamente ahora? Si es que nos faltan datos… —El Uzukahe intercambió las miradas entre ambas—. Solo queda una persona que sepa con certeza lo que sucedió. Nada más volver a la Villa, se lo preguntaré. Preguntaré directamente a Juro… o al bijū, si es que controla su cuerpo.

Los argumentos que esgrimían tanto Shanise como Hanabi eran muy similares a lo que le dijo Sasagani Yota en su día, pero sus palabras no consiguieron regresar a los recuerdos de Kintsugi en aquellos instantes (Carisma de Yota 20).

¿Es que acaso tenéis escondido a Juro en Uzushiogakure? —preguntó la Morikage, con peligrosa suavidad—. No era el bijū el que estaba manejando a nuestro jinchūriki, os lo puedo asegurar con rotundidad. Su aspecto y su voz seguían siendo los suyos.

»Todo esto ocurrió a raíz de que Juro regresara de una misión junto a un compañero. Según testimonio de ambos, fueron emboscados por un General durante el transcurso de dicha misión y Juro fue secuestrado. Al cabo de varias horas regresó por su propio pie, pero no le contó a nadie, ni siquiera a su compañero de misión, quién era ese General o cómo consiguió librarse de él y volver. Horas después, Juro va a hablar con su Kage y le obliga a sacrificarse a sí mismo para salvar la aldea de una destrucción masiva. Supongo que con esto os podréis imaginar, señores Kage, cuáles son las sospechas que estamos manejando ahora mismo.

Kintsugi miró directamente a Yui entonces.

No sé a qué viene tanta extrañeza. ¿No fue tu jinchūriki la que casi reventó medio estadio en Uzushiogakure durante los exámenes?

¡Son todos unos monstruos! —gritó la Inuzuka, dando una sonora palmada en la mesa.

Hana se abstuvo de volver a reñirla por su falta de decoro.
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#9
Yui levantó las cejas con sorpresa y se reclinó en el asiento cuando Hanabi aseguró que le preguntaría directamente a Juro, ¡o incluso al bijū! Aunque la realidad era bastante distinta a la que se hicieron todos los presentes aparte de la delegación de Uzushiogakure, lo cierto es que el Uzukage dio poca alternativa a pensar otra cosa. Entonces, desatada, Kintsugi inquirió. Y negó. Y explicó. Y luego, se dirigió a la jinchūriki de la Tormenta para, finalmente, cagarla estrepitosamente.

¡BAM! Las manos de Yui encima de la mesa. La Arashikage levantándose e inclinándose sobre la piedra para acercar su sonrisa de dientes afilados a la Morikage. Los ojos abiertos como platos, disfrutando del momento. De su momento.

Yui, por favor... —comenzó Shanise, pero era demasiado tarde.

Ay, qué fácil que era callarse la boca y pensar antes de hablar. Ay, pero qué fácil era detenerse a escuchar. ¿Saben? Uno de los mayores problemas a los que tenía que enfrentarse Yui día a día es que los demás insistían en no ser como ella. Ella prefería las cosas directas, y como tal, también las daba directas. Y los demás erre que erre a darle vueltas a sus palabras, inventando cosas que no había dicho.

Vamos a ver, novata, ¿me puedes explicar qué cojones te he dicho yo para que me recuerdes eso con tanto rintintín? —espetó—. Déjame que te vuelva a repetir el mensaje, alto y claro, porque parece que no lo has pillado: FIRMÉ. PROTEGER. A ESE. MOCOSO. Ya está. Yo no estoy dando refugio a nadie, y honestamente a mí y a Amegakure nos da igual que otros sí lo estén haciendo y que tú tengas un problema con ello, pero a nosotros NO NOS METAS.

»¿Que ese punto es un problema? ¡De puta madre, sólo quedamos vivos dos de los tres que firmamos ese pacto, y estamos aquí! Podemos romper el acuerdo y hacer otro nuevo si eso es lo mejor para la Alianza y para la paz. ¿Ese era otro punto del trato, no? ¡Pues se re-firma, y a tomar por culo!

»No me extraño de nada, Amegakure ha tenido muchos traidores, y a todos les hemos tratado con la misma contundencia —dijo—. ¿Quieres hacer lo mismo con los tuyos? No hay problema, se habla. ¡Yo estoy dispuesta a hablar todo si se dicen las cosas claras, faltaría más!

Yui se apartó el pelo de la cara, se sentó y volvió a dar una palmada a la mesa.

»Ahora bien, indirectitas, las justas. Sí, mi jinchūriki perdió el control. También condenamos a una cría a tener un monstruo en su interior como consecuencia de un pacto y porque no nos quedaba más remedio, ¿sabes? ¿Que a Kenzou lo ha matado su jinchūriki? Yo a Kenzou lo quería mucho, así que lo lamento, pero antes de hacer tus acusaciones, novata, recuerda:

»Kenzou selló a ese bijuu a espaldas del resto, traicionando al pacto que teníamos. Y parece ser que eso le ha acabado reventando en la cara.
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#10
Pero, ¿por quién le tomaba? ¿Cómo iba a tener a Juro escondido en Uzu? Quizá sus palabras podían dar pie al error y al malentendido, sí. Pero, ¡aún así! No obstante, no le dio tiempo ni a abrir la boca. La Morikage venía cargada de información. Información que procedió a presentar ante los dos Kages con la velocidad de un kunai silbando en el aire.

Hanabi memorizó toda aquella información, la registró en su cerebro, y trató de procesarla y desgranarla. Un General había ido al encuentro de Juro y le había secuestrado. ¿Habría tratado de convencer a su bijū de unirse a Kurama, como habían hecho con el de Datsue? ¿La diferencia era que el Siete Colas sí había aceptado? Pero, si lo había hecho, ¿por qué no revertir el sello? ¿O es que acaso Juro se había visto tentado por una misteriosa oferta? ¿Una cuyo pago era la muerte de Moyashi Kenzou?

No sé a qué viene tanta extrañeza. ¿No fue tu jinchūriki la que casi reventó medio estadio en Uzushiogakure durante los exámenes?

«Pero, ¿qué coño…? ¡¿Esta tipa no sabe con quién se está…?!»

¡BAM!

Ahí llegó. No tardó ni dos segundos, y la Arashikage ya le estaba espetando cosas en la cara. Quizá con demasiado ímpetu. Quizá sin ningún tipo de decoro. Pero nadie podía negar que lo que soltaba eran verdades como puños.

Tuvo que obligarse a intervenir para intentar rebajar la tensión en el ambiente.

Si hay que re-firmar el Pacto, se re-firma —coincidió con Yui. De haber estado en una situación más distendida, a Hanabi le hubiese hecho gracia eso: lo de estar de acuerdo con Yui. La situación era la que era, no obstante—. Y, Kintsugi-dono, por supuesto…

»Por supuesto que no tengo a Juro escondido en mi aldea —dijo, por aclarar y por distraer al mismo tiempo. La última frase que había vomitado Yui, por muy cierta que fuese, era dura y sangrante como la afilada punta de una katana en el fondo de un corazón—. Pero hace un tiempo, un shinobi mío, llamado Uchiha Datsue, creyó conveniente tras descubrirse la amenaza de Kurama que los tres Jinchūrikis debían tener una línea de comunicación permanente. Y por tanto, con el acuerdo de ambos, colocó en ellos una especie de sello-comunicador. Algo que les permite hablar como por un teléfono, a cualquier distancia, en cualquier momento.

»Por eso decía que podría hablar con él. A través de ese sello.

Y si aquella repentina revelación no conseguía distraer y calmar las aguas por unos momentos, entonces Hanabi no debía echarse la culpa: porque nada en este mundo lo hubiese hecho.
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#11
La Tormenta llegó, tan rápida e imprevista como un Monzón en verano. Yui estalló sus manos contra la mesa, levantándose en el proceso e inclinándose sobre la Morikage. Akazukin y Hana se tensaron en sus posiciones, incluso el lobo se alzó sobre sus patas. Pero Kintsugi, sin embargo no daba muestras de vacilación o temor, ni cuando fue llamada novata. Se mantenía estática como una estatua, esperando a la líder de Amegakure terminara con aquel discurso completamente sacado de contexto.

Mis disculpas, creo que ha habido un pequeño malentendido aquí. He debido expresarme mal. Aunque las palabras de Uzukage-dono daban lugar a confusión, la verdad... —habló Kintsugi, sólo una vez hubo pasado la tempestad y volvió a tener el turno de palabra—. En ningún momento he querido plantear siquiera la posibilidad de que rompiérais el pacto, poniendo así en riesgo vuestras vidas, Yui-dono. Yo misma estuve presente aquí el día que lo firmastéis, y estoy al tanto de sus condiciones. Lo que estaba planteando al respecto de los jinchūriki, es que viendo los antecedentes que presentan, ¿qué garantías tenéis de que los vuestros no os hagan los mismo? Esas bestias son sumamente peligrosas. Haríamos mejor erradicándolas del mapa que protegiéndolas. ¿Cómo se llama ese lugar que tenéis en el País de la Tormenta?

La Ciudad Fantasma... —Escupió Akatsukin, llena de odio.

Kintsugi asintió.

La Ciudad Fantasma... Si un sólo bijū es capaz de hacer algo así, no me quiero ni imaginar de lo que serían capaces los nueve en su conjunto. Y tanto Juro como vuestros jinchūriki son la prueba fehaciente de que la destrucción los persigue: una grada, un Kage... ¿Qué será lo próximo?
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#12
Hanabi, conciliador, estuvo de acuerdo con Yui en re-firmar el Pacto si hacía falta, y concretó que no era que tuviera a Juro en su propia aldea, sino que Uchiha Datsue tenía, cómo no, un sello comunicador también colocado en el muchacho para poder comunicarse a distancia con él. «Si yo fuera Kintsugi, te exigiría usarlo para tenderle una emboscada», pensó Yui, siempre sonriente, mirando al Uzukage.

Vaya, vaya —rio Yui—. No sé por qué pasamos cables por debajo de todo el puto continente, si Datsue-kun tiene sellos puestos en la nuca de todos los shinobi relevantes, ¿eh, Hanabi? ¿Quizás deberíamos haberle pedido que nos pusiera uno para hablar entre nosotros tres?

Kintsugi indicó que los otros dos Kages habían malinterpretado sus palabras, pero volvió a enfangarse hasta las rodillas sugiriendo la erradicación de las bestias. Y lo peor es que volvió a citar al País de la Tormenta para usarlo de ejemplo. Y a Yui ya se le estaban hinchando las pelotas. O se le habrían hinchado, si las hubiera tenido. Ya me entendéis.

Lo próximo será tu cabeza en una pica como vuelvas a sugerir tocarle un sólo pelo de la cabeza a Aotsuki Ayame —escupió Yui. Shanise y Kurozuchi se tensaron a su lado—. Dices que no quieres que rompamos el pacto de la Alianza, pero hablas de erradicar del mapa a los bijū, lo que pasa sí o sí por dañar a mi jinchūriki. Y además, ya que tratas el tema de la Ciudad Fantasma, lo único que conseguirías matando a los bijū es que cuando vuelvan a renacer estén todavía más emputados y destruyan otra ciudad distinta. ¿Queréis eso para Tane-Shigai, eh?

Oh, muchas cosas habían cambiado desde la última reunión, de eso no cabía duda. Y además, una sustancial desde hacía tan poco como una semana: Yui sabía que había un bijū libre en su villa, si bien dentro de Ayame. Se había enfrentado cara a cara con ella, y había conseguido dejar a la Arashikage en evidencia. Llevaba meses sin causar ningún problema y lo peor: por su cuenta propia. Se sorprendió a sí misma estando en mejores términos con esa Kokuō que con la mujer que tenía delante. A la muy puta le gustaba meterse donde no le llamaban.

»Ah, y hazme un favor, ponle un bozal a tu perra.

Kurozuchi se llevó una mano a la frente. «Esto no va a salir bien...»
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#13
Quizá, en otro momento, en otras circunstancias, Hanabi hubiese respondido con un comentario jocoso ante la sugerencia de Yui de conectarse los tres por el sello de Datsue. Con Yui al menos —tras la borrachera que le había dejado jaquecas por tres días— empezaba a sentir que tenía la suficiente confianza como para soltar una broma de cuando en cuando. Pero no era el momento, no. Y Kintsugi pronto se lo hizo recordar.

Hanabi, que hasta ese momento había tenido el sombrero de Kage colgando del cuello, tras la nuca, se deshizo el nudo y lo colocó en la mesa. Hacía un frío de mil demonios, pero tenía calor. Su corazón bombeaba, angustiado, por lo mal que se estaba empezando aquella reunión. Por la creciente discusión entre Kintsugi y Yui. Y, qué cojones…

… porque no le gustaba en absoluto lo que estaba escuchando de la Morikage. Lo que estaba sugiriendo.

Nuevamente fue la Tormenta quien dejó caer los primeros rayos. Implacable, salvaje e impredecible como el lugar donde caerá el próximo relámpago. Pero, tenía que admitir de nuevo, con la jodida verdad por delante. Quizá llamando perra a Akazukin se había pasado un poco. Seguramente.

Hanabi se llevó una mano al rostro y dejó escapar un largo suspiro. Aquello era ya imposible de reconducir. Pero, ¿acaso tenía otra opción que la de intentarlo? No con todo lo que se jugaban. No con todo lo que se les iba a echar encima.

Kintsugi-dono, por favor… —empezó, tratando de apaciguar las aguas nuevamente—. Entiendo tu dolor, de verdad que sí. Pero, tengo que decirte también, dicho dolor te está cegando. ¿Es que no te das cuenta de lo que nos estás pidiendo? ¿Qué matemos a uno de nuestros propios ninjas?

Aquello era inadmisible.

Mira, Datsue cometió muchos errores en el pasado, sí. Matar a un Kage no fue uno de ellos, por cierto —quiso remarcar, ante la indirecta de Kintsugi—. Pero ahora ha aprendido de ellos, y ahora, ahora es mi shinobi.

»Y con Aotsuki Ayame coincidí poco, pero lo poco que lo hice me dejó claro que es una kunoichi valiente —porque la valentía no solo se medía por saltar a pecho descubierto al corazón de un incendio, sino también por tener la entereza de reconocer un error, y de saber pedir perdón aún cuando te podía costar la reprimenda de tu Arashikage. En opinión de Hanabi, esa era la mayor valentía de todas, y también la más difícil de encontrar—, de buen corazón, y que haría lo que fuese por proteger a los suyos. Por todos los santos, ¡si hasta hace nada me salvó la vida! ¡Ella y Datsue, esos que quieres erradicar, me salvaron la vida contra un General! ¡De ser por ellos yo ni siquiera estaría aquí!

«Por favor, Kintsugi, ¡abre los ojos!»

No, esto está fuera de toda discusión. Y el único motivo por el que estoy dando explicaciones no es para justificarme, sino para que abras los ojos. ¿No te das cuenta que no puedes condenar a todos por los crímenes de uno? ¡Eso sería como erradicar a todo un clan porque uno de ellos, solo uno, te la jugó!
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#14
Lo próximo será tu cabeza en una pica como vuelvas a sugerir tocarle un sólo pelo de la cabeza a Aotsuki Ayame —escupió Yui—. Dices que no quieres que rompamos el pacto de la Alianza —Kintsugi no había afirmado tal cosa, pero no la contradijo—, pero hablas de erradicar del mapa a los bijū, lo que pasa sí o sí por dañar a mi jinchūriki. Y además, ya que tratas el tema de la Ciudad Fantasma, lo único que conseguirías matando a los bijū es que cuando vuelvan a renacer estén todavía más emputados y destruyan otra ciudad distinta. ¿Queréis eso para Tane-Shigai, eh? Ah, y hazme un favor, ponle un bozal a tu perra.

El lobo comenzó a gruñir, con el pelo del lomo erizado.

¡¿A QUIÉN LLAMAS PER...?! —aulló Kintsugi, pero la Morikage le dirigió una penetrante mirada que la congeló en el sitio.

Por favor, no pasemos a los improperios. Aquí nadie ha insultado a nadie, Yui-dono. Pido respeto para mis acompañantes. Y pido disculpas por la lengua suelta de mi kunoichi. Sólo es algo... impulsiva.

