10/01/2016, 19:19
(Última modificación: 10/01/2016, 19:27 por Uchiha Datsue.)
Debes conocer los orígenes de tu sangre, el encuentro ha sido organizado, tanto tú como el otro venid solos. En los Templos Abandonados del País del Río, tan pronto como lleguéis. Allí os espera la verdad.
Datsue repasaba, una y otra vez, el mensaje que había recibido el día anterior. Lo había encontrado a media mañana junto a la puerta de su pequeño apartamento, poco después de haberse despertado, y se había pasado el resto de la mañana intentando encontrarle sentido a aquella nota.
Los orígenes de mi sangre, se repitió otra vez, igual de perdido que la primera vez que lo había leído. ¿Sería aquello una trampa? ¿Un ingenioso ardid para atraerlo a una emboscada? Pero, ¿por quién...? O, más importante aún, ¿por qué?
Mientras saltaba entre los árboles de camino a su objetivo, la mente de Datsue volvió a pensar en la misma respuesta: La Ribera del Sur. Echó un gargajo al aire. Cuando algo olía mal, era porque uno de esos malnacidos no andaba lejos. Y aquello olía muy pero que muy mal.
—Malditos sureños —murmuró, echando otro escupitajo. Como escupir era gratis, escupía siempre que maldecía o pensaba en alguien de La Ribera del Sur.
El sombrero cónico de bambú que había comprado en su viaje a Shinogi-to le protegía de la tromba de lluvia que caía en aquella noche sin luna. Quizá, lo único bueno que había conseguido de aquella infructuosa travesía.
Dio una rápida cabezada, como queriendo sacarse aquellos pensamientos de la cabeza. Lo verdaderamente importante estaba frente a él: los Templos Abandonados.
Al fin. Para vergüenza suya, se había perdido en más de una ocasión. ¡Perdido en su propio País! Por suerte, había hecho caso a la nota y había acudido solo. Mientras nadie se enterase, su dignidad permanecería intacta.
Pasó a través de los templos derrumbados, enormes edificaciones abandonadas y carcomidas por el tiempo y la naturaleza. El musgo y la hiedra cubrían las paredes como una alfombra, e incluso la hierba se había atrevido a crecer en las edificaciones sin techo.
Datsue buscó dónde resguardarse de la lluvia mientras volvía a pensar en la carta. Tanto tú como el otro venid solos... Pero, ¿quién es el otro? ¿Un Uchiha como yo? Era lo más probable y, lo más probable también, era que su compañero de clan no había sido tan idiota como él como para dejarse atrapar por las peligrosas garras de la curiosidad.
Sin embargo, no había sido del todo descuidado. Había avisado a Haruto. Él era su as en la manga por si algo salía mal. Tras descartar a Ritsuko por, digamos, inestable personalidad, y a Noemi por no saber dónde residía, había acudido al hogar de Haruto, dejando bajo la puerta una breve y escueta nota.
Cuando al fin encontró un techo bajo el que guarecerse de la inclemente lluvia, echó el sombrero hacia atrás, dejando que colgase del cordel atado bajo su cuello, y…
—¡¿Pero qué cojones…?! —exclamó, atónito, al prenderse de golpe su vieja túnica de viaje. Se deshizo de ella con un hábil movimiento y la tiró al suelo, todavía perplejo, mientras se palpaba el resto de la ropa para comprobar que el fuego no se había extendido más allá. Cuando volvió a echar la vista sobre la túnica, ésta había desaparecido. Consumida, como si nunca hubiese existido. En su lugar, el condenado sobre que lo había traído hasta allí reposaba sobre el agrietado suelo del templo.
Acercó la mano para recogerlo, pero se detuvo a medio camino. El fuego resurgió de nuevo, consumiendo el sobre, luego el sello de cera y, finalmente, extendiéndose por el suelo y formando el símbolo de su clan.
