1/07/2018, 22:43
Lo primero que había hecho nada más poner un pie en Uzushiogakure fue irse de tiendas. Y eso que ella no era la típica chica que adorara ir a comprar ropa; pero, viviendo en una aldea como Amegakure, donde las temperaturas frescas y la humedad estaban a la orden del día incluso en verano, su armario estaba repleto de ropajes más bien abrigados e impermeables en cierta medida. Ropas inservibles e incluso molestas bajo el sol del estío de Uzushiogakure. Por eso había sustituido su habitual indumentaria por una camiseta sin mangas de color azul que se cruzaba bajo su pecho, unas mangas que se adosaban a la mitad de su brazo y caían amplias sobre sus manos para ocultar los utensilios que llevaba adosados a sus muñecas y unos pantalones cortos de color oscuro. Era en aquellos momentos, aguardando de pie en la entrada de la Academia de las Olas, cuando más estaba agradeciendo aquel cambio de ropa, y aún así cada dos por tres se tiraba un poco de la bandana que llevaba atada al cuello, tratando de aliviar el intenso calor que sentía. Intentaba distraerse admirando la edificación que tenía frente a sus ojos, tan diferente del enorme torreón que en tenían en Amegakure. Pero era todo inútil.
Los nervios que sentía ni siquiera se vieron aplacados al ver caras conocidas a su alrededor. Además de Daruu, Kaido (con los que había compartido el viaje hasta Uzushiogakure) y un par de shinobi más de su aldea, saludó con un gesto de su mano y una sonrisa que no ocultaba su ansiedad a Eri y Riko, ambos de la ciudad hospedadora, y a Juro, de Kusagakure. Pero pasó olímpicamente de Uchiha Datsue, y ni siquiera le dirigió una mirada de sus ojos. Aún sentía las ascuas de la rabia ardiendo en su pecho cada vez que pensaba siquiera en él. Y aún así tuvo tiempo incluso de extrañarse por la ausencia de Uchiha Akame, el habilidoso shinobi que le arrebató la final de las manos en el Torneo de los Dojos.
Y aún se sobresaltó cuando vio llegar a uno de los sensei, que se dirigió hacia ellos. Con piernas rígidas como tablas, Ayame siguió al resto de aspirantes hacia el interior de la Academia de las Olas. Y, tras recorrer varios pasillos, se vieron frente al aula que debían haber preparado para la realización del examen.
Ayame sintió un escalofrío al ver al hombre que les esperaba en la entrada. Vestía un pañuelo rojo sobre la cabeza y el prometido y ansiado chaleco de chunin por encima de una camiseta oscura, pero no era aquello lo que llamaba la atención. Ni siquiera sus ojos severos y penetrantes que les recorrían uno por uno. No. Era la manga que colgaba de uno de sus hombros. La falta de un brazo que no estaba donde debía estar.
—Cuando se os nombre entrad en el aula y sentaos en el pupitre con vuestro nombre. La prueba escrita empezará cuando todos los participantes estén dentro y yo dé por comenzada la prueba. Hasta entonces, girar la hoja del examen, suspenso, hablar con un compañero, suspenso, preguntar si se puede empezar, suspenso, y, por último, incluso habiendo empezado el examen, preguntar si se puede ir al baño, suspenso.
«Respirar, suspenso.» Completó la nerviosa mente de Ayame, en un desesperado intento por escapar de aquella tensión con una pequeña y estúpida broma.
El hombre sin brazo hizo una breve pausa, y entonces siguió hablando:
— Bien, tendréis una hora desde que dé comienzo la prueba, escribir después de que haya dado por finalizado el examen, suspenso. La siguiente aclaración no creo que sea necesaria, pero ya nos ha pasado varias veces que algunos alumnos se piensan que copiar es parte de la prueba, así que lo aclararé, copiar igual a SUSPENSO.
»Bien, empecemos.
Y mientras el hombre sin brazo comenzaba a pronunciar nombres, Ayame intercambió una última mirada con Daruu y le deseó suerte con una inclinación de cabeza. "Aotsuki Ayame" fue el click que activó su cerebro y, más rígida aún que antes, la muchacha se adelantó e ingresó en el aula.
Sus ojos se pasearon curiosos por la habitación, un cuadrilátero con múltiples mesas separadas entre sí. Una de las paredes estaba prácticamente ocupada en su totalidad por unos ventanales por los que se colaba la luz del sol y que daban a lo que parecía ser un patio interior, con varios árboles y un pequeño lago. Algunas de las ventanas estaban abiertas, y a través de estas se colaba el agradable canto de algunos pajarillos. Durante un instante, Ayame envidió no poder estar recostada a la sombra de uno de aquellos árboles o bañándose en el lago. Simplemente, fuera de aquella asfixiante sala de examen. Y, sin embargo, se sentó en su lugar y cruzó ambas manos sobre el regazo, como si los papeles que la esperaban sobre la mesa fueran tóxicos. Alrededor de ella, todos los demás aspirantes fueron ocupando sus respectivos puestos, y el último en entrar fue el hombre sin brazo.
Una nueva pausa que se antojó eterna.
«¡Vamos ya, hombre!» Suplicó Ayame en su fuero interno.
—Podéis comenzar.
El ansiado pistoletazo de salida dio origen al susurro de los folios dándose la vuelta. Ayame cogió uno de los lápices y, mientras sus ojos ávidos recorrían el examen de arriba a abajo, apoyó su extremo final sobre la comisura de sus labios sin llegar a morderlo.
«¡¿Pero qué narices?!» Una risilla nerviosa escapó de su garganta al llegar a la penúltima pregunta. Una amalgama de letras sin aparente sentido que disparó su corazón ya nervioso de por sí. «La... la dejaré para el final... Será mejor que me concentre en las demás...» Decidió, con una perla de sudor descendiendo por su sien.
Ayame respiró hondo varias veces y tomó una de las hojas en blanco.
«Vamos, tienes que hacerlo. Puedes hacerlo.» Se animó a sí misma, cerrando momentáneamente los ojos. Se recordó a sí misma por qué estaba allí, el objetivo que estaba siguiendo. Debía obtener ese chaleco de Chūnin y después retaría a su padre. Pero primero tenía que pasar por aquello, y no sabía cómo le iría en las siguientes pruebas, por lo que debía esforzarse al máximo en aquel examen teórico y sacar la suficiente ventaja. «¡Vamos allá!»
Lo primero que hizo fue poner su nombre en la parte de arriba de la hoja de enunciados y en la que iba a escribir, y sólo después se concentró en el primer enunciado.
«"El Kage de tu aldea está a punto de utilizar el poder de su posición para poner en riesgo el Pacto de Paz entre las tres aldeas poniendo en riesgo la suya propia"» Se repitió para sus adentros, ladeando ligeramente la cabeza. «Ay, por Amenokami, no puedo imaginarme a Yui-sama haciendo algo así...»
Ayame lanzó un largo y tendido suspiro, y entonces apoyó el lápiz sobre el papel en blanco para escribir:
Las últimas palabras temblaron en el papel y Ayame se llevó las manos a la cabeza, con el corazón palpitándole con fuerza. ¿De verdad? ¿Un golpe de estado? ¿No se le ocurría nada mejor?
No, lo cierto era que no.
«Siguiente.» Decidió, después de releer un par de veces la respuesta que había dado y decidir que no se le ocurría nada mejor que contestar. «Genial, una misión con un genin insubordinado.» Resopló para sí misma. Desde luego, era una situación que era fácil que se diera así que, como Chūnin, debía ser su deber saber cómo enfrentarse a un problema así.
«Ni siquiera estoy segura de si lo que estoy escribiendo tiene sentido...» Ayame sentía ganas de estirarse de los pelos. Los pájaros seguían cantando en el exterior, y ella quiso poder ser un pajarillo y unirse a ellos para, simplemente, alejarse del estrés que le estaba causando aquel maldito examen. Pero no podía ser un pájaro, era una kunoichi. Y, por ello, volvió a centrarse en la tercera pregunta. «Un civil se ofrece a acompañarnos en una misión... Un civil... Un civil...»
Ayame torció el gesto.
Los ojos de Ayame pasaron de largo de la cuarta pregunta, asustados ante tanta mayúscula. Se estaba acercando a las fauces del lobo, y eso no le hacía ninguna gracia. Pero ya sólo quedaban dos preguntas. ¿Cuánto tiempo le quedaba? ¿Acaso tenían tiempo límite? No recordaba que el hombre sin brazo lo hubiese mencionado...
Fuera como fuera, sacudió la cabeza y se enfrentó a una de las preguntas más importantes en su vida.
«"¿Qué es un ninja?"»
Algo que, sin duda, todos los que se encontraban en aquella sala debían haberse planteado alguna vez desde que pudieron el primer pie en la Academia. Y Ayame no era una excepción. Aún así, se lo pensó detenidamente antes de comenzar a escribir:
«Proteger a mis seres queridos... Sorprender a papá...» Ayame frunció el ceño, con el lápiz apretado contra el papel y las pupilas clavadas en las palabras que acababa de escribir.
Y, finalmente, se enfrentaba al monstruo de sus pesadillas. Ayame tomó la hoja de enunciados con ambas manos y lo miró de arriba a abajo varias veces. Varias veces... ¿Qué era todo aquel amasijo de letras en maýusculas? Al principio había llegado a pensar que el examen estaba mal, que debía haber algún tipo de error...
Pero fue entonces cuando lo vio. Aquel minúsculo detalle. Frunció el ceño y ladeó la cabeza varias veces, dándole varias vueltas.
«¿Es posible que...?» Tomó otra hoja en blanco y comenzó a probar un método de descodificación. Tuvo que repetirlo un par de veces, porque se equivocó en un par de detalles, pero al final una afilada sonrisa curvó sus labios. «¡Lo tengo!» Había averiguado la forma de descifrarlo, pero aún tardó varios minutos más en traducirlo...
Hasta que la respuesta llegó a su cerebro.
Tardó varios minutos. Se vio obligada a tachar y volverlo a intentar porque en el último momento se dio cuenta de que no lo estaba haciendo bien, pero después de terminar y revisarlo varias veces más para evitar errores estúpidos que pudieran costarle aquella pregunta, asintió para sí y respiró hondo.
Con aquello había terminado de responder las cinco preguntas, pero aún así no se levantó aún del sitio. Repasó sus respuestas una, dos, tres veces hasta que se dio por satisfecha.
Los nervios que sentía ni siquiera se vieron aplacados al ver caras conocidas a su alrededor. Además de Daruu, Kaido (con los que había compartido el viaje hasta Uzushiogakure) y un par de shinobi más de su aldea, saludó con un gesto de su mano y una sonrisa que no ocultaba su ansiedad a Eri y Riko, ambos de la ciudad hospedadora, y a Juro, de Kusagakure. Pero pasó olímpicamente de Uchiha Datsue, y ni siquiera le dirigió una mirada de sus ojos. Aún sentía las ascuas de la rabia ardiendo en su pecho cada vez que pensaba siquiera en él. Y aún así tuvo tiempo incluso de extrañarse por la ausencia de Uchiha Akame, el habilidoso shinobi que le arrebató la final de las manos en el Torneo de los Dojos.
Y aún se sobresaltó cuando vio llegar a uno de los sensei, que se dirigió hacia ellos. Con piernas rígidas como tablas, Ayame siguió al resto de aspirantes hacia el interior de la Academia de las Olas. Y, tras recorrer varios pasillos, se vieron frente al aula que debían haber preparado para la realización del examen.
Ayame sintió un escalofrío al ver al hombre que les esperaba en la entrada. Vestía un pañuelo rojo sobre la cabeza y el prometido y ansiado chaleco de chunin por encima de una camiseta oscura, pero no era aquello lo que llamaba la atención. Ni siquiera sus ojos severos y penetrantes que les recorrían uno por uno. No. Era la manga que colgaba de uno de sus hombros. La falta de un brazo que no estaba donde debía estar.
—Cuando se os nombre entrad en el aula y sentaos en el pupitre con vuestro nombre. La prueba escrita empezará cuando todos los participantes estén dentro y yo dé por comenzada la prueba. Hasta entonces, girar la hoja del examen, suspenso, hablar con un compañero, suspenso, preguntar si se puede empezar, suspenso, y, por último, incluso habiendo empezado el examen, preguntar si se puede ir al baño, suspenso.
«Respirar, suspenso.» Completó la nerviosa mente de Ayame, en un desesperado intento por escapar de aquella tensión con una pequeña y estúpida broma.
El hombre sin brazo hizo una breve pausa, y entonces siguió hablando:
— Bien, tendréis una hora desde que dé comienzo la prueba, escribir después de que haya dado por finalizado el examen, suspenso. La siguiente aclaración no creo que sea necesaria, pero ya nos ha pasado varias veces que algunos alumnos se piensan que copiar es parte de la prueba, así que lo aclararé, copiar igual a SUSPENSO.
»Bien, empecemos.
Y mientras el hombre sin brazo comenzaba a pronunciar nombres, Ayame intercambió una última mirada con Daruu y le deseó suerte con una inclinación de cabeza. "Aotsuki Ayame" fue el click que activó su cerebro y, más rígida aún que antes, la muchacha se adelantó e ingresó en el aula.
Sus ojos se pasearon curiosos por la habitación, un cuadrilátero con múltiples mesas separadas entre sí. Una de las paredes estaba prácticamente ocupada en su totalidad por unos ventanales por los que se colaba la luz del sol y que daban a lo que parecía ser un patio interior, con varios árboles y un pequeño lago. Algunas de las ventanas estaban abiertas, y a través de estas se colaba el agradable canto de algunos pajarillos. Durante un instante, Ayame envidió no poder estar recostada a la sombra de uno de aquellos árboles o bañándose en el lago. Simplemente, fuera de aquella asfixiante sala de examen. Y, sin embargo, se sentó en su lugar y cruzó ambas manos sobre el regazo, como si los papeles que la esperaban sobre la mesa fueran tóxicos. Alrededor de ella, todos los demás aspirantes fueron ocupando sus respectivos puestos, y el último en entrar fue el hombre sin brazo.
Una nueva pausa que se antojó eterna.
«¡Vamos ya, hombre!» Suplicó Ayame en su fuero interno.
—Podéis comenzar.
El ansiado pistoletazo de salida dio origen al susurro de los folios dándose la vuelta. Ayame cogió uno de los lápices y, mientras sus ojos ávidos recorrían el examen de arriba a abajo, apoyó su extremo final sobre la comisura de sus labios sin llegar a morderlo.
«¡¿Pero qué narices?!» Una risilla nerviosa escapó de su garganta al llegar a la penúltima pregunta. Una amalgama de letras sin aparente sentido que disparó su corazón ya nervioso de por sí. «La... la dejaré para el final... Será mejor que me concentre en las demás...» Decidió, con una perla de sudor descendiendo por su sien.
Ayame respiró hondo varias veces y tomó una de las hojas en blanco.
«Vamos, tienes que hacerlo. Puedes hacerlo.» Se animó a sí misma, cerrando momentáneamente los ojos. Se recordó a sí misma por qué estaba allí, el objetivo que estaba siguiendo. Debía obtener ese chaleco de Chūnin y después retaría a su padre. Pero primero tenía que pasar por aquello, y no sabía cómo le iría en las siguientes pruebas, por lo que debía esforzarse al máximo en aquel examen teórico y sacar la suficiente ventaja. «¡Vamos allá!»
Lo primero que hizo fue poner su nombre en la parte de arriba de la hoja de enunciados y en la que iba a escribir, y sólo después se concentró en el primer enunciado.
«"El Kage de tu aldea está a punto de utilizar el poder de su posición para poner en riesgo el Pacto de Paz entre las tres aldeas poniendo en riesgo la suya propia"» Se repitió para sus adentros, ladeando ligeramente la cabeza. «Ay, por Amenokami, no puedo imaginarme a Yui-sama haciendo algo así...»
Ayame lanzó un largo y tendido suspiro, y entonces apoyó el lápiz sobre el papel en blanco para escribir:
Las últimas palabras temblaron en el papel y Ayame se llevó las manos a la cabeza, con el corazón palpitándole con fuerza. ¿De verdad? ¿Un golpe de estado? ¿No se le ocurría nada mejor?
No, lo cierto era que no.
«Siguiente.» Decidió, después de releer un par de veces la respuesta que había dado y decidir que no se le ocurría nada mejor que contestar. «Genial, una misión con un genin insubordinado.» Resopló para sí misma. Desde luego, era una situación que era fácil que se diera así que, como Chūnin, debía ser su deber saber cómo enfrentarse a un problema así.
«Ni siquiera estoy segura de si lo que estoy escribiendo tiene sentido...» Ayame sentía ganas de estirarse de los pelos. Los pájaros seguían cantando en el exterior, y ella quiso poder ser un pajarillo y unirse a ellos para, simplemente, alejarse del estrés que le estaba causando aquel maldito examen. Pero no podía ser un pájaro, era una kunoichi. Y, por ello, volvió a centrarse en la tercera pregunta. «Un civil se ofrece a acompañarnos en una misión... Un civil... Un civil...»
Ayame torció el gesto.
Los ojos de Ayame pasaron de largo de la cuarta pregunta, asustados ante tanta mayúscula. Se estaba acercando a las fauces del lobo, y eso no le hacía ninguna gracia. Pero ya sólo quedaban dos preguntas. ¿Cuánto tiempo le quedaba? ¿Acaso tenían tiempo límite? No recordaba que el hombre sin brazo lo hubiese mencionado...
Fuera como fuera, sacudió la cabeza y se enfrentó a una de las preguntas más importantes en su vida.
«"¿Qué es un ninja?"»
Algo que, sin duda, todos los que se encontraban en aquella sala debían haberse planteado alguna vez desde que pudieron el primer pie en la Academia. Y Ayame no era una excepción. Aún así, se lo pensó detenidamente antes de comenzar a escribir:
«Proteger a mis seres queridos... Sorprender a papá...» Ayame frunció el ceño, con el lápiz apretado contra el papel y las pupilas clavadas en las palabras que acababa de escribir.
Y, finalmente, se enfrentaba al monstruo de sus pesadillas. Ayame tomó la hoja de enunciados con ambas manos y lo miró de arriba a abajo varias veces. Varias veces... ¿Qué era todo aquel amasijo de letras en maýusculas? Al principio había llegado a pensar que el examen estaba mal, que debía haber algún tipo de error...
Pero fue entonces cuando lo vio. Aquel minúsculo detalle. Frunció el ceño y ladeó la cabeza varias veces, dándole varias vueltas.
«¿Es posible que...?» Tomó otra hoja en blanco y comenzó a probar un método de descodificación. Tuvo que repetirlo un par de veces, porque se equivocó en un par de detalles, pero al final una afilada sonrisa curvó sus labios. «¡Lo tengo!» Había averiguado la forma de descifrarlo, pero aún tardó varios minutos más en traducirlo...
Hasta que la respuesta llegó a su cerebro.
Tardó varios minutos. Se vio obligada a tachar y volverlo a intentar porque en el último momento se dio cuenta de que no lo estaba haciendo bien, pero después de terminar y revisarlo varias veces más para evitar errores estúpidos que pudieran costarle aquella pregunta, asintió para sí y respiró hondo.
Con aquello había terminado de responder las cinco preguntas, pero aún así no se levantó aún del sitio. Repasó sus respuestas una, dos, tres veces hasta que se dio por satisfecha.