Kintsugi-dono, por favor… —intervino el Uzukage, tan conciliador como se podía en aquella situación—. Entiendo tu dolor, de verdad que sí. Pero, tengo que decirte también, dicho dolor te está cegando. ¿Es que no te das cuenta de lo que nos estás pidiendo? ¿Qué matemos a uno de nuestros propios ninjas? Mira, Datsue cometió muchos errores en el pasado, sí. Matar a un Kage no fue uno de ellos, por cierto. Pero ahora ha aprendido de ellos, y ahora, ahora es mi shinobi. Y con Aotsuki Ayame coincidí poco, pero lo poco que lo hice me dejó claro que es una kunoichi valiente, de buen corazón, y que haría lo que fuese por proteger a los suyos. Por todos los santos, ¡si hasta hace nada me salvó la vida! ¡Ella y Datsue, esos que quieres erradicar, me salvaron la vida contra un General! ¡De ser por ellos yo ni siquiera estaría aquí! No, esto está fuera de toda discusión. Y el único motivo por el que estoy dando explicaciones no es para justificarme, sino para que abras los ojos. ¿No te das cuenta que no puedes condenar a todos por los crímenes de uno? ¡Eso sería como erradicar a todo un clan porque uno de ellos, solo uno, te la jugó!

Kintsugi se mantuvo algunos segundos en silencio, pensativa.

Juro también parecía un buen chico. Callado, calmado, amable... Nunca se había metido en líos, ni llamó demasiado la atención. Es más, fue ascendido directamente a jōnin por su actuación en el examen de chūnin. Un shinobi ejemplar. El orgullo de Kusagakure, su Guardián —casi escupió aquella palabra—. Y de repente, de la noche a la mañana, se transforma en una bestia, casi arrasa Kusagakure, asesina a su Kage y se convierte en el ninja más buscado por la aldea. Por encima incluso de Yubiwa. Ustedes mismos se han extrañado cuando han visto su rostro. No se dejen llevar por las apariencias, Kage. Los bijū nunca cambiarán, sólo están esperando el momento adecuando, escondidos dentro de sus recipientes.

»Si erradicarlos no es la mejor solución, quizás, lo mejor sería sellarlos en vasijas y después encerrarlos en lo más profundo de las montañas, o en lo más recóndito de los desiertos del País del Viento, o en lo más profundo de los océanos; donde no puedan escapar, ni nadie pueda encontrarlos jamás.
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#15
Con tantos elogios a Ayame, casi pareciera que era kunoichi de Uzushiogakure. Para gozo y regocijo de la Arashikage, no era así, y buceó en las palabras de Hanabi alegremente. Las saboreó, cuando escuchó, una vez más, que una de sus kunoichi le salvó la vida. Se alegró por saber que el Uzukage estaba de acuerdo con ella, aunque le sorprendió que él también tuviera un punto de vista tan... favorable a los bijuu. Eso no supo por qué, pero le mosqueaba. ¿Qué había pasado ahí?

Por supuesto, ya llegó Kintsugi a romper la magia.

Yui escuchó a la Morikage con atención, ahora que ya había dejado de insistir en usar a Aotsuki Ayame como ejemplo. Kintsugi era una mujer tranquila, pero a cada palabra más que salía de sus labios exudaba una gota más de odio. El vaso volcó al final, revelando todo el rencor que había dentro.

Ah, pero Yui ahí sí que la comprendía muy bien. Alguien había matado a su antecesor en el puesto, ¿y qué había hecho ella?

«Asesinarlo. Asesinar a su familia. Asesinar a sus amigos. Asesinar a sus conocidos. Justicia. Reparación. Eso es lo que busca, y no se detendrá hasta que lo consiga.»

Hasta ella, una mujer tan impulsiva, la jinchūriki de la Tormenta, era capaz de ponerse en el lugar de otros.

Y ese... ese era el problema.

Recorre ese camino, y encontrarás un alivio momentáneo —dijo, seria—. Cuando esos bijū escapen de su prisión, y que no te quepa duda que algún día escaparán... se tomarán su represalia. Y entonces tendrás muchas ciudades fantasma de las que preocuparte.

»Ellos tienen mil vidas, y los humanos, sólo una. Con tu vida haz lo que te salga del coño. Pero con la de mi gente, no se juega. No quiero que uno de esos bichos, emputadísimo, arrase con mi País. Así que si tengo que impedir con mis propias manos que te pongas a cazar monstruos como en un puto cómic de acción...

«Joder, Ayame, mira lo que has hecho.»

»...lo haré. ¿Quieres que te ayude a ajusticiar a un traidor? Hablas en mi idioma. ¿Vienes aquí a contarnos nosequé de ponernos a encerrar y esconder bijū? Que te follen.
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