Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Las palabras cayeron como cuchillas sobre Zaide. La sonrisa se congeló en sus labios y los músculos se le tensaron peligrosamente. Por un momento parecía un tigre a punto de abalanzarse sobre sus presas. Pero, quizás afortunadamente para todos, se contuvo a tiempo.
—¿Justificarme? ¿Convenceros? —bramó, enardecido—. ¿Quién te piensas que soy, huh? ¿Uno de tus adoctrinados ninjas?
»¿Sabéis lo que fue una barbarie, Kages? La Guerra de los Mil Años. Y la que siguió a esta, cuando el Ninshuu se convirtió en Ninjutsu. Y la que siguió a esta, cuando Kages de otros tiempos descubrieron a los bijū. ¿Sabéis que tuvieron en común todas estas guerras? Daimyōs. Gente que se creía con el derecho de poseer tierras porque… Bueno, ¿por qué era exactamente? Quizá las guerras terminaron hace años, pero yo sigo viendo barbaries día a día. En cada callejuela de Notsuba, críos mendigando por un trozo de pan mientras los Kurawa vomitan caviar tras el enésimo banquete que se han pegado en el día.
—¿Por qué? —repetía el shinobi de Uzushiogakure, que parecía estar más concentrado en su espada rota que en lo que estaba ocurriendo a su alrededor.
—Sí, ¿por qué? ¿Por qué ellos tienen tanto y el resto tan poco? ¿Por qué estamos obligados a pagarles y obedecerles? ¿Por qué cojones se supone que yo tengo que hincar la rodilla ante un tío cuyo único logro en la vida ha sido nacer? Me habláis de civiles, cuando sois vosotros los primeros en olvidarlos. Nunca tuvieron voz, nunca tuvieron voto. ¿Que abra los ojos, Kaido? —añadió, respondiendo al que antes había sido su compañero—. No, ábrelos tú. Yo sé muy bien en qué me he convertido. El Uzukage tiene razón, no hay palabras de miel que lo cambien. No soy un héroe. Nunca lo he sido. Y a partir de hoy lo que soy es… un genocida —soltó, como si tuviese bilis en la garganta—. También un regicida. Sí, esa es mi nueva profesión. Hoy me he ganado el pan, han caído unos cuantos. Lástima que pronto los herederos reclamen sus sombreros, ¿huh? Pues que sepan una cosa: voy a matarles también. A ellos, a los herederos que vengan después, ¡y a cualquiera que ose ponerse ese sombrero de mierda sobre su cabeza! Sé que vendréis a por nosotros. Sé que no moriré de viejo. Pero sabed vosotros también una cosa: seguid siendo el escudo de los Daimyōs, seguid intentando protegerles, y esto , se convertirá en vuestras villas.
En aquella ocasión fue Kintsugi la que apretó los puños. Pero antes de que pudiera decir nada al respecto, Hanabi se adelantó.
—¡¡ERES UN IMBÉCIL Y UN NECIO!! —se había reincorporado, pese a la severidad de la herida de su brazo. Esquivó a su propio shinobi, acercándose peligrosamente a Zaide. Demasiado peligrosamente, para gusto de Kintsugi—. ¿¡Crees que le has hecho un puto favor al mundo con esto, desgraciado!? ¿¡Crees que nadie más que tú ha pensado en los problemas estructurales de la sociedad!? ¿¡Te crees el único visionario aquí!? ¡¡Pues te diré lo que eres!! ¡¡ERES UN PUTO NECIO!! ¡¡UN EGOÍSTA!! ¡¡ESTA GENTE TENÍA FAMILIAS!! ¡¡ALGUNOS HAN ESTADO AHORRANDO TODO EL AÑO PARA VENIR AQUÍ!! ¡¡YO ASCENDÍ A KAGE DESDE UNA FAMILIA HUMILDE, Y TUVE QUE LUCHAR CONTRA VIENTO Y MAREA!! ¡Eres un necio! ¡Eres un necio! ¡Has matado a la única persona que podía ayudarme a traer el futuro, el progreso al País de la Espiral! ¡Ahora... has condenado a mi país a muerte, a muerte y a más muerte!
—Uzukage-dono, por favor cálmese. No es lícito que alguien de su status pierda los nervios de esa manera —le recriminó la Morikage—. No se deje arrastrar por su lengua de plata.
Porque el Carisma de aquel hombre era avasallador como poco. Pero la Morikage ya se había enfrentado a charlatanes como aquellos, y no pensaba doblegarse ante el poder de su voz. Jamás lo había hecho, y ahora no sería el momento que lo hiciera. Ella tenía Voluntad para todo eso, y más.
—Pero ya da igual. Podríamos habernos entendido, pero ya no. Ya no. Alguien capaz de esto no se merece ni un ápice de respeto. Ahora, lárgate. ¿Cuánto tiempo más puedes mantenerlo?
«¿Mantenerlo? ¿A qué se refiere?»
—Es otro clon.
Kintugi lanzó un profundo suspiro al aire.
—Ya no sé ni por qué me sorprendo. ¿Qué otra cosa podíamos esperar de los valientes Dragones?
Pero el shinobi de Uzushiogakure tampoco se iba a quedar con la boca cerrada, aunque su voz no sonó, ni de lejos, tan potente como la del Uzukage.
—¿Os creéis mejor que los Daimyōs? Hablas de barbaries pero mira a tu alrededor. ¿Que crees que es lo que habéis hecho hoy aquí? ¿Justicia divina? No. Algo peor que las barbaries de las que hablas. Mira de nuevo a tu alrededor ¿De que le sirve a un pueblo de cadáveres que elimineis a los Daimyōs? ¿Que harán los mendigos de Notsuba cuando salgan de la pobreza gracias a vuestros actos?¿Gastar el dinero en enterrar a sus familias que vosotros habéis masacrado? ¿Que los Damyōs se creen en el derecho de reclamar tierras sin razón? ¿Que su único logro ha sido nacer? ¿Y vosotros? Gente que se cree con derecho a decidir quien vive y quien muere porque...Bueno. ¿por que será exactamente? —añadió, imitando las palabras del Uchiha. Aunque, lamentablemente, sonó como un niño cuando le intenta responder a un adulto—. Ah, si. Por que no sois genocidas, ni regicidas. Sois monstruos. Monstruos que asesinan indiscriminadamente. Puedes mentirte a ti mismo todo lo que quieras, pero mira como bajas aquí a decir que hoy te has ganado el pan haciendo bien tu trabajo, regodeandote de la masacre que habéis causado, llamándote genocida y sintiéndote orgulloso de matar a miles de personas que nada tenían que ver con el objetivo del que hablas. Llámate como quieras. Pero los huérfanos, las viudas y viudos, los mutilados y heridos de gravedad. Todo el que ha quedado vivo hoy aquí sabe la verdad. Que no sois mas que monstruos sedientos de sangre.
—Monstruos. Como el mismo monstruo que estuvo a punto de destruir nuestra preciada aldea, obligando a Sandaime Morikage a sacrificarse para salvarla. La verdad, mirando a mi alrededor, ahora mismo me cuesta diferenciar a esas bestias con colas de lo que habéis hecho vosotros ahora mismo. Os habéis ganado la enemistad de todo Ōnindo, de shinobi y de civiles y dad por hecho que vuestras caras empapelarán ahora todas y cada una de las calles. Todos sabrán lo que habéis hecho, y todos os perseguirán hasta alcanzar sus respectivas venganzas. No tendréis asilo ni refugio alguno donde esconderos, Lagartijas —siseó la Morikage—. Pero pongamos que tenéis razón y que vuestras acciones están llenas de nobleza hacia el pueblo: Le tenéis rabia a los Daimyō porque gobiernan desde la cuna. Bien, ¿proponéis otro sistema de gobierno? ¿Creéis que la pobreza y las injusticias en el mundo terminarán sólo por eso? Porque, déjame aconsejarte algo, y en Kusagakure lo sabemos muy bien: la democracia tampoco funciona.
Kintsugi alzó los hombros en un profundo suspiro y ladeó la cabeza, de forma que su coleta resbaló por su hombro.
—Por cierto, algo que no termino de entender es cómo encaja en vuestra utopía ese negocio vuestro de... ¿cómo era? ¿Omoide? ¿Pretendéis liberar al pueblo subyugándolo a las drogas?
Los gritos del Uzukage le obligaron a fijar la mirada en él. La ola de calor que emanaba de aquel hombre le golpeó el pecho y le robó el aliento por unos instantes. El aire se volvió asfixiante y ardiente, como si se encontrasen en la cima del Volcán de la Lengua Ígnea. Zaide había estado en ella, de hecho, y juraría que hasta se respiraba mejor allí. El chakra de aquel hombre brillaba con tal intensidad que incluso igualaba a Ryū. No, hasta le hacía sombra. Ryū era un sol gigantesco, sí, y llegaba a ser más grande que el propio sol que era Hanabi, pero la luz que irradiaba este último era más potente. Más cegadora.
Akame no había exagerado.
Imbécil. Necio. Desgraciado. Egoísta. Aquellos no eran insultos, sino verdades que Zaide tenía asumido desde hacía mucho tiempo. Algunas las sobrellevaba mejor que otras. Ahora, ¿que él había matado a la única persona que podía ayudar al Uzukage a traer el progreso? Habían matado a muchos aquel día, a demasiados. Pero el Uzukage solo podía tener la certeza de identificar la muerte de unos pocos muy concretos. Al menos, en aquel instante.
«Tiene que ser una maldita broma», pensó, incrédulo. ¿Acaso se refería a un Daimyō? ¿A un puto Daimyō? Si no fuese porque la culpa y el remordimiento por los inocentes muertos le atenazaban todavía la garganta, se hubiese carcajeado en aquel preciso momento. Que un Kage hablase de progreso ya era inaudito, pero tener el valor de añadir en la ecuación a un Daimyō ya lo volvía un mal chiste. Una provocación, incluso. Un jodido insulto.
Segundos después, Zaide descubrió que lo que Kaido había susurrado al Uzukage antes era la revelación de su verdadero ser. O, al menos, una aproximación bastante buena.
Kintsugi hizo una breve intervención, llamándoles dragones cobardes.
—Si cuatro tipos que ponen en jaque a los tres grandes Kages —dijo con retintín— y a sus mejores ninjas son cobardes, no me quiero imaginar qué será del resto. —Pero enseguida centró su atención en Hanabi—. Así que tú y tu querida persona misteriosa habríais traído el cambio a Ōnindo, ¿huh? Pacíficamente, supongo. Oh, ya visualizo a los Daimyōs cediendo amablemente sus sombreros porque vosotros dos se lo pidáis gentilmente. A Umigarasu el primero —Rodó los ojos. Quizá él y Hanabi se pareciesen en una cosa, después de todo—. ¿Podíamos habernos entendido, Kage? Del mismo modo en que te entendiste con Akame, ¿imagino? —torció la boca en una especie de mueca parecida a una sonrisa—. No, gracias.
Al chico-bomba poco le podía decir. Había escuchado su discurso con atención, pues sabía que aunque no tenía el don de la palabra, podía tener algo valioso que decir. Fue un error.
—Hablarme de derecho a matar cuando vosotros los ninjas sois los primeros en ejecutar a quien sea cuando un superior al que ni conocéis os lo ordena —soltó con desprecio—, es un chiste. Uno muy malo.
Luego torció el ojo hacia la Morikage, cada vez menos capaz de disimular la rabia que le estaba corroyendo por dentro.
—No, lo que no funcionó fue la democracia de los ninjas. La del pueblo está por ver —replicó, muy serio. Había oído hablar de la historia de Kusagakure por algún renegado, pero a su parecer eso no demostraba nada. Solo que lo habían aplicado mal—. Forrad a Ōnindo entero con nuestras caras si queréis, me importa una mierda. Podéis tener el poder, podéis tener los números, ¿pero dónde lanzaréis el golpe? Sabéis donde estamos hoy, ¿pero y mañana? ¿Y dentro de una semana? ¿Y en un mes? Estáis tan ciegos como Uchiha Datsue en la niebla. Yo en cambio soy más como Hyūga Daruu —dijo, señalándose el ojo blanco. El ojo ciego—. Quizá no tan robusto, quizá no tan potente, pero, ah, sé exactamente dónde estaréis. Mañana. Pasado. Dentro de una semana. De dos. La mayor parte del año, incluso. Y no importa qué tan altas sean vuestras murallas, ni qué tan fuertes vuestras defensas, porque podré aparecerme directamente dentro. —Vaya, ¡en eso también era igual al Hyūga! Centró la mirada en Hanabi y le guiñó un ojo—. Ya sabes gracias a quién. Proteged a los Daimyōs y los responsables de la siguiente masacre seréis vosotros.
Estaban advertidos, y Kaido sabía que sus avisos no eran en vano. Silbó, y una nube de humo blanca surgió en el cielo por unos instantes. Viento Blanco había desaparecido. Hora de irse. Dudaba que ninguno de ellos —Zaide el que menos— siguiese resistiendo la tentación de lanzarse al ataque, y seguir discutiendo no llevaría a ningún lugar.
Hanabi tenía razón en eso: el tiempo para hablar ya había pasado.
—Uzukage, Morikage, chico-bomba, un placer conocerles. Kaido… Oh, espera, Kaido —se llevó una mano a la sien, como si le doliese—. Creo que… Creo que veo la luz. Sí, sí, ahora lo entiendo. Todo fue culpa del sello. ¡Lo juro! ¡El sello me obligó! —dijo, con voz fingidamente dolida. Le dedicó una sonrisa socarrona—. A Yui se la podrás colar, pero tú y yo sabemos la verdad. Nos vemos esta noche, Tiburón. O mañana, según salgan las cosas. Hasta entonces, pórtate bien, ¿huh?
Y el cuerpo de Uchiha Zaide se fue volviendo más y más transparente hasta desaparecer como si no hubiese sido más que un mero espejismo. Una ilusión.
El ataque de Dragón Rojo había terminado. Con el objetivo conseguido, pero perdiendo al pueblo y a uno de sus más fuertes Ryūtōs en el proceso. A la mente de Zaide acudió la leyenda de un antiguo líder de clan, que por quince años había ganado todas y cada una de sus batallas…
… y aún así había perdido la guerra. Se preguntó si no compartirían destino. Se preguntó si aquella pírrica victoria no camuflaba en realidad el mayor fracaso de su vida. Se preguntó si Hanabi, Kintsugi y el chico-bomba habían estado acertados en una cosa.
¿Era él un monstruo?
¿Merecía morir?
Se dio cuenta que todas aquellas preguntas podían ser respondidas con la misma palabra, y no supo cómo afrontar ese golpe de realidad.
23/07/2020, 23:59 (Última modificación: 24/07/2020, 00:00 por Amedama Daruu.)
El chakra de Hanabi brilló un instante más. Incluso Reiji, frente a él, sintió el calor casi abrasador en su espalda. Pero se detuvo. Se detuvo cuando todo acabó, y se hizo un extraño silencio.
«No a Oonindo. Al País de la Espiral. Sólo servimos a nuestro país. Las ínfulas de grandeza nunca traen nada bueno. Nunca...»
El Uzukage sintió un súbito mareo. Estuvo a punto de desfallecer.
—Argh... Reiji. Busca un ninja médico. En cuanto pueda moverme, nos largaremos de aquí. De vuelta a casa.
»¡Morikage-dono! ¡Tendrás tu reunión! Pero me temo que tendremos que hablarlo con Yui. ¿Dónde se ha metido esa mujer?
Giró la vista hacia Kaido.
»Umikiba. Las palabras de ese hombre... —Hanabi entrecerró peligrosamente los ojos.
Alguien se abrió paso a través de la grada, asqueado ante la imagen terrorífica, casi postapocalíptica que mostraba el estadio. Consciente de que algunas miradas empezaban a clavarse en él, concretamente en algún punto por encima de su cabeza. Llegado un momento, había adelantado a su compañero. El corazón le latía a mil por hora.
Se plantó delante de un viejo amigo, y pronunció su nombre.
—Kaido.
La voz sonó rota, triste, pero al mismo tiempo esperanzada. Era la voz de un muchacho que luchaba por no llorar. Era la voz de alguien que le echaba de menos.
Umikiba Kaido agachó la cabeza, agobiado por las palabras de Zaide. Mantuvo los ojos clavados al suelo mientras le daba vueltas al asunto. ¿Y si tenía razón? ¿Y si...
Alzó la vista y trató de mantenerla bien puesta en Hanabi. Le era condenadamente difícil, pero no era tiempo de mostrar sus flaquezas. No cuando seguía librando una lucha interna entre el bien y el mal, esa que podía perder en cualquier momento, y en la que solo había tomado ventaja gracias a Amekoro Yui. Sin ella allí presente, todo era muy incierto. Su voluntad, lo quisiera o no, seguía siendo frágil como un espejo, y el sello era ventarrón que buscaba romperlo.
»Umikiba. Las palabras de ese hombre...
—No le voy a mentir, Uzukage. Después de todo lo que ha pasado, no le puedo asegurar nada. Ahora mismo no confiaría ni en mi propia sombra —dijo. Luego empezó a rebuscar algo en su portaobjetos. Eran unas esposas supresoras de chakra. Se ancló la primera en una de sus muñecas—. lo mejor será que me tengan en custodia hasta saber qué está pasando conmigo. Yui-sama se fue hacia all...
—Kaido —el mundo se le vino encima, con aquella voz atizándole a la espalda. Kaido se viró con temor y vergüenza a partes iguales, sabiendo de quién se trataba. Le miró, en silencio... y terminó de ponerse a sí mismo el grillete que faltaba. Kaido sonrió. Ver a Daruu con aquél sombrero —ese mismo que llevaba Yui cuando le ayudó a salir del control del sello—. le alumbró un poquito su oscuro corazón. Al menos ellos habían hecho las cosas bien. Al menos alguien había sido un buen hijo de la Tormenta.
—Daruu —dijo. Su voz era también triste como la de su amigo, con matices de arrepentimiento—. qué bueno verte, viejo amigo —miró el sombrero y pensó en Yui—. ¿ella está bien?
Pero Zaide volvió a revolverse, como un perro rabioso. Contestó a todas y cada una de las acusaciones que se le fueron lanzadas con la maestría de un danzarín, y ni siquiera el fuego de Hanabi pudo hacer nada por sofocarlo.
—No, lo que no funcionó fue la democracia de los ninjas. La del pueblo está por ver —le replicó a Kintsugi, y la mujer no pudo sino alzar una ceja, con un escepticismo nada disimulado.
«¿Oh? ¿Ahora también queréis anular a los ninja, ese es vuestro siguiente paso, después de los Daimyō?»
—Forrad a Ōnindo entero con nuestras caras si queréis, me importa una mierda. Podéis tener el poder, podéis tener los números, ¿pero dónde lanzaréis el golpe? Sabéis donde estamos hoy, ¿pero y mañana? ¿Y dentro de una semana? ¿Y en un mes? Estáis tan ciegos como Uchiha Datsue en la niebla. Yo en cambio soy más como Hyūga Daruu —interpeló, señalándose el ojo ciego—. Quizá no tan robusto, quizá no tan potente, pero, ah, sé exactamente dónde estaréis. Mañana. Pasado. Dentro de una semana. De dos. La mayor parte del año, incluso. Y no importa qué tan altas sean vuestras murallas, ni qué tan fuertes vuestras defensas, porque podré aparecerme directamente dentro —añadió, mirando directamente a Hanabi, al que le guiñó un ojo con una descarada complicidad—. Ya sabes gracias a quién. Proteged a los Daimyōs y los responsables de la siguiente masacre seréis vosotros.
Con las declaraciones hechas, Zaide silbó y el águila en el cielo desapareció con una nube de humo.
—Uzukage, Morikage, chico-bomba, un placer conocerles. Kaido… Oh, espera, Kaido —agregó, dirigiéndose al Dragón Azul—. Creo que… Creo que veo la luz. Sí, sí, ahora lo entiendo. Todo fue culpa del sello. ¡Lo juro! ¡El sello me obligó! —Se burló, con una sonrisa socarrona—. A Yui se la podrás colar, pero tú y yo sabemos la verdad. Nos vemos esta noche, Tiburón. O mañana, según salgan las cosas. Hasta entonces, pórtate bien, ¿huh?
Y, antes de que nadie pudiera hacer nada al respecto, Uchiha Zaide se desvaneció como si nunca hubiese estado allí. Y se quedaron a solas en un estadio derruido e inundado por decenas de gritos de dolor, llantos y lamentos, como si todo lo que hubiese ocurrido allí no hubiese sido más que el fruto de una terrible pesadilla.
Pero no lo era.
Y Kintsugi lo sabía bien. Ella había vivido en primera persona una escena similar; aunque, afortunadamente para todos, con muchos menos muertos.
«Gracias a usted, Kenzou-sama...» Suspiró.
Fue la voz de Hanabi, pidiéndole a Reiji que buscara un médico, la que la sacó de sus cavilaciones.
—¡Morikage-dono! ¡Tendrás tu reunión! Pero me temo que tendremos que hablarlo con Yui. ¿Dónde se ha metido esa mujer?
—Más vale que sea más pronto que tarde, Uzukage-dono. Los Dragones apremian, y no hay un momento que perder —respondió—. Pero, hasta que Arashikage-dono vuelva, ¿qué hacemos con él? —agregó, señalando a Kaido con la cabeza—. ¿De verdad podemos fiarnos? Ya has escuchado a Zaide...
Hanabi se volvió hacia Kaido.
—Umikiba. Las palabras de ese hombre...
—No le voy a mentir, Uzukage. Después de todo lo que ha pasado, no le puedo asegurar nada. Ahora mismo no confiaría ni en mi propia sombra —respondió el aludido, buscando algo en su portaobjetos. Para sorpresa de los allí presentes, sacó unas esposas supresoras de chakra y se cerró la primera de las anillas en torno a una de sus muñecas—. Lo mejor será que me tengan en custodia hasta saber qué está pasando conmigo. Yui-sama se fue hacia all...
Pero justo en ese momento, dos personas más se abrieron paso a través de las gradas. Amedama Daruu y Uchiha Datsue, los dos shinobi que se habían enfrentado en la final del torneo. Los dos Amejin se reencontraron en un emotivo encuentro. Pero no había tiempo para las sensibilidades.
—Coincido con Kaido, Hanabi-dono. Deberíamos mantenerlo bajo custodia, al menos hasta que demos con Yui-dono. Es un shinobi de Amegakure, pero también ha sido un Dragón Rojo. Y ninguno de nosotros sabemos a lo que se refería Zaide con ese futuro encuentro. ¿No? —agregó, mirando directamente a Kaido, que acababa de cerrarse la segunda argolla en la otra muñeca.
«No sirve. No es suficiente. Aún tiene pies para correr.» Meditó la Morikage, con los labios fruncidos.
24/07/2020, 16:29 (Última modificación: 24/07/2020, 16:30 por Amedama Daruu. Editado 1 vez en total.)
Pero Amedama Daruu se adelantó y se interpuso entre su amigo Kaido —que aparentemente se había colocado las esposas supresoras a sí mismo— y los dos kage. Observando a Kintsugi bajo la larga sombra del sombrero de Arashikage, la miró a los ojos. A través de aquella máscara de mariposa que siempre llevaba puesta.
—No —sentenció, tajante. Pero la verdad es que la voz sonó inquieta. Le temblaba todo el cuerpo. Al mismo tiempo, se llenó de una extraña adrenalina—. Amekoro Yui es la nueva Señora Feudal del País de la Tormenta. Se ha ido a Amegakure con Ayame para salvaguardarla y para pensar sobre la muerte de su hermano. Me ha legado este sombrero y sus instrucciones temporalmente, hasta que elija un nuevo Arashikage. Ahora yo... yo... estoy al mando, ¿supongo? —Desvió la mirada al suelo. Nunca se había sentido a gusto ante la mirada atenta del resto. «¿Y no te habías parado a pensar que un Arashikage las tendría todas encima, a todas horas, imbécil?»
»Eso significa que Umikiba Kaido está bajo mi mandato. Kaido es uno de los nuestros, Morikage-dono. —Daruu miró a Kaido y asintió—. Espera aquí un momento, compañero. —Le puso una mano en el hombro y corrió hacia el muro de tierra de Kintsugi. Subió por sus paredes, plantó ambos pies y...
...y...
Joder, cómo le costaba aquello.
»¡¡SHINOBI DE AMEGAKURE!! ¡¡AMEKORO YUI ME HA PUESTO AL MANDO POR AHORA!! ¡Ayudaremos con las labores de rescate y de primeros auxilios, con la identificación de cadáveres y con la recogida de desperfectos! ¡Mañana, cuando podamos, nos reuniremos todos en la puerta principal y volveremos a casa! ¡Hasta entonces, YA SABÉIS! —«¿"Ya sabéis"? Madre mía, Daruu. Tú no estás hecho para esto.»
El Hyūga saltó desde el muro y se acercó rápidamente a donde estaban los demás.
»Hanabi-dono, Kintsugi-dono. —Le costaba dirigirse de aquella manera a Kintsugi. Pero había quedado claro quienes eran los verdaderos enemigos. Por ahora, había que apartar las diferencias. El sombrero te obligaba a hacerlo, Daruu comprendió. En fin, a Yui no le obligaba a nada, pero a él sí—. Había un General de Kurama atacando a Ayame. Es posible que Dragón Rojo y estos estuvieran colaborando. —Se dirigió hacia Kaido, y desenvainó la Mukei derecha. La envolvió en una corriente de relámpagos y cercenó la cadena de las esposas supresoras de chakra por la mitad—. Kaido, amigo. Yui confiaba en ti. Yo confiaré en ti. —Clavó su mirada en la de él, fijamente—. Rápidamente, ¿estaban colaborando?
»He dado tiempo a los demás shinobi a propósito. Yui me pidió otra cosa, y estés de acuerdo o no, es lo primero que vamos a hacer:
24/07/2020, 20:17 (Última modificación: 24/07/2020, 20:18 por Umikiba Kaido. Editado 1 vez en total.)
Kaido estaba resignado. No en vano se había puesto él mismo las esposas, así que tenía que darle la razón a Kintsugi respecto a su precaria situación. En estos casos, siempre es mejor prevenir que lamentar; se dijo a sí mismo. Asintió con la cabeza a las palabras de la Morikage, aunque no se esperaba que alguien las refutara tan tajantemente como lo hizo Amedama Daruu.
—No. Amekoro Yui es la nueva Señora Feudal del País de la Tormenta. Se ha ido a Amegakure con Ayame para salvaguardarla y para pensar sobre la muerte de su hermano. Me ha legado este sombrero y sus instrucciones temporalmente, hasta que elija un nuevo Arashikage. Ahora yo... yo... estoy al mando, ¿supongo?«¡¿Como que supones, cabrón?!» —rió—. »Eso significa que Umikiba Kaido está bajo mi mandato. Kaido es uno de los nuestros, Morikage-dono —Cuando Daruu le miró, su rostro expresaba gratitud—. Espera aquí un momento compañero.
Mientras le veía subir al muro, el gyojin sólo podía pensar en el enorme corazón de sus camaradas. Que le tendieran una mano así después de tanto y de todo, decía mucho de esa poderosa camaradería existente entre todos los Hijos de la Tormenta.
Durante el discurso de su nuevo Líder, el Godaime Arashikage —al menos temporalmente—. Kaido cruzó miradas con Hanabi y Kintsugi. Alzó los hombros como quien no quiere la cosa.
«No me miren así, eh, cabrones. Que me he esposado yo solito. ¡Yo solito!»
»Hanabi-dono, Kintsugi-dono. —intervino Daruu en cuanto volvió de dar las ordenes a todos su Shinobi repartidos en el Estadio—. Había un General de Kurama atacando a Ayame. Es posible que Dragón Rojo y estos estuvieran colaborando —Kaido arrugó las cejas, confundido. ¿Los Generales también habían atacado durante el Torneo? negó para sí mismo. No. Ellos no tenían nada que ver con eso, así que quizás había sido tan sólo una simple aunque fatídica coincidencia.
—¿Pero qué coño haces? —espetó, cuando las esposas cayeron al suelo.
»Kaido, amigo. Yui confiaba en ti. Yo confiaré en ti. Rápidamente, ¿estaban colaborando?
—No, para nada. No teníamos idea de que también estaban en los Dojos —contestó tajante. Tenía cierta información respecto a los Generales, pero ya era un tema para otra ocasión. Luego se miró el tatuaje. La orden de Yui había sido quitárselo de inmediato—. Lo que usted diga, Godaime.
Tsk. Que él enemigo usase mis palabras en mi contra era algo que podía esperarme, pero la Morikage... bueno, en realidad si me lo esperaba, aunque quizás no en ese momentos. Sus pocas palabras hacia los bijuu estaban tan cargadas de odio que parecía que la escupía. ¿Compararlos con dragón rojo? Los bijuus se defendían evitando ser encerrados y usados como armas, Dragon rojo mataba por que si. Podía entender que odiase a chōmei, sus actos habían sido... bueno,no podía juzgarlo, yo no sabía la historia. Pero el resto de bijuus, sin contar a Kurama, no le habían hecho nada.
—Argh... Reiji. Busca un ninja médico. En cuanto pueda moverme, nos largaremos de aquí. De vuelta a casa.
Fue lo primero que dijo Hanabi cuando el enemigo se marcho. Pero... Los ninjas médicos que no hubiesen sido masacrados estarían atendiendo a los heridos. ¿Dejarían de lado a los civiles para curar al Kage? Desde luego, pero justo eso sería darle la razón a Dragon Rojo. Además, no podía dejar allí solo a Hanabi, con un ex miembro de los enemigos, no después de las palabras del que acababa de marcharse.
—Mejor le llevo hasta donde estén los médicos, puedo cargarle, no se preocupe, pero deme un minuto.
Puede que estuviera cargada de odio, y que quisiera cargarse a Datsue y Ayame, y probablemente ahora a mi, pero hoy había ayudado, quizás por interés, quizás por que no le quedó más remedio. Pero Hanabi seguía con vida, así que me acerqué a la Morikage y con una reverencia le dedique unas palabras de agradecimiento, ademas, había una cosa que quería decirle.
—Gracias por ayudarme a salvar a Hanabi-sama. —Aunque no había estado seguro de si me ayudaría o me apuñalaria por la espalda después de la bijuudama. —Por favor, no culpe al Uzukage o Uzushiogakure por crear otro guardian, la culpa es solo mía, el Bijuu vino a mi, y yo lo acepté.
No necesitaba más explicaciones, pero ya que había exigido la reunión por mi culpa; aunque ahora seguramente también tratasen el tema de dragón rojo; que todo recayera sobre mis hombros, y no sobre los de Hanabi, que ya tenia bastantes problemas, o la villa.
Volví dónde estaba Hanabi enseguida, aunque no me había alejado tanto en realidad y me agache para ofrecerle mi espalda al uzukage.
—Suba, le llevaré hasta donde estén atendiendo a los heridos. —Y hasta uzushiogakure, si era necesario. —Tienen que verle ese brazo cuanto antes.
Entonces apareció en el estadio Daruu, el chico de amegakure, portando el sombrero de Arashikage, y se interpuso entre el chico azul y los otros dos Kages, cuya opinión, y la mía también, era mantener la cautela con el ex miembro del enemigo, que quizás, no era tan ex. Luego, aprovecho el muro de piedra de Kintsugi para dar ordenes al resto de shinobis de Amegakure que hubiese cerca y bajó para dirigirse se nuevo a los Kages.
—Hanabi-dono, Kintsugi-dono. —Si Hanabi había aceptado dejarse carga, supuse que querria escuchar al Arashikage, aunque fuese temporal, como él mismo había mencionado, así que no me movería del sitio. —. Había un General de Kurama atacando a Ayame. Es posible que Dragón Rojo y estos estuvieran colaborando.
Hasta ahí fue donde escuche. Esas palabras... Esa revelación. ¿Un general de Kurama? Y yo había usado el poder de Gyūki. Que grave error... Ahora... Quizás había condenado a un buen amigo. Tenía que avisarlo de alguna manera, pero ¿Como? Había intentado hablarle, a través de su chakra, varías veces, y ninguna había funcionado.
¿Y si Kurama lo buscaba? O peor ¿Y si lo encontraba? Puede que la Morikage se creyese que yo era el jinchuriki, pero si Kokuō habia podido sentir que no era, Kurama seguramente también. Aunque ¿Podía hacerlo a través de sus generales?
De cualquier modo, si Kurama lo encontraba y lo mataba otra vez, o peor, lo encerraba en una vasija en algún lugar remoto... Seria todo culpa mia.
Entonces ocurrió lo impensable: Amedama Daruu se interpuso entre Kaido y los otros dos Kage. Fue entonces cuando Kitsugi se fijó mejor en él, y sobre todo en el sombrero de Kage que lucía sobre su cabeza. El sombrero de la mismísima Amekoro Yui.
—No —sentenció, tajante. Pero su voz temblaba, inquieta. Estaba nervioso, eso era algo que cualquiera podría notar enseguida—. Amekoro Yui es la nueva Señora Feudal del País de la Tormenta. Se ha ido a Amegakure con Ayame para salvaguardarla y para pensar sobre la muerte de su hermano.
—Así que el Señor Feudal de la Tormenta también ha sido asesinado... —meditó. Era algo que había esperado después de escuchar los alaridos de Yui cuando se apresuró a salir del estadio después del monstruoso rayo lanzado por Zaide, pero hasta entonces no habían tenido una confirmación oficial.
«Y se ha llevado a Ayame, ¿cómo demonios ha conseguido sobrevivir?» Se preguntó, aquella vez para sus adentros. Ella misma, con uno de sus clones, había sido testigo de cómo la jinchūriki de Amegakure era engullida por la bijūdama de Kurama. Entonces, ¿cómo era posible? Estaba claro que esos monstruos eran duros de roer, más de lo que podrían esperar...
—Me ha legado este sombrero y sus instrucciones temporalmente —continuó explicándose—, hasta que elija un nuevo Arashikage. Ahora yo... yo... estoy al mando, ¿supongo?
Cerca de ellos, Kaido se rio. Pero para Kintsugi no era cosa de risa: puede que aquel muchacho llevara las alas de una mariposa, pero apenas era una larva que acababa de salir del huevo. Puede que aquel chico fuera uno de los shinobi más fuertes de Amegakure, así lo había demostrado al haber derrotado en combate a Uchiha Datsue, pero en cuanto a dotes de mandato aún estaba verde. Más verde que su propio haori.
—Eso significa que Umikiba Kaido está bajo mi mandato. Kaido es uno de los nuestros, Morikage-dono. Espera aquí un momento, compañero —añadió, dirigiéndose a su compañero, antes de subirse al muro levantado por Kintsugi y usarlo de plataforma. Kaido, por su parte, le dirigió una breve mirada a los dos Kage y se encogió de hombros—. ¡¡SHINOBI DE AMEGAKURE!! ¡¡AMEKORO YUI ME HA PUESTO AL MANDO POR AHORA!! ¡Ayudaremos con las labores de rescate y de primeros auxilios, con la identificación de cadáveres y con la recogida de desperfectos! ¡Mañana, cuando podamos, nos reuniremos todos en la puerta principal y volveremos a casa! ¡Hasta entonces, YA SABÉIS!
Después de lanzar la orden, el Hyūga saltó del muro y volvió a su puesto inicial.
—Hanabi-dono, Kintsugi-dono. Había un General de Kurama atacando a Ayame. Es posible que Dragón Rojo y estos estuvieran colaborando.
Entonces, bajo la estupefacta mirada de los dos Kage, Daruu desevainó una de sus hojas ocultas, recubrió su filo con una chisporroteante electricidad y de un solo golpe partió la cadena que unía los grilletes de las esposas supresoras.
—Kaido, amigo. Yui confiaba en ti. Yo confiaré en ti. Rápidamente, ¿estaban colaborando?
—No, para nada. No teníamos idea de que también estaban en los Dojos —respondió el Dragón Azul.
—He dado tiempo a los demás shinobi a propósito. Yui me pidió otra cosa, y estés de acuerdo o no, es lo primero que vamos a hacer: Vamos a quitarte ese sello de los cojones.
—Lo que usted diga, Godaime.
—Amedama Daruu, ¿es así? —intervino Kintsugi, sombría—. Creo que no eres consciente de lo inconsciente de tus actos —añadió, señalando a Umikiba Kaido—. Él no está sólo bajo tu mando, no es sólo uno de los vuestros: ¡desde el momento en el que apareció aquí con el resto de Dragones y participó en el asesinato de los Señores Feudales y de decenas de personas se ha convertido en un asunto global que nos concierne a todos! ¡Quitarle las esposas de esa manera antes de quitarle el sello ha sido una estúpida temeridad! ¿Qué te asegura que de verdad está de nuestra parte o que no sea algo temporal?
Humo, escombros, gradas a medio derrumbarse, cenizas y polvo en el aire... Era casi imposible respirar en aquellas condiciones, era imposible ignorar el resto de alaridos, el resto de lamentos, el resto de personas muriendo sin poder hacer nada por evitarlo... Pero, entre las gradas, un hombre se afanaba arrodillado entre los restos, tratando de concentrarse pese a los llantos de la chiquilla que se encontraba junto a él.
—Joder... No puedes morirte, joder... —mascullaba entre dientes.
Su rostro, perlado de sudor y con una brecha sangrante recorriendo su sien hasta la mejilla, reflejaba el destello esmeralda de sus manos, iluminadas por la Palma Mística y apoyadas en el pecho de la mujer que yacía en el suelo: Amedama Kiroe, que había resultado gravemente herida al intentar apartar a Chiiro de unos escombros que habían estado a punto de aplastarla y había sufrido su destino en su lugar. Zetsuo y Kōri se habían apresurado a apartar los cascotes que habían caído sobre ella, pero las heridas eran graves y su pulso muy débil. La mujer se encontraba en un peligroso límite entre la vida y la muerte, y el médico se estaba esforzando por arrastrarla de vuelta a su lado de la línea.
—¡Despierta de una vez, pastelera! ¿Acaso crees que vas a conseguir encasquetarme a tus mocosos si te mueres? ¡Despierta, te necesitan!
Y entonces, como si hubiese invocado su presencia, escuchó el eco de la voz de Amedama Daruu en algún punto del centro del estadio:
—¡¡SHINOBI DE AMEGAKURE!! ¡¡AMEKORO YUI ME HA PUESTO AL MANDO POR AHORA!! ¡Ayudaremos con las labores de rescate y de primeros auxilios, con la identificación de cadáveres y con la recogida de desperfectos! ¡Mañana, cuando podamos, nos reuniremos todos en la puerta principal y volveremos a casa! ¡Hasta entonces, YA SABÉIS!
Poco le había faltado a Aotsuki Zetsuo para que se le cayera la mandíbula al suelo al ver al mocoso de Kiroe vistiendo el sombrero de Kage. Enseguida sacudió la cabeza y rio entre dientes.
—¿"Ya sabéis"? Joder, Daruu... —repitió, con un hilo de voz—. ¿Lo has oído, Kiroe? Tu hijo nos está dando órdenes, con el sombrero de Yui-sama sobre la cabeza. Vas a tener que despertar si no quieres que se enfade con nosotros...
Zetsuo tragó saliva y alzó la cabeza momentáneamente. Miró a Kōri:
—Por favor, Kōri.
Él asintió en silencio, y desapareció con una última brisa gélida que les sacudió.
«Más te vale que estés bien... Ayame.»
. . .
Una nueva sombra, blanca como la nieve, apareció de repente en el estadio. Aotsuki Kōri, con sus impolutas ropas desgarradas y llenas de polvo, inclinó el cuerpo frente a los dos Kage sujetándose un brazo sangrante que yacía inerte junto a su costado, y después se dirigió a toda prisa hacia el joven sustituto de la Arashikage:
—Daruu. Ayame, ¿dónde está? —apremió, y el shinobi de Amegakure podría detectar el atisbo de gravedad en su voz aparentemente neutral.
Mirase a donde mirase, solo había muerte, fuego, caos y destrucción. Oyese a quien oyese, todo eran súplicas de auxilio, llantos, llamadas a seres queridos que no eran respondidas. Olía a carne quemada. A humo. A sangre.
Al principio, Uchiha Datsue no sintió nada. Como si no fuese capaz de entender qué estaba sucediendo. Como si estuviese al otro lado de la pantalla de un televisor. Había visto la muerte antes, claro. Había oído aquella clase de chillidos con anterioridad. Aquel olor no era nuevo para su olfato. La diferencia estaba en la cantidad, y en el quién. No eran bandidos los que chillaban pidiendo clemencia. No eran asesinos los que regaban el suelo con su sangre. No era gente que, buena o mala, estuviese preparada para luchar y morir.
No. Eran civiles. Eran abuelos. Eran padres. Eran hijos, nietos. Fue esto último lo que provocó que sus ojos se anegasen en lágrimas. Cerró los párpados con fuerza, tratando de contenerlas. Demasiado tarde. Demasiado lento. Cerró entonces con la boca, apretando los dientes, previsor, y sometió al llanto que trataba de subirle por la garganta.
No, no podía permitirse el lujo de dejarse llevar por las emociones. Se secó las lágrimas y siguió adelante.
• • •
Uchiha Datsue se adentró en el ring del estadio sin llamar la atención. Andando, tratando de mantener la calma, mientras sus ojos terminaban de analizar el escenario. Hanabi y Reiji parecían estar a salvo. De Eri no había ni rastro. Tampoco de Hana. Ni de Takumi.
Algo que dijo la Morikage le llamó la atención.
—¿Qué nos concierne… a todos? —No levantó la voz, pero la tensión reverberaba en su tono—. ¿De nuestra parte? Pensé que Kusagakure no Sato iba por libre.
¿Qué narices se había perdido en su ausencia, aparte de una masacre como no había visto en la vida? Desvió la mirada hacia Hanabi y Reiji y una sonrisa floreció en sus labios. Una sonrisa que enseguida se marchitó.
—Hanabi, ahí afuera…
Su boca se abrió, como si fuese a continuar la frase, pero no pudo. No encontraba palabras para describir la barbarie que acababa de presenciar en la salida del estadio. Simplemente, no las encontraba.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado
Grupo 0: Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 1: Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80
Grupo 2: Datsue y Aiko, (Entretiempo, 220), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 5: Datsue y Uzumaki Kaia, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Hanabi estuvo a punto de decir algo, pero un Amedama Daruu que vestía un sombrero que no le pertenecía interrumpió, defendiendo a su ex-compañero de villa. Hanabi entrecerró los ojos, interrogándole con la mirada, pero no dijo nada. Aguardó. Escuchó lo que tenía que decir. Amedama Daruu, aquél liante, otro shinobi como Datsue: siempre en el centro de los problemas. Quizás por diferentes razones, quizás con diferentes motivaciones. Y aún así, Hanabi sabía que era el tipo de shinobi a quien uno podía legarle el sombrero.
Se parecía a Yui. En parte.
Y él también pensaba hacer algo parecido.
Tras subir al muro de Kintsugi y soltar un discurso para los suyos, el muchacho les advirtió de la presencia de un General de Kurama en el estadio, e insinuó que ambos invasores podrían haber estado colaborando, cosa que Umikiba Kaido se apresuró a negar.
—¿Espera, ese General sigue por...? —¿Dónde estaba Aotsuki Ayame? ¿Se la habían llevado? ¿Tenían razones para seguir alerta?
Dos poderosas razones ahogaron esas preguntas. La primera, Reiji prestándose a ayudarle. La segunda... su sucesor. Uchiha Datsue, había venido de vuelta con Daruu. Y entonces Hanabi lo comprendió: ¿había ido Amedama a comprobar el estado de Datsue?
Era un entrometido. Pero era uno de esos buenos entrometidos.
»Reiji, espera. Será mejor que traigas a alguien. No puedo moverme mucho, y además... —Hanabi miró a Daruu, que se dirigía hacia Kaido y partía en dos sus esposas. A Kintsugi, que siseaba contra Daruu peligrosamente. A su propio shinobi, que respondía mordaz, joven, y posiblemente de forma temeraria a la Morikage. Y de nuevo a Daruu— ...necesito quedarme aquí un poco más.
—Hanabi, ahí afuera…
—Puedo imaginármelo, Datsue... puedo imaginármelo. —Hanabi le leyó la mente a Datsue. Y deseó poder hacerlo con Daruu...
Chhs. Daruu chasqueó la lengua y desvió la mirada, incómodo, cuando Kaido le llamó Godaime.
—Kaido, por favor, no soy el Kage. Sólo me ha dejado al mando temporalmente —contestó en un susurro.
Después, el amejin dio un respingo cuando escuchó una voz que podría haber pertenecido perfectamente a una víbora escondida entre la hierba. El muchacho alzó la mirada y la mantuvo en ella un momento. Hasta que, más o menos a mitad de discurso, la bajó. Apretó los puños. Comenzó a temblar.
—Él no está sólo bajo tu mando, no es sólo uno de los vuestros: ¡desde el momento en el que apareció aquí con el resto de Dragones y participó en el asesinato de los Señores Feudales y de decenas de personas se ha convertido en un asunto global que nos concierne a todos! ¡Quitarle las esposas de esa manera antes de quitarle el sello ha sido una estúpida temeridad! ¿Qué te asegura que de verdad está de nuestra parte o que no sea algo temporal?
Daruu tomó aire, abrió la boca...
«Datsue tiene razón. Esto no te concierne, hija de puta.»
«Os habéis desentendido de Sekiryū hasta que os habéis visto en el centro de todo.»
«¿Estabas más ocupada planeando cómo matar a la persona que más quiero nada más pisase tu país, verdad, desgraciada?»
«¡¡Deberías largarte a tu puta aldea de mierda y dejarnos en paz!!»
«¡Los Generales de Kurama casi matan a Ayame varias veces y tú la pones a ella a su mismo nivel, no harás nada hasta que vayan a por ti, mezquina egoísta!»
«¡ME CUESTA TRATARTE CON RESPETO!
¡NO TE LO MERECES!»
«Pero te pierde la impaciencia, el fuego arde en tus venas y "derrite" tu sentido común.»
«Recuerda todo lo que hiciste y recuerda por qué lo hiciste.»
«Teníamos que pensar en lo que estábamos haciendo, y en por qué, por quién, lo estábamos haciendo.»
«Somos de la Tormenta, Daruu-kun, pero tenemos que mantener esa tormenta a raya. No podemos dejar que nos consuma ni nos ciegue.»
«Kōri-sensei...»
Calma.
...y levantó la mirada.
—Morikage-dono, puede parecerle temerario, pero Umikiba Kaido, shinobi de Amegakure, no ha participado en ninguna matanza. Sigo instrucciones de Yui-sama. Ella ha decidido confiar en él, y suya es la responsabilidad. Responsabilidad que hago mía, si algo sale mal. —Daruu habló de una forma totalmente átona, mirando a algún punto más allá de Kintsugi. Carente de emoción, hizo una pronunciada reverencia y se dio la vuelta al sentir la presencia gélida de Kōri.
—Daruu. Ayame, ¿dónde está? —preguntó un preocupado Hielo.
—Tranquilo, sensei. No tienes nada de lo que preocuparte. Ayame es quien ha llevado a Yui a Amegakure con el Chishio Kuchiyose. Está a salvo.
»¿Lo estáis todos vosotros? ¿Estáis bien? Debo irme con Kaido y con Datsue ahora, pero me tranquilizaría saber... algo. —Daruu se dio la vuelta y echó un vistazo a Kaido y a Datsue—. Datsue. ¿Nos ayudarás con ese dragón rojo de mierda?
El gyojin decidió mantenerse al margen de las discusiones, sabiendo que cualquier intervención —y, sobre todo, de esas que es capaz de soltar él—. podía caldear más el asunto. Además, era totalmente desconocedor de todo. De las rencillas. De los agravios. Dragón Rojo tenía cierto conocimiento de la Alianza y de las posibles amenazas que habían estado enfrentando además de la existencia de Sekiryū —aunque ésto sólo tuvo sentido cuando Akame les contó acerca de su interesante encuentro con el gran Kurama—. pero hasta ahora, no tenían, ni él ni el resto de los Ryūtos, un conocimiento palpable de la geopolítica de ōnindo. Kaido no sabía de Juro. Ni de la muerte de Kenzou. Que Kintsugi estuviera allí en lugar de ese viejo curtido era hasta ahora una simple formalidad. Quizás estuvieron tan aislados en el País del Agua que ninguna información llegó a ellos de forma empírica y certera. Quizás, tuvieron sus mentes demasiado ocupadas con Umigarasu y las promesas no cumplidas de instaurar el gobierno de la Nueva Kirigakure, no sin antes ocupar un puesto en la guardia personal del mismísimo Feudal del Agua. Pero lo cierto es que, cualquier rumor que hubiesen podido escuchar acerca de los acontecimientos del continente seguían siendo eso: rumores.
Pero lo cierto es que ahora mismo nada de eso importaba. Aunque Daruu le certificara ante todos como un ninja de Amegakure, lo cierto es que todavía quedaba por ver el tema del sello. Kōri —el hermano de Ayame, al quien conoció durante la misión para rescatar a la guardiana de los Kajitsu—. llegó no mucho después de la aparición de Datsue y preguntó por su hermana. Ayame y Yui estaba bien, esas eran buenas noticias.
Kaido centró entonces su atención en el shinobi insigne del remolino. Uchiha Datsue.
Kaido y Datsue tenían historia. Una corta, volátil, pero historia al fin. Nunca fueron tan grandes amigos, pero sí que se habían embarcado juntos en grandes aventuras, junto a Akame. Digamos que se conocían bien y porqué no, llamarse los unos a los otros como colegas de profesión. Todo esto se vio perturbado, claro está, con ciertos acontecimientos. Partiendo por el asesinato de Keisuke, lo cual supuso ser la primera diatriba entre ellos dos. Kaido no sabía, claro, que tanto Daruu como Ayame y el Uchiha habían zanjado todas sus diferencias al punto de considerarse mejores amigos. Tampoco sabía el cómo podía Datsue ayudarles con el Bautizo Draconiano, ni que tuviese las ganas y la voluntad de ayudarlo tampoco.
Quizás, si le contaba todo acerca de su Hermano...
Kaido sintió agobio. La lengua se le enredaba en la boca. Tenía tanto que decir. Tanto que contar...
Pero todo a su debido momento. Se miró el brazo. Trató de ver más allá de ese maldito tatuaje, que no había sido sino su mayor perdición durante todo este tiempo. ¿Cómo pudo ser tan débil? ¿cómo es que su voluntad no fue suficiente, cuando parecía que todos los Ryūto no caían en el juego del Dragón a un nivel onírico tan problemático como resultó con Kaido?
Oh, pero él ya no era el mismo de antes. Esta vez, si tenía que volver a enfrentarse a esa maldita ceremonia, pensaba ganar la batalla así le costara la vida en el intento.
—Cuando quieran —le dijo a Daruu con total determinación. Era hora de luchar—. estoy listo para enfrentarlo.