La luz del fuego, roja y amarilla, se reflejaba en los maravillados ojos de Datsue, que esbozaba una mueca a medio camino entre el asombro y la desconfianza. Las cosas parecían estar a punto de ponerse muy pero que muy interesantes...
Datsue repasaba, una y otra vez, el mensaje que había recibido el día anterior. Lo había encontrado a media mañana junto a la puerta de su pequeño apartamento, poco después de haberse despertado, y se había pasado el resto de la mañana intentando encontrarle sentido a aquella nota.
Los orígenes de mi sangre, se repitió otra vez, igual de perdido que la primera vez que lo había leído. ¿Sería aquello una trampa? ¿Un ingenioso ardid para atraerlo a una emboscada? Pero, ¿por quién...? O, más importante aún, ¿por qué?
Mientras saltaba entre los árboles de camino a su objetivo, la mente de Datsue volvió a pensar en la misma respuesta: La Ribera del Sur. Echó un gargajo al aire. Cuando algo olía mal, era porque uno de esos malnacidos no andaba lejos. Y aquello olía muy pero que muy mal.
—Malditos sureños —murmuró, echando otro escupitajo. Como escupir era gratis, escupía siempre que maldecía o pensaba en alguien de La Ribera del Sur.
El sombrero cónico de bambú que había comprado en su viaje a Shinogi-to le protegía de la tromba de lluvia que caía en aquella noche sin luna. Quizá, lo único bueno que había conseguido de aquella infructuosa travesía.
Dio una rápida cabezada, como queriendo sacarse aquellos pensamientos de la cabeza. Lo verdaderamente importante estaba frente a él: los Templos Abandonados.
Al fin. Para vergüenza suya, se había perdido en más de una ocasión. ¡Perdido en su propio País! Por suerte, había hecho caso a la nota y había acudido solo. Mientras nadie se enterase, su dignidad permanecería intacta.
Pasó a través de los templos derrumbados, enormes edificaciones abandonadas y carcomidas por el tiempo y la naturaleza. El musgo y la hiedra cubrían las paredes como una alfombra, e incluso la hierba se había atrevido a crecer en las edificaciones sin techo.
Datsue buscó dónde resguardarse de la lluvia mientras volvía a pensar en la carta. Tanto tú como el otro venid solos... Pero, ¿quién es el otro? ¿Un Uchiha como yo? Era lo más probable y, lo más probable también, era que su compañero de clan no había sido tan idiota como él como para dejarse atrapar por las peligrosas garras de la curiosidad.
Sin embargo, no había sido del todo descuidado. Había avisado a Haruto. Él era su as en la manga por si algo salía mal. Tras descartar a Ritsuko por, digamos, inestable personalidad, y a Noemi por no saber dónde residía, había acudido al hogar de Haruto, dejando bajo la puerta una breve y escueta nota.
Cuando al fin encontró un techo bajo el que guarecerse de la inclemente lluvia, echó el sombrero hacia atrás, dejando que colgase del cordel atado bajo su cuello, y…
—¡¿Pero qué cojones…?! —exclamó, atónito, al prenderse de golpe su vieja túnica de viaje. Se deshizo de ella con un hábil movimiento y la tiró al suelo, todavía perplejo, mientras se palpaba el resto de la ropa para comprobar que el fuego no se había extendido más allá. Cuando volvió a echar la vista sobre la túnica, ésta había desaparecido. Consumida, como si nunca hubiese existido. En su lugar, el condenado sobre que lo había traído hasta allí reposaba sobre el agrietado suelo del templo.
Acercó la mano para recogerlo, pero se detuvo a medio camino. El fuego resurgió de nuevo, consumiendo el sobre, luego el sello de cera y, finalmente, extendiéndose por el suelo y formando el símbolo de su clan.
La luz del fuego, roja y amarilla, se reflejaba en los maravillados ojos de Datsue, que esbozaba una mueca a medio camino entre el asombro y la desconfianza. Las cosas parecían estar a punto de ponerse muy pero que muy interesantes...
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado